Jorge Silva Rodighiero LA GENTE SÍ CAMBIA Efectos Terapéuticos Rápidos LA GENTE SÍ CAMBIA EFECTOS TERAPÉUTICOS RÁPIDOS Jorge Silva Rodighiero 2 LA GENTE SÍ CAMBIA EFECTOS TERAPÉUTICOS RÁPIDOS Segunda edición: julio de 2014 © Jorge Silva Rodighiero, 2013 Registro de Propiedad Intelectual Nº 235.642 Versión Digital Derechos reservados 3 ÍNDICE I ¿Qué es una psicoterapia? 8 Psicoterapia individual II Darle espacio a la muerte 36 III La traición de los gatos 48 IV La libertad en el no comer 54 V Hacerse el tiempo 66 VI Una soledad que atrapa 76 Psicoterapia de pareja VII Cuando se acaba la pasión 90 VIII La infidelidad como trauma 108 Psicoterapia familiar IX Sobre la crianza de un adolescente 124 X El dibujo infantil como mensaje a los padres 136 Psicoterapia en instituciones XI ¿Qué hacer con la locura? 146 XII El momento de concluir 156 4 5 “¿Qué es un análisis? Es algo que debe permitir al sujeto asumir plenamente lo que ha sido su propia historia.” — J. Lacan “Quien pretenda aprender por los libros el noble juego del ajedrez, pronto advertirá que sólo las aperturas y los finales consienten una exposición sistemática y exhaustiva, en tanto que la rehúsa la infinita variedad de las movidas que siguen a las de apertura.” — S. Freud 6 7 I ¿QUÉ ES LA PSICOTERAPIA? “La gente no cambia”. ¿Cuántas veces han escuchado esta frase? ¿cuántas veces la han dicho? Es una creencia arraigada en muchas personas, que muchas veces brota de nuestros labios cuando dejamos de confiar en alguien, cuando decidimos no dar más oportunidades a quien nos ha decepcionado o, incluso, para excusarnos frente a un error que cometemos una y otra vez. Parte de ser psicoterapeuta es, de alguna forma, creer que la gente sí cambia. Aunque en la inmensa mayoría de las teorías psicológicas se reconocen importantes dificultades para que se produzcan cambios en las personas —con distintas causas para ello— todas están de acuerdo en que la gente sí cambia. 8 ¿Pero de qué cambio estoy hablando? Si me estuviese refiriendo a un cambio respecto a una enfermedad biológica, sería fácil explicarlo: el cambio que se busca es el cese de la enfermedad. Para ello, lo primero que hay que tener claro es de qué enfermedad o problema se trata. Un ejemplo bastante común es la fiebre. Pensemos en una mujer de cuarenta años, María, que lleva dos días con temperatura sobre los 39º, por lo que decide ir a su clínica de preferencia. El doctor toma la temperatura con un termómetro, observa que efectivamente está en más de 39º y percibe además la típica sudoración que la acompaña. ¿Qué hacemos cuando alguien tiene fiebre? ¿qué hace un médico? Salvo casos extremadamente graves, no interviene directamente en la temperatura alta —enfriando a la persona con medios tan directos como una tina de hielo— sino que intenta encontrar la causa de la fiebre para, con medicamentos, actuar sobre ella. Un ejemplo de ello puede ser una fiebre resultante de una infección, que será tratada con un fármaco que actúe directamente en ella. 9 Fiebre Causa de la fiebre Intervención Pensemos ahora el caso de una consulta psicológica. Una persona puede llegar a la consulta de un psicoanalista, a un centro de salud mental o a su consultorio, con miles de problemáticas distintas. Como ejemplo veamos el caso de Agustina, mujer de sesenta años que consulta diciendo “Vengo porque estoy deprimida”. Cuando María fue al médico, se presenta indicando su temperatura alta. Podría incluso no decir nada, y dejarse examinar por el profesional, quien encontraría de manera rápida la fiebre. ¿Pero qué es lo que aparece cuando llega un paciente a la consulta de un psicoterapeuta? Lo que aparece es lo que dice, es su relato, es su discurso. Cuando María llegó diciendo que tenía fiebre, el médico primero que todo le tomará la temperatura para verificarlo. Pero frente a un dicho, a una simple frase “estoy deprimida”, ¿qué termómetro ocuparemos? ¿cuál será nuestro instrumento? En el caso de la psicoterapia es la escucha. Aunque posteriormente explicaré que es una 10 escucha particular, incluso en su carácter más banal es ella el instrumento necesario para empezar a explorar lo que nos trae el paciente. Pero si cualquiera puede escuchar a Agustina decir “estoy deprimida”, no puede ser ese mero hecho de escuchar lo que define nuestro quehacer. Si no, conversar sería equivalente a hacer psicoterapia. ¿Es entonces saber cómo verificar si está efectivamente deprimida? ¿si está usando bien el término? ¿si cumple con los criterios necesarios para tratarse de depresión? ¿si nos está tomando el pelo? Esas preguntas pueden ser importantes de resolver para un psiquiatra — o un psicólogo profundamente absorbido por la lógica psiquiátrica del DSM1. Es importante para un psiquiatra porque, al igual que el médico del ejemplo, debe saber qué fármaco administrarle al paciente, y para ello requiere saber de qué trastorno se trata. Pues bien, lo interesante es que —al menos temporalmente— las preguntas anteriores no son importantes en un ambiente psicoterapéutico. A diferencia del caso de la medicina, en el cual es de vital importancia determinar si la dolencia es verificada, y si no lo es buscar otro diagnóstico —o 11 si no se encuentra nada orgánico, derivar al psicólogo o psiquiatra— para la enorme mayoría de los psicoterapeutas no es importante saber si efectivamente se cumplen todos los criterios de la depresión, o si lo que la paciente refiere como estar deprimida en realidad se trata de lo que los psicólogos conocen con otro nombre. Lo que dice la paciente de su malestar sirve de presentación y explica por el momento el que haya pedido una hora, pero no es la clave de la intervención, ya que no es lo que va a permitir generar un cambio en ella. ¿Cuál es la clave? Al igual que con la fiebre, los psicoterapeutas no van a intervenir sobre lo que aparece, sobre el dicho “estoy deprimida”, sino más bien en lo que causa ese relato. Así, entramos de lleno en la subjetividad. La causa que interesa no es la primera y obvia, la causa directa por decirlo de alguna forma. En el ejemplo, Agustina puede decir estar deprimida por la muerte de su marido. Pero la muerte de su marido no es la causa de su depresión. A fin de cuentas, es posible imaginarse que algunas mujeres se alegrarían por la muerte de su marido. 12 En este caso es posible encontrarse con que la muerte de su marido le ha traído a Agustina la certeza de que no puede vivir sin él. Esa creencia existe en un espacio, una brecha, entre el acontecimiento objetivo, la muerte de su marido, y el sentirse deprimida. Es justamente en esa brecha donde se encuentra lo más propio de Agustina, su subjetividad, y lo que la hace deprimirse por este acontecimiento. Es ahí donde se realizará la intervención, explorando esta sensación, esta creencia, poniéndola en cuestión, examinando qué significó él para ella, y un largo etcétera que permitirá empezar un tratamiento que, en el mejor de los casos, le permita vivir sin él. En palabras de Jacques Lacan2, “es indudable que el síntoma sólo cederá ante una intervención que recaiga sobre este nivel descentrado.”3 Es esta posición frente a su experiencia lo que sí puede cambiar. Agustina seguirá siendo Agustina, su marido seguirá muerto, pero Agustina ya no creerá que no podrá vivir sin él. Dejando de creer eso, no hay dudas de que su futuro será diferente. 13 A lo largo de este libro ocuparé una diferenciación terminológica útil propuesta por Lacan, a saber, entre el nivel del dicho y el nivel del decir. El dicho es aquello que podemos escuchar o leer de lo que nos dice una persona, su aspecto material. El decir se refiere, por el contrario, a aquel lugar virtual desde dónde nos dice lo que dice. En el ejemplo de Agustina, el dicho puede ser “Estoy deprimida” y el decir lo que sustenta esta depresión, por ejemplo “No puedo vivir sin el hombre que ha tomado todas las decisiones importantes de mi vida, menos a mi avanzada edad y con una lejana relación con mis hijos”. No es necesario que el decir se explicite de esta forma, que muchas veces es una síntesis realizada por el psicoterapeuta para sí mismo, para así poder entender el caso. Lo que sí es relevante es que será en este lugar intermedio donde recaerá la intervención, y no directamente sobre el dicho del paciente. Estoy deprimida No puedo vivir sin él Intervención Muerte del marido 14 En síntesis, parece ser que lo que define la práctica psicoterapéutica tiene que ver con pesquisar e intervenir sobre el lugar desde donde se dice lo que se dice, esa brecha donde se aloja lo subjetivo, más que intervenir sobre lo que se dice. Con ello buscaremos producir el cambio en la vida de la persona, a través del cambio en su posición subjetiva frente a su experiencia. Es importante aclarar que existe bastante consenso entre las escuelas de psicoterapia en considerar que lo que el paciente nos dice no es solamente verbal, sino que comunica con todo lo que hace y lo que deja de hacer. Incluso dice sin saber que dice, como plantea Lacan ya en 1953: “Con su propio cuerpo el sujeto emite una palabra que, como tal, es palabra de verdad, una palabra que él ni siquiera sabe que emite.”4 Sabemos entonces que, a través de lo que el paciente dice verbal y no-verbalmente se intenta pesquisar el lugar desde donde habla el sujeto, que es justamente lo que más habla de él. No hay que olvidar, además, que lo que dice debe ser entendido en su contexto, en su historia, en su familia, en su cultura. Esto que parece una 15 obviedad, no siempre se ve reflejado en el tratamiento otorgado por los psicoterapeutas. Lacan pone como ejemplo el tratamiento de uno de sus pacientes, cuyos síntomas tenían relación con la dificultad en el uso de su mano. El paciente había estado en un tratamiento con otro psicoanalista anteriormente, quien había intentado centrar su análisis en torno a la masturbación y a las represiones que el entorno había provocado sobre esta. Esta hipótesis, por supuesto, no hace más que propiciar la caricatura de que para el psicoanálisis todo es sexual, tan presente en nuestra sociedad. Por el contrario, Lacan escucha la historia del sujeto, quien aunque era de familia musulmana, mostraba una aversión frente a la ley del Corán. La clave fue atenerse al precepto de que “no debemos desconocer las pertenencias simbólicas de un sujeto.”5 Como algunos sabrán, en la ley coránica se le corta la mano a quien roba. Aunque esa sanción hace mucho que no se practica, sigue inscrita en el orden simbólico que funda las relaciones humanas. Justamente el paciente había escuchado en su infancia que su padre había perdido su puesto de trabajo por ser acusado de ser ladrón. Si el paciente tenía problemas en el uso de su mano, no era por 16 una masturbación infantil, sino por una identificación con este padre que según el Corán debía haber perdido su mano. Se entiende entonces que el lugar, la tradición, la familia, en fin, todos los niveles de nuestro contexto, son claves para entender lo que decimos, lo que nos pasa, y que una psicoterapia sólo tendrá éxito cuando intervenga tomando en cuenta ese nivel. Por otro lado, una frase que pueda parecer inocua —incluso positiva— como “soy inteligente” para una persona, puede volverse problemática, por ejemplo, en una persona que se deprime al no poder validarse desde ese lugar. Esto es algo que les pasa a muchos estudiantes destacados en el colegio, que al ingresar a la universidad son sólo estudiantes promedio. ¿El problema es su definición de inteligencia? ¿es que ya no son inteligentes? ¿lo fueron alguna vez? Parte de la terapia tratará de que se cuestionen estas preguntas, no para ver si efectivamente son inteligentes según un criterio objetivo, sino para explorar ese espacio intermedio que hace que, para esta persona en esta situación en particular, definirse como inteligente le causa sufrimiento. 17 La clave para generar un cambio es cambiar la posición subjetiva del paciente, la posición desde la cual observa y vive su experiencia. ¿Fácil? Uno de los primeros problemas para lograr este cambio es que las personas no tienen necesariamente conocimiento acerca de su propia posición. ¿Cómo podemos desconocer lo más propio, a saber, la posición desde la cual experimentamos nuestras vidas? Existen distintas teorías que explican este punto, pero para efectos de este libro, me gustaría referirme brevemente a dos autores que, desde veredas muy distintas, destacan este hecho: los estudios de mercado realizados por Howard Moskowitz, y el psicoanálisis de Sigmund Freud6. Los encargados de Prego contrataron a la consultora de Moskowitz, para que los ayudase a que su salsa de tomate venciese a su competencia. ¿Qué hizo Moskowitz? Elaboró casi cincuenta variedades de salsa de tomate, ordenándolas según distintos factores, como su dulzura, la cantidad de ajo, su acidez, cuán triturados estaban los tomates, el nivel de picante, entre otros factores. Listas sus salsas, se fue de gira por Estados Unidos con todas las variedades, y las dio a probar a 18 miles de personas. A cada uno de ellos le servía diez platos pequeños de pasta, con una salsa diferente en cada uno, y les pedía que los puntuasen. Cuando analizó los datos no buscó la variedad más popular de salsa —lo que hubiesen hecho los otros expertos en estudios de mercado de la época— sino que agrupó los resultados en conjuntos, y se dio cuenta que todo norteamericano pertenece a uno de tres grupos. Hay personas a las que les gusta su salsa de tomate normal, a otras les gusta que sea picante y a otro tercio le gusta que tenga trocitos extra, o extra chunky en el original. Aquí estuvo la clave para Prego, ya que en esa época no había una salsa de tomate con trocitos extra en el supermercado. Sacaron entonces una línea con trocitos extra que se apoderó de manera inmediata del negocio de la salsa de tomate en Estados Unidos, ganando más de seiscientos millones de dólares con ella en los años siguientes. ¿Qué tiene que ver la salsa de tomate con la psicoterapia? Antes de Moskowitz, lo que se hacía en los estudios de mercado para saber qué quería comer la gente —lo que la gente deseaba— era simplemente preguntarles. Durante años se 19 limitaron a sentar a personas en grupos focales y les preguntaban directamente: "¿Cómo quieren que sea su salsa de tomate?” Y durante todos esos años —más de treinta años— nadie dijo que quería con trocitos extra. Incluso cuando para al menos un tercio de ellos, era lo que en realidad deseaban. Lo que trato de mostrar con esta pequeña historia, es que nuestros deseos —incluso los más sencillos— no son transparentes para nosotros mismos. La posición desde la que nos observamos, la posibilidad de conocernos a nosotros mismos, no es tan privilegiada como uno quisiese creer. Ahora bien, y yendo un poco más profundo que la salsa de tomate, Freud nos explica las razones de por qué justamente lo que más deseamos —en aspectos más relevantes que la comida— se vuelve a veces lo más opaco para nosotros. De manera simple, se puede decir que para Freud este desconocimiento es provocado por el rechazo frente a una vivencia. Ahora bien, hay que entender que por vivencia entendemos tanto un hecho puntual, como un deseo, un sentimiento o un pensamiento. 20 Es posible colocar todos estos fenómenos en un mismo nivel, ya que para que tales vivencias sean experimentadas por la persona, todas ellas deben ser, de una u otra forma, primero representadas en el aparato psíquico. Aunque parezca complicado, lo que estoy diciendo es que lo que experimentamos en nuestras vidas se nos presenta desde un punto de vista particular — nuestra posición subjetiva— y que es la imagen mental o representación resultante la que llegamos a conocer. Esto quiere decir que cuando observamos algo, como este libro, lo que observamos es la representación de éste, formada gracias a nuestro aparato psíquico. Es esta misma representación — aproximadamente— la que podemos evocar cuando, sin tener el libro al frente, podemos recordarlo. Lo mismo sucede con lo que pensamos y deseamos. A fin de cuentas, no es necesario tener un rico plato de pasta con salsa de tomate para desear comerse uno, muchas veces basta con imaginárselo para que el apetito aparezca. Pues bien, frente a algunas de estas vivencias, ocurre un rechazo, causa de la gigantesca 21 mayoría de los problemas psicológicos que nos aquejan. Pero, ¿por qué este rechazo? Lo que tienen en común estas vivencias es que a “a uno le gustaría no haberlas vivenciado, preferiría olvidarlas.”7 ¿Por qué? Porque “todas ellas eran de naturaleza penosa, aptas para provocar los afectos de la vergüenza, el reproche, el dolor psíquico, la sensación de un menoscabo.”8 ¿Pero por qué provocaba tales sentimientos penosos? Debido a que su representación no era compatible con aquellas ya reunidas al interior del yo, es decir, no era compatible con la idea que tenemos de nosotros mismos. En palabras de Freud, “ante el yo del enfermo se había propuesto una representación que demostró ser inconciliable, que convocó una fuerza de repulsión del lado del yo cuyo fin era la defensa frente a esa inconciliable.” representación 9 Cito en extenso este pasaje porque resume de buena forma la idea central freudiana, que se irá complejizando y sofisticando, pero mantendrá siempre la misma esencia a lo largo de su obra. Aprovecho en este momento de clarificar la errada visión de que para el psicoanálisis lo único que importa es lo referente a la sexualidad. Como 22 se puede ver, lo que da el carácter de trauma a un evento es que despierte afectos penosos, como el horror, la angustia y la vergüenza, en la persona. Aunque tales afectos pueden ser despertados por una situación de carácter sexual, podemos fácilmente pensar otros tipos de situación que despierten el horror, como la muerte de un familiar o un robo a mano armada, como también pensamientos o sentimientos incompatibles con los valores propios. Tenemos entonces una idea de por qué es difícil conocer a cabalidad nuestra propia posición subjetiva. Hay cosas de nosotros mismos que preferimos olvidar, no ver ni asumir como propias. Freud está diciendo entonces, desde el comienzo de su obra y hasta el final de ella, que los síntomas, que el malestar del ser humano, proviene de una defensa frente a una representación inconciliable para con aquellas ya reunidas al interior del yo. Es decir, aquellas representaciones incongruentes con aquel que creo ser yo, se repelen y mantienen fuera de la conciencia. Un ejemplo de ello puede ser un hombre que no se da cuenta de las conductas demasiado galantes con otras mujeres, ya que siempre se ha 23 considerado un marido fiel, o un amigo que aconseja a un colega que trabaja más que el resto, el tomarse las cosas con calma, mostrándose sinceramente preocupado por su bienestar, sin poder reconocer que en verdad lo carcome la envidia del posible ascenso del segundo. Para Freud, lo inconciliable de tal representación tiene que ver con “un ideal por el cual mide su yo actual”10, ideal que “partió en efecto de la influencia crítica de los padres, ahora agenciada por las voces, y a la que en el curso del tiempo se sumaron los educadores, los maestros y, como enjambre indeterminado e inabarcable, todas las otras personas del medio (los prójimos, la opinión pública).”11 Como puede verse, es bastante claro este fenómeno. Los ideales provienen del exterior — al menos en su origen— y de buena forma determinan quién buscamos ser, incluso a costa de no asumir partes de nosotros, especialmente las que van en contra de tal ideal. Afortunadamente, Freud descubrió que con “un mero esforzar podía hacer salir a la luz las series de representaciones patógenas cuya presencia era indudable.”12. Esto quiere decir que a través de su 24 método —cuyo proceder explicaré brevemente en las páginas siguientes— podía hacer salir a la luz aquello rechazado por el paciente. Sin embargo, se encontraba con una resistencia para lograr este cometido, concepto central para entender los casos que relataré a lo largo del libro. Freud realizó la siguiente hipótesis: existe “en el paciente una fuerza que contrariaba el devenir-consciente (recordar) de las representaciones patógenas. Una inteligencia nueva pareció abrírseme cuando se me ocurrió que esa podría ser la misma fuerza psíquica que cooperó en la génesis del síntoma histérico y en aquel momento impidió el devenir-consciente de la representación patógena.”13 Esto quiere decir que, cuando en el trabajo psicoterapéutico se hace un intento para que tales representaciones salgan a la luz, aparece la resistencia frente a ello, de una y mil maneras, entre las que encontramos los comunes drásticos cambios de temas, silencios poco productivos e, incluso, cuestionamientos hacia el terapeuta. No es de extrañar que si originalmente la representación, la vivencia, produjo tal rechazo, aparezca la resistencia cuando se busca hacerla 25 aparecer en la sesión. Es por esto que será clave en todos los casos —algo que aparecerá constantemente a lo largo del libro— saber maniobrar de tal forma que se evite despertar la resistencia. En síntesis, este rechazo de los pacientes frente a una vivencia —a la representación de un suceso, de un pensamiento, de un deseo— era “en verdad un... no querer saber, más o menos consciente, y la tarea del terapeuta consistía en superar esa resistencia de asociación mediante un trabajo psíquico.”14 Pero, ¿cómo realizar este trabajo? Sabemos ya que no podemos ir directamente al punto, ya que al estar rechazado previamente por el paciente, o bien lo ignoraremos, o si intervenimos directamente sobre él se elevará la resistencia. En un comienzo Freud le pide al paciente que le diga lo que se le ocurre sobre un asunto en particular, prometiendo el comunicarle “esa imagen o esa ocurrencia, cualquiera que ella fuere. Le digo que no tiene permitido reservárselo por opinar, acaso, que no es lo buscado, lo pertinente, o porque le resulta desagradable decirlo. Nada de crítica ni de reserva, ya provengan del 26 afecto o del menosprecio.”15 Posteriormente, Freud comienza a utilizar la asociación libre, mecanismo muy similar a este prototipo, pero en el cual no se le pide asociar al paciente sobre un punto en particular, sino que simplemente debe decir lo que se le venga a la mente. Con este procedimiento Freud busca disociar la “atención del enfermo de su búsqueda y meditación conscientes, en suma, de todo aquello en lo cual pudiera exteriorizarse su voluntad”16, es decir, intentamos mediante “un ardid sorprender por un momento al yo que se place en la defensa17” Aquí se hace clave el recordar la importancia del decir sobre el dicho, ya que la posición subjetiva aparece y se devela en muchos contenidos, por lo que aunque la sesión parezca tratarse de un punto poco relevante — incluso no propio del paciente, como una película que vio el fin de semana— puede en verdad estar tratándose de lleno acerca de su posición, sin que él lo perciba. Además, la invitación a que diga lo que le venga a la mente propicia también un discurso más libre, en el cual pueden aparecer contenidos que el paciente ha rechazado anteriormente, pero que en la seguridad de la consulta pueden ser expresados. 27 En la misma línea existe la interpretación de sueños —también muchas veces mal entendida— en el cual se aprovecha que “en el adormecimiento emergen las representaciones involuntarias por la relajación de una cierta acción deliberada (y por cierto también crítica) que hacemos influir sobre el curso de nuestras representaciones.”18 Así, intentamos recuperar una vivencia rechazada del paciente, que aparece disfrazada en el sueño. Un buen ejemplo de esto es cuando en el sueño el paciente no es él, sino otra persona —a veces inexistente en el mundo real— pero que desea y lleva a cabo justamente lo que el paciente no se atreve a reconocer como suyo. Como se puede ver, el sueño no es más que una puerta de entrada —de mucha importancia para Freud— para lo rechazado por el paciente. Anteriormente había mencionado que la escucha en el psicoanálisis era diferente a la coloquial, y es que frente a esta asociación libre del paciente, se hace necesaria cierta contraparte en el psicoanalista. Ya que no se sabe a priori qué contenidos son los relevantes de lo que el paciente dice, ni tampoco cómo se conecta un relato con otro, es indispensable escuchar de cierta forma el 28 relato del paciente. Esta manera de escuchar “consiste meramente en no querer fijarse en nada en particular y en prestar a todo cuanto uno escucha la misma «atención parejamente flotante» (…) tan pronto como uno tensa adrede su atención hasta cierto nivel, empieza también a escoger entre el material ofrecido; uno fija un fragmento con particular relieve, elimina en cambio otro, y en esa selección obedece a sus propias expectativas o inclinaciones. Pero eso, justamente, es ilícito; si en la selección uno sigue sus expectativas, corre el riesgo de no hallar nunca más de lo que ya sabe; y si se entrega a sus inclinaciones, con toda seguridad falseará la percepción posible. No se debe olvidar que las más de las veces uno tiene que escuchar cosas cuyo significado sólo con posterioridad discernirá.”19 Esto obliga a dejar de lado los apuntes, tan comunes hoy por hoy en las consultas psicológicas, que no sólo dificultan la asociación libre —si el terapeuta anota ciertas cosas que uno dice y otras no, es imposible no empezar uno también a filtrar de cierta forma— sino que también imposibilita una atención parejamente flotante, ya que se están recordando y marcando ciertos trozos del relato del 29 paciente, en base a criterios propios que no provienen de la posición subjetiva de quien tenemos al frente. De esta forma, la escucha que debe tener el psicoterapeuta es simplemente considerar todo lo que dice el paciente con el mismo mérito, respetando el discurso del paciente sin imponer prejuicios o hipótesis previas sobre qué es lo importante, algo que muchas veces sólo sabremos con posterioridad. Es, a fin de cuentas, una invitación a escuchar de verdad. Por último me gustaría mencionar un aspecto vital para generar el cambio en las personas, presente desde el comienzo de la obra freudiana. Aunque el rechazo de una vivencia irreconciliable para el paciente es un motivo central del malestar, Freud reconoce además “una parte «secundaria» que se sobreañade, apuntalándose en otros propósitos del yo, si es que el síntoma está destinado a afirmarse (…) es notorio para el análisis que la sustracción de esta ganancia de la enfermedad, o su cese a consecuencia de una variación real, ofrece uno de los mecanismos de la curación del síntoma”20. 30 ¿A qué se refiere Freud con esta parte secundaria? Muchas veces, aunque a primera vista no lo parezca, existe cierta ganancia producto del malestar. Un buen ejemplo son los mayores cuidados que recibe una persona con depresión. En el caso de Agustina, puede que esté siendo visitada con mucha mayor frecuencia por sus hijas ahora que está deprimida por la muerte de su marido, y quizás una razón para no dejar de estarlo sean justamente estas visitas. Lo mismo ocurre en el caso de las licencias médicas, que a veces se vuelven una motivación para seguir enfermo. Como dice Freud en la cita anterior, a veces basta con terminar con tal ganancia para que los síntomas desaparezcan. Este tipo de intervención fue explotada genialmente por Milton Erickson21, quien de una y mil maneras lograba que seguir con el malestar fuese mucho más costoso que terminar de una vez por todas con él. De esta forma es posible entender que, aunque una de las creencias más arraigadas en las personas es que ir a una psicoterapia se asemeja a un proceso de auto-conocimiento, a veces basta simplemente con modificar la situación de tal forma que la ganancia asociada al síntoma desaparezca. 31 A continuación expondré brevemente diez casos, para así mostrar claramente algunos procesos típicos de la psicoterapia mencionados en este capítulo, como el de captar la posición subjetiva del paciente, el lugar y modo de las intervenciones, cómo ellas evitan levantar la resistencia, entre otros. Es importante aclarar que todos los casos son reales, pero he modificado los nombres, profesiones y otros datos, para así poder mantener el criterio de confidencialidad que supone un proceso psicoterapéutico. De todas formas, los pacientes cuyos casos se relatan en este libro revisaron el capítulo correspondiente y autorizaron su publicación. En algunos de los casos expuestos, las intervenciones eliminan los síntomas, pero claramente no actúan sobre la causa del problema, el rechazo que mencionamos anteriormente. Sin embargo, aquello es algo sobre lo que se puede trabajar posteriormente —y que en la mayoría de los casos se trabajó en las sesiones siguientes— una vez que los síntomas incompatibles con la vida diaria se hayan eliminado. 32 Esto quiere decir que el modo de trabajo del psicoanálisis, relacionado como vimos con captar, asumir e incluso modificar la posición subjetiva del paciente, provoca en incontables ocasiones un efecto terapéutico, ya sea una sensación de alivio o el cese de un síntoma, de manera bastante rápida. En síntesis, lo que intentaré mostrar en los casos a continuación es que, a diferencia de lo que muchas personas pueden creer, la gente sí cambia. 1 Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, DSM). Creado por la Asociación Americana de Psiquiatría, comprende la clasificación de ciertos trastornos mentales, proporcionando criterios claros y específicos para diagnosticarlos. 2 Jacques Lacan (1901-1981). Psicoanalista francés, cuya Escuela es una de las más importantes a nivel mundial. Se le conoce por haber vuelto a poner la cuestión del lenguaje en el centro del psicoanálisis. 3 Jacques Lacan. El Seminario 2: El Yo en la Teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica. 1954-55. Ediciones Paidós, 2006, p.71. 33 4 Jacques Lacan. El Seminario I: Los Escritos Técnicos de Freud. 195354. Ediciones Paidós, 2007, p.387 5 Ibíd., p.291 6 Sigmund Freud (1856-1939). Neurólogo austríaco que crearía el psicoanálisis a fines del siglo XIX. 7 Sigmund Freud. Sobre Psicoterapia de la Histeria. 1895. Editorial Amorrortu, 2003, p.276 8 Ibíd., p.275-6 9 Ibíd., p.276 10 Sigmund Freud. Introducción al Narcisismo. 1914. Editorial Amorrortu, 1990, p.90 11 Ibíd., p.92 12 Sigmund Freud. Sobre Psicoterapia de la Histeria. 1895. Editorial Amorrortu, 2003, p.275 13 Ibíd., p.275 14 Ibíd., p.276 15 Ibíd., p.277 16 Ibíd., p.277 17 Ibíd., p.284 18 Sigmund Freud. La Interpretación de los Sueños. 1900. Editorial Amorrortu, 1989, p.123 19 Sigmund Freud. Consejos al Médico sobre el Tratamiento Psicoanalítico, 1912. Editorial Amorrortu, 1996, p.111 20 Sigmund Freud. Contribución a la Historia del Movimiento Psicoanalítico. 1914. Editorial Amorrortu, 1990, p.51 21 Milton Erickson (1901-1980). Psiquiatra norteamericano especialista en hipnosis, cuyas técnicas influyeron fuertemente en la terapia breve, la terapia estratégica, la terapia centrada en la solución de problemas y la programación neurolingüística. 34 35 II DARLE ESPACIO A LA MUERTE Uno de los momentos más duros en la vida es perder a un familiar cercano. Muchas veces aparecen sentimientos de injusticia frente al mundo o, cuando la muerte es temprana, tendemos a no encontrarle sentido, lo que algunas veces nos llena de rabia. Cuando es producto de un accidente, puede aparecer la culpa, con remordimientos frente a lo que se podría haber hecho de otra forma, para evitar tal destino aciago. ¿Cómo lidiar con algo así? En este capítulo intentaré mostrar el proceso de un duelo, en el cual, con muy pocas intervenciones, pero con mucha paciencia y respeto, la paciente logró ir retomando su vida. María José me pidió una hora por teléfono, explicándome que tenía problemas para dormir y que le habían recomendado una psicoterapia. Al llegar a su primera sesión, explicó con una sonrisa 36 que nunca ha dormido bien, por lo que desde hace años toma ciertas pastillas que un neurólogo le recetó para lograr conciliar el sueño. Siempre le habían hecho efecto, pero hace tres meses que prácticamente no lograba dormir, aún cuando el médico había doblado la dosis. Cuando le pregunto por las causas que ella supone provocaron este cambio, me dice que “no ha pasado nada en especial hace tres meses” y que, por lo mismo, está sorprendida de que las pastillas hayan dejado de tener efecto. Buscando que se despliegue su historia, empiezo a preguntarle por su familia, y se pone a llorar desconsoladamente. Me cuenta que hace seis meses murió su marido de un paro cardíaco, y que todavía no se ha recuperado del impacto. Mientras me cuenta esto, pide perdón varias veces por llorar así, diciéndome que ella sabe que “a estas alturas ya no me debería afectar tanto, después de seis meses ya no es normal, ¿no?”. Aunque pueda parecer obvio, vale la pena recordar que no corresponde al psicólogo el decir qué es normal y qué no, explicándole a la paciente desde alguna teoría psicológica el proceso del duelo. Nuestra labor es comprender a la paciente 37 en su singularidad, en su historia, permitiendo que aparezca su posición subjetiva. Por lo mismo, simplemente me muestro extrañado por cómo llegó a esa idea, invitándola así a seguir desplegando su relato. María José me cuenta que lo dicen sus hermanas, dos de las cuales son psicólogas. Puede verse claramente que fue una buena idea el dejar abierta la pregunta acerca de si es normal o no seguir siendo afectado por un duelo. A fin de cuentas, y sin siquiera proponérmelo, ya me había desmarcado de sus hermanas psicólogas que le indicaban que no lo era. Cuando María José me empieza a hablar sobre sus hermanas y sus vidas, la interrumpo cortésmente y le pido que primero me cuente sobre lo que le sucedió a su esposo. De esta forma, sin decirlo explícitamente le doy a entender que, más allá de que sea normal o no, es algo de lo que sería bueno hablar. Javier era su marido desde hace casi treinta años. María José me cuenta que el gran placer de Javier era la comida que ella preparaba. “Siempre me han dicho que tengo mano de monja”, me 38 explica, y comienza a enumerar los postres que le hacía prácticamente todos los días. Un día sábado, después de comer a solas con su marido, éste sintió un fuerte dolor en el pecho y a pesar de que decidieron llamar de inmediato a una ambulancia, en la clínica no hubo ya nada que hacer y Javier murió de un paro cardíaco. Eran tantos los trámites que tenía que hacer, entre bancos, médicos y la funeraria, que el primer mes casi no pudo sentarse a llorar tranquila. Sus tres hijas, todas adultas e independientes, le pidieron que se encargase de todo porque ellas “estaban demasiado tristes para funcionar”. Los dos meses siguientes sí pudo llorar. Cada noche al menos una de sus hijas la acompañaba a comer, y conversaban acerca de Javier. Pasado ese tiempo, sin embargo, sus hijas empezaron a aguantar menos su sufrimiento, diciéndole que ya había pasado la hora de sufrir, e indicándole que si no conversaban de otra cosa no seguirían yendo a comer. “Ya empezaste”, le decían molestas sus hijas cuando hablaba de su marido. Sin embargo María José seguía demasiado triste. Sobre todo porque se sentía culpable. “El 39 paro cardíaco fue por el colesterol… quizás si yo no lo hubiera consentido en todo, en hacerle esos postres todos los días… quizás seguiría vivo.” Me cuenta que en un control anterior el cardiólogo le había recomendado cambiar su dieta, pero “frente a los pucheros de Javier no podía negarme”. Sin duda, la frase más impactante que me dijo en esa primera sesión, y que volvería a repetir en posteriores encuentros, era: “de alguna forma yo lo maté”. Aquí nos encontramos con una frase que refleja muy bien su posición subjetiva frente a lo ocurrido, esa clave mencionada en el primer capítulo que permite entender a un paciente y poder trabajar con éste. Frente a esta posición, no parece nada de raro que María José siguiera sufriendo y teniendo problemas para dormir. Sin embargo, sus hermanas e hijas le repetían que un “duelo normal no dura más de seis meses”, por lo que si la veían triste se molestaban profundamente. Por lo mismo, el último tiempo había intentado que ellas no notasen que seguía sufriendo. Incluso había tenido que llorar a escondidas cuando sus hijas estaban en la 40 casa. “Cuando lavo aprovecho de llorar, el ruido de la máquina lo esconde”. Cuando María José me preguntó si era normal seguir llorando, le indiqué que parecía que había mucho todavía por lo que llorar. Me dijo que se entristecía “al pensar dónde estará ahora, en si podría haber hecho algo distinto, en si alguna vez lo volveré a ver.” Comenzamos entonces a conversar de cada una de estas cosas. De cómo se imaginaba el lugar donde estaba su marido. De si efectivamente podría haber hecho algo distinto. De tantas cosas que hay que hablar cuando alguien muere de esa forma. Hayan pasado seis meses o no. Si había algo de lo que era vital hablar era de su posición, reflejada como vimos en: “de alguna forma yo lo maté”. Muchas personas — y unos cuantos psicólogos— consideran como algo negativo el dar espacio para hablar de la culpa en un caso como éste. Creen que hablar de ésta sólo la hará crecer. Sin embargo, sucede justamente lo contrario. Hablar de la culpa, tener el espacio para examinar las ideas al respecto, sin que otro intente tranquilizarla con lugares comunes, es justamente 41 la única forma en que este sentimiento vaya desapareciendo. La clave en este caso, como en la mayoría de los procesos de duelo y procesos traumáticos, es tener paciencia y darle a la persona que sufre el espacio para hablar, las veces que sea necesario, de su dolor. No puede haber apuro, no hay plazos posibles si no se da esto. Lo que sucede es que la muerte nos toca tan de cerca a todos, que muchas veces intentamos que el dolor pase rápido, como por encima, para no tener que contactarnos tampoco nosotros con esa muerte que también nos ha tocado o nos tocará. Al igual que con la culpa, intentamos calmar al otro negándole la posibilidad de sentir de la forma en que está sintiendo. “Pero de qué te sientes culpable, no seas tonta” le decían sus hijas, intentando calmar a su madre. Pero María José me contaba que la falta de comprensión de sus hijas sobre lo que ella estaba pasando era otra de las razones por las cuales sufría. Nos dedicamos entonces un buen número de sesiones a hablar de Javier, de los recuerdos que ella tenía con él, de la noche del paro cardíaco, de la culpa que sentía por sus postres. Sin apuro, y dándole permiso para examinar cada idea, por loca 42 que le pareciese. A cada rato se excusaba por seguir sufriendo, y cada vez había que mostrarle que tenía todo el permiso para ello. Poco a poco, empezó a preguntarse por su futuro, primero preocupada y triste, pero de todas formas, mirando hacia delante. Era un cambio del discurso centrado en la muerte de su marido, a hablar del porvenir y de las cosas que soñaba hacer. Sin proponerlo explícitamente, y con sólo darle el espacio para desahogarse sin restricciones, María José hablaba menos de Javier, dormía más, y veía cómo la relación con sus hijas mejoraba. La culpa también fue desapareciendo, algo que quedó manifiesto cuando me contó que había vuelto a hacer postres, esta vez para sus nietos. “Pero me preocuparé de hacerles cosas más saludables” me dijo una vez al terminar una sesión. Cuando terminamos la terapia, María José estaba planificando un viaje con sus hijas, quienes estaban “felices de que la mamá piense positivo”. Ya no se sentía culpable, porque con calma pensó que, aunque Javier comía casi todos los días sus postres, también comía comida rápida todos los días en el trabajo, además de que nunca había hecho deporte, por más que ella lo invitase al gimnasio. Una de las 43 últimas cosas que me dijo sonriente fue: “qué tonta haber pensado que yo lo maté.” No es de extrañar que sus problemas para dormir se acabasen, incluso pudiendo bajar la dosis de las pastillas recetadas por su neurólogo. Ahora bien, aunque el objetivo de una psicoterapia puede resumirse de buena forma en el cuestionamiento de la posición subjetiva, debemos recordar que se debe ser respetuoso con el ritmo del paciente, para así no levantar la resistencia y provocar justamente lo contrario, a saber, la defensa acérrima de tal posición. Remarco esto ya que en algunos casos traumáticos, a diferencia del caso anterior, la persona más que estar profundamente afectada se muestra, muy por el contrario, extrañamente indiferente a lo ocurrido. En estos casos no es indicado el intervenir intentando convencer a la persona de que sí debiese estar afectada. Aunque es posible que el desahogarse y hablar libremente de lo sucedido le ayude, hay que esperar a que sea el momento para ello. Típicas intervenciones erradas en esta línea son más o menos así: “seguramente estás sufriendo, pero te cuesta reconocerlo”, “estás con una coraza 44 que no te permite sentir”, o incluso “¿estás seguro que no estás afectado por lo sucedido?” ¿Qué hacer entonces? Cuando el paciente no se siente afectado, no hay que empujarlo a sentir sino más bien detenerse justamente en el hecho de que no siente. Frente a un hecho traumático el cuestionamiento bien puede pasar por el hecho de no sentir, de las razones que llevan a esa aparente indiferencia. A veces, un simple “¿y por qué crees que no te ha afectado?” provoca como respuesta una apertura en la posición, una conexión con la emoción del trauma. Más de una vez, frente a algo tan sencillo como eso, un paciente me ha contestado suspirando “porque sería demasiado duro.” Una y otra vez este tipo de intervenciones demuestran que, al poco andar, la persona baja sus defensas y logra conectarse con su sentir, y así podemos empezar a trabajar sobre ello. A fin de cuentas, con el ejemplo anterior, podemos ver que hablar sobre por qué sería demasiado duro ya empieza a establecer los puentes con el trauma en cuestión. 45 En síntesis, en la psicoterapia un punto básico es la paciencia para con el ritmo del otro, lo cual es aún más importante en los casos relacionados con el trauma. Así, evitaremos también ser causantes de un nuevo trauma, esta vez por el forzamiento a relatar lo que se prefiriese olvidar, u obligar a superar al paciente un episodio a un ritmo que sólo le produce más dolor. 46 47 III LA TRAICIÓN DE LOS GATOS Uno de los síntomas que con frecuencia lleva a consultar a un psicólogo es la fobia. El miedo desencadenado por la presencia de un objeto o situación — como puede ser el miedo a volar en avión, a ciertos animales, a estar en lugares cerrados, entre muchos otros— provoca ansiedad y dificulta el diario vivir. Es importante recordar que el miedo puede ser incluso producto de la anticipación del objeto o situación, es decir, sin siquiera enfrentarse directamente con él. Como en el caso que veremos a continuación, la persona aquejada de una fobia reconoce que este miedo es excesivo o irracional, pero aún así no puede controlarlo. Hace un par de años atendí a Ana María, una mujer de cuarenta y nueve años. Lo primero que me dice al comenzar la sesión es que viene “a que me quite el miedo a los gatos”. 48 Ana María confiesa que le parece “demasiado estúpida” esta situación, pero lleva casi diez años con esta fobia. Cuenta que viene a consultar ahora porque su problema ha ido empeorando; al principio no le gustaba tocarlos, ya que pensaba que la podían morder. Hoy por hoy, teme caminar por las calles de Santiago por miedo a encontrarse con un gato. Repetirá muchas veces lo “estúpida” que le parece la situación, confesando que incluso una de las dificultades por las cuales no había asistido antes a un psicólogo era la vergüenza de contar su miedo. En esta primera sesión aclara que esta fobia “empezó de la nada”, y que nunca ha tenido malas experiencias con los gatos. “Conozco gente que le empieza a tener miedo a los perros después de que los muerden, es entendible, pero lo mío no.” Su familia ya no sabe qué hacer, ya que desde hace un tiempo tanto es su temor de encontrarse con un gato que ni siquiera puede trabajar. “Evito las calles en las que me he encontrado con alguno”, dice Ana María, “y el problema es que actualmente son demasiadas como para que me pueda mover tranquila por Santiago.” 49 ¿Qué hacer en este caso? Como vimos en el primer capítulo, debemos escuchar más allá del dicho de Ana María, intentar pesquisar desde qué posición nos habla de su temor a los gatos, para así entender el problema, y eventualmente ayudar a solucionarlo. De manera sencilla, casi ingenua, le pregunto al final de la sesión qué asocia con los gatos. Con una mirada seria, Ana María me dice “Que son traicioneros.” Antes de seguir, me gustaría destacar tres frases que guiarán el caso, y que serán justamente parte de la solución al enigma de la paciente. “Vengo a que me quite el miedo”, “demasiado estúpida”, y “son traicioneros”. En la segunda sesión le empiezo a preguntar por su vida, incluyendo a su familia y su trabajo, antes de tener este problema. Aunque le digo que es para conocer su contexto, lo que busco es que aparezcan elementos que estén asociados con su fobia, para poder empezar a entender la razón del miedo de Ana María. En síntesis, la paciente está casada con José Luis hace treinta años, tiene tres hijas veinteañeras, y no reconoce problema alguno en su vida más allá 50 de su fobia. No extraña su trabajo de secretaria, ya que “a estas alturas nos alcanza con lo de mi marido”. En primera instancia, pareciera que todo en su vida estaría bien. Al final de esta sesión me pregunta que cuándo empezaremos el tratamiento para su fobia. Lo que Ana María no sabía es que su tratamiento ya había comenzado. Insistir en su historia rinde frutos, y ya en la tercera sesión aparece el tema de la traición, pero no referidos a sus temidos gatos. “Traiciones en mi historia no he tenido, aunque muchas personas no estarían de acuerdo”. Cuando le pregunto sobre a qué se refiere, me explica que sus amigas — e incluso una de sus hijas— le han dicho hace muchos años que su marido le es infiel, incluso mostrándole pruebas. Sin embargo, cada vez que confronta a José Luis, éste se excusa y logra que Ana María le crea. “Aunque todos me lo dicen, yo no me lo creo… mis amigas dicen a estas alturas que yo soy estúpida.” Aquí puede verse nuevamente lo de “estúpida”, palabra que ocupará una y otra vez para definir su situación, cada vez más refiriéndose a la 51 confianza en su marido, y cada vez menos para catalogar a su fobia. Siguiendo este hilo lógico, en las siguientes sesiones Ana María continúa hablando de su marido, agregando que algo en que al parecer sí está de acuerdo con la gente “es que mi marido me estafó”. Cuando sorprendido le pregunto por esta nueva posible traición, me explica que José Luis, siendo abogado, fue quien se encargó del tema de la herencia de la madre de Ana María, muerta hace unos años. “Fueron mis hermanas las que me dijeron algo primero… José Luis cobraba mucho por trámites que se supone tenía que hacer, pero al final eran tantos millones que preguntaron a otro abogado. Él les dijo que nos estaban estafando, que no era ni un décimo de lo que José Luis decía.” La invito a continuar su historia, sorprendido de que no hubiese una sino dos — al parecer— traiciones de su marido hacia ella. “Cuando lo confrontamos, lo hicimos entre todas, yo no estaba tan segura, y tampoco me atrevía. José Luis me acusó de haberlo traicionado, de no haber confiado en él, y dijo que no seguiría llevando el caso. Nunca 52 devolvió un peso, porque según él lo había gastado en trámites. Yo también me sentí traicionada.” Como puede verse, aquí aparece claramente otra posible traición, esta vez una que Ana María considera cierta. Cuando le pregunto sobre cuándo fue todo esto, me cuenta que hace diez años. “¿Y la posible infidelidad?” le pregunto. “También.” En las siguientes sesiones me seguía relatando partes de la historia con su marido, olvidándose ya por completo de hablar de su fobia. Una y otra vez me decía que se sentía estúpida de haber sido estafada, estúpida de no haberse dado cuenta de que quizás le era infiel, estúpida de haber perdonado la traición y, sobre todo, estúpida de haberlo aguantado todo este tiempo. Me detuve en este punto con un simple “¿Por qué aguantaste?”, intervención cuya respuesta aclarará bastante lo sucedido. “Por miedo. Fue hace diez años, las niñas no estaban independientes como ahora, él era el sostén de la casa. Tuve que mirar para otro lado, intentar olvidar lo que me había hecho. Me alejé de mis hermanas que ya no lo podían ver, obviamente. Mis amigas me repetían que no fuera estúpida, que 53 lo enfrentara con el tema de la amante. Pero al final decidí hacerme la loca.” Las palabras de Ana María grafican perfectamente el mecanismo de la fobia. Frente a una realidad que no queremos enfrentar, decidimos no asumir la posición que nos obligue a ello, y en vez desplazamos el problema hacia otro punto, conectado por alguna lógica oculta a simple vista. Hacerse la loca, hacerse la fóbica, y así durante diez años preocuparse de la traición de los gatos y no de las traiciones de su marido. Al poco andar me comentó al pasar que ya no tenía miedo a los gatos, ya que había visto a algunos en la calle y no había tenido sensación de ansiedad alguna. Sin embargo, siguió asistiendo por un tiempo, pienso que para que le quitase el miedo a enfrentar la traición de su marido. Un par de meses después, sin miedo alguno, lo hizo. Después de una larga conversación, su marido confesó que efectivamente había tenido una amante durante todos estos años, y que parte del dinero de los supuestos trámites había sido para poder mantener esta doble vida. 54 En las sesiones siguientes lloró bastante, principalmente por haberse demorado tanto en enfrentar su miedo. Poco a poco fue recorriendo nuevamente su historia, encontrando ella misma la evidencia de todo lo que había sucedido. Al mismo tiempo, fue apareciendo un proyecto de vida futuro, sin necesidad alguna de hacerse la loca. Al finalizar el tratamiento, Ana María ya no vivía con su marido, pero sí con un gato. 55 IV LA LIBERTAD EN EL NO COMER Los trastornos de la conducta alimentaria son un problema cada vez más frecuente en nuestro país. Sin embargo, muchas veces la gravedad de una anorexia o una bulimia esconde otros problemas subyacentes, y la única forma de asegurar el éxito de un tratamiento es atacar de manera conjunta el trastorno alimenticio y estos problemas. Este capítulo busca mostrar cómo un cambio en la posición de la paciente puede provocar el cese de la problemática. Hace un par de años recibí un correo de una madre muy preocupada, en el cual me contaba que su hija Olivia, de quince años, sufría de anorexia. La joven había tenido un trastorno alimenticio hace un par de años, solucionado aparentemente gracias a las intervenciones de una nutricionista y una psiquiatra. Sin embargo, un par de años después, veía como su hija volvía a los hábitos de antes y a 56 un peso peligrosamente bajo. Terminaba el correo pidiéndome una hora para Olivia, agregando que, además de la anorexia, le parece que su hija es mucho más complicada que el resto de las niñas de su edad. Para poder conocer bien la situación, y evaluar la preocupación de la madre, la cito solamente a ella a una primera sesión. Es una buena idea para la mayoría de los casos el reunirse primero con la persona que pide la hora, sea la potencial paciente o no. ¿Por qué? Ya que es ella quien al evaluar la situación piensa que es necesario un psicoterapeuta, podremos conocer en detalle qué le hace pensar esto, además de evaluar si no sería bueno incluirla a ella y no sólo la persona que motiva el tratamiento. En esa sesión la madre me cuenta que hace dos años Olivia estaba muy debajo de su peso normal, y que después de haberla internado y tenerla en tratamiento durante un año, recuperó su peso normal. Sin embargo desde hace unos meses la madre comenzó a ver cómo su hija comía cada vez menos, por lo que bajó de peso nuevamente. Incluso me comentó que, gracias a que le revisaba su pieza regularmente, había leído en su diario de 57 vida que su dieta se basaba sólo en lechuga y limón, lo que había motivado la consulta. Aquí aparece otra razón por lo que es útil esta primera sesión con la persona que pide la hora, aún sin el potencial paciente. Hay veces que solamente en esa sesión la persona se atreverá a decir sin tapujos un dato relevante, algo que podría serle difícil con el potencial paciente — sea su marido, su hijo o cualquier otra persona cercana— escuchándola. En este caso, como se pudo ver, es la revisión del diario de vida de su hija lo que origina su preocupación, y lo que nos permite entender por qué consulta justamente ahora. Comenta que, además del problema alimenticio, tiene a su hija siempre “super controlada” porque también está diagnosticada con déficit atencional, por lo cual la tiene en tratamiento psicopedagógico y la obliga a estudiar un par de horas al día. Empieza entonces a aparecer, de manera bastante clara, que una de las aristas del caso será el tema del control que ejerce la madre sobre su hija. A la segunda sesión cito solamente a Olivia, para conocer su perspectiva. La joven reconoce que 58 tuvo un problema con el peso hace un par de años, pero opina que actualmente es sólo una exageración de su madre. En concreto, Olivia está cuatro kilos bajo su peso normal. Cuenta que su madre le insiste todo el día que coma y que le lleva comida a su pieza, incluso cuando le dice que no tiene hambre. Dice también que a su madre no le gusta la comida que le dan en el casino de su colegio, ya que no la encuentra saludable, por lo que le manda almuerzo hecho por ella. Lo primero que le pregunta cada vez que la va a buscar es “¿te comiste el almuerzo?”, lo que tiene agotada a Olivia. “Me tiene cansada que la comida sea tanto tema… un día, un día podría no preguntarme.” El control que habíamos visto por parte de la madre en la primera sesión vuelve a aparecer en el relato de Olivia. Me cuenta que está cansada de que la traten “como cabra chica”. Su madre muchas veces no la deja salir, dictamina con qué amigas se puede juntar y con cuáles no, dentro de muchos otros ejemplos. Tenemos entonces a una joven con un posible trastorno de la conducta alimentaria. Pero también tenemos a una joven muy controlada por 59 su madre, que añora independencia. Ahí está nuestra palanca para provocar el cambio. Tomando en cuenta que está cansada de que la comida sea un tema — algo con lo que podemos empatizar al recordar que ya pasó por un tratamiento por este tema— le digo a Olivia lo siguiente: “Te propongo algo… como tú no tienes un problema con la comida, y estás cansada de que tu mamá se meta en el tema, la voy a citar a ella sola la próxima semana y le voy a decir que por un mes no te toque el tema, para nada…” Incrédula, me pregunta cómo lograré que la madre no se meta. Le digo que su madre va a necesitar algún tipo de prueba para creer que en estas nuevas condiciones la cosa no va a empeorar. Le pido que me ayude un poco: “¿qué te parece si le digo a tu mamá que no toque el tema de la comida, por un mes, y que si tu bajas o te mantienes en tu peso, quiere decir que no funcionó el tratamiento, y hasta ahí lo dejamos? Y tú por tu cuenta te propones subir cien gramos a la semana.”. Ella misma hace las matemáticas y me dice que no tiene problema, ya que en un mes no va a haber subido ni siquiera medio kilo. Le parece un 60 precio muy bajo a pagar para liberarse del control materno sobre la comida. Intervine de esa manera ya que me pareció que su posición frente a la comida era de rebeldía, por cansancio con el tema, más que por un tema con adelgazar. De ser así, al quitar la razón de rebelarse con su alimentación, naturalmente debiese ocurrir un cambio en ella. ¿Por qué cien gramos? Por dos razones. La primera es que es tan poco, que asumía que Olivia no se negaría a la idea. La segunda es que, si una persona intenta subir cien gramos lo más probable es que se pase un poco, por lo que aunque suba doscientos gramos, ya sería el doble de lo propuesto. Así, Olivia conseguiría de a poco ir recuperando su peso normal, a un ritmo que no la asustaría. En la tercera sesión le propongo este trato a la madre, quien lo acepta sin mucha esperanza. Para ella el tema es la comida, y no que la comida sea un tema. Sin embargo, cuando a la cuarta sesión nos reunimos los tres por primera vez — dos semanas después del trato con Olivia— ella me cuenta que en vez de los doscientos gramos pactados, subió 61 medio kilo, pero me dice sonriendo “filo, son trescientos más no más”. Dice que está comiendo mejor, que anda menos pendiente del tema. Sobre todo, está muy agradecida de que la mamá no se meta. Su madre dice poco en esa sesión. Confiesa que le ha costado no preguntar por la alimentación de su hija, y que medio kilo en dos semanas no le parece algo de lo cual haya que alegrarse, siendo que sigue bajo peso. La invito a mantener el trato, y que mientras continúe subiendo sigamos cumpliendo el acuerdo, ya que coincidimos en que vamos en la dirección correcta. Antes de irse, Olivia me cuenta que entró a la selección de hockey de su colegio, algo que su madre aprueba con una sonrisa: “es todo un orgullo”. La semana siguiente Olivia no sólo ha mantenido su peso, sino que ha subido alrededor de doscientos gramos más. La madre ha cumplido, y ya no le pregunta por el tema comida. De hecho, ve y valora los cambios en su hija. Pero como ocurre muchas veces en las relaciones interpersonales, si uno de sus integrantes empieza a cambiar, el otro también lo 62 hace. La madre de Olivia plantea que le gustaría que su hija se devolviese sola del colegio, ya que ella está cansada de ir a buscarla todos los días, especialmente ahora que tiene un horario distinto de salida que el de sus hermanos, debido al hockey. Olivia, sin embargo, no tiene muchas ganas de volverse en micro a su casa, ya que dice que llegará más tarde y le “da lata”. Termino la sesión con lo siguiente: “Les propongo que ahora que vemos que puedes manejar tu alimentación como una persona adulta, lleguemos al acuerdo de que este mes tu mamá tampoco te diga nada con la comida, pero que a cambio tú te hagas cargo más de ti también, como una persona adulta, y que te vayas en micro del colegio a tu casa.” La madre de Olivia volvió a recordar los acuerdos antes de irse: “yo no te molesto más con el tema de la comida, si tú sigues recuperando tu peso, y tú te vuelves en micro y así estamos todos más felices”. Un mes después las volví a ver juntas en mi consulta. Olivia había subido un kilo, estaba 63 comiendo de manera más normal, y seguía feliz con su nueva vida. Con sólo dos kilos bajo peso, su madre estaba orgullosa de su hija, y feliz de que la posibilidad de una recaída hubiese pasado. 64 V HACERSE EL TIEMPO: ¿CÓMO LIDIAR CON UNA AGOTADORA JORNADA LABORAL? Hay épocas en el año en que aumentan las consultas sobre un tema específico. Un buen ejemplo de esto es marzo, que se caracteriza por el estrés que lo acompaña. Listas escolares, permiso de circulación, matrículas, entre otros, se nos vienen encima. Además, para los afortunados que tuvieron vacaciones en el verano, volver a la rutina se vuelve, muchas veces, un estrés más. Pero, ¿qué entendemos por estrés? Aunque por lo general se le da una connotación negativa, el estrés es una reacción del organismo frente a una situación percibida o bien como una amenaza o como muy demandante. Aunque es una respuesta natural, cuando la situación se mantiene en el tiempo, el cuerpo se ve sobrecargado de tensión, lo que causa diversas enfermedades o malestares. 66 Tomemos el caso de Germán, quien llega a mi consulta contándome que al trabajar desde hace años en un puesto de mucha responsabilidad, se encuentra afectado de un alto estrés todo el año. En sus palabras, para él “todos los meses son marzo.” Lo que más le preocupa es que se siente todo el día cansado, y más encima en la noche le cuesta mucho dormir. Me dice que no le gusta su trabajo, no tanto por lo que tiene que hacer en él — que le parece interesante— sino por lo agotado que lo tiene. Cuando le pregunto por su rutina, me explica que sale todos los días cerca de las siete de la mañana de su casa, y que llega del trabajo alrededor de las ocho de la noche. El problema es que, por las características de su cargo, la mayoría de las veces se lleva trabajo pendiente a su casa, por lo que termina comiendo algo rápido frente al computador mientras lo termina. Cuando se va a acostar, alrededor de las once de la noche, le cuesta mucho relajarse, y se queda pensando en todo lo que tiene que hacer al día siguiente. Muchas veces, recién en la madrugada logra dormirse. 67 En parte, producto de este estresante ritmo, Germán está divorciado hace un par de años, por lo que vive solo en un departamento cerca de su trabajo. Su mujer lo dejó diciéndole que “no le interesaba estar con un trabajólico”. Tiene derecho a ver a su único hijo todos los fines de semana, pero por lo general no tiene tiempo para ello. Cuando le pregunto si, aparte de trabajar, hace algo distinto en el día, algo que le agrade, me dice: “no tengo tiempo para nada”. Es una respuesta que se repite cuando le pregunto acerca de sus fines de semana o, incluso, sobre sus vacaciones. La clave de este caso se encontraba, a mi parecer, en su constante lamento de no tener tiempo para nada. Esta frase es una generalización desmedida, ya que siempre es posible hacerse un tiempo para algo más que el trabajo. Basta con pensar que cualquiera podría despertarse cinco minutos antes para tener ese tiempo adicional. Sin embargo, Germán se mostraba seguro de que no. Una y otra vez me repetía que no le quedaba tiempo en el día para hacer lo que él quería, ni para distraerse. Sólo trabajar, hacer las cosas de la casa y dormir. 68 Le pregunté si no le era posible tener aunque fuesen quince minutos para él en el día. Nuevamente nombró todas las cosas que hacía en el día, las que le volvían imposible tomarse tan sólo esos minutos. Aprovechando su inclinación hacia las matemáticas, reflejada en su carrera, le pregunté qué porcentaje del día eran quince minutos. “Como el uno por ciento”, me dijo, no sin esbozar una sonrisa, después de un breve cálculo mental. Aquí vale la pena detenerse brevemente, para remarcar cómo una intervención debe ajustarse al paciente en su singularidad, y que por tanto no sirven las mismas intervenciones para todos los pacientes. Si Germán no hubiese tenido un trabajo relacionado con las matemáticas, hubiese sido mucho menos efectiva esta pregunta, incluso podría haber trabado la sesión al hacérsele muy difícil el calcular la respuesta. Retomemos entonces. Cuando se da cuenta que estamos hablando sólo del uno por ciento del día, se abrió a la posibilidad de que efectivamente podía tomarse esos quince minutos diarios. Conversamos sobre las distintas actividades que le gustaría hacer en ese tiempo. Fue muy difícil que Germán lograse pensar algo, “hace tanto tiempo 69 que no hago nada de lo que me gusta”, me decía, “que ya ni se me ocurre”. Finalmente me dijo que principalmente quería poder cocinarse algo más elaborado algunos días, revisar páginas de internet no relacionadas con su trabajo, o ver parte de alguna serie de televisión. A la semana siguiente llegó contándome que en quince minutos no alcanzaba a hacer nada. Le pregunté si había visto afectado su trabajo, las labores domésticas o su descanso, producto de asignar ese uno por ciento a una actividad de su agrado. Me dijo que por supuesto que no, que era demasiado marginal el uno por ciento para afectar algo. En aquellos quince minutos diarios a Germán se le habían ocurrido muchas cosas que sí quería hacer. Esto significa que pensar actividades de su agrado, algo que la semana pasada se había vuelto una tarea titánica, en esos momentos se había vuelto una reflexión natural. Esto demuestra que el tomar distancia de lo que nos agobia, permite mirar con más calma lo que sí nos gusta de la vida, un importante primer paso para poder relajarnos y ser más felices. 70 Sin embargo, su lamento volvió a aparecer. Todas las cosas que se le habían ocurrido tomaban más de quince minutos — algo que no debe sorprender a nadie— por lo que ahora estaba desesperanzado: no las podría hacer, ya que no estaba dispuesto a destinar más del uno por ciento de su día a su relajo. Nuevamente, su inclinación matemática me ayudaría. “¿Cuánto tiempo necesitarías para esas actividades?”, le pregunté. “Más o menos una hora”, respondió tristemente. Dentro de las actividades que le habían dado ganas de hacer, en más de quince minutos, elegí la que me parecía más fácil de coordinar para él, andar en bicicleta, y le dije que la tarea de esta semana era hacerla. Me indicó, molesto, que no tenía tiempo para eso, por todas las obligaciones que me volvió a repetir. Le dije entonces: “Actualmente te tomas 105 minutos a la semana” (15 minutos cada uno de los 7 días de la semana) “por lo que alcanzas a tomarte 60 minutos para andar en bicicleta, y todavía te quedaban disponibles 45 minutos. ¿Por qué no te tomas 15 minutos de descanso el lunes, miércoles y 71 viernes, y el día sábado te tomas la hora restante para ir a andar en bicicleta? Como ya pueden ver, la clave en este caso fue ir muy de a poco, sin darle espacio suficiente a su visión habitual de “no hay tiempo para nada”, pidiéndole algo mínimo, tan sólo 15 minutos al día. Aunque eso puede sonar mucho, al convertirlo en porcentaje, el hecho de que “es tan sólo uno por ciento” lo convierte en una cantidad desestimable incluso para él. A fin de cuentas, a casi todos nos pasa que si nos dicen “hay sólo un uno por ciento de probabilidad” de algún suceso, lo consideramos prácticamente nulo. Dado que ya había aceptado los quince minutos diarios, y ahora era solamente un reordenamiento en otra forma de la misma cantidad de tiempo, no tuvo problemas en aceptar la propuesta. A fin de cuentas, como tantas veces me dijo en la primera sesión, Germán “era un hombre de números.”. ¿Qué creen que pasó la semana siguiente? Germán llegó muy contento, contándome que había ido a andar en bicicleta al cerro San Cristóbal, pero que se había quedado con gusto a poco. Me explicó que por el tiempo que se demoraba en 72 llegar al cerro, no alcanzaba a andar una hora, por lo que no era suficiente el tiempo acordado. A causa de lo mencionado en el primer capítulo acerca de la resistencia, opté por ser abogado del diablo, y le pregunté muchas veces, extrañado y sorprendido, si estaba seguro que no le bastaba con 1% del día para él. Finalmente me dijo que le había dado hartas vueltas y que, aunque me respetaba como profesional, encontraba que era muy poco, y debiese ser al menos del orden del 2%. Le dije que viera entonces esta semana con el 2%, es decir, que se diera entonces tres momentos de descanso de 30 minutos en la semana, y que el sábado se tomase dos horas para andar en bicicleta. Cuando llegó a su tercera sesión, Germán me contó que había decidido que un 5% de la semana para hacer cosas que le gustasen era un número ideal, es decir, 8 horas. Me traía una propuesta: tomarse media hora cada día los días de semana, para un total de 2 horas y media, y el fin de semana tomarse las 5 horas y media restantes. De hecho, ya tenía planificado ir al estadio con su hijo, a quien ya ni siquiera veía todas las semanas. Su 73 hijo, según me contó Germán, le dijo que “no podía creer que se hubiese hecho el tiempo”. Cuando lo vi a la semana siguiente, ya no empezó la sesión contándome cuán estresado y cansado estaba. En vez de eso, me contó con detalles la ida al estadio con su hijo, y los planes que tenía para las siguientes semanas. Sobre sus síntomas, me contó que estaba durmiendo mejor, algo que él atribuía al cansancio producto de la bicicleta. Sobre todo, me dijo, estaba contento de ver más a su hijo, y se sentía con mucha más energía durante el día. Cuando nos volvimos a encontrar, dos semanas después, no fue raro encontrarme en ese momento con un hombre menos estresado. “Ahora quiero recuperar el tiempo perdido”, me dijo al finalizar la sesión. ¿Cómo podemos resumir lo que sucedió? Creo que la frase del hijo de Germán es la mejor forma de explicar de qué se trató el tratamiento. Se hizo el tiempo. 74 75 VI UNA SOLEDAD QUE ATRAPA El año pasado recibí en mi consulta a Nicolás, un joven de veinte años. Me parece interesante este caso porque muestra muy bien el comienzo de una depresión, y cómo el diagnóstico puede ser difícil, producto del límite difuso entre la vida anterior y el momento actual. Esta dificultad se hace ya evidente en lo primero que Nicolás me dice: “Mira, no es fácil de explicar, no es nada concreto, pero es triste… es triste lo que me pasa, es medio estúpido y mamón. Vengo porque me siento solo… hace bastante tiempo ya… no es que no tenga amigos, aunque no tengo tantos, pero no tiene que ver con eso, poco importa si estoy con harta gente cerca o no… me siento solo igual, es como algo de adentro…” Hasta aquí, pareciera que lo que lo aqueja no es algo nuevo, sino que viene desde “hace bastante tiempo”. Sin embargo, cuando le pregunto 76 acerca de su soledad, muestra que no es la misma de siempre: “Se que al final todos estamos solos, en algún sentido medio existencialista eso siempre lo he sabido, pero ahora se siente distinto… como que la soledad se ha puesto media viscosa, es cada vez más pesada de soportar, pero al mismo tiempo, es cada vez más cómodo el no relacionarme con mucha gente…” Aquí aparece claramente que ha habido un cambio, en tanto su sensación de soledad pasó a ser algo que se le hace difícil de soportar. Le pido a continuación que me explique en qué sentido se ha vuelto viscosa. ¿Por qué? Porque a diferencia de la soledad cotidiana que refiere en el primer párrafo, que parece una preferencia personal, o de su comentario existencialista sobre ella, es cuando se refiere a la soledad como viscosa donde aparece claramente su preocupación. “Claro, pegajosa… como que me atrapa y me quedo pegado en eso, como que sí, me siento solo, cada vez me siento más solo… yo estudio comercial, donde igual hay trabajos en grupo, y eso me está costando más, me cuesta soportar a la gente… no es que me molesten, es que me dan lata… no sé si me explico…” 77 Nuevamente aquí aparece la tensión entre dos posiciones subjetivas. Primero lo plantea como algo que lo está atrapando, y a continuación lo menciona como algo de su personalidad, en la línea de que simplemente le da “lata.” Sin lugar a dudas, esta vacilación entre estas dos posiciones se explica en parte por cierto temor a lo que le está pasando. Muchas veces el comienzo de una depresión se siente como la describe Nicolás, es decir, uno se siente extraño, con la sensación de que la depresión tiene una fuerza propia que nos arrastra. Frente a ello, es muy importante que el psicoterapeuta no caiga en la tentación de normalizar lo que le pasa al paciente, reforzando en este caso la posición de que lo que sucede no es más que su tendencia natural a la soledad. Por el contrario, es de vital importancia el enfatizar que lo que está diciendo es distinto a lo que le pasaba antes, es decir, algo está pasando más allá de la tendencia natural anterior. Una intervención, entonces, tendrá una forma similar a la siguiente: “Parece que no es sólo la tendencia natural, sino que es algo distinto. ¿Desde cuándo lo sientes así?” 78 Después de haber hablado bastante de esta sensación, intento conocer el contexto de Nicolás, para intentar pesquisar a qué puede deberse este agravamiento de su sensación de soledad. Cuando habla de su familia, aparecen cosas bastante importantes para lo que serán las siguientes sesiones: “Antes de sentarse a la mesa es mejor tener claro que viene una serie de quejas, problemas… nunca se conversa de nada positivo… tampoco soy un optimista, pero si vamos a hablar de problemas, hablemos de problemas grandes, reales… o sea, yo no voy a sentarme y decirle a mi vieja «me siento solo», porque uno, me sentiría mamón, y dos, no hay nada que ella pueda hacer para solucionarlo, entonces sirve sólo para molestarla…” Aquí aparecen dos posibles abordajes para este caso, a saber, el centrar la sesión en su sensación de soledad o bien explorar más sobre su situación familiar. Elijo esta última alternativa, intentando pesquisar qué puede haber producido el cambio en Nicolás. Cuando le pregunto más sobre su madre, me responde: “No puede recibir nada porque siempre está con problemas… si ella supiera que me siento solo, 79 se molestaría, porque ella siempre me está diciendo que haga más cosas de mi edad, que carretee más, que conozca «chiquillas»… quizás me ve solo, o más solo de lo que le gustaría, y me presiona para que sea distinto… ella siempre tiene gente invitada a tomar tecito y cosas así, mi hermana igual… soy más bien yo el solo de la familia…” Como se ve, existen dos puntos que pueden ser importantes para el caso. El primero es que su madre está siempre con problemas. Sería interesante conocer de qué tipo de problemas está hablando Nicolás, para ver en qué medida son ellos los que lo están afectando. Al mismo tiempo, se coloca en contraposición a su familia en el tema central de la soledad, al plantear que su familia es sociable y que él es “el solo de la familia”. Al ser la primera sesión, prefiero partir averiguando sobre lo primero, que me parece levantará menos resistencia en él y, de haber un problema grave familiar, abrirá un punto importante donde intervenir. Sin embargo, al poco andar queda claro que los problemas que aquejan a la madre, al menos según cuenta Nicolás, no sólo no guardan conexión alguna con su sensación de soledad, sino que 80 tampoco parecen de gravedad alguna. “Se aproblema hasta de qué va a ponerse mañana”, me dice desestimando este punto. Al terminar la primera sesión, me queda claro que el punto del caso es esta nueva sensación de soledad, y que será importante en las próximas sesiones el ir dándole espacio a que hable de esta soledad viscosa, además de abrir el tema de la diferencia que siente con respecto a su familia. En la segunda sesión pregunto justamente por su sensación de que es “el solo de la familia” en contraposición a lo sociable del resto. Nicolás, notoriamente afectado, me explica que su madre: “Como que no acepta que soy distinto a ella no más… mis dos papás son comerciales, igual que yo, y siempre cuentan que eran como el alma de la fiesta, que siempre estaban con gente, haciendo cosas, que lo encuentran sano… o sea indirectamente me dicen enfermo…” Aquí se ve un punto crucial para Nicolás. No solo es distinto a su familia, sino que su tendencia natural es vista — o al menos él lo cree así— como poco sana por sus padres. Si a esto le sumamos que ahora ha visto agravada la sensación de soledad, 81 podemos entender que le asuste aceptar que hay algo que se está agravando. Esta sesión la dedicamos a hablar de su familia, especialmente las diferencias entre él y sus padres y hermana. Al finalizar, menciona que su padre opina muy parecido a su madre: “la típica de mi viejo es «no me vas a decir que prefieres ver una película a salir a carretear, eso no es normal», y como que ahí ya me da lata discutirle y me quedo callado, si al final igual hago lo que yo quiero… En parte eso también me da lata de la gente, que me cuestionen… por qué les tiene que importar cómo decido yo vivir mi vida... yo me siento bien siendo como soy… si vengo para acá no es para cambiar eso, sino que es para que no me agarre fuerte la soledad y me termine aislando de todos… eso es lo único que me da miedo” Nuevamente aparece la tensión que mencioné anteriormente, entre ver lo que le sucede como una tendencia natural y verlo como algo nuevo que lo asusta. Sin que alcance a intervenir, vacila y cambia a la otra posición en lo que dice a continuación: “no me gustaría que por una tendencia natural mía me termine alejando 82 demasiado… es una lucha contra la comodidad de mi soledad.” Como puede verse, en esta sesión aparece nuevamente que Nicolás tiene dos posiciones entre las que va alternando: considerar su actitud frente a la soledad como una tendencia natural suya, en contraposición con aceptar que esto no es normal, que algo le está pasando ahora que lo hace más difícil. La clave será ayudarlo a diferenciar estas dos posiciones, ambas válidas pero que se refieren a puntos distintos. Nicolás puede tener una tendencia natural a disfrutar más de la soledad que otras personas, pero por más susto que tenga al respecto, deberá asumir que lo que le está pasando ahora va más allá de eso, y se acerca peligrosamente al inicio de una depresión. ¿Cómo hacerlo? Será importante empatizar con el miedo que siente frente al proceso que le está sucediendo, por lo que habrá que darle espacio y tiempo para explorar esta posibilidad. En la tercera sesión, por tanto, me encuentro enfocado en que pueda hablar de lo que está sintiendo, de esa soledad viscosa que lo atrapa. En algún momento de esta sesión Nicolás me dirá 83 que sabe que “algo me está pasando, no sé qué y no sé en qué va a terminar”, algo sobre lo cual habrá que seguir insistiendo. Nuevamente — y como sucederá en tantas sesiones con él— aparece su madre. Nicolás me dice “cuando estaba triste o enojado, me encerraba en mi pieza y ya… mi vieja muchas veces me tocaba la puerta y me preguntaba qué me pasaba, pero yo sabía que no me iba a entender, las pocas veces que intenté explicarle me retaba por enojarme por cosas tan chicas… la típica de que hay gente que está peor que uno y cosas así…” Aparece entonces, una y otra vez, la tendencia natural a la soledad, tendencia rechazada y desestimada por su familia. No es raro entonces que hoy prefiera no compartir su preocupación con su familia, algo que explica en sus palabras: “Entonces cómo decirle que ando mal porque soy solitario, ahí sí que me va a encontrar exagerado, decirle que estoy preocupado de que me gusta estar solo, de que prefiero quedarme en mi casa que salir a carretear…” Se observan claramente las dos posiciones nuevamente, en una sola frase. “Ando mal porque soy solitario”, frase que muestra que lo de estar mal 84 es algo nuevo, no es una constante — se refleja bastante bien en el “ando”— y que la tendencia a la soledad es otra cosa, es algo que es parte de él, expuesto en el “soy solitario”. Intervengo acá marcando esa diferencia, de manera bastante simple y directa: “pero no es una preferencia lo que te angustia”. Nicolás se emociona y reconoce que “no, si a eso estoy acostumbrado en verdad… lo que me tiene preocupado es lo que te contaba, que de repente me puse a pensar «y si esto empeora?» y de ahí empecé a sentir que en verdad podía pasar, a tener la sensación de que esto puede empeorar… como que a este nivel todavía puede ser, soy un poco distinto a mi familia y ya, distinto a la mayoría de la gente de mi edad, ok… así no me molesta… como que desde siempre yo fui distinto, más solitario, más de preferir actividades para una persona, no hacía deportes en equipo, no me gustaban los trabajos en grupo… como que desde siempre he sido así…” Asustado frente a la posibilidad de que esto empeore, Nicolás nuevamente se refugia en relatar ejemplos acerca de su tendencia a la soledad, 85 tratando de dejar lo que le está pasando como lo mismo de siempre. Sin embargo, este no será un espacio donde le bajaremos el perfil a lo que le sucede. De eso, ya tiene mucho en su casa. Vuelvo al punto, diciéndole que “parece que lo que te angustia es que algo está cambiando”. “Sí… algo cambió…” reconoce Nicolás, pero acto seguido le baja el perfil “es chico el cambio, pero como me he preguntado esto de si empeora, creo que le doy mucha importancia…” Como pueden imaginarse, hago oídos sordos a lo segundo, y sigo la conversación con aquella parte de él que está angustiada y preocupada por lo que sucede: ¿Qué cambios has sentido? “Con mi polola se ha ido notando, como que ahora después de un par de horas de estar juntos le digo que me voy para mi casa, o que la voy a dejar, porque ya, me gusta estar con ella, pero también estar solo… antes era menos así, me atrevía menos también a decírselo… Como que el estado actual no me preocupa en sí, sino la tendencia… me angustia pensar que me terminaré aislando de todos no más, como que finalmente no daré más y chao, mandaré 86 a todos a la cresta y me quedaré solo, tranquilamente solo” Aquí aparece entonces, claramente, lo que le preocupa. Si lo que le está pasando no es su tendencia, si está pasando algo más, su fantasía es que puede terminar quedando solo, algo que claramente lo angustia. Será clave entonces atender a este miedo, que es justamente lo que evita poder enfrentar directamente esta depresión en ciernes. Darle espacio, darle tiempo. Intervengo entonces de la siguiente manera: “¿Cómo sería tu vida en esa situación, si esta fuera una tendencia que efectivamente empeora?” El objetivo es simplemente que ponga en palabras la fantasía que queda como una amenaza. De esta forma seguimos trabajando, sesión a sesión, poniendo en palabras y develando esta soledad viscosa que lo angustiaba. Así, Nicolás fue hablando más y más de los cambios que sentía, de los miedos que éstos le provocaban, de las causas que pensaba podían estar provocándolos. Por sobre todo, tenía un espacio para hablar de su soledad. Ya que el tratamiento se extendió durante bastante tiempo, más que referirme en detalle a 87 cómo siguió el caso, me gustaría referirme a dos puntos. El primero es algo que me dijo bastante avanzado el tratamiento, y creo muestra bien el riesgo por el cual atravesamos en las primeras sesiones: “Te tengo que confesar que si le hubieras bajado el perfil a mi cuestión como mi familia, creo que me hubiese terminado matando… no te dije pero eras el tercer psicólogo al que iba”. Lo segundo, es cómo terminó este caso. Nicolás siguió con su tendencia natural a la soledad, prefiriendo ver películas más que salir a carretear. Sin embargo, ahora lo podía hacer con calma, sin sentir que estaba mal o que tenía que dar explicaciones por ello. Pero de lo que se libró fue de esta soledad que lo atrapaba. En una de las últimas sesiones, lo expresó de la siguiente forma: “creo que me atrapaba porque le daba la espalda, pero una vez que la enfrenté, todo se arregló”. Su frase grafica de buena forma el que Nicolás dejó de rehuir a la posibilidad de que lo que le estaba sucediendo fuese más que su tendencia de siempre. Enfrentando los cambios negativos por los que estaba pasando, pudo ir manejando una situación que lo estaba superando. 88 Sin lugar a dudas, este caso resume de buena manera la diferencia fundamental entre desconocer nuestra posición subjetiva y asumirla. Sobre todo, el cómo ir enfrentándonos a ella, asumiéndola, va generando muchas veces un efecto terapéutico. A veces, no hace falta nada más que eso. 89 VII CUANDO SE ACABA LA PASIÓN Al trabajar con parejas, recuerdo siempre las palabras de Milton Erickson — expuestas en Conversations with Milton Erickson. Changing couples— que me parece encuadran de la mejor forma lo que se realiza en este tipo de sesiones. “Toda alcachofa tiene una pila de hojas descartadas. La única forma de disfrutar una alcachofa es simplemente descartar ignorarlos. los pétalos Agradecer malos, por ese delicioso fondo, más allá de las hojas descartadas.” Sin embargo, la mayoría de las parejas que Erickson recibía en su consulta mostraban por lo general el deseo de cambiar al otro, e insistían incluso en que ése era su derecho. Más que centrarse en el fondo, los miembros de la pareja insistían en los pétalos desechables. Erickson nos dice que ése es su error. 90 Si tienen el derecho de cambiar al otro, deben reconocer por consiguiente que su pareja tiene el mismo derecho. El problema es que eso deja las cosas en un empate. Y nadie quiere vivir en un eterno empate. En muchos casos, se debe transparentar esta situación. Una terapia puede tener una primera etapa — y a veces incluso consistir únicamente en ella— en la que se examinan los aspectos que se desean cambiar del otro, además de los límites y motivaciones de tales cambios. Sin embargo, hay veces que es el fondo de la alcachofa el que está siendo el problema, es decir, que no es posible simplemente omitir el problema sin que con ello se acabe la pareja. ¿Cómo provocar entonces un cambio en la dinámica de la relación? Me parece que un caso en que el problema se remitía a la vida sexual de la pareja puede ser útil como ejemplo, ya que por un lado es un tema central y esencial en la vida de pareja, y por otro muchas veces las parejas se enfrentan al mismo problema: ¿qué hacer cuando se acaba la pasión? Afortunadamente en la gran mayoría de los casos, se cumple el viejo dicho que reza “donde fuego hubo, cenizas quedan”. Por lo mismo es que 91 resulta posible reavivar esa pasión que sentía el uno por el otro en el comienzo de la relación. Vale la pena mencionar, ya que estamos refiriéndonos al tema sexual, que hay casos en los cuales pareciesen no haber motivos psicológicos para que existan problemas. Nunca está de más, especialmente en estos casos, realizar exámenes hormonales en ambos miembros de la pareja, ya que ciertos desbalances — en la tiroides o en los niveles de testosterona, por ejemplo— pueden provocar una importante baja en el deseo sexual. Me gustaría contarles del caso de Magdalena y Juan Carlos, un matrimonio que llevaba en el momento de la consulta cinco años de casados. En la primera sesión, me cuentan que vienen porque están discutiendo mucho, “por puras tonteras”, tonteras que comienzan a enumerar. Dentro de la lista aparecen diversos motivos: diferencias en la crianza de los niños, gustos diferentes en comida y salidas, ganas de viajar a países diferentes, incluso el tiempo que cada uno pasaba en el baño. Es importante tener paciencia frente a ciertas divagaciones en las primeras sesiones, ya que la clave del caso puede 92 hallarse justamente en estas divagaciones aparentemente inocentes, o bien a veces es necesaria para los pacientes una introducción que evita intencionalmente el punto, hasta generar cierta confianza o comodidad que permita develar lo importante. Además, si tomamos en cuenta el fenómeno de la resistencia mencionado en el primer capítulo, ir directamente al punto crítico puede generar un cierre en el proceso. Así, dando pie a que pudiesen enumerar con calma sus problemas, al poco andar ambos centran el tema en la falta de relaciones sexuales. Cuentan que muchas veces pasan semanas enteras sin intimar, lo cual los tiene cansados e, incluso, cuestionándose la relación. Cada uno tiene su propia teoría al respecto. Juan Carlos dice que se cansó de buscar a su mujer, ya que el año pasado durante meses él intentaba por las noches que pasase algo, pero ella nunca accedía. Magdalena no niega su rechazo hacia su marido, pero explica que para ella el problema es que él va “directo al grano” y que ella necesita que antes le haga cariño, que sea tierno y romántico con ella, “como en el pololeo”. Juan Carlos la interrumpe y acota que no le dan ganas de hacerle cariño ni ser 93 romántico justamente por el continuo rechazo, acotando que ya se cansó y que no tiene ánimo para nada previo. Nos encontramos entonces frente a un círculo vicioso. ¿Cuál sería el resultado óptimo para ellos en este caso? Sin lugar a dudas, que ambos vuelvan a querer tener relaciones sexuales con el otro, y retomen una frecuencia que a ambos acomode. ¿No sería lo más simple entonces indicarles que deben romper el círculo vicioso, diciéndole a Juan Carlos que se anime a ser “como en el pololeo” y a Magdalena que acepte sus avances? Sin duda lo más simple sería esto. Pero los seres humanos, por regla general, no somos muy obedientes — sumado a ello el fenómeno de la resistencia— además de que nuestro orgullo hace que muchas veces prefiramos que sea el otro quien ceda primero. Por otro lado, y siguiendo lo que decía Erickson del empate, el problema de pedir que cada uno haga un cambio es que valida el derecho a que cada uno puede exigir que el otro cambie, perpetuando esa dinámica. 94 ¿Qué puede hacerse entonces? Dar un rodeo. Decidí entonces darles la siguiente indicación: durante dos semanas, debían todas las noches hacerse cariño, abrazarse, besarse, todo lo que quiere Magdalena, pero no estaba permitido el tener relaciones sexuales. ¿Por qué es útil esta indicación? La clave está en que es una trampa. Si la pareja es obediente y cumple la indicación, se habrá roto el círculo vicioso de la falta de cariño por parte de Juan Carlos a causa del rechazo que siente por parte de Magdalena. Será “como en el pololeo” y el rechazo no será responsabilidad de Magdalena. Ella no lo está rechazando, simplemente está siguiendo una indicación de su terapeuta. Si la pareja no cumple por completo con la indicación, y después de acariciarse tienen relaciones sexuales, también se habrá roto el círculo vicioso, ya que habrán tenido relaciones sexuales después de los cariños previos — como quiere Magdalena— sin que ella — como teme Juan Carlos— lo rechace posteriormente. Esto es lo que Erickson llama una intervención paradójica, ya que como terapeuta 95 indico algo para que el paciente realice justamente lo contrario de lo indicado — muchas veces debido al absurdo de la indicación, o bien a la resistencia ya mencionada— y así se destrabe la situación. Un excelente ejemplo, muy útil tanto dentro como fuera de la consulta, es una intervención — mencionada en Conversations with Milton Erickson. Changing children and families— antes de que la pareja empiece a criticarse mutuamente y a exigir cambios. Erickson les dice algo más o menos así: “Mientras estamos en esto, supongo que ambos quieren dejar de lado los elementos positivos por ahora”. ¿Ven la trampa? Si dicen que no, que no quieren dejar de lado los elementos positivos, están aceptando que sí los hay. Si dicen que sí, que quieren dejar de lado por ahora los elementos positivos, también aceptan que los hay. Otro ejemplo de esta técnica, ahora en una intervención que tendrá su efecto fuera de la consulta, es el que plantea Erickson para una pareja que discute todo el día. Él les indica que deben pelear en una hora determinada, todos los días, por ejemplo de ocho a nueve, pero que no está permitido pelear fuera de esa hora. Obviamente, se les hace muy difícil llegar a esa hora y empezar a 96 pelear de manera programada — dado el carácter emocional y espontáneo de las discusiones— por lo que finalmente en esa hora no hay discusión alguna. Incluso, muchas veces, aparecen las risas producto del absurdo de la situación. ¿Qué pasó con Juan Carlos y Magdalena? Cuando volvieron a la semana siguiente, había pasado lo primero, es decir, se habían hecho cariño, pero no habían intimado. Como puede verse, la intervención había funcionado de manera directa, y no paradójica como hubiese preferido. Sin embargo, ella estaba feliz, porque hasta ese entonces pensaba que él ya no la quería y que por eso no era tierno con ella. “Me volví a sentir como antes”, fue algo que Magdalena diría muchas veces en esa sesión. Juan Carlos, por su parte, estaba expectante de lo que yo diría en esta sesión. Como él esperaba, les dije que esta semana hiciesen lo contrario, es decir, que Juan Carlos fuese directo al grano, y que Magdalena no lo rechazase por ningún motivo. Como la razón que esgrimía Juan Carlos para no ser cariñoso con su mujer era su miedo al rechazo, aposté que esta vez no cumplirían con esta indicación, y que él no iría directo al grano, sino que 97 se tomaría tranquilamente su tiempo, tal como Magdalena quería. Nuevamente, si hacían lo que les indicaba, se rompía el círculo vicioso que llevaban hasta ahora, aunque faltaría un tercer movimiento que consiguiese unir el deseo de ambos. Sin embargo, si esta vez sí funcionaba de manera paradójica, habríamos logrado ya llegar a la armonía de sus dos posiciones. A la tercera sesión, llegaron pidiendo disculpas porque no habían hecho la tarea. A Juan Carlos le había parecido poco natural y poco delicado con ella ir directo al grano, por lo que le había hecho un poco de cariño antes, cada vez que habían tenido relaciones sexuales esa semana. Cada una de las tres veces. Les pregunté a ambos cómo se habían sentido estas dos semanas, y ambos estaban felices con los resultados. Juan Carlos reconoció que era imposible que ella accediese todas las veces, y que por supuesto ir directo al grano no era la mejor forma, “las mujeres son distintas a los hombres, y eso es así no más”, dijo con una sonrisa. Magdalena estaba feliz porque nuevamente se sentía querida y “no sólo como un pedazo de carne”, y también 98 reconoció que rechazarlo tantas veces tampoco había sido sano. Sobre las tonteras que eran — supuestamente— la razón que los traía, ambos se sorprendieron ya que prácticamente las habían olvidado, y ya habían dejado de pelear por ellas. Sin lugar a dudas, eran las hojas descartables de la alcachofa. Cuando los volví a ver un tiempo después, seguían felices habiendo recobrado su “pololeo”. Sin embargo, existen casos en que frente a los problemas uno o ambos miembros de la pareja deciden no seguir manteniendo una relación. Esta es una verdad que duele aceptar, ya que involucra consecuencias dolorosas para ambos y, cuando la pareja ha formado familia, afecta también a los hijos. Un buen ejemplo son las parejas a las que, al asistir a terapia y escucharse por primera vez en calma, se les hace evidente que no es posible seguir con la relación. Por un motivo u otro, se dan cuenta que, a veces, las parejas deben terminar. Esta es una verdad que nadie debe olvidar, especialmente un psicólogo realizando una terapia de pareja. 99 Hay muchas situaciones en que esto puede ser así. Me centraré en un caso de dependencia económica, que llama principalmente la atención al haberse convertido en una situación muy obvia de abuso de una de las partes involucradas hacia la otra, llegando incluso a lo burdo, y sin embargo para ambas partes parecía absolutamente normal. Debo aclarar, primero que todo, que no tiene nada de malo que uno de los miembros de la pareja mantenga económicamente al otro. Existen mil y una razones para ello, y un buen número de dichos motivos son respetables y compatibles con el proyecto de una pareja. Sin embargo, hay veces en que la situación pasa de ser una mantención a un abuso o, como veremos a continuación, a convertirse en la única razón para seguir con la relación. Tomemos el caso de Verónica y Manuel. Ambos tienen veinticinco años y llevan pololeando siete, los dos últimos viviendo juntos. Se conocieron cursando el primer año de ingeniería comercial y a los pocos meses se pusieron a pololear. Vienen a la consulta por idea de Verónica, quien está cansada de las peleas entre ellos. Cuando pregunto acerca de las razones, Manuel 100 cuenta que está cansado de que ella no tenga tiempo para salir con él como antes, y de que la frecuencia en sus relaciones sexuales ha bajado considerablemente, por lo que parecen ya un matrimonio de ochenta años. “Todo pasa porque se ha vuelto una vieja amargada” dice Manuel. Verónica, triste y cansada, me indica que ya no sabe qué hacer. Explica que sí tiene ganas de salir con su pololo, pero que está muy cansada. Se siente culpable, porque sabe que no se está comportando como una mujer de su edad. En el transcurso de la sesión, empieza a quedar clara la situación actual de ellos como pareja. El año en que Verónica se tituló, a Manuel le quedaba solamente un semestre en la universidad, por lo que decidieron irse a vivir juntos ya que en esos meses Verónica podía hacerse cargo de los gastos. Sin embargo, esta situación se ha alargado por dos años, ya que Manuel no ha logrado aprobar los ramos que le quedan. La situación se volvió más crítica el año pasado, cuando los padres de Manuel decidieron dejar de pagarle la Universidad, ya que consideraban que no estaba esforzándose lo suficiente y ya habían pagado un año extra por su 101 irresponsabilidad. Ante esta situación, Verónica asumió el gasto, ya que Manuel había pensado en retirarse de la Universidad y dedicarse a trabajar de orfebre, hasta ahora su hobby. Verónica me explica que no quería que él sacrificase sus sueños sólo por plata. Verónica empezó entonces a trabajar horas extra, para poder pagar los gastos de la casa y la universidad. Salía de su casa a las siete de la mañana y no llegaba antes de las diez de la noche. No tenía tiempo para nada más, lo que Manuel le recriminaba constantemente. Cuando él le decía que fueran a tomar algo en la noche, Verónica le decía que prefería dormir, lo que lo enfurecía. El mayor quiebre se produjo en las vacaciones de verano. Verónica le preguntó si pensaba aprovechar algún tiempo de los dos meses de vacaciones universitarias en trabajar para juntar dinero y ayudarla un poco, a lo que Manuel indignado le indicó que eran sus merecidas vacaciones. “¿Acaso no entiende que necesito descansar para poder pasar los ramos?” me preguntó en esa primera sesión. ¿Se está aprovechando de Verónica? ¿Está bien la situación? ¿Es correcto lo que está pasando? 102 Son preguntas que involucran la opinión y código moral de cada uno, por lo cual un psicólogo no debiese considerarlo para su intervención. Pero una terapia sí puede esclarecer al máximo la situación, las intenciones y las responsabilidades de cada uno. A veces basta con esto para que cada uno de los involucrados pueda entender de una nueva forma la situación y tomar una decisión diferente. Volviendo a la idea sobre el cambio propuesto en el primer capítulo, se intenta develar la posición subjetiva de cada uno de los miembros de la pareja, tanto para sí mismo como para el otro. Invité a Manuel a imaginar una situación hipotética. “¿Si tú te estuvieras manteniendo y pagando la universidad, qué harías en tus vacaciones?” Sin vacilar, respondió: “obviamente trabajaría, no me quedaría otra”. Verónica quedó impactada de su respuesta. Empezaron a dialogar, y yo intentaba que Manuel fuera empático con la posición de Verónica. A fin de cuentas, él también encontraba razonable trabajar en vacaciones. Sin embargo, Manuel tomó la postura de que ya que Verónica ganaba lo suficiente, sería 103 injusto y “muy feo de su parte” que no le pagara la universidad. Intenté encauzar el diálogo en el problema que decían tener, a saber, el poco tiempo que pasaban juntos y la baja calidad de éste. Verónica planteó que prefería dejar de pagarle la universidad, para poder llegar más temprano a la casa y que volviesen a tener una buena vida en pareja. Manuel no sólo no lo aceptó, sino que le dijo que si hacía eso él terminaría inmediatamente con ella, por no apoyarlo en este difícil momento. Verónica llorando le decía que ella seguiría pagando todo, que sólo la universidad sería costeada por él, y que podía tomar un crédito. Manuel siguió empecinado en que Verónica lo estaba traicionando. A estas alturas, Verónica ya no sabía que pensar. Me pidió una sesión individual, en la que me preguntó si ella estaba equivocada, si estaba siendo injusta con él. Al poco andar, sin embargo, empezó a plantearme que quizás Manuel estaba con ella por interés. Encontraba “muy feo siquiera pensarlo”, pero no podía quitarse eso de la cabeza. La sesión le sirvió para que su idea de dejar de trabajar horas extra, para poder estar más 104 tiempo con él, fuese tomando fuerza. Si el problema era efectivamente ese, no había otra solución que ella pudiese pensar. Verónica le propuso a Manuel pedir un crédito de consumo, que alcanzaba a costear lo que quedaba de universidad. Aunque él nuevamente le dijo que era una traición, aceptó finalmente. Sin embargo, toda esa semana que Verónica llegó temprano, lo invitó a salir y él se negaba cada vez. Lo buscó sexualmente también, y esta vez era él el cansado. Esta situación se repitió a la semana siguiente, con distintas excusas pero siempre con el mismo resultado: por más que Verónica lo invitaba a salir, le conversaba o lo buscaba sexualmente, Manuel no la tomaba en cuenta. Después de un tiempo, ella decidió terminar con la relación. A Verónica le había quedado claro lo que después le parecería evidente. Estaban con ella sólo por interés. En el proceso individual que siguió al quiebre con Manuel, ella se preguntaba muchas veces cómo no había visto algo tan obvio, y que por lo mismo quería trabajar en ella para que algo así nunca le volviese a suceder. 105 En síntesis, una terapia de pareja puede servir — a grandes rasgos— para entender que en la pareja hay que aceptar algunas cosas del otro que antes arruinaban la relación, para producir cambios en aquellas cosas esenciales al bienestar de la pareja y, como vimos en el último caso, también puede servir para que uno o ambos miembros de la pareja se den cuenta que no será posible encontrar la felicidad en la relación actual. 106 107 VIII LA INFIDELIDAD COMO TRAUMA Sin lugar a dudas, una de las problemáticas más comunes entre las parejas que recibo en mi consulta es la infidelidad. La persona que cometió la infidelidad viene generalmente llena de culpa y prometiendo nunca más cometer un acto así, mientras su pareja se muestra la mayoría de las veces incrédula de la posibilidad de poder seguir con la relación, ya que le parece imposible recuperar la confianza en el otro. En este capítulo intentaré explicar el fenómeno de la infidelidad, pero poniendo como centro al miembro de la pareja víctima de éste, foco que en general se coloca solamente en aquel que fue infiel. Además de intentar dar una comprensión distinta a este fenómeno — desde la teoría del trauma— se mostrarán algunos pasos a seguir en una terapia, que propician la superación paulatina 108 del dolor y la rabia que acarrea algo así, para poder comenzar el proceso de perdonar y volver a confiar. Primero que todo, es importante aclarar que, desde la psicología, no existe sólo una explicación para que una persona le sea infiel a su pareja. Existen casos en los cuales hay un problema psicológico o psiquiátrico a la base, pero son la minoría de ellos. En algunos se trata de la consecuencia de ya no sentir lo mismo con la pareja, pero también existen casos en que los sentimientos están intactos y una persona comete una infidelidad. El supuesto que parece obvio para muchas personas de “si me fue infiel es que ya no me quiere” no se aplica a todos los casos, y por tanto es una arista que debe explorarse en una terapia. Ahora bien, aunque sea un problema independiente de los sentimientos que se tengan, ya que existen casos en los cuales el amor sigue en pie, sí es un problema que depende del compromiso, de la decisión de mantenerse fiel a aquellos acuerdos mínimos que se generan cuando se entabla una relación. Pero, como dije anteriormente, este capítulo se centrará en el miembro de la pareja que sufrió la 109 infidelidad, ya que mucho se ha escrito acerca de las causas psicológicas, sociales y biológicas que llevan a una persona a ser infiel. ¿Qué sucede con una persona cuando sabe que le han sido infiel? Cuando ponemos el foco en este punto, encontramos muchas más semejanzas entre los distintos casos que al colocarlo en aquellos que fueron infieles. Por lo que significa una infidelidad, y por las reacciones que aparecen al entrar en conocimiento de este hecho, podemos hablar de que para el miembro de la pareja que sufrió la infidelidad se trata de un evento traumático. ¿Qué es un trauma? Un evento traumático se refiere a una experiencia que supera la capacidad de alguien de hacerle frente a lo sucedido, de integrar las ideas y emociones que provoca este hecho con el resto de la vida. En términos psicológicos, ocurre por lo general cuando hay una fuerte incongruencia entre lo sucedido y lo que la persona pensaba de su vida y de lo que podía pasar en el futuro, lo que pone a la persona a un estado de profunda confusión e inseguridad. Así, en la infidelidad muchas veces se repite la frase “nunca lo 110 hubiera pensado de él”, lo que refleja perfectamente tal incongruencia. Pero sobre todo, es útil entender que cuando hablamos de trauma hablamos de ruptura, de un hecho que rompe de manera súbita la continuidad de la historia de la persona, marcando un antes y un después en su vida. pasado futuro trauma Al quedar rota nuestra historia, nuestra vida, en ese punto, se generan ciertos fenómenos característicos, que al ser entendidos desde la teoría del trauma, permiten comprenderlos, tanto para el miembro de la pareja que fue infiel, como para los amigos y familiares que desean ayudar a la persona a atravesar esos momentos, así como también para el profesional a cargo del caso. Primero, existen ciertos efectos en la memoria cuando ocurre un trauma. En general, la persona está constantemente pensando y recordando lo sucedido, intentando una y otra vez darle sentido, encontrarle explicación, para así 111 poder restaurar la continuidad con el resto de su vida. Aquí aparece con frecuencia la pregunta constante “¿por qué?” hacia el miembro de la pareja que cometió la infidelidad, necesitando escuchar una y mil veces una respuesta, aunque sea la misma. Otro fenómeno, que queda muy bien graficado en el esquema anterior, es cierto nivel de amnesia o dificultad de recordar los aspectos de la relación previos al trauma. Al haberse generado un corte en la historia, cuesta ir hacia atrás para rescatar aspectos positivos o negativos de la relación antes de que ocurriese el trauma, ya que de alguna forma y como dice el sentido común, la persona “está pegada” en el trauma, por lo que se asemeja a lo que sucede con un disco rayado, siendo la infidelidad lo único sobre lo que puede pensar y recordar. Incluso cuando se ha ido avanzando en la recuperación de la continuidad de la historia, cuando se ha podido ir perdonando y volviendo a confiar, ocurren a veces flashbacks, es decir, recuerdos e imágenes que vienen a la mente de manera inesperada, sobre acontecimientos relativos al evento traumático. Así, una coincidencia 112 de nombre de una persona con la amante, pasar por el lugar donde uno averiguó el hecho, un sueño sobre lo sucedido, y mil ejemplos más, pueden detonar un regreso temporal al evento traumático, haciendo aparecer toda la emocionalidad presente en el día en que se supo del hecho. Saber que es parte normal del camino, esperable incluso, permite que ambos miembros de la pareja no piensen que esto es un retroceso absoluto o que no han servido de nada sus esfuerzos en superar este trauma, sino que es, justamente, parte de este camino. Otro aspecto característico de una persona que está atravesando por un trauma es una respuesta emocional simplificada, en la cual tiende aparecer la rabia y el dolor de manera súbita, aparentemente sin explicación. Esto podemos entenderlo incluso a nivel biológico, en tanto el organismo, al recibir un trauma, siente que está en una situación de peligro, amenazante, y por tanto se privilegian las respuestas rápidas frente a estímulos externos. Para la persona que ha sufrido la infidelidad de su pareja, en alguna medida, su pareja fue o es su enemigo, y por tanto es esperable encontrar menor tolerancia y mayor irritabilidad frente a lo que haga o deje de hacer. 113 Por otro lado, y volviendo a ver el esquema planteado, nos encontramos con una emocionalidad bastante dicotómica, en tanto algunas veces se observa el pasado, mucho antes de la infidelidad, como un período feliz y casi perfecto, en los cuales no existían problemas en la relación — algo que muy pocas veces es así— y el futuro como un período destruido donde no podrá existir la confianza ni el amor. El volver a recomponer la historia, el darle sentido a lo sucedido, permite de alguna forma volver a comunicar ese pasado con el futuro, recordando ciertos malos momentos que pueden haber propiciado o avisado la infidelidad, y poblando el futuro de la esperanza necesaria para volver a confiar. Desde esta comprensión de la infidelidad como trauma, ¿qué hacer? Ante todo, es importante que la pareja tenga un acuerdo acerca de a qué se referirán con infidelidad, de la definición misma de ella. Como siempre en el trabajo con parejas, es conveniente definir el concepto a trabajar de manera conductual, es decir, que se defina por conductas observables desde fuera, y así pueda evaluarse su presencia o ausencia de manera 114 objetiva. Por ejemplo, es muy distinto decir que el problema es que la pareja es alcohólica, que decir que el problema es que cuando salen a pasarlo bien a solas, la pareja siempre termina tomando hasta quedar borracha. Una definición es discutible y colinda con un insulto, la segunda podemos evaluarla objetivamente. Una buena definición de infidelidad debe incluir por supuesto las conductas sexuales con una persona fuera de la pareja, que violan sin lugar a dudas las expectativas explícitas o implícitas propias del compromiso. Pero también es importante darse el tiempo para clarificar todas las conductas no sexuales que la pareja también considera como infidelidad, como puede ser el compartir los sentimientos íntimos con otra persona, pasar el tiempo libre exclusivamente con alguien más, y otras situaciones que deben ser consideradas en cada caso. Recuerdo un caso que ilustra bien este punto. La mujer sentía que su marido le había sido infiel, ya que en los momentos más importantes para ella, como el funeral de su padre o el nacimiento de su hija, su marido no había estado presente, ya que estaba acompañando a su mejor 115 amiga, que estaba triste en tales momentos por distintos motivos. El marido reconocía que no había estado, justificándose de que en ambos casos su mujer estaba muy bien acompañada por su familia, en cambio su amiga estaba sola, por lo que su presencia era más importante allí. Pero lo que no reconocía es que eso era una infidelidad. Para él, y no había forma de disuadirlo, la infidelidad era acostarse con otra persona, y nada más que eso. La discusión entre ellos se había centrado hasta entonces en esta cuestión semántica, que claramente dejaba de lado lo más importante. Les propuse no hablar de infidelidad para lo ocurrido, ya que no había acuerdo entre ellos en el término, y les dije que quizás sería mejor hablar de deslealtad. Aunque el marido no estaba seguro al principio si había sido desleal o no, le parecía que sí era un término que podía corresponder a las acusaciones de su señora, por lo cual estaba dispuesto a explorar esa hipótesis. Como puede verse, al centrar la definición del problema en las conductas, no es lo importante si llegamos a un acuerdo en una palabra en particular, sino en el comportamiento. Así, 116 podemos saltarnos el escollo de que alguien reconozca que efectivamente fue infiel, cambiando simplemente el término con el cual trabajaremos. Como hemos visto a lo largo del libro, lo importante es la posición que develan las palabras, más que las palabras mismas. Una vez acordada la definición conductual del problema, podemos delinear en conjunto las metas a largo plazo que se buscan, es decir, cuando se llegue al término del tratamiento, ¿qué cambios les gustaría hubiesen ocurrido?, ¿cómo les gustaría ser pareja en ese futuro? Esta pregunta coloca el perdón o superación del trauma como horizonte, pero además permite que aparezcan otros cambios que se desean y que hablan de la historia de la relación. Así, poco a poco empezamos a colocar la infidelidad en el contexto de la relación, más que como un evento exterior a ésta. Un buen ejemplo de ello tiene que ver con las salidas en pareja. Si una persona que fue infiel le comenta a su pareja que en parte su infidelidad se debió a que ellos nunca salían a solas, lo más probable es que se genere rabia y sienta que está intentando justificar su agravio. Sin embargo, si la 117 misma persona dice que en el futuro le gustaría que salieran con más frecuencia los dos solos, se vuelve menos una justificación y más un lindo deseo de mejorar la relación, lo que frecuentemente es visto así por la pareja. En estas metas a largo plazo, en el trabajo específico con la infidelidad, es bueno plantear algunas en todos los casos. Primero que todo, que se llegue a un acuerdo acerca de los límites que deben ponerse con otras personas, incluidos los emocionales y sociales. Segundo, que ambos se harán responsables de la reconstrucción de la relación y por tanto, en el futuro, harán su mejor esfuerzo en satisfacer las necesidades emocionales y físicas del otro, detallando cuáles son en el caso específico de la pareja. Una vez delineadas estas y otras metas a largo plazo, se deben encontrar las metas a corto plazo que, al concretarse lleven a su cumplimiento. En educación, su equivalente serían los objetivos específicos que, en su conjunto, cumplen uno a uno los objetivos generales. En estas metas a corto plazo se debe tener en cuenta lo que ya sabemos de la teoría del trauma. Por lo mismo, una de las primeras metas a 118 cumplir es que se discuta la infidelidad de manera clara, siendo lo más específicos posible, sin entrar en la morbosidad. Muchas veces las preguntas se repiten o existen dudas, por lo que hay que ayudar a la pareja a tener paciencia y tolerar este proceso, que refleja el intento de la persona de darle sentido a lo sucedido, de poder conectarlo con su historia pasada y presente, y así darle continuidad a esa historia. En este proceso sería bueno tener como meta a corto plazo el que ambos entiendan las típicas reacciones frente al trauma, para que así se normalice la experiencia del miembro herido, y ninguno piense que está siendo innecesariamente repetitivo, cruel, o incluso que se está volviendo loco. En la línea de darle sentido, es bueno conversar acerca de los factores — tanto de la pareja como externos a ella — que ellos creen contribuyeron a la infidelidad. No es lo importante llegar a una causa clara de lo que sucedió, sino que el sólo hecho de dialogar y explorar distintas hipótesis va dando sentido y poniendo en conexión el evento traumático con el resto de la vida. Si el padre de aquel que cometió la infidelidad fue a su 119 vez infiel, ello no explica por entero lo sucedido, pero va poniendo en un contexto el hecho y así el trauma empieza a conectarse, en este caso, con el pasado de la pareja, y así dejar de ser un evento aislado que, justamente desde la ruptura con el resto de nuestra historia, se vuelve imposible de asimilar. Es útil también dialogar acerca de la relación de la pareja antes de que sucediese la infidelidad, para así ir recuperando ese pasado perdido o distorsionado en la memoria producto de la ruptura propia del trauma. Una vez que se tiene la suficiente claridad acerca del hecho mismo, con los detalles específicos necesarios, junto con las hipótesis de las causas que llevaron a la pareja a cometer la infidelidad, y el contexto de la relación de pareja en la cual sucedió, es posible empezar a identificar los cambios conductuales, propios y de la pareja, que evitarían una futura infidelidad y mejorarían la relación. Finalmente, es importante que el miembro de la pareja a quien se le fue infiel, pueda ir verbalizando su entendimiento del perdón como un proceso, y no como un evento. Esto quiere decir que la persona irá perdonando, en algunos 120 momentos más y en otros menos, y que esto no significa que a veces haya perdonado y después quite el perdón. Muchas veces las personas creen que será imposible perdonar algo, porque piensan que perdonar a alguien se refiere a olvidar, o a perdonar en un cien por ciento lo sucedido. Cuando se entiende que el perdón es un camino, donde cada paso vale, donde hay retrocesos, es posible abrirse a la posibilidad de que quizás uno podrá perdonar al otro, pero no por entero, solo en un noventa por ciento, por ejemplo. Una pareja que ha perdonado en un noventa por ciento al otro es radicalmente distinta a aquella que no ha perdonado en lo absoluto y, al mismo tiempo, es muy similar a un perdón total. De esta forma, el proceso terapéutico irá trabajando por un lado con la reparación frente al trauma, pasando por el tolerar quedarse detenido en ese punto el tiempo que sea necesario, procurando darle continuidad con el resto de nuestra historia, y por otro lado irán abriéndose los cambios necesarios para que la pareja resulte fortalecida después de esto y, por qué no, se vuelva una relación incluso mejor que antes. 121 En síntesis, el comprender la infidelidad como trauma permite, tanto para la pareja como para el profesional, centrarse el tiempo suficiente en el hecho en sí y entender la importancia de esto, antes de querer enfocarse en el pasado que hipotéticamente lo explique, o bien en los cambios futuros que llevarán al perdón. Además, explica los fenómenos de memoria y emocionales presentes, explica por qué son esperables y aclara que son parte del proceso de darle sentido a lo sucedido. Ello abre la puerta para, en un futuro no tan lejano, poder incluir la infidelidad como un período oscuro de la historia de la pareja, pero así poder seguir escribiéndola, juntos y mejor que antes. 122 123 IX SOBRE LA CRIANZA DE UN ADOLESCENTE Ser padres no es una tarea fácil y muchos concuerdan que se vuelve incluso más difícil cuando los hijos atraviesan la temida adolescencia. Sin embargo, con algunas técnicas sencillas —que se decantan de miles de estudios acerca de la conducta humana— se puede enfrentar de mejor manera este desafío. Me gustaría partir relatando un caso relatado por Jay Haley22 en El arte de la terapia estratégica, ya que de buena forma resume el espíritu de este capítulo. Una trabajadora social tenía a su cargo a un niño que le prendía fuego a distintas cosas. No lo hacía sólo en su casa o en el colegio, sino que también caminaba tirando fósforos prendidos a los basureros. El diagnóstico parecía fácil: pirómano. La profesional alegó en el centro en que trabajaba que ella no sabía qué hacer con un 124 pirómano, y que necesitaba apoyo de los psicólogos y psiquiatras del lugar. Se hizo entonces una reunión clínica, en la que el director del centro, tras escuchar sobre el caso, dijo que se trataba obviamente de un “problema edípico” y se paró dando por finalizada la reunión. La trabajadora social se quedó sentada llorando, ya que no le habían dado ninguna sugerencia o ayuda sobre qué hacer con el niño. Cuando un terapeuta pasó por el lugar y le preguntó qué le pasaba, ella le contó lo sucedido. El terapeuta le dijo entonces: “Veamos, para encender un fuego tienes que tener fósforos.” Le dijo que le diera un centavo al niño por cada diez fósforos que le llevara sin prender. “¿Se puede hacer eso?” le preguntó incrédula. Dispuesta a intentar cualquier cosa, habló con los padres y junto con ellos puso en marcha esta idea. El niño estaba dichoso de recibir dinero, y los padres felices de que alguien finalmente los ayudase concretamente. Al poco andar, el niño dejó de encender fuegos. Este es entonces el espíritu de este capítulo, a saber, el utilizar técnicas o tácticas rápidas que, 125 aunque no permiten resolver todas las problemáticas que surgen en psicoterapia, sin lugar a dudas pueden ayudar bastante a generar un cambio rápido en algunos casos. Cambios conductuales que, en algunas situaciones, permiten despejar el camino para uno más profundo, a saber, el cambio de posición que hemos revisado a lo largo del libro. Como ejemplo, tomaré el caso de Patricio, un joven santiaguino de catorce años. Sus padres llegan a mi consulta porque sienten que su hijo el último tiempo “se ha puesto rebelde, está cambiado” por lo que están preocupados por su futuro. Cuando les pregunto acerca de los cambios, me cuentan que hasta el año pasado Patricio cumplía con sus responsabilidades: hacía su cama, ordenaba su pieza, estudiaba lo suficiente, tenía buenas notas, etc. Pero cumplidos los catorce años, todo eso había empezado a generar problemas. Cuando se le pedía que hiciese algo, respondía de mala forma, terminando la conversación con un “no pienso”. Frente a esto, su padre ha estado al borde de pegarle, y sólo la petición desesperada de paciencia de la madre ha logrado contenerlo. 126 Tenemos claro entonces cuál es el problema para los padres. Antes de proponer soluciones, debemos preguntarnos cómo han intentado los papás de Patricio que su hijo volviese a ser como antes. Una de las herramientas con la que han tratado de aplicar algo de control sobre su hijo adolescente es el dinero. No es una mala idea usarlo a favor de la crianza, tomando en cuenta que el dinero entrega autonomía a los jóvenes, y por tanto le dan mucha importancia. El tema es saber cómo usarlo para ello. Lo más típico es el control sobre la mesada, un monto fijo mensual —aunque muchas veces, por miedo a la capacidad de ahorro de los adolescentes, se da de forma semanal— que los padres dan a los hijos. Desde que habían empezado a tener problemas con Patricio, sus padres habían decidido no dársela cada vez que se portaba mal. Cuando llegaba con una mala nota, por ejemplo, le decían que no la recibiría. El problema es que muchas veces se la terminaban dando igual; ya sea porque de ahí sacaba lo necesario para colación y cargar su tarjeta bip, o bien porque la madre opinaba que el castigo era demasiado duro. El padre de Patricio me comenta que otro de los problemas es, justamente, 127 la diferencia en los métodos de crianza, y que él, en sus palabras, ya está “chato de que me desautoricen en mi propia casa.” La solución que propongamos tendrá que cuidar también este punto, propiciando un acuerdo explícito previo entre los padres, para que se genere la necesaria alineación en la crianza, imprescindible para que ésta se logre de buena forma. Lo que hacían los padres de Patricio, quitar algo positivo como es la mesada, es lo que se conoce en psicología como castigo. Los miles de estudios al respecto —propios de la psicología conductual—muestran dos cosas respecto a éste. Primero, que para que el castigo sirva para modificar la conducta indeseada (por ejemplo sacarse una mala nota) debe aplicarse todas las veces que la conducta ocurra. Segundo, que por cotidiano y usado que sea, no es para nada el mecanismo más eficaz en la modificación de una conducta. ¿Cuál es la mejor manera para propiciar una conducta? El premio o refuerzo. Esto se refiere simplemente a dar algo positivo a la persona —o bien suprimir algo negativo— tras haber realizado la 128 conducta deseada. El típico ejemplo de lo primero sería darle un regalo a un niño cuando saca buen promedio o, en el segundo caso, dejarlo ir a una fiesta tras haberlo castigado sin salir, cuando se portó bien en la semana, o permitirle no hacer su cama un día por haberse sacado una buena nota. El ejemplo relatado por Haley radica justamente en reforzar positivamente el no prender los fósforos. Como veíamos anteriormente, uno de los problemas que tenían con Patricio era que ya no sacaba la basura. Los padres ya no sabían qué hacer para que su hijo hiciese algo tan simple como ello, y lo ocupaban como ejemplo para mostrar el extremo al que había llegado su hijo, repitiendo muchas veces “ya ni siquiera saca la basura”. Tomemos entonces este problema. ¿Qué hacer para lograrlo? Ayudémonos con lo que vimos sobre el refuerzo anteriormente. Ahora bien, agreguemos algo que no parece obvio, a saber, que el conductismo ha descubierto que el premiar sólo algunas veces una conducta deseada, es decir, de manera intermitente, es más efectivo para que ésta se mantenga, que premiarla cada vez que ocurra. 129 Volvamos al ejemplo de Patricio. Si sus papás lo premiaran cada vez que sacara la basura dándole quinientos pesos, él sacaría la basura esperando cada vez ese premio. Cuando sus papás consideren que ya está instaurada la conducta, y dejen de darle los quinientos pesos, lo más probable es que al poco tiempo Patricio ya no saque la basura. Por el contrario, si sólo algunas veces se le dan los mismos quinientos pesos, cuando Patricio no obtenga el premio, podría pensar: “bueno, quizás a la próxima”, por lo que seguirá sacando la basura con la expectativa de recibir en algún momento su premio, que efectivamente recibirá algunas veces. Esto significa no sólo un ahorro importante para los padres, sino también que Patricio sacará la basura aún sin recibir su premio. Esto es lo que se llama un programa de intervalo variable. Sin embargo, es muy importante tener en cuenta un descubrimiento algo antiguo en la psicología, pero que tiende a olvidarse. Cuando la persona tiene motivación intrínseca o interna por algo, es decir, una motivación propia y que no requiere de premios, el recompensar la conducta cuando ocurre —como si se necesitase una 130 motivación extrínseca o externa— tiende a disminuir la aparición de la conducta. Esto quiere decir que si a un adolescente le encanta ir a entrenar fútbol, y sus padres lo premian pagándole mil pesos cada vez que lo hace, es más posible que no siga entrenando, que si no le dan premio alguno. Por lo mismo, es importante utilizar el refuerzo sólo cuando no existe la motivación intrínseca por una conducta. Una vez aclarados estos puntos con los padres, les propongo que antes de juntarnos a planificar la serie de refuerzos y conductas por cambios, me gustaría ver primero a su hijo, una o dos sesiones, para formarme mi propia opinión del problema. En esas sesiones quería indagar si lo que me contaban los padres de Patricio se debía a otras problemáticas, como podía ser la presencia de drogas u otros trastornos, más graves que la mera pubertad y los cambios conductuales que conlleva. Afortunadamente, una vez que vi dos veces a Patricio, me queda bastante claro que no hay otros problemas más que la pubertad, que conlleva ciertos roces típicos entre padres e hijos. Patricio me dice que está “chato de que sus papás le den y quiten la mesada todo el rato”, y que “casi 131 preferiría que no me dieran nada si me van a andar chantajeando todo el rato con que me la van a quitar”. Sobre sus cambios de conducta, acepta que hace menos cosas en la casa, pero dice que la causa es que tiene menos tiempo ya que el colegio está más exigente este año. Con los papás hicimos un plan para la crianza en las siguientes sesiones, que involucraba tanto las expectativas suyas como las de su hijo. Así, les propongo que estipulemos una mesada base, que se respete pase lo que pase. Esta mesada será inferior a lo que pueden entregarle, pero debe bastar para cubrir la colación y transporte. Una vez claro para todos ese monto, hicimos un calendario en el cual cada día había una tarea, como sacar la basura, hacer la cama, y otras labores domésticas que querían que Patricio hiciese. Era importante que fuese sólo una tarea, para así también respetar la queja de su hijo sobre la mayor exigencia en el colegio. Cada día, si hacía la tarea, se le marcaría con un círculo en el calendario y, cuando no, una cruz. Cuando juntara tres círculos, Patricio recibiría un premio monetario, estipulado con anterioridad. 132 Le expliqué a la madre que debía respetar el acuerdo que estábamos realizando, ya que si le pasaba dinero a su hijo “por debajo”, sabotearía este intento. Antes de aplicarlo, les pedí que viniesen con Patricio, para que revisáramos entre los cuatro el calendario o, como divertidamente le puso su padre, “La misión”. Una vez que estuvieron todos de acuerdo, tras pequeños cambios en algunas tareas, les pedí que pusieran el calendario en un lugar visible para todos, para así también evitar que fuese necesario que sus padres estuviesen repitiéndole frecuentemente las tareas que tenía que hacer, algo que me había comentado antes Patricio que le molestaba. A las pocas semanas los tres se habían acostumbrado a este nuevo sistema. Patricio estaba contento de tener seguridad de un monto fijo, y se sentía más en control de su actuar. “Si estoy muy chato un día, filo, no hago lo que tenía que hacer ese día… sé lo que significa esa cruz, pero de ahí tengo tres días para repararlo”, nos explicaba Patricio en una sesión posterior. 133 Sus padres también estaban contentos, ya que no disfrutaban el andar insistiéndole a su hijo que hiciera las cosas, y mucho menos castigándolo con tanta frecuencia, por lo que este nuevo sistema —basado en su idea del manejo del dinero— les parecía perfecto. Además, el padre de Patricio estaba feliz de ya no sentirse constantemente desautorizado, planteando que “ahora hay una ley escrita” —el calendario— que lo apoya en sus decisiones. Remarco que la intervención estaba basada en su idea pues una intervención que parece ser autoría del paciente tiene mayores posibilidades de éxito y de sostenerse en el tiempo. En síntesis, hay muchas técnicas que pueden ayudarnos con un adolescente. Lo importante es conocerlas y aplicarlas correctamente. Pero para ello no sólo es importante tener un conocimiento teórico de las técnicas que provee la psicología conductual, sino también entender qué es importante para cada adolescente y así poder saber qué estímulo, qué refuerzo, será el más adecuado para producir un cambio. Es aquí donde se hace fundamental una mirada estratégica sobre el caso. 134 El respeto por la singularidad de cada caso debe mantenerse siempre, ya que sólo sobre su base podremos producir un verdadero cambio. 22 Jay Haley (1923-2007). Sistematizó los planteamientos de M. Erickson, en lo que se convertiría en el importante modelo estratégico de psicoterapia. 135 X EL DIBUJO INFANTIL COMO MENSAJE A LOS PADRES Hace un par de años atrás, una mujer me escribió un correo electrónico preguntándome si podía hacer algo por su hijo. Me decía que, después de haber tenido dos procesos terapéuticos infructuosos, tanto con una psicóloga infantil como con un psiquiatra, había decidido intentar conmigo. En su correo se refería a nuestra futura terapia como “la tercera es la vencida.” De manera breve, Isidora explicaba en el mail que el problema era que su hijo Matías de seis años, todavía no lograba el control de esfínteres. En sus palabras, el problema para ella es que su hijo “se hace pipí todas las noches”. Como hemos visto en los capítulos anteriores, la intervención rara vez se centra de manera directa en el problema, y más bien busca la causa de éste para intervenir sobre dicha causa En el caso de los niños, muchas veces sus problemas reflejan un ambiente familiar patológico — algo a lo que los psicólogos sistémicos, por ejemplo, se refieren como el niño síntoma del sistema familiar— más que tratarse de un problema individual. Por lo mismo, decido citar sólo a la madre a una primera entrevista, para que me explique en detalle no sólo lo sucedido con Matías, sino también el entorno en el que se mueve, como por ejemplo la familia y el colegio. La ventaja de tener una sesión sin Matías es que su madre podrá hablar de manera más libre sobre su hijo y sus problemas, lo que nos permite hacernos una idea más clara de la problemática en cuestión. Después de los saludos de rigor, lo primero que dice Isidora en la sesión es que “Matías es un niño normal”, para después describir en extenso todas las áreas en que su hijo es un niño promedio, desde las notas del colegio hasta su lugar en las curvas pediátricas. Todo absolutamente normal. “Pero todavía se hace pipí”, repite Isidora, más de cinco veces en la sesión. Teniendo algún nivel de claridad sobre la situación escolar y médica de Matías, le pido que me hable de ella y de Juan, su marido y padre de 137 Matías. Isidora comenta que ella es dueña de casa y que su marido es un importante gerente de una empresa de telecomunicaciones. Están casados hace ocho años y, una vez que nació Matías, decidieron no tener más hijos por los problemas que tienen entre ellos. Aquí no debemos olvidar que estamos buscando una causa para el problema de Matías, el lugar desde el cual está emergiendo su conducta. Por lo mismo, y sin pudor, vale la pena preguntar por la vida de pareja de sus padres. Le pregunto entonces a Isidora a cuáles problemas se refiere. Aunque en un comienzo dice que nada tienen que ver con el problema de Matías, y por tanto no le encuentra sentido a hablarlo en la sesión, finalmente explica que aparte de los típicos problemas de los matrimonios, lo principal es que ella es muy celosa, “así como patológico ya”, dice ella. Cuando indago más al respecto empieza a llorar y, advirtiendo nuevamente que lo siguiente no tiene nada que ver con Matías, cuenta que meses antes de casarse intentó quitarse la vida con pastillas. Había tenido la sospecha de que Juan la engañaba. 138 Al finalizar la sesión, y notoriamente afectada por todo lo que contó, Isidora dice acerca de Matías: “por suerte él es chico y no se da cuenta de nada”. Aparece aquí una posible causa para el problema de Matías, a saber, que sí se da cuenta de los problemas entre sus padres. Después de permitir que se desahogase un poco sobre la situación con su marido, le digo que me gustaría verla a ella junto a Matías la próxima semana. El objetivo de ver al niño era poder indagar acerca de la posible causa mencionada anteriormente, además de abrirse ante otras posibles si esta no resultaba correcta. Isidora dice que no hay problema, y pregunta si la haré entrar a la sesión o si puede ir al mall mientras tanto. Cuando le digo que la idea es conversar con ambos, menciona que le parece raro ya que la otra psicóloga veía sólo a Matías. Sólo le sonrío y le digo que nos vemos la próxima semana. En la segunda sesión, viene Isidora con Matías. Ella me dice que su hijo no quiere hablar. Le digo a Isidora que entonces ella me cuente la rutina de él, lo más detallada posible, y a Matías le digo que no se preocupe, que no necesito por ahora que 139 hable, y que si quiere puede dibujar mientras tanto. Mientras le pasaba un block de dibujo y lápices, me pregunta qué tiene que dibujar, y le digo que puede dibujar lo que él quiera. ¿Por qué pedí la rutina de Matías? Para asegurarme que Isidora no diría nada que preocupase o hiriese a su hijo, y así este pudiese abstraerse lo más posible del relato de su madre, dada la familiaridad de éste. Cuando lo vi más tranquilo y habiendo dibujado distintas cosas, le pedí que ahora por favor dibujase a sus papás, mientras yo seguía conversando con su mamá. Cuando termina su dibujo le pido que nos lo muestre. En él aparecen dos figuras humanas, las típicas de palito, con colores muy vivos, sonrisas muy grandes y un gran sol con anteojos oscuros. Isidora sonríe. Le pido entonces a Matías que por favor dibuje de nuevo a sus papás, pero le digo “ahora dibújalos como son en la noche”. El niño toma entonces un crayón negro, y raya con furia las dos figuras, cubriéndolas de manchones y nubes negras. Poco queda de la imagen anterior. 140 Al parecer, Matías se daba más cuenta de lo que Isidora creía — o quería— pensar. Le indico a Isidora que ponga el dibujo en el refrigerador de su casa, y que lo deje ahí por lo menos hasta la siguiente sesión. Le pido también que si su marido lo quiere sacar, le diga que antes se comunique conmigo. Esta intervención intenta cuestionar en los padres el que su hijo no se daba cuenta de nada. Además, si sostenemos la hipótesis que a nivel inconsciente el “hacerse en la cama” era un llamado de atención por parte de Matías, una forma de decir “yo sí me doy cuenta de lo que pasa entre ustedes”, el que el dibujo estuviese a la vista de todos bien podía servir de reemplazo para ello, una sustitución con bastante menos costos que la original. Lo del padre merece también una explicación. En la primera sesión Isidora había dejado en claro que Juan nunca vendría a mi consulta, ya que creía que los psicólogos eran un fraude y “sólo se dedican a sacarle plata a la gente.” De esta forma, respetaba que no quisiese venir, pero le comunicaba lo que decía su hijo en la sesión de manera indirecta. 141 Una semana después, viene Isidora con Matías a mi consulta. “En vez de hacerse todas las noches, ahora es noche por medio… no podemos estar más felices” me dice Isidora. Nuevamente le pido a Matías que dibuje a sus papás, mientras le pregunto a Isidora sobre la semana de Matías. Después de unos minutos entrega un dibujo de dos figuras humanas de palito, felices y con el mismo sol. Cuando le indico que ahora los dibuje de noche, toma con cuidado el crayón negro, y hace algunas líneas entre ellas y por encima, con muy poca presión sobre el papel, de modo que, de manera casi calculada, queda un dibujo mucho menos ennegrecido que el anterior. Le digo entonces a Isidora que saque el otro dibujo y ponga éste en el refrigerador. Su hijo claramente les decía que iban por el camino correcto, pero que todavía faltaba un poco. El mismo hijo que según su madre no se daba cuenta de nada, demandaba más tranquilidad por las noches, habiéndose dado cuenta perfectamente de la relación entre su dibujo y el cese de las peleas. En la cuarta sesión, un mes después de ver a Isidora por primera vez, viene Isidora con Juan, quien me dice “Vengo porque esta semana el 142 Matías no se hizo ninguna vez… vengo a entender qué pasó”. ¿Qué mejor forma de lograr tener una sesión con un padre que no cree en los psicólogos? Viene abierto a entender, cuestionándose ya lo que creía de la psicoterapia, incluso antes de asistir a una sesión. Sin duda, mucho mejor que haberlo traído presionado a través de la madre. Después de conversar un rato acerca de la familia y la relación entre ellos, y entrado ya al tema de Matías, invito a Juan a reflexionar acerca del fenómeno de la enuresis secundaria de manera general, antes de pensar en el caso específico de Matías. Hablamos de posibles causas, efectos en la persona, hasta que le pregunto: “pero, finalmente, ¿cuándo una persona que ya aprendió a aguantarse las ganas, se hace?” Juan me dice que “cuando una persona se muere de susto” y, después de una pausa, entiende qué pasó y lo resume muy bien: “el Matías ya no se va a la cama asustado”. Seguí viéndolos un par de sesiones más a ellos dos, trabajando en su relación de pareja, para lograr un poco más de armonía en la casa. Un mes después, me decían, “Matías sigue sin hacerse”. 143 Muchas veces pensamos que los niños no entienden o no se dan cuenta de lo que está pasando. El problema sería más fácil de solucionar si asumiésemos que sí entienden, que sí se dan cuenta. Un par de meses después del alta me volvieron a escribir, contándome que Matías había hecho un nuevo dibujo y lo había puesto en el refrigerador. Había dibujado una consola de videojuegos. 144 145 XI ¿QUÉ HACER CON LA LOCURA? Hace un par de años tuve la oportunidad de trabajar en un centro de internación psiquiátrica bastante particular. Para proteger las identidades de los internos del lugar, no especificaré su nombre. Este centro surgió como respuesta a la petición de una comuna de la capital que, sobrepasada por la problemática de la locura y la falta de recursos para darle un lugar digno a sus internos, pidió a una reconocida congregación de la Iglesia que se encargase de ello. Debemos recordar que, en los últimos años, ha existido una política de rebajar dramáticamente la cantidad de pacientes psiquiátricos internos en los hospitales emblemáticos de Chile. Tal congregación fundó entonces un pequeño centro de internación para pacientes diagnosticados con psicosis, el nombre con que los psicólogos y psiquiatras denominamos lo que la 146 gente entiende coloquialmente como locura. En este centro vivían treinta pacientes hombres, entre treinta y cincuenta años. Las condiciones no eran malas, comparadas con otros centros de internación. Existía una pieza para cada paciente, además de un living y un patio como espacio común. Lamentablemente el living estaba cerrado bajo llave, y sólo se abría cuando uno de los trabajadores llevaba una película para que la viesen todos. El patio era un espacio de casi cien metros cuadrados, con piso de tierra y nada más. Ni una silla, ni una mesa. Nada. La única oficina del centro, para uso exclusivo del personal, tenía en una esquina una gran cantidad de cajas llenas de fichas de todos los pacientes. Lo primero que hice fue, por supuesto, revisarlas. No contenían nada más que diagnósticos. Uno tras otro, contradictorios entre sí, realizados por decenas de alumnos en práctica o estudiantes de psicología que venían a realizar sus trabajos aquí. La directora del centro, única psicóloga titulada que trabajaba en el lugar, me comentó que no había nada acerca del tratamiento en las fichas, ya que lo único que se realizaba allí era una terapia corporal grupal realizada por ella, una vez a la 147 semana, además de un control farmacológico realizado por un psiquiatra una vez al año. Esto quiere decir que los pacientes que estaban en el centro no recibían prácticamente atención psicológica o psiquiátrica alguna. Después de ver que las fichas estaban en las condiciones ya descritas, procedí a realizar un nuevo diagnóstico de los pacientes. ¿Para qué? necesitaba un diagnóstico claro y, sobre todo, que me permitiera definir qué sería útil para el paciente. Para su bienestar, para su dignidad. A un paciente no le importa saber qué tipo de psicosis tiene, si eso no se refleja en qué tratamiento recibe. Quería información acerca de cada uno, qué opinaban de vivir en este lugar, qué cosas no les parecían bien, qué cambios realizarían. Quería tratarlos como cualquier ser humano merece ser tratado. Además de realizar el diagnóstico de los pacientes, había que buscar un lugar dónde atender. Si bien existían las piezas de los internos, sólo contaban con una cama y velador. Finalmente opté por sacar uno de los sitiales del living y convertirlo en “la silla del psicólogo”, llevándola cada vez a la pieza del paciente que vería en ese momento. Al poco tiempo ellos sabían distinguir 148 perfectamente el contexto psicoterapéutico cuando estaba la silla en su pieza, del contexto informal cuando estábamos en el patio o compartiendo el desayuno. ¿Con qué me encontré? Creo que el primer diálogo que tuve con un interno refleja muy bien la situación: Terapeuta: ¿Te parece que conversemos un rato? Paciente: Sí, no tengo problemas. Me gusta conversar, aquí nadie conversa con nadie. Algunas veces vienen otros psicólogos… ¿me va a mostrar unas manchas o algo así? T: No, nada de eso… la idea es simplemente conversar, quizás más de alguna vez, para irte conociendo. P: Mmm… no soy muy entretenido para conocer… mi vida está convertida en algo bastante aburrido… yo lo único que quiero es salir de aquí, no quiero estar más aquí… no tengo problema en conversar con usted, pero si me pregunta qué quiero, quiero eso, salir de aquí… siempre que alguien me pregunta cómo estoy, digo lo mismo… quiero salir de aquí… pero nadie escucha, nadie hace nada… 149 Cuando le pregunto qué le gustaría hacer, me dice “muchas cosas… poder hacer cosas con las manos… aquí no nos dejan hacer nada… estar en la pieza tirados y ya… no entienden que todavía estamos vivos, tenemos culpas pero podemos vivir, no es condena a muerte…” El resto de las primeras entrevistas con los pacientes fue prácticamente igual en este punto. Todos estaban aburridos y cansados de que no los dejasen hacer nada. Al poco tiempo de reunirme todas las semanas a conversar con cada uno de ellos, empezaron a volverse más activos, y a compartir un poco entre ellos en el patio. La directora me comentó que le parecía raro que ahora pasasen tiempo en el patio durante el día, en vez de en sus piezas. “Para qué van al patio si no hay ni sillas”, me dijo. “Toda la razón”, le dije. Contacté entonces a la congregación y conseguí mesas y sillas de segunda mano, que colocamos de manera fija en el patio. Se me ocurrió pintar un tablero de damas en cada una de sus superficies, y dejar dos juegos de fichas en cada pieza. 150 Cuando volví a la semana siguiente, los profesionales del lugar no estaban muy contentos con el resultado. Los internos pasaban ahora la mayor parte del día en el patio, ya fuese jugando damas con un compañero o conversando. Algunos habían pedido piezas de ajedrez a la directora, a lo cual ella aún no daba respuesta. Los profesionales me explicaron que cuando los internos estaban todo el día en sus piezas, podían preocuparse menos de ellos y dedicarse a la administración del centro (cocinar, hacer aseo, entre otras actividades) y que ahora tenían que estar más pendientes, lo que les dificultaba su labor. La directora me comentó que dejarían las mesas y sillas un mes más, ya que quizás era por la novedad que los pacientes las estaban ocupando tanto, pero que no siguiera incitándolos a interactuar tanto y a “darle problemas al staff”. Cuando pasó el mes, la situación sólo había “empeorado”. Los pacientes seguían jugando en el patio, conversando entre ellos. Las comidas del día ya no se hacían en silencio, sino que entre el humano ruido de la conversación. Algunos incluso 151 me comentaban sus ideas acerca de nuevos cambios en el centro. Por sobre todo, querían hacer más cosas. Querían sentirse útiles. Querían sentirse humanos. El resto de los profesionales no sabían que más podían hacer los internos en el centro sin causarles problemas. Finalmente, en una extenuante reunión, aceptaron darles a los internos un paño de sacudir para que pudiesen ayudar en el aseo de sus piezas. Cuesta imaginar las sonrisas que ese simple derecho hizo aparecer en la cara de los internos. Los pocos familiares que visitaban a los internos se dieron cuenta de los cambios, especialmente por el hecho de que ahora sus parientes conversaban con ellos de manera bastante más fluida y amena. No era por supuesto igual a la conversación que podían tener con el resto de las personas, pero el cambio para ellos era muy significativo. La frecuencia de sus visitas aumentó, y conseguimos que algunos llevasen películas y que las viesen todos juntos. La lección que extraigo de todo esto es que el trato que le damos a los enfermos psiquiátricos, en su internación muchas veces de por vida, es 152 parte fundamental de su curación. En línea con lo visto en capítulos anteriores, una intervención sobre la causa del problema es generalmente la indicada. ¿Podemos curar la locura? Hay mucha polémica al respecto, pero la mayoría de los autores plantean que no, y sólo se puede mejorar la calidad de vida de las personas aquejadas por ella. De ser así, intervenciones que actúen sobre las causas de su malestar cotidiano no deben ser vistas en menos. Por lo mismo, no hay en este relato ninguna técnica psicológica aplicada, sólo un poco de sentido común, empatía y compasión. Me hubiese encantado partir de inmediato a realizar los tratamientos de la escuela en la que me formé, encontrarme con la problemática de la psicosis y enfrentarla con las herramientas que entrega el psicoanálisis lacaniano. Sí, me hubiese encantado, porque amo mi profesión. Pero primero debía detenerme y ser sólo un ser humano. Lamentablemente, esta historia no tiene un final feliz. Después de seguir un par de meses en las mismas condiciones, la directora me comentó que el centro no podía seguir así. Debido a la actividad que ahora mostraban los pacientes, interactuando en el patio, yendo a visitarse a las piezas, la 153 presencia de las familias, se hacía necesario tener más personas en el equipo profesional. Me indicó que no había fondos para ello, por lo que habría que intentar que los pacientes estuviesen más tiempo en sus piezas, poniendo horario de uso del patio, y limitar la frecuencia de las visitas familiares al fin de semana. Al final, no queda claro quiénes son los locos. 154 155 XII EL MOMENTO DE CONCLUIR Lo que he intentado mostrar, a través de la revisión de distintos casos, es que la gente sí cambia. La clave para ello es que se produzca un cambio de posición subjetiva en el paciente. Eso es lo que importa. Los medios y técnicas para conseguir ese cambio —incluyendo las suministradas por la teoría estratégica o la conductual— son sólo eso, medios. Lo que caracteriza a estas intervenciones como psicoanalíticas es considerar el cambio de posición como fin u objetivo central. Como vimos en el primer capítulo, es la posición la que determina cómo experimentamos lo que nos sucede, lo que sentimos y lo que pensamos. Por lo mismo, es ella la que determina también la aparición de los síntomas y del sufrimiento con los que lidiamos en psicoterapia. 156 Aunque esta posición sea lo que nos defina como sujetos, justamente al ser el punto desde el cual miramos nuestra vida, es por definición un punto invisible para nosotros. Por lo mismo, es necesaria una escucha particular de un otro para que ella se devele. Es aquí donde se hace evidente la importancia de un psicoterapeuta que sepa escuchar, más allá de los dichos de su paciente, el decir que los sustenta. A veces, lo que nos dice es tan impactante —como puede serlo un relato de violencia intrafamiliar, una violación, el suicidio de un hijo— que se hace difícil centrarse en pesquisar la posición desde la cual nos está contando su tragedia, pero ésa será la única forma de ayudarlo a cambiar. Espero haber ejemplificado en los capítulos anteriores este tipo de escucha y cómo, incluso gracias a intervenciones al comienzo del tratamiento, es posible que ocurran cambios a nivel de posición subjetiva —como puede ser responsabilizarse de algo por vez primera— que generan un alivio sintomático. Esto por supuesto no significa que los casos relatados aquí sean psicoanálisis finalizados, pero sí configuran los primeros movimientos de ellos — 157 movimientos que Lacan ubicaría en lo que ha llamado las entrevistas preliminares. Se hace relevante destacar este punto cuando consideramos el temor de muchas personas de iniciar un tratamiento con un psicoanalista, ya que se asume que será un proceso muy largo y de varios años. Como muestran los casos relatados, un pequeño viraje en la posición del sujeto —dejar de sentirse culpable de la muerte de un familiar, asumir las traiciones del cónyuge, enfrentar los miedos que uno ha evitado considerar— puede generar en el corto plazo la disminución o incluso desaparición de la molestia que motiva la consulta. Este efecto terapéutico rápido abre el camino a que, si el paciente así lo desea, se sigan explorando ese y otros puntos en un psicoanálisis posterior. Me gustaría terminar este libro compartiendo unas palabras de Freud, quien en una entrevista resumía así el objetivo de nuestro quehacer: “El psicoanálisis vuelve a la vida más simple.” 158 159 AGRADECIMIENTOS Aprovecho este espacio para agradecer el apoyo permanente de Mariana Rodighiero, la excelente labor como editores de Mariella Concha y Sebastián Alaniz, y a la revisión acuciosa de Mario Silva y Roberto Musa. Me sumo además a una tradición iniciada por Winnicott, y agradezco también a mis pacientes, especialmente a aquellos que estuvieron dispuestos a compartir sus historias, para así demostrar que la gente sí cambia. 160 Si desea una copia digital del libro, puede descargarla en: www.jorgesilva.cl/lagentesicambia Si tiene cualquier pregunta, comentario u opinión sobre el libro, puede comunicarse con el autor al email: contacto@jorgesilva.cl 162 El objetivo de este libro es mostrar, de manera sencilla y dinámica, la práctica de la psicoterapia, y cómo a través de ella la gente sí cambia. Dirigido a todo público, el autor explica paso a paso sus intervenciones, invitando al lector a ser testigo de una decena de tratamientos. Dentro de las problemáticas expuestas se cuentan las fobias, la depresión, el duelo y la comunicación en la pareja, entre otras. Jorge Silva Rodighiero es psicólogo de la Pontificia Universidad Católica de Chile y Master en Psicología Clínica y Psicopatología en España. Psicoanalista lacaniano y psicoterapeuta, se dedica a la atención individual de adolescentes y adultos, así como también a la terapia de pareja y familiar. Realiza seminarios teóricos y clínicos para estudiantes y profesionales, dentro de los cuales destacan Introducción a la Obra de Jacques Lacan y ¿Qué hacemos cuando hacemos psicoanálisis? 163