Eros, Tanatos y Ananké o el malestar en la cultura

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Actualidad cultural
150 aniversario de Sigmund Freud
Eros, Tanatos y Ananké o el
malestar en la cultura
L
a idea de ofrecer durante los próximos
doce meses, con ocasión del 150 aniversario del nacimiento de Freud, 12 entregas en
las que se aborden -desde distintos ángulos y por
distintos autores- en forma específica algunos de
los múltiples aspectos significativos que encierra
su obra me parece una tan feliz iniciativa que no
puedo por menos que, de entrada, felicitar a la
revista Foros XXI por ella. Agradeciéndole, al
mismo tiempo, la confianza de ofrecerme la oportunidad de inaugurar la serie. Y para hacerlo, con-
tra lo que aconseja la sensatez, no voy a ir a los orígenes, al principio, a los cimientos del inmenso
edificio teórico y científico que nos ha legado
Freud. He preferido, por el contrario, proceder a
la inversa y tratar una de sus últimas obras, "El
malestar en la cultura", escrita en 1930, nueve
años antes de su muerte y cuando en Alemania se
están gestando aceleradamente las condiciones
que harán posible el ascenso del nazismo y, en el
planeta, las que desembocarán en la II Guerra
Mundial.
En "El malestar en la cultura" -escrito originado a raíz de un
polémico intercambio epistolar acerca de la fuente última de la
religiosidad que mantuvo con su amigo, el escritor y ensayista
francés Romain Rolland-, Freud se propone abordar desde la
ciencia psicoanalítica la paradoja de que, a un mayor desarrollo de
la cultor se corresponde, contradictoriamente un aumento de la
infelicidad de los hombres, así como el problema de si -y hasta
qué punto- el estadio cultural alcanzado por la humanidad, y su
previsible desarrollo futuro, está en condiciones de hacer frente
con éxito a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas del
instinto de agresión y autodestrucción. Un problema, el del siempre presente instinto de destrucción, que asociado al extremado
grado de desarrollo que nuestra civilización ha alcanzado en el
dominio de las fuerzas elementales de la naturaleza, de la ciencia
y la técnica, se constituye como una de las principales fuentes de
agitación, infelicidad y angustia de nuestro tiempo.
Enfrentar esta cuestión exigía, en primer lugar, retroceder en
el tiempo y responder previamente a dos preguntas básicas: cómo
Freud se propone abordar desde la
ciencia psicoanalítica, el problema de
si -y hasta qué punto- el estadio
cultural alcanzado por la humanidad,
y su previsible desarrollo futuro, está
en condiciones de hacer frente con
éxito a las perturbaciones de la vida
colectiva emanadas del instinto de
agresión y autodestrucción
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surge la civilización en las primitivas comunidades humanas y de
qué hablamos cuando nos referimos al término cultura.
Con respecto a lo primero, ya en 'Tótem y tabú" -escrito 18
años atrás-, Freud había trazado el camino que condujo de la
familia primitiva (la horda) a una fase superior de la vida en socie-
150 aniversarío de Stgmund Freud
dad. Cómo la rebelión de los
hijos contra el padre (el
macho dominante de la
horda) puso al descubierto
que la asociación entre los
individuos es infinitamente
más poderosa que cualquier
individuo aislado, por fuerte
que éste sea.
Eros y Ananké
que encuentra su principal
satisfacción en la familia) se
resiste a abandonar al individuo, por el otro la cultura, al
perseguir como una de sus
principales finalidades el
aglutinamiento de los hombres en grandes unidades
sociales, tiende a restringir la
vida sexual del individuo. Ya
en su primera fase, el totemismo, la cultura condujo a la
más cruel restricción que haya
conocido la vida sexual del
hombre: la prohibición de elegir como objeto de deseo a lo
más cercano y ansiado, la
proscripción del incesto. Tras
el tabú, la costumbre, la religión y, finalmente, la ley
escrita se encargaron de establecer nuevas limitaciones hasta concluir en el patriarcado, la
monogamia y la heteroxesualidad.
Al obedecer al imperio de la necesidad que exige establecer
relaciones de asociación en comunidades cada vez más amplias,
la cultura se ve obügada a sustraer a la sexualidad gran parte de la
energía psíquica que necesita para su propio consumo. Actuando
además, como dice Freud, del mismo modo en que lo haría "un
pueblo o una clase social que haya logrado someter a otro a su
explotación": ante el temor a "la rebelión" del reprimido deseo
sexual, la cultura pasa a adoptar medidas de limitación, control y
precaución cada vez más rigurosas. La cultura judeo-cristiana es
la expresión más alta, desarrollada y antagónica de esta oposición
individuo-sociedad, deseo-cultura, Eros-Ananké.
Se inauguraba así lo que
Freud denominó la "fase totémica" de la cultura, basada en
las restricciones que la alianza fraterna hubo de autoimponerse para impedir la destrucción mutua y garantizar
su pervivencia. El primer
'Derecho', la primera 'ley'
que conoció la humanidad
fueron los preceptos emanados del tabú. Desde ese instante, la
vida de los hombre en común adquirió un doble cimiento: por un
lado, la asociación y colaboración para el trabajo impuesto por las
necesidades exteriores; por el otro los poderosos lazos establecidos por el amor, la satisfacción del deseo, que impiden a hombres
y mujeres prescindir tanto de su objeto sexual como de sus resultados (la prole).
Eros y Ananké, amor y necesidad, se convirtieron de este
modo en los generadores de la cultura humana. Su consecuencia
inmediata fue la de facilitar la vida en común a un mayor número de seres. Lo que designamos desde entonces con el término
cultura (o civilización, para ser más precisos) se constituye así
como la suma de las producciones e instituciones que distancian
a la especie humana de nuestros ancestros todavía homínidos y
En la base de este choque encontramos la propia naturaleza
que sirven a satisfacer este doble fin: proteger al hombre contra la
que encierra cada uno de los dos polos de esta contradicción. Para
naturaleza, dominándola en asociación y cooperación con otros
la generalidad de los hombres, el amor sexual constituye una relahombres, y regular las relaciones de los hombres entre sí.
ción entre dos personas, en la que una tercera desempeña un papel
Sin embargo, pese a que de la relación entre estas dos podeperturbador; mientras que, al contrario, el progreso de la civilizarosas instancias (Eros y Ananké, deseo y necesidad) cabría especión exige necesariamente de relaciones entre el mayor número
rar como resultado una evolución crede personas. Y es de aquí, justamente,
cientemente satisfactoria, lo cierto es
de donde surge el conflicto. Pues para
Eros
y
Ananké,
amor
y
que en un momento dado de su desarroestablecer esos amplios engranajes de
necesidad, se convirtieron de relación social, la cultura precisa tamllo se produce una escisión, una colisión
entre ambas, un divorcio cada vez
este modo en los generadores bién utilizar una parte sustancial de la
mayor entre amor y cultura, oponiéndolibido del individuo, desviándola de un
de la cultura humana. Su
se aquel a los intereses de ésta, la cual, a
único objeto de deseo hacia el estableconsecuencia inmediata fue la
su vez, lo amenaza con sensibles restriccimiento de múltiples y densas conede facilitar la vida en común a xiones que refuercen los vínculos de
ciones.
un mayor número de seres
Si por un lado Eros (el deseo sexual
comunidad mediante lazos de afinidad.
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Lazos que, en última instancia, son expresión de un cariño coartado en su fin. Lo que equivale a decir que, en su origen, no son sino
un deseo y un amor plenamente sexuales, desviados y sublimados
hacia nuevas categorías de relaciones sociales: amistad, camaradería, aprecio, empatia, devoción,...
un papel central en la constitución psíquica de los hombres y, con ello, en su organización social.
En la vida psíquica del hombre, esta lucha entre Eros y
Tanatos (que nunca aparecen
de forma aislada entre sí, sino
amalgamados de forma variable y, por tanto, irreconocibles en primera instancia) se
resuelve parcialmente orientando una parte del instinto de
muerte contra el mundo exterior, manifestándose entonces
como impulso de agresión, su
descendiente y principal
representante. Al operar de
esta forma el mecanismo psíquico, el propio instinto de
muerte queda puesto al servicio del yo erótico, no sólo destruyendo algo exterior -animado o
inanimado- en lugar de destruirse a sí mismo, sino ofreciendo al
yo la realización de sus más arcaicos y primitivos deseos de omnipotencia. Por el contrario, de no realizarse esta agresión hacia lo
exterior, aumenta la fuerza de la autodestrucción, que de cualquier
manera está continuamente -con mayor o menor intensidadactuando en nosotros.
¿Pero por qué este choque se reviste de ese grado de antagoAsí pues, la cultura no sólo limita el deseo sexual, sino tamnismo? ¿Por qué la oposición entre civilización e individuo
bién el impulso de agresión, que por su propia naturaleza disoluadquiere tal grado de hostilidad que se ha generalizado la sensatoria es contrario a los objetivos que aquella persigue. Pero que a
ción de que, pese a todos los avances conseguidos en nuestros
su vez constituye la forma primaria en que la psique humana ha
días, seríamos más felices viviendo de una forma más sencilla,
conseguido resolver -aun cuando sea parcialmente- la batalla que
más primitiva, sin tantos y tan grandes adelantos, es decir, retroen su ulterior libran Eros y Tanatos, el instinto de vida y el instincediendo varios grados en el desarrollo de la cultura?
to de muerte.
Para comprenderlo cabalmente no basta con recurrir a las
¿De qué mecanismos dispone la cultura para impedir o limitar
limitaciones que el desarrollo de la civilización impone a la sexuaese impulso de agresión que le es antagónilidad, a Eros, sino también a Tanatos, al insco, a qué recursos apela para hacerlo inotinto de muerte, su opuesto necesario con el
Al obedecer al imperio de fensivo o eliminarlo y que consecuencias
que comparte la dominación del mundo.
tiene todo ello para el individuo?
la necesidad que exige
La lucha permanente y ubicua entre
La cultura no hace desaparecer el impulso
establecer
relaciones
de
Eros y Tanatos, la interacción y el antagode agresión, sino que, simplemente, lo camasociación en
nismo entre la fuerza que tiende a conservar
bia de dirección, lo introyecta, lo interioriza,
comunidades
cada
vez
la sustancia de la vida y a condensarla en
más amplias, la cultura lo devuelve al lugar de donde procede, es
unidades cada vez mayores y la fuerza condecir, lo dirige contra el propio yo incorpose ve obligada a despojar rándolo como una parte de éste. Convertido
traria que tiende a disolver estas unidades y
a la sexualidad de buena el impulso de agresión en una instancia
a retornarlas al estado más primitivo, inorparte de la energía
gánico, constituye el motor de todos los
opuesta al yo restante, pero que reside en el
fenómenos vitales. Y ocupa también -adepsíquica que necesita
mismo yo, el super-yo asume la función de
más de en su innegable vertiente biológicapara su propio consumo conciencia moral, desplegando contra el yo
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la misma agresividad
que éste habría desplegado frente a objetos externos. El sentimiento de
culpabilidad -fuente de
profunda
infelicidad
para el ser humano desde
hace más de dos milenios- no es, en este sentido, sino expresión de la
tensión creada entre el
severo super-yo y el yo
subordinado al mismo.
Si originalmente, en
los primeros estadios de
la civilización, la renuncia a la satisfacción de
los instintos tuvo su origen en una fuerza exterior -el miedo a la autoridad y su castigo, es
decir, la pérdida del
amor que protege contra
la agresión punitiva-, su desarrollo posterior provoca un cambio fundamental cuando esta misma autoridad es interiorizada
al establecerse como super-yo, como conciencia moral. El primero obligaba a
renunciar a la realización del deseo, pero
bastaba con que la autoridad no lo descubriera para cumplirlo a plena satisfacción
y sin remordimiento o conciencia de culpa
alguna. En cambio el segundo es fuente de
un castigo permanente puesto que es
imposible ocultar al omnisciente super-yo
la persistencia de deseos prohibidos que,
por otra parte, son imposibles de eliminar.
No sólo no es suficiente con no realizar el
deseo, pues al super-yo, dotado de rígidos
ideales y preceptos, no se le escapa la existencia del deseo mismo, lo cual no hace
sino incrementar su rigor y agresividad
contra el yo y, con ello, imponerle, en
forma de castigo, nuevas y mayores
renuncias instintuales. De esta forma, concluye Freud, "el precio pagado por el progreso de la cultura reside en la pérdida de
la felicidad por aumento del sentimiento
de culpabilidad". Incluso aunque "el sentimiento de culpabilidad engendrado por la
cultura no se perciba como tal, sino que
permanezca inconsciente en gran parte o
se exprese como un malestar, un descontento que se trata de atribuir a otras motivaciones".
De este modo, la ciencia psicoanalítica -y ello es una de las razones de su
carácter revolucionario y la negación a la
que está sometida por el poder- nos coloca ante la disyuntiva de crear las condiciones sociales que permitan, no la desaparición de la eterna lucha entre Eros y Tanatos, entre instinto de vida e instinto de
muerte -pretensión imposible- pero sí el
modo en que este conflicto se resuelve en
En la vida psíquica del
hombre, esta lucha entre
Eros y Tanatos se resuelve
parcialmente orientando
una parte del Instinto de
muerte contra el mundo
exterior, manifestándose
entonces como impulso de
agresión, su descendiente
y principal representante
la psique a través del impulso de agresión
y destrucción. Único camino desde el que
se hace posible avanzar en el camino de
satisfacer el fin último al que aspiran los
hombres: la conquista de la felicidad, el
paso del reino de Ananké, la necesidad, al
reino de Eros, la libertad. Desaparición de
las clases sociales, abolición de la propiedad privada sobre los medios de producción, extinción del Estado, disfrute de una
completa libertad sexual, supresión de la
diferenciación del ser humano por razones
de edad, sexo, raza, patria o religión. En
definitiva, eliminando todas aquellas fuentes sociales de las que se nutre el impulso
de agresión y con ello la necesidad de
imponer a cada ser humano una instancia
interna castrante y represora que vuelva
contra uno mismo los instintos destructivos que amenazan la necesaria cohesión
de la colectividad. No sabemos cómo ni
cuándo la humanidad alcanzará este
desenlace, pero confiamos, con Freud, en
que "de ambas 'potencias celestes', el
eterno Eros, despliegue sus fuerzas para
vencer en la lucha con su no menos inmortal adversario".
A. Lozano
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