La Marsella de Fabio Montale Aunque hace más de diez años que falleció Jean-Claude Izzo, Fabio Montale, el protagonista de sus novelas, sigue siendo ese guía despiadado de Marsella, que afirma que «no hay nada que ver, no es una ciudad para turistas». Javier Mazorra «Su belleza no se fotografia. Se comparte», dijo también Fabio Montale. «Aquí hay que tomar partido. Estar a favor o en contra. Estar hasta las cachas. Y sólo así lo que hay que ver se deja ver». Esta metrópolis, a pesar de los espectaculares cambios que ha experimentado en estos últimos tiempos, sigue siendo fiel a sí misma y conservando esa luz que la hace única en el Mediterráneo. Montale no sólo vive en Marsella, sino que Marsella es la verdadera protagonista de su trilogía. «Es imposible entender Marsella si su luz te resulta indiferente», escribió Izzo en un pasaje de su novela Soleá. «Se puede palpar. Incluso a las horas más calurosas. Incluso cuando te ves obligado a bajar la vista». A veces, esta luz cegadora también sirve para resaltar la oscuridad, como en los momentos más dramáticos de sus historias. A pesar de haber escrito otras muchas obras, Jean-Claude Izzo se hizo famoso por su trilogía marsellesa de novelas negras, compuesta por Total Keops, Chourmo y Soleá. Las tres aventuras están protagonizadas por Fabio Montale, descrito por los especialistas del género como un ex policía solitario y mujeriego, bebedor de pastis y whisky Lagavulin –en función de si la hora del día se presenta dulce o amarga–, amigo de sus amigos, y con una gran facilidad para meterse en jaleos con la mafia marsellesa. El autor le presta siempre su mirada para descubrirnos el paisaje que le acompaña, barrios y calles y un mar que recorre en su barca y que conoce como la palma de su mano... La ciudad hecha de exilios Según Montale, «Marsella sólo puede amarse llegando por mar. A primera hora, cuando el sol aparece detrás del macizo de Marsella para luego abrazar a sus colinas y devolverle el color rosado a sus viejas piedras». Ahora casi siempre se llega por avión o por carretera, pero no puede ser más fácil subirse en cualquier barca camino del Castillo de If del Conde de Montecristo o en las que exploran la costa para, a la vuelta, saborear esa sensación de la que nos habla. Precisamente gracias a ese mar, Marsella es una ciudad mítica, «hecha de otras partes, de exilios, una ciudad que se da sin resistencia a quienes saben tomarla y quererla». Como el mismo Fabio Montale, o como el griego Mavros, su amigo Hassan, la periodista Babette o la comisaria Hélène, personajes todos de la novela Soleá, que nacieron en otra parte y llegaron años atrás a Marsella para unir sus destinos. «Marsella pertenece a quienes viven en ella. Una ciudad en la que, nada más poner el pie en el suelo, ese hombre podía decir: Aquí es, estoy en mi casa». A través de sus novelas, Izzo fondea en los barrios más populares para retratar su ciudad, aunque siempre con un punto de poesía y mucha música. En sus novelas, la poesía parece estar siempre presente entre copas de pastís, vino de Cassis y chupitos de Lagavulin. Le vemos recorrer La Capelette, el barrio donde tradicionalmente viven los inmigrantes italianos, o La Castellane, el barrio árabe donde nació Zinedine Zidane y en el que todavía viven sus hermanos. Fabio Montale simpatiza con la gente de su ciudad, aunque odia a los que reaccionan contra los árabes y los africanos o a los políticos que creen que Marsella «no tiene futuro más que renunciando a su historia». El paseo más hedonista Esta mirada crítica le sirve a Jean-Claude Izzo –hijo de un barman italiano y una costurera española– para cuestionarse el devenir de su ciudad, pero también, por suerte, para recorrerla y cantar sus excelencias. A pesar del aire maldito que arrastra, Fabio Montale es en el fondo un hedonista. Sus pasos nos llevan a lugares míticos de Marsella. Como la Canebière, el Bar de la Marine o el de La Samaritaine en el puerto, en cuya terraza panorámica el visitante está obligado a tomar una cerveza. O al Panier, el barrio viejo, el de su madre, para buscar un buen restaurante donde probar una bullabesa como Dios manda, no como la que sirven a los turistas cerca del mar, o una sopa de pistou si se quiere ser aún más localista. Sin olvidarse de pasar por la Place des Tríese Coins y entrar luego en La Vieille Charité, la obra maestra inacabada de Pierre Puget, hoy repleta de arte y cultura. Saliendo del puerto, donde aparece a lo lejos la Catedrale de La Majore -donde se casaron sus padres en 1941-, la ruta de Fabio Montale nos llevaría a La Corniche, el paseo marítimo, «para no perder el mar de vista», con la presencia impactante del Château d’If al sur y las Calanques al este, y de allí caminaríamos hasta el antepuerto de la Joliette, buen lugar para ver la llegada de ferries y cargueros. Otro lugar imprescindible es el Bar des Maraîchers, centro de operaciones de Fabio Montale. Este bar existe como otros muchos que cita y se encuentra en la Plaine, cerca de la plaza de Jean Jaurès, la zona más de moda y con más actividad noctámbula en los últimos años. En ese bar, no duda en afirmar, «todos saben por qué son de Marsella y no de otra parte». Luego habría que llegar hasta Les Goudes, el penúltimo puerto de pescadores antes de que se termine la carretera y comiencen las Calanques. En alguna parte Jean-Claude Izzo cita una frase de Albert Camus que se ajusta a la perfección con su visión del mundo: «Son a menudo amores secretos los que se comparten con una ciudad». Dicen que sus novelas nacieron como una demostración de este amor no tan secreto. Visitar Marsella es quizá la mejor forma de releerlas.