CARTA A MÍ MISMA EN MI 57 CUMPLEAÑOS Es preciso escribir, me digo, preciso dejar que las letras digan por mí lo que yo no me animo a decir. Estoy un poco más vieja, no tan vieja como mi madre ni como las viejas que nos imaginamos cuando decimos la palabra vieja. Sólo que ya no soy tan joven como cuando tenía otra edad. No todo es la edad y me doy cuenta que vivo en otro mundo y eso no sé si es bueno o es malo. Es, simplemente, otra edad. Una edad en la que te sientes bien, cuando las circunstancias lo permiten, y puedes caminar con soltura, y hasta correr (un rato, suavemente) o saltar (a cierta distancia). Una edad, en la que una mujer, yo, por ejemplo, no sabe muy bien qué hacer. Porque siempre hay mucho trabajo y poco tiempo libre y, además, los compañeros están muy ocupados en crecer y cambiar el mundo y los amigos, son amigos en alguna frase, en ese saber que el otro está ahí y eso es importante. Los padres envejecieron como para no querer saber de muchas cosas y los hijos crecieron como para ir haciendo su vida que ya tienen una edad y algunos deseos. Y volvemos a qué hace una mujer de 57 años que no sabe qué camino ha de seguir de ahora en adelante. Para lo que creía servir, no sirvo lo que nunca había hecho parece que no se me da mal pero no da de comer. Estoy en una encrucijada y no sé qué hacer. Seguir trabajando eso no se cuestiona. Seguir estudiando mientras sea posible. Seguir escribiendo, eso no se cuestiona. Seguir haciendo el amor mientras las circunstancias lo permitan. 57 años es una edad que me puso contenta y cuando llegaron no sé qué hacer con esa edad. Un odio por las jóvenes a las que achaco que me quitaron algo que yo tenía, un hombre. Y resultó que el hombre estaba en mí y era un hombre vacío lleno de extravagancias de miedos de dolor. Tendría que poder reconocer que no fue sencillo cumplir cincuenta y siete años y que en el camino hubo poesía, y algo de psicoanálisis que descubrí el amor y que al dolor le puse unas palabras que lo hicieron dolor humano. Es como si no pudiese acercarme a algún lugar desde donde poder decir que, a pesar de todo, soy feliz. Estoy contenta de haber elegido este camino contenta de hablar con tantas personas tan diferentes entre sí y conmigo contenta de desear levantarme cada mañana porque alguien en algún lugar me espera porque alguna tarea queda por hacer. A los cincuenta y siete años pasan cosas en el cuerpo que no pasaban a otra edad y cosas que pasaban y dejaron de pasar. Me doy cuenta de lo cerca que estoy de los sesenta años y me asombra que hayan pasado tantos años y no ser una mujer gorda y con el pelo blanco a pesar de estar tan cerca de esa edad. Ahora ocurre que no sé como ir cerrando esta carta con forma de poema que aunque no aclaró mucho la cuestión me permitirá decir que al menos una carta escribí dedicada a esta edad tan novedosa. Estoy viva, eso me sorprende cada vez, un poco más grande, a pesar de no darme mucha cuenta y un poco menos sonriente, salvo cuando canto. Eso si que ha sido un descubrimiento, no sabía que cantar me daba tanta vida. No sabía que era capaz de disfrutar leyendo un poema, que era capaz de escribirlo. No sabía y sin saber fui haciendo, y haciendo algo fui consiguiendo. Y me da alegría darme cuenta que cada poema es como la primera vez y eso quiere decir que hay un lugar donde no es importante la edad. Quiero decir que siempre será posible construir nuevas frases que den paso a los cambios que haya que ir produciendo, que toda la dificultad que encontraba al principio de la carta debía consistir en pensar los años quietos, inamovibles cuando, por el contrario, me encuentro con que están llenos de vida que hay que ir viviendo. Y va llegando el final, y eso es lo que más cuesta si lo estás esperando, si quieres que sea de una manera, si no te conformas con que el final llega y está escrita la carta. Cruz González Cardeñosa