La comprensión de nuestras inquietudes Por Cecil A. Poole, F.R.C. Revista El Rosacruz A.M.O.R.C. La finalidad de esta organización es la de enseñar a sus miembros la manera de aplicar los principios Rosacruces a su vida diaria. Se invita a los miembros a que hagan preguntas con referencia a las enseñanzas y aplicación de las mismas, pero muchos de ellos hacen algunas que se hallan fuera de su radio de acción. Tales preguntas incluyen temas como los siguientes: ¿Podré retener mi posición actual? ¿Podré resolver con éxito mis problemas financieros? ¿Podrán corregirse las disensiones en mi familia? ¿Seremos todos destruidos por una bomba atómica? Aun cuando todas estas preguntas parecen ser diferentes y representan, naturalmente, problemas muy concretos que existen en la mente de las personas, su análisis va a mostrarnos que todas ellas están basadas en emociones humanas fundamentales. Estos problemas continúan siendo los mismos para todas las personas. Se refieren a los instintos básicos de la auto-preservación y del amor. Nada hay que pueda estorbar más la felicidad o la paz mental que las dificultades económicas de nuestra vida presente, bien sea que estén o no en relación con los seres humanos próximos o que lo estén con nuestros familiares inmediatos o nuestros asociados. Existe igualmente nuestra ansiedad en la auto-preservación, así como la esperanza de una situación futura más estable que la presente. Desde el punto de vista emocional, todos nosotros, en diferentes ocasiones, nos encontramos afectados por determinados problemas que nos preocupan. Es cosa completamente natural que, de vez en cuando, estas cuestiones ocupen nuestra mente y necesiten seria consideración y consejo comprensivo con el fin de que nos encontremos mejor capacitados para enfrentarnos a ellas. Al mismo tiempo, debemos darnos cuenta de que no existe un remedio especifico e inmediato para cada problema personal individual. Cuando nos enfrentamos con problemas emocionales básicos, ninguna respuesta a las cuestiones que surgen de los mismos será totalmente satisfactoria a menos que venga del interior del yo individual. Se puede dar orientación que conduce a tal fin, pero la solución definitiva depende de la responsabilidad de la persona. Nunca debemos olvidar el hecho que mientras vivamos como seres humanos siempre existirán problemas. Nadie alcanza un estado o condición en el que estas cuestiones vitales básicas, así como sus relaciones con el medio ambiente, no hagan surgir problemas inquietantes. Es natural que así sea. Y aun es más natural que cada ser humano intente hallar la solución a dichos problemas. Continuando con nuestro razonamiento, sabemos que el hombre posee las potencialidades naturales para enfrentarse con estos problemas, por lo menos en un grado tal como el que requiere para vivir fuera de su espacio vital normal. Esto no quiere decir que se encuentran siempre las soluciones definitivas, últimas y satisfactorias, siempre que están presentes las posibilidades de mejora de las condiciones actuales. El preocuparse de estos asuntos es cosa natural. Sin embargo, el peligro en conexión con estos problemas es una parte dominante de nuestro proceso mental. Cuando una persona llega, en la consideración de sus problemas personales, a un punto en el cual piensa en los mismos con exclusión de la mayor parte del resto de sus ideas (y de manera particular las ideas constructivas) entonces surge otro nuevo problema que viene a sumarse al problema original. Inmediatamente comienza un efecto de desdoblamiento. Los problemas engendran nuevos problemas y la vida se hace cada vez más confusa. Igualmente (y por la misma razón) el intento de hallar una solución básica se encuentra cada vez más comprometido. Quien continuamente se halle envuelto por toda clase de problemas normales humanos acabará por encontrarse en dicha condición. Por consiguiente, debemos intentar comprender que los problemas con que nos enfrentamos son los mismos con los que se enfrentan todos los seres vivientes y que debemos resolverlos de la mejor manera que podamos. La persona que ha transpuesto este punto en el que los problemas y cuestiones se encuentran confundidos, tiene que hacer un cuidadoso análisis, descendiendo a las soluciones fundamentales y operando sobre las mismas. Pero, volviendo a nuestros problemas, ¿acaso no estamos dando una importancia exagerada a sus soluciones? ¿Es que la mayor parte de nosotros no hemos perdido nuestra situación en el pasado y probablemente la perderemos de nuevo? ¿Están aseguradas la vida y la muerte, en relación con nuestras ocupaciones, profesiones o trabajos? ¿Es que nuestros problemas familiares no van a solucionarse, finalmente, de una manera normal, en una u otra forma? Si una bomba atómica destruye o no finalmente nuestra civilización, ¿qué importancia particular puede tener esto en lo que concierne a nuestra vida en el momento presente? El miedo como fuente de inquietud Cuando una serie de problemas se halla ligada con otra, llamamos a esto una preocupación. La preocupación o ansiedad es una pequeña corriente de miedo que atraviesa nuestra mente. Si no existiera el miedo, no existiría la preocupación. Si esta corriente mental que constituye la preocupación o la constante reiteración de los problemas que atraviesan la mente una y otra vez, continúa sin cesar, entonces estamos obrando de la misma manera como cuando formamos un hábito, es decir, se está realizando una impresión sobre nuestra mente, que llegará a hacerse permanente. En otras palabras, esta pequeña corriente de miedo, que fue el comienzo de la preocupación, se va ensanchando. Crea un canal en la mente, a través del cual pasa nuestro pensamiento y en el cual encuentran un lugar los pensamientos cada vez más y más crecientes. La persona que es un "preocupado crónico" relaciona de manera inconsciente toda experiencia y toda actividad con sus preocupaciones. Es fácil decir no te preocupes, pero es cosa difícil poner en práctica ese consejo. Como ya lo hemos explicado antes, la razón de esto es que la preocupación está realmente asentada en el miedo: miedo de las consecuencias para nuestra posición económica inmediata, social o familiar, o bien el miedo al final fortuito de la vida. Si queremos terminar con esta tendencia hacia una corriente creciente de preocupación es necesario eliminar el miedo, porque, después de todo, tener miedo de las consecuencias es aumentar y crear aun nuevas complicaciones sobre nuestros problemas ya existentes. Mas la eliminación del miedo es contraria al sentido básico humano. Toda vida animal está dotada del instinto del miedo, en relación estrecha con el sistema fisiológico glandular, con el fin de protegerse a sí misma, en caso de peligro. Por consiguiente, el miedo es, en cierto modo, una parte del mecanismo de autopreservación. Cuando un miedo se explica de manera racional, o más bien cuando la causa del miedo se manifiesta claramente, disminuye su poder sobre nosotros. Podemos ser sorprendidos por un suceso inesperado y presentar todos los signos del miedo, pero en cuanto este suceso se nos hace comprensible, dentro de los términos de nuestro conocimiento, inmediatamente nos vemos liberados de este miedo. Constantemente debemos intentar comprender, de la mejor manera posible, la situación en que nos encontramos. No necesitamos tener miedo del fin de la vida. Es cosa inevitable. De la misma manera que tiene que llegar a cada uno de los seres vivientes, igualmente nos llegará nuestro turno. En su Apología, Sócrates se muestra convencido de que el más allá no podía ser otra cosa que bueno, o un estado de no existencia, y añade que ninguna de las dos cosas debe turbarnos. No tenemos necesidad alguna de temer al futuro. Desde el punto de vista de la ley del Karma, el más allá no puede ser ni más ni menos que el mañana de la vida. Lo que hagamos de la vida y de las leyes con las que operamos y ponemos en movimiento, dará como resultado un futuro que habremos modelado con nuestra propia voluntad. Que continuemos dentro o fuera de nuestro cuerpo físico, no tiene ninguna importancia. Todo cambio será una continuación y, como lo esperamos ardientemente, una condición que nos dará la oportunidad de rectificar nuestros errores pasados. La cuestión importante es que es inevitable. Aún más; los que están muriendo en este momento son los que menos temen a la muerte. Si a través de nuestra filosofía podemos ver claro en nuestra mente que no hay razón alguna para temer al último momento de la vida, no nos preocupemos acerca de la manera y el momento en que vendrá. Si la civilización puede ser destruida debido a su propia estupidez, entonces nuestro problema no es el de preocuparnos por la destrucción de la misma, sino aportar nuestro granito de arena en el intento de dar un valor permanente para que no llegue a un fin trágico. Por lo que respecta a los problemas diarios que nos conciernen, no podemos minimizar los que se hallan relacionados con lo económico, lo social y lo privado, pero debemos recordar que no contienen las cuestiones completas de la vida y de la muerte. Los hombres han continuado viviendo después de haber tenido disgustos; han vivido en la pobreza después de haberlo hecho en la opulencia. La adaptación, probablemente, no ha sido de su elección, pero puede llevarse a cabo perfectamente y sin preocupación. El mañana no debe ser temido. Debemos vivir hoy de la mejor manera que podamos, y en cuanto al futuro (sea el que fuere y dondequiera que sea) siempre será mejor porque lo habremos preparado ahora.