Los cachorros de diamela "Diamela" creció más aprisa que nosotros. Una mañana, la encontramos rodeada de cinco hermosos cachorros. Ella los lamía con ternura de madre en un rincón de la cocina. Fue mi hermana Lucha la primera en darse cuenta del acontecimiento, y corrió por toda la casa esparciendo la noticia: – ¡La Diamela ha tenido hijitos! ¡La Diamela ha tenido hijitos! El fuego estallaba en los leños del fogón. Diamela se estiró cuanto pudo acomodando la disposición de sus mamas para que los cinco recién nacidos bebiesen de su leche. Nuestras risas invadieron la cocina y abuela acarició nuestras cabezas. Los hijos de la Diamela, que andando el tiempo fueron muchos, tuvieron destinos diferentes. Unos, como el "Rocky", llevaron una vida regalona. Otros, sufrieron con resignación y lealtad su mala suerte. Y no todos heredaron la nobleza e inteligencia de la madre. Pude, entonces, comprobar que un raro instinto identifica a cada perro con el alma de sus amos. "Huascarito" era agresivo, traicionero e indomable, como sus dueños, los hermanos Candela. "Roly", hosco, taciturno, de pocos amigos, como doña Elvira, una solitaria mujer que no se hablaba con nadie. Nunca lo dejaba salir y fue un perro que sólo conoció el mar desde el balcón de un chalet que daba a la playa. "Rocky" vivió engreído de su suerte. Sus dueñas –tres hermanas casaderas– lo mimaron a tal punto que el animal ni siquiera se tomaba el trabajo de rascarse. Cuando algo le fastidiaba en el lomo o en las costillas, se acercaba adonde una de sus dueñas para que le rascasen. Ellas exclamaban "¡Ay, le pica, le pica, pobrecito!" y pasaban solícitas, gustosas, sus finas uñas entre el pelaje siempre limpio de "Rocky". Los cachorros que se llevaba tía Aleja vivieron muy bien pagados de su buena estrella. En casa de nuestra tía, chinchana, de corazón sencillo, y "sin pelos en la lengua" como solía advertir, nunca faltaron tres o cuatro perros. Los quería como si se tratase de niños de verdad. Ella los llamaba "sus hijos" y los bautizaba con nombres muy originales y graciosas. De la tía Aleja fueron "Cual", "Comotú", "Cariño", "Túcaerás" y otros, zalameros todos, sencillos y buenos como el alma de aquella inolvidable mujer de Chincha Alta. José Hidalgo