JOSEPH RATZINGER SALVACIÓN E HISTORIA La relación entre historia y salvación es, quizá, el punto último donde convergen todos los problemas teológicos y donde éstos se deciden. De ahí, los intentos siempre nuevos -y siempre viejos-- de la teología por dar una explicación coherente de la experiencia de la fe a partir de la reflexión sobre la experiencia de la salvación en la historia. En el presente artículo, el teólogo alemán J. Ratzinger nos presenta, en una primera parte, los presupuestos históricos y antropológicos del nuevo planteamiento del problema. En la segunda, después de bosquejar las líneas actuales de solución y tomar postura ante ellas, presenta esquemáticamente su propio punto de partida: el hombre llega a su salvación, a su ser «padeciendo» historia; aceptando libremente la llamada de Dios que le llega en la historia de Jesús. Aunque desde una perspectiva teológica y metodológica distinta, nos ha parecido oportuno completar las presentes reflexiones con el extracto del artículo de P. Evdokimov que sigue a esta condensación. Heil und Geschichte, Wor und Wahrheit, 25 (1970) 3-14 PRESUPUESTOS DEL PROBLEMA La experiencia básica La historia se convierte en problema para el hombre cuando una forma de esta historia entra en crisis. Se revela entonces la distancia o aun contradición existente entre ser e historia y el hombre debe buscar nuevamente la unidad de ese ser con ella, bien sea rompiendo con la historia precedente, bien recibiéndola de nuevo desde sus raíces. He aquí el punto de partida del problema de la historia salvífica y la razón de ser de su actualidad. Donde quiera que los hombres salen de la mera confrontación diaria con las fuerzas salvíficas y amenazantes del cosmos, y se reconocen como comunidad que se enfrenta unida a las necesidades de la existencia, construyendo una forma de existencia segura, aun por encima de los límites de una generación, surge la historia como forma de salvación. El hombre deja de estar confrontado él solo con el todo y se experimenta como miembro de un pueblo, una cultura, que le dan la forma inmediata de su ser y le ofrecen seguridad, libertad, vida -"salvación"-. El grupo le posibilita atender a su vida cotidiana, le da los medios de superar la existencia y la respuesta al interrogante acerca de su propio existir, posibilitándole la conversión de este existir en un ser realmente humano. La historia se hace salvación y los fundadores suyos se convierten en las fuerzas divinas decisivas, en quienes se confía mucho más que en las deidades cósmicas. "Dios-Hijo" está más cerca que "Dios-Padre" de quien es mediador y a quien convierte en cercano y dadivoso. El principio histórico-salvífico Con esto tenemos ya el principio "histórico-salvífico": la salvación viene por medio de la historia que representa, por tanto, la forma inmediata de lo religioso. La historia salva -da a la existencia su verdadero ser y no su alineación- porque está divinamente fundada y porque en su recepción se hace presente lo transhistórico, lo eterno. JOSEPH RATZINGER Fundamentalmente en períodos tranquilos de la historia cristiana se puede encontrar también esta estructura: el hombre se confía a la fe de la Iglesia, no por un convencimiento nacido de pruebas históricas de que los hechos neotestamentarios son el centro de la historia sino porque encuentra en el mundo formado por la fe el suelo que fundamenta su vida y le da sentido. La historia cristiana, presente de manera concreta, le da la forma y libertad de su vida. Esta historia sólo se convierte en problema cuando comienza a entrar en contradicción con experiencias fundamentales de su vida, desgarrando al hombre en lugar de darle seguridad; cuando ella misma comienza a tambalearse en su forma concreta. Surge entonces la sospecha de que la historia, en lugar de conducir al ser del hombre, engaña, aliena, es opio. El homb re cuya conciencia histórica se halla así sacudida debe buscar un nuevo camino. Rebelión contra la historia Si hemos tratado de comprender cómo puede llegarse a la experiencia de la historia como salvación, se ve ahora que la experiencia salvífica puede convertirse, simultáneamente, en una rebelión contra la historia. Hay muchas formas posibles. En el budismo, por ejemplo, acontece en un apartarse general de la historia y del ser que ésta ofrece, haciendo Dios al no-ser. Es tan radical esta revolución que sólo puede entenderse como una vuelta hacia la "nada". Con Platón, en la crisis de la conciencia histórica griega que se manifestó en la ejecución de Sócrates, se da una negación más suavizada, consistente en un volverse hacia lo eternamente propio del hombre, situado por encima de la historia. El ser y la historia se separan en un hiato que no podrá cerrarse jamás históricamente, de tal manera que se mantiene la obediencia a las leyes imperantes, a pesar de intuir su insuficiencia, relativizando así la his toria al máximo, despojándola en su totalidad del carácter salvífico; sin que se dé lugar, sin embargo, a la inactividad o neutralidad frente a ella: unido a la contemplación de lo esencial, se da el esfuerzo de purificación de la historia, partiendo de la tradición primitiva, para devolver esa historia a lo esencial. Para Karl Marx, por el contrario, el conocimiento de la historia como alienación significa una llamada a romper con la historia antigua y a crear una nueva. La salvación se entiende aquí nueva mente como historia, pero como una historia que se ha de crear en contra de la existente. El punto de partida cristiano ¿Dónde se sitúa, dentro de este contexto, la fe cristiana? No hay una respuesta unívoca. La división de la cristiandad depende, precisamente, de su diversa actitud en relación con la historia. Avanzaremos lentamente, poniendo ante todo la fe en relación con las estructuras generales de la experiencia histórica humana, para tratar de llegar a lo que le es más propio. Procediendo así comprobaremos que la fe cristiana surgió de una conmoción histórica, del resquebrajamiento de una conciencia histórica antigua: el mensaje de Jesús presupone la puesta en cuestión de la concepción histórica del judaísmo tardío; la interpretación que hace Pablo radicaliza este rasgo histórico crítico, completa el rompimiento con esa forma histórica, y comprende el mensaje de Jesús JOSEPH RATZINGER como fundación de una historia nueva, experimentada, paradójicamente, como el fin de toda historia, relevante en consecuencia para todos los hombres. No sería difícil destacar ya dos criterios, en tensión paradójica, de la naciente conciencia histórica cristiana: se caracteriza, a la vez, por la personalización (individualización) y la universalización. El punto de partida de esta nueva historia es la persona de Jesús de Nazaret, el hombre definitivo (segundo Adán), en quien se descubre lo auténticamente humano y la definitiva apertura de lo que, aunque oculto, le es esencial. De aquí que su meta sea la humanidad entera, suprimidas todas las historias particulares, cuya salvación parcial se considera como carencia de salvación: todas ellas, al ofrecer al hombre una salvación provisional, lo apartaban de lo último, del ser humano auténtico. El mensaje de Jesús, ofrecido a los diversos pueblo s como la historia que trae la auténtica salvación, se organiza concretamente en las "iglesias" y "parroquias". Ambas expresiones iluminan lo problemático de este hecho. "Ecclesia" es la comunidad que ha sido "convocada" y vive, por así decirlo, junto a lo normal, a lo cotidiano, cuya existencia, por lo demás, sigue su curso. "Parroquia" es, aún más explícitamente, la sociedad de los "vecinos" ("parroquianos"), aquellos que "viven al lado" pero que, en la práctica, conviven con y de lo dado hasta ahora 1 . En algunos aspectos, este carácter pudo haber dado a los cristianos su fuerza: en medio de una historia que se hundía, se sabían la encarnación de una historia nueva que comenzaba y ya se había apoderado de ellos El "ya y todavía no" toma aquí forma histórica concreta. Sin embargo, fundamentaba igualmente lo problemático de su existencia: la fe cristiana desvaloriza la prehistoria propia y la historia presente, convirtiéndolas en no-historia y no-salvación, .sin que por ello suprima la historia presente. Se contenta con rebajarla de categoría. La nueva historia que se da viene a ser una "para- historia" ( = "parroquial") y sólo puede obtener su carácter salvífico a partir de la esperanza, de la relación de lo experimentado con lo aún inexperimentado. Platonismo y reacción reformadora Esto ofrece un cierto paralelismo con la situación del pensamiento platónico. Mientras se permanece en la historia, se vive por encima de ella, pero de tal manera que este "por encima de" entra en la historia misma como origen y esperanza. El contacto con el pensamiento platónico influyó así desde muy antiguo en el desarrollo del cristianismo, que lo utilizó para dar una nueva forma a la esperanza cristiana, al no ver realizada la espera escatológica inmediata. Desde Lutero está viva la pregunta de si fue éste un desarrollo fallido. Lutero representa la destrucción de una conciencia histórica cristiana. En el occidente cristiano se había volatilizado el carácter "parroquial" de esta conciencia en favor de una identificación entre la historia fáctica dada y la cristiana, concebida como el único e indiviso lugar salvífico del hombre. La historia en que se vivía incluía ciertamente el cielo y el infierno, pero ambos eran, formalmente, una parte real del orden histórico existente. En este caso, el cristianismo no era una salida de la historia sino la forma de su definitividad. Pero allí donde esta historia se experimentaba como amenaza y la evasión de ella como la única esperanza, se iba acumulando material inflamable. Así ocurrió en diversas herejías medievales y, ante todo, en Lutero, para quien la historia cristiano- JOSEPH RATZINGER mundana, lejos de ser salvífica y cristiana, era todo lo contrario; con la consecuencia de que había de buscarse el cristianismo en contra de ella. Habíamos esbozado una forma de autocomprensión cristiana, en la que historia y salvación se compenetran, y llegamos ahora a una manera totalmente contraria de relacionar fe e historia. El cristianismo aparece aquí no bajo el signo de la continuidad sino de la discontinuidad. Se destaca el "pro me" y no la comunidad; se devuelve a los príncipes la responsabilidad del orden cristiano del mundo para dar realce a la nohistoricidad de la iglesia incapaz de historia propia y de dar la salvación en su continuidad. En todos los elementos esenciales de la Iglesia sería mostrar este paso de la continuidad a la discontinuidad: lo carismático remplaza a la "successio"; la historia, interpretada como continuidad de promesa y cumplimiento, se reinterpreta ahora como oposición de ley y evangelio; la ontología, expresión básica del pensamiento de la continuidad, se rechaza como corrupción de lo cristiano y se le opone la idea de la historia - la historia salvífica es la antítesis reformadora del principio ontológico de la teología católica-; finalmente, al pensamiento de la encarnación, punto de apoyo de la ontología en la teología, se opone el énfasis en la cruz, como expresión de discontinuidad radical, de un continuo salir de formas cristianas dadas. LA PROBLEMÁTICA DEL PRESENTE Dos enfoques, dos actitudes Las dos guerras mundiales y el rápido proceso de cambio hacia la "ciudad secular", que han causado una conmoción de la conciencia histórica, han vuelto a colocar en el centro de la reflexión teológica el problema de la historia salvífica. Se pueden distinguir dos estadios en la disputa: una consideración más "convencional" del tema más de acuerdo con las categorías tradicionales; caracterizada por los problemas de platonismocristianismo, helenización-deshelenización, ontología-historia, instituciónacontecimiento, teología encarnatoria-teología de la cruz y, en conjunto, por el problema de la relación entre historia y ser, de la mediación de lo esencial por la historia. Hay, además, una segunda manera, que podríamos llamar revolucionaria, de considerar el problema. Ésta, a través del estadio intermedio de una teología de la esperanza, en la que se conjuga la historia, básicamente, en futuro y se devalúa o rechaza la historia en cuanto es algo que meramente sucedió, encuentra un punto de unión con la problemática marxista. En la forma de una teología de la revolución (o de una teología política) se vierte el tema de la discontinuidad en un molde nuevo: donde la historia es salvación sólo como esperanza, la historia pasada se ha de rechazar como forma de existencia y hablar de historicidad se convierte en lo contrario de un volver hacia lo histórico. La opción por la historia de esta teología es un rechazo decidido del pasado; es la opción por el proyecto del futuro a costa de la tradición. Lo que, propiamente, constituye la diferencia entre teología política y teología históricosalvífica se comprende al centrar la atención en su problema nuclear. El núcleo de la cuestión era, para esta última, la relación entre ser e historia: ¿cómo puede la historia ser mediación de lo esencial?, ¿cuándo es alienación de lo esencial? Para la historia cristiana, en la que un hecho particular tiene exigencias de valor universal, este problema tenía una agudeza especial, llevada a su punto crítico en la discusión en torno a la "salus extra ecclesiam". Este principio pretende afirmar la universalidad de la JOSEPH RATZINGER historia particular; la proposición contradictoria nace del hecho de la no-universalidad fáctica de lo cristiano. El esfuerzo por realizar una mediación entre ambas afirmaciones sirve como exposición concentrada de la problemática específicamente cristiana con respecto a la historia, la relación de historia a ser. Llevada a las formas radicales de la teología política, esta cuestión hallará su solución al suprimírsela: la afirmación de una esencia del hombre se considera como la raíz de la alienación: no hay ninguna esencia de la cual es la historia una mediación, sino sólo el proyecto abierto "hombre", cuya amplitud y forma son determinadas por el mismo hombre, que es el único que crea al hombre. Con esto llegamos a la máxima oposición a la ontología y a la culminación de la discontinuidad. El único límite a las realizaciones humanas es la capacidad respectiva. Sin embargo, en la imagen de un mundo humanizado, purificado de alienaciones, sigue brillando un reflejo de la imagen de esencias permanentes. Historia como antítesis de ontología Esto significa que la discusión actual ha dado una nueva forma, en su radicalidad, a la pregunta básica de la historia salvífica. El problema de la mediación a lo esencial se ha convertido en la cuestión de la esencia o ser en cuanto tal. ¿Hay una continuidad del ser humano?, ¿debe haberla?, ¿dónde se ha de poner el punto de referencia de la mediación histórica? Considerado sólo intrateológicamente, este interrogante parece terminar en la constatación admitida prácticamente por todos, de que la biblia -si se exceptúan algunos puntos- no conoce el pensamiento ontológico griego, más aún, que es precisamente su antítesis. Sin embargo, esta oposición es superficial y no hace justicia ni a la diferenciación de los resultados bíblicos ni a la de la cuestión ontológica y sus formas posibles. Sólo una indicación a este propósito: con su interpretación de Jesús como Adán escatológico, que a su vez es imagen de Dios, la biblia establece un patrón de la esencia del hombre que, si bien lo pone en tensión hacia el futuro, lo hace hacia un futuro que es plenitud, porque recopila al hombre en lo que le es esencial. Claro está que si se creyera que con el concepto de Cristo como Adán -concepto que expresa la unidad esencial del hombre- se resolvería el asunto de manera positiva en favor de una esencia que permanece, se simplificaría de nuevo en demasía, puesto que aquí comienza otra vez la contradicción. Porque la biblia conoce la diferencia entre el primero y el segundo Adán; ve al hombre que existe históricamente como a un hombre alienado por su propia historia. La doctrina del pecado original dice, en lo esencial, que la historia del hombre es historia de la alienación, de tal manera que sólo por medio de la fe, que lo coloca en la diferencia del "parroquiano", enfrentándolo a la historia en curso, puede llegar a sí mismo; y sólo puede rozar lo esencial de sí en la tensión entre existencia política y existencia "parroquial". Lutero acentuó de tal manera la diferencia de la alienación -expresada en el modelo de los dos Adán- que el Adán histórico es un ser inerte comparado con la nueva existencia dada en la fe. En Lutero hay una discontinuidad estricta en la que no cabe ya, en principio, la ontología, o sea la continuidad e identidad de esencia que abarca las diferencias de la historia. De este planteamiento dependen cuantos tratan de construir la historia salvífica en contraposición con la metafísica, incluido Moltmann, cuya teología de la esperanza preludió la teología política y la teología de la revolución. Todas son variaciones del único esfuerce por solucionar el problema de la mediación entre historia JOSEPH RATZINGER y esencia suprimiendo esta última, declarando para ello a la historia como lo único esencial;. de describir la fe como salvación con categorías meramente históricas. Búsqueda de la unidad de historia y ser Después de haber expuesto brevemente la tesis de la discontinuidad del ser humano y las raíces de esta tesis, quisiera decir algo acerca del intento por entender la historia como mediación de tal modo que el futuro sólo pueda ser también esperanza, porque promete una liberación para el ser. Habla en favor de ello el hecho de que la totalidad de la tradición de la antigüedad cristiana distinguiera, junto con la diferencia expresada al decir que Cristo era el segundo Adán, la unidad del ser-Adán, radicada en la creaturidad, en la idea de la creación de Dios a quien no se puede suprimir. La creaturidad significa entonces, a diferencia de la esencialidad griega, el porvenir de una libertad creadora y no de una idea inmóvil, e incluye así la temporalidad del ser -de manera positiva- como la forma de su realizarse; comprende la historia como algo esencial o sustancial y no como mero accidente, pero de tal modo que el tiempo encuentra su unidad en el Creator Spiritus y es precisamente en cuanto sucesión, continuidad del ser. Es preciso reconocer que con esto se complica más el problema que con el rechazo de la ontología. Surge con especial agudeza el dilema entre lo general y lo particular, entre historia particular y pretensión universal. ¿Es posible mantener esta tensión en medio de la historicidad a la que nos encontramos librados hoy? Pienso que ésta es la forma como se plantea la teología católica el problema de la historia de la salvación y ésta debería ser precisamente la aportación actual al mundo del pensamiento. El intento de solución de K. Rahner Esbozaré el intento de solución más importante, el de K. Rahner. La crítica que haré luego puede indicar cuál es la labor que queda aún por realizar. Parte Rahner del problema ya expuesto: la diferencia entre la particularidad de la historia cristiana y su pretensión sobre la totalidad de la esencia del hombre. ¿Puede una historia particular afirmar lícitamente que es ella la salvación del hombre en cuanto tal y no meramente la de un ámbito histórico definido? Se pueden distinguir dos pasos en su respuesta. El primero: construye al hombre como "oyente de la Palabra", es decir, como un ser abierto en espera de la revelación histórica. Es un ser que no llega a su plenitud desde sí mismo y por sí mismo, sino que está necesariamente referido á lo que venido de fuera se puede apropiar libremente. Lo necesario para él se encuentra remitido a lo casual, a lo libre de la historia. Esto casual de la historia que viene a él no es un accidente del cual se pueda prescindir, sino la forma como su ser llega a sí mismo en el tiempo. La paradoja del ser hombre consiste en que sólo encuentra lo universal de sí mismo en la referencia a lo particular de una historia que viene desde fuera. La historia cristiana pierde su tinte extrincesista; es la respuesta necesaria y libre a la libre necesidad y es la necesaria libertad del ser del hombre. Hasta aquí es fácil seguir el pensamiento de Rahner y reconocer en él una interpretación, tanto de nuestra experiencia actual de la existencia, como de la dirección básica del dogma cristológico. Se hace problemático, por el contrario, en el segundo JOSEPH RATZINGER paso, que va haciéndose dominante en el Rahner tardío. Si la historia de la revelación no se puede concebir de manera categorial-extrincesista, sino que ha de ser referida a la humanidad en su totalidad, concluye Rahner que también ha de estar presente en esta humanidad en su totalidad. En este caso no es ya meramente Palabra reveladora que viene desde fuera, sino también luz del Pneuma que viene desde dentro. No es objeto, sino horizonte no-temático, dentro del cual se realiza la existencia espiritual del hombre. Las concretizaciones históricas de todas las experiencias salvíficas de la humanidad son, precisamente, objetivaciones de este horizonte que es "historia salvífica" y abarca toda la vida espiritual. Finalmente, la objetivación de este horizonte en la palabra y acontecimientos reveladores de Jesucristo es sólo su "llegar-a-sí-mismo" de manera histórica y refleja. El acontecimiento de Jesús es el punto culminante de todas las historias precedentes que han de concebirse como fases de realización creciente de aquel horizonte. La "historia salvífica especial" tiende, por tanto, a una identificación con la historia salvífica general y también con la historia del mundo. Esta identificación hallará su realización plena sólo escatológicamente. Ante el problema planteado por el hecho de que la historia cristiana no siempre, ni mucho menos, se ha entendido como un perfeccionar la historia sino también como un negarla y oponerse a ella, se da una respuesta curiosa: esto nada dice en contra del carácter salvífico de esta historia, puesto que tampoco el AT tenía una instancia magisterial que pudiera decidir de manera segura, para la conciencia del individuo, entre lo querido por Dios y lo humanamente depravado de la religión concreta. El magisterio se convierte, aquí, en lo que propiamente distingue la historia salvífica cristiana como forma de reflexión y realidad objetiva de lo que en otras partes se posee de manera no objetivada. Aquí se refleja lo problemático de este intento: la ontología y el pensamiento jurídico entran así en un curioso pacto y lo cristiano se reduce a ellos. Hay que objetar que en realidad también la Iglesia desconoció, durante mucho tiempo, un magisterio que distinguiese entre los fenómenos "autoritativamente, siempre y con seguridad para la conciencia del individuo"; lo cuestionable de un magisterio así concebido, casi a manera de oráculo se ha hecho más que claro para nosotros hoy, precisamente por la teología crítica de Rahner. Pero el problema auténtico no está en este concepto de la magisterialidad de lo cristiano, sino en lo que se presupone como punto de partida: la reducción de lo cristiano a un "hacerse reflejo" de lo ya poseído universalmente. Con esto se destruye también, fundamentalmente, el planteamiento de "oyente de la Palabra": en el cristianismo no viene ya a nosotros algo nuevo desde fuera, algo no deducible de nosotros mismos, sino que, simplemente, se objetiva lo que estaba presente como horizonte de nuestro pensar y reflexionar. Se renuncia, en principio, a la historia en favor de la ontología, al convertirse lo que realmente está fuera en algo" casi insignificante. El "éx-tasis" de la fe desaparece en pro del "én-tasis" de la sumersión filosófica, se diría aludiendo al PseudoDionisio. El intento del Pseudo-Dionisio Este autor había intentado, en su época, una mediación entre ontología e historia, entre el Extra de la fe y el Intra de la filosofía. El carácter cristiano de su platonismo está, a mi parecer, en el hecho de que mantuvo la fe como "éx-tasis" en contra del "conócete a ti mismo", como verdad suprema de una filosofía que era esencialmente un "llegar-a-sí- JOSEPH RATZINGER mismo" de manera refleja. La verdadera divinización no se encuentra en el nous, sino más allá de él y en el acto mismo en que lo dejamos atrás. "Debemos -dice- entender los misterios divinos, no entendiéndolos nosotros mismos, sino abandonando la totalidad de nuestro ser para pertenecer plenamente a Dios". A Dios no se lo ha de aprender. sino que se lo ha de padecer para aprenderlo en este padecer. A Él sólo lo ve, en última instancia, el amor que conoce a su manera allí donde el intelecto contempla la oscuridad. El "éxtasis" no es obra del ascenso humano sino pasividad que tolera al totalmente Otro que viene desde fuera contra nuestras reflexiones. Se unen teología mística y simbólica. La teología mística conoce a Dios al dejarse tocar por Él en el "éxtasis" y lo conoce como el incognoscible. Así, la teología, en su punto más elevado, se hace balbuciente, simbólica. En esta combinación de mística y símbolo se manifiesta la orientación histórica del pensamiento de Dionisio: el que Dios nos salga al encuentro como historia, "antropomórficamente", descansa en que el conocimiento de Dios para el hombre, si quiere ser verdadero conocimiento de Dios, ha de ser "éxtasis", salir de sí, contacto con el otro, padecer. Conclusión Con esto llegamos de nuevo a nuestro tema: la salvación como historia significa precisamente esto, que el hombre no encuentra la salvación en un "llegar-a-sí- mismo" reflejo, sino en el "ser-arrebatado-de-sí" que supera la reflexión. En la relación cristiana de historia y ser no se puede suprimir la categoría del "desde fuera", del Extra, ni la aparente casualidad como forma de acaecer de la necesidad en la libertad. Con ello sale a relucir la categoría de la persona, que permanece marginal en la construcción de Rahner. Podría ser el punto de partida para una comprensión de la unión paradójica entre particularidad y universalidad, historia y ser, ante la que nos coloca la experiencia de la historia. La grandeza de la llamada que significa la fe para el hombre consiste, precisamente, en exigirle el "éxtasis", el salir de la totalidad de sí mismo. Sólo cuando el hombre está fuera de sí se encuentra cabe sí. Aquí radica la imposibilidad de tratar ontológicamente el problema del hombre de un modo exhaustivo, la diferencia que permanece tras todo intento de buscar la unidad con la ontología; pero esta referencia esencial del hombre a lo que está fuera de sí posibilita, a su vez, la unión relativa de ambos: tensión entre ontología e historia que se basa en la tensión constitutiva del ser del hombre, que tiene que ser fuera de sí para poder ser cabe sí. Notas: 1 A lo largo del artículo el autor usará varias veces el término griego «paroikia» v adjetivos y sustantivos derivados. Lo traduzco por los términos «parroquial», «parroquia» y «parroquianos, según el caso. Pero téngase en cuenta que se emplea, no en el sentido corriente de la palabra, sino en su sentido original, etimológico, para indicar la convivencia del cristiano con la historia profana (N. del T.). Tradujo y condensó: JAVIER ESCOBAR