Proverbios 9,1-6; Efesios 5,15-20 y Juan 6,51-58 Dadles vosotros de comer El problema del hambre en el mundo no se solucionará con milagros venidos de “lo alto”, sino con compromisos nacidos “aquí abajo”. Nadie puede guardarse para sí los “cinco panes y dos peces” que le han cabido en suerte. Mientras hay muchedumbres que “no tienen qué comer y desfallecen por el camino”, claman al cielo y a la tierra las vidas de algunos que viven como si fueran los dueños del mundo. Somos nosotros los que tenemos que realizar la multiplicación de los panes. Si ponemos a disposición, lo que tenemos, “todos comerán hasta saciarse” e, incluso, ha de sobrar en abundancia. El otro pan o el pan otro Urge asimilar el reiterativo discurso del “pan de vida”: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá eternamente. Y el pan que yo le daré es mi carne para la vida del mundo”. Y no se trata de metáforas. Igual que la samaritana experimentó que “quien bebía de aquel pozo, volvía a tener sed”, pero “el agua que tú le darías formaría en él un manantial de vida eterna”, ahora nos dices: “Quien coma de este pan, vivirá eternamente”. Seguimos soñamos con la eterna juventud: “El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me come, vivirá por mí”. Esto es, la “vida” de Dios, a través del Hijo, llega a nosotros. ¿Y la muerte? El cristiano que come este pan del cielo, ya ha entrado en la dinámica de la vida eterna. La muerte ocurrió para él, en realidad, el día de su bautismo. Ese mismo día renació a “una vida nueva”. ¿Y por qué tenemos, entonces, miedo a morir? Por esa filosofía del instinto que nos lleva a creer que “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”. Todo nacimiento a una situación nueva produce en nosotros una resistencia natural. Nuestra fe nos dice que nos espera una vida en plenitud, pero nuestra débil condición, en vez de ver en la muerte el verdadero “nacimiento a la vida”, lo que ve son “los dolores de ese parto” que indudablemente le acompañan. Por eso necesitamos leer y asimilar las palabras de Jesús: “El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él”. La Eucaristía hunde sus raíces en una de las experiencias más fundamentales del hombre que es “el comer”. Comer significa sentarse a la mesa con otros, compartir. ¿Cómo celebrar un nacimiento, un matrimonio, un encuentro, sino es en torno a una mesa? La celebración de la Eucaristía nos obliga a preguntarnos dónde estamos alimentando nuestra existencia, cómo estamos compartiendo nuestra vida con los demás, cómo vamos nutriendo la esperanza y el anhelo de esa fiesta final. Cuando uno vive alimentando su hambre de felicidad de todo menos de Dios, cuando uno disfruta, cuando uno arrastra su vida sin alimentar el deseo de una fiesta final para todos los hombres, no puede celebrar dignamente la Eucaristía. Quien come de este Pan tiene vida para siempre Propuesta.Vivimos tan deprisa que no nos damos cuenta de las personas y situaciones que necesitan ayuda. En el verano, nuestra actividad es menor, lo que nos permite reflexionar sobre la vida: la nuestra y la de nuestros hermanos. Decimos: Quien come de este Pan tiene vida para siempre 1. Por la Santa Iglesia de Dios, por nuestra comunidad y por todas las comunidades cristianas, para que encuentren en Cristo el modelo de su presencia y de su acción en el mundo. Oremos. 2. Para que los que tienen medios, recursos y capacidades para aliviar y mejorar el día a día de quienes peor lo están pasando, se conmuevan y trabajen por una justicia que alcance a todos los necesitados. Oremos. 3. Por nuestros hermanos difuntos: que habiéndose alimentado de la Eucaristía y resucitados en el último día, experimenten la salvación de Dios. Oremos. 4. Para que las personas concretas que están o han estado a nuestro lado pasándolo mal (podemos recordar alguna) encuentren las fuerzas y la esperanza para no rendirse. Oremos. 5. Por los aquí presentes: para que nuestra participación en la eucaristía, fuente de salvación, nos ayude a comprometer nuestra vida en el servicio de los hermanos. Oremos. Oración.Padre misericordioso, que en Jesús nos has dado una luz maravillosa para nuestra salvación; ayúdanos a vivir el misterio de la Eucaristía en el compromiso diario por la verdad, la justicia y la paz. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.