REFERÉNDUM PANEUROPEO Y MAGNA

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REFERÉNDUM PANEUROPEO Y MAGNA-EFICIENCIA DE LA UE (MÁS
ALLÁ DE JÜRGEN HABERMAS)
José Luis Egío García (Institut Européen de l’Université de Genève / Univ. Murcia)
Los últimos acontecimientos en la breve historia de la UE parecen dar la razón a
aquellos teóricos de lo político (de Monnet a Moravcsik pasando por Glucksmann) que
hacen de los grandes líderes de las naciones de Europa los artífices de todo cambio
sustancial en la estructura política continental. La firmeza con la que, según los
partidarios de esta explicación y concepción de lo político, vite fait, Nicolas Sarkozy ha
logrado sacar del atolladero a una Europa encallada, dando a la vez la razón al resto de
líderes de la Europa europeísta (muchos de los cuales habían criticado la celebración del
referéndum sobre el Tratado… querido por su antecesor) y al pueblo francés (cuyo “no”
inicial Sarkozy ha reiterado respetar en público, aunque la negociación mantenida hors
les flashes con sus colegas europeos se haya saldado con la integración de los
contenidos básicos del polémico Tratado en el cuerpo legislativo obra y juez del pueblo
francés), parece volver a relanzar la asociación de participación popular a ineficiencia,
ralentización de la acción política y juicio precipitado desde el desconocimiento. Desde
los círculos intelectuales funcionalistas se apunta con el dedo a unos franceses que,
habiendo suscitado una discusión sin precedentes ante un tema europeo y habiendo
acudido a las urnas masivamente para rechazar el texto Constitucional, se han mostrado
mucho más pasivos cuando, recientemente, su nuevo líder-representante, ha abolido de
un plumazo lo que meses de movilización y millones de votos habían comunicado a los
órganos gubernamentales de la Unión Europea.
Visto lo visto, ¿qué hacer? ¿Sumarse a la muchedumbre de aclamadores de los
grandes hombres y mujeres (Merkel también ha jugado un papel decisivo en la
resolución de la crisis, presentándose junto a Sarkozy como responsable del parto de
una Constitución reducida y sietemesina) en cuya benevolencia bienhechora reposa el
destino de Europa o seguir insistiendo, frente a esta nueva bofetada de lo empírico, en
los ideales normativos que, a nuestro juicio, deben ser los puntos de referencia de toda
comunidad política y, en especial, de esta Europa de la unidad en la diversidad?
Demos en primer lugar al César lo que es del César y reconozcamos algún
mérito a una sociedad civil francesa que fue capaz de suscitar un vivo y rico debate
sobre y con Europa, en el que las posiciones enfrentadas de los detractores y los
partidarios del Tratado... fueron sostenidas en equilibrio, permitiendo que circularan
entre los ciudadanos contenidos fundamentales del texto a votación que estaban lejos de
ser fácilmente resumibles y explicables. Aunque los críticos de la celebración de dicho
referéndum se empeñaron en explicar las discusiones y el voto negativo posterior
relacionándolos con cuestiones puramente nacionales y coyunturales (algunos creen que
los franceses convirtieron la ratificación del Tratado en un voto sobre la figura de
Chirac), lo cierto es que la transcripción de los miles de horas de actividades
comunicativas suscitadas por la convocatoria de referéndum dejan entrever
explicaciones y opiniones contrapuestas sobre el contenido de la Constitución abortada.
El número y la calidad de los actos e intervinientes ( Jürgen Habermas, Olivier Duhamel
o Jean Ziegler dieron la cara ante los medios de comunicación), los porcentajes de
participación en el referéndum (69’3%) y el índice de personas que se consideraban lo
suficientemente informadas en el momento de la votación sobre el Tratado (66%)1
permiten también asegurar que el empaque democrático del referéndum francés fue
superior al de la consulta popular que tuvo lugar en España meses antes
(la
participación fue del 42’32% y el 74’4% de los ciudadanos se consideraban
desinformados el día de la consulta2).
La capacidad de las organizaciones ciudadanas francesas de suscitar interés e
incluso apasionamiento por lo político en una época en la que las audiencias de los
medios de comunicación reflejan a las claras la preferencia por otros objetos de
1
COMMISSION EUROPÉENNE, La Constitution européenne : sondage postréférendum en
France,http://ec.europa.eu/public_opinion/flash/fl171_fr.pdf
2
Fuente de las cifras de participación: TORREBLANCA, José Ignacio, El referéndum sobre la
Constitución Europea en España: una doble decepción,
http://www.realinstitutoelcano.org/analisis/691.asp
Fuente de las cifras de información con respecto a la Constitución: Extracto de COMISIÓN EUROPEA,
La Constitución Europea: sondeo postreferéndum en España, divulgado en http://www.lukor.com/notesp/nacional/0504/21185043.htm
Juan Carlos GARCÍA MADRONAL destaca además en su Informe de monitorización del referéndum del
20 de febrero sobre la Constitución Europea (ver site web del colectivo Más Democracia, asociación
integrante de la red transnacional Democracy Internacional), importantes deficiencias en cuanto a las
posibilidades de acceso a los medios de comunicación públicos y privados por parte de los grupos en liza,
una actitud gubernamental nada neutral, pues la campaña Los primeros con Europa, como la misma Junta
Electoral sentenció, “hizo mucho mas que únicamente informar sobre los procedimientos de voto” y un
nivel argumentativo generalmente banal, llevado en ocasiones hasta la vulgaridad de la pura demagogia
política: Zapatero pedía un sí junto a rockeros (Loquillo), deportistas (Cruyff) y hasta niños actores (el
famoso benjamín de la serie Aquí no hay quien viva) a "a todos los que estos años han votado sí a la
libertad, la democracia, al progreso, a la paz, a Europa y a la convivencia"
(http://actualidad.terra.es/articulo/html/av2155040.htm), mientras que Mariano Rajoy sostenía el Tratado
porque "definir a Europa es estos términos supone cerrar la puerta a delirios de autodeterminación que
reabren la caja de Pandora de los nacionalismos disgregadores del pasado"
(http://actualidad.terra.es/articulo/html/av294987.htm) y Josu Jon Imaz apostaba por la misma opción de
voto a partir de una reflexión extremadamente inversa, al considerar que en Europa "empieza a resultar
caduco, cerrado y absoluto apelar a la soberanía de los estados"
(http://actualidad.terra.es/articulo/html/av2132167.htm).
atención, puede ser considerada en sí misma un mérito de una política participativa que
hace del referéndum uno de los instrumentos principales de la acción política3.
No nos limitaremos, sin embargo, a considerar tan sólo el planteamiento
ilustrado que valora en positivo la contribución individual del ciudadano a la elección
de las metas o bienes de la comunidad en la que vive, su interrogación personal por la
naturaleza y las posibilidades de unas metas sociales4 que, de otra forma, se ve obligado
a apoyar de forma inconsciente, sin que su libertad contribuya en modo alguno a una
acción política ubicada en un punto exterior a su esfera subjetiva.
Antes de ligar
participación
ciudadana y
pragmatismo
o
eficiencia
introduzcamos el análisis habermasiano del grado de evolución que ha alcanzado la
Unión Europea desde el último fin de milenio. Para el pensador alemán, los grandes
objetivos que dieron origen a la Comunidad Económica Europea, a la CECA y al
EURATOM (pacificación europea e integración de Alemania en Occidente) han sido ya
alcanzados. Respecto al tercer objetivo que las elites directivas se proponían con la
creación de las Comunidades Europeas, la creación de un mercado único de bienes,
trabajadores, capitales y servicios, es posible afirmar que el impulso de Maastricht ha
sido certero y la liberalización deseada por los promotores del proyecto europeo ha
avanzado a pasos de gigante en la última década. Consideremos irreversible con
Habermas el golpe de Maastricht y consideremos también que, aunque insatisfactoria en
muchos aspectos (favorecedora de la inflación, de la concentración de capital a escala
3
Nótese que para algunos politólogos que se autopresentan como demócratas, la participación ciudadana
en y el interés general por lo político son en sí mismo un peligro. Por ejemplo, Sartori considera en su
Teoría de la democracia que dejar decidir a aquellos que no guían su conducta ajustando medios a fines,
a quienes carecen de “entendimiento competente”, sería un suicidio, de tal forma que “una democracia de
referéndum se hundiría rápida y desastrosamente en los arrecifes (…) de la incompetencia del
conocimiento” (SARTORI, Giovanni, Teoría de la democracia. 1. El debate contemporáneo, Madrid,
Alianza, 1988, p. 162). Para el italiano, la situación tampoco mejoraría con el tiempo, ya que, en su
opinión, no existe base plausible o evidencia de que la participación aporte conocimiento. Dicho
politólogo contemporáneo considera además que dado que los extremistas son los que participan más a
menudo en los debates y discusiones, en una democracia participativa en la que el extremista tuviera
campo libre de acción, “contribuiría al naufragio de la comunidad política democrática más efectivamente
y más rápidamente que su adversario, el ciudadano apático” (Op. cit., p. 160).
4
Rechazamos desde el marxismo la teoría liberal del Estado según la cual éste no es más que un mero
defensor de la libertad de cada uno, porque creemos en otra, más natural, que considera toda estructura
diseñada para un fin. Tal punto de vista es también defendido por conservadores clásicos como Edmund
Burke quien atribuye al Estado el fin principal de asegurar la gran propiedad. Para el británico, “las
grandes masas de propiedad que suscitan la envidia y la rapacidad de otros deben de ser puestas fuera de
toda posibilidad de peligro”. A tal objetivo responde el que tanto la Cámara de los Lores como la Cámara
de los Comunes estén integradas por “los poseedores de una riqueza familiar y de la distinción que va
aneja a la posesión hereditaria”. Desde su óptica conservadora la agitación revolucionaria en la Francia de
1790 en la que “la propiedad de Francia no gobierna el país” le lleva a señalar a sus amigos en aquel país
que “ustedes se han desviado en todas las cosas del camino de la naturaleza” (BURKE, Edmund,
Reflexiones sobre la Revolución en Francia, Madrid, Alianza, 2003, pp. 92-94).
continental, responsable del hundimiento de la pequeña explotación primaria y de la
característica industria familiar continental, cerrada a las exportaciones agrícolas y
ganaderas de países extracomunitarios subdesarrollados o en vías de desarrollo,
manifiestamente despreocupada por la política social,…), una vuelta atrás al momento
pre-UE no sería deseable (dada la configuración de las redes de producción y
abastecimiento a escala continental, fuera del camino europeo encontraríamos tan sólo
caos y aguda necesidad).
Consideremos entonces desde un punto de vista socialdemócrata la naturaleza de
los paliativos a aplicar a esta maquinaria europea confeccionada para el dinamismo
económico y señalemos, desde una óptica revolucionaria, partidaria de fuentes de
legitimación, estructuras políticas y metas alternativas para la comunidad política
continental, algunos principios filosóficos y corolarios que podrían acelerar su
integración, reforzando a la par, mediante la fidelidad a los principios normativos
democráticos, la legitimidad y la coherencia filosófica del edificio europeo.
En opinión de Habermas, dado que “los objetivos de la generación de los
fundadores (Schumann, De Gasperi y Adenauer) han perdido gran parte de su
relevancia original”, ha llegado el momento de trabajar por una UE que “apoyándose en
su propia fuerza militar, hable con una sola voz en cuestiones de política exterior y de
seguridad, con el fin de poder hacer valer con más eficacia sus propias ideas dentro de
la OTAN y del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas”5. La apuesta ciudadana por
un ejército que, yendo más allá de la ligazón tradicional entre soberanía nacional y
política internacional, contribuiría, sin embargo, a reforzar la capacidad de acción
exterior de la UE y, por ende, de cada uno de sus países miembros, no podrá tener lugar
sin el desarrollo paralelo de instrumentos de fusión ideológica entre las sociedades
europeas. Sigamos de nuevo a Habermas en su opinión de que “las expectativas
económicas no bastan como motivación para movilizar entre la población el apoyo
político a una Unión que merezca tal nombre” y en la consideración de que
“innovaciones políticas tales como la construcción de un Estado compuesto por Estados
nacionales requieren la movilización política de todos a favor de objetivos que apelen
no sólo a los intereses sino también a los ánimos”6.
La prosecución de la marcha integradora de la Unión requiere pues de un trabajo
que podemos definir ásperamente como labor de construcción ideológica para la
5
6
HABERMAS, Jürgen, Tiempo de transiciones, Madrid, Trotta, 2004, p. 114.
HABERMAS, Jûrgen, Tiempo de transiciones, p. 115.
movilización de multitudes a escala continental, tarea harto difícil dada la situación de
desconfianza generalizada respecto a centros de decisión exteriores a la propia nación,
dada la configuración nacional y el nacionalismo explícito e implícito de los medios de
comunicación europeos, dado el peso en definitiva de una ideología de la nación
soberana que en los sistemas políticos contemporáneos, herederos de la Modernidad, se
auto-reproduce sin que la reflexión sobre los fines del Estado-nación, (por la misma
naturaleza emotiva y sentimentalmente encubridora de los mismos7), pueda llevarse a
cabo de forma cruda. En otros términos, la ideología nacionalista en virtud de la cual la
gran burguesía europea hacía de sus respectivas naciones de origen sus feudos
particulares, aparece hoy como el mayor obstáculo a sus propias ambiciones de
expansión continental (la crítica a la deslocalización de empresas parte del principio de
que los capitales nacionales deben emplearse preferentemente en la creación de empleo
y bienestar en el país de origen del detentor de capital). Si desde los tiempos en los que
Marx escribía El Capital resulta patente que el obrero no tiene patria y cae en el mayor
de los sinsentidos al ligarse emotivamente a un Estado nacional concebido para su
explotación, hoy es el burgués consciente de su interés de clase el que se rebela contra
la asociación de capital y nación e intenta salir de una malla capaz de ligar, por su
fuerza irracional, a todas las clases sociales por igual.
Como resultado de todo ello, podemos afirmar que, paradójicamente, el éxito de
la ambición de imperio o mando de la burguesía europea a escala planetaria pasa hoy
día por la internacionalización o europeización de las masas, objetivo solamente
alcanzable, en primer lugar, mediante la reproducción a escala continental del proceso
de nacionalización que tuvo lugar en los grandes Estados europeos a partir del siglo
XVIII. Habermas lanza en este sentido una triple apuesta: “a) Es necesario que exista
una sociedad de ciudadanos europeos, b) hay que construir un espacio público político
que abarque a toda Europa, y c) hay que crear una cultura política que pueda ser
compartida por todos los ciudadanos de la Unión Europea”8.
Mi intención en esta comunicación es intentar completar la apuesta
habermasiana sugiriendo el instrumento del referéndum como el único medio
verdaderamente eficaz de alcanzar los tres objetivos arriba enunciados. Resulta fácil
prever el tortuoso camino de espinas que una integración federal europea debería
recorrer siguiendo el laissez faire y el spill over político de los teóricos funcionalistas.
7
8
Fines ya apuntados por Burke, ver nota 4
HABERMAS, Jûrgen, Tiempo de transiciones, p. 126.
Con unos organismos políticos regionales y nacionales encargados, en virtud de la
subsidiaridad, del reparto de los recursos económicos de origen comunitario y nada
deseosos, además, de una perdida de su capacidad real de acción e influencia política,
nada hace suponer un desplazamiento de la atención mediática y ciudadana a los foros
de la Unión (a la que, sin embargo, desde éstos organismos inferiores se acude o se
señala ante cualquier patata caliente).
Sólo instrumentos políticos no convencionales, al margen de Parlamentos,
Consejos y Gabinetes en feroz competencia por la representación de las masas inertes,
pueden romper la estructura nacionalista de la política europea. Ya Habermas subrayaba
en la hora del lanzamiento del proyecto de Constitución Europea, que más allá del
contenido constitucional había que dar una importancia crucial a la forma de validación
de dicho texto. Desde el primer momento, el alemán apostaba por un “referéndum
constitucional” que pusiera “en marcha un gran debate en todo el ámbito europeo” y por
un “proceso constituyente” que fuera “en sí mismo un singularísimo medio de
comunicación por encima de cualquier frontera”9. Completar los juicios certeros de
Habermas en este punto significa apostar por el referéndum no sólo en asociación con
un proceso constituyente aplazado sine die. La nuestra es una apuesta por un
referéndum paneuropeo (celebrado al unísono en todas las naciones europeas) como
modus vivendi de la Unión Europea.
Los corolarios filosóficos de la defensa de una Unión de votantes europeos, al
margen de las virtudes ilustradas (toma de conciencia con respecto a los problemas
políticos de la comunidad, autoaprendizaje ligado al proceso de toma de decisiones,…)
con que diversos autores han caracterizado en general la aplicación de políticas
participativas10, son, en el caso específico de la Unión Europa, los siguientes:
a) La creación progresiva de un mundo de la vida europeo (ver el tratamiento
político de este concepto husserliano en Facticidad y validez de Jürgen Habermas11).
Frente a la situación actual en la que cada ciudadano europeo forma parte de mundos de
la vida o universos culturales nacionales que presentan grandes diferencias en virtud de
las historias separadas de las naciones (cada nación europea se ha embarcado en
guerras, conquistas, invasiones, ocupaciones y, en último término, votaciones distintas a
9
HABERMAS, Jürgen, Tiempo de transiciones, p. 127.
Lars P. FELD y Gebhard KIRCHGÄSSNER hablan de esta serie de virtudes ligadas a la participación
política en el interesantísimo ensayo The Role of Direct Democracy in the European Union, CESifo
Working Paper No. 1083, 2003. Versión electrónica disponible en www.CESifo.de
11
HABERMAS, Jürgen, Facticidad y validez, Madrid, Trotta, 2005.
10
las de sus vecinas continentales) y que se encuentran encarnados en las diversas
instituciones nacionales, sólo es posible el logro de una confraternización entre
europeos similar a la fomentada por las uniones nacionales mediante la organización de
estructuras políticas comunes y la participación en experiencias políticas compartidas,
que permitan a una Europa de los ciudadanos el cumplimiento colectivo de gestas y
(¿por qué no?) de grandes meteduras de pata. Son tales experiencias de acción política
genuina y pacífica (desde estas líneas rechazamos el ideal caballeresco de la unión
guerrera como agente de fusión de los ciudadanos europeos) las que pueden dar a los
europeos un pasado de acción en común que, en razón de su debilidad actual, los
ciudadanos rara vez tienen presente a la hora de juzgar acerca de la cosa europea. El
que en toda Europa pueda discutirse algún día acerca del mismo problema al mismo
tiempo contribuirá en gran medida a que las fronteras nacionales de la sociedad de la
información se rebajen y se relajen, permitiendo un flujo y un intercambio de
contenidos comunicacionales de gran utilidad política para el conjunto de ciudadanos
de la Unión.
b) Quienes ligan eficiencia a acción de cuadros políticos más o menos
representativos de la ciudadanía están en lo cierto sólo en parte. Tales hombres y
mujeres12 gozan en efecto de la capacidad otorgada por la ciudadanía o los gobiernos
nacionales para desbloquear de un plumazo una situación de encallamiento. Sin
embargo y, como dijimos hace algunos minutos, lo cierto es que para que el gigante
europeo pueda aventurarse a lanzar grandes pasos en direcciones nunca antes
exploradas (aquí nos hemos referido, por ejemplo, al desarrollo de sus propios
instrumentos de defensa), la ciudadanía europea debe formar antes una voluntad clara y
concisa de avanzar en dicho sentido, parecer que sólo puede resultar de procesos de
diálogo cosmopolitas contemplados por estructuras e instrumentos políticos también
cosmopolitas.
La eficiencia de la mediocridad, de los pequeños proyectos parche a la erosión
continua de las sociedades del bienestar europeas está garantizada con las competencias
asumidas por la UE y con el modo actual de gestionarlas. En política exterior, la
estructura comunitaria de los tres pilares también nos permite seguir comportándonos
como el Pepito Grillo de Collodi y alternar sermones y reprimendas inútiles ante el
12
Merkel y Sarkozy: “Un gigante llama a otro a través de los intervalos desolados del tiempo y así el alto
diálogo de los espíritus continúa sin que sea perturbado por los enanos inquietos y ruidosos que rastrean a
sus pies”, NIETZSCHE, Friedrich, Sobre la utilidad y los perjuicios de la historia para la vida, Madrid,
EDAF, 2000, P. 137.
comportamiento mentiroso y las juergas sangrientas de un Pinocchio americano que
persigue sus objetivos imperiales con la legítima testarudez que resulta de su cabeza y
de su corazón de madera. Si lo que se pretende es, en cambio, ser verdaderamente
eficiente y emular a Estados Unidos, Rusia o China en su capacidad para ser
responsables de lo mejor o de lo peor, pero en cualquier caso, soberanamente, para
poder hablar de esas gestas, de ese “noble ansia ideal”13 sin la cual toda organización
política carece de atractivo participativo, es preciso desarrollar nuevos procedimientos
de inclusión del ciudadano en las instituciones, de participación y de movilización de
masas. Cabe resaltar esta línea pragmática de argumentación para hacer patente que se
puede golpear al pragmatismo funcionalista donde más le duele y convertir sus
argumentos en piedras que caigan sobre su propio tejado.
c) Un sistema político configurado a partir de principios políticos participativos
permitiría no sólo ofrecer soluciones de conjunto a los problemas que, ocasionalmente,
se irían planteando a los individuos de los países miembros y avanzar en la integración
de la Unión hacia objetivos más ambiciosos (como el citado proyecto de defensa
europea). La maquinaria política diseñada para enfrentarse a tal sucesión de problemas
temporales, sería en sí misma la solución al problema secular responsable de las grandes
tragedias europeas: la división de la masa de tierra Europa en naciones artificiales. Un
nuevo artificio de concepción cuasi en exclusiva racional pondría fin a la serie de
excesos nacionales que constituyó la historia de las naciones románticas o reinos de
taifas europeos. En efecto, el estudio de las causas de las grandes guerras continentales
nos muestra que el ocultamiento generalizado de la naturaleza y fines de tales
constructos nacionales dieciochescos, ligado estrechamente a una participación política
restringida a las elites y basada en la representación del ciudadano pasivo por una
vanguardia activa, fue en gran medida el responsable de la ciega y patética aniquilación
de las masas por las masas en las dos Guerras Mundiales.
d) En definitiva, y retomando el análisis marxista del papel de las clases
sociales en la construcción europea es patente, que, por una vez, los intereses de la
burguesía y el proletariado europeo se encuentran en este cruce de caminos que
constituye la Unión a partir de Maastricht. De ahí los recelos de los intelectuales
europeos a la hora de posicionarse en contra o a favor de las distintas iniciativas
comunitarias y la nutrida presencia de euroescépticos o eurocríticos tanto a la izquierda
13
GANIVET, Ángel, El porvenir de España, Madrid, Espasa-Calpe, 1981, p. (BUSCAR)
como a la derecha. Los conservadores temen desprenderse del concepto nación,
instrumento ideológico que ha permitido el dominio de la burguesía sobre una clase
obrera que, patriotizada, no ha tejido los lazos de solidaridad internacional que la
defensa de su interés social exigía. La socialdemocracia clásica, parapetada en la
asociación de nación y Estado del bienestar contemporánea ve también en el
derrumbamiento del ídolo conceptual la perdida de su último punto de amarre y el punto
de comienzo de una vorágine de perdida de derechos.
En mi opinión la coyuntura actual supone un encuentro inevitable entre el interés
pragmático de la burguesía europea, ansiosa por recuperar, una vez superada la
catástrofe a la que abocó al continente europeo hace más de medio siglo, una posición
preponderante en el mundo y el interés obrero por hacer que el ideario normativo de la
nivelación social, castizamente europeo, no sea borrado del mapa mundial en esta
carrera interminable de aligeramiento de cargas y apretones de cinturón en la que se ha
convertido una economía mundial desregulada. La burguesía innovadora de la que surge
la elite que hasta el momento ha sido la responsable de los grandes avances en la
integración europea, necesita para maximizar la eficiencia de su construcción política, la
participación activa de una amplia mayoría de ciudadanos europeos. Consistiendo tal
europeización de las multiudes en una labor de creación de voluntad social, en una
constitución de un proyecto de vida en común, como diría Ortega14, resulta difícil de
imaginar que la dinámica contemporánea de funcionamiento de la Unión pueda
convertirse en el torbellino integrador que la comunidad europea de naciones requiere
en pro de un crecimiento de su legitimidad y eficiencia. Volviendo a Habermas, “sólo
será posible ganar para el proyecto europeo a una población en la que predominan
actitudes de rechazo, o al menos de vacilación, si el proyecto se desvincula de la pálida
abstracción de las medidas administrativas y de las conversaciones entre expertos, esto
es, si se lo politiza”15.
La burguesía necesita hoy más que nunca a una clase obrera europeizada y
dispuesta de forma aguerrida para la defensa del interés continental. El proletariado
necesita a su vez de organismos políticos continentales en los que su voz contraria a la
nivelación de derechos a la baja encuentre un eco tan internacional como la naturaleza
de los conflictos que su clase social enfrenta en este comienzo de milenio. Los dos se
requieren mutuamente para la construcción de unos organismos y de unos procesos de
14
15
ORTEGA Y GASSET, José, España invertebrada, Madrid, Alianza, 2004.
HABERMAS, Jürgen, Tiempo de transiciones, p. 133.
decisión paneuropeos y democráticos que aumentarían la “capacidad de actuar” de
nuestro continente ante las tierras sin ley que lo cercan a Este y a Oeste, “sin prejuzgar
(en modo alguno) las decisiones que se tomen”16.
En todo caso, es preciso hablar de diferencias de naturaleza y grado en los
intereses que una y otra clase social se juegan en este envite para comprender porque los
asalariados tienen mucho o todo que ganar en el reto que supone la integración federal
europea. La burguesía fortalecida que en la actualidad lleva las riendas de la Unión,
aspira, eso es cierto, a una supremacía mundial mediante la maximización del
rendimiento económico y de la capacidad de influencia global de la superestructura
continental. Se trata de una aspiración a una elevación del grado de su dominio. Para el
proletariado, debilitado y desunido, ausente en la fundación de las Comunidades y con
una representación testimonial en la definición de unas líneas programáticas de la Unión
que, hasta la fecha, han sido marcadamente liberales, no está en juego una elevación de
grado, la subida de unos peldaños, sino que, la futura federalización y democratización
de la estructura política europea constituye en su caso una apuesta a todo o nada. Las
dudas acerca de la viabilidad de un modelo federal europeo suponen en realidad una
interrogación sobre las condiciones de posibilidad de la existencia política de la clase
obrera continental en el siglo XXI.
Como en períodos históricos precedentes, el peso de la tradición y las formas de
representación características de los diferenciados mundos de la vida europeos, hacen
muy difícil que sean los trabajadores los que tomen la palabra y se coloquen a la cabeza
de los cambios estructurales que deberían acontecer en la UE. Su suerte depende, más
allá de cualquier esfuerzo teórico de formación de conciencia por parte de una
vanguardia ilustrada, de que las ambiciones imperiales de la burguesía europea le lleven
a mover ficha apostando por una jugada imprevisible17. Como si de la convocatoria de
unos Estados Generales se tratará, la clase obrera debe estar atenta para hacer de la
iniciativa burguesa un paso en falso capaz de remover los cimientos políticos del
continente. El toque a rebato de la movilización masiva mediante procedimientos de
toma de decisiones de democracia directa pondría mucho en juego y daría una libertad
de acción inaudita a una multitud acostumbrada a acometer subsidiariamente los
empeños incomprendidos de Bruselas.
16
HABERMAS, Jürgen, Tiempo de transiciones, p. 121.
“Cuando hombres de posición sacrifican toda idea de dignidad a una ambición sin objeto definido, y
ponen los medios más despreciables para alcanzar fines igualmente mezquinos, el entramado entero se
hace vulgar y plebeyo”, BURKE, Edmund, Reflexiones sobre la Revolución en Francia, p. 87.
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