El triunfo de la voluntad

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El triunfo de la voluntad
Extraído de Viento Sur
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Euskal Herria
El triunfo de la voluntad
- solo en la web -
Fecha de publicación en línea: Jueves 31 de marzo de 2016
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El triunfo de la voluntad
En un momento en el que la independencia deja de ser una identidad resistente, y empieza a ser un proyecto
político al que acogerse, no basta con la voluntad
Fieles a nuestra tradicional ciclotimia, el exiguo 19% favorable a la independencia del último Sociómetro (difundido
por el Gobierno Vasco, ndr) ha sumido en la depresión a amplias capas de la población vascongada. Antes de que
cunda el pánico conviene recordar que la tendencia a la cocina sociológica creativa se exacerba en momentos de
realineamiento electoral. No obstante, algunos datos son rescatables. El más interesante, el que sigue: aumenta el
porcentaje de gente vasca que votaría a favor de la independencia según las circunstancias, en detrimento del voto
secesionista ciego. Y un segundo detalle, nada baladí: agrupando las dos categorías, los votantes del PNV y
Podemos son independentistas casi en la misma medida: 64 y 60%, respectivamente. En este mismo sentido, según
la encuesta publicada por el grupo de investigación de la UPV-EHU Parte Hartuz, la opinión favorable al estado
vasco se refuerza si se asegura más democracia y políticas sociales más avanzadas.
Afortunadamente, la independencia es para el que la trabaja. Es decir, no es creencia o anunciación metafísica sino
consecuencia de la acción política razonada. Una política que trata de ganar voluntades con un proyecto sensato y
riguroso. Un proyecto integrador que transmita una alegría no impostada y sea impulsado por una organización
transparente.
Los contenidos de ese proyecto no están definidos todavía, aunque nuestros sindicatos llevan ya un tiempo
argumentando en torno a la necesidad de un estado independiente que fortalezca la soberanía en el ámbito
socioeconómico. Pero la credibilidad del discurso depende directamente de la legitimidad del actor político que lo
difunde. Una legitimidad cada vez más líquida, menos esencial.
Cualquier cambio político profundo en un contexto liberal-democrático, depende tanto del éxito electoral como de la
hegemonía social. No son la misma cosa. Como estamos viendo en Latinoamérica, el primero es contingente, a
veces azaroso. La segunda es más difícil de lograr, pero es mucho más estable. El primero puede exigir coaliciones
oportunistas y discursos difusos. La segunda necesita un proyecto claro, coherente y una acción sociopolítica
sostenida. El primero exige decisiones rápidas que no casan con la participación popular, la segunda depende del
empoderamiento social.
¿Cuál es el modelo organizativo válido para ambos objetivos? ¿Puede una misma organización ser competitiva en
las dos tareas, es decir, ganar elecciones y revolucionar la sociedad? ¿Son válidos los recursos organizativos del
independentismo? No hay respuestas fáciles.
Los modelos disponibles son conocidos: hay partidos clientelares, genéticamente corruptos. Los hay "de cuadros",
agencias de colocación política de parientes y amistades sin formación específica. Hay partidos-líquen, híbridos
entre alga y musgo, que no entusiasman, pero se extienden sin problemas por el campo social y se aferran al poder
con eficacia; y hay partidos-moisés, proclives a pastorear toda iniciativa social que se ponga a su alcance... Y luego
están los partidos-medusa, informes, evanescentes, mecidos al vaivén de las olas de opinión. La cuadratura del
círculo -lograr una hegemonía social de abajo a arriba para la independencia que no impida el acceso eventual al
gobierno basado en amplias mayorías-, exige inventar algo nuevo.
La primera opción plantearía dos estructuras organizativas: un frente electoral-institucional amplio, relativamente
inconexo, y un partido-bloque, centralizado. Es una variante de la estructura clásica del independentismo
contemporáneo. En el primer nivel, recupera la imagen de la pseudo-coalición inicial "Herri Batasuna", con un
respeto nominal a la personalidad diferenciada de los actores constituyentes -ahora, Sortu, EA, Aralar y Alternatiba-,
pero bajo la égida de la organización más potente.
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El triunfo de la voluntad
El modelo de "frente amplio" -en lenguaje laclauiano, articulación equivalencial estructurada-, es funcional en
situaciones de crisis sistémica en la que existen dos campos claramente polarizados: casta/pueblo,
sistema/antisistema... Es más discutible su eficacia electoral en momentos normalizados en los que la lógica
diferencial partidista es dominante. Lo está comprobando Podemos en España, y quizás sea conveniente reflexionar
sobre su potencialidad en nuestra coyuntura actual. Superada ya la fase de excepcionalidad política, un "frente
amplio" que mantenga siglas y sub-estructuras... ¿Suma, multiplica o resta? No está claro.
Esta opción se emborrona aún más si el segundo nivel organizativo, el que actúa directamente en la praxis
socio-política sectorial, responde al antiguo modelo de KAS, aunque sea en versión 2.0. Entonces, la ensalada de la
que hablaba Josemari Esparza en un artículo reciente se convierte en una mera guarnición decorativa del plato
principal.
La dirección integral de una Izquierda Abertzale con mayúsculas -partido interno opaco-, encargada de
dinamizar/coordinar todo el campo social independentista pudo haber sido funcional para sostener la "pilarización" o
segmentación social vertical en una fase histórica de conflicto abierto: el independentista se socializaba en LA
organización estudiantil, luego en LA juvenil, se afiliaba en EL sindicato, leía LA prensa propia... Y se reunía en
«nuestras» procesiones laicas anuales... Un modelo que no parece adecuado para una coyuntura en la que el
objetivo no es mantener dicha pilarización, sino impulsar la capilarización del independentismo en la sociedad civil.
Un nuevo modo de praxis social que convierta la marca «estado vasco» en atractiva no para el turista americano,
sino para el paisano que pasea por la Gran Vía bilbaina y vive en "otro" mundo, que también está en éste. Un
proyecto que atraiga por el interés económico, en el sentido aristotélico de la palabra -gestión sostenible de la casa
común-, un proyecto que nos sacuda de la indignidad de ver recortada sistemáticamente nuestra capacidad de
decisión. Un proyecto definido, no melifluo, que no está hoy en la centralidad, aunque puede estarlo a medio plazo.
Para lograrlo, el instrumento organizativo debe renovarse en profundidad.
En este sentido, la segunda opción articulatoria parece más adecuada. También se distinguen dos planos, pero el
frente electoral-institucional es más fuerte e integrado, y las estructuras independentistas relacionadas con el
activismo social gozan de un mayor grado de autonomía. Según este modelo, el frente amplio -EH Bildu-, se
conformaría sin cuotas partidarias, con vocación de unificación y militancia única. Por otro lado, en el nivel de la
acción popular, los actores independentistas actuarían de forma autónoma, aunque coordinada ad hoc: partido (a
extinguir), sindicato, organizaciones juveniles e iniciativas sociales serían interlocutores no centralizados entre la
sociedad y la acción institucional.
Su ventaja, la transparencia. Uno de sus problemas, en el caso de que la referencia institucional integrada no sea
total y se mantenga la personalidad de los partidos confluyentes, sería una posible fractura organizativa a medio
plazo, dada la dificultad de sintonizar lógicas y discursos. El campo independentista de izquierdas tendría dos
referencias, al estilo catalán.
En todo caso, sea una u otra la filosofía organizativa, el independentismo no puede pensar que una cultura política
voluntariosa, válida para el modelo de acumulación de fuerzas al servicio de la negociación, valga para romper la
compartimentación de la sociedad vasca e impulsar la progresiva naturalización del "estado vasco-navarro".
Salvadas las cósmicas distancias, la cineasta Leni Riefenstahl hubiera disfrutado con el "triunfo de la voluntad"
representado en Anoeta (acto encabezado por Arnaldo Otegi tras su salida de la cárcel, ndr). Pero en un momento
en el que la independencia deja de ser una identidad resistente, y empieza a ser un proyecto político al que
acogerse, no basta con la voluntad. Si se quiere sintonizar con ese 60% de independentistas potenciales del que
hablábamos al principio, necesitamos un independentismo creyente, sí, pero también gente indignada, interesada,
cautivada, que no cautiva. Y, sobre todo, gente soberana, dueña de su vida, de su organización, de su país.
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El triunfo de la voluntad
30/03/2016
* Mario Zubiaga es profesor de la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea
http://www.naiz.eus/eu/hemeroteca/gara/editions/2016-03-30/hemeroteca_articles/el-triunfo-de-la-voluntad
Posdata:
naiz.eus
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