Dios comunica salvación “Todo el misterio de la Creación y la Redención es un gran acto de comunicación de Dios”. Cardenal Martini 1.- Y dijo Dios… Desde el principio de la Biblia, Dios aparece como el Dios del diálogo, un Dios que habla. El autor del Génesis presenta a Dios que, por su palabra, crea (Gn 1, 3-28). “Y dijo Dios…”, y así van tomando realidad los elementos de la Creación. La Palabra de Dios llama a la existencia, es completamente eficaz, pues al pronunciarse crea, decirse, es hacerse realidad. Los dos primeros capítulos del Génesis son un constante hablar por parte de Dios. Dios, al principio está atareado en crear, esto es, en hablar, en decir. Y es que en el principio, fue la Palabra., como recuerda el evangelio de Juan. “Al principio ya existía la Palabra, la Palabra se dirigía a Dios y la Palabra era Dios: ella al principio se dirigía a Dios. Mediante ella se hizo todo; sin ella no se hizo nada de lo hecho” (Jn 1, 1-3). Una Palabra eficaz, creadora, que llama a la vida y que busca al otro para entablar un diálogo. Como dice San Juan, “Ella contenía vida, y esa vida era la luz del hombre; esa luz brilla en las tinieblas” (Jn 1, 4). La Biblia es la historia del diálogo de Dios con el hombre, con el pueblo. Una historia que tiene sus momentos de crisis, de ruptura, de reconstrucción, de desarrollo de ese diálogo. Podemos mirar la Historia de la Salvación como la historia de esa conversación, ese hablarse entre Dios y el ser humano. Y es esta característica, esta capacidad de entrar en diálogo, lo que hace al hombre único ser en la Creación que posee esta misteriosa afinidad con el mismo Dios: la posibilidad de reciprocidad y de dialogicidad entre Dios y el Hombre. Posibilidad, que se manifiesta en la escena entrañable del Dios que “se pasea por el jardín a la hora de la brisa” (Gn 3, 8) para charlar con su amigo. Y surge uno de los primeros momentos de ruptura de ese diálogo entre Dios y el hombre. La desobediencia del hombre, provoca la crisis en esa relación especial que Dios quiere mantener con el hombre. Queda dañado ese diálogo, pero Dios seguirá ingeniándoselas para restablecer la comunicación. 2.- La Alianza como momento de la comunicación de Dios Hay un acontecimiento especial en el pueblo de Israel que lo configura como pueblo y lo señala como propiedad de Dios. Es la Alianza, el pacto que Dios establece con Israel. La Alianza podemos verla “como el principal acontecimiento comunicativo entre Dios y el hombre”, como la define el cardenal Martini. Dios ha escuchado el grito del pueblo, ha oído sus quejas y decide intervenir para llevarlos a la tierra prometida. A pesar de las infidelidades del pueblo, Dios quiere entrar en comunión con su pueblo y les ofrece la posibilidad de establecer un pacto: “si escucháis mi voz y guardáis mi alianza, entre todos los pueblos seréis mi propiedad” (Gn 19, 5). 1 Así vamos conociendo el ser de Dios; Él se va desvelando también a nosotros y se muestra como el Dios que quiere recomponer el diálogo con el hombre, y que pide reciprocidad en ese diálogo. Dios decide comunicarse al hombre estableciendo con él una alianza, Dios siempre da el primer paso, sale al encuentro del hombre en el desierto pero le pide una respuesta. La respuesta libre que da el hombre es aceptar esa propuesta de alianza, es convertirse en el pueblo de Dios; es la respuesta de la fe. La escucha atenta de los deseos de Dios convierte a los hombres en el pueblo de Dios, un pueblo que responde con la fe al Dios que le ha dirigido la palabra. ¿Y por qué ha querido Dios establecer este diálogo, hablarnos? ¿Cuál es la raíz de la voluntad de comunicación de Dios con el hombre? La respuesta hay que buscarla en la esencia misma de Dios que es el amor: “Si el Señor se enamoró de vosotros y os eligió no fue por ser vosotros más numerosos que los demás –porque sois el pueblo más pequeño-, sino por puro amor vuestro” (Dt 7, 7-8). La raíz de la comunicación de Dios es la gratuidad, el puro amor y la promesa realizada por Dios de ser fiel. Dios quiere seguir teniendo esta estrecha relación con el pueblo para ofrecerles una nueva tierra en la que poder constituirse como pueblo, viviendo según los planes de Dios. 3.- Entre Babel y Pentecostés A esa voluntad de Dios de entablar un diálogo constante con el hombre, corresponde la voluntad, libre, del hombre de mantener ese diálogo, de convertirse en interlocutor de Dios. Y cabe, en el hombre, la posibilidad de rechazar esa comunicación. Dios sigue siendo fiel, pero el hombre puede romper ese diálogo. Ruptura con el mismo Dios, por desconfianza, por miedo, por haberle desobedecido (Gn 3); ruptura con el hermano (Gn 4) y ruptura con los demás (Gn 11). En estos casos la comunicación se interrumpe, se niega al otro, no es posible el diálogo. Aún así, Dios seguirá buscando al pueblo, pues sigue siendo fiel, para seguir comunicando su salvación. Babel (Gn 11, 1-9) puede ser el icono de esa comunicación difícil, rota, que no permite el entendimiento ni entre las personas, ni entre estas y Dios. En Babel reina la confusión, el desacuerdo. En el sentido opuesto, Pentecostés (Hch 2, 1-13), después de la resurrección, es el lugar donde es posible la comunicación entre las personas, y son capaces de entenderse, tras la irrupción del Espíritu, y escuchar cada uno el mensaje de salvación. 4.- Jesús, comunicación perfecta de Dios El cúlmen de la voluntad de Dios de comunicarse amado, la Palabra hecha carne (Jn 1, 14). Él es la Jesús se ha convertido en la mejor imagen de contemplar al mismo Dios, pues en Jesús, Dios se conocer. con nosotros es Jesús, el Hijo encarnación del Verbo de Dios. Dios. Viéndole a él podemos explica, se manifiesta, se da a Dios se comunica con nosotros, enviando a su Hijo para predicar el Reino y decirnos que sigue apostando por nosotros, su pueblo. Jesús es Palabra, es contenido de la comunicación de Dios; él mismo es mensaje de salvación. Mensaje que en la cruz alcanza significado dramático de donación total, gratuita, de amor pleno de Dios, en 2 el Hijo, hacia nosotros. Es la forma que tiene Dios de comunicarse. La razón, como en la Alianza del Sinaí, es el amor, que es la esencia misma de Dios. Las palabras de Jesús, sus acciones, gestos, milagros, son formas de comunicarnos la voluntad de Dios, de revelarnos al Padre y mostrarnos el proyecto definitivo de Dios sobre el mundo, la persona, las relaciones... También la comunicación de Jesús (parábolas, discursos, gestos, milagros) exigen una respuesta libre del interlocutor. Es una comunicación que deja en libertad la decisión del otro y le respeta. También aquí, como en la Alianza, el hombre responde libremente con la fe. Jesús, la Palabra, es un paso más de ese deseo por parte de Dios de restablecer, continuar y recomponer la comunicación, el diálogo de Dios con cada uno de nosotros. Una comunicación que ha sido progresiva, histórica, en tiempos diversos, hasta llegar “a la plenitud de los tiempos”. Pero una comunicación que todavía no es plena, pues esta plenitud se dará en otro cielo, en otra tierra. Nuestra vida es un prepararnos para llegar a ese momento cúlmen de la comunicación de Dios, cuando lo veamos a Él cara a cara. Comunicación que también se realiza a través de los acontecimientos, si sabemos leerlos a la luz de la fe. En ellos también Dios se nos comunica, se nos va manifestando. Con la palabra, historia, la misma vida, en su propio Hijo, el Padre se va autocomunicando y manteniendo un diálogo personal con cada uno de nosotros. Esta comunicación de Dios es interpersonal, busca un tú, otro con quien entrar en diálogo. 5.- Diálogo con Dios En este tiempo de reflexión, de retiro, podríamos preguntarnos por ese diálogo que Dios quiere mantener con cada uno de nosotros. Nosotros hemos escuchado a Dios, le hemos respondido, hemos dicho que queremos entrar en comunicación con Él. Lo que Él tiene que decirnos nos interesa, nuestra vida tiene sentido porque le hemos escuchado y en algún momento de nuestra vida hemos llegado a la conclusión de que “sólo tú tienes palabras de vida eterna”. Nos hemos convertido en interlocutores de Dios, y hemos hecho de la escucha de su palabra, de la escucha de la Palabra, la forma de nuestra vida. Podríamos preguntarnos cómo ha sido ese diálogo con nuestro Dios. En qué momentos de nuestra vida, de nuestra historia, hemos escuchado palabras fuertes, decisivas, de Dios. Tal vez palabras creadoras, que nos han llamado, convocado. En qué momentos hemos respondido a ese diálogo, y cómo ha sido nuestra respuesta. Seguramente también nosotros hemos experimentado en nuestra vida la ruptura de ese diálogo con Dios y, al mismo tiempo, habremos experimentado la voluntad por parte de Dios de recomponer esa conversación existencial, profunda, con cada uno de nosotros. Escuchar a Dios, ser su audiencia, convertirnos en sus interlocutores nos emplaza también a una tarea: a convertirnos también nosotros en interlocutores válidos para favorecer la comunicación de nuestros hermanos, nuestros destinatarios, con Dios. En lenguaje salesiano diríamos, convertirnos en “signos y portadores del amor de Dios”, es decir, en comunicar, también nosotros, salvación para nuestro mundo, para nuestra gente. 3