Nos invade de gozo la resurrección del Señor. Pero se nos deja constancia de lo mucho que les costó a los apóstoles aceptar este acontecimiento (Jn, 20, 25). Se nos relata, asimismo, hasta qué punto la fe los cambió; del miedo pasaron a dar la cara y la vida por proclamar la gran noticia de la resurrección del Señor (Hch, 4,33). Y no estará de más puntualizar cómo debemos vivir los que hemos nacido de nuevo por nuestra fe en Cristo resucitado (1 Jn 5,6). ¡HAS RESUCITADO, SEÑOR!..., y vives en aquellos que te buscan y te manifiestan con su vida y con su testimonio… Tú, Señor, te das a conocer allí donde hay vida…, y frutos de vida. Estás en quienes viven, muchas veces sin saberlo, las bienaventuranzas: en las mujeres que maternalmente dan lo mejor de sí mismas, en los niños que cantan su inocencia de corazón, en los jóvenes que brindan su generosidad y su fuerza…, en todos los que ponen su ingenio y sus ideas al servicio del Reino. ¡HAS RESUCITADO, SEÑOR!..., y, porque has resucitado, nosotros tenemos vida para siempre, estamos llamados a la alegría y al gozo compartido, nunca al pesimismo. Y es que, tenemos mucho que hacer para que el mundo recupere la alegría y la emoción explosiva de la Pascua. Señor, tú has dinamitado las losas y las cavernas de la muerte; por eso, vamos en tu búsqueda con la dirección adecuada, sin detenernos en caminos que conducen al absurdo o a la desesperación. ¡HAS RESUCITADO, SEÑOR…! y porque estás vivo, mi Señor, quiero buscarte y encontrarte guiado por la esperanza y sostenido por tus palabras de salvación; viviendo y compartiendo sueños e inquietudes, comprometido con los más débiles y necesitados. Mi vida, a partir de tu resurrección, tiene otro horizonte: “Nadie podrá separarme de ti, mi Dios, ni en la vida ni en la muerte”. Señor, vivo lleno de dificultades y, a veces, no sé por dónde caminar; pero intuyo que tú me alcanzarás y me envolverás en tu amor a mí y a todos los que te tenemos vivo en el corazón. Gracias, Señor, porque si tú has resucitado, todo puede ser de otra manera. Gracias, Señor, porque tu resurrección es la garantía de una vida para siempre. Amén.