Túnez, Egipto y el mundo árabe

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Túnez, Egipto y el
mundo árabe
ESADEgeo Position Paper 13
Marzo 2011
Irene García García
Jr. Research Fellow, ESADEgeo
Túnez, Egipto y el mundo árabe
Las protestas desencadenas en el mundo árabe estas últimas semanas
marcarán, sin duda, un antes y un después en la historia de Oriente Medio y en
las mentes de estas jóvenes generaciones árabes que optaron por la vía
pacífica para exigir a sus gobernantes dignidad y respeto.
Estamos ante una generación con reivindicaciones pragmáticas, no interesada
en ideologías, cuyos eslóganes no hacen llamada alguna a la injerencia de
Occidente. Por primera vez, las poblaciones de los países árabes
responsabilizan directamente a sus gobiernos de la corrupción y protestan para
alcanzar la democracia. Estos jóvenes tampoco encabezan las protestas en
nombre del Islam. Lo que hemos visto proliferar en internet son mensajes que
abogan por el fin de un Egipto analfabeto e incluso muchos se movilizan ya
para que el país sea el receptor del próximo Nobel de la paz.
Aunque estas premisas no implican que los manifestantes sean laicos, sí
muestra que éstos diferencian claramente entre religión e ideología política. Es
una generación que persigue la dignidad y el respeto. El pacifismo con que han
protagonizado las protestas da cuenta de ello.
Sucede lo mismo con el nacionalismo. Si bien todos ellos tienen un sentimiento
de pertenencia a sus países, en sus protestas no abanderan el nacionalismo.
Gracias a Internet, poseen unas miras más amplias del mundo complejo y
globalizado en el que viven. La revolución de las redes sociales ha estimulado
nuevas formas de relacionarse y ha cambiado por completo los mecanismos de
transmisión de la información. En cuestión de segundos se accede a todo un
mundo que antes les quedaba muy lejano.
Esto no quiere decir que las protestas se hayan producido exclusivamente
gracias a Internet. La sociedad egipcia ya se había lanzado a la calle en
protesta por asuntos regionales, como la II Intifada Palestina o la Guerra de
Iraq. También en 2005, la reforma constitucional de Mubarak por la que
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renovaba por quinta vez su mandato de seis años y tras el que le sucedería su
hijo Gamal, vio el nacimiento del movimiento de protesta Kefaya “basta ya”
contra el gobierno. En los últimos años, las represiones policiales y la subida
del precio de los alimentos también fueron el origen de numerosas protestas y
manifestaciones.
Pero gracias a la plataforma que ofrece Internet, este activismo, combinado con
el abondo del poder de Ben Ali en Túnez, permitió a las jóvenes generaciones
recobrar el optimismo en la región y la creencia de que un cambio estaba más
al alcance de la mano de lo que habían pensado.
Ya no se necesitaban
interlocutores políticos para conocer lo que sucedía. Esta ausencia de liderazgo
político fue también el principal motivo de éxito. El gobierno no tenía una
cabeza contra la que dirigir la represión.
Aunque la dispersión se convirtió en una baza para los manifestantes durante
la protestas en Egipto, esta misma dispersión puede convertirse ahora en el
principal obstáculo para continuar los avances. El objetivo claro de los
manifestantes ya se ha cumplido: conseguir la renuncia de Mubarak. Ahora la
oposición debe superar la ambigüedad y traducirlo en demandas claras para
reclamar mayores reformas de la parte del Ejército y con la mayor
transparencia posible.
Este -y no el islamismo radical-será el principal gran reto al que se enfrentará
Egipto en esta transición: procurar estabilidad y seguridad (como muchos
ciudadanos pedían ya en los últimos días de las propuestas) y combinarlo al
mismo tiempo con las reformas económicas, políticas y sociales que reivindica
la oposición.
Conviene recordar que las transiciones democráticas son procesos muy
complejos. El abandono del poder de Ben Ali en Túnez y de Hosni Mubarak en
Egipto constituyen el primer paso de tantos otros que deberán darse en el largo
camino hacia la transición democrática.
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Tras tres décadas de dictadura, el paisaje político egipcio tardará tiempo en
componerse y ordenarse. Los Hermanos Musulmanes son los únicos actores
organizados en todo el espectro político de Egipto. Aunque los Hermanos
Musulmanes solo conseguirían el 30% de los votos si hubiera elecciones en
Egipto en este momento-y por lo tanto-el consenso entre partidos sería
necesario- muchos actores de la oposición, entre ellos El Baradei, están
abogando por una transición lenta y pausada. Esto les permitiría un mayor
margen de maniobra para organizarse mejor. De lo contrario, existe el riesgo
de que el país se ancle en un inmovilismo.
Tanto Europa como Estados Unidos deberán utilizar todas las herramientas
necesarias para acompañar al país en la institucionalización de su democracia
y dar apoyo a la sociedad civil. Dicho esto, ambos actores deberán evitar
monitorear la transición y posicionarse a favor de unos u otros actores.
En Europa contamos con la Unión por el Mediterráneo, iniciativa que integra
bajo un mismo paraguas a los 27 Estados miembro y a 16 socios del sur del
Mediterráneo, de África y de Oriente Medio. Sus proyectos concretos en
iniciativa empresarial, educación, salud, energía o cultura son de especial
pertinencia en estos momentos.
Durante las protestas de Túnez y Egipto, las economías de ambos países han
quedado duramente golpeadas. Estos dos Estados necesitan dinero,
infraestructuras y consejos entre pares para llevar a cabo las reformas. La falta
de previsibilidad a corto/medio plazo puede reducir también la confianza de los
mercados financieros y castigar aún más a unos países cuyo reto es generar
una economía dinámica para una población joven formada, pero desempleada.
Estados Unidos también puede desempeñar un importante papel, sobre todo
en Egipto, dado el considerable apoyo financiero que ha ofrecido a su ejército.
De momento, el Ejército ha dado pasos en positivo, por ejemplo, al enviar a
prisión preventiva a tres ex ministros, de Interior, de Turismo y de Vivienda y al
magnate del acero Ahmad Ezz. Pero aún le quedan grandes retos por delante.
Entre los primeros se encuentra la necesidad de poner fin al Estado de
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emergencia que existe en Egipto desde hace tres décadas y establecer una
mesa de negociación que cuente con prominentes figuras civiles. Esta mesa
permitiría la inclusión de todos los actores políticos y sería la encargada de fijar
la fecha de las nuevas elecciones y de realizar la reforma constitucional. Todo
ello ayudaría a que se percibiera el cambio y de una forma transparente.
Israel, por su parte, también tendrá que adaptarse a los cambios en la
estructura de sus vecinos. El abandono del poder del presidente egipcio Hosni
Mubarak ha dejado a Israel en un estado de incertidumbre y miedo ante la
pérdida de su gran aliado en la región y un bastión clave en el proceso de paz.
Sin duda alguna Egipto mantendrá intacto el Tratado de Paz con Israel, pero su
política exterior podría experimentar un reequilibrio (similar al que hemos
podido ver en Turquía) para atender también a la opinión pública egipcia,
sensible con las políticas de Israel hacia Palestina, Líbano y Siria. Esta
situación puede provocar que las actuales políticas de Israel sean insostenibles
y forzar al gobierno de Tel-Aviv a replantearse más en serio su política y
estrategia hacia la región.
Aunque el conflicto árabe-israelí no supone una línea divisoria de la región,
tampoco
debemos
restarle
importancia
ni
abordarla
de
manera
descontextualizada. Esta vez no puede permitirse una política de doble filo en
la región. Por un lado se acoge de buen grado las reivindicaciones en Túnez y
Egipto a favor de la democracia y la dignidad, pero por otro se sigue vetando
en el Consejo de Seguridad la condena a los asentamientos israelíes en
territorios palestinos ocupados.
Si la apuesta se hace para el cambio, ese cambio debe ser en toda la región.
Debemos tener en cuenta que el veto mata muchas esperanzas. Y es mucho lo
que está en juego. El escenario aún es voluble e incierto. Igual que las
opiniones, estados de ánimos y estrategias de los gobiernos. La mejor baza
para conseguir un cambio real y verdadero en la región es lograr una transición
exitosa en Túnez y Egipto. De lo contrario, las poblaciones de otros países de
la región –ampliamente inspiradas por Túnez y Egipto- pueden pensárselo dos
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veces antes de echarse a la calle y reclamar buena gobernanza y democracia
en sus países.
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Irene García García
Jr. Research Fellow
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