EL PRIMER GOBIERNO FRANQUISTA Con la conquista de Gijón, el 2 1 de octubre de 1937, Franco dio por terminada la campaña del Norte; todas las fuerzas que participaron en las operaciones norteñas quedaron libres para ser empleadas en otros frentes, lo que inclinó la guerra favorablemente del lado nacionalista, La próxima gran operación proyectada por Franco fue la toma de Madrid, para lo cual concentró sus mejores divisiones para repetir la acción de Guadalajara, que fracasó en el mes de marzo anterior por inoperancia del CTV Italiano. Sin embargo, el 15 de diciembre el Ejército republicano lanzó un ataque sorpresivo, en cuanto no se empleó la artillería y la aviación para romper el frente, y Teruel fue la primera capital de provincia que el Ejército Popular reconquistó. Franco anuló su proyectada ofensiva sobre Madrid y reagrupó la mayor parte de sus tropas para reconquistar la ciudad aragonesa. Una intensa nevada caída a fines de año, paralizó la ofensiva franquista y Teruel por unas semanas más, hasta el 22 de febrero, siguió en poder de la República. Este cambio en el panorama estratégico modificó igualmente los planes políticos en el sentido de imponer la formación de un gobierno nacional sin aguardar lo que pasaría con Madrid. El 30 de enero de 1938 quedó promulgada la ley, en Burgos, de organización de la Administración Central del Estado, con once ministerios y un presidente, que sería el mismo Franco. Al conocerse la lista de los ocupantes de las carteras sorprendió el hecho que sólo un falangista auténtico -Fernández-Cuesta, que estaba agradecido a Franco por su reciente canje que le libró de la cárcel «roja» y había sido nombrado secretario general de FET y de las JONSocupara la cartera de Agricultura. En cambio, dos actividades nacionales a las que José Antonio había concedido gran importancia como campo ideológico de Falange -Educación y Trabajo- se confiaban a personajes que poco tenían que ver con el programa de FET y de las JONS. Pedro Sainz Rodríguez, nuevo ministro de Educación, era un destacado intelectual, pero en el terreno político siempre se manifestó de ideas monárquicas; en la reforma que hizo como ministro poco tuvo que ver la ideología falangista. Pedro González Bueno, ministro de Organización y Acción Sindical, era un ingeniero de caminos que se dedicó a su profesión y no intervino en política hasta que durante la República se adhirió al partido creado por Calvo Sotelo; al estallar la guerra civil colaboró con el general Mola para trasladarse más tarde a Salamanca para trabajar en los servicios técnicos de FET y de las JONS. Franco colocó bajo su mano toda la organización sindical, zona tan ambicionada por las camisas viejas con el propósito de ganarse la masa obrera para la ideología falangista; anteriormente hemos mencionado uno de los tópicos usados por Hedilla para ganar a los obreros y campesinos para la Falange. Un examen de la lista ministerial permitía afirmar que el primer gabinete franquista tenía las características de un gobierno de concentración nacional formado para dar satisfacción a las tres fuerzas dominantes en el país, que no eran otras que el Ejercito, la Iglesia y la burguesía; a los falangistas no les quedaba otro camino a seguir que colocarse la boina roja y participar en los desfiles y manifestaciones organizadas por el régimen. Se comprende que los falangistas auténticos libraran otra batalla con miras a introducir ciertas reformas en el Estatuto Nacional a fin de fijar las relaciones del Partido, en relación con el Gobierno. Ridruejo, como miembro de la Junta Política, llevó la voz cantante; su tesis consistía en sostener que siendo el Partido anterior al Gobierno, debería estar situado por encima de él, correspondiendo al Partido la inspiración política y al Gobierno la tarea administrativa del Estado. El argumento que se empleó se basaba en ideas expuestas por José Antonio, quien aceptaba que los técnicos eran expertos individuales fáciles de reclutar, mientras que son pocas las cabezas individuales que pueden fijar lo que hay que hacer realmente para la buena marcha de la nación. Naturalmente, estos intentos reformistas no prosperaron porque estaban lejos de coincidir con la línea del poder personal que se había fijado Franco. A Serrano Suñer le correspondió el difícil papel de evitar que el régimen franquista se convirtiera en una vulgar dictadura militar, con el apoyo de la jerarquía eclesiástica y de los banqueros, que buscara consolidar los privilegios de los vencedores y mantener subyugados a los vencidos para que no buscaran nuevamente una manera de mejorar su vida. Esto tenía que traducirse en una España sin futuro, es decir, sin progreso, ya que no se ofrecería a los privados de la fortuna la oportunidad de un ascenso social. Sería como continuar con la tradición de tantas décadas: pedir a los pobres resignación, ya que tendrán su recompensa en la otra vida, mientras que los ricos harían obras de caridad para ganarse el cielo. Así se dio el caso que Serrano, como ministro del Interior, para sus actividades ministeriales políticas contó con la colaboración directa de los falangistas con formación intelectual; las jefaturas de los servicios nacionales de prensa, propaganda, radio: beneficencia, etc., fueron ocupadas por auténticos falangistas que aceptaban el punto de vista serranista de que era menester procurar salvar todo lo posible de la ideología de José Antonio. Algunos gobernadores civiles fueron asimismo designados por Serrano, con lo que se dio el caso que, además de la prensa y la radio, varios sectores de la vida pública pasaron a desarrollar una gestión francamente falangista. En torno a Serrano se movió una buena parte de los elementos joseantonianos, lo que le valió al ministro del Interior la inquina de un amplio sector militar y otros elementos conservadores que no aceptaban compartir el poder con las camisas viejas, a los que acusaban de tendencia revolucionaria. Serrano actuó igualmente de intermediario entre el Caudillo y la facción azul que se movía en torno al Ministerio del Interior; Franco, ocupado con los problemas de las operaciones bélicas carecía de oportunidad para intimar con estos jóvenes que tenían en sus manos el aparato propagandístico; debieron suceder muchas cosas para que una parte de estos falangistas establecieran contacto directo con Franco, lo que dio motivo al desplazamiento de Serrano y a la crisis de mayo de 1941, con la entrada de Arrese y otros falangistas en el Gobierno. Oportunamente nos ocuparemos de este episodio. El 3 de abril de 1938 las tropas del general Yagüe ocuparon Lérida; la derrota de los republicanos adquirió tales proporciones que hizo creer a muchos que la victoria total de Franco estaba próxima, pues en el año 1938 finalizaría la guerra civil en su aspecto armado. Sin embargo, no fue así debido a la intervención de factores ajenos al tema español, como fue la anexión de Austria por Hitler en marzo de 1938; la reacción francesa a este hecho fue abrir la frontera de los Pirineos para que el gobierno Negrín recibiera las armas que le enviaba Rusia, que sirvieron en buena parte para que el general Rojo montara su ofensiva del Ebro. Franco no escuchó la demanda de Yagüe y otros generales de proseguir la ofensiva desde Lérida hasta Barcelona, para cerrar todo contacto directo entre la República y Francia; prefirió montar una ofensiva contra Valencia, que había ostentado la capitalidad de la República. El 2S de Julio, Rojo le sorprendió nuevamente, como ya había ocurrido en Teruel, cruzando el Ebro en varios puntos y llegando sus vanguardias hasta Gandesa; Franco se vio forzado a detener su campaña contra Valencia y reorganizar sus ejércitos para hacer frente al ataque republicano, que dio origen a los combates más sangrientos, por ambos bandos, que se prolongaron varios meses. Por otra parte, Hitler se despreocupó del tema español y planteó brutalmente la anexión de la región de los Sudetes, que formaba parte de Checoslovaquia, al Tercer Reich. El fantasma de una nueva guerra europea surgió con más fuerza que nunca y se habló que el Estado Mayor francés proyectaba el envío de un cuerpo blindado a la Península, con el fin de acelerar el triunfo del bando republicano para evitar que el país pudiera ser atacado partiendo de los Pirineos. En plena batalla del Ebro y ante el temor de que estallara una guerra europea, Franco negoció con París y Londres su neutralidad, dando la seguridad de que no haría causa común con la Alemania de Hitler. Esta actitud molestó a Berlín y Roma, enfado que podría traducirse, para Hitler y Mussolini, en pieza de trueque, la misma existencia de Franco, en el caso de buscar un acuerdo con París y Londres para resolver amistosamente la cuestión de los Sudetes. Cuando Mussolini, en una hábil intervención, logró reunir en Munich al inglés Chamberlain y al francés Daladier con Hitler, el 29 de septiembre, de donde salió el Pacto de Munich que evitó que la segunda guerra mundial estallara ya en 1938, pasó Franco unas jornadas sumamente amargas: temía que de la misma manera que los Cuatro no respetaron en Munich los derechos soberanos de Checoslovaquia, pues la obligaron a ceder al Reich una parte de su territorio nacional, de igual manera hubieran podido actuar en relación con España. No sucedió así y el gran derrotado fue Juan Negrín, .el jefe del llamado Gobierno de la Victoria, que había basado la resistencia republicana en la esperanza de que estallara el previsto conflicto mundial, en que las democracias tendrían que enfrentarse con los regimenes totalitarios, unos de los cuales era el régimen franquista. . El 16 de noviembre concluyó la batalla del Ebro, en la que perdieron los republicanos los mejores elementos de las fuerzas armadas que poseían en Cataluña; poco más de un mes duró la campaña catalana, Barcelona fue ocupada el 26 de enero de 1939 por el Cuerpo Marroquí del general Yagüe. El 4 de marzo se sublevó el coronel Casado contra Negrín y formó un Consejo Nacional de Defensa, del cual formaron parte el general Miaja y el socialista Julián Besteiro, que negoció la entrega de Madrid con los delegados de Franco. El 28 de marzo las tropas franquistas entraron finalmente en la capital de España y el primero de abril dio Franco su último comunicado de guerra anunciando que la contienda había terminado. Este mismo día, los Estados Unidos, cuyo presidente era Franklin Delano Roosevelt, reconocieron al gobierno de Burgos, mientras que el papa Pió XII felicitaba al Caudillo por la victoria bélica. Los republicanos resultaron totalmente derrotados, pues Franco exigió y obtuvo la rendición sin condiciones; los países que reconocieron al gobierno de Burgos poco se preocuparon de los vencidos, pues fueron mínimos los esfuerzos diplomáticos que se hicieron para arrancar del Caudillo la promesa de otorgar una amnistía en que se pudieran amparar los derrotados; lo único que existía, sin tener un valor legal, era la declaración del Generalísimo, difundida repetidamente por la radio, «que todos aquellos que no hayan cometido delitos comunes y deseen sinceramente apoyar la causa de España, no tienen nada que temer». Pero muchos miles de los que combatieron en Cataluña cruzaron los Pirineos y al entrar en Francia fueron internados en campos de refugiados, bajo la vigilancia de tropas senegalesas; aquellos que lucharon en la zona central se concentraron en Alicante, en espera de poder embarcar en las naves que el gobierno Negrín dijo haber contratado para su traslado fuera de España. Sin embargo, pocos de ellos lograron salvarse y una gran parte ingresaron en los campos de concentración que se establecieron en varios puntos de Levante. El gran drama de la posguerra, que afectó directamente a millones de españoles, comenzó inmediatamente.