34 – Historia de la Iglesia LAS CRUZADAS Desde el día de la muerte de Cristo, el corazón de los cristianos se ha dirigido siempre a los santos lugares. Desgraciadamente aquellas tierras han caído en manos de los secuaces del Islam. En el año 1009 los fanáticos turcos destruyeron la basílica del Santo Sepulcro. Por aquel entonces era papa Sergio IV. Poco después, los mismos musulmanes reconstruyeron el venerado templo, pretendiendo a cambio la erección de una mezquita en Constantinopla. PEDRO EL ERMITAÑO Todas las ciudades europeas, sobre todo las francesas, se afanan en preparativos para la cruzada. Muchos predicadores, entre los cuales destaca Pedro el Ermitaño, invitan al pueblo a la «divina aventura». Las diferencias de casta ya no existen. Los hombres son todos iguales cuando en su pecho aparece una cruz de. paño rojo. Caballeros, artesanos, mujeres y damas, pobres y ricos, son únicamente «cruzados». Con el pasar del tiempo, millares y millares de férvidos peregrinos visitaban continuamente los santos lugares. No era fácil conseguirlo. Se necesitaba un gran amor y una no menor valentía. El viaje estaba lleno de dificultades. A cada momento los peregrinos podían ser asaltados por bandas de ladrones, que les robaban y, a veces, los mataban. Al mismo tiempo, los cristianos que residían en los territorios turcos, sufrían numerosas humillaciones y castigos. Tras Pedro el Ermitaño y un caballero sin bienes, Gualterio, un primer grupo de cruzados parte para Tierra Santa. No se dan cuenta que su excesivo celo les lleva al desastre. Son personas sin conocimiento bélico, hombres indisciplinados... No saben que el trayecto de Europa a Jerusalén es muy duro. El hambre, las enfermedades, la sed y los ataques de los turcos acaban por aniquilarlos. Más de cien mil mueren en la península balcánica y en Anatolia. Octubre del año 1095. El papa Urbano II participa al concilio de Clermont. Hablando a los presentes, se dirige, sin embargo, a todo el mundo: «¡Alzaos! ¡Dirigid vuestras armas contra los enemigos de la fe cristiana! ¡Vosotros que habéis pecado combatiendo batallas fraternas, si amáis vuestra alma, dirigíos con vuestro jefe Cristo a la conquista de Jerusalén! ¡Dios lo quiere!» Todos los presentes responden con un único grito entusiasta: «¡Dios lo quiere!» GODOFREDO DE BOUILLON 15 de agosto del 1096. La expedición regular de la primera cruzada se ha puesto en movimiento. La componen seiscientos mil infantes y cien mil caballeros guiados por guerreros ilustres y expertos: Godofredo de Bouillon y su hermano Balduino, Hugo de Vermandois, hermano del rey de Francia, Roberto el Normando, hijo del rey de Inglaterra. La república de Pisa ha proporcionado 120 naves. Todas las naciones y reinos de Europa participan en esta colosal cruzada. 140 141 LA PRIMERA CRUZADA La primera etapa de los cruzados es Constantinopla. Aquí se reúnen todas las armadas que participan en la cruzada. Los jefes son recibidos por Alejo Comeno, emperador de oriente. «Deseo, señores —les dice—, que me prometáis fidelidad para las tierras que conquistéis». Los jefes de los cruzados lo juran, deseosos de dirigirse hacia la lejana meta. «No podemos intentar una salida — concluye Boemondo de Taranto—. Los soldados no podrían combatir. ¡Están demasiado desesperados!» «¡Rezad! —dice el obispo Ademaro de Monteuil, representante del Papa en la cruzada— ¡Rezad, hijos míos! ¡Dios no nos abandonará!» Mientras tanto, en la asediada Antioquía —entre hambrientos, agonizantes y enloquecidos por la sed—, son muy pocos los que se encuentran en buen estado. Los ejércitos avanzan. Las arma; resplandecen bajo el sol, que se hace cada vez más cálido y el viento del desierto llena de arena las banderas cruzadas. Se superan las rocosas montañas de Anatolia. Finalmente el enemigo aparece. Aunque Jerusalén está aún lejana, las batallas se suceden. Los cruzados conquistan sucesivamente tres ciudades: Nicea, Dorilea y Antioquía. Uno de ellos, un artesano, tiene una visión y la refiere a su señor, Raimundo de Tolosa. «Es verdad, conde. Ahora sé dónde se encuentra la lanza de la pasión con la que el centurión Longinos atravesó el costado de Cristo... ¡Está aquí, en Antioquía!» ¿Es un milagro? Se cava en el lugar indicado y aparece la santa lanza. En los corazones de todos nace nuevamente la esperanza. ¿Y los turcos? Al principio los habían cogido de sorpresa; pero después reúnen sus tropas y lanzan doscientos mil hombres contra Antioquía. Se inicia así un durísimo asedio. Los cruzados, dentro de las murallas, se encuentran como auténticos prisioneros. Hay hambre, sed, enfermedades. Para colmo de males la peste, en pocos días, pone fin a más de cien mil vidas. Los nobles guerreros no saben qué hacer. Se reúnen para buscar una solución. Los episodios de valor de los cruzados han pasado a la leyenda. Se rompe el asedio de los turcos y los ejércitos infieles quedan destruidos. El camino hacia el Santo Sepulcro está libre... Boemondo de Táranto permanece en Antioquía para protegerla de futuros ataques, mientras el resto de los cruzados se pone nuevamente en camino. El hambre, las batallas y la peste han diezmado terriblemente el ejército cristiano. A los muros de Jerusalén llegarán sólo cuarenta mil hombres. 142 143