52 – Historia de la Iglesia EL PROTESTANTISMO EN ALEMANIA Esperando que Carlos V quiera mantener una firme conducta contra lo» príncipes protestantes, el papa Clemente VII le ciñe la corona imperial en la catedral de San Petronio. Corre el año 1530. Desde hace mis de ochenta años no se celebra una ceremonia tan solemne. La corona de oro imperial, que ya había ceñido la cabeza de Otón II, ciñe ahora la frente del gran Carlos V. último emperador del Renacimiento. También por mar tiene que luchar el emperador. Capitaneando la flota del Sultán está un audaz almirante: Hajreddin, llamado Barbarroja por el color de su poblada barba. Carlos V, para desinfectar el Mediterráneo de sus piraterías, organiza una expedición contra Túnez, base de las operaciones turcas. y sale victorioso. De este modo. al menos por el momento, se frena la expansión del Sultán turco. Acogiendo la petición del Papa, el emperador Carlos V proclama la dieta de Augsburgo. Su finalidad es la discusión serena de los problemas e ideas católicos frente a los protestantes. Pero los príncipes alemanes no ceden de sus posiciones luteranas. La discusión es inútil. Los príncipes no quieren restituir las tierras robadas a la Iglesia. De nada servirán las órdenes imperiales. Es papa Pablo III. Decidido a eliminar para siempre el luteranismo y responsable de que no existe posibilidad de llegar a un acuerdo con los príncipes, abre solemnemente un concilio ecuménico en la iglesia de Trento. Es el 13 de diciembre de 1545. Pero en la ciudad aparece la peste. El Papa se ve obligado a suspender el Concilio. De esto se aprovecha inmediatamente el príncipe Mauricio de Sajonia, que hace estallar una sangrienta revuelta contra el emperador. Naturalmente, los príncipes protestantes se dan cuenta que Carlos V empleará la fuerza para hacerles desistir de sus propósitos. Por eso se unen todos en la Liga de Esmalcalda y declaran que se opondrán con las armas a las pretensiones del emperador. Por desgracia. Carlos V no puede responder a los rebeldes como se merecen. Sus ejércitos están empeñados duramente contra los turcos, que avanzan hacia Viena, tras apoderarse de la casi totalidad de Europa oriental. Amenazado en el corazón de Alemania. después de haberse salvado por un verdadero milagro de un atentado mortal. Carlos V se ve obligado a ceder ante los protestantes. No tiene otra solución. Los protestantes, representados por Mauricio de Sajonia, se han aliado con Francia y el emperador debe defender ante todo la libertad del imperio. Por todo ello, en septiembre del año 1555, el emperador firma la paz de Augsburgo. Es el triunfo del protestantismo alemán. El acuerdo permite que cada príncipe imponga su propia religión. 212 213 ENRIQUE VIII Y EL CISMA DE INGLATERRA ¿Podrán las doctrinas de Lutero traspasar los confines alemanes e infiltrarse en otras naciones? Miremos por un momento Inglaterra. Reina Enrique VIII, de la casa Tudor. Al principio ha demostrado ser un rey profundamente católico. Ha llegado hasta hacer quemar públicamente las obras de Lutero. Pero, poco a poco, ha ido cediendo a los puntos débiles de su carácter y se ha empeñado en pedir al Papa la rotura de su matrimonio con Catalina de Aragón para poder casarse con Ana Bolena. Con la muerte de Enrique VIII, la nación inglesa se aleja momentáneamente del cisma. Sube al trono su hija María la Católica, que hace rectificar al Parlamento el «Acto de Reconciliación de Inglaterra con Roma». El papa Julio III le envía la «Rosa de Oro», galardón que la Iglesia concede a los soberanos más devotos. Pero, desgraciadamente, el reinado de María es breve. Naturalmente, el Papa se ha opuesto a tales pretensiones: el matrimonio es un sacramento y no puede ser disuelto aunque el que lo pida sea un rey. Entonces, Enrique VIII se proclama «jefe de la Iglesia de Inglaterra», abiertamente rebelde al Papa. Nace de este modo el cisma de Inglaterra. El rey no quiere hacer caso a los consejos del Papa y persigue sin piedad a cuantos se oponen a su orgullo. Le sucede su hermanastra Isabel I, más orgullosa aún que su padre. Isabel I vuelve a separar la Iglesia anglicana (es decir, de Inglaterra) de la fe católica. En efecto, Isabel consagra —ilegalmente, por supuesto, ya que sólo el Papa tiene derecho a hacerlo— al arzobispo de Canterbury y hace ajusticiar a María Estuardo, reina de Escocia, ardiente protectora de los católicos. El verdugo de Londres ajusticia, por orden de Enrique VIII, no sólo al obispo de Rochester sino también a Tomás Moro, gran canciller del reino. Era un hombre sabio y justo, devoto a la corona por cuan-to concernía a la política y a la administración, pero opuesto al nuevo matrimonio de Enrique VIII. El rey, en el paroxismo de su orgullo. no tiene en cuenta las cualidades del fiel funcionario. Hoy, Tomás Moro goza del honor de los altares, como mártir de la fe. Inglaterra ya no volverá al catolicismo. También Escocia caerá en el cisma, siguiendo la doctrina protestante llamada presbiteriana, ya que los dirigentes de las diversas comunidades son llamados precisamente presbíteros. Sólo Irlanda permanece católica. Ni las guerras ni las más feroces represalias harán ceder a los irlandeses, que lucharán durante siglos para no perder la fe que les llevó san Patricio en la lejana Edad Media. 214 215