Cómo restablecer relaciones deterioradas Tendiendo puentes Ninguna relación está libre de experimentar roces y de verse dañada si no damos los pasos necesarios para restablecerla. Si no adoptamos ninguna iniciativa, la herida afectiva puede permanecer abierta y levantar una barrera invisible entre las personas, que resta espontaneidad a los contactos. En este contexto, es fácil que se produzca una cadena de roces que ponga en peligro la relación. La convivencia, en todos los ámbitos de nuestra vida, genera roces que dañan las relaciones. Cuanto más estrecha es la convivencia, mayor es la probabilidad de que se generen roces. Una relación bien establecida corre riesgo de deshacerse si crece la frecuencia de la interacción. A este respecto, recuerdo el caso de un voluntario en una ONG que me dijo que había salvado su matrimonio gracias a un trabajo que lo apartaba de su casa y evitaba así roces innecesarios. La interacción es clave en toda relación y puede afectarla tanto por exceso como por defecto. ¿Cómo se puede restablecer una relación rota? Cuando el incidente es menor, es fácil decir “lo siento”. Las personas bien educadas lo hacen. Pero a medida que se agrava el asunto, resulta más complicado. ¿Dónde nace esta dificultad? Sospecho que proviene, en parte, de la falta de valor; en parte, del orgullo; en parte, del temor a ser rechazado. También, es fácil que nos engañemos culpando a la otra parte y nos sintamos liberados de la disculpa. Esta reacción nos puede encerrar en un círculo vicioso. Pasan las horas o los días y se vuelve más penosa la disculpa. Probablemente, la interacción se ha tensado y se ha vuelto menos frecuente. Las partes se han distanciado. Entonces, hay que vencer el orgullo y aclarar la situación, empezando por un “lo siento” sincero, alejado del formalismo para salir del paso. Lo que sintamos –queramos o no– se manifestará en nuestro lenguaje verbal y no verbal. El éxito en el restablecimiento de la relación dependerá de la respuesta del ofendido. Esta cuestión nos lleva de inmediato al terreno del mensaje evangélico. El perdón de las ofensas, grandes o pequeñas, es condición para obtener el perdón de Dios. La respuesta a la herida afectiva provocada por la otra parte, cuando ésta dice “lo siento”, es el perdón, sintetizado en la frase “no pasa nada”. Ahora bien, la respuesta que demos a la expresión “lo siento” dependerá, en cierto grado, de la autenticidad que percibamos en dicha expresión. Cuando percibimos que el que se disculpa realmente lo siente, nos sentimos más inclinados a responder espontáneamente “no pasa nada”. Incluso si percibimos su gesto como una cortesía vacía de contenido, la respuesta apropiada sería la José Mª Rodríguez Profesor Emérito, IESE. jmrodriguez@iese.edu 38 misma. Y es así porque la aceptación de la disculpa, sea cual sea la intención del que la formula, es buena para todos. Es buena para el que se disculpa y para el que es disculpado, porque borran cualquier mal sentimiento y restablecen su paz interior, y es buena para la relación porque se restablece e, incluso, se reaviva. Lamentablemente, ante un “lo siento”, podemos responder con un gesto de orgullo ofendido. Esto no es bueno. Todos, sea cual sea nuestra condición social, rango o edad, compartimos la misma dignidad, y cuando rechazamos una disculpa rechazamos al que la expresa. Esta negación, imperceptiblemente, daña el interior del que actúa así. Las personas que acumulan esta clase de sentimientos se dañan a sí mismas. El secreto de nuestra paz interior reside, en gran medida, en nuestra paz con los demás. La vía que describo para restablecer una relación deteriorada es válida en todos los ámbitos de nuestras vidas, tanto en la familia como en el trabajo. Sin embargo, en la organización, decir “lo siento” plantea nuevos retos. En el mundo del trabajo se dan muchos factores generadores de roces, tanto en las relaciones verticales como en las laterales. El ejercicio del mando, bajo la presión del logro de los resultados, es una fuente de roces. Las relaciones laterales tienen un ingrediente competitivo, derivado de la escasez de recursos y de la estrecha interdependencia; con frecuencia, engendran rivalidades, a veces provocadas por el superior común. Ahora bien, recordemos que una organización es una comunidad de personas que colaboran espontáneamente en el alcance de una misión y en el logro de unos objetivos. Las buenas relaciones son los músculos de una organización. Cuando las relaciones se deterioran, sufre la convivencia en la organización. Por ello, es clave que en el ámbito de la organización tengamos el valor de decir “lo siento” y la grandeza de contestar “no pasa nada”. Soy consciente de que estas consideraciones chocan con la cultura de la mayoría de las organizaciones, donde se espera que todos tengamos una piel dura y pasemos por alto tantas pequeñas y grandes brusquedades y gestos de rechazo. Ahora bien, la convivencia, queramos o no, tiene leyes universales que la gobiernan y que están activas tanto en las relaciones familiares como en las profesionales. El jefe y el directivo que no han estado a la altura de su rango y tienen el valor de disculparse, ponen las bases para recuperar el respeto que podían haber perdido. Simplemente porque es de justicia y hay que dar ejemplo. IESE ENERO - MARZO 2005 / Revista de Antiguos Alumnos Publicidad 39