La Parábola del Buen Samaritano

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La Parábola del Buen
Samaritano
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La Parábola del
Buen
Samaritano
INTRODUCCION
En esta parábola Jesucristo deja un
doble mensaje para el mundo; todo
nace cuando un docto de la ley le
hizo a Jesús una pregunta: “Más él
queriéndose justificar á sí mismo,
dijo á Jesús: ¿y quien es mi
prójimo? y respondiendo Jesús,
dijo: Un hombre descendía de
Jerusalén a Jericó, y cayó en
manos de ladrones, los cuales le
despojaron; é hiriéndolo, se
fueron, dejándole medio muerto. Y
aconteció, que descendió un
sacerdote por aquel camino, y
viéndole se pasó de un lado. Y así
mismo un levita, llegando cerca de
aquel lugar, y viéndole, se pasó de
un lado. Mas un Samaritano que
transitaba, viniendo cerca de él, y
viéndole,
fue
movido
a
misericordia; Y llegándose, vendó
sus heridas, echándoles aceite y
vino; y poniéndole sobre su
cabalgadura, le llevó al mesón, y
cuidó de él. Y otro día al partir,
sacó dos denarios y se los dio al
mesonero, y le dijo: cuídamele: y
todo lo que demás gastares, yo
cuando vuelva te lo pagaré.
¿Quien, pues, de estos tres te
parece que fue el prójimo de aquel
que cayó en manos de los
ladrones? Y él dijo: El que usó de
misericordia. Entonces Jesús dijo:
Ve, y has tu lo mismo“ Lucas 10:
29 al 37.
En las doctrinas de los hebreos
había un punto interpretativo de
ellos sobre quien era su prójimo,
creían que el prójimo era
solamente los de su raza, y a los
gentiles
los
trataban
despectivamente, en la corta visión
que tenían mediante la ley de las
sombras no miraban a toda la
humanidad como prójimo, en las
sinagogas se les había enseñado
que Dios solamente era para ellos
y no para los gentiles, pero con
esta exposición que el Maestro
hace al doctor de la ley le despertó
la sensibilidad que su ritualismo
había dormido, como ya dijimos y
permítame repetirlo, ellos no
miraban a los samaritanos como
prójimo ni mucho menos al resto
de los pueblos que no pertenecían
a su raza, en aquel momento
cuando Jesús le expuso esta
parábola le ha de haber dolido
mucho al doctor de la ley, no
revela la Escritura si este hombre
creyó en las palabras de Jesús o las
rechazó, lo cierto es que a los
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judíos les costó aceptar que Dios
no solo era para ellos sino también
para los gentiles, Pablo entendió
muy bien este concepto y escribió:
“¿Es Dios solamente Dios de los
judíos? ¿No es también Dios de los
gentiles? Cierto, también de los
gentiles” Romanos 3:29.
Jesucristo vino a romper un
esquema que se había vuelto
obsoleto, esto al principio no fue
fácil entenderlo pues aún a los
mismos apóstoles les costó aceptar
que también los gentiles tenían
derecho a la salvación. A Pedro,
uno de los más destacados
apóstoles, le costó entender esta
verdad,
fue
necesario
que
Jesucristo le presentara una visión
la cual le tomó varias horas
entenderla, y aún así siempre se
mantenía proclive a creer en el
concepto judaizante: Pedro les
dijo: “… Vosotros sabéis que es
abominable á un varón Judío
juntarse ó llegarse á extranjero;
mas me ha mostrado Dios que a
ningún hombre llame común o
inmundo” Hechos 10: 28 (Pida
nuestro folleto “La Puerta abierta
a los gentiles”)
Con especialidad los judíos
mantenían
una
infranqueable
barrera por cuestiones ideológicas,
religiosas y raciales con los
samaritanos, pero Jesucristo entró
en este terreno prohibido por el
judaísmo y en su agenda de trabajo
tenía marcado el día y la hora en
que llegaría a Samaria a platicar
con una mujer, por cierto de mala
moral: “Vino pues a una ciudad de
Samaria llamada Sichar, junto a la
heredad que Jacob dio a José su
hijo. Y estaba allí la fuente de
Jacob. Pues Jesús, cansado del
camino, se sentó junto a la fuente.
Era como la hora sexta. Vino una
mujer de Samaria á sacar agua: y
Jesús le dijo: Dame de beber… Y
la mujer Samaritana le dijo:
¿Cómo tú siendo Judío, me pides a
mí de beber, que soy mujer
Samaritana? Porque los judíos y
los Samaritanos no se tratan entre
si“ Juan 4: 5 al 9
Samaria fue la capital de las diez
tribus que se rebelaron contra la
dinastía Davídica.
Después de muchos años los
llevaron cautivos por el rey de
Asiria al otro lado del
Éufrates y como era
costumbre los conquistadores
movían gentes de un lugar a
otro conquistado, esto lo
hacían por medidas de
seguridad y lo mismo sucedió
con los habitantes de Samaria
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“Y trajo el rey de Asiria gente de
Babilonia, y de Cutha, y de Ava, y
de Hamat, y de sepahrvaim, y los
puso en las ciudades de Samaria, y
habitaron en sus ciudades” 2 de
Reyes 17: 24. Los judíos
consideraban a los Samaritanos
como cualquier gentil, por esa
razón no se trataban, aunque los
samaritanos alegaban que eran
hijos de Jacob y seguramente
muchos de ellos lo eran.
El primer mensaje que Jesús deja
en esta lección es que nuestro
prójimo debe ser cualquier
persona, independientemente que
sea de distinto credo religioso,
político, raza, o estrato social ES
NUESTRO PROJIMO, aunque el
judaísmo no lo acepte así, la
verdad misma hecha carne así
interpretó ese precepto.
A este intérprete de la ley le ha de
haber dolido la exposición que
Jesús le hizo para contestarle la
tentadora pregunta sobre quien era
su prójimo.
Pero la enseñanza no termina en la
vejez de letra, nos da también una
revelación espiritual mas elevada
que la de entender solamente quien
es nuestro prójimo: “Jesús dijo:
cierto
varón
descendía
de
Jerusalén a Jericó cuando
arremetieron contra él unos
salteadores,
que
luego
de
despojarlo, se fueron dejándolo
medio muerto. Y sucedió que
descendiendo cierto sacerdote por
ese camino, al verlo pasó de largo.
De igual modo, vino un levita y
llegó a ese mismo lugar, y al verlo
pasó de largo. Pero cierto
samaritano que iba de viaje, llegó
a donde él estaba, y al verlo sintió
compasión por él, y acercándose le
vendó sus heridas y les aplicó vino
y aceite, y lo puso en su
cabalgadura, lo llevó a un mesón y
le brindó atención. A la mañana
siguiente sacó dos denarios, y
entregándolos al mesonero, le
dijo: Atiéndemelo, y si gastas algo
más, te lo pagaré cuando regrese”
Lucas 10: 30 al 35.
De hecho tan solo leer estas líneas
despierta sensibilidad y admiración
para este extraño caminante que
tuvo misericordia del herido. Este
hombre bajando de Jerusalén a
Jericó, visto desde la óptica
espiritual está representando la
caída, el descenso moral y
espiritual de la humanidad,
tomemos
bien
los
puntos
geográficos que marca el Maestro
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en la caída del hombre. Él viene
bajando de Jerusalén a Jericó y en
ese tortuoso camino lo despojaron
de todo.
Jerusalén: Significa un lugar de
Paz y bendición, leemos en las
Escrituras: “Y Abraham le apartó
los diezmos de cuanto tenía
consigo, su nombre se traduce rey
de justicia, y por otro lado rey de
Salem, es decir rey de paz”
Hebreos 7:2. Jerusalén aunque hoy
es el lugar más conflictivo del
mundo, en la profecía de Dios se
revela que este lugar de Salem será
un ejemplo de paz, gozo, y
felicidad para los descendientes de
Adán, será tipo y figura del Edén
que el Señor creó en el pasado, y
Jericó es el anti tipo de Jerusalén,
este lugar de Jericó es sinónimo de
maldición, estas palabras las
pronunció Josué cuando tomó esta
ciudad después de dar siete vueltas
en el séptimo día, además de las
vueltas que habían dado en los días
anteriores, los muros de Jericó se
desplomaron, y Josué dijo: “Y esta
ciudad, y todo lo que haya en ella,
es maldito, para el Eterno.
Solamente dejarán con vida a
Rajab la ramera y a todos los que
estén con ella en su casa, ya que
ella ocultó a los espías que
enviamos.” Josué 6: 16 al 17.
Entonces si Jerusalén es un lugar
de Paz y Jericó sinónimo de
maldición, aquel hombre que se
dirigió por ese camino de descenso
es tipo y figura de la humanidad.
El hombre al principio vivió en un
lugar tranquilo, seguro sin que
nadie lo espantara, pero él eligió
otro camino, la senda de la tristeza,
y en esta loca carrera de la vida el
hombre va al despeñadero y en ese
alejamiento de Dios se encontró
con los ladrones y le despojaron de
todo, estos malévolos sujetos no
son otros mas que los demonios
que están siempre al asecho de los
hijos de Adán para robarles las
bendiciones y maltratarlos, el
demonio le ha robado al hombre el
gran potencial que Dios puso en su
ser, una de las heridas mas fuertes
que al hombre le hicieron en este
camino fue en su mente, perdió sus
ojos espirituales, escribió el
apóstol: “En los cuales el dios de
este
mundo
cegó
los
entendimientos de los incrédulos
para que no les resplandezca la luz
del evangelio de Cristo...” 2 de
Corintios 4:4. Como el hombre
está ciego espiritualmente no
puede encontrar el camino de
regreso a Dios, lo siente difícil
porque hay que caminar hacia
arriba, contra la ley de gravedad, el
hombre ha descendido tanto que:
“… ya no se da cuenta que está
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pobre, miserable, desdichado,
ciego y desnudo” Apocalipsis
3:17. Le robaron todo en este
camino bajando del simbólico
lugar de Jerusalén al maldito Jericó
el cual es el mundo, y las heridas
están sangrantes y muy infectadas,
como leemos: “Desde la planta
del pie hasta la cabeza, no hay en
ella parte sana, sino heridas,
lastimaduras
e
hinchazón
tumorosa. No han sido curadas ni
vendadas con aceite.” Isaías 1:6.
Y estando en esta triste condición
dice Jesús: “… que pasó un
sacerdote por aquel camino y se
hizo el disimulado, y después pasó
un levita e hizo lo mismo…”, tanto
los sacerdotes como los levitas
pertenecían a la orden religiosa
que Dios había instituido desde los
tiempos de Moisés para atender los
problemas espirituales del pueblo,
pero ninguno de ellos hizo su
función como tenían que hacerla,
se hicieron los disimulados con el
pueblo, Jesucristo les dio una
reprensión bastante fuerte a esta
clase gobernante religiosa; entre
las cosas que les dijo en el atrio del
templo están: “¡ Ay de vosotros,
escribas y fariseos hipócritas!
Porque pagan del diezmo de la
menta, el eneldo y el comino, pero
pasan por alto los aspectos más
importantes de la ley: la justicia,
la compasión y la fe. Estas cosas
debían haber hecho, sin dejar de
hacer aquellas.” Mateo 23: 23. No
tuvieron misericordia de nadie, el
sacerdocio Aarónico solamente se
hizo rico con el tesoro del templo,
pero no se trabajó por sanar las
heridas que el pecado había
ocasionado a la humanidad, en este
caso específico a los hijos de
Israel, por el otro lado las
religiones habidas y por haber que
el mundo inventó poco o nada
hicieron por la raza humana.
Lo relevante de todo esto es
que pasó un extraño
samaritano por aquel lugar y
dice en la parábola que tuvo
misericordia del herido y
vendó sus heridas poniéndoles
aceite y vino.
Ese samaritano es Jesucristo, Él
estuvo de tránsito en esta tierra,
prototipo de la maldita Jericó, así
como los samaritanos eran
despreciados por la sociedad
israelita igual Jesucristo fue
despreciado, como estaba dicho de
Él en la profecía: “Despreciado y
humillado por los hombres, varón
de dolores experimentado en
sufrimientos, escondimos de Él
nuestro rostro, lo despreciamos y
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no lo estimamos.” Isaías 53:3.
Pero a pesar de todo el desprecio
que le hicieron a Jesucristo, y aún
hoy se lo hacen, Él es quien está
vendando las heridas y llagas
purulentas que el hombre tiene
debido al pecado, Él fue el único
quien se acercó a los leprosos y los
sanó, tuvo misericordia de las
mujeres que llevaban una vida
inmoral, estuvo con los publicanos,
personas que eran detestadas por
aquella santulona sociedad, y el
Maestro les dijo: “… De cierto les
digo que los publicanos y las
rameras irán antes que ustedes al
Reino de Dios” Mateo 21:31.
Jesucristo trató muy personalmente
los problemas del hombre, Él llevó
en su cuerpo nuestros males y
angustias, por su herida fuimos
nosotros curados, así lo miró el
profeta, por eso dice en la parábola
que aquel extraño peregrino:
“Vendó sus heridas y le puso
aceite y vino”, en aquellos tiempos
se usaba el aceite de oliva para
desinflamar los golpes, como lo
leímos en Isaías 1:6 “… No han
sido curadas ni vendadas con
aceite”. El aceite es símbolo del
Espíritu Santo, la energía que fluye
de Dios para traer consuelo, ánimo
y esperanza a nuestras vidas, con
esa santa unción el Señor, el buen
samaritano, unge al herido que
encuentra en este escabroso y
oscuro camino de la vida, Dios
dice: “He encontrado a David mi
siervo, lo he ungido con mi óleo
santo” Salmo 89: 20, y en ese
tratamiento con el herido le aplicó
vino en las heridas, por aquellos
tiempos cuando la medicina se
encontraba en pañales el jugo de
uva era un gran desinfectante, por
que contiene un cierta cantidad de
alcohol y ácidos. Jesús nos dio
jugo de uva y la convirtió en su
sangre, Sí, Él dio de su vida a los
que estábamos muertos en delitos
y pecados para ser restaurados a
una nueva vida.
Este milagro se dio cuando
Jesucristo celebró la última pascua
e instituyó la primer Cena: “Y
tomando la copa, dio gracias, y les
dio diciendo: Tomen, beban todos
ustedes de ella. Esto es mi sangre
del nuevo pacto que es derramada
por muchos para perdón de los
pecados. Y les digo que de ahora
en adelante no beberé de este fruto
de la vid hasta el día cuando lo
beba nuevo con ustedes en el
Reino de Dios” Mateo 26: 26 al 29
Pero no solo le vendó sus heridas,
leemos en la parábola que el
Samaritano el cual no nos
cansamos de repetir que simboliza
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a Jesucristo, lo puso sobre su
cabalgadura y lo llevó al Mesón,
no lo dejó abandonado en el
camino, el enfermo tiene que
seguir un proceso para su sanación.
Mesón: era un dormitorio público
donde se hospedaban a los
forasteros, Jesucristo lo lleva a ese
lugar y se lo encargó al que
cuidaba a los enfermos, esta casa
donde deja al herido no es otra más
que su Iglesia, es en ese bendito
lugar donde encontramos refugio,
asilo, allí el Señor nos restaura
completamente, es su Santa
Iglesia, la casa de la misericordia,
allí esta el vino y el aceite para
nuestro tratamiento espiritual, en la
reunión de su pueblo Dios se sigue
manifestando como escribió David
en el Salmo 133.
El Mesonero son los que Dios ha
puesto para tratar con los heridos
que van llegando: “Y Él mismo
constituyó a unos, apóstoles, a
otros
profetas,
a
otros
evangelistas, a otros pastores, y a
otros maestros, para la madurez
de los santos, para la obra del
ministerio, para la edificación del
cuerpo de Cristo” Efesios 4: 11 al
12.
Pero a ese ministerio encargado de
cuidar al herido le dejaron un
capital para que haga su trabajo:
“A la mañana siguiente sacó dos
denarios, y entregándolos al
mesonero, le dijo: atiéndemelo, y
si gastas algo más, te lo pagaré
cuando regrese” Lucas 10: 35. El
ministerio de la Iglesia quedó bien
armado con dos poderes para tratar
al pecador, nos dejó su Espíritu,
claramente dijo antes de partir:
“No os dejaré huérfanos; vendré a
vosotros… Os he dicho estas cosas
estando con vosotros. Mas el
Consolador, el Espíritu Santo, a
quien el Padre enviará en mi
nombre, él os enseñará todas las
cosas, y os recordará todo lo que
yo os he dicho.” Juan 14: 18 al 26.
Y también nos dejó su Palabra
Escrita, la cual es el otro elemento
para tratar a la humanidad.
Pero el Samaritano prometió
volver, y nos dejó dicho que todo
lo que demás gastemos cuando Él
vuelva nos lo va a pagar, esta es
nuestra esperanza firme, que
nuestro trabajo en el Señor no es
en vano, si gastamos tiempo,
energía aun nuestra vida, todo será
recompensado cuando el buen
Samaritano vuelva, lo estamos
esperando con pasión santa y nos
unimos al clamor del anciano Juan:
“¡Ven Señor Jesús!”.
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