Revista destiempos N°44 EL ARTE COMO TESTIMONIO Luisa López Universidad de Antioquia, Colombia En su libro Ante el dolor de los demás, Susan Sontag nos interpela como espectadores del arte que representa el dolor y también se pregunta por el propósito del artista: ¿está el arte destinado a conmover y a emocionar? ¿Espera que el espectador se conmisere por el dolor de quienes lo padecen? En ese sentido, ¿funciona el arte como instrucción y ejemplo? Y como espectadores, ¿estamos obligados a mirar? ¿Debemos sentir la obligación de pensar lo que implica mirar el arte que representa el horror? ¿Puede la obra de arte persuadir a través de las emociones que suscita? ¿Se podría hablar, entonces, de una retórica del arte en el sentido aristotélico? Siguiendo las reflexiones de Susan Sontag probablemente sí. Aristóteles dice que quien sólo oye el relato ha de sentirse lleno de horror y piedad ante los incidentes: Abril-Mayo 2015 ISSN: 2007-7483 ©2015 Derechos Reservados www.revistadestiempos.com 170 Revista destiempos N°44 El temor trágico y la piedad pueden ser provocados por el espectáculo; pero también pueden surgir de la misma estructura y los incidentes del drama, que es el mejor camino y muestra al mejor poeta. La fábula debe ser pues tan bien ordenada, que aún sin ver lo que acontece, quien sólo oye el relato ha de sentirse lleno de horror y piedad ante los incidentes, que es por cierto el efecto que el simple recitado de la historia de Edipo produce en el oyente. (Retórica, 1453b)1. El relato trágico debe conmover. El ser humano se conmueve si siente horror o piedad. Estas emociones son posibles si el espectador se siente identificado con los personajes del relato y la identificación es posible en tanto que el relato trágico imita la realidad (el arte es una forma de mímesis). La imita, es decir, la representa, pero no es la realidad. Los personajes del relato trágico se parecen a personajes reales, pero no son reales. Para Aristóteles la imitación es una inclinación humana natural de la que el arte es una expresión: En general, parece que dos causas, ambas naturales, generan la poesía: la capacidad de imitar, connatural a los hombres desde la infancia, en lo cual se diferencian de los demás animales (porque el hombre es el más propenso a la imitación y realiza sus primeros aprendizajes a través de imitaciones), y la capacidad de gozar todos con las imitaciones (Poética, 1448). El placer que sentimos al imitar y al contemplar la imitación de las cosas surge al comprobar la similitud entre el “original” y su representación, pero para Aristóteles la obra de arte no solamente copia la realidad sensible o las cosas como de hecho son, sino que también las representa como podrían o deberían ser. Esta es justamente una de las posibilidades del En el mismo sentido dice Hume: “Parece inexplicable el placer que los espectadores de una tragedia bien escrita obtienen de la pena, el terror, la ansiedad, y otras pasiones que en sí mismas son desagradables e inquietantes” (Hume, La norma del gusto y otros ensayos, 66). 1 Abril-Mayo 2015 ISSN: 2007-7483 ©2015 Derechos Reservados www.revistadestiempos.com 171 Revista destiempos N°44 arte frente al hastío de la monotonía: el arte puede ser un golpe de conciencia cuando se experimenta que las cosas pueden verse de otra manera “y repentinamente el mundo parece nuevo, con posibilidades aún por ser exploradas” (Greene, Liberar la imaginación, 139). Por lo, tanto no se trataría del arte como un “engaño”, como pensaba Platón, sino de nuevas formas de interpretar la realidad. Dado este sentido y propósito aristotélico de la mímesis, las situaciones y características de los personajes con frecuencia son exageradas. Puede pensarse que la construcción de personajes en el teatro es el arte de la hipérbole. El cine, como descendiente del teatro, puede entenderse también como el arte de la hipérbole. Baste pensar en cómo D. W. Griffith muestra en Intolerancia (1916) la angustia de una mujer sentada en el banquillo de los acusados: la pantalla inmensa de proyección de la película se ocupa solamente de sus manos entrelazadas y nerviosas. Unas manos de cuatro por ocho metros de angustia. Es la hipérbole de la angustia. Es el momento del horror y de la piedad2. Al identificarse con el protagonista, los espectadores sienten que aquello les puede suceder en algún momento de su vida, por lo cual despierta en ellos conmiseración. Precisamente la tercera característica de la compasión mencionada por Aristóteles en la Retórica es: “compadecemos a quienes se nos parecen en edad, costumbres, estado, rango o linaje, pues en todos estos casos se acentúa la impresión de que lo que les pasa podría sucedernos a nosotros” (1386a). De hecho con la pintura debe ocurrir algo similar, tal y como lo afirma Da Vinci en su Tratado de Hablando justamente de la tragedia, Hume menciona el recurso de la exageración como una forma de atraer al público: “los mentirosos siempre exageran en sus narraciones toda clase de peligros, penas, desastres, enfermedades, muertes, asesinatos y crueldades; y lo mismo hacen con la alegría, la belleza, el regocijo y la magnificencia. Se trata de un recurso ridículo que ellos tienen para complacer a sus contertulios, fijar su atención, e interesarles en estas fantásticas narraciones, por medio de las pasiones y las emociones que excitan” (Hume, La norma del gusto, 68). Quienes hayan visto la película de Bigas Luna La camarera del Titanic o leído Las aventuras del Barón de Munchausen entenderán este recurso. Los oyentes, como los lectores, no se detienen a considerar si lo narrado es verdad o no. Les basta la emoción del relato, el deseo de estar allí, o de no haber estado, la posibilidad que les da el “mentiroso” de imaginar hazañas de personajes que bien podrían ser ellos. 2 Abril-Mayo 2015 ISSN: 2007-7483 ©2015 Derechos Reservados www.revistadestiempos.com 172 Revista destiempos N°44 pintura: Si la pintura narrativa representa terror, miedo, evasión, pena y lamento, o placer, alegría, risa o cosas similares, las mentes de aquellos que las observan deben conmoverse del mismo modo que lo harían si se encontraran en una situación idéntica a la representada en la pintura. (Tratado, no. 267). Ahora bien, será necesario diferenciar el arte como medio a través del cual el artista expresa su propio dolor y no busca nada más allá que descargar o exorcizar su sufrimiento a modo de terapia, y el arte como medio a través del cual el artista pretende asaltar “la sensibilidad de los espectadores” (Sontag, Ante el dolor de los demás, 56) con el claro propósito de provocar ese momento de horror y compasión del que habla Aristóteles y que Hume retoma en su ensayo Sobre la tragedia: Todo el corazón del poeta está dedicado a despertar y mantener la compasión e indignación, la ansiedad y el resentimiento del auditorio. La complacencia de éste es proporcional a su aflicción, y nunca son tan felices como cuando lloran, sollozan y gritan para dar rienda suelta a su pesar y liberar sus corazones, henchidos de la condolencia y la compasión más delicadas (66). Pocas veces estas dos formas se encuentran completamente separadas. Aunque por ahora nos interesa enfatizar en el segundo caso, rápidamente podemos pensar en artistas como Frida Kahlo para ilustrar el primer caso o en el famoso periodo azul de Picasso cuyo nombre proviene del color que domina en sus pinturas y que tiene origen en el suicidio de su amigo Carlos Casagemas, que le causó un hondo dolor. En una línea más difusa, encontramos la experiencia de escritores como Levi, Améry, Bettelheim y Semprún, quienes narraron su experiencia en los campos de concentración. Especialmente para Levi la escritura se convirtió en la manera de Abril-Mayo 2015 ISSN: 2007-7483 ©2015 Derechos Reservados www.revistadestiempos.com 173 Revista destiempos N°44 seguir viviendo con el recuerdo de lo vivido, descargar el peso del dolor: “Mi modo personal de convivir con la memoria ha sido este: exorcizarla, si se quiere, escribiendo. Ha sido un instinto. En cuanto volví a casa, a esta casa, sentí una necesidad intensa de contar y de escribir, que fue saludable, porque me liberó de la pesadilla. Porque era una pesadilla” (Levi, Entrevistas y conversaciones, 206). La escritura en este caso, y el arte en general, es una forma de hacer real (aunque sea una “copia” de la realidad), aquello que para muchos no es más que un mal sueño, una película: Es curioso que esa misma idea («aunque lo contásemos, no nos creerían») aflorara, en forma de sueño nocturno, de la desesperación de los prisioneros. Casi todos los liberados, de viva voz o en sus memorias escritas, recuerdan un sueño recurrente que los acosaba durante las noches de prisión y que, aunque variara en los detalles, era en esencia el mismo: haber vuelto a casa, estar contando con apasionamiento y alivio los sufrimientos pasados a una persona querida, y no ser creídos, ni siquiera escuchados. En la variante más típica (y más cruel), el interlocutor se daba vuelta y se alejaba en silencio (Levi, Los hundidos y los salvados: 11). Susan Sontag llama la atención sobre la reacción de muchas personas tras el atentado del 11 de septiembre: lo calificaron de “irreal”, “surrealista”, “como en una película”, “fue como un sueño”. Algo se vuelve real cuando es representado ya sea a través de fotografías, palabras o pinturas. Escribir, pintar, narrar o fotografiar siguen siendo formas válidas y eficaces de romper con la incredulidad de los interlocutores, los espectadores y la sociedad misma. Se ha cuestionado en reiteradas ocasiones que la tormenta de imágenes, que los espectadores consumen a diario, terminan por adormecer nuestra sensibilidad y capacidad de respuesta. Todo este espectáculo Abril-Mayo 2015 ISSN: 2007-7483 ©2015 Derechos Reservados www.revistadestiempos.com 174 Revista destiempos N°44 de imágenes puede crear la sensación de que la realidad ha desaparecido y que las atrocidades que se nos muestran no son más que un mero espectáculo; de hecho, esta fue la tesis de Sontag en Sobre la fotografía (1974). Después de casi 30 años se retracta de tal idea y afirma que las personas pueden distinguir perfectamente entre la realidad y el espectáculo. A pesar de la adicción a consumir imágenes, permanece la posibilidad de tomar distancia frente al horror. Lo verdaderamente importante es la compasión sincera del espectador cuya mirada lo convierte en testigo de estos crímenes. Este es el primer paso para actuar contra ellos, “es la pasividad la que embota los sentimientos” (Sontag, Ante el dolor de los demás, 118) 3. En esta misma dirección Hume había advertido, siguiendo las reflexiones del abate Dubos sobre poesía y pintura, que en general no hay nada tan desagradable para la mente como el lánguido y desmayado estado de indolencia en el que se cae al eliminar toda pasión y ocupación (…) No importa cuál sea la pasión: aun cuando sea desagradable, acongojante, melancólica, desordenada, es en todo caso mejor que esa insípida languidez que surge de la perfecta tranquilidad y reposo (Hume, La norma del gusto y otros ensayos, 67). Distintas interpretaciones han surgido de la famosa frase de Adorno “Escribir un poema después de Awschwitz es un acto de barbarie”, una de ellas, tal vez la más recurrente, es que el horror del Holocausto no puede ser maquillado a través del arte; otra interpretación hace alusión a los límites del arte frente a la crueldad humana: ninguna obra de arte podrá jamás representarla realmente. Ciertamente los alcances del arte son 3 Frente al cuestionamiento de la imágenes violentas a las que los medios (la violencia misma) nos enfrentan diariamente, Doris Salcedo afirma que “la función del arte es oponer unas imágenes a esas imágenes, y en esa medida crear una balance a la barbarie”. Entrevista realizada en abril de 2013 por Rocío Londoño para Razón Pública y Corporación Post Office Cowboys. Ver en: https://www.youtube.com/watch?v=q88Oq3p9iOQ Abril-Mayo 2015 ISSN: 2007-7483 ©2015 Derechos Reservados www.revistadestiempos.com 175 Revista destiempos N°44 limitados y su propósito quizá sea más modestamente el que motivó a Elie Wiesel: “dar testimonio para el futuro contra la muerte y el olvido, con cualquier medio de expresión” (One generation after, 53). De ahí que nos pareciera importante revisar aquella idea tan muy difundida de que reiteración de imágenes violentas nos hastían y paralizan. Aquello puede ser cierto según sea la intención de quienes las producen y reproducen, pero como afirma Butler: “(…) si los medios no reproducen esas imágenes, si esas vidas permanecen innombrables y sin lamentar, si no aparecen en su precariedad y en su destrucción, no seremos conmovidos. Nunca recuperaremos ese sentido de la indignación moral por el Otro, en nombre del Otro” (Butler, Vida precaria, 187). El gesto de la escritora mexicana Elena Poniatowska frente a la desaparición de los 43 estudiantes en septiembre de 2014 es especialmente valioso en este sentido. En su discurso en el Zócalo leyó 43 perfiles, uno por cada desaparecido. A la pregunta de por qué lo hizo respondió: “Porque cuando se dicen y repiten muchos nombres, el resultado es una ensalada. Y resulta que cada uno de los desaparecidos tiene una particularidad. Aquel tenía una cicatriz, otro tenía el pelo chino, a otro le gustaba comer muchas galletas, a este escuchar grupos de rock, otro más tocaba la guitarra. Todo eso es muy importante porque nos los acerca. Todo esto hay que recordarlo, porque son parte de nosotros. Es como si fueran nuestros hijos”4. Recordémoslo una vez más: no son las imágenes las que nos vuelven insensibles, sino “la insípida languidez que surge de la perfecta tranquilidad y reposo” (Hume, La norma del gusto y otros ensayos, 67). Esto nos lleva a la segunda manera de concebir el arte: aquel en el que el artista busca conmover, “sacudir, indignar, herir al espectador” 4 Ver entrevista en Revista Semana, 8 de noviembre de 2014. Abril-Mayo 2015 ISSN: 2007-7483 ©2015 Derechos Reservados www.revistadestiempos.com 176 Revista destiempos N°44 (Sontag, Ante el dolor de los demás, 56) y en este sentido, el arte obedece no solo a la necesidad interior (personal) de narrar (contar, pintar) lo vivido, sino también a una exigencia ética, un mensaje pedagógico orientado a despertar conciencias y evitar su repetición; se trata del arte como memoria. Mucho se ha reflexionado en la teoría del arte sobre un cuadro de Jan Van Eyck llamado El matrimonio de los Arnolfini (1434). En este cuadro el pintor retrata un evento sucedido, con toda probabilidad, en 1434. El comerciante, hombre de negocios, Giovanni Arnolfini desposa a Jeanne de Chenany. La excepcionalidad del evento, un matrimonio, es retratada en un espacio cuya cotidianidad y carácter mundano es captado con esmero: un perro acompaña a la pareja, unos zapatos de entrecasa se ven en una Abril-Mayo 2015 ISSN: 2007-7483 ©2015 Derechos Reservados www.revistadestiempos.com 177 Revista destiempos N°44 esquina del cuadro, en el resquicio de la ventana hay una fruta, otros zapatos pueden verse al pie de la cama, hay una lámpara, y cortinas, algún objeto colgado en la pared y un espejo. Como si se tratase de una fotografía, casi cuatrocientos años antes de su invención, este cuadro no quiere dejar dudas sobre su verosimilitud y realismo. Lo que vemos es un instante de realidad. En el espejo, si se observa cuidadosamente, están retratados dos hombres. Uno de ellos, es quizás el pintor. Si leemos una inscripción escrita encima del espejo, podemos pensar que con toda probabilidad uno de los hombres sea el artista. La inscripción traduce: “Jan Van Eyck estuvo aquí”. ¿Se trata entonces, más que de una obra de arte, de una suerte de registro notarial de un evento público? ¿El otro hombre es testigo del evento y así da fe de que en verdad sucedió y así es entonces este evento real y válido y oficial?5 El arte es, pues, testimonio de la realidad y un documento de ésta. Los desastres de la guerra (1810-1815) de Goya es probablemente el mejor ejemplo de esta afirmación. En los 82 grabados se muestra no solo el crimen de la guerra de independencia de España, sino también al observador de ese crimen: al poner los pies en sus grabados (“Yo lo ví”, “Así sucedió”, “No se puede mirar”, “¡Esto es lo peor!”, “¡Qué locura!”), Goya no se limita a transmitir el horror de la guerra, sino también a opinar sobre lo que no debería existir; estos pies a los grabados le dan el carácter de documentos. Que sean documentos significa que cuando menos deben evocar el dolor y el horror de lo que allí ocurrió: Que las atrocidades perpetradas por los soldados franceses en España no hayan sucedido exactamente como se muestra –digamos que la víctima no quedara exactamente El arte ha sido siempre un testimonio de la realidad. Desde las primeras representaciones de las que hay conocimiento en la historia del ser humano, los dibujos hechos en las cuevas de Altamira, el arte ha sido testimonio y el artista testigo de eventos que podemos ahora dar como reales. 5 Abril-Mayo 2015 ISSN: 2007-7483 ©2015 Derechos Reservados www.revistadestiempos.com 178 Revista destiempos N°44 así, que no ocurriera junto a un árbol– no desacredita en absoluto Los desastres de la guerra. Las imágenes de Goya son una síntesis. Su pretensión: sucedieron cosas como éstas (Sontag, Ante el dolor de los demás, 58). Lo que suponemos que Goya esperaba del espectador ante la representación de los cuerpos desnudos, heridos y mutilados, de los cadáveres amontonados en la tierra y el asesino observando con satisfacción (tal y como se representa en el grabado que hace parte de la portada del libro de Sontag) es horror, compasión, temor y angustia. Es como si nos advirtiera que ya no podemos permanecer al margen, no podemos callar frente a la barbarie de la guerra. Las imágenes no están dirigidas a los franceses ni a los españoles; el dolor y el horror trasciende este acontecimiento. En 1480 El Bosco ya advertía sobre la insensatez del mal (de los pecados) en su obra La mesa de los pecados capitales. No se limitó a pintar cada uno de los siete pecados, sino que también dejó su opinión en el pie de cada uno. El pecado universal de la ira es representado por dos campesinos borrachos frente a una posada. Uno empuña una especie de sable y el otro, con una mesa en la cabeza, un cuchillo; una mujer, posiblemente la posadera, intenta separarlos. Las inscripciones se refieren al capítulo 32 del Deuteronomio: "Esa gente ha perdido el juicio y carece de inteligencia: si fuesen sensatos entenderían la suerte que les espera" y "Esconderé de ellos mi rostro y consideraré sus postrimerías". Abril-Mayo 2015 ISSN: 2007-7483 ©2015 Derechos Reservados www.revistadestiempos.com 179 Revista destiempos N°44 ¿Cuál es el propósito de representar la ira y el sufrimiento? La ira ha sido un motivo recurrente en el arte, “los sufrimientos que más a menudo se consideran dignos de representación son los que se entienden como resultado de la ira, humana o divina (…) La iconografía del sufrimiento es de antiguo linaje” (Sontag, 2004: 51). Es amplio el repertorio de las crueldades suscitadas por la ira provenientes de la antigüedad clásica y representadas especialmente durante el Renacimiento (Desollamiento de Marsias de Tiziano, 1575; Prometeo de Rubens,1611; o el de van Baburen en el que no representa el conocido y cruel episodio de un águila devorándole el hígado, sino a Vulcano encadenándolo, 1623; el rostro de dolor de Prometeo aquí no es menos dramático, El dragón devora a los compañeros de Cadamo ,1588; Salomé con la cabeza de Juan el Bautista de Caravaggio, 1609; La decapitación de Holofernes por Judith de Artemisia Gentileschi,1620; Las tentaciones de San Antonio de Grünewald, 1516). Los grabados de Goya, así como la brutal belleza del cuadro de Artemisia, nos impresionan de tal forma que resulta difícil apartar la mirada de ellos. “No todas las reacciones a estas imágenes están supervisadas por la razón y la conciencia. La mayor parte de las representaciones de cuerpos atormentados y mutilados incitan, en efecto, interés lascivo” (Sontag, Ante el dolor de los demás, 111). Los grabados de Goya pueden estremecernos, pero también fascinarnos; herirnos y atraernos. Esta Abril-Mayo 2015 ISSN: 2007-7483 ©2015 Derechos Reservados www.revistadestiempos.com 180 Revista destiempos N°44 sensación culposa ante el deseo natural de ver la degradación y el dolor la describe Platón en la República para mostrar que la impulsividad y el apetito constituyen dos partes distintas del alma. Sócrates narra la historia de Leoncio quien, apremiado por su deseo de mirar unos cadáveres, inicia una batalla consigo mismo por la indignación que le producen las ganas de mirar y, finalmente vencido por el apetito, cede encolerizado a la tentación: Subía del Pireo por la parte exterior de la muralla norte cuando advirtió tres cadáveres que estaban echados por tierra al lado del verdugo. Comenzó entonces a sentir deseos de verlos, pero al mismo tiempo le repugnaba y se retraía; y así estuvo luchando y cubriéndose el rostro hasta que, vencido de su apetencia, abrió enteramente los ojos y, corriendo hacia los muertos, dijo: ¡Ahí los tenéis, malditos, saciaos del hermoso espectáculo! (Platón, La República, IV 439e-440a) Lo que la razón dicta, de acuerdo con Platón, es no mirar, pues no se trata de una imagen noble sino, justamente, vergonzosa. Mirar el dolor, el sufrimiento, la muerte es de mal gusto, es un instinto que no nos hace dignos ni racionales. ¿Por qué entonces el valor de fotografías como la de Robert Capa Muerte de un miliciano o la de Cong Ut de los niños corriendo tras el ataque norteamericano con napalm? ¿Por qué la insistencia, casi acoso, de Virginia Woolf a su interlocutor por el sentido de las fotografías brutales de la guerra civil española? La respuesta nos la da la misma Woolf: Estas fotografías no son un argumento; son sencillamente, una cruda exposición de hechos dirigida a los ojos. Pero el ojo está conectado con el cerebro; el cerebro con el sistema nervioso. Ese sistema envía sus mensajes como relámpagos a través de todos los recuerdos del pasado y sensaciones del presente. Cuando miramos esas fotografías ocurre cierta fusión dentro de nosotros; por diferentes que sean nuestra educación, las tradiciones que hay detrás Abril-Mayo 2015 ISSN: 2007-7483 ©2015 Derechos Reservados www.revistadestiempos.com 181 Revista destiempos N°44 de nosotros, nuestras sensaciones son las mismas; y son violentas (Woolf, Tres guineas, 18). Virginia Woolf, como Susan Sontag, está convencida de que la conmoción provocada por las imágenes de destrucción permite discutir sobre la posibilidad de evitar la guerra. Estas imágenes “no pueden sino unir a la gente de buena voluntad” (Sontag, Ante el dolor de los demás, 14). Tenemos, pues, el valor ético de la imagen o de la obra de arte, por un lado, y por otro, su valor pedagógico en tanto testimonio (memoria), tal y como lo señala Sánchez (Tiempo de memoria, tiempo de víctimas). Estos tres elementos (ética, pedagogía y memoria) se encuentran muchas veces integrados en la obra de Beatriz González cuyo trabajo se basa en imágenes y noticias que aparecen en los periódicos. Pásenlos a la otra orilla (2002), por ejemplo, se refiriere a la orden de Romaña de asesinar a los indigenistas; Yo les dije que no fueran (2003) son las palabras del abuelo de los jóvenes que fueron a acampar en el Macizo Colombiano y allí fueron asesinados. Su obra Quiero intensificar el dolor tiene como propósito hacer de aquello que la prensa registra algo más perenne, justamente respondiendo a la ya mencionada crítica al bombardeo de imágenes y textos de los medios de comunicación que convierten estos hechos en algo cotidiano. La prensa es temporal y la labor de algunos artistas como Beatriz González es no permitir que se olviden la muerte y el dolor. Esta es también la opinión de Fernando Botero frente a la pregunta por sus pinturas sobre Abu Ghraib: “No creo que la tarea del arte sea simplemente recrear las imágenes. El arte tiene la capacidad de hacernos recordar algo por mucho tiempo. Cuando los periódicos dejan de hablar y Abril-Mayo 2015 ISSN: 2007-7483 ©2015 Derechos Reservados www.revistadestiempos.com 182 Revista destiempos N°44 la gente deja de hablar, el arte queda. Hay tantos acontecimientos históricos que se conocen por el arte”6. Doris Salcedo ha sido la artista colombiana que probablemente ha establecido de manera más intencional la relación afectiva entre el espectador y la víctima representada en la obra de arte: Indiscutiblemente lo que el arte si puede hacer es crear esa relación afectiva y puede transmitir, en alguna medida, la experiencia de la víctima. Es como si la vida destrozada de la víctima que se truncó en el momento del asesinato, en alguna medida se pudiera continuar en la experiencia del espectador. En el momento que el espectador le da a la obra un momento de contemplación silenciosa, en ese momento, solamente en ese momento, ocurre la relación afectiva7. La serie sobre Abu Ghraib, los 82 grabados de Goya sobre la guerra de independencia, el trabajo de Beatriz González y de Doris Salcedo sobre la violencia en Colombia son una especie de catálogo de memorias que recogen la indignación captada por los artistas como salvaguardia frente a la confusión y el olvido. Ellos tienen la necesidad imperiosa de testificar y ahí está su compromiso. ¿Cuál es la responsabilidad de nosotros como espectadores? Sin duda mirar, y más que mirar reflexionar sobre las imágenes, comprender e interpretar; condolerse, imaginar, repudiar, imponerse la tarea de imaginar el horror y, sobre todo (…) permitir que las imágenes atroces nos persigan. Aunque sólo se trate de muestras y no consigan apenas abarcar la mayor parte de la realidad a que se refieren, cumplen no obstante una función esencial. Las imágenes dicen: Esto es lo que los seres humanos se atreven a hacer, y quizá se ofrezcan a hacer, con entusiasmo, convencidos de que Entrevista en: http://revcom.us/a/079/botero-es.html Entrevista realizada en abril de 2013 por Rocío Londoño para Razón Pública y Corporación Post Office Cowboys. Ver en: https://www.youtube.com/watch?v=q88Oq3p9iOQ 6 7 Abril-Mayo 2015 ISSN: 2007-7483 ©2015 Derechos Reservados www.revistadestiempos.com 183 Revista destiempos N°44 están en lo justo. No lo olvides (Sontag, Ante el dolor de los demás, 133). BIBLIOGRAFÍA ARISTÓTELES, Poética, Monte Ávila: Caracas, 1991. ________, Retórica, Gredos: Madrid: 1999. BUTLER, JUDITH, Vida precaria, Argentina: Paidós, 2006. DA VINCI, LEONARDO. Tratado de pintura, Akal: Madrid, 2007. GREENE, MAXINE, Liberar la imaginación. 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