PENTECOSTÉS Y FIESTA DE SANTA JUANA DE LESTONNAC Mi deseo al empezar este rato de oración Conocimiento interno de tanto don recibido: el amor del Padre y el Hijo que nos habita y nos envía a anunciar tan buena noticia, la fuerza y el consuelo del Espíritu, su presencia fiel y creativa en nuestra vida… Espíritu de Verdad, Espíritu Defensor, Espíritu que nos enseña y recuerda… Para que, enteramente reconociendo (siendo plenamente conscientes de tanto regalo), podamos, con gozo, en todo amar y servir. Secuencia del Espíritu Santo Ven, Espíritu divino, Riega la tierra en sequía, manda tu luz desde el cielo. sana el corazón enfermo, Padre amoroso del pobre, lava las manchas, don, en tus dones espléndido. infunde calor de vida en el hielo, luz que penetra las almas, doma el espíritu indómito, fuente del mayor consuelo. guía al que tuerce el sendero. Ven, dulce huésped del alma, Reparte tus siete dones descanso de nuestro esfuerzo, según la fe de tus siervos. tregua en el duro trabajo, Por tu bondad y tu gracia, brisa en las horas de fuego, dale al esfuerzo su mérito, gozo que enjuga las lágrimas salva al que busca salvarse y reconforta en los duelos. y danos tu gozo eterno. Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento. Jn 14, 15-16 y 23b-26 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor que esté siempre con vosotros. El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la Palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará mi Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho”. Algunas pistas para saborear el texto evangélico En la Iglesia de Jesús andamos necesitados de recuperar un talente de vida al estilo de Jesús. Y esto sólo puede nacer de una calidad nueva en nuestra relación con Jesús, de abrirnos a la experiencia de la presencia viva de Jesús y de la huella que este encuentro imprime en nosotros. El texto de Juan nos sitúa en la última cena de Jesús con sus amigos. Los discípulos empiezan a entrever que pueden perder a Jesús; ¿qué será de ellos sin Jesús?, ¿adónde irán?... Jesús les dice con ternura: “No os dejaré nunca solos”. Les habla de un modo de presencia nuevo, distinto al que han experimentado por los caminos de Galilea y de Judea, una presencia de Jesús que les acompañará desde lo más íntimo de su ser y les hará vivir “llenos de fuego” (Hechos de los Apóstoles 2, 1-11), un fuego que el viento recio del Espíritu infundirá en sus corazones y se hará “lengua” que no puede ser enmudecida, que, gozosamente, anuncia una buena noticia: la vida de Dios que a cada uno se le comunica “en su propia lengua”, en su propia realidad, allí donde se encuentra y en aquello que es capaz de entender, para desde su realidad poder abrirse a lo nuevo de Dios que irrumpe con fuerza y vitalidad. Abundan, pues, los motivos para la alegría y la esperanza. Esta es la fiesta que celebramos en Pentecostés. Se nos regala el Espíritu de la Verdad, una fuerza y una luz que nos hace vivir en verdad y acoger en nosotros a Jesús, que nos conduce a la vida verdadera. Se nos regala un Espíritu Defensor, que nos defiende de todo aquello que podría separarnos de Jesús, que nos defiende de lo que nos destruye, lo que destruye la vida. Se nos regala un Espíritu que nos enseña y nos recuerda, que es memoria creativa y nos conduce por el modo de Dios, amigo siempre de la vida. Se nos regala un Espíritu de Amor Creador y creativo, que sostiene una Creación en marcha, con la creatividad que nace del Amor. Se nos regala un Espíritu que está y estará siempre con nosotros. Para ser capaz de reconocer esta presencia nueva de Jesús se necesitan ojos nuevos, movidos por el amor. Como los de las mujeres que, de noche, retando a la muerte y las tinieblas, acuden al sepulcro cargadas de perfumes, movidas por su amor a Jesús. Y es el amor el que les permite reconocer al Resucitado, mientras se abrazan a sus pies. Sólo quienes le aman podrán experimentar que está vivo y hace vivir. Amar a Jesús y llenarme, alimentarme, de su palabra (“Quien me ama guardará mis palabras y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”). Alimentarme de su palabra y dejarle habitar en mí, hacer en mí su casa. El Padre y el Hijo, presencia amante en mi interior que me siembra del amor de Dios, de la vida de Dios que genera en mí una dinámica nueva. Si me dejo transformar por su presencia, me hará capaz de infundir vida, de alentar y sostener otras vidas desde la amorosa creatividad del Espíritu que libera y hace nuevas todas las cosas. Somos invitados a arraigarnos en este Espíritu de hijos /de hijas de Dios, a “cimentarnos y arraigarnos en el amor de Cristo… para que así podamos ser colmados de la plenitud de Dios, que es capaz de hacer inconmensurablemente más de lo que somos capaces de pedir o imaginar” (Efesios 3, 15-20). Oración final, en la fiesta de Santa Juana de Lestonnac Celebramos también hoy la fiesta de Juana de Lestonnac, fundadora de la Compañía de María. En la Noche del Císter, la Compañía “fue engendrada para el mundo de cada tiempo”, concibiendo su misión de evangelización como “educadoras al servicio de la fe que fructifica en obras de justicia”. Este proyecto tiene valor en la medida en que somos capaces de mantenerlo dinámico y abierto a la realidad, que lo enriquece y configura. “El Proyecto Compañía de María fue y es fruto del Espíritu que hace nuevas todas las cosas en el tiempo y en el espacio. Acoger esa novedad, detectarla, saberla leer, hacerla crecer, avanzar con ella, es el inicio de un camino siempre abierto para cada persona, para cada sociedad” (de las Constituciones de la Orden de la Compañía de María Nuestra Señora). Damos gracias hoy al Padre por el don de Juana de Lestonnac a la Iglesia y a la sociedad. Pedimos por el cuerpo de la Compañía de María y por cada uno de sus miembros, religiosas y seglares, para que vivan fieles y flexibles a la voz del Espíritu que sopla donde quiere, inaugurando vida nueva y renovando lo viejo y rígido. Ven, Espíritu divino, e inunda los corazones de tus fieles.