Miedo que paraliza: cómo reconocer un ataque de pánico

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Fundación CArdiológica Argentina
14/05/2013
Martes 14 de mayo de 2013
Miedo que paraliza: cómo reconocer un ataque
de pánico
Luego de que se conociera la desvinculación de Ernestina País del
programa que conducía por padecer la enfermedad, Infobae consultó a
especialistas para saber por qué el trastorno es tan común en los
tiempos que corren
De un tiempo a esta parte no resulta raro escuchar que alguien padece
de ataques de pánico. El trastorno que empezó a hacerse conocido hace
unos años entre algunos pocos, hoy lo padece –en nuestro país- entre
el 6% y el 8% de la población en algún momento de su vida.
Hace unos días, sin ir más lejos, la conductora Ernestina Pais anunciaba
mediante un comunicado que se alejaba de la conducción de Desayuno
Americano por padecer este trastorno, que la hace “fluctuar a
momentos muy angustiantes”.
“Hoy la situación en la que me encuentro compromete seriamente mi
desarrollo dentro del programa”, informaba Ernestina que, como
muchos de quienes padecen este trastorno, debió abandonar su trabajo
para dedicarse a su salud.
Es que el ataque de pánico suele “tomar” todos los aspectos de la vida
de quien lo sufre. Es por eso que conocer sus síntomas para
reconocerlo y tratarlo a tiempo es la mejor recomendación que puede
recibir una persona en esta situación.
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Ponerse en la piel del panicoso
Imagine por un momento que es una noche encantadora, está cenando
con su familia en un restaurante, es verano y corre una fresca brisa.
Están conversando alegremente, la comida es exquisita, la situación no
podría ser mejor. Cuando de repente se escucha un grito aterrador,
“¡ladrones!” y en ese mismo momento usted siente la punta de un arma
en su cabeza. Está paralizado del miedo, el corazón va a mil, le cuesta
recuperar el aliento y puede sentirse mareado y débil, cree que podría
realmente morir en ese momento. Su instinto lo único que quiere es
salir corriendo, pero no puede, la desesperación lo invade.
Ahora imagine esa misma velada encantadora y el mismo pánico con
toda esa activación corporal, pero esta vez, no hay ladrón que le apunte
a la cabeza. Su corazón golpeando su pecho como un caballo a todo
galope, sudoración, sensación de ahogo, dificultad para respirar,
diarrea, temblores, inestabilidad, mareos, sensación de desmayo,
escalofríos, sofocación, son algunos de los síntomas que podría sentir.
Quiere salir corriendo del lugar, la desesperación lo invade. Es un gran
desconcierto.
Esta es la experiencia de aquellos que sufren de ataques de pánico. Es
que durante estas crisis, que suelen durar entre 10 y 30 minutos, la
reacción física es similar a la que ocurre en una respuesta de alarma
ante un peligro real, con la diferencia de que, en este caso, es
desencadenada en ausencia de una amenaza concreta.
Y como si el pánico vivido hubiese sido escaso, queda además el temor
a que vuelva repetirse. La persona se siente absolutamente vulnerable.
Pero el ataque de pánico es más común de lo que en general se piensa.
Es una desregulación de nuestro sistema defensivo/adaptativo cuya
emoción básica es la ansiedad, que en el ataque se dispara sola (sin
estímulo), llegando a su máxima expresión (el pánico) en pocos
segundos o minutos.
Vislumbre su cuerpo preparado para una situación de emergencia
presto a atacar o a correr por su vida, volcando al torrente sanguíneo la
mayor cantidad de hormonas posibles (cortizol, adrenalina,
noradrenalina), dilatando sus pupilas para ampliar el campo visual, el
corazón puede trabajar hasta cinco veces más rápido, y la sangre se
retira de las funciones digestivas y va hacia las extremidades para
poder correr o defenderse. La respiración se acelera ingresando mayor
oxígeno que ayuda al sistema a mantenerse activo. Toda esta
transformación en segundos.
A partir de esta experiencia la persona queda sensibilizada, con miedo
permanente a que le ocurra de nuevo. La persona vive en constante
miedo de volver a sufrir otro ataque similar al vivido y para evitarlo,
comienza a alejarse de los sitios o situaciones que asocia a su malestar.
Si alguien sufrió una situación traumática en un lugar rodeado de
gente, seguramente quiera evitar las grandes concentraciones de
personas y los lugares cerrados.
La persona comienza a organizar su vida en función de sus posibles
ataques. Se afana por no pasar por situaciones nuevas que le generen
vulnerabilidad, evita lugares en los que se sienta débil o no encuentre
una salida fácil y rápida. Algunos sienten que no pueden alejarse de
casa y de hacerlo sólo lo podrán hacer si alguien “seguro” los
acompaña.
El intento de crear una vida más segura termina limitándola, la vida
comienza a achicarse. Dejan de salir o lo hacen con mucho sufrimiento,
dejan de hacer cosas nuevas, se quedan sólo con lo conocido, seguro y
manejable. Incluso las situaciones más comunes y simples le resultan
ansiógenas. Llevar los chicos al colegio, manejar por un camino
desconocido, esperar en un consultorio, hacer la cola del súper pueden
transformarse en tareas titánicas para alguien que esta tan
atemorizado. Todas las áreas de su vida (la social, la laboral, la
familiar) se ven afectadas.
El tratamiento médico
Cuando el panicoso recurre al médico (como es de esperar), este le
enviará a realizarse los estudios correspondientes y al ver que todo está
bien determinará que lo que tiene es estrés. A menudo, el médico indica
algún psicofármaco para bajar la ansiedad, lo que ayuda mucho con la
sintomatología. Aunque puede sentirse muy aliviado, los síntomas ya no
están, pero esto no es suficiente para salir del circuito que lo llevó a
que su sistema adaptativo colapsara.
Existe un tratamiento farmacológico que el paciente debe afrontar de la
mano de un psiquiatra especialista en este tipo de medicación y
trastornos y que en conjunto con la terapia adecuada podrán darles las
herramientas necesarias para restituir el equilibrio.
Hay un tratamiento específicamente diseñado para este trastorno de
ansiedad. Se trata de consultar a un psicólogo especialista en ansiedad
y estrés para que realice un diagnóstico y evalúe el tratamiento a
seguir. Es fundamental la evaluación de todos los factores que están
involucrados: la neurobiología, el factor cognitivo-emocional, factores
externos o ambientales, tipo de estrés, etc.
El psicólogo cognitivo desarrollará un tratamiento que demostró ser
científicamente eficaz. Se trata de la terapia cognitiva-conductual.
Cognitiva porque se trabajan los patrones de pensamientos y
emociones. Conductual para realizar las técnicas de exposición gradual
para enfrentar las situaciones evitadas. Corporal donde se practican
técnicas de relajación muscular, control de la respiración y mindfulness.
La parte farmacoterapéutica en la mayoría de los casos es
imprescindible para acompañar este proceso. El panicoso debe
comenzar a recuperar su vida y percibir cierto tipo de control sobre lo
que le pasa. Evitando sufrir nuevos ataques que refuercen la ansiedad
anticipatoria y la conducta evitativa, perpetuando así el circuito del
miedo. El trabajo sobre estos cuatro pilares terapéuticos permitirán
volver a calibrar el sistema regulando la ansiedad.
Si se está padeciendo este problema, la recomendación es buscar
activamente un tratamiento focalizado en la ansiedad, que instruya en
la autorregulación para que la persona pueda seguir adelante con su
vida.
Está científicamente estudiado que el 75% de los casos que son
tratados con esta terapéutica evolucionan de manera visible. El paciente
entre el primero y sexto mes de tratamiento, comienza a recuperarse.
Este cambio tan marcado tiene que ver con que el cuerpo responde
rápidamente, los síntomas comienzan a decrecer y el paciente recupera
control sobre lo que le sucede.
Es importante señalar que no tratar el trastorno puede causar
limitaciones cada vez más severas, como la dificultad para trabajar, la
pérdida de red social incluyendo amigos y/o pareja. Como la mayoría de
los trastornos que podemos padecer, con el paso del tiempo se instala y
se agrava si no se lo trata en tiempo y forma. Aunque también están
las personas que tuvieron un solo ataque en toda su vida sin volver a
repetirse. Cada uno tiene su particular modo de resolver y la terapia
aporta las herramientas y el conocimiento profesional para lograr que
su modo de resolver y sus recursos funcionen lo más eficaz posible y su
calidad de vida cambien sustancialmente.
Síntomas para reconocer un ataque de pánico
Siguiendo los lineamientos del Manual Diagnóstico y Estadístico de los
trastornos mentales IV (DSM-IV por sus siglas en inglés) se diagnostica
una crisis o ataque de pánico a la aparición temporal y aislada de miedo
o de malestar intensos acompañada de 4 o más de los siguientes
síntomas, que se inician bruscamente y alcanzan su máxima expresión
dentro de los primeros 10 minutos.
* Taquicardia, elevación de la frecuencia cardíaca
* Temblores o sacudidas
* Sudoración en manos y pies
* Sensación de calor o frío repentinos (escalofríos o sofocaciones)
* Parestesia (hormigueo o adormecimiento de extremidades inferiores y
superiores)
* Temor a perder el control o volverse loco
* Inestabilidad, mareos, desmayos
* Sensación de atragantarse
* Miedo a una muerte repentina
* Opresión o malestar torácico
* Ardor en la zona del pecho, más precisamente del lado izquierdo.
* Desrealización (sensación de irrealidad) o despersonalización
(sensación de estar separado de uno mismo)
* Sensación de malestar estomacal. Náuseas o molestias estomacales
* Sensación de ahogo o falta de aliento
Si uno sospecha de un ataque de pánico, los médicos recomiendan
primero tranquilizarse y concentrarse en un pensamiento positivo. El
siguiente paso es recurrir, siempre, a un profesional de la salud que
ayude a estabilizar las angustias, saber por qué ocurren estos episodios
y, así, tratar de evitar que se repitan.
Asesoraron: * licenciada Solange García Bardot. Hémera, Centro de estudios del estrés y la ansiedad
www.hemera.com.ar / info@hemera.com.ar
* licenciada Adriana Alonso (Matrícula: 42993), psicóloga, especialista en Psicocardiología. Fundación
Cardiológica Argentina
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