La puta aldea La cam.a cuántica Ella, la de siempre, la única, terminó de masturbarse ante G., mientras yo tranquilamente tomaba aire en el balcón que da a la residencia del Procurador General, quien desconoce que mi cama es cuántica: un laberinto de sábanas y olvidos, de perfumes agradables y olores desagradables. G. al verme regresar a la cama~ nerviosa me dio un beso y me preguntó por F. Sin decir nada, la atraje hacia mí y le di un beso. Agotada ella se unió a nosotros y nos quedamos dormidos. ¡Qué placer quedarme dormido acunado por dos pares de enormes y jóvenes tetas! G. quería volver a hacer comparaciones en cuanto al tamaño de sus tetas con las de F. que alguna vez nos miraban erguidas desde una foto que adornaba mi casa y que yo le había tomado en Reñaca un verano tan lejano como mi juventud ... • ¡Qué desperdicio tener 64 años y estar haciendo el amor con estas dos minas que juntas no llegan a mi edadlflfit#@ I tt® sin duda F. y M. se morirían de envidia .por el delicioso estado de estas cuatro tetas y cuatro • pIernas. • La idea de la cama cuántica me nació después de haber recordado una y mil veces la cama de Carlitos Blanco en 98 la película de Elíseo Subiela "Ellado oscuro del corazón". En esta cama, las mujeres desaparecen en el infinito gracias a un botón que apretado en el momento oportuno, las quitan de la cama, siempre y cuando ellas ocupen el lugar izquierdo de la cama. ,'. Las dimensiones de mi cama cuántica son exactamente las del tamaño de ......- - - - - - - - - - - -... mi dormitorio: CELSIUS FAHRENHEIT 4.75 metros por 3 10 50 Para metros. 11 52 hacer posible una 12 54 cama de estas MONOTONO COMO EL AMOR DE dimensiones, LAS MON}AS 10 cambié la direcIMPUT "TEMPERATURA CELSIS ción de las puerMAS BAJA? tas, tanto la de 20 acceso al dormiPRINT TAV (7); CELSIUS; TAB(15); torio como la de la FAHRENHEIT salida al balcón, 30 ambas se abren FOR [LTO L:20] hacia afuera, CARTUCHOS"3/@#®])J.lJ.LÁÁÁ1SBBBB MIERDA como la del baño. De tal manera, ..... uno no entra al dormitorio sino a la cama. Para evitar la tristeza de verse solo, debe llevar por lo menos una amante a la cama, a partir de esa primera vez, las amantes se multiplican casi automáticamente y conlO por arte de magia. -¡Qué pensaría el bombero si supiera que su ex pareja entró en mi cama cuántica y hace el amor conmigo y con -------------.1 G.I ", 99 Alejandra "Tu rosa es rosa. Mi rosa, 110 sé" Gertrude Stein De pronto, después de tantos años, para ser poco exactos: 25 años, 6 meses, 7 días, sentí la voz de Alejandra que me decía:-Mirá loco, prestáme un poquito de atención ... ¿ Qué te parece esto que voy a dejar sobre la mesa, rnás luego, cuando ya no regrese? .. /len el centro puntual de la nlaraña Dios, la araña" Nos conocimos en la Librería Atlántida en la calle Florida y juntos compartimos un tiempo en que el poeta y co-director de la revista poesía buenos aires, Nicolás Espiro, sostenía con justa razón, que el juicio final será ante la poesía, precisamente porque como él, Alejandra, Raúl Gustavo Aguirre, Rodolfo Alonso, Ramiro de Casasbellas, Paco Vrondo, Mario Trejo. Rubén Vela, Luis ladarola y yo, queríamos a la humanidad a la altura de la poesía. A veces al a tardecer, tomábamos café en el Florida Bar, a la salida de Filosofía y Letras -la Facultad donde ocultábamos nuestra adolescencia y nuestros miedos-; entonces creíamos que el mundo sería nuestro si lo vivíamos en París. Y allá se fue Alejandra, como se habían·ido Julio Cortázar y Lalo Schiffrin, y durante algunos años ·sus cartas, sus poemas y sus noticias nos llegaron desde allá, donde integró el comité de redacción de la revista Les Lettres Nouvelles. La recuerdo bailando con Raúl Gustavo en una de esas fiestas donde terminábamos en la cocina, tomando vino, ginebra o café y recitando a Paul Eluard y Rene Char, a Vicente Huidobro y Saint John-Perse. Alejandra me leía a Octavio Paz, que 100 tanto admiró sus poemas y que ya se fue a reencontrarse con ella, en el Café de los Poetas que Apollinaire y Lautreamont inauguraron en el infierno. Apoyado en una 'heladera Siam, blanca como nuestra soledad, yo le hablaba 9-e Janis Joplin y le leía poemas de Bob Dylan y de Manoel Anto• nlO. El recuerdo de Alejandra me vuelve a esas ausencias que nunca lo fueron tanto. Me vuelve al asombro de sus ojos tímidos y su busqué en mi biblioteca sus libros de poemas y sólo encontré algunos. Deben haberse quedado esperándome en mis bibliotecas ausentes de Isla Verde o de Villa Freud; deben haberse quedado quizás con estos recuerdos que no sé porqué regresaron como un malón. Alejandra nació en Buenos Aires en 1936 y se fue, voluntariamente, también en La Reina del Plata, el 25 de noviembre de 1972, precisamente el día en que este hacedor de recuerdos, llegaba a Guatelinda para hacerse cargo de una agencia de publicidad desde cuyas ventanas de un séptimo. piso, veía los volcanes que estoy seguro mucho le habría gustado a la que escribió La última inocencia (1956), a la que publicó el domingo 10 de setiembre de 1972 en La Nación, este poema Sobre un poema de Rubén Daría, dedicado a Marguerite Duras y a Francesco Tentori Montalto: Sentada en el fondo de un lago. Ha perdido la sombra, no los deseos de ser, de perder. Está sola con sus imágenes. Vestida de rojo, no mira. 101 ¿ Quién ha llegado a este lugar al que siempre nadie llega? El señor de las muertes de rojo. El enmascarado por su cara sin rostro. El que llegó en su busca la lleva sin él. Vestida de negro, ella mira. La que no supo morirse de amor y por eso nada aprendió. Ella está triste porque no está. , . Alejandra. En realidad, Flora Alejandra Pizarnik. Compañera de textos de sombra y poemas bebidos sin pausa y a toda prisa. A vos. A tu recuerdo que se me coló por donde no esperaba. A vos que escribiste que sos la noche y que hemos perdido. A vos, que querías existir más allá de vos muerte absurda. Tenía razón: hay que llorar hasta romperse / para crear o decir una pequeña canción, / gritar tanto para cubrir los agujeros de la ausencia misma: con los aparecidos. Que querías existir como lo que eras: una idea fija. Que querías ladrar, no alabar el silencio del espacio al que se nace. A vos Alejandra, hija de Yván Pizarnik de Kolikovski, que palabra por palabra, escribías la noche, a vos estas nostalgias de un tiempo que no sé realmente si fue mejor y la mañana de un domingo de Gua telinda. Cierro el cajón del clóset y dejo dormir entre carpetas y folders, los recuerdos de esa puta aldea, Buenos Aires, que me ataca sin contemplaciones. 102 "Un tiempo acaba. Otro regresa." Octavio Paz Llueve. Una vez más llueve un sábado. 'Un sábado por la tarde. Una vez más llueve, un sábado por la tarde en la puta y gran aldea. En la mía y en la de todos. En la puta aldea que nos crece por los pies y nos hace sus hijos. En esa obsesión nostálgica que nos inunda cuando estamos lejos de ella. La aldea, la puta aldea, es una incoherencia; también un absurdo. La puta aldea fue fundada tantas veces como amanecemos en ella. Llámese como se llame, es una y la misma. y la amamos por que es un sueño y una utopía. Un volcán dormido y un lago socarrón. Cuna de muertes absurdas. Hamaca para dormitar y parir broncas. Ron y vino. Aguardiente y mate. Pisco y grapa. La puta aldea nos nace entre traiciones compartidas; entre folclóricos libertadores y políticos corruptos; entre la espada de San Martín y la pluma de Andrés Bello; entre el caballo de Miguel Rodríguez y un poema de Martí. La gran aldea no tiene por qué tener nombre, pero la llamamos América, porque es como una mujer que nos permite amarla y a veces, inmerecidamente, olvidarla. Voy hablar de este ejercicio de vivirla aquí y allá. De transitarla por la Avenida Lyon o por Muñoz Rivera. De beberla en el Río Neuquén o en el Magdalena. De no olvidar nuestros desencuentros y recordar nuestras frustraciones menores y cotidianas. Voy hablar de esta América compartida. 103 • Regreso de la cocina de prepararme un café, algo me dice que pronto en el living algo me sucederá. ¿Premonición? Vaya uno a saber, pero algo que no se qué, sucederá, me sucederá una noche cualquiera, quizás ... El call1ino de Santiago García "En Compostela estamos moítos xa para sempre derrotados" X. L. Méndez Ferrín • A Manuel Piñeiro Santiago, como buen gallego estaba pendiente del Xacobeo y como buen gallego vivía lejos de su natal Cortiñán, en Parque de los Patricios, el sureño y proletario barrio de Buenos Aires, donde yo crecí jugando fútbol en la calle Uspallata o en el Parque Florentino Ameghino; como quien dice, vecino del Gallego Santiago, padre de Manolo, mi amigo y compañero de escuela, que como buen gallego año tras año intentaba ahorrar para poder viajar a Galicia y con la excusa de ver a los suyos, hacer el soñado Camino a Santiago. Pero todo era en vano, los pocos pesos ahorrados se iban en una cosa u otra: la educación de los hijos, en medicina y médicos para atender la salud de Carmen, su esposa, y en los úl timos tiempos también, para apañar las consecuencias de su desempleo. Santiago cada día le parecía más lejos y por las noches se iba a dormir pensando que tal vez podía ir con un poco de suerte, al próximo y último xacobeo del siglo. 104 Así fue como una mañana decidió comenzar a entrenar para que el Camino a Santiago no fuera un imposible para sus piernas menos jóvenes. Después de tomar unos mates y un pedazo de pan como desayuno, comenzó la primer .~tapa de su entrenamiento. Lentamente salió a la calle y por allí siguió hasta la esquina del Hospital Muñiz: Uspallata y Monasterio. Ya en la vereda del hospital decidió darle un par de vueltas y siguió por Uspallata hasta Santa Cruz donde dobló a la derecha hasta Patagones, antes de llegar a la esquina miró hacia la vereda de enfrente, donde durante años funcionó un proletario Matecocido, lugar de cita con sus compañeros de la Fábrica Del Sel. Sonrío pensando en Paco Rebolledo que había podido regresar a Carballo aunque más no fuera para morirse y siguió por Patagones en dirección a la avenida Vélez Sársfield, al pasar por Juan Carlos Gómez escuchó la algarabía de un recreo en la Escuela 24, la misma a la que habían ido sus hijos y a la q~e ahorita iba Manolito, su nieto mayor. Sin pensarlo dos veces sacó de su camisa un cigarrillo y continuó con su entrenamiento. El tráfico de Vélez Sársfield le llamó la atención y se preguntó si en La Coruña el tráfico estaría tan empelotado como en Buenos Aires. En cambio en Betanzos el tránsito nunca podría serlo ya que las callecitas empinadas y angostas lo impedirían. En la esquina de Avenida Alcorta no lo dudó, en su puta vida ciudad alguna podía tener un despelote mayor en el tráfico que Buenos Aires y lentamente prosiguió caminando bajo la sombra de los viejos eucaliptos, el camino por la húmeda vereda del hospital, regresando hasta Uspallata por Monasterio. Este trayecto día tras día fue modificado, sumándole en ocasiones varias cuadras por Alcorta 105 y regresando por Monteagudo y Uspallata. Otras veces daba una vuelta al Parque de los Patricios y cuando su maltrecha economía se lo permitía, tomaba un cafecito en un bar de la Avenida Caseros. Un domingo a la tarde mirando Galicia para el mundo que la Tele Española transmite para joder las morriñas, asumió que nunca tendría el dinero suficiente para regresar a Galicia y sin decir nada a nadie, tomó una decisión: el sábado próximo comenzaría su Camino a Santiago. Y así fue. El sábado cargó la mochila que su nieto le había prestado la tarde anterior, puso en ella ropa interior, medias y una camisa y ganó la calle rumbo a Santiago. Su Santiago de Compostela. Claro que no tomaría ni el Camino Francés ni el de los peregrinos que llegaban a Ribadeo y que venían por Mondoñedo hasta Villalba. El tomaría el Camino del Oeste, aún sabiendo que por allí jamás llegaría al mar, ni aunque cruzara el monte de San Antón ni siquiera asumiendo la ausencia de cruceros en la Cordillera de los Andes. Con pena recordó cuántas veces le habían comentado que el Camino a Santiago antes del mito del Santo, era el que los celtas tomaban para llegar a la mar y adorar al sol cuando se dormía en el horizonte. Sin más, en la siguiente esquina después de esperar impacientemente subió al bus que lo dejó precisamente en la calle Rivadavia donde comenzaba su Camino a Santiago. Eran las 6:55 de la mañana y la Plaza Miserere - que para el peregrino se había convertido en la Plaza de los Hermanos García Naveira - estaba repleta de gente apresurada por tomar un bus o bajar . al subte o esperar el próximo tren. El cielo de alguna manera tenía para él, el color betanceiro de setiembre y octubre. Cruzar la avenida Pueyrredón era como entrar en Betanzos 106 por el Puente Nuevo. Y aunque que no quedaba en ese camino el santuario de Nuestra Señora del Camino, para él caminar por la vereda de la Plaza era como caminar por la calle de los Remedios rumbo al Puente Viejo. Al llegar a Loria el peregrino creía estar caminando por la rúa del Castro hacia la Puerta de Castilla, el Rollo, el Puente de las Cascas, Xanrozo, Liminón, Vizoño ... Al pasar por la puerta de lo que fue el cine Loria encendió el primer cigarrillo y al llegar a la esquina de Boedo, se sintió muy feliz como si estuviera peregrinando por Bruma. Se sonrió a si mismo en una vidriera donde se exponía una ropa interior como jamás le había lucido su mujer, que en paz descanse, y silbando una muñeira siguió camino por esa calle larga que lleva el apellido de un hijo de gallegos como él, Rivadavia. En algunas esquinas hacía tiempo esperando el guiño de algún semáforo y en otras apresuraba el paso cruzando y cambiando de veredas, a veces caminaba por las de lado norte y a veces por las del lado sur, dependía de cómo el sol apretaba. En Primera Junta hizo una escala técnica y en un bar tomó su primer cafecito del día. Afuera el sol se filtraba por entre los árboles y se reflejaba en las ventanillas de los buses de mil colores que se apiñaban como enormes gusanos dispuestos a comer esa gigante manzana deliciosa que es Buenos Aires. Mientras revolvía el azúcar en el pocillo, se sintió feliz por estar realizando su Camino a Santiago. A su lado mujeres y hombres indiferentes seguían en lo suyo, algunos también ];Jebiendo una porción de jugo de paraguas y fumando sin prisa. El ruido de la calle lo devolvió a su realidad inmediata: seguir caminando lentamente por Rivadavia hacia el Oeste. 107 Pagó y volvió a ganar la calle rodeado de mujeres bellas que nunca pudo tener en su cama. Y a pesar de que un taxi que cruzó con luz roja casi lo atropelló, el no se dio cuenta. El estaba en Cabeza de Lobo donde se le unirían imaginarios peregrinos procedentes de La Coruña. Su infancia en Cortiñán le vino a la memoria y rememoró aquellos sábados que ganaba camino hacia Betanzos donde esperaraba encontrar la mujer de sus sueños o por lo menos algunos amigos marineros que en una vieja taberna contaban historias de América. Sintió deseos de comer al mediodía lacón con grelos y después de la siesta, jugar unas partidas de dominó. Al cruzar San Pedrito asumió que ese mediodía ni comería lacón con grelos ni dormiría la siesta ni muchos menos · jugaría al dominó y continuó caminando mirándose a veces pasar por algún espejo que dormitaba en un escaparate. En ocasiones los semáforos como que lo estaban esperando con sus luces verdes, mas sin embargo al llegar a la Estación Liniers, sintió ese antiguo dolorcito en la pantorrilla izquierda que lo obligaba a sentarse y esta vez lo hizo en una banca de la estación para mirar sin ver pasar uno tras otro trenes, muchos de los cuales lo llevarían a destino . • Faltaba poco para el mediodía, el sol como un puñal caía sobre el camino cuando cruzó la Avenida General Paz. Se acomodó la mochila y continuó la marcha mirando como con cuidado la pared del Cementerio Israelita. El dolorcito en la pantorrilla había desaparecido, gracias a Dios y naturalmente a Santiago. ¿Cual de los dos Santiagos? j El Feo! ... Del 108 que sólo se conserva una cabeza debajo de la tumba del apóstol y del que desde niño había sido el receptor de todos sus .ruegos, al que le estaba pagando la promesa de recorrer el Camino, si la salud y los dolores se iban del cuerpo d~ Carmen, su compañera de los últimos 45 años, madre de sus hijos y abuela de sus nietos. El no recordaba quién le había hecho el cuento que esta versión de los dos santos enterrados en Galicia era una invención del Obispo Diego Gelmirez el primer promotor del ·Camino a Santiago, un gallego de pro que llevó a los peregrinos cristianos por la ruta de los peregrinos celtas, mil y tantos años antes que Fraga Iribarne invadiera con sus peregrinos turísticos el Xacobeo. El Camino que él se imaginaba estar peregrinando era, casas más calles menos, igualito al de Santiago, aunque la verdad nunca asumida era que estaba caminando por la Avenida Rivadavia a la altura de la calle Carlos Calvo, a pocas cuadras de la Estación Ramos Mejía. Xoan, un lejano primo, hace muchos años, quizás poco después de terminada la segunda guerra mundial, le había escrito una carta en la que comentaba que subiéndose a la Torre de Hércules se podía ver dormir el sol como lo hacían los celtas, ya que los romanos del Emperador Trajano instalaron ese faro para guiar a sus navíos en el regreso a tierra, sobre un faro celta. Posiblemente estos recuerdos le vinieron a la memoria al sentir algunos ruidos que llegaban de los talleres del ferrocarril y se fijó una meta, llegar a Morón y comer algo. Necesita comer algo y aunque se lamentaba que sólo tenía dinero como para comer una pizza individual y tomar un par de vasos de vino, no le dio mucha importancia al menú, porque de alguna manera la pizza es para los emigrantes italianos como la empanada gallega 109 para él, así que siguió peregrinando a su manera, creyendo que la tierra que se asomaba por encima de sus sucias zapatillas era gallega. La Estación Morón no estaba ni lejos ni cerca, sólo estaba durmiendo junto a la vía del ferrocarril, acariciada por yuyos de mil tonos de verde, entre los que el peregrino descubría algunos cardos castillos y algunas ortigas, con los que en casa le preparan una tisana que le habían recomendado para su salud. Los incómodos dolores en la pantorrilla habían regresado. como unos niños que regresaban a su casa después de haber jugado su partido de fútbol en la cancha de Deportivo Morón y que se cruzaron con él, en la esquina de Rivadavia y Casullo. Al cruzar la vía del ferrocarril descubrió después de preguntarle a una señora que se guarecía del sol con un paraguas, que en Morón precisamente la calle Rivadavia aparentemente cambia de nombre por Sarmiento. j Por suerte otro descendiente gallego/ ... pensó, sin advertir que había pasado la zona donde pudo haber comido su almuerzo, de todas maneras al doblar a la izquierda en Cañada de J. Ruiz se encontró después de volver a cruzar la vía nuevamente peregrinando por Rivadavia, primero rumbo a una pizzería y luego hacia5antiago. Un par de cuadras después cerca de la Estación Castelar encontró el lugar donde además de comer, descansaría. Entró y se sentó en una mesa junto a la ventana y después de pedir su pizza y su vaso de vino, pasó al baño. Recién entonces se dio cuenta que desde que había salido de casa no había meado, él que meaba cada media hora debido a su maldita próstata. Un nuevo milagro que le debía al Apóstol, pensó 110 mientras se lavaba las manos. Luego sin prisa esperó bebiendo lentamente su vaso de vino la llegada de la pizza de muzzarella y anchoas, mientras fregaba su muslo adolorido. Cuando bajaba caminando de Cortijlán a Betanzos a veces se llegaba a Sada porque había un lugar donde el pulpo tenía un sabor único e inolvidable, como el vino que Antonio, su tío muerto en la Guerra Civil, hacía año tras año con las uvas de un parrón que cubría casi todo el patio de tierra de la humilde casa de los abuelos. El sabor de una Sardiñada en las fiestas de San Roque se le coló en los recuerdos y se recostó en el vidrio de la pizzería como solía hacerlo en hórreo repleto de mazorcas de maíz. Afuera pasaban los buses llevando y trayendo gente angustiada. Dentro las mazorcas se secaban esperando el momento de convertirlas en harina o comida para los cerdos que con tanto cariño la abuela cuidaba. j Qué lindos se veían aquellos jamones y aquellos tocinos colgados en la cocina, ahumándose sin prisa! La pizza de muzzarella con anchoas tuvo entonces sabor emigrante, es decir, sabor a morriña aunque nunca ni su madre ni su abuela la hubieran probado nunca y la desconocieran en sus cocinas. Por suerte el vino que estaba tomando tenía el mismo color que el de Antonio, así que pidió otro vaso el que bebió mirando a la calle, a esa Avenida Rivadavia que se había convertido en su Camino a Santiago ese sábado de sol. Pagó después de beber hasta la última gota de vino y del café que había pedido como broche de cierre del almuerzo. El camino de Sada a Betanzos tenía en sus recuerdos el perfume de la ría y esto definitivamente nunca lo encontraría en el Camino 111 a Santiago, ni siquiera en el que había inventado Gelmirez para joder a Roma. Nunca había tenido en esos años el dolor muscular que lo estaba fregando ese día. Al llegar a la esquina de Rivadavia y Almirante Brown, en San Antonio de Padua, el malestar muscular había casi desaparecido como el sol, el cielo poco a poco se estaba oscureciendo más por unas nubes que presagiaban lluvia que por la noche que debería llegar horas más tarde. Pasada la Estación Merlo otra vez debió cruzar la vía del ferrocarril para reencontrarse con la avenida Rivadavia para seguir su Camino. Pero fue en el puente que salta por sobre el Río de la Reconquista, cuando decidió bajar y refrescarse los pies en esas aguas poco santas y muy contaminadas. Para el peregrino estaba a un costado del Puente de las Cascas. Así es que bajó a la ribera y quitándose las zapatillas polvorientas y las medias, puso sus pies en el agua, al mismo tiempo que advertía el peregrino las llagas que habían aparecido en la planta de sus pies. Nada mas reconfortante que las aguas del Menda, se dijo. Las primeras gotas de lo que luego fue pertinaz llovizna le presagió inmediatamente nuevos inconvenientes. Secó sus pies con su pañuelo, se cambió de medias, se calzó las zapatillas y al mismo tiempo que se levantaba se acordó que no sería mala idea guarecerse de la llovizna poniéndose la campera que había puesto en la mochila por si hacía frío. Regresó a Rivadavia y siguió hacia Compostela, aunque Compostela fuera Luján, pero otra vez Rivadavia cambiaba de nombre, se llamaba Bartolomé Mitre, y esto además de confundirlo lo molestaba. 112 ¿Mitre sería descendiente de gallegos? ... ¿Cómo una calle podía llevar el nombre de un hombre del que Perón había dicho que fue el único general que perdió un desfile? ... Cerca de la Estación Moreno, el Camino también tenía otro nombre: Ruta 7. ¿ Qué número tendrá pensó el peregrino - la ruta de Betanzos a Santiago? .. y Moreno devino en La Reja donde Rivadavia tampoco se llama Rivadavia ni Moreno sino General San Martín y esto lo reconfortó. San Martín fue todo un tipo cojonudo y libertador, seguro descendiente de celtas. Sin darse cuenta en algún lugar del Camino la Avenida Rivadavia volvió a llamarse Rivadavia, lo cual para el peregrino fue otra señal del Apóstol. Sin embargo los calambres comenzaron a molestarlo nuevamente pasadita la Estación Las Malvinas, precisamente cuando Rivadavia de llama Bernardo de Irigoyen. La llovizna había disminuido y la noche se había establecido en el cielo. Las luces de la Estación General Rodríguez se iban aproximando cuando la marcha se le estaba haciendo pesada, así que decidió hacer un alto en la Estación sentándose en una banca de madera donde lo sorprendió quizás una hora después deseos de mear y de comer. Se calzó las zapatillas que se había quitado al sentarse y averiguó en la ventanilla donde podía comer algo y tomar una taza de café con leche, como hacía todas las noches. El empleado de la ventanilla le recomendó un boliche cercano y allí llegó el peregrino. Entre los parroquianos había camioneros, gente del lugar y otros peregrinos, evidentemente. Conversando tuvo una noción exacta de lo mucho que había caminado, casi tanto pensó haciendo cálculos, como de Cortiñán a Compostela. Tomó su .¡ ' 113 café con leche, con pan, manteca y dulce de leche, como quien estuviera comiendo una de esas tortillas de papas de ULa Castilla", famosa en Betanzos y en el mundo, y a invitación de los peregrinos decidió hacer noche con ellos cerca de la Estación La Fraternidad, donde unas monjitas. Lentamente adecuó su paso cansado al más cansado paso de otros peregrinos más doloridos y cansados. Y se le hizo un siglo llegar al posible albergue. Una vez en él, se acomodó en un rincón e hizo de su mochila almohada, debajo de la cual colocó por las dudas sus zapatillas atada una con la otra. Había comenzado a llover, otra buena señal del Apóstol, haberle permitido llegar a esa lugar, un garaje grande de techo de láminas de zinc iluminado con un lámpara de muy pocos watts. Sin sentir frío pero con un inconfeso dolor en la pantorrilla, se acurrucó y se quedó dormido. Nuevamente los mismos sueños. El olor del pan casero recién salido del horno. La mirada infinita de su madre. Franco en el poder. Los ausentes en el cementerio: su padre, el tío Antonio, su hermano Pepe. Aquella caldeirada de pescado que comió en su primer Fiesta de los Caneiros, después de haber bebido y remado por el Mandeo. El puente del Pedrido donde se declaró a Carmen. Aquellas sardinas con cachelos que comía en Gandarío, en casa de su madrina. Las orejas de frade y las filloas. El viaje a Buenos Aires en la panza del Santa Rita. El primer mate bebido en compañía de los compañeros de la fábrica. El 17 de octubre. Perón al poder. La noche que con Carmen fueron a escuchar María Fernanda en el Auditorio al Aire Libre del Parque Centenario y ella le confesó que por fin estaba esperando un hijo. La mañana en 114 que desesperado le prometió al Apóstol que a como diera lugar recorrería el Camino si le devolvía la salud a su mujer. Las angustias económicas. El nacimiento de sus hijos y nietos. Una puntada tremenda en la pierI)a lo despertó, pero no se atrevió a despertar a nadie y mordiéndose los labios se dio unos masajes sobre el muslo adolorido. Evidentemente ese frío y húmedo albergue no era lo más conveniente ni para su piernas ni para sus huesos cansados y doloridos. Volvió a buscar una posición algo más .cómoda y trató de dormir, pero no le fue posible. La madrugada colaba sus primeras luces por entre las endijas del techo de zinc y por una puerta del fondo apareció una monja invitándolos a tomar un desayuno o algo parecido. Rengeando se levantó y se fue al baño que estaba a un costado en patio de tierra. La niebla mañanera se iba despejando poco a poco, como poco a poco los peregrinos se iban preparando ya desayunados a continuar el Camino. No dijo nada a nadie sobre el dolor que definitivamente se había instalado en su pierna. Así es que bebió el mate cocido con leche, comió el pan que la monja le había dado y recogió su mochila. Después salió a la calle y allí con su andadura peregrina, esperó a sus compañeros algunos de los cuales se quejaban de las ampollas en los pies y de lo mal que habían dormido. El Camino hacia el Santuario se debería hacer de acuerdo a la monjita, siguiendo siempre por la Ruta 7 y así lo hicieron los peregrinos, ninguno de ellos menor de 60 y pico de años. Lenta y pausadamente recorrieron las calles hasta llegar al cruce con el Acceso Norte. Allí comenzaron los cabildeos y las confusiones ya que algunos querían doblar por el lIt> Acceso con lo cual estarían regresando hacia el lugar de donde venían y otros decían que debían seguir como lo había indicado la monjita. Así lo hicieron. Los dolores en la pierna ya no era posible disimularlos y así es que pidió tenerle un poco de paciencia o en caso contrario, que lo dejaran solo que él poco a poco seguiría camino. Solidariamente los peregrinos lo esperaron y al llegar al cruce de las rutas 5 y 7, todos se sentaron y rezaron las mujeres algunos Padre Nuestros y Aves Marías, para darles fuerza ahora que se encontraban ya casi al final del Camino. Se equivocaron los guías peregrinos y en lugar de seguir por la 7 a la derecha, continuaron por la 5 a la izquierda, un error básicamente producido por que porque obedecieron el mismo rumbo que habían tomado al llegar al Acceso Oeste, es decir siguieron la ruta de la izquierda y no la de la derecha. Caminaron hasta llegar a un triple cruce: a la derecha la calle Casey, derecho la Rural 5 y a la izquierda la Ruta Provincial 47. En plena discusión por cual era el camino a seguir tuvieron la fortuna de encontrarse con un distribuidor de pan quien los indicó que se habían equivocado de ruta y lo que ahora tenían que hacer era caminar por Casey, cruzar las vías del Ferrocarril Sarmiento, junto a la Estación Luján, tomar la Avenida España y en la esquina de Humberto l° doblar a la derecha unas 4 calles. En esa calle que debe ser San Martín, doblar a la izquierda y caminar quizás unas 8 Ó 9 calles hasta la Basílica. El sol no acaba de asomar a pesar de lo avanzado de la mañana, tampoco el dolor y los calambres habían disminuidos, sino todo lo contrario. En voz baja le pidió al Apóstol que le permitiera llegar y 116 cumplir su promesa, pero parecía corno que Santiago tenía el teléfono descolgado pues los dolores seguían allí en su muslo izquierdo. En la plazoleta que hay frente a la Estación Luján, se sentó a esperar el milagro que no .?e le concedía, mientras los peregrinos más ansiosos continuaron su marcha. Más o menos eran 2 kilómetros los que le faltaban, pensó, y así se lo dijo a una señora cuyos pies sangraban por las llagas abiertas; 2 kilómetros significaban a ese nivel de su cansancio y de sus dolores, casi una hora y media más ... Al retornar el camino el peregrino por la Avenida España, lo hizo más que lentamente, a veces · apoyándose en las paredes y otras en los árboles. Cada cuadra era para él corno dos o tres. Casi 30 minutos tardó en llegar a Humberto l° y al cruzar la calle San Martín, llevaba más de hora y cuarto. Hizo el cálculo que poco más o menos le faltaba un kilómetro para llegar a Basílica, aunque más no fuera por un costado, no corno el había soñado: por enfrente caminando orgulloso por su hazaña. Y con más lentitud que antes y con más dolores, siguió su • camIno. Las calles se sucedían una a otra corno los calambres: Alsina, Mariano Moreno, Colón, Italia, Rivadavia, Francia, desde donde se veían las agujas de las dos enormes torres de la Basílica. Tardó casi 15 minutos para completar la última cuadra por San Martín, entre Francia y 9 de julio. Finalmente y muy adolorido se encontró frente a la iglesia. Con lágrimas en los ojos cruzó 9 de julio y ya en el atrio, se persignó. Un joven policía provincial con cara de pendejo que lo vio tambalearse, , se le acercó y le preguntó si se sentía mal. El no le respondió y continuó su marcha hacia la entrada de 117 la gigantesca Basílica donde los argentinos veneran la Virgen de Luján. El fin del Camino había llegado; él había llegado a Santiago, a Compostela. Miró hacia el altar mayor distante como a 100 metros y después levantó la cabeza como pidiendo la gracia de llegar. Ni las banderas de todos los países de América que cuelgan del techo de la Basílica pudieron convencerlo de que estaba en Luján y no en Compostela. Una brisa de incienso que creyó provenía del botafu meiro, presagió el final de su camino por la vida . . "El peregrino Santiago García, de 71 años, español, naturalizado argentino, murió en brazos de un policía", dijeron los diarios a la mañana siguiente. Pero no era cierto. Santiago murió en los brazos de un policía provincial con cara de pendejo, a quien confundió con el Apóstol. Tá. Té. Tí. - La puta madre, ¡cómo tenés presente a Buenos Aires! - Está en mi, como vieja. - ¿ y por qué mierda no nos vamos a vivir allá? .. En poco tiempo podemos salir adelante. Vos tenés amigos y yo tengo buenas ondas y mejores vibras. - A mi edad es difícil recomenzar C. - No me hables así. Lo de tu edad es más bien una excusa. - Sabés, hay cosas que ya no me banco. . l? - ¿'Camo por eJemp o.... - Las eternas protestas por todo de los argentinos. - Pero si vos mismo sos un protestón emeritísimo. 118 - Soy un pendex de teta alIado de nuestros paisanos. Además, esa no esta la cuestión. Falta laburo y quien va a comprometerse con un tipo como yo, habiendo miles de tipos más jóvenes y mejores ... - Dejá de ser tan pesimista. No ~os el único tipo que se tiene que bancar su edad. - Puede ser... - Cuando estemos en Baires, podés tirar cables y ahí, te darás cuenta de la realidad. - Puede ser... puede ser... - Vení, acompañame a la cocina, quiero prepararte unas milanesas a la napolitana, que motivarán tus nostalgias y de paso, vos preparás una ensalada de todo: tenemos lechuga, berros, porotos blancos, aguacate, aceitunas, ajíes y tomates. Ah y con esa vinagreta fenomenal con anchoas, que hiciste cuando vino a comer Ramón. En la cocina vi a C. más joven aún. Iba de un lado a otro, desordenando todo lo que encontraba a su paso. Sacó el pan rallado y lo pasó dos veces por un colador fino. Su manía es que la cobertura migada de las milanesas no sea tosca. Después batió unos huevos, a los que agregó perejil bien picado, sal, pimienta negra recién molida y la carne para las milanesa. - Sabes 'fina cosa que no entiendo en Guate, es cómo habiendo tantos italianos y argentinos, no hacen milanesas de la bola de lomo. Mientras ella seguía con las milanesas, puse las verduras y las hortalizas crudas, en agua con desinfectante. De tanto en tanto miraba sus piernas que se escapaban del delantal que habitualmente yo uso para cocinar. Debajo sólo tenía una más que breve bikini. - Gordi, en Baires te vaya llevar a un restaurante donde hacen las mejores milanesas napolitanas del mundo. 119 No se por qué pensé en Osvaldo Soriano y Osiris Troiani en Venecia, sentados como Napoleón en Piazza San Marco, o cruzando el Ponte Vecchio, en Florencia. Pensé en la confesión de Soriano por las trampas que suelen hacer algunos, yo diría casi todos, periodistas, tanto con la justificación de sus gastos de viáticos, cómo en los "inspiradores" recortes de revistas. Venecia nunca ejerció en mí, ese hechizo que envolvió tanto a mis paisanos Soriano y Troiani como a Thomas Mann o Luchino Visconti. Prefiero Génova y la costa Ligure. Sin embargo, cerca de Venecia, comí posiblemente las mejores milanesas napolitanas, cosa que nunca ocurrió en mi amada Nápoles. C. estaba empanizando las milanesas cuando yo comencé a exprimir los limones para la vinagreta. Receta que había aprendido precisamente de una xeneise de grandes tetas en una trattoria de Santa Margarita: una taza de aceite de oliva extra virgen, media taza de jugo de limón, una cucharada de piñones machacados, otra de alcaparras, otra de aceitunas negras y otra de anchoas, todo bien picado, más dos o tres dientes de ajo, cortados en juliana. Se mezcla bien y se deja marinar unos 20 Ó 30 minutos. Antes de servir esta pócima, se le agrega un huevo duro bien picado y se hecha por encima de un ensalada de lechuga, berros, aguacate, cebollas en juliana, más tomates, chiles pimientos, papas y zanahorias cocidas, estos últimos cortados en dados. Genoveses, napolitanos y gallegos le dieron sabor a las comidas básicas de los porteños. C. amorosamente, como siempre, me ayudó a poner la mesa y mientras ella freía las milanesas, abrí la primer botella de un agradable Don Valentín y 120 puse en unas tablas de madera, diferentes quesos uno de Chiapas, que nos habían regalado, un seudo Manchego y un auténtico Camembert - y el jamón que nos quedaba y que habíamos comprado en Katok, en nuestro último paseo a Chichicastenango. Serví las dos primeras copas con vino y nos sentamos a la mesa, mientras en el horno se derretía la muzarella sobre una deliciosa salsa de tomates que cubría las milanesas. - Mi viejo prepara una salsa de tomates con ajo que son de película. - i Qué bueno salió este Don Valentín! ... Cuando estábamos en plena manducación de las milanesas, sonó el teléfono. Era la madre de Claudia que llamaba. Tuve un presentimiento y mientras madre e hija hablaban, levanté los platos y traje el postre. Hablaron quizás diez o quince minutos. Cuando C. regresó a la mesa, magulló: A los padres no hay quien los entienda. "La mentira es la verdad de la literatura.» Mario Monteforte Toledo Ayudé a C. a limpiar los platos, después ella me trajo a la cama, un café delicioso. Prontamente se acurrucó a mi lado y nos quedamos dormidos. El buen "Don Valentín" cumplió su misión, acompañándola las milanesas y regalándonos ese delicioso sopor que nos introduce en la casi sagrada siesta. En mi mesa de noche descansaban también "Piratas, fantasmas y dinosaurios" de Osvaldo Soriano, 121 "Una vísperas muy largas" de Mario Monteforte Toledo y "El escriba" de Pedro Orgambide. En la mesa de noche de C., "B.B." una suerte de biografía de Brigitte Bardot y una revista "Gente". En la televisión, Valencia 5 - Atlético Bilbao 2. En algún momento desperté para no compartir con Monteforte Toledo su gusto por algunos vinos, de los que habla con la Jíbara. Olvida cosechas excepcionales como la de 1961, del Rouge Bordeaux, de los Sauternes, del Rouge Bourgundy, o de los Cotes du Rhóne. El recuerdo de aquel mediodía en París que con Mireya, de regreso de un paseo por el Bois de Vincennes, descubrimos los encantados nunca más encontrados, en unos de los más extraordinarios vinos del Loire, los de la cosecha 1959. Fue, creo recordar, en un restaurante muy pequeño de rue de Rivoli, cerca del Musée des arts décoratifs. ¿Por qué no recordar Bourgundy excepcionales como el rojo cosecha 1978 o el blanco de la cosecha del 79? .. Amo los vinos rojos de la Provence y de la Cote D' Azur, muy especialmente cosecha 1985, como algunos vinos italianos del sur, allí donde los vientos africanos, levantan el azúcar y el alcohol. Imprevistamente, sin mediar causa alguna, la voz de alguien que no puedo rescatar ni su cara ni su nombre, me saca de la cama en Guatemala y me transporta a la rue de Varenne 77, exactamente en la puerta del Musée Rodin, para recordarme que entre los mejores mostos franceses del siglo se encuentran los de 1921, 1928, 1929, 1945, 1947, 1949, 1955, 1961, 1985 Y 1989. ¿Cuándopodré regresar a París? Miré a C. durmiendo a mi lado y me dije que ella es el amor: -¿Por qué dejarla ir? Cerré los ojos y me hundí en esa mezquina fatalidad de los argentinos. Quise huir de la realidad, de esa cama y de esa muchacha que bien podía ser mi hija. 122 Ninguneado por mi mismo más que por otros, culpé a la PowerBook por la pérdida de muchos capítulos de mi no-novela. Maldije como tantas veces, haber nacido en esa puta aldea, húmeda, siniestra, hermosa. ¡Cuánta razón tiene Soriano} por alguna razón Mariano Moreno, el revolucionario de mayo, murió - ¿o lo asesinaron? en alta mar; José de San Martín, el libertador, el militar honesto, cerró sus ojos para siempre en Boulogne-sur-Mer, allí donde Francia mira hacia Canadá más que a Inglaterra; Juan Manuel de Rosas, el dictador, el hacendado aristócrata, lo hizo en Southampton, en la Inglaterra que combatió y lo combatió; Domingo Faustino Sarmiento, el maestro, el civilizador, murió en Asunción del Paraguay; Juan Bautista Alberdi, el autoexilado constitucionalista, en París; Carlos Gardel, el "que nos dio otra voz" dejó de cantarnos en vivo y en directo, en Medellín, allí donde Colombia se quita el frío bogotano; y el Che Guevara, el de la utopía de siempre, en una esquina de la selva boliviana. Los argentinos somos como de otro país, no de ese que se ensangra y ensancha en la pampa. Y los argentinos de la puta aldea, nos creemos como Jorge Luis Borges, unos privilegiados por que no nos parieron en las europas. Somos e insisto que tiene mucha razón Osvaldo Soriano, como si el país y su gente no 11 fueran una misma cosa sino un permanente encono que empuja a la separación, al exilio o al desprecio." Una y otra vez me doy vuelta en la cama. Huelo en C. el perfume de hembra al acecho y me siento como El Rufían Melancólico que ha descubierto la puta aldea y la detesta, como su padre putativo, Roberto Arlt, que sabía que siempre los humillados seguirían bajando por Independencia hacia el Bajo, allí donde el Paseo Colón fue una suerte de camba- 123 lache de putas y marineros, y hoyes el comienzo reciclado de la nada portuaria. Hay que zafar de la literatura, hermano; me digo sin decírmelo y sin asumirlo. Quisiera encerrarme en un placard. Archivarme a la espera de mejores tiempos. Tengo que huir aún más si es posible de la melancólica ironía porteña. El aire que respiro es una mezcla de oxígeno, nitrógeno y Riachuelo. El estupendo culo de C. refregándose contra mí me recuerda que es mentira que Buenos Aires, la puta aldea, está como a 6,500 Km. Besar las tetas de esta porteña, es mamar nuevamente el placer de las tetas de mi madre. Edipo infernal e incurable, al fin de cuentas, acaricio su delicioso culo, por aquello del milagro de coger más allá de los 65 años. Quisiera de pronto volver a la PowerBook, encenderla y que aparecieran, de igual modo que se desaparecieron, mis apuntes. Vivo angustiado como un personaje de Graham Greene, entre la Nada y Dios, huidizo solitario borracho, aventurero fraternal de causas perdidas. Batiendo la justa Estoy de alguna manera, como el coronel Aureliano Buendía, frente al pelotón de fusilamiento, sólo que no recuerdo aquella remota tarde en que mi padre, que no conocí, me llevó a buscar un poco de hielo para enfriar la vieja heladera que dormida en un oscuro rincón de la cocina de mi casa, intentaba enfriar el agua y el vino, en los veranos porteños de los años 30. 124 C. no entiende que estoy empantanado. No se qué hacer cuando tengo frente a mi, la pantalla en blanco de la Macintosh. ¿Qué mierda hacer? Todas mis preguntas tenían una respuesta, pero desde que el disco duro de la PowerBook. se jodió, tengo respuestas pero no preguntas y no soy Conrad para sacar a mis personajes de un naufragio. No hay fórmulas para escribir. Miro los cassettes y los CD que cubren una pared de mi pequeño estudio y nada. Cambio de música. Abandono a Piazzolla y regreso a las milongas cantadas por Tita Merello. Me levanto, corrijo la perpendicularidad ·de los cuadros. Tomo "Rayuela" y me quiero suicidar. Vaya la cocina y me preparo un café y mientras se hace, cambio Cortázar por Arlt. Dejo mi café doble junto a mis apuntes tomados en cuadernos que lleno en ocasiones como un obseso. Le ruego a C. que no joda por un tiempo. Vuelvo a levantarme y me sirvo un whisky, quizás triple. Y al regresar la computadora sigue descansando, como mis ideas. Oprimo una tecla, cualquiera, y el blanco se adueña de la pantalla. ¿Por qué mierda no soy más meticuloso con mis cosas? A Scott Fitzgerald no le habría pasado lo que a mi. Claro que no hay mal que por bien no venga, C. nunca será Zelda. Si por lo menos tuviera en casa, tabaco para mis pipas o algunos de los cigarros que durante más de 20 años me acompañaron en algunos de mis mejores días y de mis peores noches. Dejé de fumar para sentirme mejor y no me siento mejor. ¡Mi reino por un Partagás! Voy por otro café. C., desnuda, desde la cama me ve caminar como un loco, pero no dice nada, sabe que estoy empantanado y que no puedo arrancar. Me fumaría como Cabrera Infante, un Clemenceaus de Romeo y Julieta, uno de esos Churchill de 125 extraordinarios sabores, o quizás si no fuera tan comemierda, me fumaría un Special C. Davidoff, tres paneletas de finos tabacos dominicanos, entrelazadas como culebras entre si, que encierran un sabor fuerte y aromático, aunque después me crucifique por esnob. ¡Puto disco duro! Y lo peor es que no puedo decir como Hemingway que "la única cosa de la que un escritor puede estar seguro a lo largo de su existencia es que todo el mundo intentará impedir que escriba. Familia, escuela, ejército, dinero, política, amigos, enemigos, conocidos y críticos." Soy un autor nuevamente en busca de un personaje que es el mismo y no otro. Finalmente me decido y apago la PowerBook'y me voy a la cama con C. Suavemente le beso el vientre y me detengo poseso en su ombligo antes de trepar por sus senos. Ansiosa abre su boca que como loco beso y escudriño con mi lengua, antes de continuar por el lóbulo de . sus orejas. Mi mano derecha está haciendo estragos con su clítoris. Dejo de besar su cuello que tantas veces acaricio, para decirle que la amo y que Ella lo es todo. Después, sin piedad, la penetro. Poco a poco la noche se va haciendo fuera de ese territorio maravilloso que es mi cama cuántica. "El avance hacia atrás 11 Exequiel Martínez Estrada A mi me fundaron como mínimo 23,363 veces. A la puta aldea,2. A mi me fundaron una gallega monárquica y católica, y un gallego anarquista que huyeron de la miseria. 126 A la aldea, dos conquistadores que huyeron de la realidad. Yo crecí entre ausencias. La aldea creció entre la soledad y la traición. Los conquistadores que me fundarop eran soñadores impenitentes, como los fundadores de la aldea, en la que me parieron una mañana de febrero. Los conquistadores no amaban la tierra conquistada: la deseaban como si fuera una buena hembra . • C. me escuchaba leer y releer estas líneas sin decirme nada. Finalmente se puso de pie, tomó su bolso y salió a la calle. Cuando quedé solo, comencé a presentir lo que sería el perfume de su ausencia. Habíamos acordado no hablar del otro cuando uno faltara y lo que ella no sabía era que muy pronto, me faltaría totalmente. De alguna manera yo sabía que nuestra relación debía terminar; no sabía cómo. Anoche en casa de unos amigos recordamos lo bien que lo pasamos, los cuatro juntos, en Monterico. y es verdad, a pesar de que detesto esas playas de . arenas negras. Nos fuimos a primera hora de la mañana del viernes y regresamos pasado el mediodía del lunes. Por suerte llegamos bien provistos de buen vino blanco argentino, de algunas botellas de ron Zacapa Cente. narlO y quesos. En el rústico hotel, nos tocaron cabañas vecinas, lo cual nos permitió compartir, tragos, música, revistas, libros, sol, mosquitos y conversas. Nue~tros amigos, encantadores y se llevan muy con C. desde la misma noche que la conocieron en 127 "Siriacos", una noche en que aburridos de estar en casa, salimos a pie en busca de un lugar para comer, un lugar que yo sabía sería "Siriacos". J. es mexicana, hija de padres chapines exiliados y F. es panameño, ambos son de la edad de C. y mi amistad viene de cuando fui el publicista del negocio del padre de F., en mis años de residencia panamena. • En Monterico el sol nos sorprendía a C. y a mi, caminando por la playa, mientras nuestros compañeros intentaban despertarse. Cuando caminábamos por las tardes por esa arena áspera y oscura, el panameño intentaba sonsq.carme algo de C., cómo y dóndela conocí, desde cuando vivimos juntos, cual es la diferencia de años que le llevo y mil pendejadas mas. Yo, con la mente en blanco para reconstruir mi no-novela, regresaba una y otra vez a la put~ aldea. Le hablaba de lo linda que está. De cómo ni el "neoliberalismo la había podido joder. Mirando el Pacífico, evoqué mis primeros contactos con el Río de la-Plata, en la Costanera, en el Balneario, en tiempos en que los laberintos comenzaban a conducirme sin casi darme cuenta. La puta aldea entonces era la ciudad más habitada donde se hablaba españolo algo parecido. El país era tierra de promisión, tanto para emigrantes como lo fueron mis padres, como para los que huían de Franco, de los nazis, de la guerra b de la postguerra. ¿Cómo explicarle a mi amigo por qué devenimos en la actual realidad de nación subdesarrollada cQn una capital del primerísimo mundo? F. mentalmente "estructura~ I I 128 do como su padre y los panameños de su clase, a esperar siempre la "ayuda" yanqui, no comprendía mis tampoco muy claras explicaciones socioeconómicas y políticas. Bajo el sol mañanero que extré¡lñamente en esta parte de América, a veces sale por el Pacífico, caminábamos como nuevos conquistadores, sqlo que nuestras Américas estaban arreglándose para lucir como los más bellos trofeos de nuestra conquista. Después de unas caminatas de unos 4 kilómetros, regresábamos al hotel y luego de reunirnos cada uno con su compañera, volvíamos a reencontrarnos en la playa para adorar el sol. C. y yo, confesábamos extrañar el pan de coco, que alguna vez compartimos en Livingston. Los desayunos servidos lentamente, eran el comienzo de largas jornadas de hacer nada al solo bajo una subdesarrollada sombrilla de palmas. En algún lugar conservaré para siempre los recuerdos de esos días y esas noches en Monterico, como conservo los recuerdos de aquellos · castillos que construíamos con la oscura arena del Río de la Plata. • "Si me dieran a elegir yo elegiría esta inocencia de no ser inocente" escribió Juan Gelman; sin embargo después de haber sobrevivido tanto, yo puedo decir: La puta aldea me agobia, casi tanto como el asumir que nunca más recuperaré mis apuntes extraviados en los laberintos de un maldito disco duro o que mis días conC. están contados . . Caminando por la playa en Monterico sentí a mi lado la ausencia de aquella que no siendo C. podría 129 serlo. Presiento sus piernas caminando a mi lado y ya extraño la suavidad de su desconocida piel que . tanto amo. Zafando . ·Enciendo la PowerBook quizás en busca de un milagro. Recorro los archivos y me detengo en "Poesía",lo abro y leo: "Arisca soledad", "Poesía en francés"; "Poesía reviste" y "Soles". Abro "Soles" y veo: "pesandando andenes", "Ejercicios de vida", "Estelas", "ObseSlones . ""S . sed" , "Sed· ""S er Sln . so1", , . er Sln Sln ser, "Son sin son". La poesía es mágica, resistió la locura cibernética del disco duro. Ingreso sin saber por qué en "Ejercicios de vida" y leo poemas que se fueron desgajando . de mi vida. Llamo~a C. que está leyendo a Lacan y no le leo estos poemas que posiblemente nunca comprenda que fueron escritos para la que amo sin conocer, para la que a 10 mejor es un personaje de Sabato o de Pauline Réage ... • Voy a zafar. Voy a zafarme de los recuerdos de la puta aldea. Cierro los ojos y trato de olvidar. Una vez más todo vuelve, como la mar a la playa . • Acomodando en al auto los bolsos en el baúl, más una cuota ínfima del perfume de la mar, C. encontró 130 una copia de un pasillo del laberinto del Sur, salvado de la destrucción del disco duro. Al leerlo, regresa mi frustración por la pérdida de tanta información. Ya de regreso a casa, después de un lentísimo retorno por un endiablado tráfico,' mientras C. se bañaba y se arreglaba el cabello, metí la ropa sucia en la lavadora (que dejé funcionando) y comencé a pasar en la Macintosh, el texto recupeTime Track rado. P----------------------------. Desde que te chupam.os, . vos no sos nada Tirado en el suelo. Muy golpeado. Con los ojos cerrados escuchaba 24 horas son insuficientes ... el tiempo que comienza ahora en este preciso minuto se me acaba de escapar. Quiero vivir los nuevos minutos con la mirada de los cosmonautas. Quiero escribir mi amor en la Muralla China cuando menos. Quiero subir al metro en Time .Square y bajarme en Lavalle. Necesito más tiempo para vivir el sur del norte, para dormir en Panamá y despertarme en Madrid. Quiero vivir después de todo, lo " mIO. Quiero querer poder besarte en la Calle del Capitán Haya esquina Entre Ríos. Necesito poder querer gritar silenciosamente las banderas que a cada minuto se encienden como servei d' informaci'o agraria. . Quiero suicidarme de futuro. 131 repetidamente las palabras del que lo había torturado durante las últimas horas ... - Desde que te chupamos, vos no sos nada ... Apenas si recordaba cómo había llegado hasta allí y cómo lo habían sacado de su casa. Le dolía todo el cuerpo, especialmente los testículos que acaban de picanearle. De repente pensó en su madre que también había sido chupada por los mismos sujetos encapuchados armados hasta los dientes, que destruyendo todo lo que encontraban a su paso, habían entrado preguntando a los gritos por su padre. Abrió los ojos y gracias a la rendija de luz que debajo del tabicamiento, apenas si podía ver el frío y húmedo piso de cemento donde estaba tirado. Descubrió poco a poco en la oscuridad, en un rincón, a su compañero de celda. Era también como él, muy joven y posiblemente estaba allí chupado por las mismas inexistentes razones. Quiso hablarme pero no pudo. Le dolía mucho la boca y sentía muy flojos los dientes. Poco a poco se iba dando cuenta que 10 que le había repetido el torturador era la verdad: No sos nada. El ya no era nada. Y se preguntaba por qué. Cuál era su delito. Su verdad era de pronto el silencio de todos los que como él, habían sido chupados una noche cualquiera mientras dormían. Un hilo de sangre brotó por su boca y la muerte se le aproximó como una caricia. Su compañero se arrastró a duras penas hacia el y tomándolo de una mano, le suplicó: - Ahora no pibe .... ¡Aguantá! Aguantá pibe ... En un esfuerzo supremo volvió a abrir los ojos para v~r, si era posible, a esa voz que lo consolaba. Desprendió como pudo la sucia tela adhesiva del tabica miento y vio a su lado, golpeado y moribundo a un estudiante como él. Quiso decirle algo pero no pudo. Sólo apretó fuertemente la mano que temb~orosamente tomaba . la suya. y las manos que días atrás tomaron quizás, un absurdamente prohibido volante Pro Boleto Escolar, se mantuvieron apretadas hasta el final; hasta que la muerte se hizo dueña del húmedo silencio del calabozo de 2 metros por 1,80. Separarlos les resultó muy difícil a los torturadores del Chupadero Malvinas. Cuando esto sucedió yo estaba quizás torpemente hablando de lo jodido que había sido el terremoto de Guatemala, ignorando como muchos argentinos de la edad de mis hijos, lo que sucedía a diario en la esquina de Allison Bell y Garibaldi, en el centro de la ciudad de Quilmes. Incontinencias Salvo en un disquette Desde que te chupamos, vos no sos nada. Entra en el estudio C. desnuda, secándose con una toalla pequeñita . - vos .? ... le vas a banar - ¿• '1"'. - Si. Ahorita voy. - Te llamé para que nos bañáramos juntos y no me paraste bola. - Estaba pasando precisamente el texto que encontraste en el baúl del auto. - Vos sabés que estás obsesionado con tu novela. 133 - No-novela mi amor. No-novela. Historiabierta. - Sea lo que sea, preferiste estar con tu no-novela que conmigo bajo la ducha. - Cada cosa a su tiempo mi amor. Vení... y sin decir más, le di un beso y casi la arrastré a la ducha. Coquetamente dejó caer su toalla para que la viera casi como una diosa y después de sacarme los moca·s ines, como estaba, con Jean, camisa y calzoncillo, me metí bajo el agua calentita de la ducha. Poco a poco, entre besos y caricias, C. me fue desnudando hasta que ya en pelotas, comenzó a enjabonarme mientras yo me lavaba el cabello con un champú de manzanas salvajes, que juntos habíamos comprado una tarde, poco después que ella se había adquirido un espectacular conjunto de ropa interior en Hiper Paíz y antes de comenzar a comprar todo lo que nos haría falta en ese fin de semana que acabamos de pasar en la mar. Los senos de C. naturalmente erguidos lo estaban aún más quizás por el agua de la ducha, quizás por mis caricias o por los besos que le daba a sur rosados pezones erguidos como lanzas. Y lo que tenía que suceder sucedió. Tomé mi bastón al mismo tiempo que su pierna izquierda se apoyaba en el borde la tina y lentamente la penetré. No se por qué pero coger en la ducha es uno de mis grandes placeres, sólo que en este caso, la molestia resultaba mi ropa que descansaba húmeda en el piso de la ducha. Después sin dejar de besarnos, mojados como estábamos nos fuimos a la cama donde, volvimos a ser uno del otro. El fresco de la medianoche nos sorprendió dormidos, entrelazados como siempre, uno en el otro. La gota del descansador de la pantalla de computadora, era el único ruido que se oía en mi apartamento del 5° piso Sur. 134 Me levanté y apagué la computadora. , . ••