El sentido inconciente de la ceguera de Edipo Dr. Luis F. BARBERO Dra. María Susana PEDERNERA “El que no tiene temor ante los hechos, tampoco tiene miedo a la palabra”. (Sófocles, s.f.) Garma (1979) escribe que en la saga de Edipo los padres fantaseados y los reales son reyes y pertenecen al mismo nivel social. Sin embargo, en un comienzo del desarrollo de la novela familiar Edipo dice tener padres de nivel social inferior, que son esclavos, y padres fantaseados de alta alcurnia. En efecto, cuando Edipo se encuentra con el pastor corintiano que le refiere que lo recibió de otro pastor y que luego lo entregó a los reyes de Corinto, Edipo comenzó a fantasear con que podría ser hijo de este otro pastor que era un esclavo. La primera familia, la que abandonó al niño, es la familia inventada y la segunda, la que lo recibió y ayudó a crecer es la familia real. Dado que Edipo fue recibido y pasó su infancia con Pólibo y Mérope, reyes de Corinto, debemos deducir que éstos fueron sus verdaderos padres y no los reyes de Tebas Layo y Yocasta. Como sabemos, el complejo así formado está destinado a su represión, pero sigue ejerciendo desde lo inconciente un efecto grandioso y duradero; y estamos autorizados a formular que con sus ramificaciones constituye el complejo nuclear de toda neurosis (Freud, 1910h). Siguiendo este tipo de razonamientos y teniendo en cuenta que la narración de los sucesos de Edipo constituye una serie de fantasías, se puede interpretar que su parricidio e incesto fueron actos más inocentes, que valoró de un modo tan terrible por su intenso sometimiento superyoico proveniente de la mala elaboración de sus primeras vivencias infantiles que actuaron en él de un modo destructivo (Garma, 1979). Porque aún en el caso de haber matado a Layo y haberse casado con Yocasta, Edipo no fue parricida ni incestuoso. Según Fairbairn (1940) la dependencia madura se adquiere de modo gradual, a partir del vínculo con la madre como objeto primario y culmina con el logro de la relación con el objeto externo. En ese transcurso el objeto primario se disocia, por la emergencia de la ambivalencia, en un objeto aceptado donde se deposita el amor y un objeto rechazado vinculado con el odio; ambos objetos forman parte del mundo interno del sujeto. También surgen las técnicas defensivas que se implementan para mantener alejado al objeto rechazante, que se caracterizan por su expulsión y el aferramiento simultáneo del objeto aceptado. Es por eso que el complejo de Edipo no implica una triada objetal, sino que es un intento de poder enfrentar las situaciones derivadas de la ambivalencia, donde un progenitor es el depositario del objeto aceptado o amado y el otro del objeto rechazado u odiado. 1 1 Por las demandas del conflicto edípico la figura de ambos padres es disociada, aunque reúna defensivamente Además el deseo incestuoso representa el robo del amor que no se otorga libremente porque el sujeto, que permanece en la dependencia infantil, siente que es rechazado porque es malo. Su incapacidad de renunciar sin desconfianza a esta dependencia, que se expresa en la esperanza de obtener satisfacción de sus necesidades emocionales por parte del objeto necesitado y tentador, lo lleva a experimentar la frustración de ser amado y que su amor no sea aceptado. Además el abandono progresivo de la dependencia infantil implica la angustia por el temor al aislamiento, junto al temor de quedar aprisionado por la demanda que lleva a la identificación primaria (Fairbairn, 1944). Las vivencias infantiles a las que nos referimos son, primordialmente, la vivencia de desamparo y el sentimiento de abandono. Es por eso que entendemos que la interpretación de los aspectos parricidas e incestuosos permanecen demasiado en el contenido manifiesto y, siguiendo a Garma no ir más allá de esta situación obstaculizan la capacidad terapéutica porque lleva a interpretaciones culpígenas que desconocen el alcance de la trascendencia de los sometimientos de los individuos a sus objetos internos y a las defensas puestas de manifiesto en dichos vínculos. Continuemos con el relato de Sófocles en la búsqueda de mayor comprensión. En el tramo final de su drama Edipo «gritando de horrible modo, como si alguien le guiara, se lanzó contra las puertas dobles y, combándolas, abate desde los puntos de apoyo los cerrojos y se precipita en la habitación en la que contemplamos a la mujer colgada, suspendida del cuello por retorcidos lazos. Cuando él la ve, el infeliz, lanzando un espantoso alarido, afloja el nudo corredizo que la sostenía. Una vez que estuvo tendida, la infortunada, en tierra, fue terrible de ver lo que siguió: arrancó los dorados broches de su vestido con los que se adornaba y, alzándolos, se golpeó con ellos las cuencas de los ojos, al tiempo que decía cosas como éstas: que no le verían a él, ni los males que había padecido, ni los horrores que había cometido, sino que estarían en la oscuridad el resto del tiempo para no ver a los que no debía y no conocer a los que deseaba». La tragedia estalla por culpa de los dos y al perforarse los ojos con un broche de Yocasta simbolizaría que ella, en tanto representante materno, también impone la renuncia a ser vista como objeto de las tendencias sexuales, renuncia que denominamos represión. Como dijimos, más allá del aserto, esta interpretación habitual de la leyenda de Edipo, considerándolo como incestuoso y parricida, no nos permite seguir profundizando en la búsqueda del sentido de la ceguera. Podemos interpretar que el incesto es el intento de “resolver” la vivencia temprana de temor al abandono y la matanza del progenitor del sexo opuesto la de “tramitar”, por medio del desplazamiento, la evitación del desamparo. Sin embargo, a pesar de la novedad que Garma nos muestra, no queda claro por qué Edipo elige cegarse como forma de castigo. Para adentrarnos en su comprensión debemos tener en cuenta que más allá de que la sabiduría popular nos enseña que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”, la ceguera en sí misma también posee un significado desde la teoría psicoanalítica, al que necesitamos acceder. los aspectos de ambos progenitores en un solo objeto rechazado o aceptado. Es la presencia de nuestro aparato psíquico quien permite la observación y experiencia en todas las ciencias. Pero cuando el objeto de estudio es dicho aparato, las analogías cesan, las lagunas dentro del psiquismo son llenadas con inferencias evidentes y todo es traducido al material conciente y se establecen series complementarias de los psíquico inconciente en la conciencia. Este estado, el ser conciente, es pasajero. Algunos procesos psíquicos devienen con facilidad mientras que otros no tanto; a estos últimos se los debe inferir, comprender y traducir a expresiones concientes y, por ello, se los conoce como “lo inconciente genuino”. A través de los sentimientos, que poseen un influjo más imperioso que las percepciones del mundo externo, llegan las noticias a la conciencia de nuestro cuerpo; percepciones que dan cuenta que, para el psiquismo, el propio cuerpo también pertenece al mundo externo. Sin embargo muchos adoptan el supuesto que la conciencia es, en sí misma, lo psíquico y se encargan de distinguir a las percepciones, sentimientos, procesos cognitivos y actos de voluntad, dentro de la fenomenología de la psique (Freud, 1940a-1938). Es por eso que Freud (1915e) advierte que «Así como Kant nos alertó a que no juzgásemos a la percepción como idéntica a lo percibido incognoscible, descuidando el conocimiento subjetivo de ella, así el psicoanálisis nos advierte que no hemos de sustituir el proceso psíquico inconciente, que es el objeto de la conciencia, por la percepción que éste hace de él. Como lo físico, tampoco lo psíquico es necesariamente en la realidad según se nos aparece. No obstante nos dispondremos satisfechos a experimentar que la enmienda de la percepción interior no ofrece dificultades tan grandes como la percepción exterior, y que el objeto interior es menos incognoscible que el mundo exterior» (pág. 167) Sobre el final de su vida Freud escribió la “segunda hipótesis fundamental del psicoanálisis” donde “físico” y “psíquico” adquieren una nueva expresión, el carácter de metáfora acerca de la observación de la realidad. Nos dice que «… los fenómenos que nosotros elaborábamos no pertenecen sólo a la psicología: tienen también un lado orgánicobiológico» (Freud, 1940a [1938]; p. 197). Además, declara: «… esos procesos concomitantes presuntamente somáticos son lo psíquico genuino, y para hacerlo prescinde al comienzo de la cualidad de la conciencia» (ibíd., p. 156). Con ella la dualidad entre cuerpo y alma desaparecen para ser expresiones de lo inconciente en la conciencia. Vale decir, que desaparece la ilusoria pared medianera que el paralelismo psicofísico trató de mantener como lo destaca Konrad Lorenz (1973) y, a partir de su enunciación, cuerpo y alma dejan de ser dos mundos que siguen sus cursos en forma de rieles paralelos e independientes, sin encontrarse jamás. Estos desarrollos nos muestran que no son más existentes que las están allí en el mundo, sino representaciones que están en cada sujeto. En otras palabras, es llegar a comprender que se trata de teorías, de mapas que construimos en nuestra conciencia a partir de tomar noticia de los significados con los cuales conformamos aquellos otros mapas que, consensualmente, denominamos nuestro mundo circundante. En un trabajo anterior (Barbero, Pedernera, 2013) sostuvimos que en las primeras publicaciones de su obra Freud se refiere a la “impotencia”2 desde el ejercicio de la sexualidad genital, que expresa la imposibilidad de llevar a cabo el acto motor acorde a fines. Esta impotencia adquiere su primera expresión en cada vida individual, a través del desvalimiento infantil que genera la dificultad de cambiar algo de las circunstancias. Y, de no mediar la presencia del objeto auxiliar para la cancelación de la necesidad, se incrementa la frustración. La incapacidad del lactante de suprimir por sí mismo la excitación endógena como el hambre o la sed implica una impotencia que es psíquica y este estado, que se lo llama “desamparo”3, tiene un efecto muy deprimente sobre el sentimiento de sí (1950a [1895];1900a [1899}; 1911b; 1914c; 1926d [1925]). El “apego”4 es una conducta de acercamiento que se inicia con el “contacto” visual del niño con su madre y puede culminar, en su evento más extremo, en un aferrarse “con uñas y dientes” hacia esa persona de modo central y algunas más subsidiarias, que se pone de manifiesto entre las 4 y 8 semanas de vida (Bowlby, 1973). El temor de ser “abandonado”5, como expresión de la incapacidad de luchar por la vida o perder los suministros necesarios, proviene de las amenazas infligidas para lograr consentimiento y obediencia a las directivas maternas. Su obediencia o desobediencia son equivalentes a vivir o morir, y su fundamento es lograr la inhibición de la autonomía del yo y la separación consecuente. Este “sentimiento de abandono” es una experiencia intrapsíquica, que puede o no coincidir con un abandono realmente acaecido en la vida de una persona. Surge por la quita de la aprobación materna y, ante la amenaza de individuación y separación, el hijo experimenta impotencia; esta pasividad, que sume al yo la falta de apoyo materno, es vivenciada por el niño como desamparo. Este estado provee el prototipo de lo que es una situación traumática, en la que el sujeto es incapaz de dominar las excitaciones (Barbero, Pedernera, 2013). Con estas ideas “en la mano” volvamos a la saga. Edipo dice: «si hubiera un medio de cerrar la fuente de audición de mis oídos, no hubiera vacilado en obstruir mi infortunado cuerpo para estar ciego y sordo. Que el pensamiento quede apartado de las desgracias es grato». Ante tamaña arrogancia, Creonte le responde «No quieras vencer en todo, cuando, incluso aquello en lo que triunfaste, no te ha aprovechado en la vida». Entendemos que mediante la ceguera nuestro desamparado héroe no sólo deja de “ver” su realidad circundante. Si se considera, en efecto, que un objeto ha podido venir a apaciguar el estado de tensión ligado a la impotencia primitiva, la imagen de este objeto no 2 Impotencia (Del lat. impotentĭa). Falta de poder para hacer algo. Incapacidad de engendrar o concebir. Imposibilidad en el varón para realizar el coito. (Alude a la falta de poder e incapacidad) (Gómez de Silva, 1985). Alemán hilflosigkeit, inglés helplessness. 3 Desamparar: abandonar, dejar sin amparo o protección: de des- “hacer lo contrario de” (véase des-, dis-) + amparar “proteger” véase amparar, ante, parar) (Rae, 2001). Amparar: “proteger, (amparo, protección), latín vulgar antepare: proteger), el latín ante “ante + parare “preparar” (Gómez de Silva, 1985). 4 Apego: “afición hacia alguien o algo” (Rae, 2001) 5 Abandonar: dejar, desamparar (abandono, desamparo, renuncia), francés antiguo a bandon “en abandono” (de alguien) + español –ar, terminación de infinitivo. El francés antiguo “a, en” se deriva del latín ad “a, hacia”; el francés antiguo bandon “poder”, de han “jurisdicción, poder” del franco han “jurisdicción; proclamación”, del germánico banwan “proclamar” (Gómez de Silva, 1985). dejará de ser buscada, inclusive “en forma alucinatoria”. Así Edipo buscaría retener la imagen de su “madre” Yocasta como última representación visual, con la intención, omnipotente, de controlar mágicamente al objeto apaciguador perdido guardándolo en su retina. Como si tratara de mantener el estímulo ideal incólume, “saliéndose con la suya”. Como si no estuviera dispuesto a llevar a cabo la renuncia y el duelo correspondiente. Como si tratara de evitar que le “quiten” la escena que intenta retener mágicamente. Con este intento ilusorio de que “el pensamiento quede apartado de las desgracias”, evita hacer conciente el abandono acaecido. A través de su actitud melancólica y mediante un castigo fallido que lo redima de la culpa frente al desamparo, mantiene maníacamente vigente la actitud omnipotente que encubre su incapacidad de tolerar el abandono y se hace acompañar al destierro voluntario por su hija Antígona que actúa como lazarillo. Es por eso que con el castigo infligido intenta ocultar su impotencia, y llorado su miseria al mundo perdura en su irresponsabilidad, disimulando con el acompañamiento del objeto auxiliador el triunfo de sentirse unido a la imagen añorada que lleva en su retina para que lo conforte en su soledad. Bibliografía Barbero, L. y Pedernera, M.S. (2013) “Acerca de las aferencias afectivas”. XXVIII Congreso Argentino de Psiquiatría de APSA. Mar del Plata, Argentina. 2013. Bowlby, J. (1973) La separación afectiva. Paidós. Buenos Aires, 1976. Fairbairn, W.D. (1940) “Revisión de la psicopatología de las psicosis y psiconeurosis”. Estudio psicoanalítico de la personalidad. Ediciones Hormé. Buenos Aires, 1978. Fairbairn, W.D. (1944) “Las estructuras endopsíquicas consideradas en términos de relaciones de objeto”. Estudio psicoanalítico de la personalidad. Ediciones Hormé. Buenos Aires, 1978. Freud, S. (1895d) Estudios sobre la histeria, en Sigmund Freud Obras Completas. Tomo II. Amorrortu Editores. 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