LA ESCUELA PROMETIDA - A quienes somos "veteranos" en la Escuela nos parece una novela de cienciaficción, eso de la escuela nueva. Yo llevo, por ejemplo, veintitantos años esperando este momento. Nada tiene de extraño que, a lo largo del tiempo, haya ido identificando la nueva escuela con la Escuela Prometida. No quiero, por supuesto, caer en absurdas y pretenciosas comparaciones entre la pequeña historia de la Escuela y la Historia bíblica; pero he de confesar que la Escuela Prometida me sonaba a la Tierra de Promisión. Al fin y al cabo, hacer revisión de vida en clave cristiana, no es otra cosa que intentar situar la propia existencia y el sentido de la acción en la dinámica de salvación deseada por Dios para todos los hombres. - "Anda -dijo Dios a Moisés- ponte en marcha desde aquí con el pueblo... a la tierra que prometí a Abrahán"...; "a una tierra que mana leche y miel"(1). Y en la Biblia, la "tierra que mana leche y miel" es el signo de la promesa de Dios, toda repleta de amor por los hombres. La leche es el símbolo del cuidado y de la solicitud por la persona amada. Y la miel significa ese ámbito sereno donde existe la alegría de ser y el gusto por la vida. Y ahí está el "busilis" para el educador cristiano. Porque la nueva escuela es la ubicada en Violeta Parra, construida con ladrillos nuevos. Y eso es importante. Pero es más importante todavía la Escuela Nueva, la Escuela Utópica, que anuncie la promesa esperanzadora de un Hombre Nuevo. ¿Sabremos dar -entre todos- a la solicitud del acto pedagógico, un estilo que comunique la alegría y la esperanza plena, contra el "sin-sentido existencial" de una sociedad pragmática y adormecida? La voz del Concilio ya nos lanzó un reto: "Con razón -dice- podemos pensar- que el porvenir, de la humanidad está en manos de aquéllos que sepan dar a las generaciones venideras, razones para vivir y razones para esperar (2). - El pueblo de Israel recibió el anuncio de la Tierra Prometida como regalo, como un don de Dios. Pero esa tierra fue, también, su tarea: Había que ponerse en marcha y conquistarla. Y esa es, precisamente, nuestra tarea: Hay que ponerse en marcha, cada día. Nada importa la aridez del trabajo, ni las múltiples dificultades de nuestra época, ni la gris monotonía cargada de cansancio. Hay que ponerse en marcha cada hora, sin quedarse en los medios y con los ojos puestos en los fines. Hay que ponerse en marcha cada instante, recreando la vida y ensayando los sueños. Hay que ponerse en marcha cada uno, echando en el acto pedagógico toneladas de optimismo; ese optimismo realista y poético que rezuma la máxima preferida del papa Juan XXIII: "Hay que seguir el proverbio: estar, alegre, hacer el bien y dejar cantar a los pájaros" (3). Porque nuestra esperanza está basada en la Gran Promesa: Un cielo nuevo y una nueva tierra, donde no habrá muerte, ni llanto; ni noche sin luz, ni ya nada maldito (4). Hay que ponerse en marcha desde siempre. Hay que ponerse en marcha desde ahora. Hay que ponerse en marcha todos juntos. Jesús Mª González NOTAS: 1.- Libro del Exodo:33,3. 2.- Concilio Vaticano II: "Gaudium et Spes", 31. 3.- Jesús Mi Bermejo: "Juan XXIII: Mensaje espiritual". 4.- Cf: Apocalipsis: capitulos 21 y 22.