111 GÄNGER, Stefanie Relics of the Past. The Collecting and Study

Anuncio
RESEÑAS – prohistoria, año XVII, núm. 23 – jun. 2015, ISSN 1851-­‐‑9504 GÄNGER, Stefanie Relics of the Past. The Collecting and Study of Pre-­‐‑
Columbian Antiquities in Peru and Chile, 1837-­‐‑1911, Oxford Studies in the History of Archaeology, Oxford University Press, 2014, 328 pp. -­‐‑ ISBN 978-­‐‑0-­‐‑
19-­‐‑968769-­‐‑5. DELIBES MATEOS, Rocío Desenterrando tesoros en el siglo XVI. Compañías de Huaca y participación indígena en Trujillo del Perú, Universidad de Sevilla -­‐‑ Consejo Superior de Investigaciones Científicas -­‐‑ Diputación de Sevilla, Madrid, 2012, 424 pp. -­‐‑ ISBN 978-­‐‑84-­‐‑00-­‐‑09548-­‐‑2. Irina Podgorny Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas -­‐‑ Archivo Histórico del Museo de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata, Argentina podgorny@retina.ar Esta reseña reúne dos libros escritos en dos idiomas por dos autoras que, aunque refiriéndose a períodos muy diferentes de la historia, comparten el interés en las llamadas “antigüedades peruanas”. Stefanie Gänger, profesora “junior” de la Sección de Estudios Ibéricos y Latinoamericanos del Instituto de Historia de la Universidad de Colonia, se dedica mayoritariamente a las colecciones del siglo XIX y a los años donde la anticuaria convive con la emergencia de la arqueología como una nueva manera de acercarse al estudio del pasado. Rocío Delibes Mateos –profesora sustituta del departamento de Historia de América de la Universidad de Sevilla-­‐‑ revisita el siglo XVI para analizar la organización económica urdida en la costa norte del Perú alrededor de estos objetos, cuando la arqueología y la anticuaria aún no existían. Esta región está ausente en el trabajo de Stefanie Gänger, centrado en las antigüedades incas. Allí radica la razón de juntarlas en un comentario: sus investigaciones se complementan y nos sirven para ilustrar la emergencia de un objeto científico, en este caso “las antigüedades”, hoy consideradas objetos arqueológicos –supuestamente fuera del comercio y del tráfico legal-­‐‑ pero que en el siglo XVI formaban parte de los bienes que la Corona española explotaba a partir de concesiones y que, a pesar de destruirlas, organizó su extracción, desatando a los agentes que las hicieron visibles. Ambos libros son el resultado de sus tesis doctorales y de un cuidadoso trabajo de archivo y revisión de fuentes primarias y secundarias. Delibes Mateos, doctorada en la Universidad Pablo Pedro de Olavide, recurrió a los archivos notariales del Archivo Regional de la Libertad de Trujillo, al Archivo General de la Nación de Lima y al Archivo de Indias, combinando con solvencia la lectura de trabajos de corte arqueológico, antropológico e histórico. Stefanie Gänger, formada en Augsburgo, Sevilla y Cambridge, se basó en una extensa revisión bibliográfica y gracias al dominio del alemán, el inglés y el castellano, excavó en los archivos y repositorios de los museos de ambos lados del Rin, del Atlántico y del Pacífico (p. 257). 111 RESEÑAS – prohistoria, año XVII, núm. 23 – jun. 2015, ISSN 1851-­‐‑9504 Gänger dedica buena parte de su introducción (“Antiquities in Peru and Chile”) a repasar esa historiografía de la arqueología surgida a fines de la década de 1980, dominada por el tópico del nacionalismo y que ya ha mostrado sus limitaciones. Gänger, en cambio, cruza fronteras y elige seguir la vida de los objetos, sus trayectorias y su carácter transaccional, marcado por los intercambios simbólicos pero también por el sello del valor monetario. Con ellos, Gänger atraviesa el siglo XIX y llega a las primeras décadas del siglo XX. Inventarios y catálogos son algunos de los protagonistas de este libro que también se preocupa por definir los espacios donde esas transacciones se producen: el gabinete privado o semi-­‐‑privado, los salones, los enclenques museos públicos, las sociedades eruditas y el mercado de antigüedades. El libro se desarrolla en cuatro capítulos: “The Mascapaycha: Collection of Incan Antiquities in Cuzco”, “The Khipu: Antiquarianism and Archaeology in Lima”, “Pascual Coña: Collecting and Colonization in Araucania”, y “The Valdivia Jug: Archeology over the War of the Pacific”, cada uno dedicado a un objeto, a un espacio geográfico (Cuzco, Lima, los territorios araucanos), a una historia de vida (la de P. Coña) o al contacto entre chilenos y peruanos, incas y araucanos. Me detendré en los dos primeros que siguen la vida simbólica y material de un objeto presente en una colección privada peruana pero que, a través de distintas vicisitudes, terminan –ellos o sus congéneres-­‐‑ en un museo europeo o norteamericano. Así, en el primer capítulo, aprovecha la presencia de una Mascapaicha (la “corona“ inca, símbolo de poder imperial) en la colección de Ana María Centeno, una terrateniente del Cuzco, para estudiar la resignificación de estos objetos durante el proceso que desemboca en la independencia del Perú. Las “reliquias del pasado” muestran todas las capas que puede cargar un objeto y cómo sus significados son el resultado de las idas y vueltas de la historia así como de la curiosidad intelectual, intereses y estudios de los coleccionistas. Los anticuarios de Lima, mucho antes que las consagradas cronologías de Max Uhle, saben reconocer las distintas culturas que precedieron al mundo incaico y hablan de sus cosas con la seguridad que les da ese conocimiento. Las colecciones del Cuzco, por su parte, aparecen ordenadas, descriptas, clasificadas: así las venden los herederos o los propios hacedores, esos que, al desprenderse de lo que más quieren, buscan evitar que la muerte provoque la dispersión de sus afanes (p. 91). En el capítulo 2, los quipus de una colección de Lima son el pretexto ideal para anudar la historia intelectual, la historia de las ciencias y el análisis de la cultura material, discutiendo las múltiples interpretaciones dadas a estas cuerdas en los mundos eruditos de la etnología francesa y alemana y de la anticuaria criolla peruana. Las colecciones privadas de la Lima y del Cuzco decimonónicos, alojadas en las casas de comerciantes locales o extranjeros, revelan una sociabilidad que marca sus pasos con visitas, retratos y con objetos regalados o adquiridos como testimonio de futuras cooperaciones, gratitud o subordinación. Sociabilidad de matrona cuzqueña o de caballero de Lima, la colección sirve como lugar de encuentro y –como en otros siglos y en otros contextos-­‐‑ como un tema de 112 RESEÑAS – prohistoria, año XVII, núm. 23 – jun. 2015, ISSN 1851-­‐‑9504 conversación. Asimismo, estas colecciones nos recuerdan la íntima asociación entre comercio y la exhibición de objetos de buena calidad que, como menciona Delibes para el caso de Trujillo, era una costumbre establecida (no para exhibirlos sino para ponerlos de nuevo en circulación) desde las postrimerías del siglo XVI. Y aquí reside también uno de los aportes del libro de Gänger: los objetos de estas colecciones privadas siguen funcionando como un bien que se hereda, se vende y se regala y como tales, forman parte del flujo del comercio y del intercambio. Pero, en el ínterin, con la profesionalización de la arqueología, las leyes que regulan el patrimonio nacional y la exportación de antigüedades, las cosas empiezan a quedarse quietas, a entrar en los dominios de los museos nacionales o, junto con los huaqueros, en las sendas de la ilegalidad. La obra de Rocío Delibes empieza precisamente con una afirmación que nos confronta con la complejidad de la huaquería, que “sin dejar de ser uno de los principales problemas a los que se enfrenta la legislación peruana a la hora de conservar su patrimonio arqueológico, ha adquirido en el norte peruano unas connotaciones que lo convierten en algo más complejo que una simple actividad lucrativa o saqueadora. Se trata de un proceso cultural, que se desarrolla dentro de un marco de ceremonias y creencias, conocimientos y técnicas que son transmitidos de generación en generación, donde se entremezclan elementos propios del culto a los muertos y ancestros andinos, con objetos y rituales chamánicos, así como elementos propios del mundo católico. Y es que el huaqueo no es una actividad nueva en la región, aunque se haya incrementado por la gran demanda de objetos precoloniales por parte de los coleccionistas particulares. Se trata de una tradición antigua en la historia de la costa norte peruana, que se llevó a cabo desde la época de la conquista, de forma organizada y legalizada hasta el siglo XIX, y que aún forma parte del imaginario y las tradiciones culturales de la población costeña.” Y dicho esto, se abre un trabajo minucioso sobre la historia temprana de la “labor de huacas”, es decir de esa actividad regulada por la Corona y las autoridades locales para extraer los tesoros de los enterramientos y sepulturas de la jurisdicción de Trujillo, ciudad fundada en el valle de Moche en 1534. Estas huacas habían sido erigidas durante el llamado “Imperio Chimú” o Reino del Chimor, es decir en los siglos previos a las conquistas Inca del siglo XV y española del siglo XVI. Delibes organizó su obra en seis capítulos más un prólogo (“Una tierra poblada de huacas”, “De huacas, enterramientos y escondrijos”, “Negociando lo sagrado”, “La labor de la huaca”, “Huaqueros y compañías de huaca”, “Curacas e indios huaqueros”, “Desenterrando a los ancestros en el mundo colonial”), identificando el papel de la población indígena en dicho proceso y -­‐‑
teniendo en cuenta que el culto a los ancestros era un elemento fundamental de la organización grupal andina-­‐‑ de qué forma el mismo afectó a su organización política, social y religiosa. El concepto huaca, aunque desde el punto de vista arqueológico se asocie a todo montículo que contiene restos arqueológicos susceptible de saqueo, es de por sí un problema: se trata de un concepto 113 RESEÑAS – prohistoria, año XVII, núm. 23 – jun. 2015, ISSN 1851-­‐‑9504 panandino presente en las lenguas quechua y aymara pero que en la época colonial se refería a una variedad de lugares y objetos, naturales y artificiales, aún a los antepasados o a la acción de llorar. Todos estos significados responden a una historia de desplazamientos en el marco de los procesos de sacralización que se dan en el mundo andino. La autora se pregunta de qué se trataban las “huacas” explotadas, labradas y excavadas por las compañías trujillanas según el significado que el término adquiere en la documentación administrativa colonial: será en la década de 1560 cuando los españoles equiparen la huaca a la riqueza de los tesoros procedentes de las sepulturas y templos indígenas, incluyendo el oro y la plata pero también las tierras y ganados asociados. La expansión de este vocablo por América del Sur se une al incremento de la explotación de esas riquezas y la administración española, donde la palabra aparece apenas tres años después de la fundación de la ciudad de Trujillo. El capítulo 3, dedicado al debate colonial sobre la apropiación de tesoros, muestra los conflictos surgidos entre los defensores de los derechos indígenas, los vecinos y los encomenderos, la Corona y la Iglesia, así como entre las voces que “se plantearon si perturbar el descanso de un difunto, desenterrando su sepultura, aunque esta no fuera cristiana, representaba un problema moral o religioso” (p. 137) y las que postulaban que si destruirlas no era acaso una obligación para ayudar a la extirpación de idolatrías, emprendida a partir de una cédula de Carlos V de 1523. También analiza la política virreinal sobre la búsqueda de tesoros en sepulturas indígenas, empezando por las cédulas emitidas para regular el aprovechamiento por parte de la Corona de la actividad huaquera que se había desarrollado en la Sierra Nevada de Santa Marta y en el Río Sinú (Colombia), ordenanzas que luego se aplicarían en todo el Virreinato del Perú y tendrían su propia historia. La Corona se reservó la propiedad y el derecho de tasar el valor de los tesoros de las huacas, templos y adoratorios de indios, de manera similar a la explotación de las minas, la pesca de perlas o los tesoros descubiertos en la Península, elemento que automáticamente generó la necesidad de controlar y vigilar las excavaciones de estas estructuras, con el fin de evitar el fraude. La “fiebre de huacas” produjo riqueza, asociaciones de vecinos, nuevos oficios (veedores, jornaleros especializados en la faena) y una enorme cantidad de papeles ligados al registro del hallazgo, obtención de la licencia y posesión de la huaca (basada en el trabajo de la misma), los contratos entre socios para excavar y repartir tesoros, las herencias de partes de huaca, los poderes sobre asuntos huaqueros, la “despoblación” de una huaca y juicios reclamando por unos y otros. La “compañía” de huacas adoptó la estructura de negocios de raíz medieval preponderante en el comercio indiano y en la explotación de minas: partes o acciones repartidas entre socios, las más de las veces vecinos de Trujillo o puntos cercanos. Cada uno aportaba el capital pautado en metálico o en mano de obra, más el mantenimiento y salario de los trabajadores. La autora muestra que entre 1537 y 1610 (la fiebre empieza hacia 1560) actuaron unas cuarenta 114 RESEÑAS – prohistoria, año XVII, núm. 23 – jun. 2015, ISSN 1851-­‐‑9504 compañías de dimensiones variadas e integradas por varones, mujeres, hijos legítimos e ilegítimos, militares, médicos, boticarios, religiosos, hombres de letras, artesanos, españoles, caciques, encomenderos, indios, mestizos y mulatos (ver Tablas 3, 8 y 10). De los 291 participantes, 207 son hombres españoles, 51 indígenas, 26 mujeres españolas, 4 indígenas. La excavación, por su parte, estaba a cargo de esclavos negros, yanaconas, indios libres asalariados e indios de mita, cuya participación fue regulada con una mita específica para las labores de huaqueo en la costa norte. La asociación para la explotación de los tesoros de las huacas entre los españoles y los curacas y caciques forma parte de las transformaciones del siglo XVI, donde los segundos se vuelven negociadores activos en la nueva sociedad y co-­‐‑inventores del orden colonial. Y en el caso concreto del negocio de la huaca, se trata de un orden donde mantienen su papel de cuidadores y guardianes de los antepasados pero que también utilizan en provecho individual para su propio mantenimiento y el de su familia. En muchos de los casos, se trata de la excavación de las sepulturas no de un grupo enemigo sino de sus propias huacas y estructuras sagradas, por lo que Delibes arriesga que la inclusión de los señores en estos emprendimientos podría estar relacionada con el reconocimiento de hecho de parte de los españoles de la posesión y derecho que como caciques del valle tenían sobre ellas. De esta manera, el beneplácito del cacique aportaba legitimidad y el acceso a la mano de obra. Como dice la autora, “Las huacas y el trabajo en ellas, se presentaban entonces como un escenario más donde los caciques debieron aprender a negociar y sacar partido en su beneficio, y quizás también en el de sus repartimientos” (p. 366), con la salvedad que, en la costa norte, con la participación directa en la destrucción de la fuente de su legitimidad simbólica, el espacio de la negociación se vuelve dramático. Delibes, sin embargo, intenta mostrar la inteligencia de esta decisión: los curacas habrían preferido controlar las excavaciones para –
apoyándose en la antigua tradición de desenterramiento de las sepulturas-­‐‑ recuperar los huesos y re-­‐‑enterrarlos en otros lugares sagrados. Algunos curacas, buenos aprendices de las reglas de la administración colonial, invirtieron las ganancias de la huaca en la realización de censos para mejorar la recaudación del tributo en su señorío (p. 360-­‐‑362); otros la destinaron a obras pías y a la construcción y equipamiento de iglesias, una nueva fuente de autoridad. De tal manera, Delibes arriesga que para los caciques, no entrar en el negocio habría sido aún más peligroso para la supervivencia de la comunidad. En la década de 1820 el gobierno del Perú decretó la propiedad de la Nación de los monumentos de la antigüedad, prohibiendo “la extracción de piedras, obras antiguas de alfarería, tejidos y demás objetos que se encuentren en las huacas, sin expresa y especial licencia del Gobierno, dada con alguna mira y utilidad pública.” Los monumentos empezaban a colocarse en el terreno de la gloria pero las palabras y las disposiciones, más allá de la ruptura evidente con España, se referían a reglamentaciones vigentes desde hacía más de tres siglos. 115 RESEÑAS – prohistoria, año XVII, núm. 23 – jun. 2015, ISSN 1851-­‐‑9504 Queda por hacerse la historia del pasaje de los huaqueros al nuevo orden de la Nación donde, como se ve en el libro de Gänger, la extracción de objetos continuaba, ahora en un marco de inestabilidad política, intensa actividad intelectual y de revaloración del mundo incaico. Delibes menciona también que la destrucción de las huacas de Moche en el siglo XVI, podría haber allanado el camino para que “los incas” se transformaran en los ancestros de todos los peruanos, una construcción que, sin embargo, solo tuvo éxito muchos siglos después. No hay ciencia sin comercio, afirman varios autores. Las huacas de Trujillo del Perú y las “reliquias del pasado” nos permiten abonar esta idea de la retroalimentación permanente entre el tráfico de bienes, la invención de nuevos productos para el mercado y la emergencia de nuevos objetos para el estudio y el saber. Pero también nos recuerdan que sin burocracia, sin administración, sin registro, sin acto notarial, la historia y la ciencia tampoco existirían. Y aquí el oficio de dos buenas historiadoras, viene a comprobarlo. 116 
Descargar