TIEMPO DE REFORMAS ARGENTINA: PERSPECTIVAS PREOCUPANTES El profundo malestar social que abate hoy a la Argentina (recesión, desempleo, pobreza, criminalidad, miedo y desespero social) ha sumido al país en una espiral descendente, cuyo final resulta muy difícil de prever. Lo peor de la situación argentina no son los datos económicos, con ser éstos muy negativos, sino la desesperanza y el hastío que se ha instalado en el cuerpo social, que puede dar al traste con el sistema político. La última huelga general del pasado día 13 no era, como otras, de Moyano y sus huestes sindicales, sino una huelga de clases medias devaluadas, de gentes con corbata y camisa blanca, que en los últimos meses se han visto despedidos (o no retribuidos) en sus puestos de trabajo. Nadie entiende muy bien como se ha podido llegar a esta situación, después de que en los últimos años (1990-1995) se han realizado masivas inversiones en la Argentina, que rondan los cien mil millones de dólares. La gente, los medios, las tertulias radiofónicas, buscan culpables (¿quién se ha llevado el dinero?) y en este estado de cosas es muy fácil desencadenar un proceso revisionista de lo hecho hasta ahora, en particular de los procesos de privatización y liberalización de los grandes sectores económicos como la energía -petróleo, gas, electricidad- las infraestructuras y empresas de transporte (autopistas, ferrocarriles, aerolíneas y aeropuertos), el agua, las telecomunicaciones. La pregunta es: ¿dónde han ido a parar los grandes beneficios de las privatizaciones?. Como se recordará fue el temor, o mas bien pánico, a la “hiperinflación” del presidente Raúl Alfonsín (que llegó al 3000% en 1991) lo que llevó a Carlos Menem a adoptar medidas que el país hacía tiempo que venía necesitando (reducción del Estado, privatización de empresas, liberalización de servicios) y a establecer un rígido “Programa de Convertibilidad” por el cual un peso argentino valdría lo mismo que un dólar estadounidense. Al pueblo argentino, durante cinco años, se le vendió la idea de que esta era la gran reforma del Estado, de la que se derivarían bienes para todos. Y la verdad es que durante los primeros años (1990-95) el cambio que experimentó la Argentina fue muy notable. Ahora bien, mas allá de lo acertado o no de tales medidas, lo cierto es que su implementación se hizo de forma abrupta y radical sin medir los costos de la transición y sus efectos sociales. Nadie quiere volver al pasado, pero sí revisar lo que se ha hecho “en contra del pueblo argentino”. La falta de todo tipo de “colchón” o de “blindaje social”, necesario para hacer transitable el paso de un país totalmente estatizado a un país completamente liberalizado, es quizá, entre otras, una de las principales causas de la grave situación social que atraviesa hoy la Argentina con una de las peores lacras que pueden afectar al desarrollo de cualquier nación: la pérdida de la esperanza. La Argentina es hoy un país desconfiado y “desesperado” y es sabido que los países, como los seres humanos, no pueden tomar las decisiones acertadas en un estado de desesperación. Como era fácil prever, se están escuchando una y otra vez los consabidos ataques al proceso de privatización, propugnando su revisión e incluso la “redistribución” de los beneficios obtenidos por las empresas privatizadas. Han aparecido en el último año algunas publicaciones “académicas” en las que se denuncia el capitalismo salvaje e inmisericorde que ha representado tanto la privatización inicial como el funcionamiento posterior de estas “utilities”, en base a un status de monopolio privado con precios altos y extraordinarios beneficios, que ahora se quieren revisar, devolviéndolos a los consumidores. Especialmente relevante resulta a estos efectos una obra reciente publicada en Buenos Aires sobre “Privatizaciones argentinas e impacto en los sectores populares” (B.A., año 2000) en la que se recogen las ponencias y conclusiones de un Seminario celebrado en la Universidad de Belgrano (una de las más prestigiosas del país) en mayo de 1999. En dicho Seminario, en cuya organización tuvo un papel relevante el Banco Mundial, ofrecieron su punto de vista representantes tanto de dicho organismo multilateral, como del Estado, entes reguladores, organizaciones de defensa de los consumidores, ONGs e instituciones académicas de aquel país. Constituye, por tanto, un testimonio bastante representativo del estado de la opinión ilustrada sobre este tema, que se extenderá progresivamente. Pues bien, las conclusiones que se desprenden de la lectura del libro podrían resumirse así. El vertiginoso proceso de privatizaciones que tuvo lugar en Argentina en los primeros años de la década de los noventa se produjo en un contexto de una sociedad invertebrada, acuciada por una situación de muy profunda crisis económica (hiperinflación e insostenibilidad de las cuentas públicas). Ante esa situación que conducía al suicidio social, se acudió a la utilización del “currency board” y a las privatizaciones, como medios fundamentales de detener e 1 intentar revertir la caótica situación que vivía el país. En lo relativo a la privatización, claramente primó el deseo de “hacer caja”lo antes posible. De ese objetivo primordial se derivaron las principales consecuencias siguientes: • • • • proceso privatizador en el que faltaron principios claros, transparencia y objetividad (con su corolario de abundantes casos de arbitrariedad y corrupción). infravaloración de los activos enajenados (especialmente en los casos de Aerolíneas, ENTEL e YPF). inexistencia de una regulación adecuada, con reguladores débiles, lo cual se tradujo en que los monopolios privados reemplazaron a los monopolios públicos. incrementos tarifarios (especialmente en telefonía), que han llevado a que, en los grupos de población más desfavorecidos económicamente, el porcentaje del gasto familiar destinado a servicios públicos se haya duplicado entre 1986 y 1996, superando los niveles que el Banco Mundial considera deseables a este respecto. El resumen de estos hechos es, para los autores del estudio, una situación de prevalencia de los adquirentes de las empresas privatizadas, que les ha permitido actuar en régimen de monopolio, sin control regulatorio eficaz, lo que se ha traducido en la obtención de unos beneficios extraordinarios. Dichas empresas han obtenido una tasa de rentabilidad excesivamente elevada (en comparación con otras empresas de idénticos sectores a nivel internacional y en comparación con empresas de entidad similar en Argentina), a costa fundamentalmente de unos usuarios cautivos. Según los autores, las empresas, en general, han “capturado a los reguladores”, de modo que han logrado renegociaciones muy ventajosas de unas condiciones pactadas para la adquisición, ya de por sí muy favorables. El estudio reconoce también efectos muy positivos como son: 1) en términos netos, estas empresas han pasado de requerir subvenciones de presupuesto federal argentino a ser financiadoras del mismo, gracias a los impuestos satisfechos por las mismas; y 2) ostensibles mejoras en la calidad del servicio prestado. Esto es, sobre todo, cierto en telefonía y, también – a pesar del importante desprestigio que supuso un gran apagón que afectó durante casi dos semanas, en febrero de 1999, a buena parte del Gran Buenos Aires- en electricidad. Existe un mayor descontento en el servicio de abastecimiento y saneamiento de aguas y en los transportes ferroviarios urbanos y suburbanos. Pero todo ello se ve ensombrecido por otras consecuencias muy negativas que en el libro se destacan como agravantes de la situación. Entre ellas las siguientes: 1. Los problemas cuya solución se decía querer lograr con las privatizaciones, han reaparecido con virulencia. En particular, la crisis de las finanzas públicas y, con carácter general, la solvencia internacional del país. El dinero recaudado por las privatizaciones, lejos de reducir el gasto y la deuda pública, los ha aumentado (podrían aportarse cifras llamativas). 2. El fracaso de los reguladores argentinos, que han sido capturados por las empresas privatizadas (en ocasiones, con signos claros de corrupción). Ello se manifiesta tanto a la hora de lograr la introducción de competencia efectiva en estos sectores como en la ausencia de una protección eficaz de los usuarios más desfavorecidos (ya sea por precios abusivos o por la inexistencia de provisión del correspondiente servicio, singularmente “hiriente” en el abastecimiento de aguas). 3. Drástica reducción (a una sexta parte) del empleo de las antiguas empresas públicas, en un contexto de excesivos beneficios. En definitiva y como conclusión, se piensa que los que más han ganado en el proceso privatizador han sido, con diferencia, los adquirentes de las empresas privatizadas. Los consumidores, en términos generales pagan más de lo que debieran (incluso para unos servicios que no en todos los sectores han visto mejorada su calidad de manera significativa). Los trabajadores han perdido ostensiblemente (como se deduce del drástico descenso del empleo) y el Estado en buena medida también (malvendió las “joyas de la corona”, en especial YPF, que siempre se deseó fuese un “campeón mundial” argentino). Con tales razonamientos, se han sentado las bases para postular una revisión en profundidad de lo realizado. Y aún cuando el libro es moderado en este punto, destacando un deseo latente de reformular el contrato regulatorio existente en los sectores de servicios públicos, es muy de temer que con esos “mimbres” alguien quiera hacer un 2 cesto más radicalizado. Algunos políticos avispados están dispuestos a ponerse al frente de la manifestación, con acciones como éstas: - - - huelga general del 14 de diciembre (la séptima durante este gobierno) y las próximas que ya se han anunciado, cuentan con un consenso mucho mayor que las anteriores, promovidas sólo por un sector muy particularizado y combativo de la clase trabajadora; propuestas legislativas como el establecimiento de un impuesto especial sobre las empresas con beneficios superiores a la media nacional (léase, empresas privatizadas); reestablecimiento de la Ley de “Compre Argentino” o “Compre Nacional”; revisión de tarifas a la baja por distintos conceptos (benchmarketing; tarificación por segundos; mayores exigencias de servicio universal sin compensación, etc...). supresión de beneficios fiscales concedidos por el ministro Cavallo bajo el llamado “Plan de Competitividad” que representaría la pérdida de millones de dólares a muchas empresas españolas (RepsolYPF; Dycasa, Cementos Avellaneda, FCC, Roca, y otras...). No se trata de entrar ahora en un profundo análisis de las causas que han llevado a la actual situación Argentina. Algunas de ellas, de índole económica, están bien identificadas y no es necesario detenerse en ellas (creciente deuda fiscal, rígido plan de convertibilidad, caída de los precios de las commodities, devaluación del real brasileño, etc…). Otras, de índole político, social y cultural, que afectan al sistema institucional argentino (falta de una función pública ilustrada y profesional, falta de fiabilidad de la Justicia, evasión fiscal masiva, una corrupción extendida y otras) bien merecerían un estudio detenido. La democracia en la Argentina no ha madurado aún lo suficiente, está lejos de reposar en un Estado sólidamente institucionalizado y no tiene una sociedad vertebrada. Sin duda, el advenimiento de la democracia aumentó la libertad individual, pero no la responsabilidad institucional. Instituciones básicas como la Justicia, la Función Pública, las Fuerzas de Seguridad o las propias Cámaras legislativas están lejos de tener un comportamiento ejemplar, propio de un Estado de Derecho moderno, lo que genera graves disfunciones en el funcionamiento de los mercados y de las empresas. Pero no es este el momento de detenerse en estos puntos. Lo que resulta absolutamente imprescindible -y urgente- es tratar de reaccionar frente al actual estado de cosas, antes de que ese malestar social profundo en relación a las privatizaciones y al proceso de liberalización se agrave aún más y se convierta en un sentimiento generalizado que pase a formar parte de la opinión común de los argentinos. Hay que evitar, si es posible, una crítica fácil al nuevo “colonialismo español” que vuelve a desangrar a la América Latina (algunos medios de opinión de raíces anglonorteamericanos no se recatan en propagar esta opinión: vid. artículo en Financial Times, 29.VI.1999, “The New Conquerors”). Si eso llega a producirse, los costos serían demasiado altos para las empresas privatizadas, que sin duda alguna serán las primeras víctimas de ese descontento. La función social que, además de la económica, tienen las empresas es un tema que se reitera hoy una y otra vez y está generalmente aceptado. La cuestión está en saber qué queremos decir con “función social de las empresas” y cómo se traduciría ello, en términos prácticos, en le caso de las empresas privatizadas en Argentina. Por otro lado, hay que saber conjugar esa función social con los beneficios que debe procurar toda empresa. El “quid” de la cuestión radica en cómo hacer rentable el compromiso o la función social que las empresas privatizadas tienen hoy ante la crisis social Argentina. En primer lugar se torna imprescindible tomar conciencia de que de la actual situación no se saldrá sólo con medidas económicas (difícilmente se encuentren ejemplos tan ricos en planes económicos e “ingeniera financiera” como los que se han practicado en Argentina en los últimos 15 años: Plan “Primavera”, Plan “Austral”, Plan de “Convertibilidad”, Ley de “Déficit Cero” Plan de “Competitividad”, etc..), sino con lo que hace años, algún político argentino llamó “el shock de confianza”. Por entonces, ese “shock” requería una serie de medidas económicas (que en su mayoría fueron las adoptadas en la década de los noventa). Hoy, además, se exigen medidas políticas. Entre ellas, se podrían destacar las siguientes: - - Un gran acuerdo de todos los agentes políticos, sociales y económicos que permitan adoptar por consenso las medidas (económicas y no económicas) que en adelante deba adoptar el gobierno actual. Sin este acuerdo, dada la composición del actual gobierno, cualquier medida se tornaría imposible. Este acuerdo debería también procurar el apoyo de organismos multilaterales (FMI, Banco Mundial, etc...). Medidas contra la evasión fiscal y la corrupción. 3 - Reformas institucionales, dirigidas a 1) la creación de una función pública profesional e independiente de los cambios políticos, 2) la configuración de una carrera y un poder judicial selecto e independiente (el actual Consejo General del Poder Judicial está en esta línea, pero es insuficiente), 3) la reestructuración, modernización y dotación de unas fuerzas y cuerpos de seguridad bien preparadas. En este entorno, ¿cuál es el papel y la tarea a realizar por las empresas privatizadas, muchas de ellas actualmente en manos de grupos españoles?. Es obvio que entre las fuerzas económicas arriba mencionadas, juegan un rol crucial y casi protagónico las empresas y bancos privatizados en los últimos diez años (SCH, BBVA, Telefónica, Endesa, Repsol, Gas Natural, Aguas de Barcelona, DYCASA, entre otras), que van a ser objeto de examen crítico en los próximos meses. Estas empresas deben, ante todo, dar razón de sí mismas, explicando con objetividad y rigor -con transparencia- el conjunto de su actividad y su contribución destacada al bienestar de la nación argentina. Deben salir al paso de interpretaciones o datos incompletos o sesgados, que se hayan dado hasta el momento, con un análisis detallado de cuales han sido sus inversiones, la extensión del servicio, generación de puestos de trabajo, precios de los servicios e impuestos pagados al Tesoro. Esto hay que hacerlo con discreción, sin que aparezca como una explicación de parte. Deberían también pensar en la constitución de un “Fondo de Solidaridad”, nutrido de aportaciones empresariales, que supongan un adelanto de impuestos a pagar en los próximos años, destinando tales fondos a las atenciones y gastos ineludibles que el Gobierno acuerde. Esto hay que hacerlo en coordinación con los Gobiernos, tanto español como argentino, poniendo públicamente de manifiesto el compromiso de España con la Argentina. Tanto razones históricas y culturales como sociales y económicas colocan a España en una situación inmejorable -y obligada- para ayudarle a nuestro país hermano a salir de la crisis. La próxima Presidencia española en la Unión Europea puede y debe contribuir también a intensificar las relaciones comerciales entre las empresas del Mercosur y las empresas europeas (liberalización de los intercambios, simplificación y agilización de trámites aduaneros, fomento de las inversiones y empresas comunes, etc…). Estas actividades promovidas por las empresas privatizadas no deben retrasarse. La actual crisis social va más deprisa que las reformas económicas que se puedan adoptar y, como ya se ha dicho, éstas solas no bastan. Hay que evitar que el profundo hastío social, al que nos referíamos al comienzo de estas líneas, desborde todos los límites. Gaspar Ariño Ortiz Madrid, 15 de diciembre de 2001 4