Negar la verdad

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Siglo nuevo
NUESTRO MUNDO
trumentos al unísono suenan. Trepida
la acera, se sacude el alma. En continuo
vaivén, la serpiente de mil cabezas a lo
largo de la calle se desplaza. Con el estrépito de los altavoces y el coro incesante
de la embriaguez, la noche es un grito
hasta que llega la mañana.
Festín de los sentidos. En los caminos olorosos del aceite hirviente que
crepita; en los suaves aromas de las suculentas viandas; en los perfumados
humores de la piel; en las acres sudoraciones de la resaca; en los detritos que
corriendo buscan las profundidades de
las cloacas. Esencias que a los instintos
estimulan y reclaman. Un vaho denso
se suspende sobre la noctámbula calma,
aliento silente que adormece las miserias cotidianas.
Las rítmicas cadencias de las anatomías próximas, de las lejanías deseadas.
Las sacudidas que eléctrico impulso corren desde las uñas a los extremos capilares. Una masa en meneo constante, camina, salta. Vigilias que perduran hasta
la obnubilación de los sentidos, hasta el
nuevo día que a contrapelo se levanta.
Memoria de los tiempos idos, de los
santos patronos, de las fiestas paganas.
Gran escenario de anónimas presencias
y de figuras consagradas. El gran signo
sobre el ambiente mide su éxito en la
renta diaria. La alameda perezosa guarda en lontananza los calidos rumores
del encaje y del percal y la modorra languidez de la vida provinciana. Reinas
de artificio, fuegos fatuos de una vida arrebatada, que al igual que los últimos
destellos de la noche, de una fiesta que
atrás va quedando, casi olvidada.
Correo-e:
gregoriomunozcampos@hotmail.com
Palabras de Poder
Negar la verdad
Jacinto Faya
C
icerón, el más grande orador que ha
dado el mundo después del griego
Demóstenes, nació en Roma en el año
106 a.C. Este orador, cónsul romano y
filósofo escribió un sabio libro titulado
Los oficios o los deberes. En una parte del
Capítulo IV escribe: “especialmente es
propio del hombre la averiguación de
¶
Nos estamos refiriendo
a esa sinceridad
que realza nuestro apego
a la verdad
la verdad; y así cuando nos hayamos
desocupados de los cuidados y negocios
precisos, deseamos ver, oír, aprender
alguna cosa, y juzgamos que contribuye
muchísimo para vivir dichosos el conocimiento de lo más oculto y admirable;
de donde se colige que lo verdadero,
simple y sincero es lo más conforme a
la naturaleza del hombre. A este modo
de averiguar la verdad va unido cierto
deseo de independencia; de forma que
nadie se sujeta voluntariamente un ánimo bien formado por naturaleza, sino a
quién le instruye o le enseña o le manda
con justos y legítimos derechos por su
utilidad; de lo cuál resulta la grandeza
del ánimo y el desprecio de los acontecimientos humanos”.
Para Cicerón, la investigación de la
verdad se origina en nuestra curiosidad
de ver, oír y aprender, atribuyéndole
al conocimiento una gran importancia para disfrutar de una vida dichosa.
Goethe decía que la Naturaleza nos había mandado a la vida “bien pertrechados”, pues al habernos dotado de la vista,
oído, olfato, tacto y gusto, nosotros haciendo buen uso de estos cinco sentidos,
podíamos obtener grandes beneficios
de nuestra existencia. La verdad, implica que podamos percibir claramente la
realidad. Séneca le daba tan alto valor a
la verdad, que escribió: “Nadie puede llamarse feliz si está fuera de la verdad”. Y
cuando nos apartamos de ella, le damos
la espalda a la realidad, lo que para San
Agustín, implicaba una grave afrenta, al
grado que sentenció: “Negar la verdad
es un adulterio del corazón”.
Los seres humanos nos negamos a
aceptar que lo simple y sincero es lo más
conforme a nuestra naturaleza, como
bien lo escribió Cicerón; y nos negamos,
porque falsamente creemos que lo excitante de la vida está en lo complejo, y
que podemos obtener ventajas aún y
cuando no observemos sinceridad alguna con nuestro prójimo y con nosotros
mismos. Para el escritor escocés Thomas Carlyle: “Sólo en un mundo de hombres sinceros es posible la unión”. ¡Claro,
que nadie pensará que la sinceridad es
una virtud, cuando al serlo rechaza la
prudencia y elegimos ser groseros! Mucha razón tenía el escritor y humorista
español Jardiel Poncela, cuando expresó: “La sinceridad es el pasaporte de la
mala educación”. Nosotros nos estamos
refiriendo a esa sinceridad que realza
nuestro apego a la verdad, a fin de vivir
una vida más genuina y auténtica. Nos
referimos a ese empleo de la sinceridad
a que eludió Shakespeare: “Sé sincero
contigo mismo, y no podrás dejar de serlo con el resto del mundo”.
Cicerón tiene toda la razón cuando
nos alienta a que cuando enseñemos
cosas útiles lo hagamos ejerciendo justos y legítimos derechos, en virtud de
que nuestras enseñanzas tendrán una
verdadera utilidad. Y esta utilidad no
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