Daríoh el trasgresor

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Daríoh, el trasgresor*
y sólo está el no estar diario más que en la memoria
con brazos de algas en un resquicio sonriente
acuoso el recuerdo pero no preferías el mar
más bien asfalto nocturno piel solícita y verbo
ahora es la mudez trazo sin aliento tachadura
Inés Martínez de Castro
Me desdigo, Darío hasta este momento está presente si no fuera así no estuviéramos
aquí reunidos presentando un libro sobre él, Darío, amigo, lo lograste, lograste seguir
siendo el centro como te gustaba y decías que tus biógrafos lo anotarían, ya tienes un
biógrafo, Silvestre Hernández Uresti, y no muchos pueden presumir de ello.
“Inés, píntate la boca, pareces muerta”, me decía Darío cuando entraba al salón de
clases enfundado en sus pantalones rojos y una camisa de seda abierta hasta la cintura,
siempre sonriente, de buen humor y con la palabra afilada, y yo sabía que además de
aplicar carmín en los labios debía aguzar los sentidos, poner a tono mi capacidad de
razonamiento, es decir a toda marcha, y prender la pasión, porque la interlocución con
el maestro era siempre un juego de destrezas de la inteligencia y de la emoción que me
hacía crecer, ya que él, Darío Galaviz, ponía en tela de juicio lo establecido, lo
consagrado y aparentemente intocable. Su pensamiento era original, crítico y además,
iba aderezado de ironía, de sarcasmo que a veces rayaba en burla, pero que en
ocasiones era tan fina que el aludido requería de tiempo para masticar las palabras y
darse cuenta que había sido el blanco.
El personaje, porque Darío creo y vivió un personaje que se autofabricó: el mismo —al
que le invirtió conocimiento, muchas lecturas, pulimento en las destrezas del manejo del
lenguaje, arrojo y desvergüenza—, es un personaje trasgresor de lo establecido y
considerado como aceptable en el campo sexual e intelectual. Y él estaba pendiente,
como observante activo de cómo ese personaje, su personaje creado, era percibido,
jugaba con ello, lo lanzaba de manera descarada y agresiva a la cara de los demás, lo
disfrutaba y también lo sufría. El personaje Darío levantaba pasiones, era odiado, amado
y admirado con la misma intensidad. Estas características fueron sus armas para resistir
la homofobia y se convirtieron en su pasaporte para la aceptación en círculos sociales en
los que difícilmente hubiera penetrado, paradójicamente la confianza excesiva en estas
habilidades también lo condenaban y lo llevaron finalmente a la muerte prematura, fue
más fuerte la homofobia que traspasa todos los diques posibles, que la posible autoridad
y destreza intelectual y verbal.
Darío Galaviz era incansable, su actividad era intensa: fue profesor universitario, crítico,
funcionario cultural, bailarín aficiona, escritor, y lector acucioso, por ello fue
implacable con los flojos de pensamiento, con los mediocres y conformistas, no
importaba si fueran literatos, teatreros, bailarines, y demás creadores, críticos,
periodistas y profesores, les decía sus verdades y casi siempre tenía razón. Esta postura
honesta, aunque con alguna dosis de crueldad innecesaria, sigue siendo poco común en
el mundo cultural de Sonora en el que prevalece de parte de los supuestos críticos o
periodistas culturales la descripción sin valoración, el desfile de los halagos o la
condena sin fundamento.
A todo lo anterior y más se refiere Conjunción de pasiones. Trayectoria vital e
intelectual de Darío Galaviz Quezada (Guaymas, Sonora, 1951-1993) (2007, El
Colegio de Sonora, Col. Cuadernos Cuarto Creciente #14) de Silvestre Hernández
Uresti, que además de dibujarnos al personaje en cuestión, en algunos de los ámbitos de
su práctica profesional, lo enmarca en un momento crucial de la historia cultural de la
Sonora de los años setentas y ochentas, para mostrarnos el lugar central que él ocupó en
el desarrollo intelectual y artístico de la región, nos muestra el protagonismo del
personaje, la manera en cómo aderezaba su estar en la vida personal y profesional, que
fue intensa y comprometida. Para este análisis, el autor se apoya en Pierre Bourdieu con
sus conceptos de habitus y campo, con ellos aborda el espacio social, familiar y
jerárquico de la época. Silvestre Hernández retrata la intensidad de la pasión con la que
vivió Galaviz, su energía y entrega, su capacidad de trabajo que también llevó a su vida
personal, porque como se cita en el libro, podía enfiestarse hasta la madrugada y
presentarse más tarde a dar clases interesantes y amenas como si nada hubiera
sucedido, o entregar un artículo o discurso pletórico de lucidez después de una juerga.
Circulaba entre los extremos: iba de los coloquios de literatura, de las páginas de los
diarios de más circulación en la región, a los tugurios de Hermosillo, al carnaval gay de
Guaymas o los festivales artísticos de señoras bien de Hermosillo en los que
participaba como bailarín aficionado y donde también brillaba.
Un eje fundamental de la obra que presentamos, que se desarrolla sobre todo en el
primer capítulo, es la conformación y reafirmación de la identidad homosexual del
personaje, que se entreteje y subyace como postura política en todo lo que se presenta,
aunque en ocasiones no sea tan evidente, ya que este libro es un subproducto de una
tesis de 600 cuartillas que para publicarse y facilitar el acceso de los lectores, se redujo
a 214 páginas, que si bien no nos ofrecen una imagen exhaustiva, ¿y cuál lo es?, si
dibuja los rasgos fundamentales que nos dicen quién fue, cómo fue y qué aportó. Pero
además de lo valioso del contenido para la historia cultural de Sonora, es una lectura
ágil y entretenida.
Darío Galaviz fue mi maestro, también mi colega, pero sobre todo fue mi amigo, así es
que soy abiertamente parcial en este tema. Nos unió además de los proyectos
profesionales, una entrañable amistad siempre estimulante, ya que hablar con él
significaba estar alerta ante su palabra rápida y aguda, era aprenderle y disfrutarlo, por
eso aún lo extraño. Pero, amigo, ya tienes una biblioteca con tu nombre, ya te dedicaron
un festival y ahora un libro, pero te has de estar carcajeando de nosotros que hemos
querido atraparte en unas cuantas palabras, tú que eras y eres tan abundante y diverso,
pero eso sí sigues emulando al Cid que aún muerto siguió cabalgando atado a su caballo
intimidando al enemigo.
* Texto leído en la presentación de Guaymas, Sonora, el 22 de febrero.
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