Conflictos agonísticos madre-hijo: Su relación con la psicopatología y el aborto como minimización del riesgo. (Agonistic rivalry mother and her son: Its relation with the psicopatology and the abortion as reduction of risk.) FUENTE: PSIQUIATRIA.COM. 2004; 8(3) Francisco Traver Torras. Director del Area de Salud Mental Hospital Provincial Castellón 12003 PALABRAS CLAVE: Sumisión involuntaria inducida, Conflicto agonístico, Depresión, Anorexia, Modelo de competencia social, Aborto. KEYWORDS: Yielding, Agonic rivalry, Depression, Anorexia, Social competition model, Abortment.) Resumen Se examinan, desde el modelo de Price las relaciones de rivalidad agonística de la mujer con sus hijos desde el conflicto agonístico “in utero”, hasta los modelos de rivalidad durante la crianza adjudicando a cada uno de ellos un valor determinado en sus relaciones próximas con la psicopatología humana, tomando como modelo el constructo de Yielding ( sumisión involuntaria inducida). Abstract They are examined, since the model of Price the relations of agonic rivalry of the woman with its children since the agonic conflict “in utero”, to the models of rivalry during the breeding judging to each one of them a specific value in its next relations with the human psichopatology , taking like model the construct of Yielding (involuntary submission induced). Antecedentes Price describió en 1992 a partir de los trabajos de Chance (Chance y Jolly 1970) con monos, dos modos de rivalidad entre los humanos a los que llamó 1) modo agonístico, aquel que se produce entre rivales, entre iguales o pares y que se identifican por la presencia de rituales de intimidación como mecanismo para preservar la dominancia o el rango. Es el típico conflicto entre hermanos o rivales que compiten por un mismo recurso y 2) el modo hedonístico, que opera más bien por seducción, es el caso de un líder carismático que atrae a sus seguidores por medio de su capacidad de seducción, liderazgo o carisma. Bateson en 1972 describió en esta misma línea las relaciones simétricas (aquellas en las que los dos miembros tienen el mismo poder en la relación) y las complementarias, aquellas que se caracterizan por una distribución de poder asimétrico entre sus miembros, es el caso del ejército, del mundo del trabajo o de la propia familia. En las familias funcionales se admite que el poder tiene dos líneas de demarcación, una simétrica, horizontal, la que tienen entre sí los progenitores y otra asimétrica, vertical en las relaciones de estos progenitores con sus hijos. Dicho de otro modo se admite que es un rasgo de funcionalidad que los padres tengan más poder que sus hijos. Sin embargo la crianza se puede definir también como los sucesivos y progresivos cambios en la oscilación de estrategias simétricas y asimétricas en la relación que los padres mantienen con sus hijos. Así se puede aceptar que en una crianza funcional los padres vayan cediendo poder a medida que los hijos dan muestras de maduración, sensatez o una mayor adaptación al mundo adulto. Es predecible pues que en una crianza funcional aparezcan problemas de rivalidad agonística de los hijos con sus padres durante la adolescencia, el momento evolutivo en que el adolescente pretende definitivamente ganar soberanía sobre su vida y su conducta. También es posible observar conflictos de rivalidad de los padres entre sí, o de los padres con los abuelos, en tanto que la propia definición de la relación no impide que este tipo de conflictos se manifiesten periódicamente como una forma de ensayo y error sobre los nuevos aprendizajes o los nuevos dilemas a los que se ve sometida una familia. Sólo en aquellas muy rígidas –incapaces de modificar su patrón de distribución de poder- pueden aparecer manifestaciones de extrema dependencia, retraso en la maduración o incapacidad para asumir responsabilidades acordes con la edad. Aunque por definición en una relación asimétrica, como las que suelen presidir las relaciones entre padres e hijos, no podemos hablar en puridad de un conflicto agonístico, este tipo de conflictos se infiltran constantemente debido a las constantes pruebas a las que los niños someten a sus padres a fin de evaluar como anda la repartición de poder y a menudo manifiestan o ponen a prueba la capacidad de los padres para sobrevivir a sus propios conflictos de rivalidad con sus figuras de referencia, de tal modo que se puede hablar de conflictos de rivalidad o agonísticos entre padres e hijos aun en una relación funcional donde predominan las relaciones asimétricas. En este articulo voy a referirme sobre todo a los conflictos agonísticos de la madre y sus hijos, desde el mismo momento de la concepción. Conflictos agonísticos in utero El embarazo es un paradigma excelente (Haig, 1973) para las explicaciones evolutivas de cómo deriva y se reactivan los conflictos no resueltos de rivalidad de la madre En este sentido se ha señalado que más del 70% de los huevos fertilizados no llegarán a implantarse (Nesse y Williams 1994), se sabe que la madre aborta usualmente fetos con malformaciones o fetos a veces incompatibles con la vida o al menos con escasas probabilidades de llegar a la edad adulta y reproducirse. El aborto espontáneo es pues un mecanismo fisiológico que la evolución ha preservado para reducir las inversiones maternas en la crianza de hijos con escasas posibilidades de supervivencia, se trata en este caso –contemplado desde la óptica evolutiva- de un triunfo de la madre en su conflicto agonístico con su feto, su inversión genética, en este caso superflua. Lo mismo sucede con el aborto voluntario, se trata en todos los casos de la hegemonía de la decisión de la madre que prevalece sobre los “intereses” del feto. Los conflictos de intereses entre madres y sus crías son comunes en toda la escala animal, las “campañas de reducción de la natalidad” que organizan los estorninos en sus constantes y escandalosas reuniones antes de la época de reproducción tienen como propósito realizar periódicos censos de población, a fin de hacer balance entre los recursos alimentarios esperados, la densidad demográfica y el tamaño de las nidadas (Wynne-Edwards 1962). El canibalismo parental o filicidio se ha relacionado en algunas especies con la falta de previsión y adecuación entre el tamaño de las nidadas y los recursos alimentarios actuales, también en algunas formas de estrés mal conocidas como les sucede a los animales que se crían con fines de peletería o a los mismos hámsteres, donde el canibalismo es ostentado básicamente por la hembra dado que el macho durante la crianza mantiene todo el tiempo inhibida su agresividad. En determinadas especies la maternidad coincide con un incremento de la agresión, debido a que es en ese momento cuando la agresión es más necesaria que nunca a fin de defender el nido, lo que hace que en algunas especies se den errores de reconocimiento como en las pavas que atacan a todo aquel que merodea por el nido, excepto a los que no paran de piar, en este sentido el polluelo que no pía lo suficiente está en peligro de ser atacado por su propia madre, una forma de agresión que es posible contemplar experimentalmente dejando a las pavas sordas (cit por Lorenz 1971). Del mismo modo el canibalismo fraternal ha sido explicado como un modo de rivalidad agonística entre hermanos y expresivo de la presión especifica que algunas especies como el tiburón-toro o el gavilán soportan en su difícil supervivencia de depredadores. El embarazo de la hembra humana no ha sido nunca contemplado en clave de un conflicto de intereses, quizá porque a la maternidad se le supone un origen arcangélico que ha dejado en el tintero la evidencia de que la reproducción para la hembra humana tiene un coste adicional a la de cualquier otra hembra. Para empezar el parto es en la mujer doloroso a consecuencia de la estrechez de su canal del parto y de la bipedestación, por no hablar de los costos en vidas maternas ocasionados por los partos y que actualmente y gracias a la moderna Obstetricia han desaparecido por completo en los países desarrollados. Se ha pasado por alto que las enfermedades de la gestación pueden contemplarse en clave evolutiva como un conflicto agonístico entre la madre y el hijo y en todo conflicto agonístico hay alguien que gana y alguien que pierde. La eclampsia, la diabetes, o las malformaciones tumorales de la placenta no han sido jamás interpretadas en clave de este conflicto de intereses, aunque algunos autores han señalado que: 1.- No sabemos como la madre “reconoce” o “sabe” que su feto contiene malformaciones graves que pueden poner en peligro su supervivencia, pero es evidente que los abortos espontáneos y su frecuencia hacen presumir que existe algún mecanismo de “reconocimiento” al menos celular de tal evidencia (Buss 1999). 2.- Las mujeres que presentan hiperemesis del primer trimestre, es decir aquellas que desarrollan durante el embarazo aversiones o preferencias alimentarias (del 75-89% según autores) tienen un índice de abortos espontáneos menor que aquellas que no presentan esta curiosa enfermedad (Profet 1992). Es posible suponer que la nausea o el vómito sean una manera fisiológica de desprenderse de posibles toxinas alimentarias teratógenas o a un fallo del reconocimiento de las mismas especifico y muy activo durante la fase de formación de órganos. 3.- El feto también tiene estrategias de competir con la madre, por ejemplo puede segregar un exceso de gonatropina coriónica (HcG) para hacerle saber a la madre que se encuentra bien fijado al útero y librarse así de un aborto espontáneo (Buss 1999). 4.- El feto absorbe sus nutrientes del torrente sanguíneo de la madre, muchas veces al precio de enfermarla, es el caso de la hipertensión o preeclampsia materna o de la propia diabetes. El mecanismo para extraer nutrientes que utiliza el feto es liberar substancias que tienen efectos sobre la presión arterial de la madre, a través de la vasoconstricción (Buss 1999), de hecho existe una correlación negativa entre hipertensión materna y el aborto espontáneo (Haig, 1993) Conflictos agonísticos durante el periparto Después del nacimiento emergen determinadas situaciones en la díada madre-hijo que son también escaladas de rivalidad entre ambos protagonistas. El niño exige, llora, mama, defeca y mantiene la atención permanente de su madre que pierde horas de sueño, nutrientes, capacidad y autonomía física y muy frecuentemente menoscabos en su autoestima. Es un periodo critico para la madre, porque en ella se han activado no solamente las pulsiones de nursing y de apego sino también las pulsiones agresivas derivadas de las exigencias de su hijo contra el que no puede luchar y del que no puede tampoco huir debido a la “cruel atadura” que prevalece en todos los vivíparos y con más evidencia entre los humanos necesitados de cuidados durante un tiempo mucho mayor que el resto de las crías de toda la escala animal. Se conoce este periodo como postpartum blues, un estado subdepresivo muy frecuente y que tiene que ver con las dificultades de la madre con respecto al manejo de su hijo. Si el hijo vence en esta confrontación el pago de la madre será la depresión o la psicosis postparto, el lugar donde se ubican los perdedores en cualquier confrontación agonística en virtud de la activación de los programas de yielding, lo que Price ha denominado “sumisión involuntaria e inducida”, un constructo explicativo de la depresión desde la teoría del rango (Price 1967) más conocida como la teoría competitiva social de la depresión (Price et alt 1997), un modelo que encuentra refrendo clínico en las teorías de Brown (Brown et alt 1986) y Goldberg (Goldberg 1991). Tomado de Stevens y Price, 2000 Como puede observarse en el anterior diagrama, el apaciguamiento (yielding) se activa en las situaciones más bajas de la jerarquía de rango social, en los perdedores de un conflicto agonístico, se trata en cualquier caso de una activación involuntaria que nada tiene que ver con la sumisión voluntaria o consciente que medimos en determinados tipos de carácter y que objetivamos en rasgos como obsequiosidad, amabilidad o adulación. La razón por la que el programa de yielding ha sobrevivido entre las estrategias de competencia agonística de los humanos es porque permite la supervivencia de ambos contendientes y porque procede de una forma de presión selectiva especifica sobre la reproducción que penaliza de forma desigual a machos y hembras, debido a que para que un macho tenga éxito reproductivo es necesario que tenga más iniciativa que la hembra. Este hecho podría explicar el por qué la depresión es más frecuente en la mujer que en el hombre. Dicho de otro modo la prevalencia de la depresión en los humanos puede estar fuertemente influida por la selección ligada al sexo. Conflictos agonísticos durante la crianza La teoría del conflicto entre padres e hijos cuenta con una amplia experiencia y tradición sobre todo desde que Freud teorizara acerca del conocido "Complejo de Edipo". En esencia este constructo predice una alta rivalidad con el padre o la madre en función del sexo del hijo, Sin embargo Trivers (Trivers 1974) ha señalado que el conflicto es entre padres e hijos con independencia del sexo del hijo. Se trata otra vez de un conflicto de intereses y tal y como los teóricos de la teoría sistémica han evidenciado se trata de un conflicto agonistico, un conflicto de poder. Me interesa señalar en este momento los conflictos que se establecen entre madre e hija y relacionarlos con la anorexia mental, una patología donde se han descrito quizá con más énfasis que en otras ciertas estructuras de parentesco que con independencia de su valor causal, al menos es seguro que tienen importancia en establecer las razón del por qué unas anorexias evolucionan de forma benigna mientras otras tienden a enquistarse en una lucha despiadada entre madre e hija por el control de la situación. Al menos en un grupo determinado de pacientes es posible establecer que la anorexia forma parte de una interacción continua y viciada de rivalidad. No me refiero a una forma de rivalidad sexual, sino de una forma de rivalidad que tiende a ocupar espacios de poder inexistentes. Así se han descrito multitud de familias con padres ausentes, o padres de escaso atractivo e involucración con la familia, sin embargo esta variable no me parece demasiado especifica de la anorexia mental. Es común en la anorexia que la madre ostente un mayor rango que el padre lo que puede inducir a la niña a aliarse con el padre supliendo su función o bien a establecer alianzas transgeneracionales, donde el síntoma preserve de una forma u otra la estabilidad familiar (Haley 1963). Frecuentemente la anoréxica hiperesponsable asume voluntariamente la función paterna de la propia madre, otra de las posibilidades en las que es posible observar un conflicto agonístico, la ruptura de la relación asimétrica es desplazada por una relación entre iguales donde la niña frecuentemente asume el rol de conciencia social de la madre. La implicación clínica que tiene la aceptación de la anterior premisa es que las interpretaciones terapéuticas deben ser no agonísticas, implicando si es necesario un lenguaje de madre-niño o en clave paradojal (Selvini-Palazzoli et alt 1986). De Giacomo ha sugerido como forma terapéutica un mes de vacaciones entre la hija y el padre. Según este autor la intimidad entre la niña y su padre es necesaria para elevar la autoestima de la paciente, la variable critica de una terapia, incluso más allá de la ganancia de peso. Es evidente que en todas las pacientes donde sus programas de yielding se han activado es predecible encontrar bajos índices de autoestima. Sin embargo es necesario señalar que en ocasiones el índice más bajo de autoestima no se encuentra en la paciente identificada sino en algunos de sus padres. Personalmente creo que para rescatar a estas niñas de la parentización a la que se ven sometidas por la negligencia o insuficiencia paternas, no basta con utilizar el recurso de mantenerla a solas con el padre, ya que este puede ser quizá aun más negligente que la propia madre y obligar a la niña a una doble parentización. El lugar desde el que es posible esperar una ventaja terapéutica para la anoréxica es aquel donde ambas -hija y madre- tengan la oportunidad de reencontrar una estrategia donde no haya vencedores ni vencidos, es decir escapar del conflicto agonístico., para ello se han mencionado las siguientes estrategias (Price et alt 1997): 1.- El conflicto puede resolverse mediante la negociación y el compromiso: reconciliación, penitencia, expiación y perdón. 2.- El paciente (o su madre) puede ser ayudado a vencer en el conflicto. 3.- El paciente (o su madre) puede ser ayudado a convertir sus rutinas de yielding en sumisión voluntaria y ventajosa. 4.- El paciente (o su madre) puede ser ayudado a dejar la arena, es decir el campo competitivo. 5.- El paciente (o su madre) debe ser persuadido de no poner toda su inversión en una única tarea. En definitiva la terapia de aquellos pacientes que hayan enfermado a consecuencia de la activación de su programa de yielding deben ser ayudados con terapias que sean sensibles a las desviaciones jerárquicas en el seno de la crianza y a impedir las escaladas simétricas en aquellas situaciones donde la funcionalidad esté del lado de la asimetría biológica. El aborto como estrategia de salud frente a la rivalidad agonística Devolver a una mujer su control sobre la reproducción siempre resulta una estrategia que favorece el escape del yielding si es que el embarazo es sentido como una perdida de autonomía en relación con su feto o su pareja. Muchos hombres utilizan el recurso del embarazo para vencer en su competencia agonística con sus parejas y otros optan por el sexo forzado para imponer su “dominancia social”. Al margen de cuestiones legales es evidente que las violaciones o el sexo forzado entre parejas es más frecuente de lo que se denuncia. En ocasiones esta atmósfera de terror viene incluida entre las sevicias o maltrato doméstico característico que durante años emplean los hombres como recurso impositivo sobre la conducta de sus parejas. Como norma general hay que aceptar que la demanda voluntaria de un IVE predice un embarazo tormentoso y un postparto difícil aunque no discrimina los accidentes psiquiátricos que suceden entre las mujeres que llevan a término su embarazo. La decisión de abortar se hace casi siempre en un contexto que hace percibir la gestación como subjetivamente insostenible en todos los casos, desde los que hay que discriminar los previstos por la Ley. El embarazo indeseado suele proceder de las dificultades para acceder a la información y comprensión de los métodos anticonceptivos, dificultades geográficas, barreras sensoriales o ausencia de servicios de planificación, como también de la importancia de las relaciones donde la mujer ocupa un lugar subordinado en la pareja. Aun siendo un hecho generalizado que las mujeres tienen menos oportunidades de imponer sus condiciones en las relaciones sexuales, en ocasiones pueden ser victimas de embarazos impuestos por sus parejas que gozan así de un mecanismo de control adicional sobre la conducta de las mismas , a través de lo que Trivers ha denominado “la cruel atadura”, que vincula a la mujer indefectiblemente con los hijos que pueden incluso haber sido engendrados a la fuerza o al menos de una forma coercitiva o intimidatoria. Se ha señalado que los hombres utilizan – con más frecuencia que las mujeres- su fuerza física y mayor tamaño para imponerse en cuestiones derivadas de la rivalidad con sus esposas o parejas. Así es predecible una mayor frecuencia de la agresión física desde el hombre hacia la mujer que en sentido contrario. En ocasiones determinados varones afectos de celos, alcoholismo, depresión de derrota (Stevens y Price 2000) o ansiedad vuelven su agresividad hacia sus parejas sentimentales o son totalmente incapaces de vehiculizar sus conflictos de rivalidad de una manera distinta a la coerción física intimidatoria o coercitiva. Naturalmente esta manera de ejercer dominio sobre la hembra se ha señalado que tendría un fin reproductivo (es decir maximizado por la selección y la evolución) en la conducta masculina. Algunos autores han llegado a señalar que la violación, (Thornhill & Palmer 2000) la coerción sexual más grave, podría responder a la activación de un programa atávico que si ha sobrevivido es debido a que garantiza la reproducción del macho. En cualquier caso no me cabe ninguna duda de que los maltratadores utilizan el mecanismo de dejar embarazadas a sus parejas como un mecanismo de control sobre su conducta, lo que permite predecir que el maltrato se dará más entre 1) pareja celosa y dominante, 2) en una pareja de hecho ( es decir sin compromisos reglados de cooperación para el hombre) y 3) existen ya niños en la pareja. En este sentido el control sobre la función reproductiva es para la mujer esencial (Russo y Zierk 1992) y el aborto tiene un efecto positivo sobre la autonomía de la mujer que se relaciona con la recuperación de su control de la fertilidad y de los recursos disponibles para hacer frente a sus problemas. La depresión postparto puede darse tanto después de un parto electivo como de un IVE o un aborto espontáneo (Brockington 1996).Contrariamente a esta idea los accidentes psiquiátricos o psicológicos graves debidos al IVE son muy escasos cuando se realiza antes de las 12 semanas de gestación, pero las enfermedades psiquiátricas tras el parto superan a las que se producen tras el aborto (Zolese y Blacker 1992) sin contar con los trastornos de la vinculación madre-hijo secundarios a embarazos no deseados que por otra parte no se encuentran cuantificados y probablemente no han dispuesto de la atención que merecen por parte de los clínicos. Distintos autores están de acuerdo en que la adopción es más estresante que el aborto. Biliografía ABED R T.: "Psychiatry and darwinism. Time to reconsider?". British Journal of Psychiatry 177:1-3. (2000) ABBOTT D.H.,BARRET J. FAULKES C.G (1989): ” Social contracepcion in naked mole-rats and marmoset monkeys”. Journal of Zoologie. 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