Tema 4. Liberalismo y nacionalismo se extienden por Europa I (1820-1848) Tema 5. Liberalismo y nacionalismo se extienden por Europa II (España, Italia y Alemania) El período comprendido entre 1815 y 1830 es comúnmente denominado “la época de la restauración” y engloba los acontecimientos que siguieron a la caída de Napoleón, la obra de restauración que los vencedores trataron de imponer en Europa y las corrientes de oposición y las oleadas revolucionarias que se desarrollaron contra el nuevo sistema. Los vencedores de 1814 se encontraron entre las manos una Europa profundamente distinta a la anterior a 1789, no sólo por los cambios introducidos por Napoleón en el mapa europeo, sino también por lo que la revolución francesa supuso para la sociedad. Y, sin embargo, los nuevos amos de Europa se empeñaron, ignorando la realidad surgida de la revolución, en restaurar las viejas instituciones del Antiguo Régimen. La consecuencia lógica será que todo aquello que pretendieron ignorar siguió viviendo y creció en la oposición. Los sentimientos nacionales, el pensamiento liberal, las nuevas ideas, quedaron oprimidas por el momento, pero no desaparecieron, sino que aparecieron de nuevo bajo la forma de revoluciones. Los gobernantes de Europa decidieron que para resolver todas las cuestiones planteadas tras la derrota de Napoleón era necesario llegar a algunos acuerdos. Para ello se reunieron en septiembre de 1814 en el Congreso de Viena, cuyas sesiones se desarrollaron en dos líneas de trabajo. a) Una, de afirmación de principios políticos, por la que los monarcas legítimos fueron repuestos en sus tronos, se estableció el sistema de congresos como modo de resolver los conflictos y se afianzó el absolutismo monárquico frente al constitucionalismo. b) En la otra, trazaron sobre la mesa las nuevas fronteras de Europa, que más o menos estarían en vigor hasta 1870. En este marco, el zar de Rusia Alejandro I propuso un pacto de ayuda mutua entre los monarcas cristianos: la Santa Alianza, integrada por Austria, Rusia y Prusia, que les permitía entrometerse en los asuntos internos del resto de países de Europa. Luego se sumaría Inglaterra, dando lugar a la Cuádruple y en 1818 Francia dando lugar la Quíntuple. Parecía que los grandes estados europeos estaban dispuestos a caminar unidos y a mantener con firmeza el nuevo sistema. La oposición a la restauración vivió durante mucho tiempo en la clandestinidad bajo la forma de sociedades secretas (por ejemplo, los carbonarios en Italia), integradas por oficiales, estudiantes y burgueses, minorías cultas herederas de la Ilustración, que difundían la prensa, los folletos y panfletos contra el sistema absolutista. Las principales ideas difundidas por los opositores al sistema de la restauración eran el liberalismo y el nacionalismo. El liberalismo es la corriente de pensamiento que concibe la sociedad como un conjunto de individuos que gozan de unos derechos o libertades naturales, que el estado no puede ni debe legislar (derecho a la vida, a la propiedad privada, la libertad individual, la libertad de empresa …). En el ámbito económico eran partidarios del laissez-faire, laissez-passer (dejen hacer, dejen pasar), es decir, defendían la libre iniciativa económica, origen de la riqueza de las personas y de las naciones. En lo social, defienden la igualdad de todos los hombres ante la ley, aunque consideran a la burguesía como la clase social por excelencia, ejemplo del enriquecimiento personal como consecuencia del trabajo. Y políticamente promueven un sistema de gobierno democrático, basado en la división de poderes y en el triunfo de la voluntad general sobre la voluntad particular, lo que no les impidió defender una concepción elitista del gobierno. El nacionalismo había surgido por inspiración de una de las ideas de la revolución francesa: la de que todos los pueblos tienen derecho a disponer de sí mismos. Puede afirmarse que como movimiento comienza en todas partes siendo un concepto intelectual: la nación es una comunidad de lengua, costumbres y tradiciones. Un tiempo después pasará a ser un concepto político: la nación es un conjunto de individuos libres y soberanos que reclaman su derecho a decidir su futuro y a elegir a sus gobernantes. De aquí surgirá una comunidad de intereses entre liberalismo y nacionalismo que conducirá a un comportamiento revolucionario común, que con el tiempo irá desapareciendo, pues el nacionalismo se convirtirá en un movimiento conservador protagonizado por la burguesía que pretendía más que nada defender sus intereses económicos. Los dos modelos del nacionalismo del siglo XIX son: el integrador o unificador, que pretende que varios Estados independientes, que comparten lengua, costumbres, pasado histórico y la voluntad de estar juntos, pasen a formar uno sólo; y el segregador o disgregador, que considera que cuando una nación con señas de identidad diferenciadoras forma parte de un Estado mayor en el que está integrado, puede reclamar la independencia para crear un Estado propio. La solidez de la Quíntuple fue puesta a prueba por vez primera en la oleada revolucionaria de 1820, cuando tuvieron lugar los pronunciamientos: levantamientos militares de ideología liberal, que contaban con el apoyo de sociedades secretas y que eran seguidas por el pueblo. Momentáneamente, algunas de esas revoluciones triunfaron, como el caso de España, donde el comandante Rafael de Riego se levantó en Cádiz en favor de la Constitución de 1812 y el rey Fernando VII se vio obligado a jurar la Constitución. Pronto la Quíntuple Alianza se reunió en Verona (Italia) y encargó a Francia la tarea de restaurar a Fernando VII como monarca absoluto, cosa que hizo gracias al ejército llamado los “Cien mil hijos de San Luis” . Algunas otras triunfaron, como ocurrió en las colonias americanas de España y Portugal, demasiado lejanas para inquietar a las grandes potencias y que quedaron a su suerte. Las victorias militares de los rebeldes se sucedían una tras otra, en 1817 José de San Martín liberaba Chile y en 1818 Simón Bolívar hacía lo propio con Venezuela y Colombia. Finalmente, en 1824 la victoria del General Sucre en Ayacucho (Perú) supuso el triunfo del movimiento independentista. También en Grecia triunfó la sublevación contra el Imperio Turco, con la tardía ayuda de Rusia, Inglaterra y Francia, que fue reconocida en 1829 tras una guerra de diez años. La oleada revolucionaria de 1830 triunfó en Francia, cuando el 27 de julio de 1830 estalla una revuelta en París contra Carlos X (hermano de Luis XVIII) en protesta por los recortes en las libertades llevados a cabo por el monarca, lo que forzará su huída y el nombramiento como rey de Luis Felipe de Orleans, que a la postre será el último rey de Francia. El triunfo liberal en Francia animó a otros liberales europeos a pasar a la acción. Algunos triunfaron, como en Bélgica, que consiguió en octubre de 1830 la independencia del Reino de los Países Bajos, siendo un súbdito británico de origen alemán el nuevo rey: Leopoldo de Sajonia. Mientras que otros fracasaron, como la revuelta de Polonia contra el dominio ruso. La oleada reolucionaria de 1848 se produce en un contexto de crisis económica, financiera y política. De nuevo Francia inició las revoluciones con la insurrección de París de febrero de 1848, que llevó a Luis Felipe a abdicar y a la proclamación de la República. Rápidamente se puso en marcha un programa de reformas liberales que provocó general entusiasmo, que las elecciones se encargaron de disipar cuando Luis Napoleón Bonaparte, sobrino de Napoleón, fue elegido presidente de la República. El 2 de diciembre de 1851, en el aniversario de la coronación de su tío en Notre-Dame, dio un golpe de estado y se convirtió en el emperador Napoleón III. De nuevo el ejemplo francés animó a otros a pasar a la acción y tuvo un éxito inicial en casi toda Italia, los estados alemanes, el Imperio autríaco, etc. Su difusión fue tan rápida como su fracaso. A pesar de ello, se consolidarían los movimientos nacionalistas que darían lugar al surgimiento de dos grandes potencias europeas: Alemania e Italia. Italia había sido durante la primera mitad del siglo un mosaico de estados en los que fue creciendo desde la dominación napoleónica el deseo de crear un estado unitario. El promotor será Camilo Benso, conde de Cavour, primer ministro de Piamonte-Cerdeña y su rey Víctor Manuel II. Con la ayuda de Francia consiguieron arrebatarle Lombardía a Austria, después incorporarían la Italia central, hasta encontrarse con las tropas de Garibaldi que, con su ejército de revolucionarios, los “camisas rojas”, había invadido Nápoles y Sicilia. Finalmente Garibaldi renunció a su revolución a cambio de una Italia unida. El proceso concluyó en 1871 con la ocupación de Roma. En Alemania había una situación parecida, el promotor será Otto von Bismarck, canciller de Prusia. También recurrió a la guerra. Venció primero al Imperio austríaco, lo que permitió a Prusia liderar el proceso de unificación y después a Francia, de quien recibió Alsacia y Lorena (esta amputación territorial de Francia está en el origen de la 1ª Guerra Mundial). El 18 de enero de 1871, Guillermo I fue proclamado Kaiser en el Palacio de Versalles, daba comienzo el Primer Reich.