Brianna Wilson Dos puñales Mientras ataba mi corbata antes de hacer mi camino al altar, pensé “Hoy es el día que voy a casarme con el amor de mi vida, Micaelita.” Quedaban pocos minutos ansiosos antes de la ceremonia y mis emociones eran abundantes. Me sentía nervioso, emocionado y enamorado durante los momentos finales de ser un hombre sin esposa y estaba seguro de que había unas mariposas volando en mi estómago. De repente, el momento final llegó y caminé a través de un gran salón en la mansión de la familia de Micaelita. Podía sentir todos los ojos impacientes que me examinaban. Allí, donde estaba de pie en el altar, podía observar todo durante esos minutos lentos antes de la ceremonia. Noté el techo alto y las paredes cubiertas con las mejores obras de arte y ventanas grandes que mostraban una vista magnífica de la tierra y los jardines bien mantenidos. Podía ver nuestras dos familias aristocráticas de Aránguiz y Meneses, vestidas en la ropa más sofisticada y atestadas en las filas de sillas que llenaban todo el espacio como sus murmullos llenaban el aire. A mi derecha, el Obispo de San Juan de Acre esperaba pacientemente por el inicio de la ceremonia y por su parte importante en nuestro casamiento. Todo el tiempo, me daba palabras alentadoras para calmar mis nervios. Sin embargo, no era capaz de calmarme completamente. Mi corazón saltó cuando la mujer más hermosa del mundo entero entró en vista a través del marco de la puerta. Parecía increíblemente elegante en el vestido apropiado para una princesa, cubierta con el velo preciado de mi familia. Todo lo cual creó la imagen perfecta de la novia mía. Yo le había regalado ese velo a Micaelita durante un momento de confianza en que nuestro amor era digno de algo de tanta importancia. El encaje frágil tenía mucho valor en mi familia y había pasado de generación en generación con mucho cuidado para conservarlo por muchos años por venir. Regalarlo a alguien es regalar una parte de su corazón, lo que indica un amor tan fuerte que quiere compartir tu familia y sus tradiciones con esta persona. Micaelita empezó a caminar con gracia por el pasillo, cuando de repente, el encaje se enganchó en un pedazo de madera del marco de la puerta. El sonido horripilante del enganchón pasó a través del salón y mi admiración por la belleza del velo cambió al horror. ¿Qué sucedió? ¿Qué pensaría mi familia? ¿Cómo podría permitir que esto ocurriera? Podía sentir todas las emociones en mi rostro: miedo de lo que diría mi familia, desilusión de que el encaje se hubiera roto y arruinado, y enfado de que ella no hubiera prestado más atención a una reliquia de tanta importancia para mi familia. Ahora, me imagino que todas las emociones habían creado una apariencia horrorosa que Micaelita no había visto antes, pero no tenía la habilidad de controlar la expresión en mi cara. Ella me vio a mí, y yo le vi a ella. A medida que avanzaba hacia el altar, era obvio que sus sentimientos estaban cambiando. Pareció asustada y tensa, en vez del amor y entusiasmo que yo había visto hacía unos pocos momentos, pero nunca me imaginé que me abandonaría. “No,” dijo ella en respuesta a la pregunta del Obispo. No quería ser mi esposa. No quería casarse conmigo. No quería compartir un amor o una vida juntos. “No,” dijo otra vez con un puñal en mi corazón, y necesité escapar. Mi corazón se rompía y no podía permitir que las familias o los invitados me vieran de esa manera. Pero más que eso, no podía permitir que Micaelita me presenciara como este hombre roto. Que avergonzando. Que devastador. El peor momento de mi vida, y todavía no he descubierto lo que pasó en su mente; lo que provocó un cambio de corazón tan brusco. Es posible que nunca vaya a saberlo, y quede con esta confusión profunda, pero no puedo evitar pensar que fueron mis emociones incontrolables las que destruyeron un matrimonio maravilloso y la unión de nuestras dos familias. Ahora, vivo con la culpa de que ella me viera como alguien tan repulsivo que necesitó exclamar “no” dos veces.