tema 4. la construccin del estado liberal

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TEMA 4
LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO LIBERAL:
EL REINADO DE ISABEL II
1. INTRODUCCIÓN
2. LA PRIMERA GUERRA CARLISTA (1833-1839)
2.1
2.2
2.3
2.4
ORIGEN DEL CONFLICTO
EL PROGRAMA Y LOS APOYOS SOCIALES DEL CARLISMO
EL DESARROLLO DE LA GUERRA
CONSECUENCIAS DE LA GUERRA CARLISTA
3. LAS AGRUPACIONES POLÍTICAS
4. EL PROCESO DE REVOLUCIÓN LIBERAL DURANTE LA REGENCIA DE
Mª CRISTINA (1833-1840) Y ESPARTERO (1840-1843)
4.1.
EL ESTATUTO REAL DE 1834
4.2.
LOS PROGRESISTAS EN EL PODER (1835-1837)
O EL DESMANTELAMIENTO DEL ANTIGUO RÉGIMEN
O LA CONSTITUCIÓN DE 1837
4.3
LOS MODERADOS EN EL PODER (1837-1840)
4.4.
LA REGENCIA DE ESPARTERO
5. EL REINADO DE ISABEL II: LA DÉCADA MODERADA (1844-1854)
5.1
LAS PRIMERAS REFORMAS MODERADAS
5.2.
LA CONSTITUCIÓN DE 1845
5.3.
LA SEGUNDA GUERRA CARLISTA (1846-1849)
5.4.
EL CONCORDATO DE 1851
5.5.
LAS REFORMAS DE LA ADMINISTRACIÓN
6. EL REINADO DE ISABEL II: EL BIENIO PROGRESISTA (1854-1856)
6.1
LAS REFORMAS PROGRESISTAS
6.2.
LAS NUEVAS CORRIENTES POLÍTICAS
7. LA VUELTA AL MODERANTISMO (1856-1868).
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1. INTRODUCCIÓN
Durante el reinado de Isabel II se consolida el sistema político liberal en España, los dos
partidos liberales que lucharán y se sucederán por el poder serán los moderados (representantes de
la alta burguesía) y los progresistas (representan más a la baja burguesía); cuando gobiernen cada
uno redactará una constitución a su medida. Fuera del sistema quedan los absolutistas (carlistas), que
reclaman el trono para Carlos María Isidro y sus sucesores, debido a estos España se verá envuelta
en tres guerras civiles. Este reinado pudo haber sido el periodo decisivo para la modernización de las
estructuras económicas pero esa tentativa quedó frustrada.
En el año 1868 una revolución pone fin al reinado de Isabel II, ésta se exilia en París y en
España se redacta una nueva constitución, la de 1869, la más progresista de todas, y se busca un
nuevo rey, el elegido será el italiano Amadeo de Saboya que durará apenas dos años. Tras la
abdicación del rey se proclama la Primera República Española que no consiguió arreglar nada,
sería derrocada con el golpe de Estado del general Pavía y el pronunciamiento de Martínez Campos,
ambos acontecimientos contribuyeron a la restauración de los Borbones en la persona de Alfonso
XII, hijo de Isabel II.
ETAPAS
El reinado de Isabel II (1833-1868) tiene dos etapas:
1. La época de las regencias (1833-1843)
1. Regencia de María Cristina (1833-1840)
• 1833-1835: Los primeros gobiernos de transición
o Cea Bermúdez
o Martínez de la Rosa
• 1835-1837: progresistas en el poder
o Desmantelamiento del Antiguo Régimen
o Constitución de 1837
• 1837 1840: moderados en el gobierno
2. Regencia de Espartero (1840-1843)
2. La mayoría de edad (1843-1868)
1. La década moderada (1844-1854)
2. El bienio progresista (1854-1856)
3. Los últimos años del reinado (1856-1868)
2. LA PRIMERA GUERRA CARLISTA (1833-1839)
El carlismo es el sector político e ideológico que apoyó la candidatura del infante Carlos
María Isidro frente a su sobrina Isabel, en 1833, y que desencadenó tres guerras civiles (las dos
primeras durante el reinado de Isabel II) en la que las que la cuestión dinástica era el pretexto para
tratar de conservar las estructuras del Antiguo Régimen, seguir con el absolutismo y luchar contra el
liberalismo. En la primera guerra carlista se plantearon nuevos problemas como la cuestión foral
frente a la homogeneización liberal.
2.1. El origen del conflicto
A la muerte de Fernando VII en 1833, con el pretexto de la cuestión sucesoria, entre los
partidarios de su hermano, don Carlos María Isidro, y su hija, aún niña, doña Isabel, comenzó una
guerra civil que duró hasta 1840 entre el liberalismo y el tradicionalismo absolutista. El carlismo,
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tradicionalista y antiliberal (“Dios, Patria, Rey”), hizo bandera del mantenimiento de los fueros
tradicionales, y de ahí el gran apoyo que tuvo en el País Vasco y Navarra.
Los fueros eran los usos y costumbres por los que se regían los distintos territorios del País
Vasco y Navarra, que habían sido respetados por el centralismo borbónico en el siglo XVIII, debido
al apoyo que estos territorios prestaron a Felipe V en la Guerra de Sucesión. En resumen, los fueros
establecían un sistema y régimen fiscal propio, exención del servicio militar, derecho civil y derecho
penal propio y estatuto de hidalguía de todos sus habitantes.
2.2. El programa y los apoyos sociales del carlismo
En sus comienzos, el ideario político carlista era difuso, pero con el tiempo acabó
articulándose en torno a los siguientes puntos:
1.
2.
3.
4.
La tradición política del absolutismo monárquico.
La restauración del poder de la Iglesia y de un catolicismo excluyente de otra creencia.
La idealización del medio rural y el rechazo de la sociedad urbana e industrial.
La defensa de las instituciones y los fueros tradicionales de vascos, navarros y catalanes.
Estos principios tuvieron un gran eco entre la población vasca y navarra, ya que exaltaban la
religión, los fueros y el absolutismo en la persona del pretendiente: Carlos María Isidro (Carlos V).
Comprendió una parte de la nobleza rural, a gran parte del clero y a una base social campesina
de las zonas rurales del País Vasco, Navarra, parte de Cataluña, Aragón, Valencia. Diversos
sectores sociales, campesinos, artesanos y pequeños propietarios, alentados por el clero rural
apoyaron a don Carlos y nutrieron las filas de su ejército.
Los defensores de la monarquía absoluta temían la supresión del Antiguo Régimen y la
implantación de la uniformidad y de la igualdad jurídica, además de la separación de la Iglesia del
Estado y la abolición de los fueros. Su visión de la sociedad era muy conservadora y veían en el
liberalismo la encarnación de todos los males, contrarios a sus costumbres y creencias.
La regente María Cristina encontró apoyo en parte de los absolutistas (alta nobleza,
funcionarios, jerarquía eclesiástica...) que fueron fieles a Fernando VII. Para garantizar la causa
isabelina tuvo que pactar con el liberalismo moderado, más partidario de alcanzar un compromiso
con la Corona que permitiese una transición al régimen liberal sin pasar por una revolución. La
Regente se vio obligada por la guerra, a permitir ciertas reformas más progresistas para ganarse a los
liberales.
2.3. El desarrollo de la guerra
La Primera Guerra Carlista (1833-1840) comienza con el levantamiento de Talavera y se
extiende acaudillado por Tomás de Zumalacárregui al norte. Hasta que se configuraron unidades
militares estables fue una guerra de partidas, similares a la guerrilla de 1808, en el País Vasco y
Navarra. Muy pronto los carlistas controlaron las zonas rurales pero no las grandes ciudades, fieles a
Isabel II y al liberalismo. Esta guerra fue la más violenta y dramática, con casi 200.000 muertos.
Era una guerra civil pero tuvo su proyección exterior: las potencias absolutistas (Austria,
Rusia y Prusia), y el Papa, apoyaban más o menos al bando carlista; mientras que Inglaterra, Francia
y Portugal a Isabel II, lo que se plasmó en el Tratado de la Cuádruple Alianza (1834).
El general Zumalacárregui fue el jefe del ejército carlista y su mejor estratega, garantizando
el control del medio rural, pero fracasando en el intento de ocupar Bilbao, principal objetivo
estratégico del carlismo, y en cuyo sitio murió en 1835.
Los carlistas realizaron diversas expediciones por el territorio peninsular, llegando don
Carlos en persona a las puertas de Madrid. En el Maestrazgo se generó otro foco importante del
carlismo, con el general Cabrera, “el tigre del Maestrazgo”, desde su cuartel general en Morella,
dominó el territorio de las sierras de Castellón y Teruel durante años.
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Los cristinos, que contaron con el reconocimiento de Francia, Inglaterra y Portugal a Isabel
II, mostraron una desorganización hasta que el general Espartero asumió el mando. La muerte de
Zumalacárregui en el sitio de Bilbao y la derrota carlista en Luchana, marca el final del conflicto.
El carlismo se escindió en “moderados” (transaccionistas), partidarios del acuerdo con los
liberales, y “apostólicos” (extremistas), que apostaban por continuar la guerra. El general Maroto,
moderado, se hizo con el poder y selló la paz en el Convenio (“abrazo”) de Vergara con el general
liberal Espartero. Se alcanzaba un acuerdo honorable que suponía la integración de los oficiales
carlistas en el ejército real y mantener los fueros en las provincias vascas y en Navarra. Sólo subsiste
el foco de resistencia que dirigía Cabrera, dominado en 1840.
2.4. Consecuencias de la guerra carlista
Este conflicto, casi permanente durante la primera mitad del reinado de Isabel II, tuvo
importantes repercusiones, además de los elevados costes humanos:
a) La inclinación de la monarquía hacia el liberalismo. Los liberales se convirtieron en el
apoyo del trono de Isabel II.
b) El protagonismo político de los militares. Ante la amenaza carlista, los militares
(“espadones”) se convirtieron en árbitros de la vida política. El recurso al pronunciamiento
se convirtió en la fórmula habitual de cambiar gobiernos o reorientar la política durante el
reinado.
c) Los enormes gastos de guerra. Llevaron a la nueva monarquía liberal a una situación
económica precaria, lo que le obligó a aceptar las reformas económicas propuestas por los
progresistas (desamortización de Mendizábal). Así la guerra carlista favoreció el
desmantelamiento del Antiguo Régimen y la implantación del liberalismo que habría sido
imposible sin la llegada al poder de los progresistas.
3. FUERZAS POLÍTICAS DEL LIBERALISMO
A comienzos del reinado de Isabel II, surgieron los primeros partidos políticos, como
embrionarias organizaciones que canalizaban las distintas corrientes ideológicas del liberalismo
inicial: moderados y progresistas. Eran la expresión de un sistema monárquico
constitucionalista.
No eran partidos como los actuales sino más bien una agrupación de personalidades
alrededor de algún notable (civil o militar), no tenían programas sino corrientes de opinión o
“camarillas” vinculadas por relaciones personales o intereses económicos. La mayor parte de la
población quedaba al margen de la política porque el voto era restringido.
1. Los moderados
• Miembros: terratenientes, alta burguesía, vieja nobleza, alto clero y altos mandos militares.
• Ideario: la propiedad, sufragio censitario, soberanía compartida (Cortes y Corona),
derechos individuales imitados y defensa de la Iglesia.
• “Espadón”: Narváez
2. Progresistas:
• Miembros: pequeña y media burguesía, parte de la burguesía industrial y financiera y clases
medias.
• Ideario: la reforma, soberanía nacional, derechos individuales, sufragio censitario (se puede
ampliar), fin de la influencia de la Iglesia.
• “Espadón”: Espartero
3. Demócratas y republicanos:
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•
•
El partido demócrata surge en 1849 por una escisión del partido Progresista. Defendía la
soberanía popular y el sufragio universal masculino. Por lo demás coincidía con el partido
progresista.
El partido republicano surgirá por el desprestigio de la monarquía de Isabel II.
A diferencia de lo que ocurrió en otros países de Europa, donde la burguesía nacional era la base
social y el más firme apoyo del nuevo régimen liberal, en España, con una burguesía escasa y débil,
la monarquía liberal se apoyaba en el único grupo fuerte y capaz de defenderla de las amenazas del
carlismo: los militares liberales.
La presencia del ejército español en la vida política fue una constante durante el siglo XIX. No
ejercía la iniciativa de arrebatar el poder al elemento civil, sino como brazo ejecutor de la
conspiración política.
CARACTERÍSTICAS
Apoyos sociales
Forma de Estado
Soberanía
Sufragio
Reconocimiento de derechos
Poder ejecutivo
Poder Legislativo
Parlamento
Religión
Poder local
MODERADOS
PROGRESISTAS
Nobleza y alta burguesía
terrateniente, grandes financieros
y hombres de negocios, altos
funcionarios,
militares
y
prelados
Monarquía constitucional
Soberanía Nacional, compartida
entre el rey las Cortes
Censitario muy restringido
Derechos individuales muy
restringidos
Lo ejerce la Corona, a través de
su gobierno, con escasas
limitaciones.
Compartido entre la Corona y las
Cortes.
Clases medias y pequeña
burguesía
(comerciantes,
profesionales liberales) y clases
populares urbanas.
Bicameral: Congreso elegido por
sufragio y Senado elegido por
designación real entre las élites
Estado confesional: exclusividad
de la religión católica y
sostenimiento de la iglesia a
cargo del Estado.
Alcaldes
elegidos
por
el
gobierno
Bicameral: Congreso y Senado
elegidos por
sufragio. El
segundo con acceso restringido
Libertad religiosa. Sostenimiento
de la Iglesia.
Constitución representativa
Política económica
1845
Proteccionismo, predominio de
impuestos indirectos, defensa de
los intereses de los terratenientes
Acceso al poder
Nombramiento continuado por la
reina y victorias electorales, con
frecuente
manipulación
de
campañas y resultados
Monarquía constitucional
Nacional, detentada por las
Cortes
Censitario, más ampliado.
Individuales, sin limitaciones.
La Corona y su gobierno, con
limitaciones y bajo control de las
Cortes.
Cortes con alguna atribución de
la Corona.
Alcaldes elegibles por los
vecinos.
Defensa de la Milicia Nacional.
1837, 1856 (non nata)
Librecambio, mayor equilibrio
entre impuestos indirectos y
directos, defensa de intereses de
financieros e industriales.
Recurso al pronunciamiento y a
la insurrección popular.
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4. EL PROCESO DE REVOLUCIÓN LIBERAL DURANTE LA REGENCIA DE Mª
CRISTINA (1833-1840) Y ESPARTERO (1840-1843)
4.1. El Estatuto Real de 1834
Paralelamente a la Guerra Carlista, y en relación directa con su desarrollo, tuvo lugar la
destrucción definitiva de las bases políticas y socioeconómicas del Antiguo Régimen y la
implantación irreversible del liberalismo en España (configuración del Estado liberal y construcción
de los cimientos de la nueva sociedad capitalista).
El primer gobierno de la Regencia (Cea Bermúdez) suponía la continuidad respecto a la última
etapa del reinado de Fernando VII: su programa político, inspirado en los principios del Despotismo
Ilustrado, se centró en reformas administrativas (ejemplo: división provincial de Javier de Burgos),
pero sin acometer las necesarias reformas políticas, lo que frustró las expectativas de los liberales
que apoyaban a Isabel II.
La necesidad de apoyos contra el carlismo y de ayuda financiera para sostener la guerra obligó a
María Cristina a entregar el poder a los liberales moderados (gobierno de Martínez de la Rosa),
quien inició tímidas reformas políticas que se plasmaron en el Estatuto Real de 1834:
1. El régimen del Estatuto Real se inspiraba en los principios del liberalismo doctrinario.
2. No se trata de una Constitución, sino de una Carta Otorgada en la que la Corona se
autolimita, pero que no reconoce la soberanía nacional ni la división de poderes.
3. Las Cortes, que no tienen la iniciativa legislativa, eran bicamerales: Estamento de
Próceres (jerarquía eclesiástica, grandes de España, miembros designados por la
Corona) y Estamento de Procuradores (elegidos por sufragio censitario muy
restringido, lo que reservaba la participación política a las clases más acomodadas).
4. Las reformas del Estatuto eran insuficientes para los sectores sociales que apoyaban a
Isabel II con la esperanza de la implantación de un verdadero régimen liberal en
España.
4.2. Los progresistas en el poder (1835-1837)
Los progresistas tenían su fuerza en el dominio del movimiento popular, mediante el control de
la Milicia Nacional y de las Juntas Revolucionarias, que en el verano de 1835 protagonizaron un
conjunto de levantamientos y revueltas urbanas que reclamaban reunión de Cortes, libertad de
prensa, nueva ley electoral, etc., lo que, junto a la necesidad de ampliar la base social de la causa
isabelina, hizo que María Cristina entregara el poder a los progresistas (Gobierno Mendizábal).
La oposición de la nobleza y el clero a la desamortización de los bienes eclesiásticos
emprendida por Mendizábal obligó a María Cristina a prescindir de él y los progresistas y a entregar
el poder a los moderados (Gobierno Istúriz). Sin embargo, las revueltas de los sectores progresistas
de las ciudades y los pronunciamientos militares del verano de 1836 (motín de la Granja)
obligaron a María Cristina a entregar nuevamente el poder a los progresistas (Gobierno Calatrava)
y a restablecer la Constitución de 1812, lo que ponía fin al régimen del Estatuto Real y convertía a
España en una Monarquía Constitucional.
El desmantelamiento del Antiguo Régimen.
Una de las primeras actuaciones de los progresistas fue la llamada reforma agraria liberal que
contó con tres grandes medidas:
A) La disolución del régimen señorial: supuso la pérdida de las atribuciones
jurisdiccionales de los señores. Estos pasaban a ser simplemente propietarios y muchos
campesino pasaron a ser jornaleros o arrendatarios
B) La Desvinculación: supuso el fin de los patrimonios unidos obligatoriamente a una
familia o institución, ahora podrían venderse las tierras libremente.
C) La Desamortización: fue, sin duda, la medida más importante. La desamortización,
primero de los bienes eclesiásticos y luego de los pueblos, fue la medida práctica de
mayor trascendencia tomada por los gobiernos liberales, y se desarrolló durante todo el
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siglo XIX, entrando incluso en el XX. El hecho de desamortizar tales bienes suponía
dos momentos:
1. La incautación por parte del Estado de esos bienes, por lo que dejaban de ser de "manos
muertas"; es decir, dejaban de estar fuera del mercado, para convertirse en "bienes
nacionales".
2. La puesta en venta, mediante pública subasta, de los mismos. El producto de lo obtenido lo
aplicaría el Estado a sus necesidades.
Este dilatado proceso de ventas no fue continuo, sino resultado de varias desamortizaciones:
la de Godoy, ministro de Carlos IV (1798); la de las Cortes de Cádiz (1811- 1813); la del Trienio
Liberal (1820-1823); la de Mendizábal (1836-1851), y la de Pascual Madoz (1855-1924).
La desamortización de Mendizábal supuso la ruptura de relaciones diplomáticas con Roma y
dividió la opinión pública de tal forma, que ha quedado en la historia contemporánea como "la
desamortización" por antonomasia. Cuando en 1835, llamado por sus amigos políticos y hombres de
negocios progresistas, llegó desde Londres para presidir el Gobierno, lo que le preocupaba era
garantizar la continuidad en el trono de Isabel II, esto era, la del nuevo Estado liberal. Para ello era
condición necesaria ganar la guerra carlista, que en ese momento resultaba incierta; pero este
objetivo no podría realizarse sin dinero o sin crédito. A su vez, para poder fortalecer la credibilidad
del Estado ante futuras peticiones de crédito a instituciones extranjeras, era preciso eliminar, o por lo
menos disminuir, la deuda pública hasta entonces contraída (pagar a los acreedores).
El decreto desamortizador, publicado en 1836, en medio de la guerra civil con los carlistas,
puso en venta todos los bienes del clero regular -frailes y monjas-. De esta forma quedaron en manos
del Estado y se subastaron no solamente tierras, sino casas, monasterios y conventos con todos sus
enseres -incluidas las obras de arte y los libros-. Al año siguiente, 1837, otra ley amplió la acción, al
sacar a la venta los bienes del clero secular -los de las catedrales e iglesias en general-, aunque la
ejecución de esta última se llevó a cabo unos años más tarde, en 1841, durante la regencia de
Espartero. La desamortización de Mendizábal pretendía varios objetivos:
1. Ganar la guerra carlista.
2. Eliminar la deuda pública.
3. Atraerse a las filas liberales a los principales beneficiarios de la desamortización, que
componían la incipiente burguesía con dinero.
4. Poder solicitar nuevos préstamos, al gozar ahora Hacienda de credibilidad.
5. Cambiar la estructura de la propiedad eclesiástica, que de ser amortizada y colectiva pasaría
a ser libre e individual.
6. Buscaba una Iglesia reformada y transformada en una institución del Nuevo Régimen,
comprometiéndose el Estado a mantener a los clérigos y a subvencionar el correspondiente
culto.
En conjunto, el proceso de desamortizaciones no sirvió para que las tierras se repartieran entre
los menos favorecidos, porque no se intentó hacer ninguna reforma agraria, sino conseguir dinero
para los planes del Estado. La extensión de lo vendido se estima en el 50 por 100 de la tierra
cultivable y su valor entre el 25 y el 33 por 100 del valor total de la propiedad inmueble española. La
desamortización trajo consigo una expansión de la superficie cultivada y una agricultura algo más
productiva.
Otras consecuencias de trascendencia histórica fueron:
1. En lo social, la aparición de un proletariado agrícola, formado por más de dos millones de
campesinos sin tierra, jornaleros sometidos a duras condiciones de vida y trabajo solamente
estacional; y la conformación de una burguesía terrateniente que con la adquisición
ventajosa de tierras y propiedades pretendía emular a la vieja aristocracia.
2. En cuanto a la estructura de la propiedad, apenas varió la situación desequilibrada de
predominio del latifundismo en el centro y el sur de la Península y el minifundio en extensas
áreas del norte y noroeste.
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3. El impacto de la desamortización en la pérdida y el expolio de una gran parte del patrimonio
artístico y cultural español fue importante.
Otras reformas orientadas a la liberalización de la economía fueron:
-
Abolición de los privilegios de la Mesta.
Derecho a cercar los campos y fin de las prácticas comunales (ej.: derrota de mieses).
Libertad de arrendamientos agrarios.
Libertad de precios y de comercio interior, con la desaparición de las aduanas interiores, lo
que permite la creación de un mercado nacional.
Abolición de los gremios y libertad de industria.
Abolición de los diezmos eclesiásticos.
la constitución de 1837
En los meses de septiembre y octubre de 1836 se celebraron las elecciones para diputados a las
Cortes Constituyentes o Extraordinarias, las que se convocan exclusivamente para proporcionar una
Constitución al país. El clima fue de general indiferencia entre los pocos que habían sido llamados a
votar de acuerdo con el sufragio censitario. Las razones hay que buscarlas en la preocupación por la
guerra civil y la misma desorientación política. Durante cerca de nueve meses, las Cortes fueron
elaborando la nueva Constitución, que al fin juró María Cristina el 18 de junio de 1837. Su
promulgación se produjo en un momento difícil para los liberales isabelinos, porque en mayo, la
llamada Expedición Real del ejército carlista, con Carlos María Isidro al frente, se había puesto en
marcha desde Navarra para alcanzar Madrid, a cuyos alrededores llegaría en septiembre.
La situación tan incierta por la que estaba pasando el liberalismo, hizo que esa Constitución calificada de progresista por haber en ese momento un gobierno de dicha tendencia- resultara ser
mucho más un elemento de unión de los grupos liberales ante el peligro común que la plasmación
exclusiva del ideario progresista.
Así, mientras en el preámbulo del texto se sobreentiende que la soberanía nacional reside
únicamente en la nación, sin embargo, no hay ningún artículo que lo proclame explícitamente.
Las dos diferencias más importantes con respecto a la Constitución de 1812 fueron el
reforzamiento del poder de la Corona y el Parlamento bicameral.
La ley electoral que acompañó a la Constitución era muy restrictiva y en las elecciones de 1837
solamente fueron llamados a votar el 2 % de la población (los principales propietarios).
Los aspectos más progresistas de la Constitución de 1837 fueron:
1. La libertad de prensa. Se sometía la calificación de los delitos de prensa a un jurado
especial, lo cual significaba la práctica impunidad de aquella, de forma que iba a ser una de
las razones que incitaría a los moderados a reformar la Constitución.
2. El poder otorgado a los ayuntamientos. Las corporaciones municipales -alcalde y concejales
serían elegidas por sufragio universal masculino por los vecinos sin intervención del poder
central. Si a esto se le añade que también el texto señalaba que la Milicia Nacional, que
estaba compuesta por ciudadanos voluntarios para mantener el orden, dependería
directamente de los ayuntamientos, es fácil entrever que estos se convertían en verdaderos
centros de poder local al margen de Madrid, que podían llegar a ser cabezas de motines o de
pronunciamientos.
4.3. Los moderados en el poder (1837-1840)
El triunfo de los moderados en las elecciones de 1837 supuso el inicio de un proceso de
revisión de la legislación progresista (ley electoral más restrictiva, limitación de los derechos
constitucionales y freno a la desamortización eclesiástica) que culminó con la Ley de
Ayuntamientos de 1840 que otorgaba a la Corona la facultad de nombrar a los alcaldes de las
capitales de provincia.
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El gobierno tenía graves problemas económicos por la guerra carlista. Dos militares tenían
mucha influencia, en el bando moderado Narváez, y en el progresista Espartero, representaban
bandos contrarios dentro del liberalismo y su rivalidad era manifiesta. Pero Espartero ganó
predicamento tras vencer en la guerra carlista y firmar en agosto de 1839 el Convenio de Vergara
que ponía fin a la guerra carlista.
El apoyo de María Cristina a la política moderada (todo la ley que ponía fin a la elección de los
alcaldes por los vecinos) motivó la formación de juntas por todos sitios y una insurrección
generalizada que la obligó a dimitir.
Los sectores progresistas volvieron sus ojos hacia el general Espartero, vencedor de la guerra
carlista, la única autoridad con carisma que podía asumir el poder y convertirse en regente.
4.4. La regencia de Espartero
La regencia de Espartero se caracterizó por la evolución del Régimen hacia el autoritarismo, lo que
desembocó en el progresivo aislamiento del Regente.
1. Espartero se retomó el programa de reformas progresistas (derogación de la Ley de
Ayuntamientos, que entregaba nuevamente a los vecinos la potestad de elegir al alcalde
por sufragio universal masculino, desamortización de los bienes del clero secular…).
2. El arancel de 1842, menos proteccionista que los anteriores, provocó un levantamiento
en Barcelona, ya que la industria catalana se veía amenazada por la entrada de tejidos
ingleses. Espartero respondió con el uso de la fuerza, bombardeando Barcelona, lo que
puso en su contra a Cataluña y a buena parte del partido progresista.
3. Una serie de conspiraciones de signo moderado (Torrejón de Ardoz entre el 22 y el 23
de julio de 1843), encabezadas por los generales Narváez y O’Donnell, acaban con la
regencia de Espartero que se exilia a Londres. Ante esta situación se adelanta la
mayoría de edad de Isabel II que contaba con 13 años y se abre una larga etapa de
gobierno moderado.
5. EL REINADO DE ISABEL II: LA DÉCADA MODERADA (1844-1854)
Tras la caída de Espartero y la subida al trono de Isabel II, los moderados se hicieron con el
poder, con el apoyo de la Corona, e iniciaron la última etapa de la configuración del Estado liberal
en España. El apoyo de la Corona a los moderados de Narváez conducirá a que los progresistas se
aparten del sistema político (retraimiento) e intenten acceder al poder por la vía insurreccional
(recurso al pronunciamiento, la formación de Juntas revolucionarias y la movilización popular).
Al tiempo que esto sucedía se extendió la conveniencia de asentar el Estado sobre unas
bases firmes, reformando, entre otras medidas, la Constitución de 1837, entonces en vigor. Cuando
Narváez llegó a la presidencia del Gobierno, en mayo de 1844, inició unas reformas que limitaban
las libertades propuestas por los progresistas, fortaleciendo el poder de la Corona y organizando una
administración centralista.
El régimen moderado se basa en el predominio social, político y económico de la
burguesía terrateniente, clase surgida de la fusión de la vieja nobleza señorial y los nuevos
propietarios rurales, cuyo objetivo era consolidar un nuevo orden social que salvaguardase las
conquistas más conservadoras de la revolución liberal frente a la reacción carlista y los excesos
revolucionarios de las clases populares.
Los moderados antepusieron la defensa del orden y de la propiedad frente a la libertad y
los derechos individuales y colectivos. Ello dio lugar a la sucesión de gobiernos autoritarios cuya
política se orientó a la absoluta prohibición de cualquier acción u opinión que atentara contra las
bases del régimen.
La etapa está presidida por la figura de Narváez, auténtico hombre fuerte del partido
moderado, quien controló la vida política tanto como jefe de gobierno como bajo gobiernos ajenos y
fue el principal artífice de la Constitución de 1845 y de algunas de las principales reformas del
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período. Además, reprimió con extrema dureza los movimientos de protesta populares, lo que le
granjeó el apoyo de la Corona y de los terratenientes.
Los principales apoyos del moderantismo español fueron la propia Corona y gran parte del
ejército, quienes garantizaban el régimen político y el orden social. La reina Isabel apoyó
invariablemente a los sectores más conservadores y se alineó claramente con el moderantismo.
5.1. Las primeras reformas moderadas
Los moderados intentaron hacer compatibles dos conceptos: orden y libertad. Empezaron
por poner los medios para establecer un orden público estricto. A fines de 1843, el gobierno
presidido por González Bravo ya había preparado el terreno suprimiendo la Milicia Nacional; con
ello se acababa con la fuerza de choque del partido progresista. A la vez se empezó a preparar otro
instrumento, la Guardia Civil (1844), encargada de mantener el orden público y de la vigilancia de
la propiedad privada, sobre todo en el medio rural. Su reglamento enumeraba las obligaciones y
facultades del nuevo cuerpo:
1. Auxiliar al jefe político provincial -más tarde, gobernador civil- del que dependía, para
acabar con cualquier desorden, o bien tomar por sí misma la decisión de desarrollar esta
función en el caso de que dicha autoridad no estuviera presente.
2. Disolver cualquier reunión sediciosa y armada.
3. Las restantes mezclaban esta política de orden público con la vigilancia de la propiedad, que
en la España de mitad del XIX era esencialmente rural.
Después se continuó con la prensa. La existencia de un jurado para los delitos de imprenta
no había servido de nada, por lo que estos delitos, como los demás, deberían ser materia de las leyes
comunes; de este modo, quedó extinguida la fórmula progresista en julio de 1845 y se dio paso a un
control preciso de la imprenta y de la prensa por parte del Gobierno.
La ley orgánica de enero de 1845 delimitaba la función de los alcaldes, haciéndolos
depender del poder central; serían nombrados por el Gobierno o por las autoridades provinciales
representantes de éste -los jefes políticos-, y se les encomendaba la custodia del orden público en las
respectivas poblaciones a su cargo, teniendo como colaboradora en esta misión a la Guardia Civil.
De esta forma se liquidaban los intentos progresistas de descentralización.
5.2. La Constitución de 1845
El nuevo texto constitucional fue sancionado el 23 de mayo de 1845, inspirado en los principios
del liberalismo doctrinario. Aunque fue presentada como una reforma para mejorar la de 1837, en
realidad era un nuevo texto, moderado, que excluía cualquier pacto con los progresistas. Los
principios de la Constitución de 1845 son:
1. Establece un régimen de monarquía liberal de tendencia conservadora, basado en la
participación política exclusiva de una oligarquía de propietarios, garantizada por un sufragio
censitario muy restringido.
2. Rechaza la soberanía nacional y establece la soberanía compartida entre la Corona y las
Cortes (bicamerales), con la novedad de que los senadores son de designación real, lo que
limitaba la posibilidad de reformas profundas. El rey y las Cortes decretaban la Constitución, y
no solamente las Cortes, como había sucedido en 1812 o en 1837.
3. Ampliación de los poderes del ejecutivo (gobierno) en perjuicio del legislativo (Cortes).
4. Sometimiento de los ayuntamientos y las diputaciones a la administración central, lo que inicia
el proceso de centralización y uniformización administrativa que caracteriza este período.
5. Respeta la declaración de derechos de la Constitución de 1837, pero remite su regulación a
leyes ordinarias que tenderán a limitarlos en la práctica.
6. La religión oficial es la católica, con el compromiso del Estado de mantener el culto y clero.
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5.3. La segunda Guerra Carlista (1846-1849)
La Segunda Guerra Carlista o Guerra de los Matiners (en referencia a que las partidas
hostigaban a las tropas a primeras horas de la mañana) no tuvo el impacto ni la violencia de la de la
primera, pero se prolongó de forma discontinua desde 1849 hasta 1860. Se inició en apoyo de Carlos
Luis de Borbón (Carlos VI) al fracasar su intento de casarse con Isabel II. La llegada de Cabrera
aumentó su apoyo popular y se desarrolló sobre todo en Cataluña y Levante, pero el fracaso del
movimiento fuera de Cataluña y el exilio del pretendiente y Cabrera significaron el fin de la guerra.
Aún hubo otra intentona en San Carlos de la Rápita en 1860, dirigida por el general Ortega que
acabó en fracaso.
5.4. El Concordato con la Santa Sede de 1851
La Constitución de 1845 declaraba que la religión de la nación española era la católica,
apostólica y romana, en contraste con la Constitución de 1837, donde la religión católica era la que
profesaban los españoles. Los moderados firmaron en 1851 un Concordato con la Santa Sede, con
el objetivo de restablecer las relaciones del Estado Español con la Iglesia Católica, muy deterioradas
por las reformas del período anterior (desamortización y abolición del diezmo).
El Concordato interpretaba que la única religión del Estado era la católica, lo que entrañaba
obligaciones del poder civil para la defensa de la religión. Las principales consecuencias fueron:
1. La intervención de los obispos en la enseñanza.
2. El apoyo de los gobiernos en la represión de las llamadas doctrinas heréticas (una
disposición gubernamental de 1844 había concedido -en plena consonancia con las medidas
adoptadas por entonces para regular la libertad de imprenta- la capacidad de censurar las
obras sobre religión y moral).
En el orden político los gobiernos moderados consiguen dos importantes logros:
1. La aceptación por Roma de que los bienes desamortizados quedaran en manos de sus
propietarios, acaba la persecución de los compradores (núcleo del partido moderado).
2. La renovación del derecho de presentación de obispos (establecido en el anterior concordato
de 1753). Cuando quedaba vacante alguna diócesis, el Gobierno gozaba del derecho de
proponer tres nombres para que Roma eligiera entre ellos al nuevo obispo, lo cual
significaba que, en adelante, los gobiernos propondrían a adictos a sus programas y
pretensiones.
5.5. Las reformas de la Administración
Las reformas administrativas están inspiradas en los criterios de centralización y
uniformización que caracterizan al Estado liberal: un orden jurídico unitario, una administración
centralizada y una Hacienda con unos impuestos únicos.
1. Unificación y codificación legal: Código Penal de 1851 y proyecto de Código Civil. El
deseo de componer un corpus de leyes unitario que sirviera para todos, y que implicaba la
eliminación de todos los fueros, leyes y costumbres excepcionales, ya estaba presente en
1843 o en los primeros momentos del partido moderado.
2. Reorganización de la administración: se refuerza la estructura centralizada mediante el
fortalecimiento de los gobernadores civiles y militares y el nombramiento de los alcaldes
por la Corona y los gobernadores civiles.
a. La centralización y organización administrativa, sustentada por la reforma territorial
de Javier de Burgos de 1833, quedó consolidada y uniformada, desde enero de
1845, con leyes concretas que regulaban la ordenación provincial y la
administración local, concentrando en los gobernadores civiles la autoridad en
cada provincia y haciendo depender de ellos a los alcaldes de las poblaciones. Se
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producía así una conexión poder central-poder local que eliminaba las posibles
ambiciones autonomistas de este último.
b. Como complemento a esta articulación de las administraciones locales con la
central, se racionalizó la burocracia y se estructuró el funcionariado mediante
un nivel de exigencias técnicas, jurídicas y administrativas.
c. Se centralizó la instrucción pública y se organizó la enseñanza en sus distintos
niveles según el modelo francés, tan imitado por la Administración española a lo
largo del siglo.
3. La reforma fiscal y hacendística de Alejandro Mon (1845): Racionalizó la recaudación de
impuestos y los centralizó en manos del Estado. Se refundieron los innumerables impuestos
antiguos en unos pocos de corte moderno, con el fin de racionalizar su cobro. La reforma se
concretó en nuevas contribuciones directas -territoriales, industriales y de comercio-; pero,
al no estar apoyada por la confección de un catastro ni unas estadísticas fiables, no se pudo
evitar que prosiguiera la tradición del fraude y de la evasión fiscal. Con todo, los ingresos
serían insuficientes y se potenciarían los ingresos indirectos como el impopular sobre los
consumos.
El proyecto de reforma política de Bravo Murillo, quien pretendía hacer evolucionar el régimen
hacia el autoritarismo, provocó la crisis política del moderantismo. Dicho proyecto significaba la
práctica eliminación de la vida parlamentaria, lo que unió en su contra a todos los grupos del
moderantismo y provocó su dimisión.
La sucesión de gobiernos cada vez más ineficaces y aislados alentó a los progresistas y
demócratas a unir sus fuerzas para recurrir al pronunciamiento frente al gobierno, que a fines de
1853 había disuelto las Cortes y gobernaba de forma dictatorial.
6. EL REINADO DE ISABEL II: EL BIENIO PROGRESISTA (1854-1856
El escandaloso favoritismo en todos los campos de la vida social y la generalizada
corrupción existente en la política económica y financiera de los gobiernos moderados provocaron
reacciones y movimientos subversivos en amplios sectores de la opinión liberal, incluida la
moderada, que finalmente llevaron a la calle a las clases populares. El levantamiento de 1854 trajo
consigo un cambio de rumbo en la orientación política del país. El procedimiento utilizado fue el
pronunciamiento.
En julio de 1854, una facción del ejército encabezada por el general moderado O'Donnell se
pronunció en Vicálvaro (Vicalvarada), enfrentándose a las tropas del Gobierno. El resultado de la
acción quedó indeciso y O'Donnell se retiró camino de Andalucía. En Manzanares se le unió el
general Serrano y ambos decidieron lanzar un Manifiesto al País (Manifiesto de Manzanares) con
promesas progresistas (demandaban el cumplimiento de la Constitución, la reforma de la ley
electoral para ampliar el derecho al voto, la reducción de los impuestos y la restauración de la
Milicia Nacional).
Desde que se produjo su difusión, las agitaciones populares proliferaron y casi toda España
se unió a la insurrección, de modo que el alzamiento militar moderado quedó desbordado y
convertido en un movimiento popular y progresista, que, además, en algunos lugares -principalmente
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en Barcelona- tuvo dimensiones obreristas. La consecuencia fue que la reina Isabel II decidió
entregar el poder a la principal figura del progresismo, el general Espartero.
6.1. Las reformas progresistas.
La Constitución de 1856
Con el fin de la década moderada se iniciaba el llamado bienio progresista, que duraría hasta
septiembre de 1856, un tiempo en el que los gobiernos se esforzaron por poner en práctica varias
medidas: ascenso de los generales que han participado en el golpe, cambios en los gobiernos de las
diputaciones, cambio de embajadores y gobernadores civiles, convocatoria de elecciones a cortes
constituyentes, libertad de prensa, tolerancia religiosa…
El punto principal fue la elaboración de una nueva Constitución que, al final, no fue
promulgada (Constitución nonata de 1856) debido a las largas discusiones y a los diversos sucesos
políticos acontecidos.
El deseo de reformar la Constitución de 1845 ya había surgido cuando apenas habían
transcurrido dos años desde su promulgación. Ahora se concretó en el nuevo proyecto de
constitución. El texto refleja más que ningún otro documento el ideario del partido progresista.
Reúne todos sus dogmas: la soberanía nacional, limitaciones al poder de la Corona, una prensa
sometida al juicio de un jurado, la vuelta de la Milicia Nacional eliminada por los moderados, los
alcaldes elegidos por los vecinos y no designados por el poder central, un Senado elegido por los
votantes y no por designación de la Corona, autonomía de las Cortes y primacía de éstas sobre el
Senado en el momento de la decisión sobre los presupuestos anuales, y tolerancia religiosa.
La política económica tuvo como eje principal la desamortización y una serie de leyes
económicas para atraer capitales extranjeros, relanzar la actividad crediticia de los bancos y fomentar
el ferrocarril, símbolo de la industrialización y el progreso: Ley de Ferrocarriles de 1855, Ley
Bancaria de 1856 y creación del Banco de España en ese mismo año.
La desamortización de Madoz de 1855
El 1 de mayo de 1855, el ministro de Hacienda, Pascual Madoz, también progresista y
amigo de Mendizábal, sacó a la luz su Ley de Desamortización General. Se llamaba "general"
porque se ponían en venta todos los bienes de propiedad colectiva: los de los eclesiásticos que no
habían sido vendidos en la etapa anterior y los de los pueblos -se llamaban bienes de propios
aquellos que proporcionaban, por estar arrendados, una renta al Concejo, en tanto que los comunes
no proporcionaban renta y eran utilizados por los vecinos del lugar-. La desamortización de bienes
de propios y comunes se prolongó hasta 1924.
El procedimiento utilizado para las ventas fue una copia del de Mendizábal pero había
diferencias:
1. El destino del dinero obtenido: sin las anteriores necesidades de Hacienda, fue dedicado a la
industrialización del país (la expansión del ferrocarril).
2. La propiedad de dicho dinero: el Estado no era el propietario, sino los ayuntamientos. Aquel
percibiría el importe de las ventas en nombre de estos y lo transformaría en lo que hoy
podrían ser bonos del Estado, lo cual significaba que éste se convertía en "custodio" de los
fondos de los ayuntamientos, utilizándolos para el bien de todos. En este proceso, la
burguesía con dinero fue de nuevo la gran beneficiaria, aunque la participación de los
pequeños propietarios de los pueblos fue mucho más elevada que en el anterior de
Mendizábal.
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Un hecho importante es que la enajenación de propiedades municipales trajo consigo el
empeoramiento de las condiciones de vida del pequeño campesinado, privado del uso y disfrute de
los antiguos bienes del Concejo.
La ley General de Ferrocarriles 1855
Regulaba la ejecución del trazado ferroviario y ofrecía amplios incentivos a las empresas que intervenían
en ella. Algunos de los aspectos de esta ley condicionaron la historia económica de los 100 años
siguientes:
• Consolido una estructura radial de la red con centro en Madrid, dificultando las comunicaciones
entre las zonas más industriales y dinámicas.
• Fijó un ancho entre carriles mayor que el de la mayoría de las líneas europeas, obstaculizando así
los intercambios con el resto de Europa. Esta decisión fue de carácter técnico, para favorecer
calderas más anchas, con más capacidad para superar los inconvenientes de la orografía
española.
• La ley autorizó a las compañías constructoras, mayoritariamente extranjeras, a importar libres de
aranceles aduaneros, todos los materiales necesarios para la construcción de la red ferroviaria.
Esta franquicia arancelaria ha sido considerada una oportunidad perdida para incentivar el
crecimiento industrial de España, ya que no se produjo un aumento de la demanda interior.
6.3. Las nuevas corrientes políticas
La preocupación por liberalizar los derechos individuales y el mecanismo electoral,
ensanchando así la base de los votantes, facilitó que salieran a la luz corrientes políticas que habían
sido reprimidas durante el régimen anterior. A la izquierda del progresismo se consolidaron las
opciones demócrata y republicana; ésta recogía, a su vez, corrientes como el socialismo y el
federalismo.
El Partido Demócrata (1849) surgió de una escisión del los progresistas en el contexto
de las revoluciones europeas en 1848. Por su oposición a la monarquía de Isabel II no participó
nunca en su sistema político. Sus miembros eran progresistas radicales, republicanos, simpatizantes
del incipiente socialismo, y aspiraba a tener su base social en las clases populares, sin despreciar a
intelectuales. Su ideario descansaba en la soberanía nacional, sufragio universal, ampliación de las
libertades públicas, instrucción primaria universal y gratuita, intervención del Estado en la
asistencia social.
La Unión Liberal (1854), el partid O’Donnell, surgió de una escisión de los moderados. De
ideología centrista, entre sus miembros están el ala derecha de los progresistas y el ala izquierda de
los moderados. En su ideario está ser alternativa política distante de los progresistas y moderados.
Su momento vendrá en la siguiente etapa.
El movimiento obrero en España tiene sus orígenes en 1840, cuando surgen las primeras
organizaciones de trabajadores en Cataluña, con las primeras huelgas por mejoras salariales. Durante
la década moderada, el movimiento obrero se debatió entre la prohibición y algún momento de
tolerancia. Con el bienio progresista crecieron las esperanzas de reconocimiento y libertad de
asociación y el incipiente movimiento obrero ensayó sus primeras fórmulas de acción, incluida la
huelga general.
El carlismo volvió a dar señales de vida, promoviendo partidas armadas en el campo, aunque
pervivía más como movimiento que como partido.
El grave clima de conflictividad social, debido al alza de precios y al consiguiente
empeoramiento de las condiciones de vida de las clases populares, provocó levantamientos obreros y
campesinos que llevaron a O’Donnell a dar un golpe de Estado contra la mayoría parlamentaria y a
desplazar del poder al general Espartero y a los progresistas. O’Donnell restableció los principios del
moderantismo (Constitución de 1845), poniendo fin al Bienio Progresista (15 y 16 de julio de 1856).
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7. LA VUELTA AL MODERANTISMO (1856-1868)
O´Donnell asumió la presidencia del Gobierno con el respaldo de su partido, la Unión Liberal,
y presentó los objetivos principales de su política: consolidación de la monarquía constitucional;
respeto a "los legítimos derechos y legítimas libertades"; restablecimiento del orden público, y
conciliación de las dos grandes tendencias, la moderada y la progresista.
La Unión Liberal de O’Donnell surgió como una opción política intermedia entre el partido
moderado y el progresista. Desde el punto de vista político, sus planteamientos están más cercanos al
moderantismo (defiende el régimen político de la Constitución de 1845 y el freno de las reformas del
Bienio Progresista). Sin embargo, defienden el sistema constitucional frente a la evolución hacia el
autoritarismo del partido moderado.
Durante una primera etapa (1856-1863), Isabel II confió la formación de los gobiernos a los
políticos de la Unión Liberal, cuya principal figura era el general O’Donnell, y más tarde a Narváez.
Durante esta etapa hubo cierta estabilidad política, dominada por la vuelta al conservadurismo.
O’Donnell llevó una política exterior activa con la que pretendió devolver a España el prestigio
internacional perdido a la vez que desviaba la atención de los problemas internos. Embarcó al país
en una serie de intervenciones militares de escaso interés, pobres resultados y cuantiosas pérdidas
económicas y humanas:
1.
2.
3.
4.
La expedición a Indochina (1858-1863)
La intervención en México (1862)
La guerra contra Marruecos (1859-1860)
La guerra del Pacífico
En estas aventuras adquirió un gran reconocimiento el general Prim, que ante el ejército había
demostrado ya sus dotes militares: había sido héroe en Castillejos (Marruecos), en 1859, y antes,
observador de guerra en Crimea, gobernador en Puerto Rico y enviado a México para ayudar a los
franceses en su intento de derrocar a Juárez.
La Unión Liberal fue incapaz de hacer frente a la oposición (progresistas, demócratas y
republicanos) y a la crisis económica que afectó a las finanzas (quiebra de las compañías
ferroviarias), a la agricultura (la carestía del trigo, alimento de primera necesidad, debido a malas
cosechas provocó crisis de subsistencias) y a la industria (se agravó con la Guerra de Secesión de
Estados Unidos que interrumpe las exportaciones catalanas de algodón). Como consecuencia,
O’Donnell dimitió y la Reina entregó el poder a los moderados. Prim lideró a los progresistas y a
partir de 1863 empezó a conspirar para derribar a Isabel II.
En una segunda etapa (1863-1868), los moderados gobernaron de forma autoritaria (Narváez
volvió al Gobierno en 1864), al margen de las Cortes y de los grupos políticos, ejerciendo una fuerte
represión. Al malestar social provocado por una crisis financiera y de subsistencias en 1866 se
unieron dos acontecimientos:
1. La expulsión de sus cátedras de Julián Sanz del Río y de Emilio Castelar, con la
consiguiente manifestación estudiantil ahogada en sangre el l0 de abril de 1865 -La noche
de San Daniel-.
2. La organización de un complot militar liderado por Prim que, si bien fracasó, alentó la
sublevación de los sargentos del cuartel de San Gil, intentona en la que fueron fusilados
68 de los participantes y que conmovió a la opinión pública.
Las dificultades financieras afectaron a toda la burguesía de los negocios, que era la que en
1833 había optado por defender con su dinero el trono de Isabel II frente a los carlistas.
En agosto de 1866, progresistas y demócratas firmaron el Pacto de Ostende, por el que
decidieron aunar sus esfuerzos para derrocar a la reina y establecer un nuevo sistema político. Al año
siguiente se sumó a este bloque opositor la Unión Liberal, tras la muerte de su líder, el general
O’Donnel, que no había querido participar en el pacto. Esta adhesión sería clave para el triunfo de la
Revolución de septiembre de 1868. Isabel II y los moderados estaban políticamente aislados, sin más
apoyo que el que se ofrecían mutuamente.
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