NORBERT BAUMERT PABLO Y LOS COMIENZOS DE LA IGLESIA En la celebración del año paulino muchos autores se ven en la obligación de describir brevemente lo que significó este apóstol. Muchos apelan al cliché “de Jesús a Pablo” o “Pablo y sus consecuencias”, como si en el desarrollo de la iglesia él fuera “culpable de todo”. Como dijo Guido Horst, la ingente obra de Pablo significó la expansión del cristianismo desde la sinagoga judía hasta el mundo pagano, convirtiéndolo en una religión universal y no en una secta de Jesús dentro del judaísmo. Pero ¿acaso no era la semilla plantada por Jesús capaz de convertirse en una religión universal? ¿Se necesitaba un Pablo para alcanzar esta dimensión? ¿Es Pablo el verdadero fundador del cristianismo, frente a las intenciones de Jesús? El teólogo francés A. Loisy escribió: “Jesús anunciaba el Reino y llegó - la iglesia”. Y se suele hacer a Pablo responsable de ello. ¿Qué hay de verdad en todo esto? Paulus und die Anfänge der Kirche, Geist und Leben 82 (2009) 181192. Jesús, el Reino de Dios y la iglesia “El Reino de Dios ha llegado”, mejor dicho, “el Señorío real de Dios se ha acercado” (Mc 1,15). Este dicho de Jesús apunta al hecho de que Dios quiere ser Rey en el corazón de todo ser humano. El viene en Jesucristo a aquellos que le escuchan. El Señorío real de Dios acontece sólo allí donde los hombres le acogen. Si le dicen que no, no puede manifestarse a ellos. Is 6,3 dice: “La tierra entera está llena de su gloria”, pero ésta se frena ante la libertad del hombre. Quien no la acepta, permanece fuera de su gloria y su poder. El nuevo anuncio de salvación de Dios acontece en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, en su exaltación y en el envío del Espíritu. Este último es el que configura el Evangelio en su forma viva, válida para todos los hombres. Jesús se dirigió en vida sólo a Israel, pero no quería fundar una secta judía, sino fortalecer la fe de todo Israel en el Dios de Abraham, Moisés y los profetas, de manera que pudiera reconocer en Él al enviado y ungido de Dios. Sólo después de su resurrección Jesús ofrece vida y Espíritu Santo -es decir, el “Reino de Dios” en forma desarrollada- a todos los hombres, dando a sus discípulos el encargo de predicar el Evangelio a todos los 59 pueblos y hacerlos discípulos suyos. Es a partir de ahí que se forma una comunidad nueva que más tarde será llamada iglesia. Por tanto, no se puede contraponer el Jesús prepascual al Señor exaltado. Es el mismo Señor exaltado el que da a sus discípulos el encargo de alcance universal que luego Pablo desarrolló. Pero no es una idea de Pablo. Trasfondo biográfico Cuando aparece Pablo, el evangelio de Cristo resucitado ya está desde hace tiempo en proceso de expansión a todos los pueblos. El no se ve a sí mismo como iniciador de algo completamente nuevo, sino que se subordina conscientemente a aquellos que le han precedido en la fe y que vieron al Señor resucitado antes que él (1 Co 15, 1-10). La aparición a los 500 hermanos, a Santiago, los apóstoles y al mismo Pablo debió tener lugar mucho después de Pentecostés. Cuando Pablo dice que “ha visto al Señor” (1 Co 9,1), no se trata de una aparición pascual (expresión sólo aplicable a las apariciones que tuvieron lugar en los cuarenta días posteriores a la Resurrección). En Ga 2 Pablo narra su visita a la comunidad de Jerusalén y quiere mostrarse como “continuador” de la obra de las “columnas en la fe” que son los apóstoles. Pablo insiste en que ha recibido su misión de Dios mismo, pero se sabe subordinado al círculo de los apóstoles y 60 Norbert Baumert no funda una nueva iglesia “pagano-cristiana”: su misión es “predicar la Buena Nueva del Hijo de Dios entre los pueblos” (Ga 1,16; 2,8). Él también se dirige a judíos (1 Co 9,20), como otros discípulos también se dirigen a los paganos. El mismo Pablo insiste en que el Evangelio ha de ser predicado primero a los judíos y luego a los demás pueblos (Rm 1,16). Es importante recalcar cómo Pablo pone en conexión su encuentro con Cristo con la “tradición de los padres” (Ga 1,14). No ve entre ambos ninguna ruptura; se considera fiel al Dios al que ha servido con recta conciencia desde la fe de sus antepasados, y reconoce que ese mismo Dios quiere llevarlo más allá de lo que ha aprendido y creído. Por ello denomina a este contenido nuevo conocimiento pleno (epi-gnosis; Rm 10,2 y Flp 1,9). Es una ampliación de su antigua imagen de Dios, y su amor se dirige ahora a Dios y a su Hijo. Pablo siempre ve a Dios y a Cristo unitariamente. Su misión es propiamente un encuentro y una vocación, no una conversión (ni siquiera una transición de Saulo a Pablo: siempre llevó ambos nombres, el judío y el romano). Pablo fue y quiso seguir siendo judío de raza y origen. La sagrada escritura de Israel (AT) es para él el fundamento de la comprensión del acontecimiento de Cristo, que él ve totalmente inserto en la historia de salvación del pueblo judío. Por lo demás, en su propia vida siempre puso en práctica la unidad de los creyentes de procedencia judía y pagana, y lo hizo sobre todo en el terreno de encuentros personales. Su principal deseo era que el máximo posible de hombres reconociese y siguiese a Jesucristo salvador. Y Pablo piensa en “salvación” aquí y ahora, base para salir victorioso del último juicio. El escriba y el teólogo Con ello llegamos al núcleo de nuestro tema: ¿cómo ve Pablo la historia de la salvación y el surgimiento de la nueva comunidad cristiana? El Dios que ha creado el cielo y la tierra, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, que dio la Ley a Moisés y eligió a su pueblo como propiedad personal, que instituyó a Israel en alianza con Él y le dio en herencia las promesas, este mismo Dios ha cumplido ahora esta promesa, la de “bendecir a todos los pueblos” en Abraham, en su descendencia (Gn 17,3; Ga 3,16). La alianza sellada con la circuncisión se hizo con una familia o descendencia, y la del Sinaí con un pueblo, pero siempre de forma que cada individuo era interpelado personalmente. La “elección” (Rm 11,5) para “la asamblea de Dios” se realiza ahora de modo individual, como individual fue la vocación de Pablo. Pero eso no significa que Dios haya “rechazado a su pueblo” (Rm 11,1-11), sino que ahora invita a cada uno personalmente a emprender este nuevo paso en la historia de salvación que Dios quiere otorgar de esta manera a todos los pueblos. La iniciativa y el desarrollo de esta salvación procede del Señor mismo. Pablo se entiende a sí mismo sólo como su “servidor” (1 Co 4,1) o como “enviado pequeño” (Flm 9; quizá un juego de palabras con su nombre). Pero, como escriba, Pablo caracteriza con dos conceptos los dos pasos de la acción salvífica de Dios para con su pueblo y la humanidad: “ley” y “confianza” (cf. Ga 2,16). Si Dios vino al encuentro de su pueblo por medio de Moisés con el don de la “ley”, ahora lo hace a través de Cristo con la “confianza” (pistis). Con este término no se apunta en primer lugar a la fe del hombre en Dios, sino a la confianza con la que Dios se acerca, en Cristo, a los hombres y con la que espera atraerlos. Podemos llamarlo “el principio confi anza”. A él opone Pablo no “las obras de la Ley”, como si el hombre quisiera obtener inútilmente el perdón de sus pecados mediante el cumplimiento de la Ley, sino que dice siempre “desde la obra de la Ley”. No son las acciones del hombre las que él compara con esta fe, sino que compara dos formas distintas de actuación de Dios. El punto de partida es el hecho de que todos los hombres son pecadores (Rm 3), y para liberarlos del pecado Dios les dio primero la Ley, que no tiene otra función que poner de relieve el pecado (Rm 3,20) y condenar a los pecadores. Pero aquí Ley no significa la totalidad de la revelación a Israel, sino un elemento específico de la misma. Un manPablo y los comienzos de la Iglesia 61 damiento de la Ley sólo dice lo que está bien o mal, y la correspondiente sanción, pero no tiene la función de perdonar las transgresiones de la Ley. El perdón sólo puede venir de la misericordia de Dios o, como dice Pablo, de su “confianza” (Ga 2,16). Ya Abraham experimentó a Dios de esta manera cuando recibió las promesas (Rm 4,3.9-13). E Israel supo del perdón de Dios que el hombre recibe por pura misericordia (cf. los salmos), no por sus obras. Pero ahora Dios ha mostrado su misericordia en Jesucristo de una manera todavía más digna de confianza, y esto es lo que Pablo llama “fe” o “confianza” (pistis). Cuando habla de la “pistis Iesou” (Ga 2,16) siempre quiere designar la revelación de la confianza de Dios en Cristo. Creer en Jesucristo o confiar en El, en cambio, se expresa como “pisteuein eis”, que designa la respuesta del hombre a la confianza de Dios. Ley de Dios y confianza de Dios Así pues, Pablo piensa la historia de la salvación a partir de dos principios. Por una parte, la “Ley de Dios” exige buenas obras; da vida al que la cumple, pero pone de manifiesto el pecado y condena al pecador. Por otra parte, la “confianza de Dios” da en Cristo el perdón a aquellos que “confían en Él”. En Ga y Rm 1-4 esta alternativa 62 Norbert Baumert está siempre presente: Dios no perdona los pecados por medio de las obras de la Ley, sino por pura misericordia (idea totalmente judía). Pero la novedad consiste en que Pablo anuncia un nuevo perdón de los pecados basado en la misericordia que Dios ha mostrado en Jesucristo y que está en continuidad con la anterior del AT. De este modo “la confianza de Dios” y la “confianza en Jesús” forman una unidad que desata nuestra confianza. Este es, pues, el único camino de salvación para todo hombre, para judíos y paganos. Pablo lucha en Romanos y Gálatas no contra una supuesta “justicia de las obras” judía, sino contra una tendencia interna de la comunidad cristiana a no dejarse llevar por la “confianza” y a dar a la Ley la función del perdón de los pecados. Es una controversia intracristiana. Sin embargo, Pablo no quiere calificar de irrelevante la justicia de la ley. Y en este punto hay en la teología muchas interpretaciones erróneas de Pablo. Por supuesto, “quien practique los preceptos (de la Ley), vivirá por ellos” (Ga 3,12). Pero éste no es el camino del perdón de los pecados. A partir de la misión universal de Jesús Pablo concluye que todos los pueblos, judíos y paganos, han de ser salvados, es decir, liberados de sus pecados aquí y ahora; pero en Rm 2, 6-16 Pablo también afirma que cada uno es juzgado según su conciencia: quien no tiene la ley, “sin ley”, quien en tanto judío carece del conocimiento pleno (epi-gno- sis), es juzgado según su propio conocimiento. Pero el que ha conocido a Jesús como Hijo de Dios y Salvador, quien ha recibido de Él el perdón de los pecados y el Espíritu Santo, no puede volver a la situación anterior. Esta “salvación en Cristo” es en adelante la realización del “Reino de Dios” anunciado por el Jesús pre-pascual e incoado en el cora zón de los creyentes desde la resurrección del Señor exaltado. El “servicio del Espíritu” (2 Co 3, 6.8) que Pablo se siente llamado a realizar es a la vez la Alianza con cada hombre que ha de llevarse a cabo en la “asamblea del pueblo de Dios” (ekklesia tou theou), la iglesia, el Cuerpo de Cristo. de Corinto: muchos individuos han encontrado a Cristo y sobre la base de este encuentro fueron congregados y reunidos de manera que surgió “un cuerpo”. El bautismo es sólo el final del proceso de la fe y su expresión. Todos los creyentes aportan algo original a la “iglesia” como don personal del Espíritu Santo. El descubrimiento del pecado, la conversión y el perdón mediante Cristo y el Espíritu: eso es lo característico de la eclesiología de Pablo: cada creyente está anclado en la llamada de Dios y sólo desde la respuesta viva a esa llamada puede el creyente convertirse en miembro vivo de la iglesia, sometiéndose a ésta (1 Co 14, 2632) y aportando aquellos carismas que le ha concedido Dios en su vocación inicial. La concreción de la salvación en el “Cuerpo de Cristo” Así pues, ¿cómo comenzó la iglesia? En el comienzo no hubo algo así como una iglesia prefigurada o preexistente en la que los creyentes en Cristo fueran acogidos, sino la Alianza que Dios establece en Cristo con cada uno de ellos. Esta “confianza” del creyente es la base para unirse a otros creyentes y formar una comunidad (1 Co 12,13): “pues en un solo Espíritu hemos sido bautizados para no formar más que un cuerpo”. Pablo no dice que hayamos sido acogidos en un “cuerpo ya acabado”. Un cuerpo crece, pero no incorpora nuevos miembros. Pablo está pensando en las comunidades locales Atribuciones en el Cuerpo de Cristo De esto no se deriva una estructura democrática, por la cual “todo el poder emane del pueblo”. Desde Abraham, Moisés y los profetas Dios es el único Señor y el pueblo de Dios está ordenado jerárquicamente. Ahora es Cristo la autoridad principal y única, y de Él deriva la autoridad de los apóstoles como predicadores y mediadores del Espíritu (Ga 3, 2-5). Así se entiende a sí mismo Pablo como llamado por el Señor y responsable de sus comunidades, a las que se dirige como “a todos los amados de Dios que viven en Roma” Pablo y los comienzos de la Iglesia 63 (Rm 1,7). Si bien Romanos no es una carta típica de Pablo dirigiéndose a las comunidades, sino más bien una carta doctrinal, en Rm 10, 8-15 explica cómo surge una comunidad eclesial, una “asamblea de Dios”: el punto de partida es “la Palabra viva que nosotros predicamos”. Y “quien confiesa a Jesucristo con sus labios y cree con su corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, obtiene la salvación”. Esto presupone que el creyente ha encontrado la fe mediante la predicación de la Buena Nueva por los apóstoles. El “ser enviado como apóstol” con autoridad sólo procede de Dios. Y éste llamado por Dios nombra colaboradores, les encarga tareas y los nombra pastores. Y de todo esto el último responsable es Dios. En 1 Co 4 no se trata, como se cree, de que la comunidad juzgue a Pablo, sino de que algunos han hecho de él su ídolo. Pablo responde: “A mí lo que menos me importa es ser juzgado por vosotros… Mi juez es el Señor… De Él recibirá cada cual la alabanza que le corresponda”. Esto no excluye que Pablo procure el bien “no sólo ante Dios, sino también ante los hombres” (2 Co 8,21) y que para él sea importante el juicio de sus colaboradores (Flp 2, 20-22). Construido sobre el fundamento de los apóstoles y profetas Pablo habla también de la es64 Norbert Baumert tructuración de la comunidad eclesial. En Rm 12, 4-6 y en 1 Co 12 Pablo compara la asamblea con el cuerpo humano: “Y así los puso Dios en la iglesia, en primer lugar a los apóstoles, en segundo lugar a los profetas, y en tercer lugar a los maestros”. A diferencia de Ef y Col, Rm y 1 Co no presentan a Cristo como “cabeza” de la iglesia, sino que todo el cuerpo es “Cristo” (1 Co 12,12). En consecuencia aquí la “cabeza” es el (los) apóstol(es). En Ef 2,20 se dice que la asamblea de los creyentes que han venido de todas las naciones está fundada “sobre los apóstoles y los profetas”. Esto es interesante porque según la concepción católica tradicional, la iglesia se ha construido sobre los apóstoles y sus sucesores, los obispos. Pero, según Pablo (1 Co y Ef), deberíamos decir: también los profetas forman parte del fundamento. Y los apóstoles están obligados estructuralmente a prestarles atención, escucharlos, consultarlos. Los profetas, por su parte, tienen la obligación de anunciar lo que Dios les encarga allá donde los envíe. Es posible que algún apóstol -como Pablotenga simultáneamente dones proféticos. En todo caso, Dios da a los apóstoles y a los obispos autoridad de tal manera que siempre estén abiertos a Él que es la última autoridad. Es ilustrativo que esta estructura se repita análogamente en las comunidades locales: en Flp 1,1 Pablo habla de “presbíteros y diáconos”. La comunidad no es una reunión informal, sino que está estructurada. Iglesia – un sistema abierto La tarea Este organismo de la iglesia está vivo y lleno de la vida que Dios le ha dado en Cristo sólo si se dirige constantemente hacia Éste. Él es el que auténticamente dirige y habita la iglesia como su Cabeza. Los apóstoles no lo representan o sustituyen, sino que son sus “enviados”. El gran reto que se presenta ante Pablo y la iglesia naciente es la relación entre esta nueva comunidad y aquella parte de Israel que no ha llegado al conocimiento pleno (epi-gnosis) de Cristo. A ello da una respuesta Pablo en Rm 9-11. Ve a los creyentes procedentes del judaísmo en el marco del pueblo de Israel, en el seno del cual vivieron durante decenas de años los apóstoles y la comunidad primera de Jerusalén. Y espera que muchos de estos judeo-cristianos encuentren este camino. Pero Pablo no tiene (todavía) en su mente la concepción de judíos y cristianos en dos bloques. En su viaje a Jerusalén se ve a sí mismo como “miembro de su pueblo” (Rm 9,1-5 / 16,30-33). Y los creyentes en Cristo procedentes del paganismo han tenido parte en los bienes de Israel (Rm 15,27), subordinándose así al pueblo de Israel. Quizá estamos acostumbrados a pensar que, con su ascensión, Cristo dejó en manos de los hombres el tema de la iglesia, y se desprendió de ella, impulsándola (sólo) por su Espíritu. Pero para Pablo es Cristo mismo, que infunde su Espíritu, el que está unido sin mediación con los miembros de su cuerpo. El Espíritu Santo es una ayuda adicional. Cristo y el Espíritu trabajan conjuntamente, pero cada uno con su función. Cristo es el que perdona los pecados y nos asimila a su muerte y resurrección, haciéndonos participar de su eucaristía. El Espíritu es el que “hace a unos apóstoles, a los otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores o maestros” (Ef 4,11). Para Pablo la iglesia es un sistema abierto hacia el Señor exaltado que, en cuanto cabeza, no está lejos de su cuerpo sino que está plenamente presente en todo él. Pablo vive de esta experiencia y no de la espera próxima de la Parusía. Desde aquí se han de leer e interpretar las cartas de Pablo. Esto se pone de manifiesto en la imagen del olivo (Rm 11). No se ha de considerar de forma puramente histórica, como si la historia de salvación de Dios con su pueblo Israel fuese sólo un presupuesto, como si Israel fuese un “predecesor” sustituido ahora por la iglesia. Esto sería la teoría de la substitución, teológicamente bastante extendida, que sólo con el Vaticano II ha sido rechazada. No, Israel sigue siendo el tronco, al cual pertenecen no sólo los padres, sino también los cristianos, tanto los Pablo y los comienzos de la Iglesia 65 paganos como los de procedencia judía. Las ramas cortadas siguen siendo “santas”, a pesar de esta “separación del tronco”; a ellas siguen perteneciendo “la filiación, la gloria, la Alianza y la Ley, el culto y las promesas y de ellas procede el Mesías” (Rm 9,4), en cuanto Mesías judío. Por eso avisa Pablo a todas las ramas injertadas procedentes de paganismo: “No te enorgullezcas y te pongas por encima de aquellos que ahora están separados del tronco, pues no eres tú el que lo sostiene, sino ellos a ti” (11,18). De otro modo las ramas perderían su inserción en el cuerpo de Cristo. Pablo define el conocimiento pleno de los judeo-cristianos y la confesión de fe de los paganoscristianos con la caracterización positiva de la “elección” (Rm 11,5). El término porosis, que normalmente se utiliza como “endurecimiento” (11, 7.25), designa en realidad un no-conocimiento como opuesto al conocimiento pleno. Es la gracia de Dios la que hace que un judío o un pagano lleguen al conocimiento de Cristo. En la comunidad se ha de respetar la conciencia de cada uno. Ni siquiera los pagano-cristianos tienen derecho a juzgar o despreciar a sus “hermanos no creyentes”. Pablo insiste en Rm 2 que Dios juzga a cada uno según su conciencia. Con ello da a todos la posibilidad de respirar y de expulsar el “mobbing” en el seno de la comunidad. Es cierto que, en la época en la que los judíos predominaban en la comuni66 Norbert Baumert dad de Jerusalén, muchos cristianos se molestaban con sus prácticas rituales; pero ahora es a la inversa. Cuanto más se extendía el cristianismo entre los paganos, tanto más éstos se sentían superiores y despreciaban a las demás “ramas del olivo”. En esta amenaza de ruptura las cartas de Pablo desempeñan un rol importante. Cuando, por ejemplo, se habla en los textos de la “justificación por la confianza” y alguien interpretaba que con ello se descalificaba la Ley de Moisés como tal, algunos teólogos se sentían autorizados a hablar mal de los “judíos” (y los judeocristianos pronto fueron excluidos de esta designación), con lo que los paganocristianos recogían y continuaban un antijudaísmo étnico heredado de antiguo. Pero con ello se malinterpretaba totalmente el pensamiento de Pablo. Teológicamente lo decisivo es cómo se entiende el concepto de “Ley” (nomos), cuyo uso ha de quedar reflejado en los textos paulinos que hablan de ella. Recientemente se ha distinguido entre la ley como mandamiento moral de Dios y la ley como factor de ordenamiento -“identity-markers” (James Dunn)- de la sociedad en el pueblo de Israel. Estas leyes civiles no serían vinculantes para los paganos, pero sí la ley como mandamiento divino. Por interesante que sea esta distinción, no creo que Pablo la tuviese en cuenta. Es cierto que con el tiempo las cosas han ido en esta dirección, pero esto no signi- fica que para los judeocristianos aquellos “identity-markers” (y entre ellos, la circuncisión) hayan sido abolidos. En los primeros dos siglos, los judeocristianos seguían siendo judíos, mientras que los paganos constituían una especie de “segundo rito”, como diríamos hoy. Pablo insistía tan sólo en que los cristianos procedentes del paganismo no tenían que asumir la circuncisión (porque es el signo de la alianza de Dios con Israel); pero no lo predicaba por su cuenta, sino en comunión con los demás apóstoles, aun cuando él fue defensor acérrimo de esta posición en un momento crítico de la comunidad naciente. Sin embargo, éste no era el verdadero problema por parte de los judíos, sino que chocaban con la conducta de los judeocristianos que a partir de su conversión manifestaban una notable “libertad”. Pronto se chocó con el núcleo de la diferencia, es decir, la postura ante Jesús de Nazaret. Lo que Pablo acentúa en Rom 9-11 es la permanente y mutua exclusión de la ekklesia y del Resto de Israel. Ninguno de los dos puede avanzar por sí solo, sino que Dios reta al uno por medio del otro y viceversa: a los creyentes en Cristo mediante su referencia a sus raíces judías, y a Israel mediante el Mesías Judío “que Dios manifiesta ente los pueblos”. Por eso exhorta a unos y otros a “acogerse mutuamente” (Rm 15, 7-12). Cada uno ha de aprender del otro para así dar testimonio conjuntamente ante el mundo del único Dios de Israel y de su Mesías Jesucristo. Pues si Israel fue elegido al comienzo de cara a la salvación de toda la humanidad, ahora es la parte judía la que está subordinada a la cristiana y a los pueblos paganos porque de este modo quiere salvar Dios a todos los hombres. A nuestra pregunta inicial de cómo surgió la Iglesia responderíamos: no “de Jesús a Pablo”, sino “del Jesús terreno con los doce al Jesús exaltado con los doce y el apóstol de los paganos, Pablo” –en referencia permanente al “todo Israel”, y a través de “todo-Israel” al Dios vivo y verdadero. Pablo ha ampliado nuestro horizonte. Así como el Padre se ha manifestado a todos los hombres en Cristo por medio del Espíritu Santo, de mismo modo los cristianos estamos llamados a ampliar este “descenso” de Dios a los hombres y colaborar con él. Por ello, no hay que tener miedo a proclamar la propia fe. Como miembro de la iglesia estoy llamado a ser lugar de su revelación, como hizo Pablo con su acción. ¿Dónde están los hombres que esperan mi testimonio? ¿Y a quién le gustaría a Dios enviarme? Yo soy de algún modo un brote de crecimiento de la iglesia. Pues ésta nunca está completa, y el creyente tiene que estar siempre a disposición de Dios para continuar la tarea de la evangelización allí donde esté, con una fe viva que no acaba con el bautismo, y que ha de dirigirse a judíos y gentes de toda religión o a ateos y agnósticos. Sólo en cuanto estoy abriPablo y los comienzos de la Iglesia 67 gado por la presencia de Dios puedo decir que Dios está detrás de mí y me envía al mundo. Porque Él tiene ante sí como destina- tarios a todos los hombres y “desea que todos se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (2 Tm 2,4). Tradujo y condensó: MARIA-JOSÉ DE TORRES En última instancia, sea en tiempos tristes sea en épocas grandes, la Iglesia vive esencialmente de la fe de quienes son de sencillo corazón, tal como Israel vivía en virtud de ellos durante los tiempos en que el legalismo de los fariseos y el liberalismo de los saduceos desfiguraban la faz del pueblo elegido. Israel siguió viviendo en los que tenían el corazón sencillo. Fueron ellos quienes transmitieron la antorcha de la esperanza al Nuevo Testamento y sus nombres son los últimos del antiguo pueblo de Dios, a la vez que los primeros del nuevo: Zacarías, Isabel, José, María. La fe de aquellos que son de corazón sencillo es el más precioso tesoro de la Iglesia; servirle y vivido en sí mismo, es la tarea suprema de toda reforma de la Iglesia. J. RATZINGER, La Iglesia en el mundo de hoy (Buenos Aires 1966). 68 Norbert Baumert