TEMA 4 LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO LIBERAL: EL REINADO DE ISABEL II 1. INTRODUCCIÓN 2. LA PRIMERA GUERRA CARLISTA (1833-1839) 2.1 2.2 2.3 2.4 ORIGEN DEL CONFLICTO EL PROGRAMA Y LOS APOYOS SOCIALES DEL CARLISMO EL DESARROLLO DE LA GUERRA CONSECUENCIAS DE LA GUERRA CARLISTA 3. LAS AGRUPACIONES POLÍTICAS 4. EL PROCESO DE REVOLUCIÓN LIBERAL DURANTE LA REGENCIA DE Mª CRISTINA (1833-1840) Y ESPARTERO (1840-1843) 4.1. EL ESTATUTO REAL DE 1834 4.2. LOS PROGRESISTAS EN EL PODER (1835-1837) O EL DESMANTELAMIENTO DEL ANTIGUO RÉGIMEN O LA CONSTITUCIÓN DE 1837 4.3 LOS MODERADOS EN EL PODER (1837-1840) 4.4. LA REGENCIA DE ESPARTERO 5. EL REINADO DE ISABEL II: LA DÉCADA MODERADA (1844-1854) 5.1 LAS PRIMERAS REFORMAS MODERADAS 5.2. LA CONSTITUCIÓN DE 1845 5.3. LA SEGUNDA GUERRA CARLISTA (1846-1849) 5.4. EL CONCORDATO DE 1851 5.5. LAS REFORMAS DE LA ADMINISTRACIÓN 6. EL REINADO DE ISABEL II: EL BIENIO PROGRESISTA (1854-1856) 6.1 LAS REFORMAS PROGRESISTAS 6.2. LAS NUEVAS CORRIENTES POLÍTICAS 7. LA VUELTA AL MODERANTISMO (1856-1868). 1 1. INTRODUCCIÓN Durante el reinado de Isabel II se consolida el sistema político liberal en España, los dos partidos liberales que lucharán y se sucederán por el poder serán los moderados (representantes de la alta burguesía) y los progresistas (representan más a la baja burguesía); cuando gobiernen cada uno redactará una constitución a su medida. Fuera del sistema quedan los absolutistas (carlistas), que reclaman el trono para Carlos María Isidro y sus sucesores, debido a estos España se verá envuelta en tres guerras civiles. Este reinado pudo haber sido el periodo decisivo para la modernización de las estructuras económicas pero esa tentativa quedó frustrada. En el año 1868 una revolución pone fin al reinado de Isabel II, ésta se exilia en París y en España se redacta una nueva constitución, la de 1869, la más progresista de todas, y se busca un nuevo rey, el elegido será el italiano Amadeo de Saboya que durará apenas dos años. Tras la abdicación del rey se proclama la Primera República Española que no consiguió arreglar nada, sería derrocada con el golpe de Estado del general Pavía y el pronunciamiento de Martínez Campos, ambos acontecimientos contribuyeron a la restauración de los Borbones en la persona de Alfonso XII, hijo de Isabel II. ETAPAS El reinado de Isabel II (1833-1868) tiene dos etapas: 1. La época de las regencias (1833-1843) 1. Regencia de María Cristina (1833-1840) • 1833-1835: Los primeros gobiernos de transición o Cea Bermúdez o Martínez de la Rosa • 1835-1837: progresistas en el poder o Desmantelamiento del Antiguo Régimen o Constitución de 1837 • 1837 1840: moderados en el gobierno 2. Regencia de Espartero (1840-1843) 2. La mayoría de edad (1843-1868) 1. La década moderada (1844-1854) 2. El bienio progresista (1854-1856) 3. Los últimos años del reinado (1856-1868) 2. LA PRIMERA GUERRA CARLISTA (1833-1839) El carlismo es el sector político e ideológico que apoyó la candidatura del infante Carlos María Isidro frente a su sobrina Isabel, en 1833, y que desencadenó tres guerras civiles (las dos primeras durante el reinado de Isabel II) en la que las que la cuestión dinástica era el pretexto para tratar de conservar las estructuras del Antiguo Régimen, seguir con el absolutismo y luchar contra el liberalismo. En la primera guerra carlista se plantearon nuevos problemas como la cuestión foral frente a la homogeneización liberal. 2.1. El origen del conflicto A la muerte de Fernando VII en 1833, con el pretexto de la cuestión sucesoria, entre los partidarios de su hermano, don Carlos María Isidro, y su hija, aún niña, doña Isabel, comenzó una guerra civil que duró hasta 1840 entre el liberalismo y el tradicionalismo absolutista. El carlismo, 2 tradicionalista y antiliberal (“Dios, Patria, Rey”), hizo bandera del mantenimiento de los fueros tradicionales, y de ahí el gran apoyo que tuvo en el País Vasco y Navarra. Los fueros eran los usos y costumbres por los que se regían los distintos territorios del País Vasco y Navarra, que habían sido respetados por el centralismo borbónico en el siglo XVIII, debido al apoyo que estos territorios prestaron a Felipe V en la Guerra de Sucesión. En resumen, los fueros establecían un sistema y régimen fiscal propio, exención del servicio militar, derecho civil y derecho penal propio y estatuto de hidalguía de todos sus habitantes. 2.2. El programa y los apoyos sociales del carlismo En sus comienzos, el ideario político carlista era difuso, pero con el tiempo acabó articulándose en torno a los siguientes puntos: 1. 2. 3. 4. La tradición política del absolutismo monárquico. La restauración del poder de la Iglesia y de un catolicismo excluyente de otra creencia. La idealización del medio rural y el rechazo de la sociedad urbana e industrial. La defensa de las instituciones y los fueros tradicionales de vascos, navarros y catalanes. Estos principios tuvieron un gran eco entre la población vasca y navarra, ya que exaltaban la religión, los fueros y el absolutismo en la persona del pretendiente: Carlos María Isidro (Carlos V). Comprendió una parte de la nobleza rural, a gran parte del clero y a una base social campesina de las zonas rurales del País Vasco, Navarra, parte de Cataluña, Aragón, Valencia. Diversos sectores sociales, campesinos, artesanos y pequeños propietarios, alentados por el clero rural apoyaron a don Carlos y nutrieron las filas de su ejército. Los defensores de la monarquía absoluta temían la supresión del Antiguo Régimen y la implantación de la uniformidad y de la igualdad jurídica, además de la separación de la Iglesia del Estado y la abolición de los fueros. Su visión de la sociedad era muy conservadora y veían en el liberalismo la encarnación de todos los males, contrarios a sus costumbres y creencias. La regente María Cristina encontró apoyo en parte de los absolutistas (alta nobleza, funcionarios, jerarquía eclesiástica...) que fueron fieles a Fernando VII. Para garantizar la causa isabelina tuvo que pactar con el liberalismo moderado, más partidario de alcanzar un compromiso con la Corona que permitiese una transición al régimen liberal sin pasar por una revolución. La Regente se vio obligada por la guerra, a permitir ciertas reformas más progresistas para ganarse a los liberales. 2.3. El desarrollo de la guerra La Primera Guerra Carlista (1833-1840) comienza con el levantamiento de Talavera y se extiende acaudillado por Tomás de Zumalacárregui al norte. Hasta que se configuraron unidades militares estables fue una guerra de partidas, similares a la guerrilla de 1808, en el País Vasco y Navarra. Muy pronto los carlistas controlaron las zonas rurales pero no las grandes ciudades, fieles a Isabel II y al liberalismo. Esta guerra fue la más violenta y dramática, con casi 200.000 muertos. Era una guerra civil pero tuvo su proyección exterior: las potencias absolutistas (Austria, Rusia y Prusia), y el Papa, apoyaban más o menos al bando carlista; mientras que Inglaterra, Francia y Portugal a Isabel II, lo que se plasmó en el Tratado de la Cuádruple Alianza (1834). El general Zumalacárregui fue el jefe del ejército carlista y su mejor estratega, garantizando el control del medio rural, pero fracasando en el intento de ocupar Bilbao, principal objetivo estratégico del carlismo, y en cuyo sitio murió en 1835. Los carlistas realizaron diversas expediciones por el territorio peninsular, llegando don Carlos en persona a las puertas de Madrid. En el Maestrazgo se generó otro foco importante del carlismo, con el general Cabrera, “el tigre del Maestrazgo”, desde su cuartel general en Morella, dominó el territorio de las sierras de Castellón y Teruel durante años. 3 Los cristinos, que contaron con el reconocimiento de Francia, Inglaterra y Portugal a Isabel II, mostraron una desorganización hasta que el general Espartero asumió el mando. La muerte de Zumalacárregui en el sitio de Bilbao y la derrota carlista en Luchana, marca el final del conflicto. El carlismo se escindió en “moderados” (transaccionistas), partidarios del acuerdo con los liberales, y “apostólicos” (extremistas), que apostaban por continuar la guerra. El general Maroto, moderado, se hizo con el poder y selló la paz en el Convenio (“abrazo”) de Vergara con el general liberal Espartero. Se alcanzaba un acuerdo honorable que suponía la integración de los oficiales carlistas en el ejército real y mantener los fueros en las provincias vascas y en Navarra. Sólo subsiste el foco de resistencia que dirigía Cabrera, dominado en 1840. 2.4. Consecuencias de la guerra carlista Este conflicto, casi permanente durante la primera mitad del reinado de Isabel II, tuvo importantes repercusiones, además de los elevados costes humanos: a) La inclinación de la monarquía hacia el liberalismo. Los liberales se convirtieron en el apoyo del trono de Isabel II. b) El protagonismo político de los militares. Ante la amenaza carlista, los militares (“espadones”) se convirtieron en árbitros de la vida política. El recurso al pronunciamiento se convirtió en la fórmula habitual de cambiar gobiernos o reorientar la política durante el reinado. c) Los enormes gastos de guerra. Llevaron a la nueva monarquía liberal a una situación económica precaria, lo que le obligó a aceptar las reformas económicas propuestas por los progresistas (desamortización de Mendizábal). Así la guerra carlista favoreció el desmantelamiento del Antiguo Régimen y la implantación del liberalismo que habría sido imposible sin la llegada al poder de los progresistas. 3. FUERZAS POLÍTICAS DEL LIBERALISMO A comienzos del reinado de Isabel II, surgieron los primeros partidos políticos, como embrionarias organizaciones que canalizaban las distintas corrientes ideológicas del liberalismo inicial: moderados y progresistas. Eran la expresión de un sistema monárquico constitucionalista. No eran partidos como los actuales sino más bien una agrupación de personalidades alrededor de algún notable (civil o militar), no tenían programas sino corrientes de opinión o “camarillas” vinculadas por relaciones personales o intereses económicos. La mayor parte de la población quedaba al margen de la política porque el voto era restringido. 1. Los moderados • Miembros: terratenientes, alta burguesía, vieja nobleza, alto clero y altos mandos militares. • Ideario: la propiedad, sufragio censitario, soberanía compartida (Cortes y Corona), derechos individuales imitados y defensa de la Iglesia. • “Espadón”: Narváez 2. Progresistas: • Miembros: pequeña y media burguesía, parte de la burguesía industrial y financiera y clases medias. • Ideario: la reforma, soberanía nacional, derechos individuales, sufragio censitario (se puede ampliar), fin de la influencia de la Iglesia. • “Espadón”: Espartero 3. Demócratas y republicanos: 4 • • El partido demócrata surge en 1849 por una escisión del partido Progresista. Defendía la soberanía popular y el sufragio universal masculino. Por lo demás coincidía con el partido progresista. El partido republicano surgirá por el desprestigio de la monarquía de Isabel II. A diferencia de lo que ocurrió en otros países de Europa, donde la burguesía nacional era la base social y el más firme apoyo del nuevo régimen liberal, en España, con una burguesía escasa y débil, la monarquía liberal se apoyaba en el único grupo fuerte y capaz de defenderla de las amenazas del carlismo: los militares liberales. La presencia del ejército español en la vida política fue una constante durante el siglo XIX. No ejercía la iniciativa de arrebatar el poder al elemento civil, sino como brazo ejecutor de la conspiración política. CARACTERÍSTICAS Apoyos sociales Forma de Estado Soberanía Sufragio Reconocimiento de derechos Poder ejecutivo Poder Legislativo Parlamento Religión Poder local MODERADOS PROGRESISTAS Nobleza y alta burguesía terrateniente, grandes financieros y hombres de negocios, altos funcionarios, militares y prelados Monarquía constitucional Soberanía Nacional, compartida entre el rey las Cortes Censitario muy restringido Derechos individuales muy restringidos Lo ejerce la Corona, a través de su gobierno, con escasas limitaciones. Compartido entre la Corona y las Cortes. Clases medias y pequeña burguesía (comerciantes, profesionales liberales) y clases populares urbanas. Bicameral: Congreso elegido por sufragio y Senado elegido por designación real entre las élites Estado confesional: exclusividad de la religión católica y sostenimiento de la iglesia a cargo del Estado. Alcaldes elegidos por el gobierno Bicameral: Congreso y Senado elegidos por sufragio. El segundo con acceso restringido Libertad religiosa. Sostenimiento de la Iglesia. Constitución representativa Política económica 1845 Proteccionismo, predominio de impuestos indirectos, defensa de los intereses de los terratenientes Acceso al poder Nombramiento continuado por la reina y victorias electorales, con frecuente manipulación de campañas y resultados Monarquía constitucional Nacional, detentada por las Cortes Censitario, más ampliado. Individuales, sin limitaciones. La Corona y su gobierno, con limitaciones y bajo control de las Cortes. Cortes con alguna atribución de la Corona. Alcaldes elegibles por los vecinos. Defensa de la Milicia Nacional. 1837, 1856 (non nata) Librecambio, mayor equilibrio entre impuestos indirectos y directos, defensa de intereses de financieros e industriales. Recurso al pronunciamiento y a la insurrección popular. 5 4. EL PROCESO DE REVOLUCIÓN LIBERAL DURANTE LA REGENCIA DE Mª CRISTINA (1833-1840) Y ESPARTERO (1840-1843) 4.1. El Estatuto Real de 1834 Paralelamente a la Guerra Carlista, y en relación directa con su desarrollo, tuvo lugar la destrucción definitiva de las bases políticas y socioeconómicas del Antiguo Régimen y la implantación irreversible del liberalismo en España (configuración del Estado liberal y construcción de los cimientos de la nueva sociedad capitalista). El primer gobierno de la Regencia (Cea Bermúdez) suponía la continuidad respecto a la última etapa del reinado de Fernando VII: su programa político, inspirado en los principios del Despotismo Ilustrado, se centró en reformas administrativas (ejemplo: división provincial de Javier de Burgos), pero sin acometer las necesarias reformas políticas, lo que frustró las expectativas de los liberales que apoyaban a Isabel II. La necesidad de apoyos contra el carlismo y de ayuda financiera para sostener la guerra obligó a María Cristina a entregar el poder a los liberales moderados (gobierno de Martínez de la Rosa), quien inició tímidas reformas políticas que se plasmaron en el Estatuto Real de 1834: 1. El régimen del Estatuto Real se inspiraba en los principios del liberalismo doctrinario. 2. No se trata de una Constitución, sino de una Carta Otorgada en la que la Corona se autolimita, pero que no reconoce la soberanía nacional ni la división de poderes. 3. Las Cortes, que no tienen la iniciativa legislativa, eran bicamerales: Estamento de Próceres (jerarquía eclesiástica, grandes de España, miembros designados por la Corona) y Estamento de Procuradores (elegidos por sufragio censitario muy restringido, lo que reservaba la participación política a las clases más acomodadas). 4. Las reformas del Estatuto eran insuficientes para los sectores sociales que apoyaban a Isabel II con la esperanza de la implantación de un verdadero régimen liberal en España. 4.2. Los progresistas en el poder (1835-1837) Los progresistas tenían su fuerza en el dominio del movimiento popular, mediante el control de la Milicia Nacional y de las Juntas Revolucionarias, que en el verano de 1835 protagonizaron un conjunto de levantamientos y revueltas urbanas que reclamaban reunión de Cortes, libertad de prensa, nueva ley electoral, etc., lo que, junto a la necesidad de ampliar la base social de la causa isabelina, hizo que María Cristina entregara el poder a los progresistas (Gobierno Mendizábal). La oposición de la nobleza y el clero a la desamortización de los bienes eclesiásticos emprendida por Mendizábal obligó a María Cristina a prescindir de él y los progresistas y a entregar el poder a los moderados (Gobierno Istúriz). Sin embargo, las revueltas de los sectores progresistas de las ciudades y los pronunciamientos militares del verano de 1836 (motín de la Granja) obligaron a María Cristina a entregar nuevamente el poder a los progresistas (Gobierno Calatrava) y a restablecer la Constitución de 1812, lo que ponía fin al régimen del Estatuto Real y convertía a España en una Monarquía Constitucional. El desmantelamiento del Antiguo Régimen. Una de las primeras actuaciones de los progresistas fue la llamada reforma agraria liberal que contó con tres grandes medidas: A) La disolución del régimen señorial: supuso la pérdida de las atribuciones jurisdiccionales de los señores. Estos pasaban a ser simplemente propietarios y muchos campesino pasaron a ser jornaleros o arrendatarios B) La Desvinculación: supuso el fin de los patrimonios unidos obligatoriamente a una familia o institución, ahora podrían venderse las tierras libremente. C) La Desamortización: fue, sin duda, la medida más importante. La desamortización, primero de los bienes eclesiásticos y luego de los pueblos, fue la medida práctica de mayor trascendencia tomada por los gobiernos liberales, y se desarrolló durante todo el 6 siglo XIX, entrando incluso en el XX. El hecho de desamortizar tales bienes suponía dos momentos: 1. La incautación por parte del Estado de esos bienes, por lo que dejaban de ser de "manos muertas"; es decir, dejaban de estar fuera del mercado, para convertirse en "bienes nacionales". 2. La puesta en venta, mediante pública subasta, de los mismos. El producto de lo obtenido lo aplicaría el Estado a sus necesidades. Este dilatado proceso de ventas no fue continuo, sino resultado de varias desamortizaciones: la de Godoy, ministro de Carlos IV (1798); la de las Cortes de Cádiz (1811- 1813); la del Trienio Liberal (1820-1823); la de Mendizábal (1836-1851), y la de Pascual Madoz (1855-1924). La desamortización de Mendizábal supuso la ruptura de relaciones diplomáticas con Roma y dividió la opinión pública de tal forma, que ha quedado en la historia contemporánea como "la desamortización" por antonomasia. Cuando en 1835, llamado por sus amigos políticos y hombres de negocios progresistas, llegó desde Londres para presidir el Gobierno, lo que le preocupaba era garantizar la continuidad en el trono de Isabel II, esto era, la del nuevo Estado liberal. Para ello era condición necesaria ganar la guerra carlista, que en ese momento resultaba incierta; pero este objetivo no podría realizarse sin dinero o sin crédito. A su vez, para poder fortalecer la credibilidad del Estado ante futuras peticiones de crédito a instituciones extranjeras, era preciso eliminar, o por lo menos disminuir, la deuda pública hasta entonces contraída (pagar a los acreedores). El decreto desamortizador, publicado en 1836, en medio de la guerra civil con los carlistas, puso en venta todos los bienes del clero regular -frailes y monjas-. De esta forma quedaron en manos del Estado y se subastaron no solamente tierras, sino casas, monasterios y conventos con todos sus enseres -incluidas las obras de arte y los libros-. Al año siguiente, 1837, otra ley amplió la acción, al sacar a la venta los bienes del clero secular -los de las catedrales e iglesias en general-, aunque la ejecución de esta última se llevó a cabo unos años más tarde, en 1841, durante la regencia de Espartero. La desamortización de Mendizábal pretendía varios objetivos: 1. Ganar la guerra carlista. 2. Eliminar la deuda pública. 3. Atraerse a las filas liberales a los principales beneficiarios de la desamortización, que componían la incipiente burguesía con dinero. 4. Poder solicitar nuevos préstamos, al gozar ahora Hacienda de credibilidad. 5. Cambiar la estructura de la propiedad eclesiástica, que de ser amortizada y colectiva pasaría a ser libre e individual. 6. Buscaba una Iglesia reformada y transformada en una institución del Nuevo Régimen, comprometiéndose el Estado a mantener a los clérigos y a subvencionar el correspondiente culto. En conjunto, el proceso de desamortizaciones no sirvió para que las tierras se repartieran entre los menos favorecidos, porque no se intentó hacer ninguna reforma agraria, sino conseguir dinero para los planes del Estado. La extensión de lo vendido se estima en el 50 por 100 de la tierra cultivable y su valor entre el 25 y el 33 por 100 del valor total de la propiedad inmueble española. La desamortización trajo consigo una expansión de la superficie cultivada y una agricultura algo más productiva. Otras consecuencias de trascendencia histórica fueron: 1. En lo social, la aparición de un proletariado agrícola, formado por más de dos millones de campesinos sin tierra, jornaleros sometidos a duras condiciones de vida y trabajo solamente estacional; y la conformación de una burguesía terrateniente que con la adquisición ventajosa de tierras y propiedades pretendía emular a la vieja aristocracia. 2. En cuanto a la estructura de la propiedad, apenas varió la situación desequilibrada de predominio del latifundismo en el centro y el sur de la Península y el minifundio en extensas áreas del norte y noroeste. 7 3. El impacto de la desamortización en la pérdida y el expolio de una gran parte del patrimonio artístico y cultural español fue importante. Otras reformas orientadas a la liberalización de la economía fueron: - Abolición de los privilegios de la Mesta. Derecho a cercar los campos y fin de las prácticas comunales (ej.: derrota de mieses). Libertad de arrendamientos agrarios. Libertad de precios y de comercio interior, con la desaparición de las aduanas interiores, lo que permite la creación de un mercado nacional. Abolición de los gremios y libertad de industria. Abolición de los diezmos eclesiásticos. la constitución de 1837 En los meses de septiembre y octubre de 1836 se celebraron las elecciones para diputados a las Cortes Constituyentes o Extraordinarias, las que se convocan exclusivamente para proporcionar una Constitución al país. El clima fue de general indiferencia entre los pocos que habían sido llamados a votar de acuerdo con el sufragio censitario. Las razones hay que buscarlas en la preocupación por la guerra civil y la misma desorientación política. Durante cerca de nueve meses, las Cortes fueron elaborando la nueva Constitución, que al fin juró María Cristina el 18 de junio de 1837. Su promulgación se produjo en un momento difícil para los liberales isabelinos, porque en mayo, la llamada Expedición Real del ejército carlista, con Carlos María Isidro al frente, se había puesto en marcha desde Navarra para alcanzar Madrid, a cuyos alrededores llegaría en septiembre. La situación tan incierta por la que estaba pasando el liberalismo, hizo que esa Constitución calificada de progresista por haber en ese momento un gobierno de dicha tendencia- resultara ser mucho más un elemento de unión de los grupos liberales ante el peligro común que la plasmación exclusiva del ideario progresista. Así, mientras en el preámbulo del texto se sobreentiende que la soberanía nacional reside únicamente en la nación, sin embargo, no hay ningún artículo que lo proclame explícitamente. Las dos diferencias más importantes con respecto a la Constitución de 1812 fueron el reforzamiento del poder de la Corona y el Parlamento bicameral. La ley electoral que acompañó a la Constitución era muy restrictiva y en las elecciones de 1837 solamente fueron llamados a votar el 2 % de la población (los principales propietarios). Los aspectos más progresistas de la Constitución de 1837 fueron: 1. La libertad de prensa. Se sometía la calificación de los delitos de prensa a un jurado especial, lo cual significaba la práctica impunidad de aquella, de forma que iba a ser una de las razones que incitaría a los moderados a reformar la Constitución. 2. El poder otorgado a los ayuntamientos. Las corporaciones municipales -alcalde y concejales serían elegidas por sufragio universal masculino por los vecinos sin intervención del poder central. Si a esto se le añade que también el texto señalaba que la Milicia Nacional, que estaba compuesta por ciudadanos voluntarios para mantener el orden, dependería directamente de los ayuntamientos, es fácil entrever que estos se convertían en verdaderos centros de poder local al margen de Madrid, que podían llegar a ser cabezas de motines o de pronunciamientos. 4.3. Los moderados en el poder (1837-1840) El triunfo de los moderados en las elecciones de 1837 supuso el inicio de un proceso de revisión de la legislación progresista (ley electoral más restrictiva, limitación de los derechos constitucionales y freno a la desamortización eclesiástica) que culminó con la Ley de Ayuntamientos de 1840 que otorgaba a la Corona la facultad de nombrar a los alcaldes de las capitales de provincia. 8 El gobierno tenía graves problemas económicos por la guerra carlista. Dos militares tenían mucha influencia, en el bando moderado Narváez, y en el progresista Espartero, representaban bandos contrarios dentro del liberalismo y su rivalidad era manifiesta. Pero Espartero ganó predicamento tras vencer en la guerra carlista y firmar en agosto de 1839 el Convenio de Vergara que ponía fin a la guerra carlista. El apoyo de María Cristina a la política moderada (todo la ley que ponía fin a la elección de los alcaldes por los vecinos) motivó la formación de juntas por todos sitios y una insurrección generalizada que la obligó a dimitir. Los sectores progresistas volvieron sus ojos hacia el general Espartero, vencedor de la guerra carlista, la única autoridad con carisma que podía asumir el poder y convertirse en regente. 4.4. La regencia de Espartero La regencia de Espartero se caracterizó por la evolución del Régimen hacia el autoritarismo, lo que desembocó en el progresivo aislamiento del Regente. 1. Espartero se retomó el programa de reformas progresistas (derogación de la Ley de Ayuntamientos, que entregaba nuevamente a los vecinos la potestad de elegir al alcalde por sufragio universal masculino, desamortización de los bienes del clero secular…). 2. El arancel de 1842, menos proteccionista que los anteriores, provocó un levantamiento en Barcelona, ya que la industria catalana se veía amenazada por la entrada de tejidos ingleses. Espartero respondió con el uso de la fuerza, bombardeando Barcelona, lo que puso en su contra a Cataluña y a buena parte del partido progresista. 3. Una serie de conspiraciones de signo moderado (Torrejón de Ardoz entre el 22 y el 23 de julio de 1843), encabezadas por los generales Narváez y O’Donnell, acaban con la regencia de Espartero que se exilia a Londres. Ante esta situación se adelanta la mayoría de edad de Isabel II que contaba con 13 años y se abre una larga etapa de gobierno moderado. 5. EL REINADO DE ISABEL II: LA DÉCADA MODERADA (1844-1854) Tras la caída de Espartero y la subida al trono de Isabel II, los moderados se hicieron con el poder, con el apoyo de la Corona, e iniciaron la última etapa de la configuración del Estado liberal en España. El apoyo de la Corona a los moderados de Narváez conducirá a que los progresistas se aparten del sistema político (retraimiento) e intenten acceder al poder por la vía insurreccional (recurso al pronunciamiento, la formación de Juntas revolucionarias y la movilización popular). Al tiempo que esto sucedía se extendió la conveniencia de asentar el Estado sobre unas bases firmes, reformando, entre otras medidas, la Constitución de 1837, entonces en vigor. Cuando Narváez llegó a la presidencia del Gobierno, en mayo de 1844, inició unas reformas que limitaban las libertades propuestas por los progresistas, fortaleciendo el poder de la Corona y organizando una administración centralista. El régimen moderado se basa en el predominio social, político y económico de la burguesía terrateniente, clase surgida de la fusión de la vieja nobleza señorial y los nuevos propietarios rurales, cuyo objetivo era consolidar un nuevo orden social que salvaguardase las conquistas más conservadoras de la revolución liberal frente a la reacción carlista y los excesos revolucionarios de las clases populares. Los moderados antepusieron la defensa del orden y de la propiedad frente a la libertad y los derechos individuales y colectivos. Ello dio lugar a la sucesión de gobiernos autoritarios cuya política se orientó a la absoluta prohibición de cualquier acción u opinión que atentara contra las bases del régimen. La etapa está presidida por la figura de Narváez, auténtico hombre fuerte del partido moderado, quien controló la vida política tanto como jefe de gobierno como bajo gobiernos ajenos y fue el principal artífice de la Constitución de 1845 y de algunas de las principales reformas del 9 período. Además, reprimió con extrema dureza los movimientos de protesta populares, lo que le granjeó el apoyo de la Corona y de los terratenientes. Los principales apoyos del moderantismo español fueron la propia Corona y gran parte del ejército, quienes garantizaban el régimen político y el orden social. La reina Isabel apoyó invariablemente a los sectores más conservadores y se alineó claramente con el moderantismo. 5.1. Las primeras reformas moderadas Los moderados intentaron hacer compatibles dos conceptos: orden y libertad. Empezaron por poner los medios para establecer un orden público estricto. A fines de 1843, el gobierno presidido por González Bravo ya había preparado el terreno suprimiendo la Milicia Nacional; con ello se acababa con la fuerza de choque del partido progresista. A la vez se empezó a preparar otro instrumento, la Guardia Civil (1844), encargada de mantener el orden público y de la vigilancia de la propiedad privada, sobre todo en el medio rural. Su reglamento enumeraba las obligaciones y facultades del nuevo cuerpo: 1. Auxiliar al jefe político provincial -más tarde, gobernador civil- del que dependía, para acabar con cualquier desorden, o bien tomar por sí misma la decisión de desarrollar esta función en el caso de que dicha autoridad no estuviera presente. 2. Disolver cualquier reunión sediciosa y armada. 3. Las restantes mezclaban esta política de orden público con la vigilancia de la propiedad, que en la España de mitad del XIX era esencialmente rural. Después se continuó con la prensa. La existencia de un jurado para los delitos de imprenta no había servido de nada, por lo que estos delitos, como los demás, deberían ser materia de las leyes comunes; de este modo, quedó extinguida la fórmula progresista en julio de 1845 y se dio paso a un control preciso de la imprenta y de la prensa por parte del Gobierno. La ley orgánica de enero de 1845 delimitaba la función de los alcaldes, haciéndolos depender del poder central; serían nombrados por el Gobierno o por las autoridades provinciales representantes de éste -los jefes políticos-, y se les encomendaba la custodia del orden público en las respectivas poblaciones a su cargo, teniendo como colaboradora en esta misión a la Guardia Civil. De esta forma se liquidaban los intentos progresistas de descentralización. 5.2. La Constitución de 1845 El nuevo texto constitucional fue sancionado el 23 de mayo de 1845, inspirado en los principios del liberalismo doctrinario. Aunque fue presentada como una reforma para mejorar la de 1837, en realidad era un nuevo texto, moderado, que excluía cualquier pacto con los progresistas. Los principios de la Constitución de 1845 son: 1. Establece un régimen de monarquía liberal de tendencia conservadora, basado en la participación política exclusiva de una oligarquía de propietarios, garantizada por un sufragio censitario muy restringido. 2. Rechaza la soberanía nacional y establece la soberanía compartida entre la Corona y las Cortes (bicamerales), con la novedad de que los senadores son de designación real, lo que limitaba la posibilidad de reformas profundas. El rey y las Cortes decretaban la Constitución, y no solamente las Cortes, como había sucedido en 1812 o en 1837. 3. Ampliación de los poderes del ejecutivo (gobierno) en perjuicio del legislativo (Cortes). 4. Sometimiento de los ayuntamientos y las diputaciones a la administración central, lo que inicia el proceso de centralización y uniformización administrativa que caracteriza este período. 5. Respeta la declaración de derechos de la Constitución de 1837, pero remite su regulación a leyes ordinarias que tenderán a limitarlos en la práctica. 6. La religión oficial es la católica, con el compromiso del Estado de mantener el culto y clero. 10 5.3. La segunda Guerra Carlista (1846-1849) La Segunda Guerra Carlista o Guerra de los Matiners (en referencia a que las partidas hostigaban a las tropas a primeras horas de la mañana) no tuvo el impacto ni la violencia de la de la primera, pero se prolongó de forma discontinua desde 1849 hasta 1860. Se inició en apoyo de Carlos Luis de Borbón (Carlos VI) al fracasar su intento de casarse con Isabel II. La llegada de Cabrera aumentó su apoyo popular y se desarrolló sobre todo en Cataluña y Levante, pero el fracaso del movimiento fuera de Cataluña y el exilio del pretendiente y Cabrera significaron el fin de la guerra. Aún hubo otra intentona en San Carlos de la Rápita en 1860, dirigida por el general Ortega que acabó en fracaso. 5.4. El Concordato con la Santa Sede de 1851 La Constitución de 1845 declaraba que la religión de la nación española era la católica, apostólica y romana, en contraste con la Constitución de 1837, donde la religión católica era la que profesaban los españoles. Los moderados firmaron en 1851 un Concordato con la Santa Sede, con el objetivo de restablecer las relaciones del Estado Español con la Iglesia Católica, muy deterioradas por las reformas del período anterior (desamortización y abolición del diezmo). El Concordato interpretaba que la única religión del Estado era la católica, lo que entrañaba obligaciones del poder civil para la defensa de la religión. Las principales consecuencias fueron: 1. La intervención de los obispos en la enseñanza. 2. El apoyo de los gobiernos en la represión de las llamadas doctrinas heréticas (una disposición gubernamental de 1844 había concedido -en plena consonancia con las medidas adoptadas por entonces para regular la libertad de imprenta- la capacidad de censurar las obras sobre religión y moral). En el orden político los gobiernos moderados consiguen dos importantes logros: 1. La aceptación por Roma de que los bienes desamortizados quedaran en manos de sus propietarios, acaba la persecución de los compradores (núcleo del partido moderado). 2. La renovación del derecho de presentación de obispos (establecido en el anterior concordato de 1753). Cuando quedaba vacante alguna diócesis, el Gobierno gozaba del derecho de proponer tres nombres para que Roma eligiera entre ellos al nuevo obispo, lo cual significaba que, en adelante, los gobiernos propondrían a adictos a sus programas y pretensiones. 5.5. Las reformas de la Administración Las reformas administrativas están inspiradas en los criterios de centralización y uniformización que caracterizan al Estado liberal: un orden jurídico unitario, una administración centralizada y una Hacienda con unos impuestos únicos. 1. Unificación y codificación legal: Código Penal de 1851 y proyecto de Código Civil. El deseo de componer un corpus de leyes unitario que sirviera para todos, y que implicaba la eliminación de todos los fueros, leyes y costumbres excepcionales, ya estaba presente en 1843 o en los primeros momentos del partido moderado. 2. Reorganización de la administración: se refuerza la estructura centralizada mediante el fortalecimiento de los gobernadores civiles y militares y el nombramiento de los alcaldes por la Corona y los gobernadores civiles. a. La centralización y organización administrativa, sustentada por la reforma territorial de Javier de Burgos de 1833, quedó consolidada y uniformada, desde enero de 1845, con leyes concretas que regulaban la ordenación provincial y la administración local, concentrando en los gobernadores civiles la autoridad en cada provincia y haciendo depender de ellos a los alcaldes de las poblaciones. Se 11 producía así una conexión poder central-poder local que eliminaba las posibles ambiciones autonomistas de este último. b. Como complemento a esta articulación de las administraciones locales con la central, se racionalizó la burocracia y se estructuró el funcionariado mediante un nivel de exigencias técnicas, jurídicas y administrativas. c. Se centralizó la instrucción pública y se organizó la enseñanza en sus distintos niveles según el modelo francés, tan imitado por la Administración española a lo largo del siglo. 3. La reforma fiscal y hacendística de Alejandro Mon (1845): Racionalizó la recaudación de impuestos y los centralizó en manos del Estado. Se refundieron los innumerables impuestos antiguos en unos pocos de corte moderno, con el fin de racionalizar su cobro. La reforma se concretó en nuevas contribuciones directas -territoriales, industriales y de comercio-; pero, al no estar apoyada por la confección de un catastro ni unas estadísticas fiables, no se pudo evitar que prosiguiera la tradición del fraude y de la evasión fiscal. Con todo, los ingresos serían insuficientes y se potenciarían los ingresos indirectos como el impopular sobre los consumos. El proyecto de reforma política de Bravo Murillo, quien pretendía hacer evolucionar el régimen hacia el autoritarismo, provocó la crisis política del moderantismo. Dicho proyecto significaba la práctica eliminación de la vida parlamentaria, lo que unió en su contra a todos los grupos del moderantismo y provocó su dimisión. La sucesión de gobiernos cada vez más ineficaces y aislados alentó a los progresistas y demócratas a unir sus fuerzas para recurrir al pronunciamiento frente al gobierno, que a fines de 1853 había disuelto las Cortes y gobernaba de forma dictatorial. 6. EL REINADO DE ISABEL II: EL BIENIO PROGRESISTA (1854-1856 El escandaloso favoritismo en todos los campos de la vida social y la generalizada corrupción existente en la política económica y financiera de los gobiernos moderados provocaron reacciones y movimientos subversivos en amplios sectores de la opinión liberal, incluida la moderada, que finalmente llevaron a la calle a las clases populares. El levantamiento de 1854 trajo consigo un cambio de rumbo en la orientación política del país. El procedimiento utilizado fue el pronunciamiento. En julio de 1854, una facción del ejército encabezada por el general moderado O'Donnell se pronunció en Vicálvaro (Vicalvarada), enfrentándose a las tropas del Gobierno. El resultado de la acción quedó indeciso y O'Donnell se retiró camino de Andalucía. En Manzanares se le unió el general Serrano y ambos decidieron lanzar un Manifiesto al País (Manifiesto de Manzanares) con promesas progresistas (demandaban el cumplimiento de la Constitución, la reforma de la ley electoral para ampliar el derecho al voto, la reducción de los impuestos y la restauración de la Milicia Nacional). Desde que se produjo su difusión, las agitaciones populares proliferaron y casi toda España se unió a la insurrección, de modo que el alzamiento militar moderado quedó desbordado y convertido en un movimiento popular y progresista, que, además, en algunos lugares -principalmente 12 en Barcelona- tuvo dimensiones obreristas. La consecuencia fue que la reina Isabel II decidió entregar el poder a la principal figura del progresismo, el general Espartero. 6.1. Las reformas progresistas. La Constitución de 1856 Con el fin de la década moderada se iniciaba el llamado bienio progresista, que duraría hasta septiembre de 1856, un tiempo en el que los gobiernos se esforzaron por poner en práctica varias medidas: ascenso de los generales que han participado en el golpe, cambios en los gobiernos de las diputaciones, cambio de embajadores y gobernadores civiles, convocatoria de elecciones a cortes constituyentes, libertad de prensa, tolerancia religiosa… El punto principal fue la elaboración de una nueva Constitución que, al final, no fue promulgada (Constitución nonata de 1856) debido a las largas discusiones y a los diversos sucesos políticos acontecidos. El deseo de reformar la Constitución de 1845 ya había surgido cuando apenas habían transcurrido dos años desde su promulgación. Ahora se concretó en el nuevo proyecto de constitución. El texto refleja más que ningún otro documento el ideario del partido progresista. Reúne todos sus dogmas: la soberanía nacional, limitaciones al poder de la Corona, una prensa sometida al juicio de un jurado, la vuelta de la Milicia Nacional eliminada por los moderados, los alcaldes elegidos por los vecinos y no designados por el poder central, un Senado elegido por los votantes y no por designación de la Corona, autonomía de las Cortes y primacía de éstas sobre el Senado en el momento de la decisión sobre los presupuestos anuales, y tolerancia religiosa. La política económica tuvo como eje principal la desamortización y una serie de leyes económicas para atraer capitales extranjeros, relanzar la actividad crediticia de los bancos y fomentar el ferrocarril, símbolo de la industrialización y el progreso: Ley de Ferrocarriles de 1855, Ley Bancaria de 1856 y creación del Banco de España en ese mismo año. La desamortización de Madoz de 1855 El 1 de mayo de 1855, el ministro de Hacienda, Pascual Madoz, también progresista y amigo de Mendizábal, sacó a la luz su Ley de Desamortización General. Se llamaba "general" porque se ponían en venta todos los bienes de propiedad colectiva: los de los eclesiásticos que no habían sido vendidos en la etapa anterior y los de los pueblos -se llamaban bienes de propios aquellos que proporcionaban, por estar arrendados, una renta al Concejo, en tanto que los comunes no proporcionaban renta y eran utilizados por los vecinos del lugar-. La desamortización de bienes de propios y comunes se prolongó hasta 1924. El procedimiento utilizado para las ventas fue una copia del de Mendizábal pero había diferencias: 1. El destino del dinero obtenido: sin las anteriores necesidades de Hacienda, fue dedicado a la industrialización del país (la expansión del ferrocarril). 2. La propiedad de dicho dinero: el Estado no era el propietario, sino los ayuntamientos. Aquel percibiría el importe de las ventas en nombre de estos y lo transformaría en lo que hoy podrían ser bonos del Estado, lo cual significaba que éste se convertía en "custodio" de los fondos de los ayuntamientos, utilizándolos para el bien de todos. En este proceso, la burguesía con dinero fue de nuevo la gran beneficiaria, aunque la participación de los pequeños propietarios de los pueblos fue mucho más elevada que en el anterior de Mendizábal. 13 Un hecho importante es que la enajenación de propiedades municipales trajo consigo el empeoramiento de las condiciones de vida del pequeño campesinado, privado del uso y disfrute de los antiguos bienes del Concejo. La ley General de Ferrocarriles 1855 Regulaba la ejecución del trazado ferroviario y ofrecía amplios incentivos a las empresas que intervenían en ella. Algunos de los aspectos de esta ley condicionaron la historia económica de los 100 años siguientes: • Consolido una estructura radial de la red con centro en Madrid, dificultando las comunicaciones entre las zonas más industriales y dinámicas. • Fijó un ancho entre carriles mayor que el de la mayoría de las líneas europeas, obstaculizando así los intercambios con el resto de Europa. Esta decisión fue de carácter técnico, para favorecer calderas más anchas, con más capacidad para superar los inconvenientes de la orografía española. • La ley autorizó a las compañías constructoras, mayoritariamente extranjeras, a importar libres de aranceles aduaneros, todos los materiales necesarios para la construcción de la red ferroviaria. Esta franquicia arancelaria ha sido considerada una oportunidad perdida para incentivar el crecimiento industrial de España, ya que no se produjo un aumento de la demanda interior. 6.3. Las nuevas corrientes políticas La preocupación por liberalizar los derechos individuales y el mecanismo electoral, ensanchando así la base de los votantes, facilitó que salieran a la luz corrientes políticas que habían sido reprimidas durante el régimen anterior. A la izquierda del progresismo se consolidaron las opciones demócrata y republicana; ésta recogía, a su vez, corrientes como el socialismo y el federalismo. El Partido Demócrata (1849) surgió de una escisión del los progresistas en el contexto de las revoluciones europeas en 1848. Por su oposición a la monarquía de Isabel II no participó nunca en su sistema político. Sus miembros eran progresistas radicales, republicanos, simpatizantes del incipiente socialismo, y aspiraba a tener su base social en las clases populares, sin despreciar a intelectuales. Su ideario descansaba en la soberanía nacional, sufragio universal, ampliación de las libertades públicas, instrucción primaria universal y gratuita, intervención del Estado en la asistencia social. La Unión Liberal (1854), el partid O’Donnell, surgió de una escisión de los moderados. De ideología centrista, entre sus miembros están el ala derecha de los progresistas y el ala izquierda de los moderados. En su ideario está ser alternativa política distante de los progresistas y moderados. Su momento vendrá en la siguiente etapa. El movimiento obrero en España tiene sus orígenes en 1840, cuando surgen las primeras organizaciones de trabajadores en Cataluña, con las primeras huelgas por mejoras salariales. Durante la década moderada, el movimiento obrero se debatió entre la prohibición y algún momento de tolerancia. Con el bienio progresista crecieron las esperanzas de reconocimiento y libertad de asociación y el incipiente movimiento obrero ensayó sus primeras fórmulas de acción, incluida la huelga general. El carlismo volvió a dar señales de vida, promoviendo partidas armadas en el campo, aunque pervivía más como movimiento que como partido. El grave clima de conflictividad social, debido al alza de precios y al consiguiente empeoramiento de las condiciones de vida de las clases populares, provocó levantamientos obreros y campesinos que llevaron a O’Donnell a dar un golpe de Estado contra la mayoría parlamentaria y a desplazar del poder al general Espartero y a los progresistas. O’Donnell restableció los principios del moderantismo (Constitución de 1845), poniendo fin al Bienio Progresista (15 y 16 de julio de 1856). 14 7. LA VUELTA AL MODERANTISMO (1856-1868) O´Donnell asumió la presidencia del Gobierno con el respaldo de su partido, la Unión Liberal, y presentó los objetivos principales de su política: consolidación de la monarquía constitucional; respeto a "los legítimos derechos y legítimas libertades"; restablecimiento del orden público, y conciliación de las dos grandes tendencias, la moderada y la progresista. La Unión Liberal de O’Donnell surgió como una opción política intermedia entre el partido moderado y el progresista. Desde el punto de vista político, sus planteamientos están más cercanos al moderantismo (defiende el régimen político de la Constitución de 1845 y el freno de las reformas del Bienio Progresista). Sin embargo, defienden el sistema constitucional frente a la evolución hacia el autoritarismo del partido moderado. Durante una primera etapa (1856-1863), Isabel II confió la formación de los gobiernos a los políticos de la Unión Liberal, cuya principal figura era el general O’Donnell, y más tarde a Narváez. Durante esta etapa hubo cierta estabilidad política, dominada por la vuelta al conservadurismo. O’Donnell llevó una política exterior activa con la que pretendió devolver a España el prestigio internacional perdido a la vez que desviaba la atención de los problemas internos. Embarcó al país en una serie de intervenciones militares de escaso interés, pobres resultados y cuantiosas pérdidas económicas y humanas: 1. 2. 3. 4. La expedición a Indochina (1858-1863) La intervención en México (1862) La guerra contra Marruecos (1859-1860) La guerra del Pacífico En estas aventuras adquirió un gran reconocimiento el general Prim, que ante el ejército había demostrado ya sus dotes militares: había sido héroe en Castillejos (Marruecos), en 1859, y antes, observador de guerra en Crimea, gobernador en Puerto Rico y enviado a México para ayudar a los franceses en su intento de derrocar a Juárez. La Unión Liberal fue incapaz de hacer frente a la oposición (progresistas, demócratas y republicanos) y a la crisis económica que afectó a las finanzas (quiebra de las compañías ferroviarias), a la agricultura (la carestía del trigo, alimento de primera necesidad, debido a malas cosechas provocó crisis de subsistencias) y a la industria (se agravó con la Guerra de Secesión de Estados Unidos que interrumpe las exportaciones catalanas de algodón). Como consecuencia, O’Donnell dimitió y la Reina entregó el poder a los moderados. Prim lideró a los progresistas y a partir de 1863 empezó a conspirar para derribar a Isabel II. En una segunda etapa (1863-1868), los moderados gobernaron de forma autoritaria (Narváez volvió al Gobierno en 1864), al margen de las Cortes y de los grupos políticos, ejerciendo una fuerte represión. Al malestar social provocado por una crisis financiera y de subsistencias en 1866 se unieron dos acontecimientos: 1. La expulsión de sus cátedras de Julián Sanz del Río y de Emilio Castelar, con la consiguiente manifestación estudiantil ahogada en sangre el l0 de abril de 1865 -La noche de San Daniel-. 2. La organización de un complot militar liderado por Prim que, si bien fracasó, alentó la sublevación de los sargentos del cuartel de San Gil, intentona en la que fueron fusilados 68 de los participantes y que conmovió a la opinión pública. Las dificultades financieras afectaron a toda la burguesía de los negocios, que era la que en 1833 había optado por defender con su dinero el trono de Isabel II frente a los carlistas. En agosto de 1866, progresistas y demócratas firmaron el Pacto de Ostende, por el que decidieron aunar sus esfuerzos para derrocar a la reina y establecer un nuevo sistema político. Al año siguiente se sumó a este bloque opositor la Unión Liberal, tras la muerte de su líder, el general O’Donnel, que no había querido participar en el pacto. Esta adhesión sería clave para el triunfo de la Revolución de septiembre de 1868. Isabel II y los moderados estaban políticamente aislados, sin más apoyo que el que se ofrecían mutuamente. 15