BE'VISTA BIBLIOGRÁFICA 157 cTate, tate, tolloncicos, de ninguno sea tocada...» y que me perdone Lemaitre ai le tuve por foUoncico antes de leer BU libro. ¿Pero no estaba juBtifloada mi impresión? Pues bien, igualmente lo eBtá ahora mi admiración hacia una obra que parecía imposible, pero de la que hay que decir ahora, y valga otra cita clásica: «¡Vive Dios, que pudo ser!» Sí, ha podido ser lo inconcebible; ha podido ser que este maravilloso escritor, que se llama Julio Lemaitre, invente nuevos episodios para libros definitivos, con tan profundo conocimiento de éstos, tan pasmosa habilidad y tanto respeto al mismo tiempo, que no se diría que son sino de los mismos augustos autores. Así, por ejemplo, al margen de «Don Quijote>, Dulcinea, empieza de esta manera: f A dos leguas del lugar de Argamasilla, patria de ese señor Quijada ó Quijano, que llegó á hacer célebre el nombre de Don Quijote, vivía, en el lugar del Toboso, Aldonza Lorenzo, hija de labradores acomodados y honradísimos. Era, como dice Cervantes, <una aldeana de buen parecer». No sabía leer ni escribir, pero estaba dotada de talento natural, buen sentido y excelente carácter. Gomo las comunicaciones entre las dos aldeas no eran fáciles ni frecuentes, Aldonza ignoraba la partida y las extraordinarias aventuras de Don Quijote, el día en que fué á compras á Argamasilla. Al llegar al mercado se encontró á Teresa Panza, á quien conocía un poco, y la mujer de Sancho le dijo riendo: —Mi señora Dulcinea, yo os saludo. —¿Por qué—replicó Aldonza—me llamáis por un nombre que no me fué impuesto en la pila bautismal? —Porque el amo y señor de mi marido os ha rebautizado así—respondió Teresa. Y contó á la joven que el señor Quijano, su vecino, se había armado r;aballero andante, adoptando el nombre de Don Quijote; que había tomado á Sancho por escudero, y escogido por dama á Aldonza, dándole el nombre de Dulcinea del Toboso.» Con igual sabor sigue el diálogo que interesó grandemente á Aldonza, hizo que volviera muy pensativa á casa de sus padres, y que por fln, un día, fuese á Argamasilla con objeto de visitar al cura Pero Pérez. Iba movida por un delicadísimo sentimiento que, en su conversación con el ouxa y respondiendo á una observaoióia de éste, trasluce ea las siguientes razones: — «No soy tan tonta, señor cura. Pero vuestra merced no dejará de reconocer que BU locura es la locura de un hombre honrado, y, puesto que le ha dado la ventolera de escogerme por dama, me parece que tengo el deber de hacerle algún bien, si es que puedo, sirviéndome del imperio que tan generosamente me concede sobre su persona. Si algún día vuelve á Argamasilla, ¿querréis decirle que Dulcinea del Toboso desea verle y hablarle?» Al cura le parece bien la cosa y se concierta con raaese Nicolás y con la sobrina y el ama de Don Quijote para enviar al buen caballero á casa de Aldonza, en cuanto aparezca por el lugar, lo que no tarda en suceder. Y véase como le aguardaba su Dulcinea: «Aldon7.a le esperaba en el patio de la alquería. Se había puesto su mejor traje, lucía un collar de coral, una rosa en la oreja. Y aunque sencilla campesina, con más frescura que belleza, asi compuesta daba gusto verla.»