DOSSIER FERNANDO I El olvidado emperador español Fernando I y Carlos V (Toledo, Museo de Santa Cruz). El hermano menor de Carlos V nació en Alcalá de Henares y se crió en la Corte itinerante de sus abuelos, los Reyes Católicos, pero fue alejado de España para que no rivalizara por la gigantesca herencia de Isabel y Fernando. Tras la abdicación imperial de Carlos, quedó al frente de la rama europea de los Habsburgo, que perduró hasta 1918. Una gran exposición en Viena evoca la vida y el tiempo de este emperador español, casi desconocido en la Península Artículos de: Joseph Pérez Georg Kugler Ferdinand Opll Ana Mur Raurell Un infante castellano La inevitable división Influencia española en Viena. La huella Karl Friedrich Rudolf José Martínez Millán Christopher F. Laferl pág. 56 pág. 64 pág. 70 1 FERNANDO I, EL EMPERADOR ESPAÑOL OLVIDADO Un infante CASTELLANO Fernando I, en un óleo de Hans Maler. El futuro emperador fue forzado a abandonar España en 1518, tras la llegada de su hermano Carlos. El emperador Fernando I fue educado como infante de Castilla en la corte itinerante de los Reyes Católicos. Karl Friedrich Rudolf describe su adolescencia española, a la que puso brusco fin su hermano Carlos V C uando Isabel la Católica murió en Medina del Campo, el 26 de noviembre de 1504, vivía a poca distancia, en Arévalo, un pequeño nieto suyo de nombre Fernando, hijo de la princesa Juana y nacido el año anterior. La reina lo había enviado allí para que se educase al margen de los conflictos que la enfrentaban con Juana. El centenario de este hermano de Carlos V, muy poco conocido en España, se sitúa entre el de éste, a quien sucederá como emperador del Sacro Romano Imperio, y el de su abuela. A Fernando se le puede considerar como el primer infante de los Austrias nacido en suelo español, pero también, tomando en consideración su formación en la corte de los Reyes Católicos, como el último de los Trastámara. Destinado, sin embargo, a abandonar su patria para marchar al otro lado de Europa, como heredero de los territorios de su abuelo paterno, el emperador Maximiliano I. La vida de Fernando empezó el 10 de marzo de 1503 en Alcalá de Henares, donde nació, y terminó en Viena, donde murió en el actual Palacio Imperial (Hofburg) como emperador, a la edad de 61 años, el 24 de julio de 1564, a las siete de la tarde. Su tumba se encuentra en la catedral de San Vito en Praga. Según escribió su hijo mayor Maximiliano II, que asistió a la muerte de su padre, a su embajador Dietrichstein en Madrid: “Su majestad murió mientras dormía, sin dolor; no era más que piel y huesos”. El fundador de la rama vienesa de los Habsburgo era fruto del matrimonio entre un duque de Borgoña y una infanta de Castilla y Aragón, y nació en la patria de su madre, donde en principio vivió. Los paisajes españoles, por tanto, fueron los escenarios de la pri- KARL FRIEDRICH RUDOLF es miembro del Instituto Histórico Austríaco, Madrid. 2 Detalle de la vista de Alcalá de Henares, dibujada por Anton van Wyngaerde. Fernando I nació en esta ciudad en 1503. mera etapa de su vida, cuando el pequeño acompañaba a la corte itinerante de sus abuelos maternos, los Reyes Católicos. Una madre complicada Isabel, la infanta Juana y la Corte se establecieron varios meses en Alcalá de Henares en la primavera de 1503. Después siguieron camino hacia Madrid, continuaron el viaje hacia la Sierra, pasando por la calzada romana, remontaron el puerto de Fuenfría, de 1.769 metros de altura, y llegaron en agosto a Segovia. Juana llevaba siete años casada con Felipe el Hermoso, archiduque de Austria y duque de Borgoña. La madre de Fernando es un personaje difícil de interpretar, cuya complejidad ha sido argumento de libros y películas. La relación que tenía con su hijo es también difícil de entender. Cuando nació Fernando, tenía ya una niña y otro hijo varón, el futuro Carlos V. En esta época, no se puede hablar de matri- monio por amor. Como en toda la Edad Media, la boda entre aquellas dos personas formaba parte de alianzas y, en este caso, respondía a los planes políticos del Rey Católico y del emperador Maximiliano I, que se habían unido contra el rey de Francia. Para la infanta Juana, el matrimonio no había sido fácil, ya que por razones políticas, en 1501 había tenido que dejar a sus hijos en los Países Bajos, para emprender, como heredera del reino de Castilla, camino hacia la Península, con su marido como príncipe consorte. Fernando vivió poco tiempo con su madre. A su padre, Felipe el Hermoso, no le recordaría. Cuando murió en Burgos, en septiembre de 1506, el infante tenía poco más de tres años. El único periodo en que le encontramos al lado de su madre se sitúa entre 1507 y 1508. Existe una carta –la cita Bethany Aram en su libro sobre Juana– que demuestra sin embargo que se preocupó por la 3 UN INFANTE CASTELLANO FERNANDO I, EL EMPERADOR ESPAÑOL OLVIDADO Una gran exposición en Viena F ernando I nació como infante de Castilla y Aragón en Alcalá de Henares en 1503, murió como emperador del Saco Romano Imperio en Viena en 1564 y fue sepultado en el coro de la catedral gótica de Praga. Entre estas dos fechas se desarrolla una vida típica de un miembro de una dinastía poderosa de la Baja Edad Media y de comienzos de la Moderna. Sin embargo, visto en retrospectiva, este destino estuvo lleno de interrupciones inesperadas y giros decisivos. Su niñez y juventud estuvieron marcadas por una moderna educación humanística. Después, cuando el joven Fernando llegó a los Países Bajos, hubo de enfrentarse al problema de la reforma de la Iglesia, que para él era nuevo por completo. Tuvo que ocuparse de esta cuestión durante el resto de su vida. Los Países Bajos fueron una etapa en su viaje hacia Austria. Casarse con Ana Jagelona, princesa de los reinos de Bohemia y de Hungría, fue una decisión personal suya, pero adoptada bajo el dictado de sus obligaciones dinásticas. De esta manera, se sumergió en la turbia lucha por el poder en el Danubio y en la frontera oriental de Europa central. Para ser independiente política y económicamente, tuvo que arrebatar a su hermano Carlos V la base territorial, lo que consiguio en dos etapas, en 1521 y 1522. En “sus” Países Austríacos, donde nunca había estado antes, cuya lengua no habló, cuyas tradiciones políticas desconocía y cuyo clima le resultó extraño creó, al lado de su hermano, un Imperio enorme, que constó de Austria –que se extendía entonces hasta el Mar Adriático–, Bohemia con Silesia y Lusacia, además de Hungría con Transilvania y Croacia. De esta forma, se convirtió en el fundador de la Monarquía Habsbúrgica, situada entre el Este otomano y el Occidente alemán. salud del niño. Escribe en junio de 1507 desde Hornillos, camino de Burgos, al noble Pedro Núñez de Guzmán, clavero de la Orden de Calatrava y ayo de Fernando: “os vengays con el y venid por los lugares y caminos mas sanos”. Tampoco la comida era tan mala o escasa como afirmaba el cronista de Fernando, su capellán fray Alonso de 4 La exposición que se ha organizado en torno a su figura en Viena no trata de sacar a Fernando de la sombra de su hermano Carlos, que siempre ha sido el centro del interés de la investigación histórica, sino de presentarle bajo la luz de sus propias actuaciones. La exposición comienza con una sección que contiene objetos procedentes de colecciones españolas relativos a los primeros años de vida de Fernando en la Península, periodo que termina con su viaje a los Países Bajos. La siguiente sección se centra en su sucesiva residencia en Viena, Praga, Budapest y Bruselas, como centros políticos y económicos de la época. Objetos procedentes de colecciones checas y húngaras ilustran la sucesión de Fernando en los reinos de Bohemia y Hungría y su lucha contra los ejércitos otomanos, cuya cultura, paradójicamente, ejercía una fuerte fascinación en los países habsbúrgicos. La muestra refleja también los problemas de la Reforma religiosa, las relaciones dinásticas con España, los príncipes alemanes, Italia y Polonia y el desarrollo del arte y la ciencia de la época. La exposición se cierra con la muerte del emperador y las ceremonias fúnebres. Destacan por su calidad artística las obras de Pisanello, Tiziano, Archimboldo, Juan de Flandes, Antonio Moro y Durero, entre otros. Son interesantes las ostentosas armaduras y arneses de guerra de los más famosos maestros del momento, así como los tapices flamencos de excelente factura. Georg Kugler Comisario de la exposición El Emperador Fernando I. 1503-1564. La Génesis de la Monarquía de los Habsburgo Viena, Kunsthistorisches Museum 1010 Viena, Maria Theresien-Platz www.khm.at/home5.html Osorio, si se observa lo que se compró en estos años para la corte de Juana: “gallinas, capones, cabrito, longaniza, perdiz, huevos, miel, higos, tocino, leche, salmón, fruta, mero, buñuelos”. En una ocasión, al menos, Fernando cayó enfermo, cuando viajaba en 1508 con su abuelo Fernando el Católico hacia Córdoba y Sevilla. A finales de 1509, su El infante Fernando, hacia los diez años de edad. Sólo estuvo con su madre entre 1507 y 1508 (Viena, Kunsthistorisches Museum). médico notó una cierta mejoría: “El bazo está más blando y menor. Sed ninguna. La largura de los paroxismos entre ocho y nueve horas”. Sólo a mediados de 1510, la cuartana le dejó, como informaron los médicos a Fernando el Católico. Ser sangrado debió ser bastante desagradable para el niño. En esos años, sobre todo a partir de 1511, empezó su educación. En esto, Fernando se diferenció mucho de su hermano, con el cual desde siempre se le ha comparado. Aunque tenían los mismos padres, desde el punto de vista de su educación y entorno personal, eran personajes muy distintos, que incluso hablaban idiomas diferentes. Carlos se crió en el ambiente de la corte borgoñona, mientras Fernando creció, igual que su tío, el infante Juan –fallecido en 1497 a los 19 años– en las tradiciones de la Corte de los Reyes Católicos. Juana de Castilla y Felipe el Hermoso, padres de Carlos V y Fernando I, según un dibujo de Jörg Kölderer, hacia 1522. Fernando no tenía recuerdos de su padre, que murió en Burgos en 1506, cuando el infante tenía poco más de tres años (Viena, Biblioteca Nacional) va del Cardenal Cisneros, se publicó la Biblia Políglota. El viajero de origen austríaco Hieronymus Münzer observó el alto nivel cultural de los nobles de la corte de los Reyes Católicos en 1495 y escribió: “El idioma español está más “que me recitaron largos trozos de Juvenal, de Horacio, etc. Los que pretenden entrar en la corte real llegan a cuatrocientos, y tienen muchos preceptores. Se despiertan las humanidades en toda España. Son muy esclarecidos es- Nobleza culta y elocuente Fernando tuvo una formación religiosa, humanística y cortesana tras los años más brillantes de la Corte de la reina Isabel En el caso de Fernando, sus primeros quince años se enmarcan en el desarrollo de la vida intelectual de la Península. Es el momento de mayor esplendor cultural tras la época de Isabel la Católica y de su marido, los años que siguen a la fundación de la Universidad de Alcalá de Henares, en la que, por iniciati- cerca del latín que el italiano. Ahora va tomando arraigo la elocuencia, principalmente entre los próceres y nobles de España, con cuyo ejemplo, estimulados los clérigos y los otros ciudadanos, se consagran todas las artes y Humanidades”. Hay nobles jóvenes, continúa, tos adolescentes. Pasan sus horas en el estudio y en otros servicios del rey, y en la caza para no perder ni una hora en la ociosidad”. Es el resultado de lo que hoy llamaríamos la “política cultural” de Isabel la Católica. Estas notas se escriben en una épo- ca crucial del proyecto de los Reyes Católicos, en 1495, el momento de la doble boda, y dos años antes de la muerte del infante Juan, “joven de diecisiete años, que para su edad, sabe tanto latín y es tan buen orador, que causa admiración”. Tenemos que entender la figura de Fernando no tanto como la de un hijo segundón, sino como la de infante español, que recibe una formación bien definida, humanística, religiosa y de cortesano, siendo su ayo clavero de la Orden de Calatrava. Rodeado de españoles El humanista italiano Lucio Marineo Sículo, junto con su colega Petrus Mártir, se encontraba en esos años en la Corte castellana, y era profesor de latín de los 5 UN INFANTE CASTELLANO FERNANDO I, EL EMPERADOR ESPAÑOL OLVIDADO acordaba (…) decía algunos dichos así siendo niño de cinco hasta nueve o diez años tan agudos, tan discretos que todos se maravillaban”. Esto nos permite una cierta lectura del carácter del infante. El parecido que tiene con su abuelo materno tuvo reflejos en el gobierno de sus dominios. En palabras del historiador francés Berenguer, como soberano Fernando trabajó por afianzar su autoridad de la misma forma en que lo habían hecho poco antes los Reyes Católicos en España. La vertiente política de estos años se presenta mucho menos halagüeña. La lucha por el poder en Castilla después de la muerte de Isabel la Católica convirtió al niño en una especie de prenda. Muerto su padre en 1506, le protegió en esa situación poco clara la ciudad de Valladolid. Había miedo a una guerra civil, cómo en la época de Enrique IV de Castilla, cuando un grupo de nobles eligió al infante Alfonso como rey, e incluso se habló ya de un posible destierro de Fernando en los Países Bajos. Terminó ese período con la llegada del rey de Aragón desde Italia, que apartó al niño de su madre, que se encerró en Tordesillas. Fueron éstos años decisivos, en los que Fernando acompañó a su abuelo dos veces hasta Sevilla, en 15089 y en 1511. Así, a los seis y ocho años fue testigo de dos expediciones: una, para reestablecer la autoridad de la Corona; la otra, para la preparación de una guerra en el Norte de África. En la memoria del niño quedó la imagen del rey triunfante, ya que durante el viaje hasta Sevilla, en cuyo Alcázar residieron, las ciudades y villas del camino preparaban a su paso suntuosas fiestas. La archiduquesa Margarita de Austria, en una miniatura de 1509. Fernando vivió en su Corte entre 1518 y 1521, rodeado de españoles y flamencos (Viena, Biblioteca Nacional). jóvenes de las familias Guzmán y Velázquez de Arévalo, y quizás también de Fernando. Desde su nacimiento hasta 1517, el príncipe estuvo rodeado exclusivamente de españoles: su ayo, Pedro Núñez de Guzmán; su capellán, fray Álvaro de Osorio, que había estudiado en Salamanca; los pajes, entre ellos miembros de la familia Guzmán, Osorio y Velázquez de Arévalo; y los oficiales y criados de su corte, que en parte le acompañaron a Austria en 1521 y que se quedaron con él duran6 te muchos años, como Martín de Guzmán. Esto corresponde a la descripción que nos ofrece fray Álvaro de Osorio en estos años: “Parecía en todas cosas así en la condición, en el gesto y como en el andar y en todas las otras cosas al rey don Fernando su abuelo. Era naturalmente inclinado a cosas de artificio como de pintar y esculpir y sobre todo a fundir cosas de metal y a hacer tiros de pólvora y tirar con ellos. Holgaba de oír crónicas y cuentos y de todo se Aquel primer encuentro tuvo como trasfondo la cuestión de la sucesión en los Reinos Hispánicos. A partir de este momento, y tras la muerte del Cardenal, Fernando se encontró bajo el control y el poder absoluto de su hermano, aunque aún viviera la reina Juana y, por poco tiempo, el emperador Maximiliano I. Finalmente, los hermanos se despidieron en Aranda de Duero en abril de 1518. El adiós a la Península fue sólo físico, porque nunca, hasta su muerte, se olvidó de sus raíces. Desde ese momento, los destinos de los dos hermanos se desarrollaron en puntos diametralmente opuestos en Europa. Mientras Fernando se casó con la hermana del último rey de Hungría, Carlos reanudó con su matrimonio las relaciones dinásticas con Portugal. Las etapas del viaje Competencia entre hermanos Carlos V, en 1516. Al año siguiente mantendría su primer encuentro con Fernando, con el que mantuvo siempre una difícil relación (por Van Orley, Nápoles, Galería Nacional de Capodimonte). Aunque no se ponían en duda los derechos hereditarios de Carlos en los reinos españoles, desde la corte flamenca se obervaba con creciente inquietud cómo el infante Fernando, al lado de Fernando el Católico y de su nueva esposa Germana de Foix, se convertía en un competidor de su hermano mayor, que era un desconocido en la Península. La muerte de Fernando el Católico, en 1516, supuso un vuelco definitivo en el destino de Fernando, que acabó siendo enviado al destierro, cuando sus partidarios perdieron el pulso que sostenían con los defensores de los derechos de Carlos a la sucesión. Éste escribió en español una serie de cartas, fechadas el 7 de septiembre 1517 en el puerto de Middelburg, que se conservan en el Archivo General de Simancas y confirman que las medidas que ordenó tomar obedecían a los consejos que le llegaban desde la Península. Las personas del entorno de Fernando que se consideraron más peligrosas para los intereses del primogénito de Juana fueron destituidas por el cardenal Cisneros en Aranda de Duero. A pesar de las protestas del infante, fueron sustituidos por partidarios de Carlos, tanto flamencos como españoles. Con el primer encuentro directo de los dos hermanos en Mojados, el 12 de noviembre 1517, se inició una relación complicada, que no terminaría hasta que Carlos V renunciara, cuatro décadas después, a la Corona imperial, acto celebrado en Bruselas en el que no estuvo presente su hermano. Fernando tuvo su primer contacto con centroeuropeos entre 1518 y 1521 durante su viaje a los Países Bajos. Esa estancia fue una etapa intermedia, en la que Fernando vivió en la corte de su tía, la archiduquesa Margarita, rodeado de españoles y de flamencos, gobernados, hasta 1522, por un mayordomo austríaco de nombre Wilhelm o Guillermo de Rogendorf, apellido que los españoles transformaron en Rocandolfo. Era la fase de la incorporación del infante español a la Casa de Austria. Durante esos años no hace mucho, más bien espera acontecimientos, entre viajes de placer y fiestas. En realidad, Fernando se había quedado allí porque a principios de 1519 había muerto en Austria su otro abuelo, el emperador Maximiliano I. Esto había frustrado los planes de Carlos de alejarle enseguida todavía más de España, como había previsto. En enero de 1519, desde Austria se había solicitado impacientemente la presencia de los dos hermanos después de la muerte de Maximiliano I. Todavía deberían pasar años hasta que, entre 1521 y 1522, Carlos, ya emperador, entregara a Fernando su herencia centroeuropea. En Linz, en la Alta Austria, a orillas del Danubio, Fernando se casó con Ana Jagelona, princesa de los reinos de Hungría y Bohemia, lo que en pocos años abrió al desterrado infante los nuevos horizontes de lo que sería la longeva Monarquía Danubiana, que perduraría hasta 1918. n 7 UN INFANTE CASTELLANO FERNANDO I, EL EMPERADOR ESPAÑOL OLVIDADO Los Comuneros E n 1506, muerto Felipe el Hermoso, se había formado en torno al infante don Fernando un partido ambicioso, cuyas máximas figuras eran Pedro Núñez de Guzmán, clavero de la Orden de Calatrava, fray Alvaro Osorio de Moscoso, obispo de Astorga, y Sancho de Paredes, camarero del príncipe. La familia Guzmán esperaba que un día el infante pudiera desempeñar un papel político en España. El rey de Aragón, su abuelo, estaba en las mismas disposiciones. En un primer testamento, redactado en Burgos, el 2 de mayo de 1512, había nombrado al infante goberna- dor de Castilla y maestre de las Órdenes Militares en caso de que él desapareciera. Dicho testamento no afectaba para nada los derechos del hermano mayor, el príncipe Don Carlos, que había sido jurado heredero del trono por las Cortes de 1506 y también por las de 1510, pero se creaba una situación de hecho en el caso de que Carlos tardara en venir a España. La Corte de Bruselas entendió perfectamente el peligro y por ello envió a España a Adriano de Utrecht, preceptor del príncipe Carlos (octubre de 1515): se trataba de velar por los intereses del príncipe ante el Rey Católico y ante el Consejo Real. Tras largas y difíciles negociaciones, Fernando consintió en modificar su testamento. Pocos dí- as antes de morir, en enero de 1516, nombró gobernador al cardenal Cisneros, en lugar del infante Fernando. Pocas personas estaban al tanto de las últimas disposiciones del Rey Católico. Tanto era así que los miembros de la casa del infante, una vez conocida la noticia de la muerte del rey de Aragón, convocaron a los miembros del Consejo Real con el propósito de hacerse cargo del gobierno del reino, fiados de la validez del testamento de Burgos. Recibieron una respuesta en la que se ha querido ver, a posteriori, una profecía de la dignidad imperial de Carlos: Non habemus regem nisi Caesarem. No hubo ningún intento por impedir el cumplimiento del testamento y Cisneros empezó a ejercer inmediatamente de gobernador. El problema que seguía significando el infante no dejaba sin embargo de preocuparle. Como Carlos retrasaba su llegada, los partidarios de Fernando cobraron ánimos y aumentaron notablemente. Al núcleo primitivo se unieron los descontentos de toda clase, decepcionados por Cisneros o por la Corte de Bruselas, así como todos aquellos que se sentían inquietos ante la próxima perspectiva de ver el reino entregado a un soberano extranjero, rodeado de cortesanos borgoñones y flamencos. En 1516-1517, la popularidad y el prestigio del infante no dejaron de crecer. Una parte de la nobleza vacilaba y parecía dispuesta a entrar en sus filas. A pesar de estar estrechamente vigilado, Fernando no dejaba de representar un peligro. Se rumoreaba que la familia Guzmán tenía la intención de llevar a Fernando a Aragón; se decía también que la viuda del Rey Católico, Germana de Foix, apoyaba aquel proyecto. ¡Ay de ti, Castilla! De ahí que la Corte de Bruselas pensara en reaccionar cuando se decidió por fin la marcha de Carlos a España. El 7 se septiembre de 1517, Cisneros recibió la orden de alejar a los Guzmanes, quienes, sorprendidos, dejaron su lugar al marqués de Aguilar, al que se encargaba la tutela del infante hasta que llegaran sus nuevos preceptores, Diego de Guevara y M. de la Chaux, dos personas allegadas a la corte de Los caudillos comuneros en el patíbulo (por Antonio Gisbert, s. XIX, Madrid, Congreso de los Diputados). 8 Bruselas. Desde el mes de junio, Chièvres había decidido que el infante abandonaría España en cuanto llegara su hermano. Sin embargo, para evitar una posible reacción por parte de los castellanos, aquella decisión se puso en práctica con unos meses de retraso. Las Cortes de Valladolid (1518) pidieron que el infante permaneciera en España hasta que Carlos hubiera contraído matrimonio y la sucesión estuviera asegurada, pero la suerte estaba echada. Inmediatamente después de que las Cortes hubieran sido disueltas, el infante abandonó España para siempre (mayo de 1518). El hecho provocó malestar y protestas, incluso indignación en algunos sectores, como indica el cartel que apareció en las puertas de la iglesia de San Francisco, en Valladolid: “¡Ay de ti, Castilla, si consientes que se lleven al infante Fernando!” Dos años después, varios partidarios del infante iban a formar en las filas de los comuneros, por resentimiento, tal vez, pero también por los mismos motivos políticos que antes les habían impulsado a apoyar a un infante español frente a un príncipe que ellos consideraban como extranjero. Ramir Núñez de Guzmán y su hijo Gonzalo, Suero del Águila y Francisco de Mercado fueron exceptuados del perdón de 1522 y condenados a muerte en rebeldía. Los dos primeros tuvieron que salir de España y marcharse al extranjero; la casa que Ramir Núñez tenía en León fue derribada “hasta los cimientos” y sus tierras, confiscadas y vendidas; en 1532, sin embargo, Carlos V ordenó devolver todos sus bienes a su primogénito, Martín de Guzmán, quedando éste obligado a indemnizar a los compradores. Suero del Águila y Francisco de Mercado tuvieron más suerte: fueron por fin perdonados. La actitud que aquellos partidarios del infante tuvieron en 1520 justifica, retrospectivamente, la prudencia de la Corte dos años antes. La autoridad moral de los comuneros hubiera sido enorme si hubieran podido contar con el infante para oponerse a su hermano. Sandoval escribe acertadamente al respecto: “Según lo mal que se llevaba en [Castilla] el gobierno de los flamencos, y el no haber nacido en este suelo su rey y natural señor, con grandísima facilidad se levantaran todos con el infante don Fernando, que aun sólo con el nombre ganaba las voluntades de los españoles”. Joseph Pérez 9 FERNANDO I, EL EMPERADOR ESPAÑOL OLVIDADO La inevitable DIVISIÓN habitantes. Mientras que las personas vivían en un marco temporal limitado (tempus), la dinastía se concebía como una persona ficta, de duración ilimitada en el tiempo (aevum); de ahí que se pudieran reclamar territorios y posesiones después de haberlas perdido desde hacía mucho tiempo. Carlos V encarnaba y encabezaba, al menos, tres dinastías (Borgoña, Habsburgo y Trastámara) por lo que podía identificar su política con las antiguas tradiciones e intereses de sus múltiples reinos heredados. La naturaleza colectiva de la dinastía la formuló sucintamente el propio Maximiliano I, cuando declaró a su hija Margarita y a su nieto Carlos que todos eran una y la misma cosa y compartían los mismos fines (une mesme chose correspondant à ung mesme desir et affec- A la muerte de Carlos V, la dinastía de los Habsburgo quedó dividida en dos ramas, encabezadas por Felipe II y Fernando I. José Martínez Millán analiza el complejo rompecabezas imperial E l Imperio de Carlos V estuvo formado por un conglomerado de reinos con muy desigual organización y diferente administración, lo que impidió cualquier modificación en sus respectivos ordenamientos. El Estado dinástico, a pesar de que a veces pudo comportarse como burocrático e impersonal, estaba orientado hacia la persona del rey, quien concentró en sus manos diferentes formas de poder y de recursos materiales y simbólicos –dinero, honores, títulos, indulgencias, monopolios, etcétera–. De esta manera, a través de una redistribución selectiva de favores, los monarcas pudieron mantener unas relaciones de dependencia (clientelares) o, por mejor decir, de reconocimiento personal y así perpetuarse en el poder. Del mismo modo, el sistema político internacional tenía sus raíces en vínculos y normas de carácter dinástico. La dinastía era mucho más que un grupo de personas; era la encarnación de los derechos colectivos sobre territorios y JOSÉ MARTÍNEZ MILLÁN es profesor de Historia Moderna en la U. Autónoma, Madrid. 10 tion), por consiguiente, todos los miembros debían obedecer a la cabeza de la dinastía y aceptar el papel subordinado que les correspondiese, ya que los personajes del grupo no debían considerarse tanto individuos autónomos sino como elementos susceptibles de ser utilizados para mayor gloria de la dinastía. En este aspecto, el comportamiento de las princesas Habsburgo fueron ejemplares, ya que asumieron grandes sacrificios personales con este fin. Las numerosas herencias que Carlos recibió le convirtieron en el monarca más poderoso de Europa: de su abuelo paterno heredó la Casa de Habsburgo, dinastía que procedía del alto Rin, que en Austria había logrado la dignidad principesca y, en donde aún conservaba los cinco ducados austríacos y las tierras del Tirol, a pesar de los numerosos repartos de territorios producidos a causa de distintas disputas de herencia. Así mismo, aunque el titulo de Emperador no era hereditario, su abuelo Maximiliano lo dejó preparado para que, a su muerte, fuera elegido en su lugar. También se convirtió en la cabeza de la Casa de Borgoña a través de la herencia de su abuela paterna, María de Borgoña, cuyas propiedades se componían del ducado de Borgoña, con Dijon; de Artois y Picardía, con Arrás, Lille, Ypres, Gante y Brujas, además del condado libre de Borgoña, el Franco Condado (con Dole y Besançon), así como los ducados de Luxemburgo y Limburgo. Aunque sus abuelos maternos pertenecían a la misma dinastía (Trastámara), cada uno de ellos era monarca de extensos territorios. Por parte de su abuela, la reina Isabel la Católica, Carlos recibió la inmensa Corona de Castilla, a la que se añadían los recientes descubrimientos de América; mientras que de su abuelo, Fernando el Católico, la Corona de Aragón con todos los territorios italianos, que sus antecesores habían conseguido durante la baja Edad Media. Empeño familiar Las herencias que recibió Carlos V le convirtieron en el monarca más poderoso de Europa, pero al final hubo de dividir su patrimonio entre su hermano y su hijo (grabado de Barthel Beham, 1531). A partir de 1526, Fernando I unió a sus territorios austríacos los reinos de Hungría y Bohemia. Finalmente, en 1558 se convirtió en emperador (grabado de Barthel Beham, de 1531). Desde el principio de su reinado, Carlos demostró no estar dispuesto a perder ni una sola de sus posesiones. Ahora bien, para gobernar tan lejanos y diversos reinos y principados tuvo que contar con los miembros de su familia: su tía Margarita de Austria fue nombrada gobernadora de los Países Bajos hasta su muerte 11 LA INEVITABLE DIVISIÓN FERNANDO I, EL EMPERADOR ESPAÑOL OLVIDADO Luis II de Hungría, cuñado de Fernando I, murió en 1526 abriendo la vía para que éste incorporara el reino a sus posesiones. María de Hungría, esposa de Luis II, era hermana de Carlos V y Fernando I (retrato de Hans Krell). en 1530, sucediéndole en el mismo cargo su hermana María de Hungría. En España, su esposa Isabel ejerció la regencia durante sus ausencias (1529, 1535 y 1538), sucediéndole sus hijos, Felipe (1543-1548) y María –ya casada con su primo Maximiliano– entre 1548 y 1551. Los extensos territorios del centro de Europa requerían una dedicación y autoridad especial, no solo porque allí se encontraban los principados que formaban el Imperio, ahora revueltos a consecuencia de la Reforma, sino también porque los ducados austríacos tenían frontera con el Imperio Otomano, cons- manera, a partir de 1521, Fernando dispuso de una herencia territorial que no poseyó otro miembro de la familia a excepción de Carlos. Más tarde, Carlos reforzó la autoridad de su hermano nombrándolo Rey de Romanos (el 5 de enero de 1531), título que le resultó determinante para heredar el Imperio. Las responsabilidades que Carlos tuvo que dar a su hermano para mantener unidos y defendidos los territorios de la familia, además de la inteligencia política natural que poseía, muy semejante a la de su abuelo, el Rey Católico, inevitablemente llevaron a que Fernan- En 1521, Carlos V alentó a Fernando a casarse con Ana de Hungría y en 1531 le reforzó nombrándole Rey de Romanos tante amenaza para la Cristiandad. Con este fin, en mayo de 1521, Carlos alentó el matrimonio de su hermano Fernando con Ana de Hungría, al tiempo que su hermana María se desposaba con Luis II, hermano de Ana. Como especie de dote, Carlos aceptó entregar a Fernando los cinco ducados austríacos –además de entregarle la regencia del Tirol, Württemberg y otros territorios–, heredados de su abuelo, cuyo dominio se había reservado hasta entonces. De esta 12 do consiguiera más autonomía política de la que el Emperador deseaba. Su formación hispana despertó intensos afectos entre los súbditos, que provocaron el recelo de su hermano Carlos, quien lo envió a Flandes nada más tomar posesión de estos reinos en 1518. En la corte de Malinas, fue acogido por su tía Margarita de Austria, quien terminó su educación en un ambiente erasmista. En 1521, Fernando contrajo matrimo- nio con Ana de Hungría, recibiendo los territorios austríacos de mano de Carlos, pero hasta la muerte de su cuñado, Luis II de Hungría (1526), Fernando no cobró cierta autonomía política, precisamente al reivindicar con firmeza los derechos a los tronos vacantes de Hungría y Bohemia, correspondientes a su mujer. En dicho año, Fernando fue elegido rey de Bohemia, pero además, fue elegido rey por un grupo minoritario de nobles húngaros, a condición de que su título fuera electivo y se comprometiese a respetar todas las costumbres del reino y los privilegios de la nobleza. A pesar de que la opinión general le aconsejaba que se quedara solamente con Bohemia y dejase que la convulsa Hungría se dividiera entre los otomanos y la nobleza húngara, Fernando persiguió durante toda su vida lo que parecía una quimera: recuperar la totalidad del reino, para lo que tuvo que enfrentarse con su rival al trono, Juan Zapolya, y contra los turcos, quienes, a partir de 1541, se establecieron de forma permanente en Hungría. Tacto con la nobleza Aunque llegó a ver la coronación de su hijo como su sucesor, no consiguió eliminar el principio electivo; pero sí en Bohemia, aprovechando que (en 1547) los bohemios hicieron causa común con los protestantes del Imperio. La derrota de éstos por el Emperador les dejó a merced de Fernando. Con mucho tacto y habilidad, Fernando atacó solo el poder de las ciudades, destruyendo su independencia, pero perdonó a los nobles con la condición de que accedieran a que en el futuro la Corona de San Wenceslao fuera hereditaria. Mantener unidos y en paz tan heterogéneos territorios resultó harto complicado, no solamente por los enemigos externos a ellos, sino sobre todo por los problemas políticos y religiosos que se originaron en el Imperio a causa del surgimiento de la Reforma. Tras diversos intentos por llegar a un acuerdo y evitar la división, Carlos V utilizó las armas contra los protestantes –organizados en la Liga de Samalkalda– venciéndoles en la batalla de Mühlberg. Animado por esta victoria, el Emperador intentó resolver definitivamente la situación política y religiosa del Imperio. Desde el punto de vista político, Car- Vista general de la ciudad de Viena a finales del siglo XVI, según un grabado del Civitates Orbis Terrarum. los V trazó un plan que consistía en formar una Liga Imperial que englobase a todos los territorios que componían el Imperio; pero no todos estuvieron de acuerdo. Los príncipes protestantes no se dieron por vencidos y comenzaron a realizar una resistencia desesperada de carácter religioso, arrastrando también a una amplia base social. Los Estados temían que el Emperador tomase decisiones relativas al Imperio sin contar con ellos, por lo que, buena parte de ellos, no asistió a la asamblea federal que Carlos había convocado en Ulm (1547), donde iba a proponer su proyecto. Por su parte, los electores presentes prefirieron mantenerse en reserva y ganar tiempo para discutir el tema en la Dieta que se iba a celebrar en Augsburgo. Sin embargo, en dicha Dieta, las posibilidades de que cuajase el proyecto imperial disminuyeron desde el momento que los príncipes electores lograron imponer su astuta propuesta de discutir el tema de la Liga por curias, lo que abría la posibilidad de alargar indefinidamente las negociaciones y tener que concluir soluciones parciales. Al mismo tiempo, su hermana María le advertía de las consecuencias de su plan para la autonomía de los Países Bajos frente a las instituciones del Imperio y le proponía asegurar la situación particular de los mismos, acordando la protección del Imperio de modo que los favoreciese, dando preferencia a los intereses dinásticos frente a los imperiales, pues el Tratado de Borgoña (1548), establecido entre él –como emperador y señor de los Países Bajos– y los Estados del Imperio, redondeaba el Círculo imperial borgoñón, que resultó esencial para el posterior desarrollo de los Países Bajos y su separación del Imperio. Desde el punto de vista religioso, el Emperador había propuesto que todos El plano de Viena de 1529 P ocas semanas después del levantamiento del sitio de las tropas otomanas, que habían asediado la ciudad de Viena, en el otoño de 1529 viajó hasta allí el pintor, impresor y editor Niklas Meldeman, originario de Nurenberg. Quería realizar una imagen de esta ciudad, que se había convertido en el bastión frente a los infieles. Compró a un pintor anónimo un cuadro, en el que se describían los acontecimientos –y en menor grado la topografía urbana– en una especie de vista circular desde la torre de la Catedral de San Esteban. Sobre esta imagen, Meldeman ter- minó el 2 de mayo de 1530 una xilografía, que justamente se puede considerar uno de los más destacados testimonios de las primeras vistas urbanas de Viena. Relata Diego de Serava, educador de los jóvenes nobles en la corte de Fernando I, que en la defensa de la ciudad participaron unos setecientos infantes españoles bajo el mando de sus comandantes, como Luis de Avalos, maestre de campo. Ferdinand Opll Director del Archivo de la Ciudad y del Land de Viena los Estados del Imperio –incluso los reformistas– enviasen representantes al Concilio, lo que causó resistencia por parte de los evangélicos. No obstante, una vez que el Papa abogó (en marzo 1547) por trasladar el Concilio a Bolonia, los príncipes se unieron para que fueran los protestantes y el Concilio se mantuviese en Trento. Ahora bien, semejante deseo no se pudo llevar a cabo a causa del enfrentamiento entre Carlos V y Paulo III, al considerar éste que el Emperador había consentido el asesinato de su hijo, Pier Luigi Farnesio, en septiembre de 1547. Para resolver el impasse creado, Carlos V esbozó una solución provisional –la aplicación de un Interim– hasta que de nuevo se convocase el Concilio. Ambiciones para Felipe En medio de la euforia que le había producido la victoria sobre los protestantes, Carlos pensó que su hijo, el príncipe Felipe, podía ocupar su puesto de cabeza de la dinastía, situándolo, incluso, por encima de su hermano Fernando. Con tales designios, ordenó que efectuase un viaje por Europa (1548) con el fin de darse a conocer ante sus futuros súbditos. Esta acción levantó el problema sucesorio en el marco de la Casa de Austria y en el Sacro Imperio Romano. Fernando –temiendo ser desplazado– se lo comunicó a su hermana María, quien se reunió con sus dos hermanos en Augsburgo (1551) para discutir el plan de la herencia. El proyecto de Carlos no fue bien recibido por Fernando, quien se creía con derecho a sucederle en el Imperio, y provocó un distanciamiento entre ambos. 13 LA INEVITABLE DIVISIÓN FERNANDO I, EL EMPERADOR ESPAÑOL OLVIDADO su hermano para celebrar la Dieta, sobre todo porque ya no cabía pensar en una solución universal. Tras la decisión de Carlos de no asistir a la Dieta de Augsburgo (1555), se planteó un serio debate entre Bruselas y Viena en torno al alcance de las competencias por las cuales estaba autorizado Fernando a dirigir, como representante de su hermano. El Imperio, de rama en rama Isabel de Castilla (1451-1504) Maximiliano I (1459-1519) EMPERADOR de 1493 a 1519 Fernando de Aragón (1452-1516) María de Borgoña (1457-1482) El final de la unidad imperial La reforma religiosa complicó para Fernando I el problema de mantener unidos sus territorios. Predicación del nuncio papal en Viena, por Jacob Seisenegger. A las desavenencias familiares se unieron los problemas políticos. El año 1552 comenzó con presagios de guerra. Mauricio de Sajonia había llegado a un acuerdo con Enrique II Valois, al que se le unieron los príncipes protestantes del Imperio. El Tratado de Chambord (enero 1552) permitía al rey francés apoderarse de Metz y Verdún, mientras los protestantes atacaban al propio Carlos V. Este tratado perseguía la destrucción del poderío de la Casa de Austria en Europa. No obstante, el vínculo de enemistad común que unía a Francia con los adversarios de Carlos en el Imperio era demasiado débil, por lo que el Emperador pudo retomar fuerzas y responder al ataque de Francia, poniendo cerco a la ciudad de Metz, pero el asedio fracasó. Los ciudadanos de Metz quisieron adornar su victoria construyendo una insignia que 14 volvía al revés la divisa del Emperador (Non plus ultra) por la inscripción Non ultra Metas (“No más allá de Metz”). Tras la derrota, Carlos cayó en una profunda depresión y se retiró a Bruselas, desvinculándose de los asuntos del Imperio y dejando que su hermano actuase cada vez más de acuerdo con el título de Rey de Romanos que poseía. Por otra parte, desde que el papa Julio III suspendiera, en abril de 1552, el Concilio de Trento, que se había reanudado en 1551 con la participación de los Estados protestantes, Carlos V enterró sus esperanzas de ver una solución conciliar, por lo que pospuso el cumplimiento de las exigencias políticosreligiosas de los príncipes protestantes hasta la próxima Dieta, confiando en que aún podía derrotar a Francia e imponer su voluntad. Ya en 1553, Carlos cedió la iniciativa a Carlos comprendió que el problema de toda su herencia era ocasionado por el Imperio, por lo que procedió a su abdicación y a dividir su patrimonio entre su hermano y su hijo. Ello significó el final de la unidad real del Imperio mundial de los Austrias; es decir, de la soberanía supranacional del Emperador, así como de la misión impuesta por la idea de una unidad política y eclesiástica de la Cristiandad. En 1555, Felipe renunciaba a ser candidato al título de Rey de Romanos en caso de morir Fernando. Al mismo tiempo, la cancillería de Carlos redactada un documento secreto en el que se nombraba a Felipe vicario general del Imperio sobre toda Italia, en el momento de acceder al trono de los reinos hispanos. La abdicación de Carlos como emperador tuvo lugar más tarde; por diversos motivos constituyó la parte más complicada del proceso de abdicación: Fernando y los príncipes electores tenían sus reservas ante el proyecto de Carlos, puesto que presentaba un precedente que no estaba legislado. Carlos abdicó el 3 de agosto de 1556, pero el interregno hasta el ascenso de Fernando duró dos años. Finalmente, el 14 de marzo de 1558, en la catedral de Francfort, se procedía a un “cambio de soberano”, único en la historia del Imperio y que no cabe denominar ni elección ni coronación. A partir de entonces, se abrió una doble rama en la dinastía de los Austrias. A los sucesores, Felipe II y Fernando I, les quedaba una dura tarea por realizar: construir los fundamentos institucionales de lo que serían dos grandes Monarquías. Con todo, es preciso advertir que, aunque tras la muerte de Carlos V, la dinastía se había dividido en dos cabezas, las relaciones posteriores demuestran que, hasta la guerra de los Treinta Años, la rama hispana siempre fue considerada (o al menos, así se lo creía ella) la “hermana mayor”. n 1469 1477 Juana de Castilla (1479-1555) Felipe el Hermoso (1478-1506) 1496 Carlos V (1500-1558) EMPERADOR de 1519 a 1556 Isabel de Portugal (1503-1539) Isabel (1501-1526) María (1505-1558) Catalina (1507-1578) Fernando I (1503-1564) EMPERADOR de 1558 a 1564 Ana de Bohemia (1503-1547) 1526 1521 Felipe II (1527-1598) Maximiliano II (1527-1576) EMPERADOR de 1564 a 1576 15 FERNANDO I, EL EMPERADOR ESPAÑOL OLVIDADO Funerales por el emperador Fernando I en Viena, el 6 de agosto de 1565. Influencia española en Viena La emperatriz María saliendo de Praga camino de Madrid, con un séquito de jóvenes huérfanas, en 1582 (Madrid, Descalzas Reales). LA HUELLA La formación española de Fernando I influyó en las costumbres, la moda y la ciencia de su Corte, pero los modales aristocráticos castellanos no llegaron al pueblo. Christopher Laferl rastrea su presencia en Viena A l caminar por las calles de Viena, sólo el conocedor de la Historia austríaca percibirá algún que otro detalle de la influencia española en Austria. A un observador culto, las dos CHRISTOPHER F. LAFERL es profesor del Instituto de Lenguas Románicas, U. de Viena. 16 columnas de la Karlskirche le recordarán las Columnas de Hércules, tan importantes en la heráldica española. Igualmente se asombrará al pasar por una calle del distrito 9 que se llama Schwarzspanierstraße, “calle de los españoles negros”, o mejor dicho, “del hábito negro”, y leerá con interés la inscripción del Schweizertor de la Hofburg “Ferdinandus Romanorum, Germaniae, Hungariae, Boemiae etc. Rex, Infans Hispaniarum, Archidux Austriae, Dux Burgundiae etc. anno MDLII”. Pero estas pocas reliquias históricas son solamente la parte visible del iceberg de documentos, en su mayoría escritos, sobre las relaciones culturales entre Austria y España, que co- mienzan con la llegada de Fernando I en los años veinte del siglo XVI y terminan con Carlos VI, doscientos años más tarde. El Infans Hispaniarum, Fernando I, el nieto de Fernando el Católico, un personaje educado en España, llegó a ser archiduque de Austria, Estiria y Carintia, conde del Tirol y en 1526, después de la Batalla de Mohács, rey de Bohemia y Hungría. Los años veinte del siglo XVI, el momento en el queFernando llegó a Viena, ciudad que eligió como capital en 1533, fueron una década especialmente conflictiva tanto en España como en Austria y Alemania. Es la época de los grandes conflictos sociales, de las Guerras de los Campesinos en Europa Central, de los movimientos de las Comunidades en Castilla y de las Germanías en Valencia, y del comienzo de la Reforma, que desembocó en las Guerras de Religión. La ciudad de Viena, que había vivido durante el reinado de Maximiliano I una época de esplendor humanista, entró en una de las fases más difíciles de su historia. Bajo la influencia de sus consejeros flamencos, el joven Fernando I suprimió cruelmente el gobierno burgués de la ciudad, que se había establecido en los tres años que mediaron entre la muerte de Maximiliano I en 1519 y su llegada en 1522. En 1525, un incendio destruyó más de 400 casas de la ciudad y desde el final de la década toda Austria y sobre todo Viena fueron amenazadas constantemente por la expansión otomana. Una ciudad pequeña En el primer asedio de la ciudad, en 1529, todos los suburbios fueron quemados y la población de la ya pequeña ciudad se vio reducida a menos de 20.000 habitantes. Otras ciudades del Imperio tenían bastantes más pobladores, como Colonia, con 35.000, Nuremberg y Magdeburgo, con 40.000, y sobre todo Augsburgo, con 45.000. Pero, en comparación con Paris o Londres, ninguna ciudad de lengua alemana era realmente grande. En el Imperio, había muchas, pero ninguna con más de 50.000 habitantes. A diferencia de Augsburgo, Colonia o Nuremberg, Viena era en los años veinte del siglo XVI una ciudad bastante pobre, casi destruida, por lo que no puede haber sido demasiado atractiva para los españoles que acompañaron a Fernando. Esta decepción y tal vez un cierto menosprecio se reflejan en un poema de Cristóbal de Castillejo, poeta áulico y secretario para la correspondencia española de Fernando I. Este poema se llama Respuesta del autor a un caballero que le preguntó qué era la causa de hallarse tan bien en Viena, mejor conocido por el título Elogio de la ciudad de Viena, desde que el romanista Ferdinand Wolf lo redescubrió para el público austríaco. El segundo título tiene que ser cali17 INFLUENCIA ESPAÑOLA EN VIENA. HUELLA FERNANDO I, EL EMPERADOR ESPAÑOL OLVIDADO Las órdenes militares hispánicas en Centroeuropa F ernando I nació en España, donde vivió los años de su infancia. Sin lugar a dudas, este dato es imprescindible para comprender su posterior actuación en sus territorios centroeuropeos, como Austria y Bohemia, donde habían arraigado movimientos protestantes, a la hora de enfrentarse a los problemas derivados de la Reforma y las Guerras de Religión. Sus primeras impresiones y vivencias proceden de una sociedad que busca su identidad en el paso de la Edad Media a la Moderna, que acabaría cristalizando en la codificación excluyente de unas estructuras cada vez más cerradas, surgidas de ideales medievales y modificadas para los nuevos tiempos: las Órdenes Militares Hispánicas de Santiago (1170) y Calatrava (1158), a la que pertenecía su ayo y gobernador de su casa, Pedro Núñez de Guzmán, y Alcántara (1176). Aunque nacieron de y para la Reconquista en el territorio peninsular, no hay que olvidar el papel que el Papado les adjudicó en Europa durante el siglo XIII, por lo que su actuación en la Contrarreforma en Austria no constituye una novedad, sino una continuación de su acción en campo europeo, en situaciones en las que se veía amenazada la unidad de la Cristiandad. La diferencia respecto al período medieval se basa, fundamentalmente, en que los caballeros actuarán militarmente sólo a título individual, constituyendo sobre todo una base ideológica en ámbito nobiliario católico. Esta pérdida de su papel militar se puede achacar a que con los Reyes Católicos empezó la creación de un ejército permanente. El infante Fernando estuvo muy familiarizado con el protagonismo que ejercieron las Órdenes Militares Hispánicas en la vida política de los años transcurridos en España. La razón del peligro potencial del infante para los derechos de su hermano Carlos pasaba, en gran medida, por su acceso o no a los maestrazgos de dichas Órdenes, como llaves de todo el Reino. Inclinada la balanza a favor de Carlos, quien como contrapartida tendrá que afrontar en Castilla el estado de agitación provocado por las maniobras de su abuelo Fernando el Católico, el infante Fernando abandonó la Península, pero no se trataba de una ruptura, sino de una transferencia 18 de muchos elementos, entre ellos de estas instituciones, a sus nuevas tierras. A Fernando I le acompañaron en su viaje a Flandes caballeros castellanos, como Luis de Tovar y Sosa. Una vez instalado en Austria, fueron llegando a su Corte otros Estatua de Felipe II con armadura, realizada por Helmschmid y Holzmann en Augsburgo, en 1544 (Viena, Kunsthistorisches Museum). tantos, alguno de ellos comprometido con el movimiento comunero, como Martín de Guzmán, personaje de gran importancia en la vida de Fernando I. También encontramos en su Corte miembros de las familias Hoyos, Meneses, Mercado, Laso de Castilla, Manrique de Lara, Manrique de Mendoza, Acuña, Robles y Leyte. Todos ellos pertenecientes a familias con larga tradición en las Órdenes Militares en la Península, solicitarán a través de Fernado I los hábitos de las Órdenes. Formaron lo que se puede considerar un grupo de presión en la corte multicultural de Fernando I, y para ellos, los hábitos constituyeron un elemento de cohesión, propulsaron sus carreras en la Corte y favorecieron la aparición de unos lazos continuos con la Península. Su integración en la sociedad austríaca, a través de matrimonios con damas nobles del país, y la adquisición de tierras, también encomiendas de las Órdenes en España, hechos en los que ocupa un primer plano la protección de Fernando I, reforzó su posición. Al mismo tiempo, tuvo lugar un fenómeno paralelo entre los hijos de estos nobles castellanos y damas austríacas, y los nobles austríacos autóctonos, que empezaron a solicitar hábitos castellanos, tanto porque eran signo externo de su adhesión a la ideología católica en tiempos difíciles, como por los beneficios económicos que podían ir emparejados a ellos. Entre los primeros hay que citar a Ramiro Núñez de Guzmán Schönburg, hijo de Martín de Guzmán y de Ana de Schönburg; entre los segundos, a Wilhelm von Rogendorf y su hijo Christoph; Georg Proskosky; Otto von Neidegg; y Adam von Dietrichstein, a su vez casado con una dama de origen catalán, Margarita de Cardona. Así empezó una relación social, cultural y económica entre Austria, Bohemia y España, que se prolongó durante el resto del siglo XVI y el XVII, y que jugó una baza importante en el proceso de recatolización del ambiente cortesano de la alta nobleza de los Habsburgo, a la que no fueron ajenos además los embajadores españoles en Viena y los austríacos en Madrid. Ana Mur Raurell Instituto Histórico Austríaco, Madrid Edición de 1547 de la Historia General de Indias. El interés por la lengua española se evidencia en la Biblioteca Nacional Austríaca. ficado de erróneo, porque el poema de Castillejo no tiene nada de elogio, ya que el autor más bien se burla de Viena en el texto. Los versos siguientes, por ejemplo, no pueden ser tomados en serio: Pues la Cámara de Cuentas Y Regimiento real, Do se juzga el bien y el mal Y se trata de las rentas, Es cosa muy principal. Hay docta universidad Y devota clerecía, Que dan honra a la ciudad, Y gentes de autoridad Que tratan mercaduría. Yo tengo buena posada, [...] En muchas cartas, Castillejo se quejaba que no se le pagaba el debido salario y que sus prebendas ni siquiera le abastecían de lo más necesario. La Universidad de Viena tenía antes de la Reformatio Nova, en el año 1554, cuatro años después de la muerte de Castille- Historia General de las Indias, de Gonzalo Fernández de Oviedo, impresa en Toledo en 1526 (Viena, Biblioteca Nacional Austríaca). jo, muy pocos estudiantes, y el clero vienés había abandonado en su mayoría los monasterios de la ciudad. Es imposible que los versos citados tengan valor afirmativo y, conociendo el contexto histórico, las expresiones “docta universidad”, “devota clerecía” y “buena posada” sólo pueden ser entendidas de manera irónica. En pos del ascenso social Tampoco a los demás españoles que siguieron a Fernando a Austria les pudo haber parecido una Tierra de Promisión. y por esta razón hay que preguntarse por qué cambiaron España por aquel país. Seguramente, muchos de ellos emigraron porque en España no tenían las mismas posibilidades de ascender social y economicamente, porque eran segundones, o tal vez erasmistas y conversos, o porque eran miembros de familias comprometidas con el movimiento de las Comunidades, como Martín de Guzmán. La mayoría de los nobles españoles en Austria, como los Salamanca, los Serna, los Mercado, los Laso de Castilla, los Meneses, o los Hoyos, cuyo nombre existe todavía hoy en Austria, se integró en la nobleza estamental austríaca y llegó a poseer bienes. En este contexto, el ejemplo más conocido es el caso de Gabriel de Salamanca, una de las figuras más importantes en los primeros años del gobierno de Fernando I. En los cinco años en los que tuvo el cargo del tesorero general de Fernando, acumuló tantas riquezas que éste tuvo que cesarlo a causa de los protestas. Su hermoso palacio renacentista en Spital an der Drau es muestra de la ascensión de este burgalés que, de orígenes más bien humildes, llegó a ser conde. Pero no había solamente españoles en los círculos cortesanos. Desde el primer asedio de Viena, en el año 1529, se solicitó reiteradas veces la presencia de soldados españoles para defender los intereses de los Habsburgo. En Viena, llegaron a tener tan buena 19 INFLUENCIA ESPAÑOLA EN VIENA. HUELLA FERNANDO I, EL EMPERADOR ESPAÑOL OLVIDADO rreforma, pero la segunda oleada de españoles que llegó a Austria después de 1550 ya parece cuadrar mejor con la imagen de católicos intransigentes. Como a partir de 1540 España se identificaba cada vez más con las metas contrarreformistas, también los españoles que llegaron con la emperatriz María, hija de Carlos V y esposa de Maximiliano II, a Austria se presentaron como soldados de la Iglesia católica militante, en un grado mucho mayor que sus compatriotas de los primeros años. Jesuitas y jerónimos La Virgen de la Misericordia protege a los Reyes. Los clérigos españoles alcanzaron puestos destacados en la Corte austríaca. (Por Diego de la Cruz, Burgos, Monasterio de Las Huelgas). fama que en el nuevo arsenal junto al lado Danubio trabajaban siempre varios españoles, que recibían un salario más alto que los soldados de procedencia austríaco-alemana. El soldado español que defiende los intereses de la dinastía y de la Iglesia católica es tal vez la imagen más duradera de España que prevaleció en Austria y en Alemania. Pero esta imagen proporciona una idea un poco tergiversada, sobre todo en lo que concierne al siglo XVI, porque eran también españoles los que fundaron el primer hospital de la corte en Viena – aquí hay que nombrar a Diego de Serava– y porque tenían una reputación muy elevada en los campos de la medicina y la farmacia. Fernando I insistió en tener médicos españoles, como los doctores Cosmás 20 de Borja y Pedro Carnicer, y boticarios españoles, como Antonio Calvo y Pedro de Azaylla. Y como Fernando I pedía con una insistencia significativa a sus embajadores en España huesos de melocotones, cerezas y, sobre todo, de A partir de la segunda mitad del siglo XVI, la influencia española en la iglesia católica de Austria aumentó. A Viena no solamente llegaron jesuitas españoles como el Padre Vitoria, personaje muy importante en la Corte. Fernando I quiso también llevar la orden de los jerónimos a Innsbruck. En los ultimos años del gobierno de Fernando I, tres clérigos españoles de la Corte alcanzaron puestos muy destacados: Antonio de Castillejo, sobrino del ya mencionado poeta, fue nombrado obispo de Trieste; Francisco de Córdoba, el confesor de la emperatriz María, escribió dos libros importantes que fueron repartidos por el Conde de Luna, embajador de Felipe II, entre los participantes del Concilio de Trento; y Jacobo Nogueras, también clérigo de la Corte, entró en una disputa teológica contra el protestante Paul Skalich en el año 1557, al parecer con éxito, ya que poco después fue nombrado obispo. En estos años, no solamente la teología española adquirió gran importancia en el clero austríaco, también la religiosidad española causó profundo asombro entre el pueblo vienés, como lo demuestran por ejemplo algunos los La teología española tuvo eco en el clero austríaco y su religiosidad causó profundo asombro entre el pueblo vienés albaricoques, Austria le debe la difusión de estos árboles frutales. En la primera mitad del siglo XVI, los españoles en Austria todavía no se correspondían con la idea común que en Europa Central se tenía de España como la principal potencia de la Contra- comentarios contemporáneos sobre una procesión que la comunidad española había realizado en Viena. La presencia de los españoles en la Corte vienesa seguramente es la causa principal por la cual la llamada moda española se difundió tan rápidamente Fernando I en 1564. Su Corte seguía la moda de la aristocracia española (por Arcimboldo, Linz, Stadtdtmuseum Nordico). en los países hereditarios de los Habsburgo. Ya en una cuenta del año 1539, aparece la suma que la Corte gastó para las capas españolas de los jóvenes archiduques Maximiliano y Fernando, dos nietos de Fernando I. En general, los puestos de sastres, zapateros y guardarropas los ocupaban españoles, como lo prueban los nombres Martín de Arandia, Alfonso de Serna o Francisco Fernández Medina en las listas del personal de la Corte. A diferencia de la moda anterior, llamada alemana, que tenía caracter igualitario y más bien burgués, la llamada moda española acentuaba la diferencia de clases y por ello era exclusivamente el estilo de viestir de las clases altas. Su aceptación en diferentes cortes europeas expresa claramente la hegemonía cultural que la aristocracia española ejercía en Europa al comienzo de la Epoca Moderna. Lectores de castellano Los nobles europeos no solamente se vestían a partir de la segunda mitad del siglo XVI según las reglas de la moda aristocrática española, sino que también comenzaron cada vez más a Maximiliano II, en 1553, heredó la corona imperial a la muerte de su padre Fernando I (por Arcimboldo, Viena, Kunsthistorisches Museum). aprender castellano y a leer libros españoles. El interés por la lengua española se ve bien reflejado en los fondos de la Biblioteca Nacional Austríaca, cuyo predecesora contenía ya en la época de Fernando I libros españoles tan importantes como las obras de Fray Antonio de Guevara, el Libro de oración y meditación del místico Fray Luis de Granada, el Corbacho del Arcipreste de Talavera, el Amadís de Gaula, La Celestina y los díalogos de los hermanos Valdés. Un interés especial se ve en el gran número de obras que tratan de la conquista del Nuevo Mundo. En Viena, no solamente se tradujeron las Cartas de relación de Hernán Cortés, sino también se leían las obras de Cieza de León, Francisco López de Gómara y Alvar Núñez Cabeza de Vaca. El Sumario de la natural y general historia de las Indias de Fernández de Oviedo fue pedido personalmente por Fernando I a su embajador en España, Martín de Salinas, ya en 1526. En comparación con la presencia de las culturas italiana, francesa y eslava, los españoles que estuvieron en Austria en los siglos XVI y XVII no dejaron ninguna huella permanente en Europa Central. Únicamente el historiador especializado sabe descifrar uno u otro vestigio de la cultura española. Esta ausencia se debe a dos factores: primero, porque las relaciones dinásticas entre las dos ramas de la Casa de los Habsburgo terminaron al comienzo del siglo XVIII; y segundo, porque el fenómeno de la cultura española en Austria tenía un carácter marcadamene elitista. Aparte de las acciones militares, la cultura española en el extranjero era un fenómeno de la Corte y de la aristocracia y no tenía casi ninguna influencia en el pueblo en general. n PARA SABER MÁS BERENGER, J., El Imperio de los Habsburgo (Trad. de Godofredo González), Barcelona, 1993. GONZÁLEZ NAVARRO, R., Fernando I (1503-1564). Un Emperador español en el Sacro Romano Imperio, Madrid, Alpuerto, 2003. LOPE HUERTA, A., Fernando I de Habsburgo, Alcalá de Henares, Brocar, 2000. OPPL, F. y RUDOLF, K., España y Austria (Ed. española de Rudolf, K. ) Madrid, Cátedra, 1997. RUDOLF, K., “De la corte itinerante a la corte estable: Fernando I”, en: Carlos V y la quiebra del humanismo político en Europa, vol. 2, ed. José Martínez Millán, Madrid, 2001.