168 ISAlAS GAMBOA XXXVIII Como un atalaya misterioso que guarda la ciudad, elévase desde la orilla opuesta del 'río un monte negro, abrupto, solo, que parece haber sido expulsado de la cordillera. Sus repliegues forman quebradas, filos, barrancos y cavernas. La vegetación raquítica no alcanza a cubrir los flancos áridos. En los días serenos se divisan tres cruces en la cúspide, pero ordinariamente tiene un poco de nieblas. Allí se dan cita los huracanes y las tormentas para desencadenarse sobre el valle. Cada año, el día de la Cruz, hay una peregrinación a la cima; después, muy pocas personas suben allá. Andrés, cuando niño, había mirado el cerro, atribuyéndole todos los sucesos de los cuentos fantásticos; pero jamás había subido. Era allá a donae se dirigía ahora ese demente atormentado por cavilaciones insensatas. Lo mismo que su espíritu estaba la tarde: hosca, sin sol. Pasó el río Cali por el puente de Santa Rosa; pasó luégo el Aguacatal, y bordeando la eminencia, dio con la entrada del sendero. Por allí se internó, entre las rocas puntiagudas y los. mortiñales raquíticos. Trepaba, se detenía; después de tomar aliento, seguía la ascensión. Un viento frío secaba el sudor de su frente y le revol.vía los cabellos. Las piedras inseguras, desprendiéndose, rodaban estrepitosamente al río. Había salido ya a la cuchilla por donde tenía que subir el más empinado repechón. Se detuvo: nubes siniestras vagaban por el cielo; el sol no se veía. Insensible a los presagios de la tempestad~ emprendió de nuevo la subida, LA TIERRA K ATlv A 1(;9 resueltamente, sin volver a mirar atrás. Pero era muy difícil seguir así; sin aliento volvió a pararse: la ciudad estaba a sus pies; no se oían ya los rumores del río. Renovando la marcha, calculó cuánto le faltaría: las tres cruces, ya cercanas, aparecieron a su vista desmesuradamente granues. Hizo un esfuerzo más, y encorvado, afirmando las manos en las rodillas a cada paso que daba, llegó al fin. El inmenso horizonte lo tenía ante sus ojos. Eso era lo que había ido a buscar: amplitud, libertad. :\1uy pequeñas le parecieron las pasiones mezquinas de las gentes. F11 buitre gigantesco pasó, apresurando el nlelo ante aquel soñador. Bajo el cielo plomizo, una faja curva, luminosa :sobre la línea del horizonte, dejaba calcular ínterltlinables lejanías, regiones distantes, países desconocidos, el mar ... esta evocación, Andrés extendió los hrazos en dirección al sur. El recuerdo del mar fue como l'Í efecto (1(\ un aletazo súbito. Volvieron a despertarse SUR instintos de viajero, de bohemio, de homhre libre y solo. Vio ahajo la ciudad enemiga recatada en la somhra, y sintió odio: era allí donde querían aprisionarlo. i FJntonces ausió tener alas, para con vuelo inlJiCnSO, poderoso, pasar sobre aquel valle, sin tocar esa tierra, sin mirarla; salvar los lindes de lo des('onoeic1o,perderse lejos, y no volver jamás! Un trueno estalló entonces sobre su cabeza. El primer tnwno de la tempestad. Hompicllll0 las tinieblas de la noche y de la bruma, aquel visionario descendió sombrío, por los p8iíascales ahruptos. .A 10