LA SABANA SANTA, LA MEJOR FALSIFICACION DE

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LA SABANA
Carlos Mesa - carlosmesa@carlosmesa.com
La ostensión de la Sábana Santa en el 2010 ha sido un acontecimiento histórico en el que había
que estar presentes, pues no habrá una nueva muestra del lienzo que supuestamente cubrió a Jesús
de Nazaret hasta el 2025.
Tuve la oportunidad de asistir en mayo del 2010 a este momento clave de la historia, después de
la restauración a la que había sido sometida la Síndone, limpiándola y devolviéndole su color
original. El Santo Sudario de Turín es una tela de lino que muestra la imagen en negativo
fotográfico de un hombre que presenta las mismas marcas y suplicios que se narran en los
Evangelios durante el momento de la Crucifixión. Actualmente se guarda en la capilla real de la
Catedral de San Juan Bautista, en la mencionada ciudad de Turín.
Se han escrito ríos de tinta, intentando demostrar su veracidad, y un sinfín de detractores han
intentado señalar que, cada una de las teorías y pruebas aportadas a su favor, son falsas.
Volver a insistir más en ello, recopilando las pruebas ya existentes, es absurdo. No aporta nada
nuevo a la investigación. Pero siempre me he preguntado qué ocurriría si diéramos por buena la
afirmación que otorga la misma a que se trata de una los mejores imposturas de la Edad Media.
Pongámonos pues en las manos de este falsificador. Veamos cómo la pudo haber realizado, y
finalmente extraigamos nuestras propias conclusiones. Tal vez observando el punto de vista de un
falsificador de reliquias, pudiéramos saber si las probabilidades de que así fuera, nos convencen.
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Al parecer, la máxima discusión en torno a la evidencia científica es la prueba efectuada mediante
carbono 14 a la Sábana. Se llevó a cabo en 1988. Tres estudios científicos realizados por un
laboratorio del Reino Unido, uno de Suiza y un tercero de los Estados Unidos sobre una pequeña
muestra del lienzo (un químico estadounidense, Raymon Rogers, concluyó que la muestra se tomó
sobre uno de los remiendos recosidos después de los incendios que quemaron parte de la misma),
cortada a tijera de una de sus puntas (y que todavía se aprecia) dieron como resultado una fecha
entre 1260 y 1390 (±10 años), con una fiabilidad del 95%, y que fue publicada en la revista
científica Nature. Para algunos, esta datación ha zanjado para siempre el asunto, demostrando que
el sudario es una falsificación del siglo XIII o XIV.
Partamos entonces de que el falsificador era originario de esas fechas. Fijémonos en la crucifixión
del hombre de la sábana. Ese hombre está clavado por las muñecas entre los huesos del carpo
?región del esqueleto de la mano-, lo que produjo una contracción del dedo pulgar que desaparece
en la imagen del sudario. Es más, el clavo de la muñeca derecha no entró bien entre los huesos,
teniendo que desclavarse y volviéndolo a clavar. Esa herida, por tanto, es mayor, de unos 15x20
mm y de forma oval. Hay signos de hemostasia o estancamiento de la sangre, lo que impidió que
ese hombre se desangrara.
Volvamos a su falsificador. Sus conocimientos de medicina debieron ser elevados, ya que por esas
fechas no se conocía la forma usada por los romanos para crucificar a sus reos. Todos los artistas
del siglo XIII y XIV, e invito a comprobarlo, representaron en retablos y esculturas a un Jesús de
Nazaret crucificado por las palmas de las manos, lo que hubiera provocado que éstas se
desgarraran y el sujeto cayera. Pero el falsificador no sólo conocía el método empleado, sino que
además tenía conocimientos de anatomía, pues reprodujo fielmente dónde debían entrar los clavos,
y además supo recrear en una de las muñecas el agujero que implica un segundo intento. Es más,
la sangre recogida y analizada, era del tipo AB, propia de los judíos, algo habitual en estas fechas,
pero no tanto en tiempos medievales. Así que el falsificador debía conocer los diferentes grupos
sanguíneos, allá por el siglo XIII, y se hizo traer sangre del tipo AB de algún pobre judío para
esparcirla por la Sábana, como demostró el químico Walter McCrone.
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Pero veamos qué otros detalles tuvo que tener en cuenta y su enorme cantidad de conocimientos
científicos para dar con la mayor falsificación de la historia.
Nuestro impostor parece que ya había inventado la fotografía en el siglo XIII o XIV, pues nadie
duda de que el sudario es un negativo fotográfico. Este debió usar una linterna mágica, un
dispositivo de proyección simple para aplicar luz recogida a través de un sencillo agujero a una
placa con compuestos de plata sensibles a la luz.
El embaucador era un genio en toda regla, pues en su época conocía la ciencia de la palinología,
disciplina de la botánica que estudia el polen y las esporas. ¿Por qué afirmo esto? Porque la
Sábana presenta muestras de polen de las especies primaverales de Palestina, como así
demostraron Avinoam Danin y Uri Baruch. Junto a la marca de la corona de espinas se encontró la
especie Gundelia Toumerfortii, exclusiva de Jerusalén en primavera. Nuestro falsificador debía
conocer esto y se trajo polen de Palestina y Judea para extenderla por la sábana, esperando que en
un futuro pudiera engañar a los analizadores e investigadores del siglo XX.
Estudiosos próximos a la NASA, como Jackson, Jumper y Stephenson, localizaron en 1978 en los
ojos del hombre de la Síndone, la marca de dos leptones, impresiones de monedas romanas, una de
ella de Tiberio. Y es que en el siglo I era normal cerrar los ojos del difunto con monedas.
Conociendo este detalle, nuestro falsificador se hizo traer monedas romanas del siglo I y las usó
deliberadamente en su fotografía medieval.
P
ero como decía nuestro falsificador tenía conocimientos científicos más avanzados que la mayoría
de sus colegas. Este pudo recrear a la perfección todas las marcas sufridas durante lo que se
conoce como la Pasión. Latigazos en la espalda y nalgas, hematomas, el tabique nasal desviado
fruto de alguna caída, rodillas destrozadas, o heridas en la cabeza producidas por el casquete de
espinas, entre otros. El látigo debió corresponder al llamado Flagellum Taxillatum. Este se basaba
en un bastón con tiras de cuero de la que colgaban unos plomos con una forma como de hueso. Lo
curioso es que las marcas de la Síndone corresponden milimétricamente con los plomos, lo que no
deja ninguna duda de que el impostor se trajo uno de esos látigos romanos del siglo I para poder
engañarnos.
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Y aunque en la Edad Media se representaba al Cristo portando una cruz en todas sus
manifestaciones artísticas, nuestro falsificador sabía que no era así y puso la impronta de un
madero transversal conocido como Patibulum en la espalda del hombre de la Sábana, tal y como se
supo después que ocurría con los condenados a este suplicio por parte de Roma.
Dice el doctor Judica Cordiglia: "La rodilla derecha, además de parecer más contusa, presenta
numerosas excoriaciones de tamaño y formas diferentes, más o menos marcadas , con bordes
desgarrados sobre la región rotular
". Un poco más arriba y hacia el exterior hay dos llagas de forma redondeada de unos 2 cm de
diámetro, situadas una encima de la otra. La rodilla izquierda, también contusionada, no presenta
más que excoriaciones diversamente dispuestas de tamaño y forma diferentes, pero mucho menos
marcadas y numerosas. Estas lesiones, por su dirección y ubicación, nos indican cómo han podido
ser producidas: acusan la caída sobre un terreno no uniforme, sino cubierto de piedras desiguales.
Confirma esta suposición la tierra que se ha encontrado mezclada con la sangre en las
excoriaciones de la nariz y en su rodilla izquierda, como si el ajusticiado, al caer, no hubiera
podido resguardarse con las manos.
De lo anterior se desprende que nuestro falsificador contaba con conocimientos avanzados en
análisis forense.
Todo ello, claro está, no contradice para nada las pruebas encontradas. En 1203 un cruzado
llamado Robert de Clari aseguró haber visto la tela en Constantinopla. Y en 1205, Teodoro
Angelos, envió una misiva al Papa Inocencio III esgrimiendo que los franceses, durante el saqueo
de la ciudad de Constantinopla, se habían quedado con el lino de nuestro Señor, el que lo envolvió
en su muerte. Las fechas son muy próximas a la datación del sudario mediante la prueba del
carbono 14, como se puede ver.
Hay quien ve en este falsificador a Leonardo de Vinci, dado los enormes conocimientos que tenía
para recrear una falsificación tan genial. Pero cabe recordar que Leonardo nació en el 1452, lo que
no coincide para nada con la datación del carbono 14, lo que le descarta automáticamente como
autor de la misma.
Postulamos que el falsificador de la Síndone era un genio, pues no sólo había descubierto la
fotografía en el siglo XIII, sino que además sabía de hemografía (análisis de sangre), anatomía,
biología, palinografía (el estudio de las esporas), medicina forense, historia antigua, y contaba con
un sinfín de amigos que le proporcionaban el material necesario, como pólenes de la Palestina, el
flagellum, el patibulum, los leptones romanos, y otra serie de evidencias que dejó incrustadas a
perpetuidad. Si la idea era engañar a sus conciudadanos, no salió del todo airoso, pues algunos
Papas calificaron la Sábana de sacrílega, ya que la misma presentaba signos que nos estaban
reflejados en los Evangelios. Cabe recordar el suceso en el que el apóstol Tomás introduce su dedo
en la llaga de la palma de la mano de su maestro para creer lo que está viendo. La Síndone lo
cuenta de otra manera, y por eso solo ya fue considerada de herética.
Además, el negocio de las reliquias medievales era tal, que se conocen decenas de réplicas de una
misma reliquia, como fuera el caso del Mandylion, un supuesto pañolón que estuvo en contacto
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con el rostro de Jesús de Nazaret y del que habían copias burdas y descaradas. Siendo así con todas
las reliquias, ¿por qué no se hicieron más copias de la Sábana Santa si era una falsificación en toda
regla?
Dando por buena la hipótesis de que hubiera un falsificador, la verdad es que su resultado fue tan
bueno, que no se atrevió a repetir el experimento.
Insistimos en la teoría del falsificador, pues según los más agnósticos, es la única solución
posible. Incluso los que dicen no creer en los misterios, como el escritor Juan Antonio Eslava
Galán, postulan que debió ser así porque el creador de la Síndone contaba con conocimientos
alquímicos. Vamos, que para no creer en misterios, el autor se saca de la manga la alquimia como
si fuera de dominio público y algo habitual en la época.
El Vaticano realmente no se pronuncia sobre la realidad o no de la Síndone, dejando su
cuestionabilidad en manos de Dios; si bien es cierto que la utiliza desde 1983, momento en que les
fue otorgada por su antiguo propietario, Umberto de Saboya, para devolver la fe a los cristianos en
momentos de incertidumbre.
Los protestantes ni siquiera se acercan a reconocerla, porque han sido inculcados en su religión
sobre los peligros de la idolatría. Y aunque fuera real la imagen de Jesús de Nazaret, para ellos no
le produciría ningún fervor o sentimiento, ya que su forma de ver las imágenes, tal y como se les
ha inculcado de niños, no les emociona.
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El resto de religiones ni opina ni les importa. Y en cuanto a los agnósticos y ateos, se aferran de
pies y uñas a la teoría de la falsificación, actuando con agresividad cuando alguien les plantea lo
contrario. Da igual que se haya encontrado un manuscrito de 1192 donde se aprecia lo que parece
el Sudario de Turín. O que Gregorio Refendario impartiera un sermón sobre la Sábana Santa, en el
año 944, en Constantinopla, que luego fue archivado por el Vaticano.
Al final, resultará que la Síndone sólo convence a católicos y a los amantes del misterio y lo
sobrenatural. Porque digo yo, con la enorme cantidad de pruebas presentadas, ¿se toma en serio la
suposición de un falsificador medieval?
[salbum=42,y,y,left]
Si a mí me preguntaran, y observando las evidencias forenses, sin tener en cuenta de quién se
trata, a simple vista diría que lo que ocurrió, por lógica, es que el cuerpo de la persona que estuvo
envuelta en la Síndone, se desintegró dejando chamuscados finos hilos en el lienzo, que luego se
reveló como una figura y que en el siglo XX se verificó como un negativo fotográfico. Eso es lo
que podría deducirse de lo que se ve, pero claro está como se trata de Jesús de Nazaret, patriarca
del cristianismo, la disgregación atómica de su cuerpo con algún tipo de energía que lo implosionó
desde su interior, no se contempla, pues es sólo eso, mera ciencia ficción.
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