Tenochtitlan: la Ciudad de las Marvillas (HA) Los aztecas fundaron la ciudad de Tenochtitlán y sembraban sus cosechas en chinampas, islotes artificiales construidos con troncos, barro y plantas. A medida que aumentaba el poder de los aztecas, su ciudad capital, Tenochtitlán, iba convirtiéndose en una de las ciudades más grandes del mundo. Cuando los exploradores españoles llegaron por primera vez a Tenochtitlán en 1519, se asombraron al ver una ciudad majestuosa, atravesada por canales, que contaba con templos y palacios impresionantes. Con una inmensa población para la época, entre 200,000 y 300,000 habitantes, Tenochtitlán era más grande que Londres, París o Venecia. ¿Cómo hicieron los aztecas para convertir una isla en una ciudad tan grandiosa? Primero, le ganaron terreno al lago hundiendo troncos de árboles que servirían de muros. Luego rellenaron los huecos entre los troncos con barro, piedra y cañas. De esta manera, crearon pequeñas islas llamadas chinampas o “jardines flotantes”. Con el transcurso del tiempo, los aztecas extendieron la superficie de tierra firme de su ciudad hasta que ésta llegó a abarcar más de cinco millas cuadradas. Incluso anexaron Tlatelolco, que originalmente era una isla independiente, a Tenochtitlán. Poco a poco, Tenochtitlán se fue convirtiendo en la magnífica ciudad que tanto asombraría luego a los españoles. En el centro de la ciudad estaba situada una gran plaza ceremonial. Aquí, los aztecas se reunían para realizar sus rituales religiosos, fiestas y festivales. Un muro de aproximadamente ocho pies de altura encerraba esta área. Este muro estaba adornado con esculturas de serpientes en bajo relieve. Los palacios y las residencias de los nobles bordeaban el muro por el lado de afuera. Temples dedicated to various gods rose along the streets and canals of the city of Tenochtitlán. En la plaza, una pirámide de piedra llamada el Gran Templo se alzaba 150 pies hacia el cielo. Se podía divisar la pirámide, que estaba decorada con esculturas y murales de colores brillantes, desde una distancia de varias millas. La pirámide tenía dos escaleras empinadas que conducían a altares dobles. Un altar estaba dedicado al dios principal, Huitzilopochtli. El otro estaba dedicado a Tláloc, el dios de la lluvia. Frente a los altares se alzaba la piedra donde los sacerdotes realizaban sacrificios humanos. En un altar llamado el tzompantli (“percha de calaveras”) se exhibían las calaveras de miles de víctimas sacrificiales. En la plaza había otros edificios: más altares y templos, la cancha para el juego de pelota ritual, almacenes militares y habitaciones para visitantes importantes. Justo afuera de la plaza se alzaba el palacio real. Tenía dos pisos y parecía una ciudad pequeña. El palacio era la residencia del gobernante azteca, pero también contaba con oficinas de gobierno, altares, tribunales, almacenes, jardines y patios. En la pajarera real, el personal entrenado para ello les arrancaba a loros y quetzales sus valiosas plumas. Algunos animales salvajes, como pumas y jaguares, que habían sido capturados en diversas partes del imperio, se paseaban en el interior de las jaulas del zoológico real. El mercado principal de la ciudad estaba ubicado en la sección norte, en Tlatelolco. Hasta sesenta mil personas llegaban a diario de todos los rincones del Imperio Azteca para vender sus mercancías, que iban desde artículos de lujo, como jade y plumas, hasta bienes de primera necesidad, como alimentos y sandalias de soga. Los mercaderes también vendían oro, plata, turquesa, pieles de animales, ropa, alfarería, chocolate, vainilla, herramientas y esclavos. A pesar de que Tenochtitlán se había extendido hasta abarcar más de cinco millas cuadradas, sus habitantes no tenían problemas para recorrer la ciudad. Cuatro anchas avenidas se unían al pie del Gran Templo. Un millar de trabajadores barrían y lavaban las calles todos los días, manteniéndolas más limpias que las calles de las ciudades europeas. De noche, se encendían antorchas de pino que alumbraban el camino. La gente también viajaba a pie por las veredas más angostas o en canoa por los canales que atravesaban la ciudad. Muchos de los canales estaban bordeados con piedras y tenían puentes. Tres calzadas elevadas unían a la isla con el continente. La más larga se extendía por cinco millas. Las calzadas elevadas tenían de 25 a 30 pies de ancho. Todas tenían puentes de madera que podían levantarse para dejar pasar las embarcaciones o para proteger a la ciudad de un ataque enemigo. La ciudad contaba con otras maravillas tecnológicas, como los acueductos que transportaban agua dulce para regar los cultivos. Desde los manantiales de Chapultepec, a tres millas de distancia, corría una tubería doble. Mientras se limpiaba o reparaba un tubo, el otro podía transportar el agua. Una represa de diez millas de largo se extendía a lo largo del lado este de la ciudad para contener el agua de las inundaciones. © 2014 Teachers' Curriculum Institute