illar+ y lqs páj*r*+ Clara tenía la eabeza llena de pájarns. Se lo repetia su madre siempre que tiraba al suelo la televisión y ésta se deshacía en mii canales-satélite de cristalo o cuand* ella se caía del balcón por haber apayado ei codo fuera. ¡Es que no ves nada! Con esa nub* de pajarracos delante de lcs ojos... El papá de Clara había querido llevarla a t¡n oftalmólcg* r: a un domadsr de halcones, Fro a y siempre inventaba una excusa, algún ccmpramiso, como una importante cena con amigos a diez metros de altr¡ra eiltre dss edificios o el cumpletrimestres de su novio. ella le daba miedo operarss Y su ncvio, Marquitos, a v*ces la miraba sin comprenderla y se mordia las uñas. Clarita- Ie decía cuando le sobreve¡ria la angustia- cada vez hacemos rlenos el amor. Te pasas el día pendiente de esos avschuchos que te ondean por el cogate. Yo crec que ya no me quieres. Un día de ésos, mientras el pobre le reprochaba carifrosamente, Clarita se levantó dei sofá para hacer pipí, con la cabeza pesada de tanto oír lc misrno. Sentada en el bañc, se dio algunos golpecitos en la sien para alejar el dolor y a algunas de las malestas aves. De rcpente, nctó una punzada en el oído, un pinchazo, c$mo la pata de una silla o la esquina de un marce que se hubiesen quedado atrapados dentro mientras ella nadaba esa tarde en la piscina. Siguió golpeando para sacarlos y, para su sorpresa, una punta de madera como el pico de un pájarc extraio salió de su oreja. Clara, sin tiempo siquiera de subirse las braguitas, se precipitó ante el lavabo y el espejo y vio ¡la praa de un barco! ¡Marquitos, ven! ¡Corre, ayúdame! ¡Clarita! ¡¿Cómc vamos a sacar eso?! Los dos novios tiraron con frrerza hasta que, acompañado de un último grito de ellos, el bareo salió y cayó por el retrete y desaparecié, llevrindose a las ruidosas gaviatas con é1. Desde entonces, Clara tuvo la vista y el pensarniento nítidcs como su propio nombre; aunque también, a veces, se distraia imaginando que algún día recibiría una carüa con noticias de los lejanos pajaritos.