La puta aldea

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La puta aldea
La cam.a cuántica
Ella, la de siempre, la única, terminó de masturbarse
ante G., mientras yo tranquilamente tomaba aire en
el balcón que da a la residencia del Procurador
General, quien desconoce que mi cama es cuántica:
un laberinto de sábanas y olvidos, de perfumes
agradables y olores desagradables.
G. al verme regresar a la cama~ nerviosa me dio
un beso y me preguntó por F. Sin decir nada, la atraje
hacia mí y le di un beso. Agotada ella se unió a
nosotros y nos quedamos dormidos.
¡Qué placer quedarme dormido acunado por dos pares
de enormes y jóvenes tetas! G. quería volver a hacer
comparaciones en cuanto al tamaño de sus tetas con las
de F. que alguna vez nos miraban erguidas desde una foto
que adornaba mi casa y que yo le había tomado en Reñaca
un verano tan lejano como mi juventud ...
•
¡Qué desperdicio tener 64 años y estar haciendo el amor
con estas dos minas que juntas no llegan a mi
edadlflfit#@ I tt® sin duda F. y M. se morirían de envidia .por el delicioso estado de estas cuatro tetas y cuatro
•
pIernas.
•
La idea de la cama cuántica me nació después de haber
recordado una y mil veces la cama de Carlitos Blanco en
98
la película de Elíseo Subiela "Ellado oscuro del corazón".
En esta cama, las mujeres desaparecen en el infinito gracias
a un botón que apretado en el momento oportuno, las
quitan de la cama, siempre y cuando ellas ocupen el lugar
izquierdo de la cama.
,'.
Las dimensiones de mi cama cuántica son exactamente
las del tamaño de ......- - - - - - - - - - - -...
mi dormitorio:
CELSIUS
FAHRENHEIT
4.75 metros por 3
10
50
Para
metros.
11
52
hacer posible una
12
54
cama de estas
MONOTONO COMO EL AMOR DE
dimensiones,
LAS MON}AS
10
cambié la direcIMPUT "TEMPERATURA CELSIS
ción de las puerMAS BAJA?
tas, tanto la de
20
acceso al dormiPRINT TAV (7); CELSIUS; TAB(15);
torio como la de la
FAHRENHEIT
salida al balcón,
30
ambas se abren
FOR [LTO L:20]
hacia afuera,
CARTUCHOS"3/@#®])J.lJ.LÁÁÁ1SBBBB
MIERDA
como la del baño.
De tal manera, .....
uno no entra al dormitorio sino a la cama.
Para evitar la tristeza de verse solo, debe llevar por lo
menos una amante a la cama, a partir de esa primera vez,
las amantes se multiplican casi automáticamente y conlO
por arte de magia.
-¡Qué pensaría el bombero si supiera que su ex pareja
entró en mi cama cuántica y hace el amor conmigo y con
-------------.1
G.I
",
99
Alejandra
"Tu rosa es rosa. Mi rosa, 110 sé"
Gertrude Stein
De pronto, después de tantos años, para ser poco
exactos: 25 años, 6 meses, 7 días, sentí la voz de
Alejandra que me decía:-Mirá loco, prestáme un
poquito de atención ... ¿ Qué te parece esto que voy a dejar
sobre la mesa, rnás luego, cuando ya no regrese? .. /len el
centro puntual de la nlaraña Dios, la araña"
Nos conocimos en la Librería Atlántida en la calle
Florida y juntos compartimos un tiempo en que el
poeta y co-director de la revista poesía buenos aires,
Nicolás Espiro, sostenía con justa razón, que el juicio
final será ante la poesía, precisamente porque como él,
Alejandra, Raúl Gustavo Aguirre, Rodolfo Alonso,
Ramiro de Casasbellas, Paco Vrondo, Mario Trejo.
Rubén Vela, Luis ladarola y yo, queríamos a la
humanidad a la altura de la poesía.
A veces al a tardecer, tomábamos café en el Florida
Bar, a la salida de Filosofía y Letras -la Facultad
donde ocultábamos nuestra adolescencia y nuestros
miedos-; entonces creíamos que el mundo sería
nuestro si lo vivíamos en París. Y allá se fue
Alejandra, como se habían·ido Julio Cortázar y Lalo
Schiffrin, y durante algunos años ·sus cartas, sus
poemas y sus noticias nos llegaron desde allá, donde
integró el comité de redacción de la revista Les Lettres
Nouvelles.
La recuerdo bailando con Raúl Gustavo en una
de esas fiestas donde terminábamos en la cocina,
tomando vino, ginebra o café y recitando a Paul
Eluard y Rene Char, a Vicente Huidobro y Saint
John-Perse. Alejandra me leía a Octavio Paz, que
100
tanto admiró sus poemas y que ya se fue a
reencontrarse con ella, en el Café de los Poetas que
Apollinaire y Lautreamont inauguraron en el
infierno. Apoyado en una 'heladera Siam, blanca
como nuestra soledad, yo le hablaba 9-e Janis Joplin
y le leía poemas de Bob Dylan y de Manoel Anto•
nlO.
El recuerdo de Alejandra me vuelve a esas
ausencias que nunca lo fueron tanto. Me vuelve al
asombro de sus ojos tímidos y su busqué en mi
biblioteca sus libros de poemas y sólo encontré
algunos. Deben haberse quedado esperándome en
mis bibliotecas ausentes de Isla Verde o de Villa
Freud; deben haberse quedado quizás con estos
recuerdos que no sé porqué regresaron como un
malón.
Alejandra nació en Buenos Aires en 1936 y se fue,
voluntariamente, también en La Reina del Plata, el
25 de noviembre de 1972, precisamente el día en que
este hacedor de recuerdos, llegaba a Guatelinda para
hacerse cargo de una agencia de publicidad desde
cuyas ventanas de un séptimo. piso, veía los
volcanes que estoy seguro mucho le habría gustado
a la que escribió La última inocencia (1956), a la que
publicó el domingo 10 de setiembre de 1972 en La
Nación, este poema Sobre un poema de Rubén Daría,
dedicado a Marguerite Duras y a Francesco Tentori
Montalto:
Sentada en el fondo de un lago.
Ha perdido la sombra,
no los deseos de ser, de perder.
Está sola con sus imágenes.
Vestida de rojo, no mira.
101
¿ Quién ha llegado a este lugar
al que siempre nadie llega?
El señor de las muertes de rojo.
El enmascarado por su cara sin rostro.
El que llegó en su busca la lleva sin él.
Vestida de negro, ella mira.
La que no supo morirse de amor y por eso nada aprendió.
Ella está triste porque no está.
,
.
Alejandra. En realidad, Flora Alejandra Pizarnik.
Compañera de textos de sombra y poemas bebidos
sin pausa y a toda prisa. A vos. A tu recuerdo que se
me coló por donde no esperaba. A vos que escribiste
que sos la noche y que hemos perdido. A vos, que
querías existir más allá de vos muerte absurda. Tenía
razón: hay que llorar hasta romperse / para crear o decir
una pequeña canción, / gritar tanto para cubrir los
agujeros de la ausencia misma: con los aparecidos. Que
querías existir como lo que eras: una idea fija. Que querías
ladrar, no alabar el silencio del espacio al que se nace. A
vos Alejandra, hija de Yván Pizarnik de Kolikovski,
que palabra por palabra, escribías la noche, a vos
estas nostalgias de un tiempo que no sé realmente
si fue mejor y la mañana de un domingo de
Gua telinda.
Cierro el cajón del clóset y dejo dormir entre
carpetas y folders, los recuerdos de esa puta aldea,
Buenos Aires, que me ataca sin contemplaciones.
102
"Un tiempo acaba. Otro regresa."
Octavio Paz
Llueve. Una vez más llueve un sábado. 'Un sábado por
la tarde. Una vez más llueve, un sábado por la tarde en
la puta y gran aldea. En la mía y en la de todos. En la
puta aldea que nos crece por los pies y nos hace sus hijos.
En esa obsesión nostálgica que nos inunda cuando estamos lejos de ella.
La aldea, la puta aldea, es una incoherencia;
también un absurdo. La puta aldea fue fundada
tantas veces como amanecemos en ella. Llámese
como se llame, es una y la misma.
y la amamos por que es un sueño y una utopía.
Un volcán dormido y un lago socarrón. Cuna de
muertes absurdas. Hamaca para dormitar y parir
broncas. Ron y vino. Aguardiente y mate. Pisco y
grapa.
La puta aldea nos nace entre traiciones
compartidas; entre folclóricos libertadores y políticos
corruptos; entre la espada de San Martín y la pluma
de Andrés Bello; entre el caballo de Miguel
Rodríguez y un poema de Martí. La gran aldea no
tiene por qué tener nombre, pero la llamamos
América, porque es como una mujer que nos permite
amarla y a veces, inmerecidamente, olvidarla.
Voy hablar de este ejercicio de vivirla aquí y allá.
De transitarla por la Avenida Lyon o por Muñoz
Rivera. De beberla en el Río Neuquén o en el
Magdalena. De no olvidar nuestros desencuentros
y recordar nuestras frustraciones menores y
cotidianas. Voy hablar de esta América compartida.
103
•
Regreso de la cocina de prepararme un café, algo me dice
que pronto en el living algo me sucederá. ¿Premonición?
Vaya uno a saber, pero algo que no se qué, sucederá, me
sucederá una noche cualquiera, quizás ...
El call1ino de Santiago García
"En Compostela estamos
moítos xa para sempre derrotados"
X. L. Méndez Ferrín
• A Manuel Piñeiro
Santiago, como buen gallego estaba pendiente del
Xacobeo y como buen gallego vivía lejos de su natal
Cortiñán, en Parque de los Patricios, el sureño y
proletario barrio de Buenos Aires, donde yo crecí
jugando fútbol en la calle Uspallata o en el Parque
Florentino Ameghino; como quien dice, vecino del
Gallego Santiago, padre de Manolo, mi amigo y
compañero de escuela, que como buen gallego año
tras año intentaba ahorrar para poder viajar a Galicia
y con la excusa de ver a los suyos, hacer el soñado
Camino a Santiago. Pero todo era en vano, los pocos
pesos ahorrados se iban en una cosa u otra: la
educación de los hijos, en medicina y médicos para
atender la salud de Carmen, su esposa, y en los
úl timos tiempos también, para apañar las
consecuencias de su desempleo.
Santiago cada día le parecía más lejos y por las
noches se iba a dormir pensando que tal vez podía
ir con un poco de suerte, al próximo y último
xacobeo del siglo.
104
Así fue como una mañana decidió comenzar a
entrenar para que el Camino a Santiago no fuera un
imposible para sus piernas menos jóvenes. Después
de tomar unos mates y un pedazo de pan como
desayuno, comenzó la primer .~tapa de su
entrenamiento. Lentamente salió a la calle y por allí
siguió hasta la esquina del Hospital Muñiz: Uspallata
y Monasterio. Ya en la vereda del hospital decidió
darle un par de vueltas y siguió por Uspallata hasta
Santa Cruz donde dobló a la derecha hasta
Patagones, antes de llegar a la esquina miró hacia la
vereda de enfrente, donde durante años funcionó un
proletario Matecocido, lugar de cita con sus
compañeros de la Fábrica Del Sel. Sonrío pensando
en Paco Rebolledo que había podido regresar a
Carballo aunque más no fuera para morirse y siguió
por Patagones en dirección a la avenida Vélez
Sársfield, al pasar por Juan Carlos Gómez escuchó
la algarabía de un recreo en la Escuela 24, la misma
a la que habían ido sus hijos y a la q~e ahorita iba
Manolito, su nieto mayor. Sin pensarlo dos veces sacó
de su camisa un cigarrillo y continuó con su
entrenamiento. El tráfico de Vélez Sársfield le llamó
la atención y se preguntó si en La Coruña el tráfico
estaría tan empelotado como en Buenos Aires. En
cambio en Betanzos el tránsito nunca podría serlo
ya que las callecitas empinadas y angostas lo
impedirían. En la esquina de Avenida Alcorta no lo
dudó, en su puta vida ciudad alguna podía tener un
despelote mayor en el tráfico que Buenos Aires y
lentamente prosiguió caminando bajo la sombra de
los viejos eucaliptos, el camino por la húmeda vereda
del hospital, regresando hasta Uspallata por
Monasterio. Este trayecto día tras día fue modificado,
sumándole en ocasiones varias cuadras por Alcorta
105
y regresando por Monteagudo y Uspallata. Otras
veces daba una vuelta al Parque de los Patricios y
cuando su maltrecha economía se lo permitía,
tomaba un cafecito en un bar de la Avenida Caseros.
Un domingo a la tarde mirando Galicia para el
mundo que la Tele Española transmite para joder las
morriñas, asumió que nunca tendría el dinero
suficiente para regresar a Galicia y sin decir nada a
nadie, tomó una decisión: el sábado próximo
comenzaría su Camino a Santiago. Y así fue.
El sábado cargó la mochila que su nieto le había
prestado la tarde anterior, puso en ella ropa interior,
medias y una camisa y ganó la calle rumbo a
Santiago. Su Santiago de Compostela. Claro que no
tomaría ni el Camino Francés ni el de los peregrinos
que llegaban a Ribadeo y que venían por
Mondoñedo hasta Villalba. El tomaría el Camino del
Oeste, aún sabiendo que por allí jamás llegaría al
mar, ni aunque cruzara el monte de San Antón ni
siquiera asumiendo la ausencia de cruceros en la
Cordillera de los Andes. Con pena recordó cuántas
veces le habían comentado que el Camino a Santiago
antes del mito del Santo, era el que los celtas tomaban
para llegar a la mar y adorar al sol cuando se dormía
en el horizonte. Sin más, en la siguiente esquina
después de esperar impacientemente subió al bus
que lo dejó precisamente en la calle Rivadavia donde
comenzaba su Camino a Santiago. Eran las 6:55 de
la mañana y la Plaza Miserere - que para el peregrino
se había convertido en la Plaza de los Hermanos
García Naveira - estaba repleta de gente apresurada
por tomar un bus o bajar . al subte o esperar el
próximo tren. El cielo de alguna manera tenía para
él, el color betanceiro de setiembre y octubre. Cruzar
la avenida Pueyrredón era como entrar en Betanzos
106
por el Puente Nuevo. Y aunque que no quedaba en
ese camino el santuario de Nuestra Señora del
Camino, para él caminar por la vereda de la Plaza
era como caminar por la calle de los Remedios rumbo
al Puente Viejo. Al llegar a Loria el peregrino creía
estar caminando por la rúa del Castro hacia la Puerta
de Castilla, el Rollo, el Puente de las Cascas, Xanrozo,
Liminón, Vizoño ...
Al pasar por la puerta de lo que fue el cine Loria
encendió el primer cigarrillo y al llegar a la esquina
de Boedo, se sintió muy feliz como si estuviera
peregrinando por Bruma. Se sonrió a si mismo en
una vidriera donde se exponía una ropa interior
como jamás le había lucido su mujer, que en paz
descanse, y silbando una muñeira siguió camino por
esa calle larga que lleva el apellido de un hijo de
gallegos como él, Rivadavia.
En algunas esquinas hacía tiempo esperando el
guiño de algún semáforo y en otras apresuraba el
paso cruzando y cambiando de veredas, a veces
caminaba por las de lado norte y a veces por las del
lado sur, dependía de cómo el sol apretaba. En
Primera Junta hizo una escala técnica y en un bar
tomó su primer cafecito del día. Afuera el sol se
filtraba por entre los árboles y se reflejaba en las
ventanillas de los buses de mil colores que se
apiñaban como enormes gusanos dispuestos a comer
esa gigante manzana deliciosa que es Buenos Aires.
Mientras revolvía el azúcar en el pocillo, se sintió
feliz por estar realizando su Camino a Santiago. A
su lado mujeres y hombres indiferentes seguían en
lo suyo, algunos también ];Jebiendo una porción de
jugo de paraguas y fumando sin prisa. El ruido de la
calle lo devolvió a su realidad inmediata: seguir
caminando lentamente por Rivadavia hacia el Oeste.
107
Pagó y volvió a ganar la calle rodeado de mujeres
bellas que nunca pudo tener en su cama. Y a pesar
de que un taxi que cruzó con luz roja casi lo atropelló,
el no se dio cuenta. El estaba en Cabeza de Lobo
donde se le unirían imaginarios peregrinos
procedentes de La Coruña.
Su infancia en Cortiñán le vino a la memoria y
rememoró aquellos sábados que ganaba camino
hacia Betanzos donde esperaraba encontrar la mujer
de sus sueños o por lo menos algunos amigos
marineros que en una vieja taberna contaban
historias de América. Sintió deseos de comer al
mediodía lacón con grelos y después de la siesta,
jugar unas partidas de dominó. Al cruzar San
Pedrito asumió que ese mediodía ni comería lacón
con grelos ni dormiría la siesta ni muchos menos ·
jugaría al dominó y continuó caminando mirándose
a veces pasar por algún espejo que dormitaba en un
escaparate. En ocasiones los semáforos como que lo
estaban esperando con sus luces verdes, mas sin
embargo al llegar a la Estación Liniers, sintió ese
antiguo dolorcito en la pantorrilla izquierda que lo
obligaba a sentarse y esta vez lo hizo en una banca
de la estación para mirar sin ver pasar uno tras otro
trenes, muchos de los cuales lo llevarían a destino .
•
Faltaba poco para el mediodía, el sol como un puñal
caía sobre el camino cuando cruzó la Avenida
General Paz. Se acomodó la mochila y continuó la
marcha mirando como con cuidado la pared del
Cementerio Israelita. El dolorcito en la pantorrilla
había desaparecido, gracias a Dios y naturalmente a
Santiago. ¿Cual de los dos Santiagos? j El Feo! ... Del
108
que sólo se conserva una cabeza debajo de la tumba
del apóstol y del que desde niño había sido el
receptor de todos sus .ruegos, al que le estaba
pagando la promesa de recorrer el Camino, si la salud
y los dolores se iban del cuerpo d~ Carmen, su
compañera de los últimos 45 años, madre de sus hijos
y abuela de sus nietos. El no recordaba quién le había
hecho el cuento que esta versión de los dos santos
enterrados en Galicia era una invención del Obispo
Diego Gelmirez el primer promotor del ·Camino a
Santiago, un gallego de pro que llevó a los peregrinos
cristianos por la ruta de los peregrinos celtas, mil y
tantos años antes que Fraga Iribarne invadiera con
sus peregrinos turísticos el Xacobeo. El Camino que
él se imaginaba estar peregrinando era, casas más
calles menos, igualito al de Santiago, aunque la
verdad nunca asumida era que estaba caminando
por la Avenida Rivadavia a la altura de la calle Carlos
Calvo, a pocas cuadras de la Estación Ramos Mejía.
Xoan, un lejano primo, hace muchos años, quizás
poco después de terminada la segunda guerra
mundial, le había escrito una carta en la que
comentaba que subiéndose a la Torre de Hércules se
podía ver dormir el sol como lo hacían los celtas, ya
que los romanos del Emperador Trajano instalaron
ese faro para guiar a sus navíos en el regreso a tierra,
sobre un faro celta. Posiblemente estos recuerdos le
vinieron a la memoria al sentir algunos ruidos que
llegaban de los talleres del ferrocarril y se fijó una
meta, llegar a Morón y comer algo. Necesita comer
algo y aunque se lamentaba que sólo tenía dinero
como para comer una pizza individual y tomar un
par de vasos de vino, no le dio mucha importancia
al menú, porque de alguna manera la pizza es para
los emigrantes italianos como la empanada gallega
109
para él, así que siguió peregrinando a su manera,
creyendo que la tierra que se asomaba por encima
de sus sucias zapatillas era gallega.
La Estación Morón no estaba ni lejos ni cerca, sólo
estaba durmiendo junto a la vía del ferrocarril,
acariciada por yuyos de mil tonos de verde, entre
los que el peregrino descubría algunos cardos
castillos y algunas ortigas, con los que en casa le
preparan una tisana que le habían recomendado para
su salud. Los incómodos dolores en la pantorrilla
habían regresado. como unos niños que regresaban
a su casa después de haber jugado su partido de
fútbol en la cancha de Deportivo Morón y que se
cruzaron con él, en la esquina de Rivadavia y
Casullo.
Al cruzar la vía del ferrocarril descubrió después
de preguntarle a una señora que se guarecía del sol
con un paraguas, que en Morón precisamente la calle
Rivadavia aparentemente cambia de nombre por
Sarmiento. j Por suerte otro descendiente gallego/ ...
pensó, sin advertir que había pasado la zona donde
pudo haber comido su almuerzo, de todas maneras
al doblar a la izquierda en Cañada de J. Ruiz se
encontró después de volver a cruzar la vía
nuevamente peregrinando por Rivadavia, primero
rumbo a una pizzería y luego hacia5antiago. Un par
de cuadras después cerca de la Estación Castelar
encontró el lugar donde además de comer,
descansaría.
Entró y se sentó en una mesa junto a la ventana y
después de pedir su pizza y su vaso de vino, pasó al
baño. Recién entonces se dio cuenta que desde que
había salido de casa no había meado, él que meaba
cada media hora debido a su maldita próstata. Un
nuevo milagro que le debía al Apóstol, pensó
110
mientras se lavaba las manos. Luego sin prisa esperó
bebiendo lentamente su vaso de vino la llegada de
la pizza de muzzarella y anchoas, mientras fregaba
su muslo adolorido.
Cuando bajaba caminando de Cortijlán a Betanzos
a veces se llegaba a Sada porque había un lugar
donde el pulpo tenía un sabor único e inolvidable,
como el vino que Antonio, su tío muerto en la Guerra
Civil, hacía año tras año con las uvas de un parrón
que cubría casi todo el patio de tierra de la humilde
casa de los abuelos. El sabor de una Sardiñada en
las fiestas de San Roque se le coló en los recuerdos y
se recostó en el vidrio de la pizzería como solía
hacerlo en hórreo repleto de mazorcas de maíz.
Afuera pasaban los buses llevando y trayendo gente
angustiada. Dentro las mazorcas se secaban
esperando el momento de convertirlas en harina o
comida para los cerdos que con tanto cariño la abuela
cuidaba.
j Qué lindos se veían aquellos jamones y aquellos tocinos
colgados en la cocina, ahumándose sin prisa!
La pizza de muzzarella con anchoas tuvo entonces
sabor emigrante, es decir, sabor a morriña aunque
nunca ni su madre ni su abuela la hubieran probado
nunca y la desconocieran en sus cocinas. Por suerte
el vino que estaba tomando tenía el mismo color
que el de Antonio, así que pidió otro vaso el que
bebió mirando a la calle, a esa Avenida Rivadavia
que se había convertido en su Camino a Santiago
ese sábado de sol.
Pagó después de beber hasta la última gota de
vino y del café que había pedido como broche de
cierre del almuerzo. El camino de Sada a Betanzos
tenía en sus recuerdos el perfume de la ría y esto
definitivamente nunca lo encontraría en el Camino
111
a Santiago, ni siquiera en el que había inventado
Gelmirez para joder a Roma. Nunca había tenido en
esos años el dolor muscular que lo estaba fregando
ese día. Al llegar a la esquina de Rivadavia y
Almirante Brown, en San Antonio de Padua, el
malestar muscular había casi desaparecido como el
sol, el cielo poco a poco se estaba oscureciendo más
por unas nubes que presagiaban lluvia que por la
noche que debería llegar horas más tarde. Pasada la
Estación Merlo otra vez debió cruzar la vía del
ferrocarril para reencontrarse con la avenida
Rivadavia para seguir su Camino. Pero fue en el
puente que salta por sobre el Río de la Reconquista,
cuando decidió bajar y refrescarse los pies en esas
aguas poco santas y muy contaminadas. Para el
peregrino estaba a un costado del Puente de las
Cascas. Así es que bajó a la ribera y quitándose las
zapatillas polvorientas y las medias, puso sus pies
en el agua, al mismo tiempo que advertía el
peregrino las llagas que habían aparecido en la planta
de sus pies.
Nada mas reconfortante que las aguas del Menda, se
dijo.
Las primeras gotas de lo que luego fue pertinaz
llovizna le presagió inmediatamente nuevos
inconvenientes. Secó sus pies con su pañuelo, se
cambió de medias, se calzó las zapatillas y al mismo
tiempo que se levantaba se acordó que no sería mala
idea guarecerse de la llovizna poniéndose la campera
que había puesto en la mochila por si hacía frío.
Regresó a Rivadavia y siguió hacia Compostela,
aunque Compostela fuera Luján, pero otra vez
Rivadavia cambiaba de nombre, se llamaba
Bartolomé Mitre, y esto además de confundirlo lo
molestaba.
112
¿Mitre sería descendiente de gallegos? ... ¿Cómo una
calle podía llevar el nombre de un hombre del que Perón
había dicho que fue el único general que perdió un
desfile? ...
Cerca de la Estación Moreno, el Camino también
tenía otro nombre: Ruta 7. ¿ Qué número tendrá pensó el peregrino - la ruta de Betanzos a Santiago? ..
y Moreno devino en La Reja donde Rivadavia
tampoco se llama Rivadavia ni Moreno sino General
San Martín y esto lo reconfortó.
San Martín fue todo un tipo cojonudo y libertador,
seguro descendiente de celtas.
Sin darse cuenta en algún lugar del Camino la
Avenida Rivadavia volvió a llamarse Rivadavia, lo
cual para el peregrino fue otra señal del Apóstol. Sin
embargo los calambres comenzaron a molestarlo
nuevamente pasadita la Estación Las Malvinas,
precisamente cuando Rivadavia de llama Bernardo
de Irigoyen. La llovizna había disminuido y la noche
se había establecido en el cielo. Las luces de la
Estación General Rodríguez se iban aproximando
cuando la marcha se le estaba haciendo pesada, así
que decidió hacer un alto en la Estación sentándose
en una banca de madera donde lo sorprendió quizás
una hora después deseos de mear y de comer. Se
calzó las zapatillas que se había quitado al sentarse
y averiguó en la ventanilla donde podía comer algo
y tomar una taza de café con leche, como hacía todas
las noches. El empleado de la ventanilla le
recomendó un boliche cercano y allí llegó el
peregrino. Entre los parroquianos había camioneros,
gente del lugar y otros peregrinos, evidentemente.
Conversando tuvo una noción exacta de lo mucho
que había caminado, casi tanto pensó haciendo
cálculos, como de Cortiñán a Compostela. Tomó su
.¡ '
113
café con leche, con pan, manteca y dulce de leche,
como quien estuviera comiendo una de esas tortillas de papas de ULa Castilla", famosa en Betanzos
y en el mundo, y a invitación de los peregrinos
decidió hacer noche con ellos cerca de la Estación
La Fraternidad, donde unas monjitas.
Lentamente adecuó su paso cansado al más
cansado paso de otros peregrinos más doloridos y
cansados. Y se le hizo un siglo llegar al posible
albergue. Una vez en él, se acomodó en un rincón e
hizo de su mochila almohada, debajo de la cual
colocó por las dudas sus zapatillas atada una con
la otra. Había comenzado a llover, otra buena señal
del Apóstol, haberle permitido llegar a esa lugar,
un garaje grande de techo de láminas de zinc
iluminado con un lámpara de muy pocos watts. Sin
sentir frío pero con un inconfeso dolor en la
pantorrilla, se acurrucó y se quedó dormido.
Nuevamente los mismos sueños. El olor del pan
casero recién salido del horno. La mirada infinita
de su madre. Franco en el poder. Los ausentes en
el cementerio: su padre, el tío Antonio, su hermano
Pepe. Aquella caldeirada de pescado que comió en
su primer Fiesta de los Caneiros, después de haber
bebido y remado por el Mandeo. El puente del
Pedrido donde se declaró a Carmen. Aquellas
sardinas con cachelos que comía en Gandarío, en
casa de su madrina. Las orejas de frade y las filloas.
El viaje a Buenos Aires en la panza del Santa Rita.
El primer mate bebido en compañía de los
compañeros de la fábrica. El 17 de octubre. Perón
al poder. La noche que con Carmen fueron a
escuchar María Fernanda en el Auditorio al Aire
Libre del Parque Centenario y ella le confesó que
por fin estaba esperando un hijo. La mañana en
114
que desesperado le prometió al Apóstol que a como
diera lugar recorrería el Camino si le devolvía la
salud a su mujer. Las angustias económicas. El
nacimiento de sus hijos y nietos.
Una puntada tremenda en la pierI)a lo despertó,
pero no se atrevió a despertar a nadie y mordiéndose
los labios se dio unos masajes sobre el muslo
adolorido. Evidentemente ese frío y húmedo
albergue no era lo más conveniente ni para su piernas
ni para sus huesos cansados y doloridos. Volvió a
buscar una posición algo más .cómoda y trató de
dormir, pero no le fue posible. La madrugada colaba
sus primeras luces por entre las endijas del techo de
zinc y por una puerta del fondo apareció una monja
invitándolos a tomar un desayuno o algo parecido.
Rengeando se levantó y se fue al baño que estaba a
un costado en patio de tierra. La niebla mañanera se
iba despejando poco a poco, como poco a poco los
peregrinos se iban preparando ya desayunados a
continuar el Camino.
No dijo nada a nadie sobre el dolor que
definitivamente se había instalado en su pierna. Así
es que bebió el mate cocido con leche, comió el pan
que la monja le había dado y recogió su mochila.
Después salió a la calle y allí con su andadura
peregrina, esperó a sus compañeros algunos de los
cuales se quejaban de las ampollas en los pies y de
lo mal que habían dormido.
El Camino hacia el Santuario se debería hacer de
acuerdo a la monjita, siguiendo siempre por la Ruta
7 y así lo hicieron los peregrinos, ninguno de ellos
menor de 60 y pico de años. Lenta y pausadamente
recorrieron las calles hasta llegar al cruce con el
Acceso Norte. Allí comenzaron los cabildeos y las
confusiones ya que algunos querían doblar por el
lIt>
Acceso con lo cual estarían regresando hacia el lugar
de donde venían y otros decían que debían seguir
como lo había indicado la monjita. Así lo hicieron.
Los dolores en la pierna ya no era posible
disimularlos y así es que pidió tenerle un poco de
paciencia o en caso contrario, que lo dejaran solo
que él poco a poco seguiría camino. Solidariamente
los peregrinos lo esperaron y al llegar al cruce de las
rutas 5 y 7, todos se sentaron y rezaron las mujeres
algunos Padre Nuestros y Aves Marías, para darles
fuerza ahora que se encontraban ya casi al final del
Camino.
Se equivocaron los guías peregrinos y en lugar
de seguir por la 7 a la derecha, continuaron por la 5
a la izquierda, un error básicamente producido por
que porque obedecieron el mismo rumbo que habían
tomado al llegar al Acceso Oeste, es decir siguieron
la ruta de la izquierda y no la de la derecha.
Caminaron hasta llegar a un triple cruce: a la derecha
la calle Casey, derecho la Rural 5 y a la izquierda la
Ruta Provincial 47. En plena discusión por cual era
el camino a seguir tuvieron la fortuna de encontrarse
con un distribuidor de pan quien los indicó que se
habían equivocado de ruta y lo que ahora tenían que
hacer era caminar por Casey, cruzar las vías del
Ferrocarril Sarmiento, junto a la Estación Luján,
tomar la Avenida España y en la esquina de
Humberto l° doblar a la derecha unas 4 calles. En
esa calle que debe ser San Martín, doblar a la
izquierda y caminar quizás unas 8 Ó 9 calles hasta la
Basílica.
El sol no acaba de asomar a pesar de lo avanzado
de la mañana, tampoco el dolor y los calambres
habían disminuidos, sino todo lo contrario. En voz
baja le pidió al Apóstol que le permitiera llegar y
116
cumplir su promesa, pero parecía corno que Santiago
tenía el teléfono descolgado pues los dolores seguían
allí en su muslo izquierdo.
En la plazoleta que hay frente a la Estación Luján,
se sentó a esperar el milagro que no .?e le concedía,
mientras los peregrinos más ansiosos continuaron
su marcha. Más o menos eran 2 kilómetros los que
le faltaban, pensó, y así se lo dijo a una señora cuyos
pies sangraban por las llagas abiertas; 2 kilómetros
significaban a ese nivel de su cansancio y de sus
dolores, casi una hora y media más ...
Al retornar el camino el peregrino por la Avenida
España, lo hizo más que lentamente, a veces ·
apoyándose en las paredes y otras en los árboles.
Cada cuadra era para él corno dos o tres. Casi 30
minutos tardó en llegar a Humberto l° y al cruzar
la calle San Martín, llevaba más de hora y cuarto.
Hizo el cálculo que poco más o menos le faltaba un
kilómetro para llegar a Basílica, aunque más no fuera
por un costado, no corno el había soñado: por
enfrente caminando orgulloso por su hazaña. Y con
más lentitud que antes y con más dolores, siguió su
•
camIno.
Las calles se sucedían una a otra corno los
calambres: Alsina, Mariano Moreno, Colón, Italia,
Rivadavia, Francia, desde donde se veían las agujas
de las dos enormes torres de la Basílica. Tardó casi
15 minutos para completar la última cuadra por San
Martín, entre Francia y 9 de julio.
Finalmente y muy adolorido se encontró frente a
la iglesia. Con lágrimas en los ojos cruzó 9 de julio
y ya en el atrio, se persignó. Un joven policía provincial con cara de pendejo que lo vio tambalearse,
,
se le acercó y le preguntó si se sentía mal. El no le
respondió y continuó su marcha hacia la entrada de
117
la gigantesca Basílica donde los argentinos veneran
la Virgen de Luján.
El fin del Camino había llegado; él había llegado
a Santiago, a Compostela. Miró hacia el altar mayor
distante como a 100 metros y después levantó la
cabeza como pidiendo la gracia de llegar. Ni las
banderas de todos los países de América que cuelgan
del techo de la Basílica pudieron convencerlo de que
estaba en Luján y no en Compostela. Una brisa de
incienso que creyó provenía del botafu meiro, presagió
el final de su camino por la vida . .
"El peregrino Santiago García, de 71 años, español,
naturalizado argentino, murió en brazos de un policía",
dijeron los diarios a la mañana siguiente. Pero no
era cierto. Santiago murió en los brazos de un policía
provincial con cara de pendejo, a quien confundió
con el Apóstol.
Tá. Té. Tí.
- La puta madre, ¡cómo tenés presente a Buenos Aires!
- Está en mi, como vieja.
- ¿ y por qué mierda no nos vamos a vivir allá? .. En
poco tiempo podemos salir adelante. Vos tenés amigos y
yo tengo buenas ondas y mejores vibras.
- A mi edad es difícil recomenzar C.
- No me hables así. Lo de tu edad es más bien una
excusa.
- Sabés, hay cosas que ya no me banco.
.
l?
- ¿'Camo por eJemp
o....
- Las eternas protestas por todo de los argentinos.
- Pero si vos mismo sos un protestón emeritísimo.
118
- Soy un pendex de teta alIado de nuestros paisanos.
Además, esa no esta la cuestión. Falta laburo y quien va a
comprometerse con un tipo como yo, habiendo miles de
tipos más jóvenes y mejores ...
- Dejá de ser tan pesimista. No ~os el único tipo que se
tiene que bancar su edad.
- Puede ser...
- Cuando estemos en Baires, podés tirar cables y ahí,
te darás cuenta de la realidad.
- Puede ser... puede ser...
- Vení, acompañame a la cocina, quiero prepararte unas
milanesas a la napolitana, que motivarán tus nostalgias
y de paso, vos preparás una ensalada de todo: tenemos
lechuga, berros, porotos blancos, aguacate, aceitunas, ajíes
y tomates. Ah y con esa vinagreta fenomenal con anchoas,
que hiciste cuando vino a comer Ramón.
En la cocina vi a C. más joven aún. Iba de un lado
a otro, desordenando todo lo que encontraba a su
paso. Sacó el pan rallado y lo pasó dos veces por un
colador fino. Su manía es que la cobertura migada
de las milanesas no sea tosca. Después batió unos
huevos, a los que agregó perejil bien picado, sal,
pimienta negra recién molida y la carne para las
milanesa.
- Sabes 'fina cosa que no entiendo en Guate, es cómo
habiendo tantos italianos y argentinos, no hacen milanesas de la bola de lomo.
Mientras ella seguía con las milanesas, puse las
verduras y las hortalizas crudas, en agua con desinfectante. De tanto en tanto miraba sus piernas que
se escapaban del delantal que habitualmente yo uso
para cocinar. Debajo sólo tenía una más que breve
bikini.
- Gordi, en Baires te vaya llevar a un restaurante donde hacen las mejores milanesas napolitanas del mundo.
119
No se por qué pensé en Osvaldo Soriano y Osiris
Troiani en Venecia, sentados como Napoleón en
Piazza San Marco, o cruzando el Ponte Vecchio, en
Florencia. Pensé en la confesión de Soriano por las
trampas que suelen hacer algunos, yo diría casi todos, periodistas, tanto con la justificación de sus gastos de viáticos, cómo en los "inspiradores" recortes
de revistas.
Venecia nunca ejerció en mí, ese hechizo que envolvió tanto a mis paisanos Soriano y Troiani como
a Thomas Mann o Luchino Visconti. Prefiero Génova
y la costa Ligure. Sin embargo, cerca de Venecia,
comí posiblemente las mejores milanesas
napolitanas, cosa que nunca ocurrió en mi amada
Nápoles.
C. estaba empanizando las milanesas cuando yo
comencé a exprimir los limones para la vinagreta.
Receta que había aprendido precisamente de una
xeneise de grandes tetas en una trattoria de Santa
Margarita: una taza de aceite de oliva extra virgen,
media taza de jugo de limón, una cucharada de
piñones machacados, otra de alcaparras, otra de aceitunas negras y otra de anchoas, todo bien picado,
más dos o tres dientes de ajo, cortados en juliana. Se
mezcla bien y se deja marinar unos 20 Ó 30 minutos.
Antes de servir esta pócima, se le agrega un huevo
duro bien picado y se hecha por encima de un ensalada de lechuga, berros, aguacate, cebollas en juliana,
más tomates, chiles pimientos, papas y zanahorias
cocidas, estos últimos cortados en dados.
Genoveses, napolitanos y gallegos le dieron sabor a las comidas básicas de los porteños.
C. amorosamente, como siempre, me ayudó a
poner la mesa y mientras ella freía las milanesas, abrí
la primer botella de un agradable Don Valentín y
120
puse en unas tablas de madera, diferentes quesos uno de Chiapas, que nos habían regalado, un seudo
Manchego y un auténtico Camembert - y el jamón
que nos quedaba y que habíamos comprado en
Katok, en nuestro último paseo a Chichicastenango.
Serví las dos primeras copas con vino y nos
sentamos a la mesa, mientras en el horno se derretía
la muzarella sobre una deliciosa salsa de tomates que
cubría las milanesas.
- Mi viejo prepara una salsa de tomates con ajo que
son de película.
- i Qué bueno salió este Don Valentín! ...
Cuando estábamos en plena manducación de las
milanesas, sonó el teléfono. Era la madre de Claudia
que llamaba. Tuve un presentimiento y mientras
madre e hija hablaban, levanté los platos y traje el
postre. Hablaron quizás diez o quince minutos.
Cuando C. regresó a la mesa, magulló: A los padres no hay quien los entienda.
"La mentira es la verdad
de la literatura.»
Mario Monteforte Toledo
Ayudé a C. a limpiar los platos, después ella me trajo a la cama, un café delicioso. Prontamente se acurrucó a mi lado y nos quedamos dormidos. El buen
"Don Valentín" cumplió su misión, acompañándola
las milanesas y regalándonos ese delicioso sopor que
nos introduce en la casi sagrada siesta.
En mi mesa de noche descansaban también "Piratas, fantasmas y dinosaurios" de Osvaldo Soriano,
121
"Una vísperas muy largas" de Mario Monteforte
Toledo y "El escriba" de Pedro Orgambide. En la
mesa de noche de C., "B.B." una suerte de biografía
de Brigitte Bardot y una revista "Gente". En la televisión, Valencia 5 - Atlético Bilbao 2.
En algún momento desperté para no compartir
con Monteforte Toledo su gusto por algunos vinos,
de los que habla con la Jíbara. Olvida cosechas excepcionales como la de 1961, del Rouge Bordeaux,
de los Sauternes, del Rouge Bourgundy, o de los
Cotes du Rhóne. El recuerdo de aquel mediodía en
París que con Mireya, de regreso de un paseo por el
Bois de Vincennes, descubrimos los encantados nunca más encontrados, en unos de los más extraordinarios vinos del Loire, los de la cosecha 1959. Fue,
creo recordar, en un restaurante muy pequeño de
rue de Rivoli, cerca del Musée des arts décoratifs.
¿Por qué no recordar Bourgundy excepcionales como
el rojo cosecha 1978 o el blanco de la cosecha del 79? ..
Amo los vinos rojos de la Provence y de la Cote
D' Azur, muy especialmente cosecha 1985, como algunos vinos italianos del sur, allí donde los vientos
africanos, levantan el azúcar y el alcohol.
Imprevistamente, sin mediar causa alguna, la voz
de alguien que no puedo rescatar ni su cara ni su
nombre, me saca de la cama en Guatemala y me
transporta a la rue de Varenne 77, exactamente en la
puerta del Musée Rodin, para recordarme que entre
los mejores mostos franceses del siglo se encuentran
los de 1921, 1928, 1929, 1945, 1947, 1949, 1955, 1961,
1985 Y 1989. ¿Cuándopodré regresar a París?
Miré a C. durmiendo a mi lado y me dije que ella
es el amor: -¿Por qué dejarla ir? Cerré los ojos y me
hundí en esa mezquina fatalidad de los argentinos.
Quise huir de la realidad, de esa cama y de esa muchacha que bien podía ser mi hija.
122
Ninguneado por mi mismo más que por otros,
culpé a la PowerBook por la pérdida de muchos capítulos de mi no-novela. Maldije como tantas veces,
haber nacido en esa puta aldea, húmeda, siniestra,
hermosa. ¡Cuánta razón tiene Soriano} por alguna razón Mariano Moreno, el revolucionario de mayo,
murió - ¿o lo asesinaron? en alta mar; José de San
Martín, el libertador, el militar honesto, cerró sus ojos
para siempre en Boulogne-sur-Mer, allí donde Francia mira hacia Canadá más que a Inglaterra; Juan
Manuel de Rosas, el dictador, el hacendado aristócrata, lo hizo en Southampton, en la Inglaterra que
combatió y lo combatió; Domingo Faustino Sarmiento, el maestro, el civilizador, murió en Asunción del
Paraguay; Juan Bautista Alberdi, el autoexilado
constitucionalista, en París; Carlos Gardel, el "que
nos dio otra voz" dejó de cantarnos en vivo y en directo, en Medellín, allí donde Colombia se quita el
frío bogotano; y el Che Guevara, el de la utopía de
siempre, en una esquina de la selva boliviana. Los
argentinos somos como de otro país, no de ese que
se ensangra y ensancha en la pampa. Y los argentinos de la puta aldea, nos creemos como Jorge Luis
Borges, unos privilegiados por que no nos parieron
en las europas. Somos e insisto que tiene mucha razón Osvaldo Soriano, como si el país y su gente no
11
fueran una misma cosa sino un permanente encono que
empuja a la separación, al exilio o al desprecio."
Una y otra vez me doy vuelta en la cama. Huelo
en C. el perfume de hembra al acecho y me siento
como El Rufían Melancólico que ha descubierto la
puta aldea y la detesta, como su padre putativo,
Roberto Arlt, que sabía que siempre los humillados
seguirían bajando por Independencia hacia el Bajo,
allí donde el Paseo Colón fue una suerte de camba-
123
lache de putas y marineros, y hoyes el comienzo
reciclado de la nada portuaria.
Hay que zafar de la literatura, hermano; me digo sin
decírmelo y sin asumirlo. Quisiera encerrarme en un
placard. Archivarme a la espera de mejores tiempos.
Tengo que huir aún más si es posible de la melancólica ironía porteña. El aire que respiro es una mezcla
de oxígeno, nitrógeno y Riachuelo.
El estupendo culo de C. refregándose contra mí
me recuerda que es mentira que Buenos Aires, la puta
aldea, está como a 6,500 Km. Besar las tetas de esta
porteña, es mamar nuevamente el placer de las tetas
de mi madre. Edipo infernal e incurable, al fin de
cuentas, acaricio su delicioso culo, por aquello del
milagro de coger más allá de los 65 años.
Quisiera de pronto volver a la PowerBook, encenderla y que aparecieran, de igual modo que se desaparecieron, mis apuntes.
Vivo angustiado como un personaje de Graham
Greene, entre la Nada y Dios, huidizo solitario borracho, aventurero fraternal de causas perdidas.
Batiendo la justa
Estoy de alguna manera, como el coronel Aureliano Buendía, frente al pelotón de fusilamiento, sólo
que no recuerdo aquella remota tarde en que mi padre, que no conocí, me llevó a buscar un poco de
hielo para enfriar la vieja heladera que dormida en
un oscuro rincón de la cocina de mi casa, intentaba
enfriar el agua y el vino, en los veranos porteños de
los años 30.
124
C. no entiende que estoy empantanado. No se
qué hacer cuando tengo frente a mi, la pantalla en
blanco de la Macintosh. ¿Qué mierda hacer? Todas
mis preguntas tenían una respuesta, pero desde que
el disco duro de la PowerBook. se jodió, tengo
respuestas pero no preguntas y no soy Conrad para
sacar a mis personajes de un naufragio. No hay
fórmulas para escribir. Miro los cassettes y los CD
que cubren una pared de mi pequeño estudio y nada.
Cambio de música. Abandono a Piazzolla y regreso
a las milongas cantadas por Tita Merello. Me levanto,
corrijo la perpendicularidad ·de los cuadros. Tomo
"Rayuela" y me quiero suicidar. Vaya la cocina y
me preparo un café y mientras se hace, cambio
Cortázar por Arlt. Dejo mi café doble junto a mis
apuntes tomados en cuadernos que lleno en
ocasiones como un obseso.
Le ruego a C. que no joda por un tiempo. Vuelvo
a levantarme y me sirvo un whisky, quizás triple. Y
al regresar la computadora sigue descansando, como
mis ideas. Oprimo una tecla, cualquiera, y el blanco
se adueña de la pantalla. ¿Por qué mierda no soy más
meticuloso con mis cosas? A Scott Fitzgerald no le
habría pasado lo que a mi. Claro que no hay mal
que por bien no venga, C. nunca será Zelda. Si por
lo menos tuviera en casa, tabaco para mis pipas o
algunos de los cigarros que durante más de 20 años
me acompañaron en algunos de mis mejores días y
de mis peores noches. Dejé de fumar para sentirme
mejor y no me siento mejor. ¡Mi reino por un Partagás!
Voy por otro café. C., desnuda, desde la cama me ve
caminar como un loco, pero no dice nada, sabe que
estoy empantanado y que no puedo arrancar.
Me fumaría como Cabrera Infante, un Clemenceaus
de Romeo y Julieta, uno de esos Churchill de
125
extraordinarios sabores, o quizás si no fuera tan
comemierda, me fumaría un Special C. Davidoff, tres
paneletas de finos tabacos dominicanos, entrelazadas
como culebras entre si, que encierran un sabor fuerte
y aromático, aunque después me crucifique por
esnob. ¡Puto disco duro! Y lo peor es que no puedo
decir como Hemingway que "la única cosa de la que
un escritor puede estar seguro a lo largo de su existencia
es que todo el mundo intentará impedir que escriba. Familia, escuela, ejército, dinero, política, amigos, enemigos,
conocidos y críticos."
Soy un autor nuevamente en busca de un
personaje que es el mismo y no otro. Finalmente me
decido y apago la PowerBook'y me voy a la cama
con C. Suavemente le beso el vientre y me detengo
poseso en su ombligo antes de trepar por sus senos.
Ansiosa abre su boca que como loco beso y escudriño
con mi lengua, antes de continuar por el lóbulo de
.
sus orejas.
Mi mano derecha está haciendo estragos con su
clítoris. Dejo de besar su cuello que tantas veces
acaricio, para decirle que la amo y que Ella lo es todo.
Después, sin piedad, la penetro.
Poco a poco la noche se va haciendo fuera de ese
territorio maravilloso que es mi cama cuántica.
"El avance hacia atrás
11
Exequiel Martínez Estrada
A mi me fundaron como mínimo 23,363 veces. A la puta
aldea,2.
A mi me fundaron una gallega monárquica y católica,
y un gallego anarquista que huyeron de la miseria.
126
A la aldea, dos conquistadores que huyeron de la realidad.
Yo crecí entre ausencias.
La aldea creció entre la soledad y la traición.
Los conquistadores que me fundarop eran soñadores
impenitentes, como los fundadores de la aldea, en la que
me parieron una mañana de febrero.
Los conquistadores no amaban la tierra conquistada:
la deseaban como si fuera una buena hembra .
•
C. me escuchaba leer y releer estas líneas sin decirme nada. Finalmente se puso de pie, tomó su bolso
y salió a la calle.
Cuando quedé solo, comencé a presentir lo que
sería el perfume de su ausencia. Habíamos acordado no hablar del otro cuando uno faltara y lo que
ella no sabía era que muy pronto, me faltaría totalmente.
De alguna manera yo sabía que nuestra relación
debía terminar; no sabía cómo.
Anoche en casa de unos amigos recordamos lo
bien que lo pasamos, los cuatro juntos, en Monterico.
y es verdad, a pesar de que detesto esas playas de
.
arenas negras.
Nos fuimos a primera hora de la mañana del viernes y regresamos pasado el mediodía del lunes. Por
suerte llegamos bien provistos de buen vino blanco
argentino, de algunas botellas de ron Zacapa Cente.
narlO y quesos.
En el rústico hotel, nos tocaron cabañas vecinas,
lo cual nos permitió compartir, tragos, música, revistas, libros, sol, mosquitos y conversas.
Nue~tros amigos, encantadores y se llevan muy
con C. desde la misma noche que la conocieron en
127
"Siriacos", una noche en que aburridos de estar en
casa, salimos a pie en busca de un lugar para comer,
un lugar que yo sabía sería "Siriacos".
J. es mexicana, hija de padres chapines exiliados
y F. es panameño, ambos son de la edad de C. y mi
amistad viene de cuando fui el publicista del negocio del padre de F., en mis años de residencia
panamena.
•
En Monterico el sol nos sorprendía a C. y a mi, caminando por la playa, mientras nuestros compañeros intentaban despertarse. Cuando caminábamos
por las tardes por esa arena áspera y oscura, el
panameño intentaba sonsq.carme algo de C., cómo y
dóndela conocí, desde cuando vivimos juntos, cual
es la diferencia de años que le llevo y mil pendejadas
mas.
Yo, con la mente en blanco para reconstruir mi
no-novela, regresaba una y otra vez a la put~ aldea.
Le hablaba de lo linda que está. De cómo ni el "neoliberalismo la había podido joder.
Mirando el Pacífico, evoqué mis primeros contactos con el Río de la-Plata, en la Costanera, en el Balneario, en tiempos en que los laberintos comenzaban a conducirme sin casi darme cuenta.
La puta aldea entonces era la ciudad más habitada donde se hablaba españolo algo parecido. El país
era tierra de promisión, tanto para emigrantes como
lo fueron mis padres, como para los que huían de
Franco, de los nazis, de la guerra b de la postguerra.
¿Cómo explicarle a mi amigo por qué devenimos en la
actual realidad de nación subdesarrollada cQn una capital
del primerísimo mundo? F. mentalmente "estructura~
I
I
128
do como su padre y los panameños de su clase, a
esperar siempre la "ayuda" yanqui, no comprendía
mis tampoco muy
claras explicaciones
socioeconómicas y políticas.
Bajo el sol mañanero que extré¡lñamente en esta
parte de América, a veces sale por el Pacífico, caminábamos como nuevos conquistadores, sqlo que
nuestras Américas estaban arreglándose para lucir
como los más bellos trofeos de nuestra conquista.
Después de unas caminatas de unos 4 kilómetros,
regresábamos al hotel y luego de reunirnos cada uno
con su compañera, volvíamos a reencontrarnos en
la playa para adorar el sol.
C. y yo, confesábamos extrañar el pan de coco,
que alguna vez compartimos en Livingston. Los
desayunos servidos lentamente, eran el comienzo de
largas jornadas de hacer nada al solo bajo una subdesarrollada sombrilla de palmas.
En algún lugar conservaré para siempre los recuerdos de esos días y esas noches en Monterico,
como conservo los recuerdos de aquellos · castillos
que construíamos con la oscura arena del Río de la
Plata.
•
"Si me dieran a elegir yo elegiría esta inocencia de no ser
inocente" escribió Juan Gelman; sin embargo después
de haber sobrevivido tanto, yo puedo decir:
La puta aldea me agobia, casi tanto como el asumir que nunca más recuperaré mis apuntes extraviados en los laberintos de un maldito disco duro o
que mis días conC. están contados .
. Caminando por la playa en Monterico sentí a mi
lado la ausencia de aquella que no siendo C. podría
129
serlo. Presiento sus piernas caminando a mi lado y
ya extraño la suavidad de su desconocida piel que
. tanto amo.
Zafando
. ·Enciendo la PowerBook quizás en busca de un milagro. Recorro los archivos y me detengo en "Poesía",lo abro y leo: "Arisca soledad", "Poesía en francés"; "Poesía reviste" y "Soles". Abro "Soles" y veo:
"pesandando andenes", "Ejercicios de vida", "Estelas",
"ObseSlones
.
""S
. sed" , "Sed·
""S er Sln
. so1",
, . er Sln
Sln ser,
"Son sin son".
La poesía es mágica, resistió la locura cibernética
del disco duro. Ingreso sin saber por qué en "Ejercicios de vida" y leo poemas que se fueron desgajando .
de mi vida.
Llamo~a C. que está leyendo a Lacan y no le leo
estos poemas que posiblemente nunca comprenda
que fueron escritos para la que amo sin conocer, para
la que a 10 mejor es un personaje de Sabato o de
Pauline Réage ...
•
Voy a zafar. Voy a zafarme de los recuerdos de la
puta aldea. Cierro los ojos y trato de olvidar. Una
vez más todo vuelve, como la mar a la playa .
•
Acomodando en al auto los bolsos en el baúl, más
una cuota ínfima del perfume de la mar, C. encontró
130
una copia de un pasillo del laberinto del Sur, salvado
de la destrucción del disco duro. Al leerlo, regresa
mi frustración por la pérdida de tanta información.
Ya de regreso a casa, después de un lentísimo
retorno por un endiablado tráfico,' mientras C. se
bañaba y se arreglaba el cabello, metí la ropa sucia
en la lavadora (que dejé funcionando) y comencé a
pasar en la
Macintosh, el
texto recupeTime Track
rado.
P----------------------------.
Desde
que te
chupam.os, .
vos no
sos
nada
Tirado en el
suelo. Muy
golpeado.
Con los ojos
cerrados
escuchaba
24 horas son insuficientes ...
el tiempo que comienza ahora en este
preciso minuto se me acaba de escapar.
Quiero vivir los nuevos minutos
con la mirada de los cosmonautas.
Quiero escribir mi amor en la
Muralla China cuando menos.
Quiero subir al metro en Time
.Square y bajarme en Lavalle.
Necesito más tiempo para vivir el
sur del norte, para dormir en Panamá y despertarme en Madrid.
Quiero vivir después de todo, lo
"
mIO.
Quiero querer poder besarte en la
Calle del Capitán Haya esquina
Entre Ríos.
Necesito poder querer gritar silenciosamente las banderas que a
cada minuto se encienden como
servei d' informaci'o agraria.
. Quiero suicidarme de futuro.
131
repetidamente las palabras del que lo había
torturado durante las últimas horas ...
- Desde que te chupamos, vos no sos nada ...
Apenas si recordaba cómo había llegado hasta allí
y cómo lo habían sacado de su casa. Le dolía todo el
cuerpo, especialmente los testículos que acaban de
picanearle.
De repente pensó en su madre que también había
sido chupada por los mismos sujetos encapuchados
armados hasta los dientes, que destruyendo todo lo
que encontraban a su paso, habían entrado
preguntando a los gritos por su padre.
Abrió los ojos y gracias a la rendija de luz que
debajo del tabicamiento, apenas si podía ver el frío
y húmedo piso de cemento donde estaba tirado.
Descubrió poco a poco en la oscuridad, en un rincón,
a su compañero de celda.
Era también como él, muy joven y posiblemente
estaba allí chupado por las mismas inexistentes
razones.
Quiso hablarme pero no pudo. Le dolía mucho la
boca y sentía muy flojos los dientes.
Poco a poco se iba dando cuenta que 10 que le
había repetido el torturador era la verdad: No sos
nada. El ya no era nada. Y se preguntaba por qué.
Cuál era su delito. Su verdad era de pronto el silencio
de todos los que como él, habían sido chupados una
noche cualquiera mientras dormían.
Un hilo de sangre brotó por su boca y la muerte
se le aproximó como una caricia.
Su compañero se arrastró a duras penas hacia el
y tomándolo de una mano, le suplicó: - Ahora no
pibe .... ¡Aguantá! Aguantá pibe ...
En un esfuerzo supremo volvió a abrir los ojos
para v~r, si era posible, a esa voz que lo consolaba.
Desprendió como pudo la sucia tela adhesiva del
tabica miento y vio a su lado, golpeado y moribundo
a un estudiante como él.
Quiso decirle algo pero no pudo. Sólo apretó
fuertemente la mano que temb~orosamente
tomaba
.
la suya.
y las manos que días atrás tomaron quizás, un
absurdamente prohibido volante Pro Boleto Escolar,
se mantuvieron apretadas hasta el final; hasta que la
muerte se hizo dueña del húmedo silencio del
calabozo de 2 metros por 1,80.
Separarlos les resultó muy difícil a los
torturadores del Chupadero Malvinas.
Cuando esto sucedió yo estaba quizás torpemente
hablando de lo jodido que había sido el terremoto
de Guatemala, ignorando como muchos argentinos
de la edad de mis hijos, lo que sucedía a diario en la
esquina de Allison Bell y Garibaldi, en el centro de
la ciudad de Quilmes.
Incontinencias
Salvo en un disquette Desde que te chupamos, vos no
sos nada.
Entra en el estudio C. desnuda, secándose con una
toalla pequeñita .
- vos .? ...
le vas a banar
- ¿• '1"'.
- Si. Ahorita voy.
- Te llamé para que nos bañáramos juntos y no me
paraste bola.
- Estaba pasando precisamente el texto que encontraste
en el baúl del auto.
- Vos sabés que estás obsesionado con tu novela.
133
- No-novela mi amor. No-novela. Historiabierta.
- Sea lo que sea, preferiste estar con tu no-novela que
conmigo bajo la ducha.
- Cada cosa a su tiempo mi amor. Vení... y sin decir
más, le di un beso y casi la arrastré a la ducha.
Coquetamente dejó caer su toalla para que la viera
casi como una diosa y después de sacarme los
moca·s ines, como estaba, con Jean, camisa y
calzoncillo, me metí bajo el agua calentita de la
ducha. Poco a poco, entre besos y caricias, C. me fue
desnudando hasta que ya en pelotas, comenzó a
enjabonarme mientras yo me lavaba el cabello con
un champú de manzanas salvajes, que juntos
habíamos comprado una tarde, poco después que
ella se había adquirido un espectacular conjunto de
ropa interior en Hiper Paíz y antes de comenzar a
comprar todo lo que nos haría falta en ese fin de
semana que acabamos de pasar en la mar. Los senos
de C. naturalmente erguidos lo estaban aún más
quizás por el agua de la ducha, quizás por mis
caricias o por los besos que le daba a sur rosados
pezones erguidos como lanzas. Y lo que tenía que
suceder sucedió. Tomé mi bastón al mismo tiempo
que su pierna izquierda se apoyaba en el borde la
tina y lentamente la penetré. No se por qué pero
coger en la ducha es uno de mis grandes placeres,
sólo que en este caso, la molestia resultaba mi ropa
que descansaba húmeda en el piso de la ducha.
Después sin dejar de besarnos, mojados como
estábamos nos fuimos a la cama donde, volvimos a
ser uno del otro. El fresco de la medianoche nos
sorprendió dormidos, entrelazados como siempre,
uno en el otro.
La gota del descansador de la pantalla de computadora,
era el único ruido que se oía en mi apartamento del 5° piso
Sur.
134
Me levanté y apagué la computadora.
,
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