or ei ^Kaick Migue! y Gracia eran payescs pobres. Llevan cuarcnta artos de matrlmonlo síii hljos. Es rouy dificd penetrar en la vida a/ena, però yo creo que la suya no tiene color. Todo lo mía gerd del color de la levlia de algiinos viejos marlnos que conocf de niflo; un color IndeBnldo que recuerda las alas de las mos' cas. Todos los días (ban los dos solos a la vlfia, única tierra que posefan, uno de esos trozcs a medío aire de la moniaila, sfn agua, però con esplèndides panoranias que Jam^s contemplaron los labradores, a no ser para mirar el carlz del tiempo. La vifta, las mleses, los frutales, eran su única llusión, au Inquietud, su íellcidad. Ni slqulera pensaban en ello, porque no es corriente agradecerie nada al aire que resplramos. MIUONARIOS A lA FUERZA Marido y mujer iban y venlan de la vifla en un carrlto desvencijado, tirado por un borrlco. Una alpargaca vle/a alada al freno aseguraba la eBcacla del rudimentarlo aparefo en la pendiente. Las bolsas gastadas del carro' llenas de sacos y aperos de labranza, iban barriendo el suelo y haclan seguir, de vez en cuando, alguna rama seca o unas bolas de estiércol Durante el afío, según la e5tacl<3n, cl amplio palsaje era en tonalldadcs de plata, o en mil niatlces de vcrde; mostraba armonlaa en oro 0 iba adqulrlendo el color morado del orujo, en consonància con las vendimias que se acercaban. El carro era pequefio y el asno flaco. El camino, andado a plé, se eternlzaba. Nuestros amigos soiíaban en poseer un carro Rrande y una caballerla vigorosa, sln que hubleren podido adquiriries janids. Però los arlos no pasan en vano y a los olores campestres se afladleron un dfa esos vagos olores a cuero y a aceites para el sol de los turlstas extranjeros Se cotlzaron cada vez mís los terrenos altoS' orientades cara al mar. Convlrtíéronse en carrcteras los angoítos camlnoa. Ingleses y alemanes fotografiaban el burro de Miguel. Y succdk*! lo que tenia que suceder. A Miguel !e pagaron por su virta dos mlllo' nes y medio de pesetas. El pobre payís ní slqulera medito las consecuenclas de esta venta El matrlmonlo, sallcndo Jc casa del seüor Notarlo, contempla atónito los fajos de bllletes verdes, sobre la vieja mesa del comedor donde el porrón y los vasos de vlno estamparen tantas veces la O de los analfabetes. Miguel y Gracia no habfan vlsto Jamús rcunidas tanras efígies de Fernando e Isabel. No tenfan idea de su poder adqulsltlvo. La mufer guardabn ledavfa el dinero para la compra diarla anudado en su panuelo de bolslllo; cuando Miguel se sacaba un duro del chaleco salla mezclado con hebraa de mal tabaco y berra de algodón Aquella noche metleron les bllletes de banco en la almohada. Junto a los dècimes de la loteria y los numeres de los Clegos, que nunca •sacaren*, e Intentaron en vano dormir. Por fin iban a reallzarse sus suetlos mús preclados. Bajo su ventanB pasan velocea los grandes auiocares europeos, las furgonctas de reparto, los Seat 600 de todo bicho, y un urbano regula la clrculación. Habhir de beblnas y de telares como en los buenos tlempos del genero de punto, hablar de carros y de caballerlas en este nuevo amblente suena ya a surreallsia Pere Miguel y Gracia llevan grabada en su niagín y en su corazón, a través de tantes artos de fatiga y de prlvaclones, su idea fija. —I ara, qué en fareu de tants diners?— les pregunta a bocajarro una vleja curiosa, asl que sus vcclnos, a la martana sígulente, salen a la puerta. Y ie centegtan trlunfantes. felices, al uníseno: —Ara comprarem un carro I un animal! Però de súblto, y tamblén al uníseno, palidecen ambos y su mirada se apaga. Hasta ahera no caen en la cuenta. A Miguel y a Gracia les sebra el dinero para comprar caballes y hasca tractores y trl* lladoras. jClertoI Lo que no tlenen ya es ni un palmó de ilerra para labrar. . Tramontana. 1/6/1963. Página 11 Esrebon FÀBREGAS y BARRI