estas guaguas están muy solas

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SEPTIEMBRE 2014
ESTAS GUAGUAS
ESTÁN MUY SOLAS
reportaje
Por Gabriela García / Fotografía: Carolina Vargas / Producción: Camila Letelier
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Cada año decenas de niños recién nacidos son abandonados en los hospitales del país.
Tras el parto, nadie los reclama. Solas, las guaguas permanecen en el hospital
por meses mientras los tribunales deciden su suerte. Sin un adulto significativo que
les entregue afecto y contención, quedan privadas de desarrollar un vínculo temprano,
lo que tiene un impacto irreversible en su salud síquica futura.
Un sicoanalista de niños en el Hospital San José ha decidido liberarlas de la angustia y
entregarles un comienzo más estable y amoroso. Pero necesita voluntarios.
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SEPTIEMBRE 2014
15 DE JULIO DE 2014. DE LAS 14 GUAGUAS QUE ESTÁN EN LAS
CUNAS DE METAL DE LA UNIDAD DE CUIDADOS MÍNIMOS
DEL HOSPITAL SAN JOSÉ, HAY UNA QUE LLEVA MÁS TIEMPO EN ESA SALA DE PAREDES ROSADAS. Está en perfectas condiciones de salud, pero no es posible darla de alta. Se llama Diego
(nombre que fue cambiado para resguardar la identidad del
menor), tiene 24 días y fue abandonado tras el parto.
Diego nació el 22 de junio a las 10:02 de la mañana. Pesó
3.055 gramos y midió 50 centímetros. Su madre no quiso amamantarlo. Tampoco lo vistió. Fueron las matronas las que le
pusieron un pilucho donado. Dos días después del parto su
madre accedió a visitarlo. Se sentó al lado de la cuna. Lo miró de
reojo. Pero no lo tomó en brazos. Apenas la mujer recibió el alta
médica, se fue del hospital. Sin Diego.
Karina Martínez, la asistente social de Chile Crece Contigo
–el programa estatal que entrega apoyo a los padres en riesgo
social dentro del Servicio de Neonatología– cumplió con el protocolo. Esperó tres días que la madre volviera. Como no apareció, salió a buscarla. Preguntó por ella en el consultorio, pero la
mujer no se había controlado jamás ese embarazo y no había
señal de su paradero. Tampoco estaba en el domicilio que inscribió en su ficha médica. La madre de la mujer –es decir, la
abuela de Diego– fue quien abrió la puerta y le explicó que su
hija no vivía allí hacía cuatro años y que con los dos nietos que
ya le cuidaba, estaba sobrepasada. No podía hacerse cargo de
uno más.
Cuando Diego cumplió una semana, la asistente social consignó su abandono ante un tribunal de familia. La magistrada
emitió una medida de protección para el niño y analizó antecedentes de la biografía de la madre: causas por robo, consumo y
tráfico de drogas y varios hijos de padres distintos, uno de ellos
dado en adopción en 2010.
Al cabo de un mes, Diego sigue en el hospital esperando que
el tribunal decida su suerte: si entregarlo a su familia de origen o
declararlo susceptible de adopción. No tiene plazo para fallar.
Las enfermeras calculan que podría tardar tres meses, lo más
que ha demorado en otros casos similares. Pero podría ser más.
Diego está en su cuna arropado hasta la nariz, mirando el
techo. Cada tres horas le dan la leche en mamadera y lo mudan.
Una vez al día le toman la temperatura y le humectan los pliegues
del cuerpo con algodones remojados en agua tibia. Pero mientras
las otras 13 guaguas de la sala se quedan dormidas en brazos de
sus madres, a Diego nadie lo besa, ni le canta, ni lo abraza.
–Este es un caso para el doctor Jaar. Tenemos que llamarlo
inmediatamente–, dice con firmeza la pediatra jefa del programa Chile Crece Contigo, Giovanna Loguercio, al conocer la historia de Diego y constatar que pese a todos los expertos cuidados de puericultura, Diego está solo, inmensamente solo, en
esa sala de paredes rosadas.
“LA SOLEDAD QUE EXPERIMENTA
UNA GUAGUA ABANDONADA, A
LA QUE NADIE TOCA NI ARRULLA
EN SUS PRIMEROS MESES DE VIDA,
TIENE UN IMPACTO MUY SEVERO
EN SU DESARROLLO SÍQUICO
FUTURO: DESDE SUFRIR UNA
DEPRESIÓN O UN TRASTORNO DE
PERSONALIDAD HASTA CUADROS
DE AUTISMO Y COMPORTAMIENTOS DELICTUALES”, DICE EL
DOCTOR EDUARDO JAAR.
UN DOCTOR EN ACCIÓN
Eduardo Jaar (56) es un siquiatra y sicoanalista especialista
en la siquis infantil, fundador de un centro de estudios de la
temprana infancia (Ceti), que asesora gratuitamente al Hospital
San José desde hace una década. Los últimos 14 años ha hecho
un trabajo de observación directa de guaguas y está convencido
de que la contención emocional de los padres, a partir del nacimiento y en los primeros seis meses de vida, es determinante en
el desarrollo cerebral del niño, por ser este el período en que las
personas comienzan a sentar las bases de su identidad.
Según el médico, la soledad que experimenta una guagua
abandonada, a la que nadie toca ni arrulla en sus primeros
meses de vida, tendría un impacto muy severo en su desarrollo síquico futuro: desde gatillar una depresión o un trastorno
de personalidad hasta cuadros de autismo o comportamientos delictuales.
Hace cuatro años, Jaar vivió una experiencia que lo marcó.
Observaba durante una hora a los bebés prematuros de la
Unidad de Neonatología del Hospital San José; se paseaba de un
lado a otro en silencio y alerta a cada detalle de esos niños, fijándose si los padres manipulaban o no a la guagua, si le hablaban
o dejaban de hacerlo, si desviaban su atención, y qué sentimientos circulaban en lo que llama “la triada”: padre, madre, hijo.
Cuando terminaba una de esas jornadas, escuchó llorar a una
guagua. Se acercó y vio que estaba sola en la cuna. Preguntó a
las matronas dónde estaban los padres. Y se sorprendió con la
respuesta. “No hay padres, la abandonaron”.
Jaar se quedó sin habla. Para él, que había estudiado los
daños severos que se producen en la siquis de un niño cuando
está privado del vínculo con una figura adulta estable y permanente en el tiempo, el profundo aislamiento de ese bebé le atravesó la piel y se le incrustó en los huesos.
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Durante meses el doctor Jaar acompañó a una guagua abandonada en el
hospital, Javiera, para darle cariño
y contención. Cuando la niña fue derivada a una fundación, le cerraron las
puertas. El doctor sufrió, se deprimió
y tuvo un espasmo de columna que lo
dejó inmovilizado. “Si yo estoy sintiendo esto, qué estará sintiendo Javiera”,
se preguntó. Por eso, ahora está
generando un modelo con familias de
acogida, donde el vínculo no termine
abruptamente. En la foto, posa con
otro bebé del establecimiento.
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El equipo de profesionales que ha impulsado este programa en el Hospital San José. De izquierda a derecha: la doctora Agustina González, jefa de Neonatología;
Giovanna Loguercio, pediatra jefa del programa Chile Crece Contigo y su matrona coordinadora, Verónica Valdivia.
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Devastado, se dirigió donde la pediatra Giovanna Loguercio
para preguntarle cuántas guaguas al año eran abandonadas al
nacer en esa maternidad. Ella contestó que en 2013 habían sido
9 y en 2012, 21. Una cifra que nadie podría considerar mínima,
aunque la nublen las estadísticas en un establecimiento que
atiende casi 8 mil partos al año.
También le explicó que el hospital no contaba con ningún
protocolo de atención especial para esos casos, salvo la rutina
de cuidados de las necesidades fisiológicas de las guaguas. El
personal del hospital estaba acostumbrado a la situación. Jaar
vio una catástrofe.
“Lo que me encontré fue un concepto que creía caduco pero
que el siquiatra René Spitz inscribió en la literatura médica en
1946 como ‘hospitalismo’: un conjunto de alteraciones físicas y
síquicas que padecen los niños a consecuencia de una prolongada hospitalización o institucionalización”, dice Jaar.
Para el sicoanalista el abandono de un lactante en un
hospital es particularmente dramático pues el bebé pierde
abruptamente contacto con los elementos que le eran conocidos: de estar absolutamente unido a su madre durante el
embarazo y reconocer su tono de voz y sus ritmos cardíacos,
pasa a un ambiente ajeno y extraño donde es manipulado
por una diversidad de personas que si bien toman contacto
con él, de ninguna manera reemplazan la presencia de un
adulto comprometido.
“Los niños institucionalizados a tan corta edad sufren un
doble traumatismo síquico: el abandono temprano de sus
padres y la ausencia de una presencia única que les brinde sostén a sus angustias primitivas; lo que es esencial para el desarrollo de su mente. A pesar de que reciben los cuidados médicos, suelen evolucionar con un cuadro de retraso que compromete, a lo menos, el desarrollo sicomotor y el crecimiento pondoestatural (relacionado con la talla y los huesos). El vacío se
expresa en un cuadro de Carencia Afectiva Crónica (cuadro de
ansiedad acompañado del sentimiento de sentirse desamparado), que se deja ver durante la estadía en el hospital, y luego en
la casa de acogida de menores”, explica Jaar.
Los efectos del hospitalismo, según el especialista, se expresan desde los primeros meses de vida: “sufren indiferencia al
contacto afectivo con sus cuidadores, somnolencia, ensimismamiento, escasez de sonrisas y de vocalizaciones, desvío de la
mirada, malestar al contacto corporal; después, aparecen daños
como retardo en la motricidad y en el lenguaje; apatía, o, al contrario, irritabilidad y conductas impulsivas”. Luego, a estas
manifestaciones se suman “la depresión del lactante, infecciones que se repiten, conductas alimentarias aberrantes como la
anorexia, vómitos sicógenos; problemas severos del sueño”.
Todo esto ya es suficientemente dramático, pero lo que a
Jaar le desespera es que para cuando los profesionales responsables hayan podido avanzar en el estudio de la familia de ori-
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JAVIERA, SOY TU CUIDADOR
La guagua abandonada al nacer que acompañó el doctor
Jaar, a fines de abril de 2012 y durante una estadía de tres
meses en el hospital, se llamaba Javiera (su nombre ha sido
cambiado para resguardar la identidad de la menor). Era una
niña de pelo negro, menuda, de piel mate y facciones finas
que pesaba 2,1 kilos y que él conoció cuando tenía 15 días de
vida. Su madre la había visitado los dos primeros días y luego
había desaparecido.
Javiera, que 48 horas antes de conocer al sicoanalista había
estado en la UTI, conectada a oxígeno para contrarrestar un cuadro pulmonar agudo, había heredado de su progenitora una
sífilis congénita y el síndrome alcohólico fetal, lo que indicaba
que su madre había consumido altas dosis de alcohol durante
el embarazo.
Cada noche, a las 21:30 horas en punto, Jaar iba a visitarla. La
acariciaba y le hablaba constantemente. Quería que los ojos
cafés de la pequeña lograran con el tiempo dar señales de que
reconocían el timbre de su voz. Pero Javiera, al mes y medio,
continuaba rehuyendo su mirada. Y aunque él la estimulaba
con sonajeros y se la ponía en el pecho para que reconociera su
olor, la niña no reaccionaba. Era excesivamente tranquila, no se
quejaba, dormía mucho y no lograba interactuar. “Estaba en su
mundo y yo, para ella, era uno más del servicio que la venía a
alimentar. Ni siquiera balbuceaba, algo que ya debía estar
haciendo al mes de vida”, recuerda Jaar.
El doctor comenzó a pensar que ya era muy tarde para eliminar de raíz el retraso en el desarrollo de Javiera, pero se empeñó
en mitigarlo. Incorporó una técnica especial de masaje corporal
a su rutina de cuidados y comenzó a bañarla los fines de semana. A los dos meses, Javiera comenzó a salir de su ensimismamiento. Y al tercer mes por fin lo miró a los ojos.
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gen del niño y el juez de menores haya podido decidir con respecto a su familia definitiva, generalmente, cerca del año de
vida del niño, “estas guaguas abandonadas en una sala de hospital ya presentarán un daño en la constitución de su siquis que
podría ser irreversible”.
En 2012 tras conocer a esa primera guagua abandonada en el
Hospital San José, Jaar se movilizó. Investigó sobre la realidad
de las guaguas solas y se enteró de que algunas madres explicitaban su deseo de darlas en adopción, mientras otras sencillamente se largaban del hospital dejando allí al recién nacido; la
mayoría de ellas eran de estrato social bajo, consumidoras de
drogas y alcohol, con familias monoparentales desestructuradas, sin redes de apoyo.
“Algunos de estos niños no son ni siquiera inscritos en el
Registro Civil por sus progenitoras por lo que no existen para el
sistema y no podemos darles de alta sin que un juez nos autorice. Algunos se eternizan en el hospital y el equipo tiende a tratarlos como niños enfermos”, señala la doctora Agustina
González, jefa de Neonatología del Hospital.
Jaar pasó noches en vela pensando en cómo aminorar el
daño. Y se convenció de que esos niños sumidos en la angustia
necesitaban de un acompañamiento, pero que debían brindarlo
profesionales externos y no el personal del hospital, que está
entrenado para poner una barrera entre sí mismo y sus pacientes. Necesitaba adultos dispuestos a entregarse a esas guaguas
por entero, que no activasen sus mecanismos de defensa.
En abril de 2012 le presentó al Hospital San José un modelo
piloto de intervención diseñado por él, que consiste en preparar
a sicólogos, siquiatras y sicoanalistas ya titulados que quieran
especializarse en infancia temprana en la Sociedad Chilena de
Psicoanálisis-ICHPA, para ejercer como cuidadores temporales
de esas guaguas durante su hospitalización, su estadía en la
casa de acogida y hasta ser entregados a una familia definitiva.
El programa estipula que el cuidador visite a la guagua al
menos una hora al día, idealmente en los momentos de vigilia y
alimentación, y que se haga cargo del niño amorosamente: lo
alimente, lo bañe, lo mude, le hable, lo acaricie, lo estimule y lo
ayude a conciliar el sueño. Como lo haría una madre.
En coordinación con la Fundación San José, el acompañamiento afectivo puede durar entre 5 y 12 meses, durante los cuales el cuidador debe tomar apuntes después de cada visita y
compartirlos una vez a la semana con siete especialistas que,
además de testigos de la creación de su vínculo con el niño, lo
preparan para la inevitable separación que llegará cuando el
pequeño sea entregado a su familia definitiva.
“El bebé invariablemente va a despertarle al cuidador emociones intensas, por eso mientras él contiene al niño debe haber
un equipo que pueda contener al cuidador. Al final del proceso,
la separación será dura para ambos, pero más vale pagar ese
costo, al costo de que el niño no tenga nada”, explica Jaar.
–¿Y ya tiene al cuidador?–, le preguntó Loguercio a Jaar en
2012, con ganas de empezar.
El doctor respondió sin titubear:
–El primer cuidador seré yo.
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“MIENTRAS EL CUIDADOR CONTIENE
AL NIÑO DEBE HABER UN EQUIPO
QUE PUEDA CONTENER AL CUIDADOR.
AL FINAL DEL PROCESO, LA SEPARACIÓN SERÁ DURA PARA AMBOS,
PERO MÁS VALE PAGAR ESE
COSTO, AL COSTO DE QUE EL NIÑO
NO TENGA NADA”, EXPLICA JAAR.
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“DIEGO ES RISUEÑO Y BIEN
DESPIERTO. A LAS DOS SEMANAS
DE CUIDARLO, ME SENTÍA LLEGAR
Y ESTIRABA LOS BRAZOS PARA
QUE LO TOMARA O SI ESTABA
LLORANDO Y YO LE HABLABA, ÉL
SE CALMABA. PERO HAY VECES EN
QUE SIENTO QUE ÉL SE DESCONECTA, QUE REHÚYE EL CONTACTO”,
DICE ROCÍO, SU CUIDADORA.
guaguas solas que necesitaban de un cuidador.
Siguió adelante con el programa y captó a otros cuidadores
a través del taller de extensión en infancia temprana que dicta
en la Sociedad Chilena de Psicoanálisis-ICHPA, donde empezó a
formar especialistas en acompañamiento afectivo.
La primera cuidadora que formó es Rocío Ruiz (30), una sicóloga titulada en la Universidad de Chile, soltera y sin hijos, a
quien preparó durante tres meses con clases teóricas sobre hospitalismo y siquis infantil. Rocío, además, se capacitó en puericultura y fue entrenada para internalizar que en la relación con
el niño ella estaría solo de paso: su rol sería siempre de cuidador
profesional y no de mamá. En julio pasado estuvo lista para cuidar a un recién nacido.
Ese bebé que le tocó cuidar, fue Diego.
Rocío Ruiz y Diego.
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Estaban en eso cuando el tribunal dictaminó que Javiera
fuera trasladada a una fundación donde estudiarían la posibilidad de que fuera adoptada. En esa fundación, a Jaar le cerraron
las puertas.
“Me explicaron que los niños tenían sus necesidades resueltas en ese lugar y que no necesitaban de la presencia de un cuidador. Fue un dolor muy grande. Interrumpieron el proceso
justo cuando estaba logrando sacarla del hospitalismo. ¡Nos
había costado tanto!”, suspira.
Jaar sufrió. Se deprimió. Un espasmo en la columna lo dejó
inmovilizado. Pensaba en que si a él le estaba pasando todo
esto, qué sentiría Javiera.
Le siguió la pista a la niña. Pero luego de seis meses la niña
fue dada en adopción y ya no supo más de ella. Aunque le dejó
sus teléfonos a la fundación para que se los entregara a la familia que la recibiera, con la ilusión de contarles cómo habían sido
sus primeras semanas de vida, nunca lo llamaron.
El doctor no olvida a Javiera, pero fue resiliente: había otras
LA AMBIVALENCIA DE DIEGO
Cuando Rocío se acercó al niño por primera vez, Diego llevaba un mes en el Hospital.
Cada mañana, a las 10:00, que es el horario en que a Diego
le da hambre, Rocío llega al hospital a darle su mamadera. Y se
queda dos horas con él. Le toma la temperatura, le saca los
chanchitos y lo hace dormir en sus brazos. Al mes de esta rutina, Rocío notó cosas en Diego que le preocuparon.
“Diego es risueño. Desde un comienzo reaccionó con gestos y movimientos cuando le hablaba. Y me pareció un niño
bien despierto, pues dos semanas después de acostumbrarnos
el uno al otro, él me sentía llegar y estiraba los brazos para que
lo tomara o si estaba llorando y yo le hablaba, él se calmaba.
Pero hay veces en que siento que él se desconecta, que rehúye
el contacto. Tiene las manos muy apretadas y aunque trato de
abrírselas con masajes sigue empuñándolas”, dice Rocío.
Esas preocupaciones fueron planteadas en la reunión
semanal que tiene con el doctor Jaar y su equipo sobre su
acompañamiento. Rocío abrió su cuaderno y comenzó a leerle
sus impresiones.
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Se buscan familias
para acompañar
El programa de Cuidadores Temporales no es el
único con que el doctor Jaar quiere combatir los
efectos del abandono en los recién nacidos.
Ahora, para ampliar los efectos del acompañamiento afectivo, está pensando en un modelo de
intervención con familias de acogida.
Se trata de un sistema distinto a lo que actualmente existe en algunas fundaciones de adopción y centros de acogida del país; en primer
lugar, porque el programa de Jaar contempla familias voluntarias y no pagadas, como suele ser
la norma. Y que estén dispuestas a vivir la experiencia solo una vez, para así asegurar que el
acompañamiento al bebé sea un acto de entrega
amorosa y no un modo de ganarse la vida o un
trabajo rutinario. En segundo lugar, las familias
que busca Jaar deben estar dispuestas a acompañar al niño primero en el hospital y solo después
llevarlo a sus casas, donde deberán acogerlo
hasta que el juez determine que sea entregado a
una familia definitiva. Por último, el programa de
Jaar ofrece a las familias voluntarias supervisión,
asesoría y contención semanal por parte de un
grupo de expertos multidisciplinarios.
El programa se está llevando a cabo en coordinación con el servicio de Neonatología del Hospital San José, el equipo de Chile Crece Contigo, Ceti
y la Fundación Chilena de la Adopción. Se buscan
familias con residencia en la Región Metropolitana, con hijos y en una situación económica estable que les permita dedicarle tiempo al cuidado del
bebé. No pueden postular: familias en tratamiento
de infertilidad conyugal; que anhelan adoptar un
niño; que sufran un duelo reciente por la pérdida
de una figura significativa, especialmente un hijo.
que hayan tenido una experiencia previa como familia de acogida temporal. Interesados escribir a:
jaar.eduardo@gmail.com
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Tampoco son candidatas las familias sin hijos ni las
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“Lo que tiene Diego se llama estado de ensimismamiento”,
le explicó el doctor Jaar. “Puede ser que sea un mecanismo de
defensa momentáneo hacia ti. Tú representas una figura ambivalente para él: Diego se alimenta de tu mirada, tú acoges sus ansiedades, y él atesora ese tiempo que pasa contigo e intenta que esa
sensación le dure hasta la próxima vez que te vea. Pero no le alcanza. Por eso tal vez se desconecta y aprieta los puños. Lo que está
haciendo el bebé es sostenerse a sí mismo a través de ese gesto,
está haciendo una autocontención muscular”.
Al día siguiente, cuando Rocío volvió a ver a Diego le hizo cariño en la cabeza mientras dormía y le habló.
–Entiendo tu abandono. Entiendo la devastación que te provoca que tu familia de origen no te haya venido a ver–, le dijo dulcemente a la guagua. –Entonces, por primera vez, Diego abrió sus
manos– cuenta Rocío.
Diego ahora tiene tres meses y fue trasladado a la Casa Belén,
un centro de acogida para lactantes en Vitacura. Allá Rocío sigue
acompañándolo. Y Jaar espera un nuevo llamado avisándole que
hay una guagua sola a quien cuidar.
Pero tiene una preocupación. Le faltan cuidadores. Cuando le
entregó Diego a Rocío tuvo que elegir cuál de tres guaguas abandonadas que habían en el hospital en ese momento sería beneficiada. Una decisión incómoda. Escogió a Diego porque era el que
llevaba más tiempo abandonado, el que probablemente más necesitaba compañía. No tenía voluntarios para trabajar con los otros
dos niños. Los está buscando. El suyo es un proyecto sin descanso. El año pasado lo presentó al Fondo Nacional de Investigación y
Desarrollo en Salud y el Comité de Ética de la Investigación del
Servicio de Salud Metropolitano Norte, lo consideró, unánimemente, “extraordinario por su importancia social y científica”.
Dice la doctora Loguercio: “Pudimos abrir los ojos a un problema que teníamos desde hace mucho tiempo, pero que no veíamos ni dimensionábamos, que nos sensibiliza. Y lo que pasa acá
es muestra de una realidad nacional”.
En el Hospital Sótero del Río, donde existe un programa de
colocación familiar, entre 6 y 7 niños al año son abandonados después del parto, informa Romina Bustos, asistente social de Chile
Crece Contigo en dicha maternidad. En el San Juan de Dios, hay
anualmente entre uno y dos casos, dice Solange Ávila, jefa de
asuntos institucionales. Consultadas por Paula, las maternidades
de los hospitales San Borja Arriarán, y Luis Tisné afirmaron tener
casos también. No hay cifras globales, pero el Sename señala que
de los 237 niños menores de un año que han ingresado a sus centros de acogida desde 2009, 107 lo hicieron derivados por solicitud
de un establecimiento de salud.
Se pregunta Loguercio: “Si de la mirada de la madre depende que los niños se reconozcan como personas, ¿qué pasa con
aquellos que siguen abandonados en los hospitales sin nadie
que los acompañe?”. ·
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