M.-DOMINIQUE CHENU EL ITINERARIO DE UN TEÓLOGO No es necesario trazar las líneas de la teología de Chenu. El mismo describe su "itinerario como teólogo". Lo que sí hay que decir es que, con su opción metodológica por la historia como lugar teológico, su opción eclesiológica por la. Iglesia de los pobres y con su tomarle el pulso al tiempo, auscultar las palpitaciones de la vida y escrutar los signos de los tiempos, puede ser considerado el teólogo de la contemporaneidad. En 1937 publicó su libro "Une école de théologie. Le Saulchoir , que inexplicablemente mereció la censura del entonces Santo Oficio. G. Alberigo ha recuperado esa joya de la historia de la teología contemporánea [1982]. En el prólogo` a esa edición. italiana Chenu explica: " En 1937, siendo yo Rector de la Facultad de Le Sulchoir y teniendo que celebrar la fiesta de santo Tomás, tuve la inspiración de hacer, en vez del consueto panegírico, un análisis del trabajo filosófico-teológico al que estábamos consagrados: una toma de conciencia para ser más lúcidos en nuestro método y en nuestro programa. Realicé ese análisis con intrépida ingenuidad, sin darme: cuenta de las innovaciones que comportaba respecto a los procedimientos comunes de la escolástica del tiempo y a las consignas dogmatizadas emanadas de lo alto. Si soporté sin complejos, con obediencia libre, la censura pronunciada entonces por el Santo Oficio, fue porque el Arzobispo de París, cardenal Suhard, mi superior eclesiástico, de natural poco progresista, pero de gran discernimiento, me llamó para decirme: `No se preocupe, dentro de veinte años todos hablarán como Vd. Y justo veinte años después vino el Concilio". Los fragmentos que reproducimos pertenecen al cap. 3°, en el que el autor condensó, con una lucidez incisiva; sus tesis sobre la renovación de la teología. El itinerario de un teólogo, Ciencia Tomista 112 (1985) 231-234. El itinerario de mi vida teológica no se presenta como un modelo objetivo, sino que pertenece a la categoría del testimonio. La dosis de subjetividad que conlleva es su riqueza, en la medida en que la enseñanza ha de ir acompañada de la animación personal del testimonio. Dejemos, pues, esta evocación en su relatividad histórica y psicológica. La primera etapa se inició de una manera imprevista, con ocasión de un seminario que tuve que dirigir durante varios años en la Facultad de Teología de Le Saulchoir. Versaba sobre la naturaleza y el método de la teología en santo Tomás. Como por instinto, analizaba yo sucesivamente los textos de santo Tomás por orden cronológico: El procedimiento es hoy corriente, pero entonces era original; en contra de la enojosa práctica del cotejo empobrecedor de obras dispares, redactadas en épocas y en contextos distintos. No recurría los comentaristas: por muy competentes que fuesen, sacaban los textos de su contexto histórico. Por el contrario yo situaba la redacción de santo Tomás en el ámbito de sus contemporáneos, por modestos que fuese. Cuando leemos a Tomás confrontándolo con Alberto Magno o con Buenaventura, no solamente hallamos la animación del diálogo, sino que reconstruimos el acto escolástico por excelencia, que era la cuestión disputada*. El que hacía de regulador ya no era el conciso texto de la Sumá*, sino la interferencia de los oponentes. ¡Qué vitalidad emanaba de la contraposición de Tomás y ,Buenaventura, aun a costa de una relativización que chocaba a los dogmáticos! M.-DOMINIQUE CHENU Así es como yo observaba la penetración de las categorías de la epistemología* aristotélica en el pensamiento tomista. El concepto de ciencia era el eje central de la operación. Con santo Tomás yen contra de sus contemporáneos; daba al vocablo ciencia su sentido propio. Mi primera obra llevaba por título La teología como ciencia [ 1927]. De la fe puede emanar un saber. No lamento nada de lo que entonces escribí. Pero ya no tendría la misma intrepidez, al sentirme más envuelto por el misterio, y relativizaría, de acuerdo con su historicidad, los contextos en que se enmarca la teología y el carácter científico de la misma. Segunda etapa. Recuerdo el impacto mental que experimenté cuando situaba esa historicidad, no sólo en el contexto literario de aquella escolástica, sino en el objeto mismo de la teología. La teología no es un conjunto coordinado de principios extraídos de la Palabra de Dios. Es esta Palabra misma en acto en la historia: Sin duda ahí se halla mi postura clave: Dios ha entrado en la historia y en la historia es donde obtengo la inteligencia de su misterio. Antes de la fe conceptualizada está la fe vivida, lugar primario de la teología. Esa postura es la que me ocasionó algunas molestias de parte de los teólogos romanos, cuya escolástica destemporalizada rechazaba esa relación sustancial con la historia. De ahí viene el proceso que se siguió contra mi opúsculo Una escuela de teología. Le Saulchoir. [1937] Sólo fue rehabilitado por el Concilio que, según la expresión del Card. Marty devolvió a la Palabra de Dios y a la Iglesia su dimensión histórica. El término historia, ausente hasta entonces del vocabulario del magisterio, sale 63 veces en los textos del Concilio. Esto me ha valido el estar incluido, no sin generosidad, entre los teólogos del Concilio. La tercera etapa es contemporánea de la segunda. Aunque pronto se hizo decisión plenamente consciente, fue sin duda ocasional la manera cómo, sin reducir mi trabajo profesional en la docencia, me comprometí en la vida apostólica de la Iglesia. Uno de mis primeros compromisos surgió de mi encuentro con la JOC en sus comienzos. Con el paso de los años esos compromisos se multiplicaron y me llevaron a situaciones comprometidas. Pienso en el despegue del movimiento misionero, tanto de la Misión de París, como de la de Francia. Es de todos conocida la sacudida evangélica que experimentó la iglesia francesa y luego otras iglesias. El sentido mismo del término misión se desplazó pastoral y teológicamente. La Iglesia en estado de misión fue mi fórmula, enunciada en la sesión carismática de la Misión de Francia en Lisieux (1948). Son del dominio público los penosos incidentes que provocó la iniciativa de los sacerdotes-obreros, nacida de esa necesidad misionera en el mundo del trabajo. La borrasca llegó hasta mi pequeño rincón. ¿Qué resultó de todo ello para mi teología? Adquirí la convicción de que la vida apostólica del pueblo de Dios es una tierra fecunda para la comprensión de la Palabra de Dios. La teología pastoral no es un conjunto de recetas extraídas del dato dogmático. Es una parte constitutiva de la teología misma. El Concilio reivindicó -contra cierta escolástica- la alta calidad doctrinal de sus textos pastorales. La praxis es un lugar teológico cuya originalidad asegura la fecundidad. Fui uno de los teólogos que introdujo el uso de la ortopraxis junto al de la ortodoxia: en ella la fe es M.-DOMINIQUE CHENU regulada no inmediatamente por un recurso al magisterio, sino por la comunión consciente y crítica con las diversas comunidades eclesiales. Hoy, al término de mi tarea, considero mi itinerario, aun en medio de trayectorias diversas, muy homogéneo en su continuidad. Experimento su calidad por mi fidelidad a una vida contemplativa, que impregnó desde el comienzo, no solamente mi condición de religioso, sino también mi trabajo teológico más técnico. ¿Un último rasgo que añadir? Según el título de una entrevista publicada por J. Duquesne (París, 1975) soy un teólogo en libertad. Quiero decir que, si bien la teología, enraizada en la fe, participa de la certeza de esta fe, es también una búsqueda permanente, una cuestión -vocablo medieval- siempre abierta. Y quiero recordar las palabras de Pablo VI en la alocución del 10 de julio de 1969: "vamos a tener un período de mayor libertad en la vida de la Iglesia y para cada uno de sus hijos. Esta libertad significará menos obligaciones legales y menos inhibiciones interiores. Se reducirá la disciplina formal, se abolirá toda arbitrariedad, al igual que toda intolerancia; todo absolutismo. Se simplificará la ley positiva, se atemperará el ejercicio de la autoridad, se promoverá el sentido de la libertad". Condensó: JORDI CASTILLERO