II ASAMBLEA INTERNACIONAL DE LA FAMILIA ACI Madrid, 24 de febrero – 2 de marzo, 2014 “Familia ACI, Don del Espíritu… Familia para el Mundo.” VISITA GUIADA EN PEDRO ABAD 1 de marzo de 2014 INTRODUCCIÓN Los caminos del Señor son inescrutables y misteriosos. Esparce su gracia y sus dones como buen y divino sembrador, y permite que germinen sus mejores frutos en los lugares y momentos más insospechados. Podríamos preguntarnos qué ingredientes hacen falta para forjar un santo, cuál es la misteriosa receta que convierte a una persona sencilla en un modelo heroico y venerable de vida y fe. Seguramente esa receta tiene un nombre: Cristo, y un método claro de elaboración: el Evangelio. Puede parecer fácil en principio, pero si exploramos a fondo la vida de los santos comprenderemos que el camino hacia la santidad es un camino largo, tortuoso y lleno de dificultades. Nuestra querida Santa Rafaela María es un claro ejemplo de ello. Si observamos fotografías, cuadros o esculturas de nuestra santa vislumbraremos siempre un rostro sereno y sonriente, un rostro lleno de paz y bondad. Sin embargo, si ahondamos en su biografía y en los avatares de su historia, encontraremos una vida llena de obstáculos, sinsabores y momentos dolorosos. No es fácil ser santo, no es fácil seguir a Jesucristo, no es fácil ser fieles a su Palabra en todo momento. Pero todos por nuestro bautismo estamos llamados a intentarlo con todas nuestras fuerzas y todo nuestro corazón. Hoy la familia ACI celebramos juntos el día del nacimiento de Santa Rafaela María, hace 164 años en este mismo pueblo de Pedro Abad. Un día después sería bautizada, el día más feliz de su vida, pues es el día que nació para Dios y la Iglesia. El inicio de su largo camino hacia la santidad. Por esta razón, los distintos grupos de la familia ACI constituidos en Pedro Abad, hemos querido compartir con el resto de miembros venidos de otros lugares una visita por nuestro pueblo de manera especial. Todos conocemos sobradamente los relatos de la vida de la Santa vinculados a la fundación del instituto, los primeros pasos de la congregación o sus años de olvido y ostracismo en Roma entregada a la oración. Pero hoy nos gustaría, aprovechando que el encuentro se celebra aquí en su pueblo natal, compartir y profundizar en una etapa de su vida menos conocida en principio: su infancia y su adolescencia. Durante casi 24 años, la joven Rafaela María vivió en este mismo lugar, transitó por sus calles, convivió con sus gentes, participó de su día a día y tradiciones. Se suele decir que los primeros años de vida marcan y forjan la personalidad y el espíritu de toda persona. Son los años donde se ponen las bases de lo que seremos luego. Sin duda, durante ese casi cuarto de siglo de vida, nuestra admirada Santa Rafaela, construyó firmemente las bases que la llevaron a llegar a ser la extraordinaria mujer que fue. A nosotros personas de hoy, que vivimos en un mundo complicado y muchas veces contrario al mensaje de Jesús, nos puede ayudar mucho conocer la vida cotidiana y sencilla de gente normal como nosotros. Por eso os invitamos hoy a palpar de cerca y saborear los primeros años de vida de la Santa, para que nos sirva para comprender que todos podemos llegar a la santidad siguiendo su ejemplo de compromiso y fidelidad al evangelio. Parafraseando el título de su biografía, conocida por todos, que utiliza el bello símil de los cimientos del instituto, se nos ha ocurrido titular a este itinerario vital y espiritual por los primeros años de vida de la Santa “Los cimientos de los cimientos”. CAPILLA Era viernes, 1 de marzo. Corría el año 1850 y los últimos fríos del invierno dejaban ya paso a los primeros atisbos de la primavera. Aquí en este lugar se encontraba la alcoba de doña Rafaela Ayllón, la mujer del alcalde de Pedro Abad y madre por entonces de seis muchachos. Y quiso Dios mirar a aquella estancia, y volcó en ella su amor y ternura en el llanto de la recién nacida, en una estancia que iluminaba la débil luz de un candil en el rincón. Había nacido una nueva vida, Rafaela María. Pocos podían sospechar en aquel momento lo lejos que llegaría aquella pequeña criatura. Sus hermanos la observaban con curiosidad y fascinación en la cuna, una cuna que raramente estaba vacía. Una familia numerosa y próspera que celebraba con alegría la llegada de un nuevo miembro. Nació en Pedro Abad un pueblo muy pequeño y sencillo. Dice el Evangelio refiriéndose a Jesús ¿puede salir algo bueno de Nazaret? Seguramente en aquella época muchos podrían pensar, ¿acaso de Pedro Abad puede salir algo bueno?. Pues sí que puede, y de hecho lo hizo. Una mujer buena y santa, una excepcional mujer que supo entender el amor que Dios le profesaba y darse por entero a cuantos la rodeaban. Alguien que entendió que estaba “…en el mundo como en un gran templo, y que yo, como sacerdote de él, debo ofrecerle continuo sacrificio en lo que me contrarían las criaturas, sean cuales sean, y continua alabanza en las que me satisfagan, y siempre todo a mayor gloria de Dios que es el fin para que nos ha puesto en este mundo”. El espacio que ahora ocupa la capilla era en tiempos de la niñez y juventud de Santa Rafaela los dormitorios. Si miramos el techo podemos ver los arcos abovedados que separaban los dormitorios y las rejas que miraban a la calle principal. En un rincón del oratorio podemos ver ahora una pequeña virgencita Inmaculada. Era la virgencita que tenían en la casa y a la que rezaban muchísimo. En ella ponía Santa Rafaela muchas oraciones e inquietudes. Esa virgencita las acompañó a Córdoba cuando abandonaron la casa y es una auténtica reliquia para la comunidad. Todos los perabeños nos sentimos muy orgullosos de nuestra paisana y veneramos este rinconcito de nuestro pueblo con cariño y admiración. Santa Rafaela siempre tuvo a Pedro Abad entre sus recuerdos y sus pensamientos. En sus cartas decía a sus familiares aquí: “Yo encomiendo al Señor con interés las cosas del pueblo”, “yo nunca olvido a Pedro Abad y pido de corazón por su bien” Para terminar os pedimos una pequeña oración en esta capilla dando gracias a Dios por la gracia de una mujer tan maravillosa e inspiradora para los que buscamos la senda de Cristo en la vida. SALÓN El salón en el que nos encontramos es un lugar muy entrañable y cotidiano en la vida de Santa Rafaela. Estas dependencias eran habitaciones de verano en tiempos de las fundadoras, por ser más fresco el lugar en los calurosos veranos. Aquí murió don Idelfonso el padre de Santa Rafaela y también fue la habitación de las dos hermanas justo antes de abandonar el pueblo. La solería es aún de la época. Nos hemos citado aquí por una cuestión de espacio, para recordar cómo era la educación que recibió la Santa. A la muerte de don Ildefonso, Rafaela la madre, deja a los hermanos mayores al cargo de las cosas del campo y a los más jóvenes los envía a Córdoba para estudiar. A Dolores y la pequeña Rafaela, en cambio, la madre prefiere tenerlas cerca y para su formación recurre a don Manuel Jurado y Alexandre. Este profesor había obtenido plaza en Pedro Abad, donde vivía con su hermana viuda, la madre de Francisco Alcántara eminente intelectual perabeño fundador de la Escuela de Cerámica de Madrid y prestigioso crítico de arte que también fue educado por él. El abuelo de Santa Rafaela, Francisco Porras Melero ya le había encomendado la escuela del pueblo para alfabetizar a todas las personas. Pero las niñas recibían las clases particulares en casa. Don Manuel era un profesor muy serio y severo y las fue aleccionando. Sin duda, es de don Manuel de donde reciben su cultura y formación general. Mostrando ambas una educación muy superior a la habitual en la época, mucho más si se trata de mujeres. Jurado también inculca en Santa Rafaela el amor por la lectura y las instruye en el estudio de la Sagrada escritura. A este hombre que después llegó a ser sacerdote debe nuestra Santa su formación en el texto sagrado. Son muchas las cartas en las que recomienda pasajes bíblicos y demuestra su vasto conocimiento de la Palabra de Dios. Gracias a su formación Rafaela entiende que también por la razón puede llegarse a amar a Dios y asume que en una sociedad prácticamente analfabeta, se hace imprescindible la educación y el conocimiento. Por eso, ella misma se encargará de dar clases de lectura y escritura a niños desfavorecidos y desde el primer momento tiene la inquietud por la educación. Basta recordar el espíritu de las primeras reglas. “Para responder a este amor inmenso de Jesucristo, dedicaremos nuestra vida a adorarle en la eucaristía y a trabajar para que todos lo conozcan y amen....enseñaremos la doctrina, especialmente a las niñas pobres, pero incluso a otras también necesitadas”. O en una carta a sus sobrinas Carmen y Rafaela Porras y Aguayo en 1901 les dirá: “Os deseo yo, que toméis con empeño en aprender todo bien y salgáis muy bien educadas, pues la educación es un tesoro y hasta para la virtud es provechosa”. Cuentan que don Manuel Jurado lloró desconsoladamente al conocer que las dos hermanas habían abandonado el pueblo para ingresar en la vida religiosa, pero a buen seguro después se alegro al saber qué lejos llegaron sus alumnas, gracias en parte, a su indudable valía docente. COCINA Nos situamos ahora en una dependencia muy especial de la casa familiar de los Porras. En el lugar que hoy ocupa el comedor de la comunidad se situaba la cocina y la gran despensa de la casa. La puerta estaba donde ahora se encuentra la ventana. Era una cocina alargada que llegaba hasta el pilar del centro. El fogón seguramente se encontraba en aquel rincón. Este era el lugar de reunión de la familia, una familia de no pocos miembros. Cuando Rafaela vino al mundo ya contaba con seis hermanos cuyas edades oscilaban entre los doce y los seis años: Francisco, Juan Celestino, Antonio, Ramón, Dolores y Enrique. No llegó a conocer a otros tres que murieron antes de nacer ella Mº Josefa, Rafael y Rafaela. Después vendrían Matilde, Luisa y Alfonso. Pero tanto estos tres últimos como Juan Celestino habían muerto todos en 1856 y Rafaela María pasó de nuevo a ser la más pequeña. También murió pronto el padre de Santa Rafaela, don Ildefonso. Había sido el alcalde de Pedro Abad, entendiendo el cargo como si un padre de sus vecinos se entendiera. Siempre estaba dispuesto a ayudar a los más necesitados y enfermos. En 1854 se declara una epidemia de cólera de efectos terribles en el pueblo. Don Ildefonso desoye los consejos de abandonar temporalmente el lugar y se queda responsabilizándose de enfermos y necesitados…hasta el punto de contagiarse y perder la vida. Rafaela apenas pudo tener recuerdos de su padre, lo perdió con cuatro años, si acaso lo recordaba como la ausencia de su silla junto al fogón. Sin embargo, seguro que pudo oír muchos recuerdos sobre este hombre amable y fuerte, más bien serio y callado pero capaz de una ternura silenciosa. Seguro que su actitud heroica y su vocación de servicio debió ser un ejemplo para la entonces niña. Aparte de la ya de por si numerosa familia, había que sumar algunos parientes y unos cuantos criados. Si miramos atrás podemos imaginar este salón a la luz de la lumbre repleto de gente con animadas charlas y convivencia. Así creció la Santa, rodeada de una gran familia. Aquí rezaban juntos el rosario, comentaban el evangelio y tenían animadas celebraciones en familia. Tras una de estas celebraciones comentó la Santa: “Si ese día nos lo pasamos tan bien, pensaba yo, cómo será cuando todos estemos en el eterno convite”. Es curioso, pero siempre que hablaba del cielo hacía referencias a las charlas y fiestas familiares, lo cual nos indica lo bien que debía pasarlo con su familia. Esto nos muestra cuán importante en nuestras vidas es la institución familiar, la iglesia doméstica, donde la semilla de Dios germina y a su abrigo surgen caminos de santidad. PUERTA PRINCIPAL Nos encontramos en la puerta principal de la casa familiar de los Porras Ayllón, el hogar que vio nacer y crecer a Santa Rafaela María. Esta casa que pertenecía ya a don Francisco Porras Melero el abuelo de la Santa, pasó a su padre don Ildefonso Porras en 1844, que la reforma y la convierte en la casa familiar. Hablamos de una imponente casa con fachada de piedra molinaza en piso inferior y con ventanas y balcón a la calle. La típica casa de labradores acomodados, sin duda una de las mejores casas del pueblo. Se encontraba en la calle Ancha como la conocemos en el pueblo, aunque hoy lleva por nombre el de la propia Santa Rafaela María. Esta calle era en realidad la prolongación urbana del camino de Cádiz a Madrid en su tránsito por la villa. La calle principal a la que se asomaban las mejores y más lujosas casas, aparte de alguna casa de postas y fondas para los viajeros. Digamos que la calle ancha era el escaparate lujoso de las familias acomodadas del pueblo y entre todas ellas, sin duda, la familia Porras era de las más importantes. Los miembros de la familia ocupaban los puestos más relevantes en la vida social y política del pueblo. El mismo padre de la Santa, don Ildefonso, era el alcalde en aquella época. A pesar de ser terratenientes, los Porras, y especialmente su padre, no eran los caciques al uso de la época. Su espíritu cristiano y sus raíces les hacían ser comprensivos y solidarios con los más necesitados y desfavorecidos. Aquí junto a la rica cancela de hierro y los poderosos muros de molinaza que franquean el dintel, nos podemos imaginar que vida esperaba a la pequeña Rafaela María. Una vida acomodada, con servicio que la atendiera y una buena educación por encima de las mujeres de su época. Para ella se esperaba un buen matrimonio que aumentara la dote familiar y codearse con la alta sociedad cordobesa. Sin embargo los planes de Dios para esta perabeña distaban muchísimo de aquella vida de riqueza y poder. Frente a esta puerta principal a la calle ancha, símbolo de la riqueza, Rafaela María encontró la puerta de atrás. La de los pobres, la de los necesitados. La puerta de la sencillez y el servicio. Pues comprendió que “el humilde y el sencillo roba el corazón de Dios”. Un 13 de febrero de 1874, estas puertas ven salir por última vez a Rafaela María. Ya nunca volvería a esta casa. Atrás dejaría 23 años felices de recuerdos familiares, de amistades, de tardes de lectura en el patio, de sesiones de costura, de risas junto al fogón y de juegos junto al pozo. Dios le había robado definitivamente el corazón, y como los primeros discípulos lo deja todo por él y emprende una nueva vida lejos de Pedro Abad y de la comodidad del hogar. Hoy un cartel recuerda con la foto de un gran olivo de fuertes raíces, como los muchos olivos que poseía su familia. En esta casa brotaron las raíces, de lo que fue luego esta maravillosa mujer. PASILLO DE ATRÁS Desde este patio del pozo, algo más reducido que en la época original, hoy se abre paso un oscuro pasadizo que en la época de la Santa servía como pequeño almacén y bodega. La puerta de entrada no existía, y a él se accedía desde el comedor de la casa por una pequeña y angosta escalerita. Es un lugar ciertamente venerable, pues por este pasadizo las hermanas Porras salían a escondidas de la casa con la convivencia de algún criado fiel y lejos de los ojos de sus familiares. Por aquí comenzaron las huidas furtivas de Rafaela y Dolores para ayudar a los pobres, para ir al portón donde repartían comida a quienes no tenían que llevarse a la boca. Descubrieron la puerta de atrás, el mundo real de los “Cristos vivientes” que pedían ser servidos. “Bastante tiempo hemos sido servidas, ya es hora de sirvamos al prójimo por Dios”. Las hermanas se levantaban temprano, al alba, y se turnaban para no llamar la atención de sus más allegados. Había reducido mucho la servidumbre de la casa, pero aún quedaban criados, a los que incorporaban en sus andanzas. Cada una había buscado entre las criadas una acompañante para visitar enfermos. Las dos contaban con la complicidad de una sirvienta antigua, ya anciana, que les abría la puerta falsa. A veces la anciana con esa confianza típica de los criados antiguos, les amenazaba con lo que podía ocurrir si sus hermanos se enteraran de que pasaban algunas noches fuera de casa atendiendo enfermos y pobres. Podemos contemplar la puerta con la reja de hierro que separaba el mundo de comodidades y riqueza en el que había nacido, y la realidad de muchos otros que a pocos metros de su casa pasaban necesidad y pobreza. Rafaela y su hermana experimentan ese tiempo de servir, esa necesidad de adorar a Dios también en el servicio a los semejantes. CAPILLA DEL BAPTISTERIO Ante nosotros encontramos un espacio entrañable y especialmente ligado por todos los perabeños a la figura de su Santa. Sabemos que es un lugar que emociona visitar a toda la familia ACI, y hoy es especialmente bonito encontrarnos aquí ante la pila bautismal donde hace 163 años recibió las aguas bautismales. Hemos de decir que la pila no se encontraba físicamente aquí, sino en aquel rincón (entre San José y el cordel del campanario) bajo la gran escalera que existía entonces y franqueada por grandes barrotes de madera. Esta capilla fue construida a mediados del siglo XX y en ella se situó la pila, la losa que recuerda el hecho que hoy celebramos y una pequeña hornacina con la Virgen de la Candelaria. Esta virgen sale en procesión en la fiesta de la presentación en el templo del 2 de febrero (el domingo más cercano) con dos pichones y una gran tarta de varios pisos, que según antigua tradición de nuestro pueblo se sortea entre todos los vecinos. Esta virgencita está muy vinculada a las hermanas Porras Ayllón, porque antes de marcharse para profesar la vida religiosa, ellas mismas eran las camareras que cuidaban de todos sus vestidos y adornos. Ahí mismo una pequeña recién nacida fue bautizada con el altisonante y largo nombre de Rafaela María del Rosario Francisca Rudesinda, rindiendo tributo a un buen puñado de familiares. Años después confesaría en una de sus cartas “nací el 1º de marzo, pero el 2º fui bautizada: el día más grande de nuestra vida porque en él fui inscrita en el libro de la vida”. Los perabeños tenemos el inmenso privilegio de seguir hoy celebrando el sacramento del bautismo en la misma pila donde nació para la Iglesia nuestra paisana más universal. Tenemos para hoy una oración especial, así que haremos un pequeño paréntesis en nuestra visita, para compartir juntos esta oración. ORACIÓN ACI ALTAR MAYOR PARROQUIA Esta parroquia en la que nos encontramos, fue bendecida el 25 de noviembre de 1303 por el obispo don Fernando Gutiérrez de los Ríos, recibiendo el título de Nuestra Señora de la Asunción, por ser este el título que también se le dio a la Catedral de Córdoba. Por tanto la parroquia tiene más de siete siglos de vida. El templo fue construido en tres amplias naves, siendo más alta la central, con el ábside orientado hacia oriente al modo de las llamadas “iglesias fernandinas”. Se conoce como iglesias fernandinas a los templos construidos durante la época posterior a la reconquista de Córdoba por orden del Rey Fernando III, con un estilo propio característico, que mezcla elementos del románico tardío, gótico inicial y el arte mudéjar. Pero más que el edificio histórico, hoy queremos hablaros de la parroquia de Santa Rafaela. Pues aquí en esta parroquia recibió sus primeros sacramentos, participaba junto a su familia asiduamente en misa, fue catequista y se forjó como cristiana entre estos muros. En este altar mayor recibió el más grande regalo de cumpleaños que se puede recibir. Cumplía 7 añitos aquel lejano 1 de marzo de 1857 y junto a su hermana recibió a Cristo por primera vez. Un año después el 21 de Junio de 1858 recibió la confirmación. Rafaela colaboraba muchísimo en todas las actividades parroquiales, sabemos que fue catequista de niños de primera comunión y que de sus catequizados surgieron multitud de vocaciones religiosas. En esta parroquia también conocieron a un joven párroco, José María Ibarra, cuya dirección espiritual será como una luz clara y poderosa que las oriente a la vida de oración y la entrega con los más pobres. Todo este templo está impregnado de recuerdos de la Santa, en una hornacina tenemos su imagen recordando que esta es su parroquia con la casa natal en sus manos. Ahora os invitamos antes de adentrarnos en la capilla del Sagrario a fijarnos en la bella imagen de la virgen del Carmen que hay junto a la reja. Esta imagen de la virgen perteneció Isabel Porras Gaitán, única tía paterna de Santa Rafaela María, quien le procuró licencia en Roma para poder celebrar misa diaria en el oratorio de su casa. Esta mujer murió soltera y la imagen fue heredada por la mayor de sus sobrinas nietas, Doña Rafaela Porras Molina. En 1904 puso el nombre de Carmen a una de sus hijas. En una carta de la Santa le dice: "Dile de verdad a la Santísima Virgen que sea la Madre de tus hijos y la dueña absoluta de tu casa, y tú sólo la institutriz, para hacer de todos lo que ella quisiera: verás cuán buenos resultados te da". Posteriormente a la guerra civil la imagen fue donada a la parroquia por su dueña que también costeó el retablo. CAPILLA DEL SAGRARIO Nos encontramos en la capilla del Sagrario. Este espacio se añadió a la parroquia a finales del siglo XVIII junto con la capilla opuesta simétrica de las Ánimas del Purgatorio. Posiblemente ambos espacios pertenecían a dos hermandades boyantes de la época. Una a la hermandad de las Ánimas y esta en la que nos encontramos, a la hermandad del Santísimo Sacramento. Esta última hermandad era de las más antiguas y sin duda la más importante del pueblo. Suponemos que en la familia de la Santa Rafaela estaban muy vinculados a esta cofradía, pues a ella pertenecían las familias más pudientes de la localidad. Y además tenemos el testimonio directo de que tanto Rafaela María como su hermana Dolores eran, antes de marcharse del pueblo, las camareras de la Virgen de la Candelaria que ya vimos en el baptisterio. Esta imagen recibía culto por parte de dicha hermandad. Pero más que estos detalles sencillos y cotidianos, emociona pensar que en este espacio silencioso e íntimo, Santa Rafaela pasó largos rato de oración ante el Santísimo, dejándose llevar y descubriendo su sagrado corazón. Sus primeras adoraciones, sus primeras inquietudes…todo ese mar de sentimientos que prefiguraban el camino que Dios empezaba a marcarle. Es muy probable que fuera aquí donde empezara a arder ese deseo de universalidad, ese anhelo de poner a Dios a la adoración de los pueblos. El aspecto de la capilla seguramente es algo distinta a como lo era en la época, pero podéis ver la misma lámpara encendida. Esa pieza la donó en 1783 Alonso Melero (el abuelo de la Santa era Porras Melero quizá hubiera algún lazo familiar) y es la misma lámpara en la que ardía la cera indicando la presencia del Señor. Bajo la luz tenue de esa lámpara seguramente empezó a abrigar pensamientos que luego trasmitiría en sus reflexiones: Adorar es bucear en el mar sin fondo del amor de Cristo que se ofrece en la Eucaristía. Es hacerse Eucaristía: amar, servir… Amar hasta el extremo, hasta entregar la vida como Cristo. Adorar es acoger el proyecto de Dios, dejarse en sus manos sin límites. Es recibir la vida que Dios nos regala, con sus altibajos, penas y alegrías. Y responder a la vida con amor. Adorar es dejar latir el propio corazón al compás del corazón de Cristo. Es sentirse, con Cristo, Corazón del mundo: latir por todos, interceder por todos. ENTRADA CRISTO “En Pedro Abad había una ermita, que Rafaela y Dolores visitaban con frecuencia acompañando a su madre. Doña Rafaela hacía largas oraciones ante el gran Cristo del Camarín. Por la ermita se entraba al cementerio del pueblo, el lugar misterioso donde descansaban en paz los miembros de la familia que se iban para siempre. De la casa de los Porras hasta la ermita había un paseo de un cuarto de hora, al paso de la señora y de sus hijas. La ermita estaba en lo alto de una pequeña elevación, y desde ella miraban las niñas el campanario de la parroquia, el tejado de su propia casa y de los parientes. El sol de la tarde enrojecía un tanto las fachadas blanquísimas del pueblo” (Amar Siempre) Nos encontramos en la ermita del Santísimo Cristo de los Desamparados, posiblemente el lugar más querido y visitado por los perabeños. Esta ermita es el origen tradicional de la villa de Pedro Abad, cuya fundación está vinculada a la imagen de Cristo crucificado que preside la ermita y le da nombre. Dicha imagen, que tenía fama de ser muy milagrosa, recibía culto a principios del siglo XIII en una pequeña aldea de Orense (Galicia). El crucificado era propiedad del abad Pedro de Meneses (en realidad párroco, pero era costumbre por aquellas tierras llamarlo abad). El abad Pedro fue requerido por parientes suyos para tomar parte en la Reconquista de Córdoba junto a los ejércitos del rey de Castilla Fernando III el Santo. Dicho rey, muy devoto y religioso, acostumbraba de acompañar a sus ejércitos con muchos clérigos e imágenes de santos que subieran la moral y devoción de la tropa. Así fue, como el Cristo de los Desamparados, y su dueño el abad Pedro, tomaron rumbo a Andalucía. Mientras las tropas cristianas preparaban el asalto definitivo a la antigua capital del califato, en esta zona se ubicó un campamento para las tropas. Concretamente en el lugar que hoy ocupa la ermita, dice la tradición existió un cuartelejo u hospital de campaña, donde se atendía a los soldados heridos y enfermos. En dicho hospital, fue ubicado un pequeño altar donde se colocó el Cristo del abad Pedro. El Cristo era muy querido por la tropa, pues ponían en él sus oraciones y sus esperanzas de curación. El 1 de Mayo de 1236, fue tomada la cercana fortaleza musulmana de Algallarín por las tropas cristianas. Una vez tomada la fortaleza, se decidió trasladar el campamento a dicha fortaleza que era más segura. Pero una serie de acontecimientos milagrosos, demostraron la voluntad inequívoca del Cristo de los Desamparados de permanecer en el hospital, actual ermita. Más tarde, una vez conquistada Córdoba, fue deseo del obispo de Córdoba trasladar la milagrosa imagen a la capital, pero de nuevo, el Cristo volvía misteriosamente a su ubicación en el hospital. Por dicho motivo, el rey ordenó que el Cristo permaneciera aquí, y que el antiguo hospital se convirtiera en ermita. Así mismo, donó las tierras que rodeaban la ermita, para aquellos que quisieran habitarlas junto al Cristo. Así fue como la pequeña ermita fue rodeada de casas formando una pequeña villa que era conocida como la Villa del Abad Pedro, y finalmente con el tiempo su actual nombre, Pedro Abad. CAMARÍN DEL CRISTO Nos encontramos ante el Santísimo Cristo de los Desamparados, el Cristo de Pedro Abad. Como ya se ha visto el origen y la devoción principal de este pueblo. Allá donde va un perabeño o cualquier persona que ama de corazón este lugar, lleva consigo una estampa, un recuerdo y una oración viva al Cristo, como aquí se le nombra. No es de Pedro Abad verdaderamente el que ha nacido y vivido en sus calles, lo que mejor define a todo perabeño es el amor y respeto a esta imagen del crucificado. La puerta original del tiempo de Santa Rafaela está franqueada por un bello verso que nos predispone, “Si tanto contento das con tu mirada acá en el suelo, qué no darás vivo y glorioso en el cielo”. La ermita ha cambiado bastante a como era en los tiempos en que la pequeña Rafaela y su hermana acompañaban a su madre para venir a rezar. No existía la gran torre que fue construida en 1909 y el suelo era un gran entarimado de madera. El camarín si permanece prácticamente idéntico, en este suntuoso y barroco lugar pasó largas horas rezando. Las imágenes que hoy contempláis no son las mismas ante las que rezó ella. Por desgracia en 1936 en los primeros meses de la Guerra Civil este templo sufrió saqueo y expolio, y las imágenes fueron destruidas. Incluido el venerado Cristo de nuestra Santa del que sólo quedó un antebrazo que permanece en la urna de cristal que veis a los pies de la actual imagen. Rafaela nunca olvidó a su Cristo y llevo el recuerdo de su imagen allá donde fuera. En numerosas cartas a hermanos y sobrinos encomiendan visitas y oraciones al Cristo. Ella misma en Roma gestiona gracias especiales e indulgencias para esta ermita. El mismo día de su muerte llevaba entre sus manos la medalla del Cristo. Contemplando su entrega en la cruz, aprendió a tener gran confianza en Dios, aprendió que el amor de Dios es grande e inmenso a pesar de que ese amor puede conllevar sufrimiento y dolor. Os invitamos a alzar los ojos ante la imponente imagen de Cristo crucificado y escuchar la reflexión que ante las dificultades en su mandato en el instituto hará la Santa en un retiro espiritual: Si es cruz de Nuestro Señor yo no quisiera arrojarla de mí...clavado con cuatro gruesos clavos, o por lo menos cuatro dolorosísimas llagas. Aplicado a mí, yo también estoy clavada en mi cruz por cuatro clavos bien dolorosos, aunque inofensivos por su parte, por estar puestos como los de Jesús por voluntad del Eterno Padre. Y, ¿qué hizo Jesús?. Amarlos y coserse con ellos a pesar del martirio que le causaban. ¿Qué he de hacer yo?. Lo mismo. Vivir gustosamente clavada por ellos y dejarme hasta matar por su dureza, que bien lo es casi siempre. Jesús sostenido por sus clavos estuvo pendiente de ellos no se cansó de sufrir ni hizo esfuerzos por aliviar el martirio que le causaban; así yo con ellos he de permanecer cuanto mi Dios quiera. Podemos orar brevemente ante su imagen y poner nuestras desazones en su rostro dulce. Como dice el himno que hoy le cantamos y que fue compuesto en la época de Santa Rafaela “dulce, dulce Jesús, dueño amado oh consuelo de Pedro Abad” PLAZOLETA COMANDANTE PORRAS Esta plazoleta que lleva hoy el nombre de otro célebre miembro de la familia Porras es muy distinta a como era en la época de niñez de Santa Rafaela. Este lugar era un pedregoso camino por el discurría un pequeño arroyuelo que en épocas de lluvias subía tanto de nivel que obligó a construir un pequeño puentecillo. Junto a dicho puentecillo existía un pilar donde manaba agua de un manantial y existían abrevaderos para la caballería. Ese pilar daba nombre al arroyo, el arroyo del Pilar. En la plaza había una gran casa, aunque hoy son dos. En ella vivían las hermanas Vacas. Ambas amigas de la Santa y con sus mismas inquietudes religiosas. Ramona y Mariana fue amiga desde los siete años de Rafaela. Mariana fue, de hecho, una de las primeras esclavas. Ramona, por su parte, fue madre de Antonio Pérez Vacas, el capellán del Santo Cristo actualmente en proceso de beatificación y que sabemos tuvo abundante correspondencia con la Santa. Las hermanas vacas al igual que las hermanas Porras ayudaban a los necesitados. Daban leche a quienes menos tenían. De la plazoleta salía la calle de las Moyas, al final de la misma vivía otra amiga de infancia de la Santa, Amparo Golmayo, la hija del médico. Así que estamos transitando por las mismas calles que recorría a diario la joven Rafaela María.