Introducción a cada uno de los cantos de la Eneida de Virgilio Nicolás Cruz (2009) Pontificia Universidad Católica Eneas y las Musas (Museo del Bardo, ciudad de Túnez.) Presentación: Ofrecemos al lector la presentación que hacemos a cada uno de los doce cantos o libros que contiene el poema la Eneida de Virgilio. Nuestra intención consiste en entregar los resultados de una extensa y detenida lectura del poema, atendiendo también a las ideas contenidas en la siempre abundante bibliografía reciente sobre el tema. No se trata de un resumen de la obra, intento innecesario e imposible, si no de aportar con ciertas claves que pueden alertar sobre aspectos del texto y ser confrontadas con aquellas que cada lector se ha ido armando a través de la lectura. Libro I (La imagen ilustra la tormenta que afectó a los troyanos en su última etapa de navegación y que los arrojó a las costas del norte de África, más específicamente al lugar donde Dido estaba fundando la ciudad de Cartago y otorgándole las leyes para su buen gobierno. La reina concederá la hospitalidad a los recién llegados, invitándolos a compartir su reino en condición de iguales.) La Eneida se inicia con la narración de la tormenta provocada en el mar por la diosa Juno con el objetivo de hundir la flota troyana comandada por Eneas. Los sobrevivientes llegarán a las costas de África para ser recibidos por Dido, reina de la naciente ciudad de Cartago. El tiempo en que se instala el relato es el séptimo año de viaje luego de la caída de la ciudad de Troya a manos de los griegos. En este marco se desarrollarán una serie de situaciones tanto en el plano de los dioses como en el de los humanos. En el primero de ellos cabe destacar la ya mencionada intervención de la diosa Juno en su último intento por eliminar a los troyanos sobrevivientes de la guerra. Frustrada en su intento, se limitará en los cantos siguientes a intentar dilatar la llegada de los troyanos a las costas de Italia. Las contrariedades de esta diosa tienen relación con el hecho de que el destino tiene establecido que Eneas y los suyos, luego de un largo viaje lleno de dificultades, alcanzarán la zona del Lacio (Italia), enfrentarán feroces guerras, fundarán allí una estirpe troyano-latina, de la cual, con el paso de los siglos, surgirá el pueblo de los romanos, que conquistará un imperio para el cual no se han establecido límites de extensión y permanencia en el tiempo. Así se lo indica Júpiter (Júpiter), el padre de los dioses, a su hija Venus, madre de Eneas (versos 257 a 279). Los troyanos, que a esas alturas algo saben de lo que el destino ha deparado para sus vidas, solicitan y reciben la hospitalidad de parte de Cartago. En su primera descripción se observa una ciudad en la que se levantan edificios y establecen las instituciones de gobierno. Se describe a Dido como una reina dedicada de manera plena a la conducción de la ciudad y la administración de la justicia. Los planos humano y divino se cruzan. Las preocupaciones de la diosa Venus la llevan a buscar la protección de su hijo y sus acompañantes en esta nueva tierra. Para ello se vale de Cupido, a quien le pide insuflar en la reina el amor por el huésped recién arribado. Se inicia así la historia de amor de Dido por Eneas, culminará trágicamente en el canto IV del poema. El libro I se cierra con la solicitud que la reina hace a Eneas para que narre los sucesos del último día de la guerra de Troya, cuando cayó la ciudad. Se ha señalado con razón que en este primer canto se encuentran presentados todos los temas que luego tendrán un desarrollo mayor en el poema: la guerra de Troya, el destino establecido para los troyanos y su administración por parte de los dioses, el viaje desde Troya a Italia, el establecimiento en esta última y las guerras que tendrán lugar en dicho territorio y, finalmente, cómo estos acontecimientos iniciales tienen una relación profunda con los que vendrán posteriormente, hasta el momento en que el poeta escribe la Eneida, que es aquel en que el emperador Augusto gobierna el Imperio romano luego de haber puesto fin a las guerras civiles que afectaron a Roma durante las décadas finales del siglo I a.C. Proponemos a continuación algunas claves de lectura de este canto I en las que conviene reparar. La primera de ellas dice relación con el trabajo del poeta que se presenta a sí mismo en los primeros versos: “Canto las armas y al varón ilustre”, indicando con esto que establece una relación entre su obra y los poemas homéricos, que cantaron la guerra (Ilíada) y al hombre que realizó un largo viaje una vez concluidas las luchas (Odisea). El modelo de la Eneida es la poesía homérica, frente a los cuales Virgilio desarrolla una acción de recepción e innovación, de modo tal que sobre el molde de textos ampliamente difundidos en Roma, se escribe una nueva trama de los hechos y sus significados. Este aspecto se ve reforzado en la invocación a la musa que hace el poeta, como es habitual en este tipo de poemas. En esta ocasión, Virgilio le solicita que le permita comprender los motivos del rencor persistente de la diosa Juno en contra de los troyanos. Lo que no le pide, y cabe destacarlo, son noticias de unos acontecimientos conocidos por quien los canta. La recepción e innovación desarrollada por Virgilio se aprecia, por de pronto, en la diosa Juno. A sus antiguos motivos de odio en contra de los troyanos por la ofensa que una vez le infligiera el troyano Paris, agrega ahora su conocimiento de que los descendientes de Eneas, los romanos, enfrentarán y destruirán Cartago algún día, afectando así uno de los lugares donde ella es objeto de mayor culto. Las acciones que protagoniza en este primer canto bien pueden entenderse en relación con estos nuevos motivos. En su primera presentación, figura como una diosa fuerte que todavía concibe la posibilidad de destruir a Eneas y a los suyos, esperanza que se verá obligada a modificar cuando advierta que no le serán concedidos sus deseos. Otra clave para la comprensión del canto I dice relación con la ya referida conversación entre Júpiter y su hija Venus. Como ya señalamos, el padre de los dioses despliega ante su hija el futuro de Eneas y de sus descendientes los romanos. Se trata de la primera de las tres grandes anticipaciones que se encuentran el poema. En efecto, tanto aquí como en el libro VI. 756 y ss. y en el libro VIII. 626 y ss., el tiempo del relato se adelanta, pasando por distintos momentos de la historia de Roma hasta llegar a Augusto. La Eneida, entonces, entrega una visión de la historia romana presentada como una continuidad que transita desde los tiempos míticos iniciales hasta aquellos propiamente históricos. Lo específico de esta situación es que se trata de una conversación entre dioses y a la cual Eneas no tiene ningún acceso. En las otras dos grandes anticipaciones, el héroe troyano tendrá algún acceso a sus contenidos. Dido y Eneas son las figuras humanas centrales en este primer libro. Ambos tienen un pasado difícil y han debido abandonar sus ciudades de nacimiento y embarcarse en aventuras inciertas. La diosa Venus narra a su hijo la de Dido, una Júpitern viuda traicionada por su hermano Pigmalión. Rebelada contra la situación, emprende un viaje con algunos tirios (fenicios) hasta establecerse en las costas de África. Virgilio creará en ella uno de los grandes personajes de la literatura universal y, como siempre, conviene reparar con detención en la primera presentación que el poeta hace de las distintas figuras. Ya hemos indicado que es una reina en pleno ejercicio de su poder, pero junto a esto se presenta un rasgo de su personalidad que llama la atención. Los troyanos le solicitan hospitalidad para poder reparar sus naves y continuar su viaje. Ella accede, pero va mucho más allá: los invita a residir en Cartago, incorporarse a la fundación de la ciudad y compartir en términos de igualdad la vida cívica que se está iniciando. Hay una desproporción entre lo solicitado y lo ofrecido, y su personalidad evidencia ese rasgo de exceso que se irá acentuando en los cantos siguientes. A modo de atenuante puede señalarse que ella hace una referencia a las tensas relaciones que mantiene con los pueblos vecinos (…) y que en el canto IV su hermana Ana le hará ver las ventajas de establecer una alianza con los troyanos. No obstante esto, nos parece que queda insinuada la cuestión de la prontitud y poca reflexión política de sus palabras. Todo lo que se refiere a la ciudad de Cartago constituye un claro anacronismo y es una creación virgiliana, si bien tiene algunos antecedentes en la tradición anterior. La fundación de esta ciudad fue históricamente contemporánea de la de Roma, es decir, tuvo lugar unos cuatro siglos después de lo que aquí se nos señala. A su vez, el argumento del paso de Eneas por dicho lugar y su supuesto encuentro con la reina se considera una de las mayores creaciones del poeta romano. Todo este recurso parece apuntar a la intención de Virgilio por introducir el tema cartaginés en el principio de los tiempos de la historia romana, en el entendido de que las guerras que la enfrentaron a esta ciudad con Roma en los siglos III y II a.C. representan uno de los momentos más importantes y sobresalientes de todo el acontecer histórico narrado. La figura de Eneas en este primer canto es la de un guía consolidado cuya autoridad es indiscutida por parte de los suyos. No en vano han pasado siete años desde que dejaron las costas de Troya. Esta condición de liderazgo se ha visto acrecentada por la reciente muerte de su padre Anquises, participante en la expedición y, por tanto, el jefe de ella mientras conservó la vida. El troyano Ilioneo, quien secunda a Eneas en las decisiones más importantes, se refiere a éste como el hombre más justo, insuperable tanto en la guerra como en la piedad (543-44). Sus palabras apuntan a destacar la piedad como el rasgo distintivo de la personalidad del protagonista del poema. No solo se trata de una definición hecha desde fuera, el mismo Eneas se define a sí mismo con la célebre descripción sum pius Aeneas (378), característica de la cual irá dando cuenta de manera progresiva a lo largo de todo el poema. En este primer canto se puede apreciar su piedad hacia los dioses, a quienes rinde debido tributo en cada una de las ocasiones que se le presentan. Una última clave en la que se puede reparar radica en el hecho de que las noticias sobre la guerra de Troya y la destrucción de la ciudad son ampliamente conocidas en Cartago y entre los otros pueblos que habitan en sus cercanías. Más adelante se podrá apreciar que estos hechos son de dominio público en todas las costas del Mar Mediterráneo por donde pasen los troyanos. A diferencia del viaje de Odiseo, que sirve de espejo, en la Eneida no hay lugares o pueblos que estén al margen de leyes, dioses y una cultura común. Prueba de todo esto es que el primer edificio con el que se encuentra Eneas al acercarse a la ciudad es el templo dedicado a la diosa Juno, en cuyas paredes estaban esculpidas escenas de los triunfos que los griegos alcanzaron ante los troyanos. ¿Qué narración sobre dichos hechos será la que Dido solicite a Eneas? Como se observará con claridad en el libro II, la solicitud parece apuntar a conocer su versión de lo acontecido en los momentos finales de la ciudad y la visión personal que Eneas tiene de ellos. Libro II (La escultura en que Bernini representó la salida de Troya de Eneas cargando en los hombros a su padre Anquises y acompañado por su pequeño hijo Julo o Ascanio, se ha convertido en la más conocida y representativa de esta escena descrita por Virgilio en el libro II de la Eneida.) En este canto Eneas narra en la corte de la reina Dido la caída de la ciudad de Troya. La narración se organiza en torno a tres grandes momentos: el episosio del caballo de Troya (versos 1 a 249); la defensa de la ciudad encabezada por Eneas y un grupo de seguidores (versos 250 a 633) y, finalmente, la decisión del héroe troyano de abandonar la ciudad luego de su completa destrucción (versos 634 a 804). En el primer momento, encontramos el relato más completo de la afamada historia del caballo de Troya que los griegos dejaron en la playa cuando simularon haber regresado a Grecia para expiar la ofensa que habían cometido en contra de la diosa Minerva (Palas Atenea). Prontamente se señala que esto fue un complejo ardid de Ulises para poder tomar la ciudad en forma definitiva. Los troyanos, luego de una larga discusión, optaron por ingresar el caballo a la ciudad y con ello introdujeron a los griegos que se encontraban alojados en su interior. Luego de adoptar esta decisión, y creyendo que esto representaba su victoria, organizaron una gran celebración en la que desactivaron todos los sistemas de defensa de Troya. La destrucción llevada a cabo por los soldados griegos, reforzados por el regreso de la flota, que en un principio se había ocultado en la vecina isla de Ténedos, fue total. El segundo momento está marcado por la inútil defensa que intentan unos pocos troyanos, destacando entre ellos Eneas, quien se asigna un papel protagónico en estos hechos. No obstante la valentía de los defensores y el recurso a diversas estrategias, no obtienen ningún resultado, logrando apenas retardar en unas pocas horas el desastre. Las acciones de los griegos, focalizadas de manera principal en la figura de Pirro o Neoptolemo, el hijo de Aquiles, evidencian el uso de un grado máximo de violencia. La muerte de Polites y del rey Príamo constituyen las pruebas más claras del exceso con que actuaron. Perdida toda esperanza, Eneas se convence de la necesidad de abandonar la ciudad, salvar a su familia y a un grupo de troyanos que se van acercando a él de manera espontánea. A todo el sufrimiento ya experimentado, Eneas debe todavía agregar la muerte de su esposa Creusa. A partir de este momento se iniciará el largo exilio que los llevará por los mares en busca de Hesperia (Italia), tal como se narrará en el libro III. Hay varios aspectos que se pueden tener en cuenta al momento de leer este libro II. El primero de ellos y central es que el narrador es el propio Eneas, quien revive los sucesos con una perspectiva de siete años y con la intención clara de asignarse un papel protagónico en ellos. Podemos suponer que esta visión se había venido elaborando a lo largo de los años y que había sido objeto de conversaciones y narraciones en varias oportunidades anteriores. No obstante esto, se trata de un relato personal y no se encuentran trazas de una visión colectiva elaborada por los sobrevivientes de la caída de Troya. Virgilio, por su parte, quien disponía de una serie de versiones diferentes y a veces contrapuestas de la destrucción de Troya y del papel jugado por Eneas en dicha ocasión, logra mediante este recurso hacer un relato creíble en el que no necesitaba estar aclarando las dudas existentes o dando explicaciones sobre sus zonas más oscuras. A modo de ejemplo, se puede señalar que circulaban al menos tres versiones al momento en el cual Eneas había abandonado Troya. La primera de ellas hablaba de un abandono anterior al ingreso del caballo a la ciudad. Una segunda refería que Eneas, captando las graves complicaciones producidas por el ingreso de los griegos, se habría alejado de la ciudad junto a un grupo de seguidores. Por último, estaba aquella que lo presentaba como el más decidido y el último defensor de Troya, versión que, por cierto, es la que figura en La Eneida. El poeta, al cederle la palabra al protagonista, no pone el relato en el plano de la veracidad histórica, si es que corresponde utilizar estos términos en la ocasión, sino que en el de la elaboración de la memoria por parte de uno de los participantes. La imagen que Eneas elabora de sí mismo es la de un hombre piadoso, de manera especial en relación con su ciudad y su familia; esto es, resaltan en esta ocasión los componentes cívicos y filiales de la pietas romana. Respecto de Troya, él señala que intentó salvarla hasta un momento extremo y que fue el último en salir de ella cuando nada, absolutamente nada, quedaba por hacer. A partir de ese momento, su mayor preocupación fue poner a salvo su familia, algo que logró de manera parcial, ya que pudo conservar con vida a su padre Anquises y a su hijo Julo, pero no a su esposa Creusa. A todo lo anterior lo impulsó su piedad más que sus condiciones personales, dado que a lo largo del relato deja en claro que él no era un Aquiles –o un nuevo Héctor, su equivalente troyano- y por lo tanto su capacidad guerrera para la defensa resultó limitada, y que tampoco era un Odiseo, quien jamás habría intentado una treta tan infantil y catastrófica como la que se nos informa a partir del verso… Uno de los aspectos más convincentes del relato de Eneas radica en el hecho de que no se otorga a sí mismo un papel excesivo en los hechos. En todo aquello relacionado con el ingreso del caballo a la ciudad no se reconoce participación directa alguna. Como tantos, vio desarrollarse los hechos y compartió la ceguera y sordera de quienes terminaron por hacer ingresar el caballo. En la segunda parte, relata haber estado muy presente, aunque sin poder revertir la situación. Como veremos a continuación, no intentará homologarse a los héroes griegos en la bravura e inteligencia en el uso de las armas, sino en su rasgo definitorio de la piedad. La defensa de Troya era imposible, y esto es algo que Eneas ha venido comprendiendo a cabalidad con la perspectiva que le ha otorgado el tiempo, puesto que la destrucción de la ciudad estaba establecida por “los dioses, los dioses inclementes” y formaba parte del destino. Solo la voluntad de los celestes tenía la fuerza para extraviar a los troyanos ante todas las evidencias de que el caballo era una trampa mortal; solamente el contexto generado por ellos pudo hacer que los troyanos creyeran la historia que les narró Sinón en relación al origen de la construcción que el rey Príamo y su pueblo tenían ante su vista (versos…), y nadie más que ellos podían inducir a los troyanos a que interpretaran la muerte de Laocoonte de la manera que lo hicieron. Los dioses, por último, participaron de manera activa en disolver la ciudad desde sus cimientos. La versión del caballo de Troya que se encuentra en La Eneida es la primera que llega hasta nosotros en forma completa. A los méritos de la narración debe agregarse que su impacto se ha visto acrecentado por esta característica. Las otras dos historias relacionadas con el caballo, es decir la de Sinón y Laocoonte, han gozado también de una enorme recepción. La primera de ellas es considerada una argumentación retórica superior, mientras que el impacto de la segunda se puede apreciar en las varias obras de arte a las que ha servido de inspiración. La voluntad de los dioses va más allá de la sola caída de la ciudad. Esta debe caer, pero Eneas debe salvarse junto a su familia e iniciar el exilio que lo llevará a Italia. Héctor, el príncipe troyano que alguna vez encarnó las esperanzas troyanas en la lucha contra los griegos, se apareció en sueños a Eneas durante la noche trágica y lo instó a partir llevando consigo a los dioses penates de Troya y sus objetos de culto. Los dioses y símbolos más entrañables debían viajar y terminar por instalarse en la nueva tierra. Venus, tanto diosa cuanto madre de Eneas, también lo exhorta a cumplir su destino. Por último, la sombra de su mujer Creusa, en los versos que cierran el canto, volverá a señalarle el camino de la partida haciendo una referencia clara al lugar que les ha sido destinado. Aparece, en boca del propio protagonista, la relación entre la derrota, el viaje y aquella misión que de manera gradual él se esmera en cumplir. Una vez más figuran los distintos tiempos que Virgilio conjuga, puesto que varias de las referencias que Eneas hace a Dido corresponden a noticias que llegó a conocer en momentos posteriores al de la caída de la ciudad. Virgilio es un poeta complejo y rico en sus presentaciones y esto es algo que se aprecia particularmente en el libro II del poema. Si el libro contiene la narración de Eneas, en primera persona, sobre los hechos ya mencionados, cabe prestar atención también a quién narra y en qué lugar lo hace. La narración es a Dido, a quien veremos morir en el libro IV como consecuencia del desprecio que Eneas hará del amor que ella le ha brindado. Y lo hace en la ciudad de Cartago, esto es, aquella que experimentará, unos siglos más adelante, ante los romanos, una suerte muy similar a la que sufrió Troya ante los griegos. Las narraciones de la destrucción de Cartago en la tercera guerra púnica eran abundantes en la historiografía romana anterior a Virgilio y estaban muy difundidas entre los romanos. En ellas se podía apreciar la matanza realizada, la destrucción de los muros de la ciudad desde los cimientos y el sometimiento al fuego de todos sus barrios. Por cierto que resulta una ironía profunda que el héroe troyano cuente a la reina de Cartago la caída de Troya y logre emocionarla, teniendo en consideración que algo similar le sucederá a la ciudad de la reina a manos de los descendientes de Eneas. Este último tema se ha prestado para múltiples interpretaciones y discusiones en torno al libro IV y, con toda seguridad, seguirá prestándose. Para nuestros efectos, basta con dejar anotada esta complejidad voluntaria que el poeta introduce en el relato. Libro III (La navegación de Eneas y los troyanos duró siete años a partir del momento en que se vieron obligados al exilio luego de la destrucción de Troya. Su destino final, tal como lo muestra el mapa, fueron las costas del Lacio en Italia, lugar en el cual establecerán una residencia definitiva) El canto III contiene la narración que Eneas hace a la reina Dido del largo viaje realizado por el espacio del Mar Mediterráneo, tal como se puede apreciar en el mapa que se adjunta. La ruta parte en el puerto de Troya, que los exiliados abandonan, y concluye en las costas del sur de Italia, zona que los viajeros suponían debía ser la última estación antes de llegar al lugar de arribo en las costas del Lacio. Será al abandonar las playas de Sicilia cuando los afectará la tormenta que los llevará hasta Cartago, situación que fue descrita en el canto I que abre el poema. A diferencia del canto II, que se detiene de manera extensa en el día de la caída de la ciudad, en este se pasa revista en forma sintética a un período cercano a los siete años y que abarca escenarios geográficos muy diversos en los mares Egeo, Jónico y Tirreno y el Mediterráneo en general. Para esta narración sirve de base el modelo homérico del viaje de Odiseo, así como también, aparentemente, algunas de las tragedias de Eurípides y de Sófocles, estas últimas desgraciadamente perdidas. Hay varios argumentos en el libro III a los cuales conviene prestar atención. El primero de ellos es la transformación del viaje desde una condición inicial de exilio a una de nostos o regreso. La partida desde Troya es, en efecto, presentada como un exilio que obliga a los troyanos a lanzarse al mar con un destino incierto. El término comparece cuatro veces entre los finales del libro II y los inicios del libro III. Pero una de las características de la narración consiste en que los viajeros irán conociendo de manera gradual su destino, el sentido de este y, además, que esta travesía los lleva de vuelta a aquellas tierras de las cuales un día partieron los padres fundadores de Troya, por lo tanto va adquiriendo la forma de un regreso, tal como se los hace saber el sacerdote de Apolo en Delos (versos…) y lo ratifica Anquises recordando las palabras de Casandra, que habían sido poco atendidas hasta esos momentos (versos…). El punto es importante, ya que servirá de fundamento a Eneas para llegar finalmente a las costas de Italia (libro VII) e invocar un supuesto derecho para instalarse en la zona, aunque se basa en el hecho casi olvidado por todos de que Dárdano partió de las tierras de Italia. Los viejos, primero Anquises y más adelante el rey Latino, solo lo recordarán de manera vaga. Se puede decir que el argumento del nostos, tan presente en el modelo homérico, no alcanza aquí mayor fuerza y tiende a diluirse en los libros siguientes. En relación con el sentido del viaje, cabe señalar que el canto III resulta decisivo. Al principio Eneas y los troyanos evidencian la natural tentación de pensar que cada lugar al que llegan es el destinado para su establecimiento, tal como sucede en la primera detención en Tracia y luego en Creta, pero de ambos puntos deben partir de manera apresurada dado que así se lo indican los muertos (Polidoro) en Tracia y los dioses penates en Creta. En el segundo de estos casos, Eneas recibe más información que la sola llamada a la partida. Los dioses penates, en lo que se puede describir como un ‘sueño vivo’, le hablan de manera concreta de que “nuestra morada” debe ser una tierra que los griegos llaman Hesperia (ya Creusa en II… había hecho una referencia al respecto) y que también se conoce con el nombre de Italia. Será allí donde Eneas instale su ciudad, cuyos descendientes la harán la más poderosa del mundo (versos…). La harpía Celeno, en representación del dios Apolo, le entregará una serie de referencias en este sentido, haciendo hincapié en que la futura llegada a las tierras de Italia implicará una serie de situaciones difíciles que deberán superar. De particular importancia, a este respecto, será la detención de los troyanos en Butroto, donde encontrarán a Heleno, hijo del rey Príamo, y a Andrómaca, la que una vez fuera la esposa de Héctor y quien, durante algunos años, conociera la esclavitud luego de la victoria griega. Heleno es sacerdote del dios Apolo y habita en una ciudad que se asimila en todo a la antigua Troya. Él y Andrómaca han intentado recrear la ciudad hasta en sus detalles mínimos y habitan en un tiempo de la nostalgia. Será él quien, pese las restricciones que las parcas y la diosa Juno imponen a sus palabras (versos…), dé las pistas más importantes a Eneas sobre su futuro: llegarán a Italia (Ausonia, según sus palabras) sin dejar de pasar antes por una serie de penalidades, entre las cuales se anuncia una visita a la Sibila y un viaje al Averno (temas que se desarrollarán en el canto VI). Para llegar a Italia corresponde que Eneas se entere de la ruta que tiene que seguir y de los peligros que debe evitar en cada una de las situaciones. Heleno no solo le hablará de la llegada a la nueva tierra, sino que le señalará con todo detalle el lugar donde alzará su ciudad luego de encontrar una “cerda corpulenta” de color blanco que yacerá por tierra junto a sus treinta críos. Apolo, las penurias del viaje, Italia, el lugar preciso de la futura ciudad, son las noticias que van acumulando los viajeros a lo largo de la travesía. El propio Eneas reconoce en un momento que ha recibido muchas informaciones hasta ese momento y cómo estas le han aclarado su destino y la importancia que los dioses le conceden. Heleno agrega un consejo más y de suma importancia: por sobre todo Eneas debe rendir culto a la diosa Juno, su mayor enemiga entre los celestes. Debuta aquí un tema central de la Eneida, que ya había sido anunciado por Júpiter en el libro I, cuando el padre de los dioses dice que algún día esta diosa terminará por olvidar su rencor como resultado de la piedad demostrada por los descendientes de Eneas, esto es, los romanos. Sobre la necesidad de esta acción piadosa insistirá el dios Tíberino cuando le hable a Eneas a orillas del río Tíber en el libro VII. La piedad de Eneas, evidenciada en múltiples pasajes de este canto III, tendrá así una exigencia mayor y verá sus resultados con el paso de los siglos. Por lo que se refiere a este tema dentro del poema, la diosa solo se allanará a dejar en suspenso su rencor contra los troyanos y aceptará no seguir dilatando la instalación definitiva de Eneas en el suelo italiano solo en los finales de la obra. Junto a lo anterior, pueden identificarse en el canto III una serie de motivos que podemos entender referidos a cuestiones políticas de Roma y a la leyenda de Eneas. En primer lugar, y tal como hemos tenido oportunidad de señalar, se va aclarando la llegada a Italia y se va perfilando en forma nítida la figura de la ciudad de Roma. A esto se puede agregar que Virgilio traza un mapa del viaje de Eneas que tiene variados significados en este sentido. En primer lugar, no figura ninguna detención en una ciudad griega, las que, según palabras expresas de Heleno, están habitadas por los enemigos de los troyanos. Pero sí figura una en el promontorio de Accio, un acto piadoso dedicado a Apolo y la celebración de los juegos troyanos. El punto es importante dado que ese será el lugar en que muchos siglos después se librará el combate decisivo entre la flota de Octaviano Augusto y aquella comandada por Marco Antonio y Cleopatra. Se trata, por lo tanto, de un lugar que adquirió un fuerte carácter simbólico durante el gobierno de Augusto, pues esa lucha se consideró el momento fundacional del régimen imperial. A esto se puede agregar que dicha detención no figuraba en las tradiciones llegadas a las manos de Virgilio. Como en tantas ocasiones, el poeta une el mito de Eneas con su propio tiempo. Otro aspecto importante se relaciona con las detenciones en Tracia y Butroto. En estas se nos informa que de los dos hijos de Príamo que se suponían vivos, y por lo tanto con derecho a reclamar el poder que había detentado su padre, uno, Polidoro, había sido asesinado, mientras que el segundo, Heleno, renuncia a cualquier reclamo a este respecto y, más aún, bendice a Eneas junto con reconocerlo como el auténtico guía de los troyanos sobrevivientes. Figura aquí una clara intención de legitimar el poder de Eneas en los términos que le había señalado Héctor cuando se le apareció en sueños y le encargó la custodia de los dioses penates de la ciudad. Por último, en los versos finales del canto tiene lugar la muerte de Anquises, el padre de Eneas. Hasta ese momento, y de acuerdo con la organización familiar romana, la responsabilidad última del viaje y de las decisiones adoptadas le correspondían a él. El piadoso Eneas había mantenido una escrupulosa piedad en este sentido, consultándolo siempre y acatando sus decisiones. La muerte de Anquises significará que Eneas asume la condición de pater familias y las obligaciones que ello conlleva. Luego de esta muerte los troyanos iniciarán aquella navegación en que los afectó la tormenta que terminó por arrojarlos a las costas de Cartago, el conocimiento de Dido, la extensa detención en esa ciudad de África y la relación amorosa establecida con la reina, tal como se relatará en el libro IV. Pues bien, la demora en Cartago y las relaciones con Dido difícilmente habrían tenido lugar con un Anquises vivo e influyente sobre Eneas. De hecho, cuando este decida finalmente partir, revelará a Dido que en las noches sufre de pesadillas en las que se le aparece la figura de su padre reprochándole la situación en que se encuentra. Libro IV (El libro IV narra la trágica historia de amor entre la reina Dido y Eneas, la que termina con el suicidio de la reina de Cartago luego de que Eneas ha abandonado las costas del norte de África para proseguir su viaje con rumbo a Italia.) Este canto narra el amor trágico de la reina Dido por Eneas durante la estadía de este en Cartago, por lo tanto ella es la protagonista del relato. A su vez, y desde la perspectiva general del poema, se presenta la situación que constituyó el desafío más grande enfrentado por los troyanos durante su viaje, puesto que, en algún momento, Eneas estuvo dispuesto a quedarse en Cartago y abandonar su misión, que debía terminar con la llegada a Italia. El papel de los dioses, una vez más, resulta decisivo en el desarrollo de la situación. Las diosas Juno y Venus acuerdan establecer una paz duradera y hacer de ambos pueblos uno solo mediante el matrimonio de sus reyes. Sellan su acuerdo con ocasión de una cacería en la que Juno desata una lluvia torrencial que lleva a Eneas y Dido a buscar refugio en la misma gruta, donde materializan la pasión que sentían. Pero Júpiter se opondrá a esta solución, enviando a Mercurio a visitar a Eneas y ordenándole partir de Cartago. En el plano de los humanos, Dido experimenta un profundo amor por Eneas, considera que la unión de ambos ha sido un matrimonio entre cuyas implicancias está la de su residencia definitiva en Cartago. Los sentimientos de Eneas son descritos de manera ambigua: hasta la referida intervención de Júpiter, parece estar agradado con la situación y ha adquirido un protagonismo en la conducción de la ciudad. Pero la orden de partida recibida del padre de los celestes hará cambiar en forma dramática la situación. Dido no aceptará que los troyanos reemprendan el viaje y considerará la partida de Eneas como una traición. Sus argumentos, tanto en lo afectivo como en lo político, son sólidos, aunque Eneas no los atienda y se concentre en el alistamiento de las naves. La última parte del canto muestra a una Dido desesperada hasta llegar al suicidio y a un Eneas que, aterrado ante las proporciones que ha alcanzado la situación, ordena una suerte de huida durante un amanecer. En las vísperas de su muerte, Dido profiere una decidida invocación para que sus descendientes, a través de los siglos, mantengan vivo el odio contra los romanos y venguen esta ofensa de la cual ha sido víctima. Bien sabía Virgilio que esa situación se materializaría siglos más tarde en las Guerras Púnicas de los siglos III y II a.C. Lo importante del argumento poético es que Roma y Cartago estaban destinadas a enfrentarse porque así lo determinaban la posición geográfica de cada una y porque había un motivo de odio desde siempre por parte de los cartagineses. Este canto IV es uno de los que ha tenido mayor recepción a través del tiempo. Se considera la figura de Dido como el personaje más potente creado por Virgilio, y su historia ha trascendido a la literatura y al arte romano, así como también a los de los tiempos posteriores. Para una comprensión de este punto puede leerse con provecho “La carta de Dido a Eneas”, en Las Heroidas de Ovidio. La acción de los dioses en este libro IV está marcada por la intervención de Júpiter, quien ordenará a Eneas su partida (¡Naviget!). Con esto desbarata el acuerdo al cual habían llegado Juno y Venus. La inmediata obediencia de Eneas resultará determinante para que abandone Cartago, pero también para que el padre de los dioses se sienta complacido por la actitud del héroe y decida, de aquí en adelante, otorgarle su apoyo, tal como se apreciará de manera clara cuando determine apagar el incendio de las naves troyanas promovido por Juno en el canto siguiente. La piedad religiosa de Eneas, observada hasta el momento de manera frecuente por la realización de acciones de culto a los dioses, adquiere en esta ocasión una mayor profundidad y ya no volverá a conocer momentos de duda o debilidad de aquí en adelante. Cabe reparar a este respecto que los argumentos que Mercurio entrega a Eneas son los mismos que el héroe repetirá ante Dido para justificar su decisión, agregando que si él pudiese actuar de acuerdo con su propia voluntad, nunca habría abandonado el suelo de Troya. Júpiter no solo ordena el zarpe de los troyanos, sino que insiste en las características centrales de la misión que le ha sido encargada a Eneas y que ha contado con el apoyo decidido de la diosa Venus, madre del héroe: llegar a Italia y gobernarla, conquistar el mundo mediante guerras y gobernarlo de acuerdo con leyes justas (versos 529 y ss.). Se trata de la quintaesencia del programa romano de los tiempos del poeta Virgilio, momento marcado por la necesidad de otorgar un gobierno a través de las leyes a la enorme cantidad de conquistas que había caracterizado al período republicano. Esta definición realizada por Júpiter se relaciona de manera directa con aquella que pronunciara en el canto I y con aquella que contiene su última intervención en el poema, en XII, 838 y ss. La relación de Eneas y Dido tienen dos momentos muy claros, separados por la intervención de Júpiter. De su amor ya hemos hablado. Pero ¿qué había significado la unión para la ciudad que se describió floreciente en el canto primero? Las informaciones a este respecto son ambiguas y contradictorias. En algunos pasajes se nos señala que la ciudad había quedado paralizada y que ya nadie atendía a su progreso, tal como se aprecia en IV, 68 y 192 y ss. De acuerdo con esto, los reyes habrían caído en un notable abandono de sus deberes. En otros versos, en cambio, Dido pasea con Eneas por una Cartago que sigue creciendo y que se muestra pujante. Cuando Mercurio llega a la ciudad para transmitir el mensaje de Júpiter, encuentra a Eneas dedicado a la construcción y embellecimiento de la urbe y lo que le reprocha es que gaste sus energías en ello.En su declaración final, la reina menciona que ella nunca desatendió sus responsabilidades; vengó a su esposo, construyó la ciudad y la gobernó (versos 655 y ss.). Sea cual fuere la situación, la Fama había difundido que el gobierno de la ciudad estaba abandonado y que Eneas y Dido pasaban el invierno entregados a los placeres. Esas fueron las noticias que se difundieron en la ciudad y en todos los reinos de las costas de África. En estos versos nos encontramos con una de las descripciones más completas sobre el modo en que circulaba la información entre los romanos y cuál era aquella que consideraban una noticia digna de difundirse. A partir de un punto, los caminos de Dido y Eneas empiezan a divergir en todos los planos. Al amor inicial se opondrá la aceptación de su partida por parte de Eneas. Este es el momento de la ruptura, a partir del cual la reina incorporará de manera progresiva los motivos de su odio. El verso 613 da inicio a las expresiones más dolidas y duras de la reina, deseándole a Eneas guerra allá donde llegue, una derrota que lo obligue a aceptar una paz humillante y una muerte en la que su cadáver quede sin sepultura botado en la arena. Las expresiones de la reina alcanzan su máxima crudeza si se comparan con algunos de los aspectos contenidos en la narración que le hiciera Eneas de la caída de Troya en el libro II, ocasión en la que ella escuchaba embelesada el relato. Como muestra podría mencionarse el intenso momento de la muerte de Príamo, cuyo cuerpo decapitado quedó botado en la playa de Troya. Sin duda Dido tiene este pasaje en el recuerdo cuando desea lo mismo a quien la ha abandonado. Hay aquí algunas cuestiones políticas en las que conviene reparar dado que también hay una tragedia en este plano. Ana, la hermana de Dido, le ha hecho ver tempranamente en el canto la conveniencia de unir su reino y su poder a los recién llegados. Esto daría fortaleza a una Cartago que estaba amenazada desde el exterior por la Fenicia natal, donde residía Pigmalión, su hermano y asesino de Siqueo, el primer marido de Dido. Fue ese el motivo que la hizo abandonar su ciudad y viajar hasta asentarse en las costas de África. Pero estaba también amenazada desde el territorio mismo de África, ya que los reyes vecinos, especialmente Yarbas el mauritano, la reclaman en matrimonio con alguno de ellos, lo que en la visión de la reina conllevaría una sumisión. La partida de Eneas implicaría que se consumase la dependencia de la ciudad a los reinos vecinos, tal como lo hace ver Dido en más de una ocasión (versos 320 y ss., y 534 y ss.). Por último, la reina, a quien en el canto I se aprecia como una gobernante en pleno ejercicio de su cargo, se ha debilitado también ante los cartagineses, quienes le critican la hospitalidad excesiva para con el extranjero. Su suicidio agrava la situación y las palabras de Ana ante el cadáver de su hermana son elocuentes al señalar que con su muerte ha arrastrado a toda la ciudad y su senado. Eneas, al decidirse por la salida de Cartago, logra tranquilizar a los suyos y su conciencia. Solo a partir de dicha decisión nos venimos a enterar de que los troyanos soportaban la residencia en Cartago contra su voluntad y que odiaban a Dido, tal como ella misma lo reconocerá. Recibida la orden de alistar las naves, los invade la alegría y se entregan a la tarea con gran energía. Pero hay más. Eneas revela que en el último tiempo había tenido constantes pesadillas en las que se aparecía la figura de su padre reprochándole su inercia. Volver al mar y reanudar el viaje borrará las tensiones y nunca se escuchará alguna queja en este sentido de parte de sus compañeros. Por último, conviene reparar en el hecho de que todas las figuras no troyanas del libro IV aparecen como miembros de la cultura grecorromana. Dido es presentada como una mujer romana a través de los parámetros con los que tradicionalmente se les definía en una cultura claramente masculina. Yarbas, el rey de Mauritania y pretendiente de esta, gobierna de acuerdo con las leyes comunes y rinde culto a Júpiter como lo haría cualquier habitante de una ciudad mediterránea. En este canto, tal como también se había podido apreciar en el anterior, no hay bárbaros entre los pueblos o islas del amplio Mediterráneo. Libro V (El canto V de la Eneida contiene la descripción de los Juegos Troyanos, realizados en Sicilia, en honor a Anquises, padre de Eneas, muerto un año antes. Anquises fue amado por la diosa Venus y de esta unión nació Eneas. La pintura de Caracci destaca los primeros momentos del amor entre el mortal y la diosa, el cual se interrumpirá de manera brusca más adelante, cuando Anquises divulgue los amores que la diosa le ha concedido, quedando, como castigo por sus imprudentes declaraciones, sin la posibilidad de volver a caminar.) En este canto los troyanos, quienes acaban de abandonar Cartago, son obligados por los vientos a navegar una vez más hasta las costas de Sicilia, arribando por segunda vez a las tierras de Acestes en Erix, lugar donde un año antes fue enterrado Anquises, el padre de Eneas. Con motivo de esta conmemoración, Eneas ordenará y conducirá los juegos fúnebres en memoria de su progenitor (versos 104 a 603). Este acto de piedad filial se compone de una carrera de naves (114-285), carreras de a pie (286 a 361), una competencia de pugilato (362 a 484) y una de tiro al arco (485 a547); finalmente tendrán lugar los Juegos Troyanos, en los que Ascanio, el hijo de Eneas, tendrá un papel preponderante. Las escenas de competencia y diversión se ven interrumpidas en el verso 591, cuando, a propósito de la participación del rey Acestes en la competencia del arco, se asiste a un prodigio que, junto con retomar el tono épico de la narración, augura “algún grave suceso” que tendrá lugar en breve. Lo que se viene a saber, a partir del verso 603, es que la diosa Juno, actuando esta vez a través de Iris, intentará destruir la flota de los troyanos mediante un incendio. En efecto, las mujeres troyanas se encuentran en la playa mientras los hombres celebran los juegos en los campos de la ciudad. Ellas, cansadas por las dificultades del viaje y desesperanzadas de alcanzar alguna vez las costas que les han sido anunciadas tantas veces, anhelan quedarse en estas tierras que les han brindado tan buena acogida La diosa no necesita esforzarse demasiado para convencer a las matronas de que “aquí debéis, aquí, buscar a Troya: aquí están vuestro hogar y vuestros lares” (638) y decidirlas a poner fuego a las naves. Ante la gravedad de la situación, Eneas solicita a Júpiter que apague el fuego, solicitud que le es concedida de manera instantánea por el padre de los celestes. Reforzando su disposición, envía la sombra de Anquises, que aconseja a su hijo aceptar los consejos de Nautes para que el viaje prosiga solo con los más jóvenes y entusiastas, dejando a los más viejos y cansados en Segesta, ciudad que Eneas procederá a fundar para dichos efectos. El padre aprovecha la ocasión para hablarle a Eneas sobre las guerras futuras que deberá enfrentar (libro VII y ss.), pero estas vendrán luego de que lo visite en el mundo de los muertos, situación que tendrá lugar en el canto VI. De esto se puede deducir que no solo Júpiter responde sin reservas la petición de Eneas; también Venus solicita a Neptuno que les garantice un mar tranquilo y vientos favorables para la siguiente etapa de navegación, cuestión a la cual el dios del mar accede. Se aprecia una Juno cada vez más aislada en su intención de retardar el destino. Se ha considerado que la intención de Virgilio en este canto habría sido la de relajar la tensión entre el libro IV, dedicado a la tragedia de Dido, y el libro VI, que, como se podrá apreciar en su momento, presenta muchos de los episodios con mayores alcances dentro del poema. Estas opiniones han tenido como base la extensa descripción que se hace de los juegos dedicados a la memoria de Anquises, ocasión en la que resulta posible advertir la mayor parte de las escasas escenas de humor explícito que Virgilio incluyó en la obra. Sin entrar a discutir este punto, conviene aproximarse a ciertas claves de lectura que resultan importantes. La descripción de los juegos vuelve a tener como modelo a Homero, específicamente aquellos organizados por Pericles en honor a Patroclo (Ilíada, XXIII, 257897). El poeta romano realiza una vez más una labor de adopción y adaptación. En primer lugar, los juegos son cuatro y no ocho como en el original homérico. Aun dentro de esta brevedad, el poeta romano se sirve de ellos para presentar una serie de participantes de la carrera naval que resultarán ser epónimos de algunas de las familias más importantes de la posterior historia romana, tales como los Memmios, Sergios y Cloantos. La carrera a pie le sirve para introducir la figura de los jóvenes amantes Niso y Euríalo, a cuya trágica muerte asistiremos en el canto IX y cuya fama el poeta se compromete a difundir. La escena del pugilato le da pábulo para una breve e intensa reflexión sobre la vejez (394 y ss.), mientras que a raíz de la del disparo con arco introduce el ya referido prodigio y retoma la acción del poema. Una novedad virgiliana son los Juegos Troyanos que comanda Ascanio, única descripción de esta actividad llegada hasta nosotros. En ellos “treinta y seis jóvenes dan vida a una exhibición ecuestre de gran espectacularidad por las múltiples evoluciones que desarrollan en diversas y complejas figuras que simulan movimientos militares” (L. Polverini en Enciclopedia Virgiliana, vol. III, pp. 274-277). Cabe recordar que en III. 280, se menciona que estos juegos se celebraron en las playas de Accio, aunque no se les describe. La acción reaparece con el nuevo intento de Juno por obstaculizar la partida de los troyanos desde Sicilia para enfrentar las últimas etapas del viaje. Solo Venus, hacia fines de este canto, equiparará esta acción con la de la tormenta que provocó ante las costas de Cartago (canto I), pero esta homologación resulta dudosa, puesto que de haber tenido éxito solo habría retardado por un tiempo el viaje. Juno se ha debilitado puesto que los dioses mayoritariamente apoyan a Eneas, en forma muy especial Júpiter. La respuesta de este último ante la solicitud de Eneas para extinguir el fuego de las naves es tan rápida como aquella de Eneas cuando le ordenó zarpar de Cartago. Ante la solicitud que Venus hace a Neptuno, este no solo accede, sino que hace toda una recapitulación de las ocasiones anteriores en que ha cuidado y amparado a Eneas. Venus, por su parte, ha introducido su pedido enumerando con dolor todas las ocasiones en que el rencor de Juno se ha abatido contra los troyanos, argumentación que desarrolla de manera extensa en el Consejo de los Dioses del libro X. La soledad de Juno se acrecentará en los libros dedicados a las guerras en Italia. Extinto el fuego, Nautes, el viejo compañero de Eneas, a su vez epónimo de la familia romana de los Nautis, le sugirió la conveniencia de fundar en Sicilia una ciudad donde residieran todos los que habían perdido la fe en la próxima llegada a la zona del Lacio en el centro de Italia. Esta escena es la última de una serie que comenzó a desarrollarse ya en el libro I cuando se hundió la nave de los licios, pereciendo sus tripulantes. La tradición señalaba el apoyo de estos a los troyanos, pero no había traza alguna de que hubiesen llegado al suelo de Italia. Un segundo grupo de acompañantes de Eneas se quedó en la ciudad fundada por los troyanos en Tracia (III.18), primera detención de su viaje, así como otros tantos lo hicieron en la recién fundada Pérgamo en Creta (III. 132). Volviendo a la escena del libro V, son las mujeres las que se quedan, aunque no todas, como se podrá apreciar en el libro IX cuando la madre de Euríalo llore la muerte de su hijo en los campos de batalla de Italia. La leyenda de Eneas suponía la llegada de hombres jóvenes al Lacio y la fundación de una estirpe con las mujeres del lugar, cristalizada esta situación en la unión de Eneas con la princesa latina Lavinia. La figura de Anquises se encuentra presente a lo largo de todo el canto. La aparición de su sombra y su comunicación con Eneas antecede al viaje que este hará al reino de los muertos en el libro siguiente. Algo de esto le había anunciado el sacerdote de Apolo, Heleno, en el libro III, atribuyéndole a la Sibila las acciones y predicciones que, en cambio, le hará su padre. Libro VI (En el canto VI, y de acuerdo a los anuncios que Eneas había recibido con anterioridad, el protagonista de la Eneida viajará al mundo de los muertos conducido por la Sibila. La ilustración de la portada muestra uno de los momentos de esta travesía, específicamente, cuando encuentra el lugar en el que residen los muertos injustos y condenados al castigo. ) Este canto está dedicado enteramente a la visita que Eneas, conducido por la Sibila, hará al mundo de los muertos, donde encontrará a la figura de su padre Anquises, quien le dará a conocer a sus descendientes romanos y las acciones de conquistas llevadas adelante por ellos. Luego de una rápida y plácida navegación, los troyanos llegan a las playas de Cumas, por lo tanto, a Italia finalmente. Allí Eneas acudirá al templo de Apolo custodiado por la Sibila, su sacerdotisa. En esa ocasión el héroe troyano solicitará al dios piedad y clemencia para con su pueblo y a la sacerdotisa pedirá reposo para los troyanos y sus dioses. La sacerdotisa, en cambio, le augurará un futuro en el cual advierte horrorosas guerras frente a un nuevo Aquiles que ya ha nacido en el Lacio, refiriéndose a Turno, rey de los rútulos, a quien Eneas enfrentará a partir del libro VII. Toda esta acción tiene lugar entre los versos 1 a 107 de este canto. En el verso 108, Eneas solicita a la Sibila que le permita llegar hasta su padre, tal como este se lo había anticipado en la parte final del canto anterior. Inician así un largo recorrido que los llevará por las distintas partes que componen el mundo de los muertos, partiendo por quienes no recibieron sepultura y deben, por lo tanto, esperar cien años para que el barquero Caronte los lleve a través de las aguas del Aqueronte, hasta llegar al punto final del recorrido, que son los Campos Elíseos, donde reside Anquises (verso 628 y ss.). El padre, luego de saludar a su hijo, le explicará sobre aquellas almas que se bañan en el río Leteo para borrar la memoria de su paso anterior por la tierra y prepararse así para una nueva vida entre los humanos (703 a 755). Es a propósito de estas amas que Anquises señalará a Eneas el papel que tendrán una vez que vuelvan a habitar en un cuerpo, destacando aquellas que serán protagónicas en la vida de Roma y en las guerras que sostendrán con otros pueblos para conformar su imperio. Esta anticipación del futuro de la historia de Roma tiene coincidencias con aquella que Júpiter hiciera a Venus en I, 257 y ss. Finalmente Eneas abandonará los Campos Elíseos a través de la puerta por la que los Manes “hacia la tierra envían las imágenes falsas de ensueño” (falsa ad coelum mittunt insomnia manes, verso 896). Son muchas las claves de lectura que se pueden presentar para un canto tan rico y diversificado en sus temas. Las consideraciones que presentamos a continuación se relacionan con el lugar que ocupa este libro VI en la economía general del poema y con la visión de la historia romana contenida en la anticipación del futuro romano que Anquises hace a Eneas. Desde el momento mismo en que la Sibila y Eneas se ponen en camino hacia el mundo de los muertos, una vez que el troyano ha podido cortar la rama de oro que garantizaba su condición de elegido, irán encontrando grupos significativos de difuntos: los niños que fallecieron de manera temprana, los que padecieron por sentencias injustas, los suicidas y luego quienes murieron por amor. En este último espacio tiene lugar el significativo reencuentro de Eneas con Dido a partir del verso 450. Ella no figura entre los suicidas, sino que entre quienes han muerto como consecuencia de un amor desdichado; habita ahora junto a su primer marido el fenicio Siqueo. Esta ubicación puede considerarse una delicadeza del poeta para con su extraordinario personaje. Eneas reproduce ante ella el argumento que ya desarrollara en el libro IV en cuanto a que no la dejó por su voluntad, sino por un mandato de los dioses. Dido, a diferencia de la manifiesta ira con que lo enrostró al abandonar Cartago, lo trata con una gélida indiferencia y no le dirige palabra alguna. Poco más adelante Eneas encontrará a los héroes famosos de las guerras a través de los tiempos, destacando entre ellos a varios de los troyanos a quienes identifica por sus nombres y a griegos que no individualiza. Entre todos destaca Deífobo, último de los hijos de Príamo que encuentra en su viaje. De este príncipe troyano, quien se había casado con Helena a la muerte de su hermano Paris, solo se sabía hasta el momento que su casa, entre otras tantas, había sido destruida durante la caída de Troya (II, 310). Ahora se conocerá por su propio relato la muerte que encontró a manos de Menelao por instigación de la propia Helena. De particular importancia para el poema es el hecho de que Deífobo confirma el derecho de Eneas para dirigir a los troyanos. Se completan aquí los reconocimientos que los hijos de Príamo hacen del nuevo rey troyano (Polidoro en III, 41 y ss ; Heleno en III, 462 y Deífobo ahora a partir de 546). En el verso 569 se menciona que los viajeros llegan al último tramo de su recorrido: allí los senderos se bifurcan, llevando el de la derecha hacia los Campos Elíseos, mientras que el de la izquierda lo hace hacia el Tártaro. Eneas inicialmente toma el de la izquierda, pero la Sibila le indica que ese camino está cerrado para las almas justas y le refiere de palabra quiénes habitan el lugar. Estos se pueden identificar con facilidad en el texto, y es importante notar que en ellos se concentran las características contrarias de aquellos a quienes terminará por encontrar en los Campos Elíseos. Mientras quienes fueron impíos para con los dioses, sus familiares y para con sus ciudades son sometidos a duras pruebas, los muertos justos, en cambio, se encontrarán a orillas del río Leteo esperando una próxima oportunidad para vivir en la tierra. A partir del verso 628 empieza el ingreso en los Campos Elíseos. Eneas encuentra en primer lugar a los padres fundadores de Troya y poco más adelante a los valientes, a los sacerdotes puros y a los poetas que ayudan a los hombres a mejorar la calidad de sus vidas. Una escena de primera importancia para la comprensión del resto del canto es aquella en la que Eneas pregunta a Museo por el lugar donde se encuentra su padre. El cantor le responde que “nadie tiene aquí una morada fija” (Nulli certa domus…), esto es, el ordenamiento de las almas parece darse de acuerdo a ciertas virtudes compartidas y no según el orden de aparición histórico que adoptarán una vez que vuelvan a la tierra y participen de la historia de Roma que Anquises enseñará a Eneas. Es probable que, en la visión de la historia de Roma que Anquises desplegará a continuación, el poeta haya evitado en forma voluntaria una ordenación cronológica, cuestión que seguramente habría obligado a referencias mucho más amplias que las que deseaba presentar. El saludo del padre al hijo en los versos es significativo, ya que junto con manifestarle la alegría por el encuentro, le recalca que el mayor peligro enfrentado durante su viaje fue la tentación de quedarse en Cartago (verso 694). El alcance de estas palabras no parecen referirse tan solo a los riesgos afrontados hasta ese momento, sino que también a los que vendrán más adelante. Aunque lo que vendrá serán guerras y momentos muy difíciles, no volverá a flaquear la convicción de Eneas sobre su tarea y su voluntad para afrontarla. El futuro de Roma presentado a través de sus personajes más destacados, con un énfasis en aquellos del período republicano, comienza en el verso 756 y se extiende hasta el 887. Figuran aquí varios nombres de romanos desde los inicios de su historia hasta los tiempos mismos en que Virgilio escribía la Eneida, tal como lo prueba las menciones específicas al emperador Augusto y al joven Marcelo, sobrino del emperador muerto el año 23 a.C. En este elenco se unen los tiempos míticos con los históricos presentados como una continuidad que ha encarnado lo establecido por el destino y cautelado por los dioses. Un estudio acucioso de los nombres seleccionados, todos por cierto conocidos para el lector romano, permite apreciar que se relacionan con las guerras de Roma que la llevaron a conquistar la mayor parte del mundo conocido. Se establece así un contraste con las escenas de guerra grabadas en el escudo de Eneas en el libro VIII, ocasión en la cual se destacará la defensa que en variadas ocasiones se hizo de la ciudad amenazada. Sin detenernos en cada una de las figuras mencionadas, resulta posible decir que estas representan aquellas virtudes que la cultura política romana había destacado como centrales para la vida pública: la ciudad por sobre los individuos; el desapego del poder, la honestidad, la disciplina y la voluntad de servicio como un valor superior incluso al de la vida de los protagonistas. Todo esto figura no solo referido a un momento fundacional, sino que se despliega a través de la historia llegando hasta el presente, encarnado por el emperador Augusto, pacificador de Roma y forjador de una nueva edad de oro. ¿Una visión ingenua de la historia de Roma? El tema se ha prestado para múltiples interpretaciones y debates, que siguen en curso hasta nuestros días. Más aún si se tiene en cuenta que Anquises interrumpe la presentación de los héroes con dos breves invocaciones directas a la acción imperial de Roma. La primera de ellas abarca los versos 806 y 807, cuando luego de relacionar las figuras de Eneas, Rómulo y Augusto, le pregunta a su hijo si todavía duda en dedicar sus fuerzas a la extensión de la fama romana. La segunda, y sin lugar a dudas la más famosa de todas, es el memento o recordatorio de los versos 851 a 853, donde se invoca a Roma para que establezca un gobierno del mundo basado en la paz y en las leyes. Entre otras explicaciones, cabe también pensar que Virgilio sabía que este era un aspecto no logrado aún por una Roma que hasta ese momento había desarrollado relaciones muy tensas y complejas con las tierras que había conquistado e incorporado a su imperio en calidad de provincias y que se había visto envuelta en graves guerras civiles durante el último siglo. Este memento puede entenderse, entonces, como una tarea futura en caso de que el imperio efectivamente intente ponerse a la altura de aquello que le ha sido asignado por el destino. Su visión de la historia de Roma tiene, por lo tanto, una proyección hacia el futuro, aspecto en el que se ha reparado muy pocas veces. Virgilio logra en unos pocos versos presentar a Roma a través del tiempo en una visión particular y muy bien lograda de su historia. No es la única vez que lo hace, tal como se ha señalado al introducir el canto I y como, necesariamente, habrá de hacerse al presentar el libro VIII. No obstante esto, puede afirmarse que es en esta canto VI donde este recurso de anticipar el tiempo del relato hasta sus días se presenta en su forma más completa e insuperable. Otro gran acierto relacionado con la creación poética de Virgilio reside en colocar el futuro en el mundo de los muertos, el que en la literatura anterior había figurado como el espacio de aquellos que ya fueron y de los sucesos que ya habían tenido lugar. En efecto, casi la totalidad de las palabras de Anquises están referidas a lo que está por venir. Si bien Eneas abandonará los Campos Elíseos a través de la puerta de “las imágenes falsas del ensueño” y no sepamos cuanto haya podido retener de lo escuchado y visto, se puede apreciar una consolidación de su personalidad en relación con la misión que le ha sido asignada. A partir de su llegada la zona del Lacio en el libro VII y las guerras que allí enfrentará, no lo veremos dudar nunca más, así como tampoco poner en cuestión los derechos que lo asisten para luchar por una instalación en ese espacio. La historia debe continuar, parece señalarle Anquises a su hijo al momento de despedirlo. Aunque sido un testigo privilegiado de cuáles serán los resultados que producirán sus acciones, debe encarnarlas y empeñarse en ellas. Es por esto que enfrentará todavía guerras y luchas por un largo tiempo, para las cuales contará con los recursos necesarios. El destino requiere del esfuerzo y la acción humana para actuarse y no es exclusivamente el despliegue de lo que está señalado desde el principio de los tiempos. Libro VII (Con la llegada de los troyanos a las tierras del Lacio se iniciará la larga guerra que los enfrentará a los Latinos y muchos otros pueblos que habitaban en Italia. La descripción de esta guerra se extenderá por toda la segunda parte del poema, la cual ha sido calificada, a partir del modelo homérico, como una Ilíada. La ilustración vaticana de este canto evidencia el conflicto bélico entre los recién llegados y los habitantes, destacando en primer plano las figuras de Eneas y él príncipe rútulo Turno.) El libro VII da inicio a la segunda parte de la Eneida, aquella que se extiende desde la llegada de los troyanos a las costas del Lacio hasta el triunfo final de Eneas sobre Turno, jefe de la resistencia de los itálicos a la instalación troyana, como se verá en el libro XII. En el canto VII los troyanos ponen fin a su largo viaje de siete años. El cumplimiento de algunos vaticinios en las tierras a las que acaban de llegar les hacen comprender que estas son aquellas que les habían sido anunciadas tantas veces. La primera intención de los recién arribados fue la de contar con un espacio donde poder instalarse, levantar su propia ciudad y establecer su reino, solicitud que contó con el apoyo inicial de Latino, rey de los latinos y máxima autoridad política de Italia. El rey, yendo más allá de todo lo solicitado, y atendiendo a una serie de prodigios que se le habían presentado muy poco antes de la llegada de los extranjeros, decide que Eneas es quien debe casarse con su hija y asumir el gobierno del reino una vez que él deba retirarse debido a su avanzada edad. La situación, sin embargo, experimentará un vuelco debido al rechazo decidido que los extraños provocarán entre muchos latinos y entre los otros pueblos itálicos, especialmente entre los rútulos gobernados por Turno, príncipe que aspiraba a la mano de Lavinia, hija de Latino, y por esta vía a convertirse en el nuevo rey. Lo anterior tiene relación con aquello que los humanos creen tener derecho a decidir, pero lo cual el destino y los dioses tienen trazados caminos diferentes. En varias ocasiones anteriores Eneas había recibido avisos de que debería enfrentar una cruel guerra en este lugar (Celeno en el libro III y la Sibila en el libro VI). En la convocatoria a ésta, así como en su desarrollo, resultará decisiva la diosa Juno, quien presiona a las mujeres latinas, a los campesinos y a las otras ciudades para que decreten la guerra a los troyanos. Ella sabe bien que pasó el tiempo en el que podía pretender eliminar a los troyanos de la faz de la tierra y que ahora solo le cabe contentarse con retardar aquello que está inscrito en el destino, esto es, que finalmente los troyanos vencerán en la lucha y que Eneas será quien se case con Lavinia e inicie el gobierno de estas tierras. Poco a poco los distintos actores de una Italia que vivía en paz y armonía al momento en que llegaron los troyanos van asumiendo las armas. Turno encuentra el apoyo de la mayor parte de las ciudades o reinos del lugar y el libro VII se cierra con el catálogo de quienes se han unido para enfrentar a los troyanos y expulsarlos del territorio. Un número menor otorgará su apoyo a Eneas, como se podrá apreciar en la descripción que a este respecto se hace a principios del canto X. Este canto VII se cierra cuando ya todo aparece dispuesto para que comience la guerra. Hay al menos tres aspectos que pueden destacarse como centrales para una mejor comprensión de este canto VII: la presentación del conflicto como una guerra civil, el papel de la diosa Juno como instigadora del conflicto y, por último, la aparición temprana de Italia con una formación política y leyes comunes que han permitido una vida pacífica hasta el momento en que llegaron los troyanos. La guerra a cuyos inicios se asiste en el libro VII adquirirá las características propias de una contienda civil, argumento al cual era muy sensible la Italia de los tiempos de Virgilio, ya que se había visto envuelta en una serie sucesiva de ellas en las últimas décadas del período republicano. Ya hemos tenido la oportunidad de señalar que Latino, respondiendo a lo que le había sido vaticinado, identifica a Eneas como aquel extranjero que debía casarse con su hija y asumir el poder. La primera reacción en contra de esta decisión provendrá de la reina Amata quien se encontraba personalmente comprometida con el príncipe Turno para que fuese este quien se casara con Lavinia. Sus motivos, expresados cuando aún mantiene su racionalidad anterior a la influencia decisiva que sobre ella ejerza la diosa Juno, consisten en que Eneas se comportará como un nuevo Paris y que estará dispuesto a reiniciar su viaje apenas le resultara posible, esta vez, eso sí, con su hija, a la que dejará abandonada en alguna costa. La oposición de la reina es contra la posible esclavitud en la que terminará Lavinia en manos de este nuevo pirata llegado desde Troya. La influencia de Juno radicalizará su postura, llevándola a promover una sublevación de las matronas romanas en contra de la decisión real. Los pobladores del Lacio, por su parte, reaccionarán de manera violenta ante los actos de pillaje llevados adelante por los troyanos en el territorio. La escena representativa de esta situación es aquella en que Ascanio, el hijo de Eneas, da muerte al ciervo de la Júpitern Silvia (versos…) y con ello colma la tolerancia de los campesinos. En breve se les verá en armas y la lucha contará, a poco andar, con el primero de los tantos jóvenes que han de morir en el conflicto. Desde los campos ellos se dirigen hasta el palacio para solicitar la guerra. Todo da a entender que se movilizan por motivos propios y que su oposición a la decisión del rey no es un acto de repudio al acuerdo. En esta ocasión se está ante la única escena en la que se describe una participación popular en el poema, y más adelante este tipo de figuras aparecerán como los soldados destinados a combatir y morir en una lucha que cada vez entienden y apoyan menos. Por último, la mayor parte de los pueblos de Italia se unirán a Turno en su resistencia a la decisión adoptada por Latino, que lo excluía del poder. Conviene reparar de manera cuidadosa en la primera presentación que se hace de esta figura en la Eneida. En un principio no percibe la llegada de los troyanos como una amenaza y se inclina por buscar algún acuerdo que remedie la situación que empezaba a producirse. La influencia que ejercerá sobre él la diosa Juno lo hará modificar de manera radical su postura inicial, solicitando y buscando sus armas, sosteniendo que bastaban su coraje y su pueblo para terminar con los recién llegados, aunque a continuación se allane a buscar alianzas y abrir un espacio a los otros reyes de los pueblos de Italia. Con esto ya aparecen todos los elementos que caracterizan a una guerra civil orientada contra el poder, considerado hasta ese momento legítimo del rey Latino. Este opta por una marginación de su cargo, alegando no disponer de las fuerzas para oponerse al rechazo generado por su medida de apoyar a Eneas y los troyanos. Juno ha sido decisiva en el curso que han tomado los acontecimientos, pero como ya hemos tenido oportunidad de señalar, la diosa ha ido perdiendo aquella fuerza arrolladora que la caracterizó en la primera parte del poema. Ahora sabe que sus efectos en contra de los troyanos tendrán un límite, que ya ha empezado a ser objeto de culto por parte de Eneas, y ese es un elemento que los dioses romanos siempre tienen en cuenta, y algo muy importante: que no cuenta con el apoyo de los celestes para una acción definitiva en contra de sus enemigos. “Si no atraigo a los dioses del Olimpo, a las deidades buscaré del Orco”, y traza su plan que contempla una guerra lo más larga posible, sangre y muertes abundantes. Este odio se irá modificando en los libros siguientes, especialmente porque su nombre empieza a ser objeto de culto entre Eneas y sus seguidores, y el propio Júpiter le confirma que ella tendrá un espacio en el panteón del pueblo más importante del mundo. Por último, cabe reparar en uno de los conceptos más importantes de esta segunda parte del poema: la idea de Italia. En el libro VII se menciona que Italia vivía desde hace tiempo una época de paz basada en acuerdos satisfactorios para los pueblos que la componían. La llegada de los troyanos promueve la unión militar de la mayoría de estos pueblos para luchar contra los extraños. Cada uno de los reinos participa en la guerra bajo su rey, quien de manera voluntaria reconoce el mando de Turno. La victoria o la derrota es algo que será asumido por todos, para así garantizar un orden una vez terminadas las luchas. Italia, de acuerdo a esto, es muy anterior a Roma, y en ella se daban acuerdos de paz y convivencia de larga data cuando la ciudad que fundarán los descendientes de Eneas empiece a jugar un rol articulador de todo el territorio como efecto de las conquistas: los acuerdos entre los pueblos y esa vida común llevada adelante en ciertos aspectos importantes sería el primer acto histórico de Italia, y lo que se recuerda antes serían los tiempos míticos de Hércules y Saturno. Libro VIII (En el libro VIII la figura de Eneas inicia un proceso de importante consolidación que le permitirá revertir la difícil situación en que se encontraban los troyanos frente a los latinos y rútulos. Por una parte, encontrará importantes aliados entre los arcadios del rey Evandro y entre los etruscos que acababan de deponer a su rey. Pero esta prosperidad la deberá también al apoyo de su madre Venus, quien solicitó a Vulcano la confección de las armas con las que Eneas combatirá a sus enemigos, tal como se puede apreciar en la ilustración que Tiepolo hizo de esta escena.) Eneas abandonará temporalmente el campamento para internarse en el territorio y navegar el Tíber en busca de aliados para enfrentar la guerra que se avecina. En el trayecto encontrará a Tíberino, dios del río, quien le dará indicaciones muy valiosas sobre el lugar donde su hijo Ascanio fundará más adelante la ciudad de Alba Longa, así como también le señalará que estos lugares son aquellos donde los troyanos levantarán su segunda morada y sus dioses penates encontrarán, finalmente, su lugar de reposo. Dos menciones de Tíberino son de particular importancia: una se refiere a la alianza que Eneas podrá establecer con Evandro, rey de la ciudad de Palantea, quien le otorgará su apoyo y los guerreros que tanto necesita; la otra es el consejo de que rinda el debido culto a la diosa Juno con el objetivo de modificar, a través de la piedad, su animadversión hacia los troyanos. El encuentro de Eneas con Evandro constituye una de las partes centrales de este libro. El rey, arcadio y por lo tanto de origen griego, ha gobernado durante largo tiempo a su pueblo en medio de las constantes amenazas y hostilidades a que los someten sus vecinos latinos y etruscos, circunstancia que lo motiva a prestarle su apoyo al recién llegado. Este se materializará en un número significativo de soldados a cargo de su Júpitern hijo Palante, inexperto en cuestiones de guerra y quien queda confiado a la protección y enseñanzas de Eneas. A esto se agrega la feliz circunstancia de que los etruscos han depuesto a su rey y se suman al acuerdo recién mencionado. Evandro aprovecha la visita para narrar a Eneas la historia de esta tierra donde un día se levantará la futura ciudad de Roma. La narración alcanza hasta los momentos míticos iniciales relacionados con el paso de Hércules por el territorio y la derrota del ladrón Caco, así como también a los tiempos del gobierno de Saturno sobre el lugar. Junto al pasado se encuentra una descripción de la ciudad en cuyas construcciones se presagia lo que serán aquellas de la futura Roma. Una vez más Virgilio une tiempos muy diversos de la historia de los romanos. Venus, por su parte, solicita a Vulcano que confeccione las armas que servirán a Eneas para participar en la guerra. Este las recibe hacia el final del libro, destacando de una manera muy especial un escudo en cuya cara están grabadas aquellas escenas en que la ciudad de Roma experimentará los ataques más peligrosos, corriendo el riesgo de ser destruida por diversos enemigos. Hay varios puntos importantes y sobre los cuales conviene reparar en este libro VIII, tan variado y rico en contenidos. El primero de ellos es el hecho de que se concretan y van cobrando todo su sentido varios de los avisos que Eneas había recibido durante su viaje. Si Heleno en el libro III, 460, le había insinuado que recibiría apoyo de algunos de los pueblos de Italia, la Sibila había sido mucho más directa al decirle que obtendría dicho apoyo de una ciudad de aquivos (VI, 96-97). Tíberino, en los versos iniciales del libro VIII, le indica que la referida ciudad es la que gobierna Evandro y se encuentra cerca y dispuesta a forjar la alianza. El mismo dios del río Tíber, por otra parte, vuelve a señalarle a Eneas que resulta fundamental que incluya con verdadera devoción a la diosa Juno en sus actos de piedad, tal como se lo había manifestado Heleno en la entrevista que sostuvieron en el libro III. Si en dicha ocasión Eneas puede haber albergado algunas dudas sobre esta necesidad, ahora comprenderá sin reservas su importancia. Desde este punto de vista, los libros VII y VIII aparecen muy relacionados, ya que en el primero de ellos refiere la llegada a esta suerte de tierra prometida a los troyanos durante todo el viaje, mientras que en el segundo resultan muy importantes las constataciones que van reafirmando todo lo que había sido anunciado. La piedad de Eneas hacia esta diosa no modificará sus sentimientos en contra de los troyanos de forma inmediata. Seguirá apoyando a Turno de manera decidida y solo modificará su actitud -no necesariamente sus sentimientos- hacia el final del poema. Un segundo aspecto interesante de este libro se refiere a la alianza establecida con Evandro, a la figura de este rey, así como a la visita guiada que este hace a Eneas por la la ciudad y su historia. Debe tenerse en cuenta que Palantea se levanta en el lugar preciso donde varios siglos más adelante se construirá Roma, quedando por lo tanto ambos territorios unidos por este destino común. Si ya hemos tenido la oportunidad de señalar que el apoyo de los aquivos resultará decisivo para los troyanos, lo será también el resultado de la situación coyuntural por la que atraviesan los etruscos. La narración indica que en una fecha muy reciente han depuesto a Mecencio, figura a la que se atribuye una violencia excesiva tanto en esta ocasión como en los libros siguientes. El rey derrocado se ha refugiado con Turno y los rútulos y hasta allá quieren llegar los etruscos para combatir y eliminar la amenaza de un retorno militar de este rey cruel, pero los detiene el auspicio que los conmina a encontrar su nueva autoridad en alguien que no haya nacido en el suelo de Italia. Ellos han dirigido a Evandro, un griego de origen, una solicitud para que asuma su conducción, pero él delegará esta responsabilidad en Eneas. Será a partir de este momento que los troyanos podrán contar con un apoyo suficiente como para equipararse a las fuerzas que los atacan. La figura de Evandro que nos presenta Virgilio es, no obstante su origen e historia personal, una figura romana estoica de un período histórico posterior, resultando similar a la descripción de aquellos romanos que integran la galería de héroes que se encuentra en el libro VI. Gobierna a su pueblo de forma sabia y encuentra el sentido de su vida y de su pueblo en el cultivo de una existencia sencilla y profunda. Se considera muy representativa en este sentido la invitación que hace Evandro a su huésped para que tenga el valor de desdeñar las riquezas, apreciar la austeridad y llevar una vida que lo dignifique ante los dioses (versos 364-365). Es también romano de una manera profunda ya que encarna el pasado (la historia) del lugar, su presente y tiene un compromiso con el futuro que se extiende mucho más allá de su horizonte vital. Aquí, como en muchos pasajes de la Eneida, el poeta conforma una unidad entre los tiempos míticos e históricos. El escudo entregado por Vulcano a Eneas es objeto de una detenida descripción entre los versos 626 y 731. Suponemos, dado que nada se nos dice al respecto, que el héroe troyano dejó sus armas originales en Cartago y que ahora requería de unas que lo habilitaran para los combates por venir. Vulcano aprovecha la ocasión para diseñar en el escudo todas las guerras de Roma, pero se destacarán solo aquellas que se refieren a las ocasiones en que la ciudad de Roma fue asaltada y puesta bajo un peligro mayor. Este nos parece que es el hilo que permite dar una coherencia a las situaciones que se muestran, aunque en este caso, como en todo lo que se refiere a las interpretaciones del poema, existan bastantes discrepancias. En este escudo, luego de una referencia inicial y general que relaciona a los romanos con la estirpe de Eneas y Ascanio, el foco de la atención se centra en capítulos específicos de la historia de Roma, situación que queda de manifiesto puesto que los primeros nominados son la Loba, Rómulo y Remo, entendidos estos últimos como los fundadores de la ciudad. A partir de ahí figuran el rapto de las sabinas, los riesgos derivados del incumplimiento de los primeros acuerdos en la zona del Lacio, la naciente república romana amenazada por los reyes que fueron expulsados del poder, la defensa ante los galos, extendiéndose hasta las guerras civiles, representadas por la figura de Catilina y su fallido intento de asalto al poder de mediados del siglo I a. C. A cada uno de los retos mencionados se opone la defensa que han realizado los romanos; en algunos casos figuran los grandes nombres de su historia, mientras que en otros aparecen figuras que se rebelaron y brillaron solo por un momento. A partir del verso 671 y hasta el final, la figura central sobre la cual se detiene la mirada es la del emperador Augusto, su triunfo en la batalla de Accio el año 31 a.C. frente a las fuerzas de Marco Antonio y Cleopatra, y el posterior desfile de los pueblos vencidos ante la figura triunfante. Si bien la batalla mencionada se realizó lejos del territorio romano, aparece como el máximo desafío enfrentado por ella. De su resultado dependió que Roma siguiera siendo el centro de un imperio, que en caso contrario, se habría orientalizado y habría trasladado su centro fuera de Italia. Una crítica que se ha hecho a la comprensión del escudo como un elenco de los asaltos contra la ciudad de Roma radica en que no se encuentre ninguna mención a Cartago y a las Guerras Púnicas, situación que representó el peligro más grande afrontado por la ciudad y que el imaginario romano había recreado de manera constante a lo largo del tiempo. Se puede argumentar al respecto que Virgilio bien puede haber considerado que esto sería una redundancia por cuanto Cartago había sido objeto de múltiples referencias en los libros IV y VI y que volvería a serlo en los libros siguientes. No obstante la presentación de la historia romana como una sola desde el tiempo mítico hasta el de Augusto, que es el tiempo del poeta, las escenas del escudo tienen una relación directa con aquellas otras contenidas en la galería de héroes que Anquises desplegó ante Eneas con motivo de la visita que este le hiciera en los Campos Elíseos en el libro VI (ver comentario a la presentación de dicho canto). Si el hilo conductor en ese momento fue el de las guerras externas sostenidas por Roma y la formulación de una ética del gobierno imperial basado en las leyes, ahora lo eran las ocasiones de defensa y el ofrecimiento de la vida en el caso de que así la ciudad lo requiriese. Los dioses inciden de manera directa en el desarrollo del libro VIII, tal como lo demuestran los casos de Tíberino, Venus y Vulcano. Los tres favorecen a Eneas con consejos útiles y la fabricación de su armamento. Más allá de estas situaciones puntuales, otros dioses, como Juno, estarán siempre presentes determinando el curso de los hechos. Libro IX (El canto IX se centra en la descripción de algunos de los combates más feroces durante la guerra. Destaca en forma especial la violencia con que actúa Turno, quien comanda a las variadas tropas que se enfrentan a los troyanos. Su comportamiento se comprende, en parte, por el carácter violento y desmedido del comandante rútulo, pero también por que él ha sido influido de manera decisiva por Juno, quien en esta ocasión se hizo representar por Iris. La diosa le ha insuflado el deseo de una lucha despiadada en la que haga uso de la máxima violencia posible. La ilustración de esta escena muestra a una Iris joven, a diferencia del aspecto anciano que tiene en la Eneida, en el momento de incidir en el ánimo del príncipe.) El libro IX narra los combates que durante dos días sostuvieron los pueblos de Italia que acompañaban a Turno contra los troyanos. Estos sucesos son contemporáneos al viaje de Eneas en busca de aliados descrito en el libro anterior. El escenario es la desembocadura del Tíber, donde los troyanos se habían refugiado dentro de una empalizada para protegerse de los asaltos, respondiendo así a la orden dada por Eneas antes de partir en cuanto a que no enfrentaran a los rútulos a campo traviesa. Los resultados del primer día de combate no dan debida cuenta de la superioridad de los seguidores de Turno ante la débil resistencia que pueden oponer los frigios. El punto a favor que pueden adjudicarse los latinos y aliados es el de haber destruido la flota troyana anclada en las cercanías, pero no fue un logro decisivo dado que su estrategia apuntaba a forzar la salida de los troyanos al campo para intentar una defensa de sus naves, cosa que estos últimos no hicieron. Más aún, si bien los frigios perdieron sus naves, estas no fueron destruidas, dada la protección que les otorgó Júpiter respondiendo a una solicitud de la diosa Cibeles, de cuyos bosques sagrados de Asia habían Eneas y los suyos tomado las maderas para la confección de los barcos. El contenido de la escena no resulta de fácil comprensión, aunque sirve para entender que los hados favorecen a los troyanos. El mismo Turno advierte esta situación, y cuando señala que también él tiene hados favorables que le permiten aspirar a la victoria, surge la interrogante de cuáles. No los tiene, solo posee la inmensa furia que le ha insuflado Juno. Luego del primer día de combates y cuando ha caído la noche, la escena se traslada al campamento de los troyanos. Ahí Niso y Euríalo, dos jóvenes combatientes a quienes se menciona en las competencias atléticas del libro V, urden la estrategia de salir del campamento troyano, atravesar las filas enemigas aprovechándose de la oscuridad y el sueño para llegar donde Eneas, quien se encuentra en el reino de Evandro, y advertirle de los graves riesgos que están corriendo. Esta iniciativa recibe el apoyo de los consejeros de Ascanio, el hijo de Eneas. Pero, Niso y Euríalo son jóvenes y no resisten la tentación de matar a tantos rútulos como les sea posible durante su marcha. Finalmente son descubiertos y asesinados sin alcanzar su cometido. Se presenta aquí un tema que resulta muy sensible para el poeta, como lo es la muerte de los jóvenes que están haciendo sus primeras armas en la guerra. En los libros siguientes asistiremos a la de Palante, el hijo de Evandro, y a la de Lauso, el de Mecencio. Virgilio, tal como han advertido muchos comentaristas, tiene reparos profundos respecto de las guerras y elige la muerte de los jóvenes para graficarlo. El segundo día de los combates, con que se cierra este libro, ilustra la gran oportunidad que tuvieron los rútulos, latinos y aliados para ganar la guerra de una manera definitiva, ocasión que se perderá debido a la furia que embargaba a Turno, quien no aprovecha su ingreso al campamento troyano para abrir las puertas de la empalizada y posibilitar así la entrada de todos sus soldados. Lo que parecía un triunfo inminente termina en una derrota y Turno debe huir arrojándose a las aguas del río. El libro IX tiene a Turno como figura central, así como el anterior se centró en la de Eneas. El rútulo es presentado como alguien que no tiene duda alguna sobre la necesidad de la lucha y del papel de comandante que le corresponde en ella. De hecho, en un pasaje se define a sí mismo como un nuevo Aquiles, destinado a derrotar a los troyanos una vez más, aunque quedará claro para el lector que entre las dos figuras media una gran distancia. Turno no posee la fuerza suficiente para lograr una victoria por sí solo y, en última instancia, su furia lo nubla y le impide adoptar aquellas medidas que podrían haber asegurado su triunfo. En esta ceguera Turno reproduce el perturbador rencor que Juno mantiene en contra de los troyanos. Las figuras cercanas a esta diosa, como en este caso Turno y la reina Amata, y como antes Dido, terminan enceguecidas y destruidas por sus pasiones. La auto comparación de Turno con Aquiles, con todas las limitaciones que puedan mencionarse, se inscribe dentro de un parangón recurrente entre esta guerra y aquella que tiempo antes habían sostenido los griegos contra los troyanos, motivo al cual se hacen muchas menciones a lo largo de este libro. En efecto, tanto Turno como su cuñado Numano –a quien dará muerte Ascanio- se precian de estar informados en detalle de los sucesos de la Guerra de Troya, subrayando que ellos son superiores a los griegos, que demoraron diez años en derrotar a los troyanos y que solo lo lograron mediante un ardid como fue la construcción del caballo. Ellos, en cambio, lo harán en un tiempo breve y por medio de combates breves y decisivos. Las palabras de Numano resultan muy interesantes a este respecto cuando sostiene que su superioridad radica en que en Italia los niños son preparados desde su infancia para la guerra y el trabajo, ocupaciones a las cuales no renuncian nunca en el arco de sus vidas austeras. Si en este caso la comparación favorece a los habitantes de Italia, la brecha aumentará mucho más cuando sean confrontados con los troyanos, percibidos por ellos como débiles, preocupados de manera excesiva por los cuidados del cuerpo y blandos para enfrentarse en la lucha (versos 598 y ss.). Cabe señalar que nada de lo que se puede apreciar en los hechos que están teniendo lugar respaldará una percepción tan disminuida de los troyanos que combaten con gran decisión. Mirado en la perspectiva amplia de toda la segunda parte del poema, este libro IX es aquel en que Turno tuvo la victoria al alcance de la mano y, de manera simultanea, fue cuando comenzó la derrota que se materializará en la última parte del libro XII. El tiempo que media entre ambos momentos evidenciará una degradación progresiva de este personaje, tratado duramente por Virgilio. Libro X (A partir del canto X la presencia de los dioses resultará cada vez más decisiva en el desarrollo de la guerra que sostienen los humanos. De hecho este libro se abre con el llamado Concejo de los Dioses convocado por Jupiter para poner fin a la guerra. Su solicitud topará con la opinión contraria de la diosa Juno, quien mantiene vivo su rencor hacia los troyanos y no se da por satisfecha con lo sucedido hasta el momento. El padre de los dioses debe ceder, por el momento, en su intención de pacificar Italia. La imagen que ilustra este pasaje, si bien es claramente tardía, representa de manera muy lograda el hecho de que Jupiter no destaca de los otros dioses con poderes excepcionales, debiendo por lo tanto buscar un consenso o acuerdo que permita poner término a la guerra, así como también el hecho de que los celestes no están dialogando, si no que cada uno de ellos aparece aislado del resto, señal de que mantienen posturas divergentes) El libro X continúa con la descripción de los combates entre troyanos y latinos. El escenario experimentará cambios con respecto a la situación descrita en el libro anterior dado que Eneas vuelve luego de su viaje, en el que ha conseguido el importante respaldo de los aquidios y etruscos, entre otros. Con esto, el enfrentamiento se dará entre dos alianzas cuyas fuerzas resultan ser similares. Los dioses –y esta es la escena con la que se abre el libro- se reúnen en concejo convocados por Júpiter, quien promueve un acuerdo entre Juno y Venus para que pongan fin a una guerra que, según expresa con toda claridad, contradice sus deseos. Las diosas, muy lejos de querer establecer la paz entre los humanos, ahondan en los motivos de sus temores y rencores a través de respectivos discursos, ocasión en que destaca la fuerza y convicción con que Juno expresa sus ideas. El padre de los dioses no puede sino rendirse ante la evidencia de que las luchas continuarán, señalando que serán los pueblos los que decidan los resultados de acuerdo a sus méritos y que no les está permitido a los celestes intentar influir en ellos. Toma esta decisión en la convicción de que los hados se impondrán finalmente. Concluido el concejo, la escena se traslada a una guerra en que ambos bandos oponen sus fuerzas sin que obtengan resultados decisivos que les permitan alzarse con la victoria. Tras ese equilibrio aparente, tendrán lugar algunas situaciones que resultarán decisivas para el desenlace que se conocerá en los dos libros siguientes. Una de las más importantes dice relación con el debut del Júpitern Palante, hijo de Evandro, el principal aliado de Eneas. Si en una serie de versos se describe su valentía y capacidad como combatiente, sucumbirá y encontrará la muerte a manos de Turno, quien no solo lo buscó para una lucha personal, sino que además vejó su cadáver al arrancarle sus armas y quedarse con ellas. De esta situación se deriva la ira despiadada con que Eneas empieza a combatir. En varias ocasiones resulta irreconocible por su violencia y falta de piedad ante los ruegos de quienes lo enfrentan. Será cuando luche contra Lauso, otro Júpiter que guarda mucha similitud con Palante, cuando recapacite y deponga su ira al momento de observar sus despojos. En la parte final se puede advertir con cierta claridad que el triunfo empieza a favorecer a los troyanos. Júpiter, concediendo un pedido de Juno, acepta retrasar la suerte de Turno, quien es retirado del campo de batalla por la diosa. De manera simultánea asistimos a la muerte de Mecencio, el rey etrusco depuesto por su pueblo y que era el aliado más poderoso de Turno. Hay una serie de temas importantes que merecen atención en este libro X. En relación al ya mencionado Concejo de los Dioses tuvimos oportunidad de presentar la postura contraria a esta guerra por parte de Júpiter, quien en un momento dice de manera expresa que el tiempo de la verdadera guerra vendrá más adelante, cuando “la belicosa Cartago” ataque los muros de la ciudad de Roma. Y a este punto aludirá también Venus, insinuando que la victoria de Turno ahora anticipará una probable de Cartago mañana. Lo primero que tenemos es esta sorpresiva relación entre dos guerras que se distancian en casi ochocientos años, así como tampoco queda claro por qué esa otra, las Guerras Púnicas, representará un nuevo enfrentamiento entre Venus y Juno, puesto que esta última diosa parece reconciliarse con Eneas y su triunfo en el libro XII. Más complejo aún resulta el hecho de que Juno, diosa venerada en Cartago, no recoge estas palabras y las pasa por alto en la acalorada defensa que hace de las acciones llevadas adelante por Turno. Solo podemos decir que Virgilio introduce esta relación que trae a colación las guerras entre Roma y Cartago de los siglos III y II a.C., consideradas como las más importantes que sostuvo Roma en su historia, importancia que siempre subraya a lo largo del poema, como se puede apreciar en los versos con que se inicia el poema. Otro tema de especial importancia en este libro es el contraste que se establece entre Turno y Eneas. El primero de ellos muestra un rasgo muy profundo de su personalidad al enfrentar al joven Palante. El texto deja muy en claro que fue un encuentro buscado por el comandante rútulo y se nos advierte de la desigualdad entre los combatientes. Turno, cegado por la idea de castigar a Evandro a través de su hijo, no repara en la desmesura en que se está envolviendo. A lo anterior agrega un comportamiento impropio ante el cadáver de Palante, al despojarlo y apropiarse de sus armas y de su tahalí, el que usará para desgracia suya en el combate final que sostenga con Eneas en la última escena del poema. La escena es muy significativa, pero cabe señalar que forma parte de varias que evidencian de manera progresiva su degradación, proceso que no terminará hasta el final del poema. A esta actuación se opondrá la de Eneas en unos versos no muy distantes y en una escena similar cuando enfrente a Lauso, el hijo de Mecencio, el depuesto rey etrusco. En primer lugar el héroe troyano intenta evitar el combate al cual es convocado por el Júpiter etrusco (“Imprudente, el cariño filial te ciega tus ojos”). Requerido a la lucha, lo vence con facilidad, pero frente al cuerpo del Júpiter manifiesta su dolor e intención de devolverlo intacto a su padre para una sepultura digna, llegando a urgir a los compañeros de Lauso para que lo retiren prontamente del campo de batalla (“lanza un hondo gemido ya apiadado a tal imagen de filial ternura”). La escena pone fin a la llamada “ira de Eneas”, refiriéndose este término a las actitudes que tuvo frente a sus rivales entre la muerte de Palante y la de Lauso. Allí enfrenta a varios adversarios, de los cuales va dando cuenta como sucede en cualquier guerra, pero lo que llama la atención es la rabia descontrolada con la que actúa el piadoso Eneas al no respetar ningún sentimiento ni solicitud de los vencidos. Pero esto es presentado como un momento y como el resultado directo de la muerte de quien le había sido encargado de manera muy especial por su aliado Evandro. Luego irá reapareciendo la piedad de quien debe luchar porque, según su particular percepción de las cosas, no tiene otra alternativa. Se establece así un contrapunto entre este protagonista que se va fortaleciendo en la medida que avanza el texto y el ya mencionado proceso de su antagonista. Turno, ya hemos visto, adopta una actitud que presagia su derrota y muerte, pero eso no debía tener lugar aún y tampoco cabía que sucediera en medio de una batalla como tantas otras que se libraban. Júpiter accede a la solicitud de Juno para que tal cosa suceda más adelante. La diosa tiene una manera muy especial de proteger a quienes beneficia, como se ha podido comprobar tantas veces a lo largo del poema. En esta ocasión adoptará una estrategia consistente en crear un falso Eneas, al que Turno perseguirá hasta abordar la nave que lo aleja del campo de batalla. Turno se salva, Mecencio muere a manos de Eneas y el triunfo se vuelve a favor de los troyanos. Lo que Juno parece no haber advertido, o quizás lo hizo pero a ello no le otorgó importancia, es que hasta ese momento la lucha estaba equiparada y que, sin duda, la ausencia de Turno debilitaba de manera decisiva a los suyos. El comandante de los rútulos ha vuelto a experimentar un revés, del cual esta vez no se va a recuperar. Su debilitamiento evidente en el libro IX cuando perdió su mejor oportunidad para ganar la guerra de una vez por todas, se profundiza ahora cuando desaparece del campo en medio de la batalla. Lo que se puede observar en el libro siguiente es que esta caída no se detiene y lo aproxima, en forma inexorable, a su fin. Libro XI (El canto XI evidencia la superioridad que van alcanzando los troyanos en el campo de batalla. Sus triunfos los acercarán de manera inexorable al momento en que puedan preparar un asalto sobre la debilitada ciudad del rey Latino. La figura de Eneas se consolidará completamente como el comandante y conductor indiscutido de los suyos. Sus acciones, pero también la ayuda constante de Venus, inciden en este sentido. Todos estos aspectos quedan reflejados en un fresco encontrado en una casa en la ciudad de Pompeya. Allí se refleja una escena que tendrá lugar un poco más adelante y que muestra a Eneas herido, auxiliado por sus soldados, un médico y acompañado por su hijo Ascanio. La figura más importante de la escena es Venus quien, personalmente curará la herida de su hijo para que este pueda volver a combate.) El libro XI se extiende desde la tregua que establecen los combatientes para poder dar sepultura a los muertos del combate anterior hasta la disposición de ambos ejércitos ante los muros de Laurento para lo que sería, supuestamente, el combate final y decisivo. Entre ambas situaciones se narra el curso de unos hechos que han favorecido a los troyanos, quienes han ido estableciendo en forma gradual su superioridad. Esta última se puede apreciar no solo por los resultados obtenidos en los combates, sino que también por el contraste entre la consolidación de la alianza que encabeza Eneas y su indiscutida jefatura, frente a las opiniones cada vez más divididas al interior de la alianza que encabeza Turno y, una vez más, su escasa relevancia como comandante en los momentos decisivos. Un punto de inflexión en el camino de los troyanos hacia el triunfo está marcado por la llegada de Camila y sus amazonas, quienes representan la última esperanza de los latinos por revertir la situación. Durante su breve principalía, Camila logra triunfos que equilibran la lucha, pero los dioses no quieren que ella consolide sus victorias y decretan su muerte. Con esta pérdida, y el consecuente retiro de las suyas, no parece haber otra fuerza consistente que oponer a los contrarios. Virgilio aprovecha la situación para narrar la historia de Camila, creando una vez más una biografía femenina que ha terminado por convertirse en un clásico de las letras universales, tal como hiciera con la reina Dido en el libro IV del poema. Varios aspectos son importantes de destacar al momento de enfrentar este libro XI. El primero se refiere a Eneas y Turno, quienes no participan de manera directa en los combates, puesto que el primero se encuentra a la cabeza de una expedición que viene en marcha hacia la ciudad de Laurento, ante cuyos muros se están desarrollando los combates, mientras que el segundo ha abandonado la ciudad en dirección a los bosques que debe atravesar Eneas para emboscarlo en un desfiladero y así dar un golpe decisivo y definitivo en la guerra. Pero la situación de ambos se presenta de una manera muy diferente: Eneas ha enviado a los etruscos como adelantados para que asalten la ciudad, mientras él avanza con el grueso de las tropas para dar el golpe de gracia. Nadie discute su plan. Más aún, se encuentra reafirmado por el hecho de que Evandro, no obstante la muerte de su hijo Palante, ha confirmado la continuidad de sus soldados en las luchas, solicitando a cambio de esta confirmación de la alianza la muerte de Turno. La posición de este último es muy diferente. Camila, apenas llegada asume, al menos de manera informal, la conducción de las tropas, hecho que queda claro cuando ella se propone para dirigir los combates en las tierras que rodean la ciudad, encargando a Turno la defensa de sus muros. Turno, respondiendo a las informaciones de que dispone, se decide por abandonar la ciudad y marchar hacia los bosques para enfrentar a Eneas, con lo cual, una vez más, se aleja del epicentro de la lucha. El destino no deja de castigarlo, puesto que, llegado al lugar, espera hasta que la noticia de la muerte de Camila lo determina a volver, justo en el momento en el que Eneas empieza a cruzar el desfiladero en el que iba a ser atacado. La degradación de su figura, que ya puede advertirse en el libro X, no cesa de ahondarse. Otro aspecto en el que conviene reparar en el libro XI es el del escenario. Si en los anteriores se combatió cerca de las naves y en los campos, ahora se hará en las puertas mismas de la ciudad, lo cual, por cierto, habla de las ventajas que han ido obteniendo los troyanos. Se ingresa con esto a un tema delicado, que se extenderá al libro XII: el de cuáles serán las disposiciones que adopta Eneas apara el asalto de Laurento, siendo que el proviene de aquella Troya que fue asediada y destruida por los griegos y cuya caída narrara en forma patética a la reina Dido en el libro II del poema. El interior de la ciudad asediada es de un desconcierto creciente. En primer lugar, se puede señalar que en este libro nos encontramos ante la novedad de que existe un partido o grupo opositor a Turno, encabezado por Drances, miembro del Concejo de la ciudad. Para él, la lucha de Turno responde a motivos personales y es en este plano que se debe encontrar una solución. Esta será propuesta por Eneas cuando señale que la guerra puede terminar si Turno acepta enfrentarlo personalmente. El mencionado Drances, quien encabeza una embajada ante el jefe de los troyanos para establecer una tregua que le permita enterrar a los muertos, se mostrará como un decidido partidario de este arreglo, difundiéndolo en la ciudad y en el Concejo, despertando adhesiones y rechazos al respecto. El rey Latino, debilitado en su poder, mantiene una postura errática y plantea la idea de buscar un acuerdo entre las partes, pudiendo los troyanos acceder a un ofrecimiento de tierras entre el río Tíber y aquella que ocupan los sicarios, o bien, contar con la ayuda de los pueblos de Italia para que construyan una nueva flota que les permita volver al mar. El consenso a esas alturas parece imposible y no se escucha eco alguno a sus palabras. A Latino no le queda sino lamentar no haber actuado antes con mayor energía y haber impuesto a Eneas como su yerno y futuro rey de la ciudad, tal como habían establecido los dioses. Las matronas, por su parte, comparecen como un grupo que modifica sus opiniones respecto de la guerra, visión muy virgiliana sobre las mujeres, por lo demás. Ellas, decididas promotoras del rechazo al establecimiento de los troyanos en el territorio (libro VII), ahora lamentan la guerra y maldicen el matrimonio al que aspira Turno, pero figuran en otras escenas acompañando a Amata y Lavinia en sus ruegos a Minerva para que Eneas sea derrotado y muera a la vista de todos. Una posibilidad que no se debe descartar, si bien nada se dice al respecto, es que entre ellas se diese un grado de división similar al que se puede observar en el Concejo compuesto por los hombres. La crisis interna de la ciudad es también incentivada por hechos externos. Ya se ha dicho que Camila, brillante en el breve tiempo en que combatió, no se materializó como la gran esperanza con que contaban los latinos. Su muerte prematura produjo una enorme desazón, tanta como aquella que sembró la noticia de que Diomedes, un aliado fervientemente deseado por Turno, se negaba a participar en la guerra y aconsejaba establecer acuerdos de paz con los troyanos de Eneas. La figura de Diomedes es muy representativa, ya que se trata de uno de los héroes griegos más importantes de la Guerra de Troya y compañero de Ulises en múltiples ocasiones. En el canto V de la Ilíada se narra su enfrentamiento personal con Eneas, a quien hiere y vence, siendo éste auxiliado por Afrodita (Venus), su madre, a quien también Diomedes ataca, ganándose el rencor permanente de dicha diosa. Como en tantos otros casos, el regreso de Diomedes a Grecia fue una situación desgraciada que terminó por llevarlo a las tierras de Italia. Lo más interesante en el contexto de la Eneida es que este antiguo combatiente aparece ahora como un hombre de paz, reacio a enfrentar una vez más a los troyanos, sus antiguos enemigos. A través de su figura, Virgilio termina por bosquejar los tres grupos de griegos que aparecen en el poema: el primero está compuesto por aquellos que mantienen vivo su odio en contra de los frigios; el segundo está representado por Evandro y está formado por los que no participaron en la Guerra de Troya y no tienen, por lo tanto, motivos de enemistad con los troyanos; y por último están aquellos que, como Diomedes, han depuesto los motivos de antiguas discrepancias y que se abocan a una vida de paz en territorios tan distantes de Grecia como de Troya misma. Para los efectos del poema, la negativa de Diomedes fue recibida por Latino y los suyos como todo un augurio de la orfandad en la que los dejaban los dioses. Los dioses, por último, tienen una escasa participación en el libro XI. Tal como ya había sido establecido por Júpiter en el Concejo de los celestes en el libro anterior, la lucha debe resolverse entre los humanos. No obstante esta disposición, la intervención de Camila en la guerra y sus victorias determinan que el rey de los dioses decida su muerte y que con esto retornen las victorias al bando de los troyanos. Libro XII (Jupiter logra convencer a Juno para que deponga sus motivos en contra de los troyanos y se allane a aceptar el fin de la guerra. La diosa acogerá las palabras de su esposo, luego de solicitar el cumplimiento de una serie de condiciones para que la derrota de los Latinos no resulte ignominiosa. Por esta vía, la diosa se suma a los deseos de paz y establecimiento de un acuerdo de convivencia expresado por los humanos que participan en la guerra, especialmente Eneas y el rey Latino, pero además se pliega a lo establecido por el destino que preveía el triunfo de los troyanos y el inicio de una nueva era en el desarrollo de Italia. La pintura de Gavin muestra a Jupiter y Juno es un momento de íntima convivencia. Esta cercanía se aprecia en muy pocos momentos en la Eneida, poema en el cual se describe una convivencia distante y tensa entre los dos dioses más poderosos entre los celestes.) Dos temas centrales se entrecruzan en el libro con el cual se cierra el poema: las situaciones y preparativos para el combate personal que terminará por enfrentar a Eneas y Turno, y los compromisos que va asumiendo Eneas con relación al orden que emergerá una vez que la guerra haya concluido. El combate final entre ambos protagonistas para poner fin a una guerra que se extendía ya demasiado y con costos humanos muy altos fue planteado por Eneas ya en el libro X. Poco a poco la idea se ha ido abriendo camino y en los inicios del libro XII parece inevitable, aunque en el relato tardará un poco en materializarse. La diosa Juno no está aún convencida de la solución y logra que los combatientes se vuelvan a enfrascar en batallas generales que, por cierto momento, parecen favorecer a los contrarios de Eneas. Este último resulta herido y debe ser retirado del campo para recibir atención. Quien lo cura en definitiva es su madre Venus. El retorno de Eneas a la lucha es especialmente violento, ya que, alentado por su madre, decide el asalto a la ciudad de Laurento y su destrucción por la vía del fuego. La confusión en esta es total, puesto que algunos laurentinos son partidarios de abrir las puertas y permitir el ingreso de los troyanos, mientras otros se disponen a la resistencia. La reina Amata, a quien desde el libro VII se puede apreciar como una instigadora y decidida promotora de la guerra, se suicidará al advertir que la ciudad se encuentra perdida. Su muerte incide en el desánimo completo de los defensores de Laurento. Turno, quien bajo la protección de Juno ha estado combatiendo en algún punto lejano a la ciudad, vuelve a ella y decide que su enfrentamiento con Eneas es lo único que puede detener y revertir la situación. Se llega así a la escena final en la que el rútulo será derrotado y encontrará la muerte. El otro tema que aparece de manera constante en el libro XII es el de los pactos y acuerdos para la paz que se inaugurará una vez terminada la guerra. Eneas, como veremos, asume el compromiso de no alterar de manera radical el orden imperante en Italia y defender un sistema igual en que vencedores y vencidos convivan en igualdad. Una cuestión central para que el desenlace y la implementación de los acuerdos tengan lugar es que la diosa Juno los acepte, cosa que finalmente hará luego de asegurarse de que se tomarán en cuenta sus peticiones. Entonces el acuerdo propuesto por los hombres será ratificado por los dioses y se alzarán los obstáculos que impedían el desenlace final de la historia. Varios aspectos destacan como muy importantes en este libro y conviene verlos con alguna detención. Eneas se muestra partidario decidido de que su combate con Turno ponga fin a la guerra. Si bien se manifiesta seguro de su triunfo, accede a señalar que en caso de una derrota los troyanos se volverán a las tierras de Evandro y no volverán a realizar acciones militares contra nadie. El pasaje contiene una ironía, puesto que las tierras del mencionado rey, como se ha podido advertir en el libro VIII, son aquellas en las cuales algún día surgirá Roma. De aquí que, incluso en el hipotético caso de un revés, igual se instalará en las tierras que le fueron asignadas por el destino a sus descendientes. Más interesante resultan los compromisos que asume en el caso de su victoria y que se encuentran a partir del verso 180. Allí señala que no exigirá a los ítalos someterse a los troyanos, siendo ambos pueblos gobernados por una ley común; que no asumirá la condición de rey y que Latino seguirá detentando su poder y su ejército; que se trasladará a residir en una nueva ciudad construida especialmente para estos efectos y, finalmente, que los dioses de Troya y sus ritos se establecerán en la tierra de Italia. Si bien el rey Latino se mostró de acuerdo con estas condiciones, bien se sabe que los hombres proponen y los dioses disponen. Y Juno se tomó su tiempo hasta llegar a convencerse y, cuando finalmente lo hizo, dejó sentadas sus condiciones, las cuales coincidirán con las de Eneas en sus aspectos centrales. Las conocemos a partir de los versos 820 y ss. y contienen un pedido para que los latinos conserven su nombre y su lengua; que los reyes albanos mantengan su poder por siglos y que la grandeza de la futura Roma sea obra de los itálicos, entendidos estos como la fusión de los vencedores y vencidos de esta guerra. Tanto en las palabras de Eneas como en las que pronuncia la diosa después, se plantea el surgimiento de una época de paz y colaboración. ¿Hasta que punto deponía Juno su odio a los troyanos? Esta es una pregunta que no tiene una respuesta definitiva y solo cabe anotar que, al menos en ese momento, se allana a aceptar la situación. Una consideración central que se infiere de toda esta situación relacionada con los acuerdos es que, en la presentación que hace Virgilio, Italia es anterior a Roma. En efecto, este acto que inaugura un nuevo y decisivo capítulo de la historia de esta tierra tiene lugar varios siglos antes de que Roma siquiera aparezca como tal, recordando a este propósito que la ciudad será obra de los descendientes remotos de este Eneas que ahora inaugura una época de paz y gobierno según las leyes. El poeta, como lo hace tantas veces a lo largo de la Eneida, juega de manera libre con el tiempo, para sostener que Roma proviene de Italia y no a la inversa y que en los inicios mismos de esta última están contenidos los elementos que acomunan a sus habitantes. Podemos suponer que Virgilio tenía en mente su propio tiempo, en que el emperador Augusto inauguraba una época de similares características, aunque su vista estuviese puesta en la totalidad del Imperio romano y no solo en el suelo italiano. El combate final entre los protagonistas del poema se retrasa, tal como hemos señalado. Solo tendrá lugar al final del canto y constituye la última escena del poema. El final es sorprendente y su análisis ha llenado miles de páginas, dado que Turno, en el último momento y contraviniendo lo que había sostenido en repetidas ocasiones, pero también yendo en contra de lo que correspondía a un héroe, solicita la clemencia a Eneas y conservar la vida para volver a las tierras de su padre. Eneas dudará por unos instantes y tenderá a conceder lo solicitado en un primer momento, pero será entonces cuando advierta que Turno lleva puestos algunos despojos que extrajera del cadáver de Palante (libro X) y, enceguecido por esta visión, le de muerte. La solicitud de clemencia ha sido objeto de múltiples análisis y de las interpretaciones más dispares. No obstante lo anterior y ateniéndonos de manera estricta al texto, resulta posible percibir que este es el último peldaño de una degradación progresiva a que Turno ha sido sometido por parte de Virgilio, su creador, tal como hemos destacado en las presentaciones de los cantos a partir del VII. Si bien en alguna ocasión tuvo la oportunidad de vencer y la desperdició por su ira excesiva, en las ocasiones posteriores aparece combatiendo fuera del epicentro de la lucha, distraído por Juno, quien lo somete a situaciones que le resultan humillantes. De esto se puede concluir que no fue un rival digno de Eneas, quien, por el contrario, se fortalece de manera clara a partir del libro IX y no cesará de crecer hasta el final. El lector no puede menos que advertir la disparidad entre el troyano y este Turno que siempre alegará ser un defensor de su tierra y de los acuerdos que estaban convenidos antes de que Eneas llegara a Italia.