fertilización «in vitro»: consideraciones morales

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MANUEL CUYAS
FERTILIZACIÓN «IN VITRO»:
CONSIDERACIONES MORALES
Es indudable que el reciente documento romano sobre algunos problemas morales
relacionados con la bioética ha puesto de moda un tema que por su seriedad y su
importancia ya ocupaba hacía tiempo la atención de los moralistas. Estos siempre han
tenido como objetivo, con sus normas, ayudar a la conciencia personal para que ésta
dirija la propia conducta hacia la plena realización humana. Es natural, por tanto, que
los temas relacionados con la formación de la vida humana entren de lleno en las
investigaciones de los teólogos morales. El presente artículo, aparecido bastante antes
que el documento romano antes mencionado, es un ejemplo de ello. Creemos de gran
interés su publicación, e interesante para el futuro.
Fertilización «in vitro»: consideraciones morales, Rassegna di Teologia, 26 (1985)
424-439
El teólogo práctico no quiere jugar el papel de aguafiestas ni el de legislador. Sus
normas ejercen la función de auxiliar de la conciencia personal para que ésta dinamice
las personas hacia su plena realización. La norma moral quiere evitar la frustración que
se sigue de errar en el objetivo o en los medios. Para tutelar un valor ha de llamar la
atención sobre el peligro de atentar contra él: cierra un camino para señalar el más
adecuado.
Condenan la fertilización extracorpórea quienes ven con ella conculcado alguno de
estos tres valores: las relaciones paternofiliales, el carácter amorosos e interpersonal de
la procreación, el respeto a la vida inocente. Creo que los tres valores pueden salvarse
teóricamente en dicha fertilización. El uso que se haga de la técnica condicionará que se
salven además en la práctica. Señalaré los peligros que amenazan.
1. Las relaciones paterno-filiales en peligro
La primera objeción suele apelar a dos argumentos: el de las prácticas aberrantes y el de
la mecanización del proceso natural. En cuanto al primero, venta de cigotos, alquiler de
matrices, etc., hallo objeciones insoslayables en casi todas ellas. Me limitaré al caso de
una fertilización homóloga, en la que los esposos brindan el espermatozoide y el óvulo.
En cuanto al segundo, estoy de acuerdo en que hay estructuras biofisiológicas que no se
pueden actuar despersonalizadas, pero creo que no distinguen bastante los objetantes
entre lo que en la procreación es acción humana y lo que es simple acción biofisiológica
de la naturaleza. La fertilización homóloga supone una comunidad de vida y amor.
Nadie recurre a la fertilización "in vitro" sino cuando la acción natural no consigue la
fecundación del óvulo; se habría de probar la ilicitud del recurso a una ayuda técnica. Si
los progenitores biológicos y los legales son los mismos, no hay en este recurso sino
una procreación normal, que ha necesitado del soporte técnico para superar un obstáculo
o ponerse en marcha. Pío XII no condenó el uso de medios artificiales para facilitar el
acto natural o conseguir sus fines. Sí condenó repetidas veces la fecundación artificial
en sentido estricto por considerarla contraria a los derechos de los esposos, a la ley
natural y a la moral católica. La inseminación artificial heteróloga, que es la que
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condena radicalmente, considera que no puede justificarse, ni por un supuesto derecho
al hijo, ni por el contrato matrimonial. Sus expresiones se limitan a negar el derecho a
tener hijos por caminos ilícitos, cuales son, para Pío XII, obtener el esperma por actos
contra la naturaleza, y poner las condiciones biológicas de la generación al margen de la
expresión íntima de amor conyugal.
La primera fuente de ilicitud apunta a la condena de la masturbación, constante hasta
tiempos muy recientes en los teólogos por razón del hedonismo y el autoerotismo que
conlleva. Ahora bien, ambos defectos se hallan ausentes de una masturbación con fines
clínicos o procreativos.
La iglesia ha propugnado siempre la unión de los significados unitivo y procreador en la
expresión genital de amor, pero no se puede equiparar el proceso de la fecundación "in
vitro" al de la actuación contraceptiva. En ésta se bloquea el significado procreativo. En
el caso que nos ocupa, las estructuras anatómico-fisiológicas se actúan al margen de la
unión, precisamente para conseguir la realización vicaria de ésta en el hijo. La dinámica
unitiva es intrínseca a la masturbación realizada en orden a la fertilización
extracorpórea.
2. Carácter amoroso e interpersonal de la procreación humana
La biblia nos presenta la procreación humana a semejanza de la de Dios creador. La
antropología bíblica no permite separar los aspectos amoroso y procreativo en el
conjunto de la actividad sexual humana. Los objetores contra la fertilización homóloga,
a partir de este dato, apuntan a una continuidad incluso biológica entre el acto de amor y
el surgir de una nueva vida. Insisten en la unión para cada acto y en el carácter
interpersonal del amor, que excluye la intromisión de extraños.
Creo que la respuesta a la dificultad está en la distinción entre lo propio del acto
humano y lo propio de la naturaleza en la expresión específica del amor conyugal. En el
proceso natural se da una separación temporal entre la manifestación del amor y el
momento generativo. La iglesia no ha exigido nunca la unión de hecho entre los
aspectos unitivo y procreador del acto conyugal. Parece que en la fertilización "in vitro"
los esposos no separan ambos significados. No son responsables de la falta de
continuidad biológica entre la unión y el logro del fruto deseado. En una auténtica
comunidad de vida y amor darán lugar al hijo con la máxima unión moral y ontológica
posible entre las vertientes amorosa y procreativa de la sexualidad humana.
En cuanto a la naturaleza interpersonal del amor procreativo, la necesaria intervención
de personas ajenas a la relación conyugal afecta exclusivamente al proceso biológico,
deja intacto el patrimonio genético y respeta el misterio de la vida. En la inseminación
artificial ya se admite la intervención ajena, incluso con una mayor proximidad
temporal al acto humano de la unión conyugal. Las personas ajenas se limitan a remover
impedimentos para el encuentro natural de los gametos.
Algo totalmente diverso ocurre en la fertilización heteróloga, en la que hay una
violación de la exclusividad de los esposos. En la fecundación extracorpórea homóloga,
la intervención técnica recoge óvulos y esperma, los prepara y los mezcla, introduce los
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cigotos en la matriz para que se inserten en ella. Las personas que intervienen no hacen
sino ayudar técnicamente a los esposos en una acción de la naturaleza.
3. El respeto debido a la vida humana
Toda persona es amada por Dios en sí misma y tiene un destino personal insustituible.
El tomar medidas previas para asegurar, en lo posible, la perfecta formación de la
persona, cuya vida se desea suscitar "in vitro", no justificaría que un centro pusiese,
como condición para prestar sus servicios a una pareja estéril, el que ésta manifestase la
voluntad de que se interrumpa el proceso, si se detecta una patología en el nuevo ser.
Sólo puede aprobarse la fertilización "in vitro", cuando se acepte la eventual
anormalidad y se rechace el llamado aborto terapéutico.
A la objeción de que la fertilización extracorpórea es poco respetuosa con la vida
humana, porque crea artificiales peligros a su continuidad, debe responderse
comparando los males previsibles con los bienes razonablemente esperados. Es lícito
arrostrar un peligro proporcionado.
Hablaremos ahora de cada uno de los momentos en que la intervención técnica presta
ayuda a la actuación espontánea de la naturaleza. Los cambios en la disposición de
gametos no ofrece dificultad, ya que en este estadio no existe un nuevo sujeto de
derechos. Un motivo razonable hace lícito forzar la maduración de varios óvulos,
aunque se hubieran de perder casi todos en este estadio. Lo mismo digamos de la
concentración y selección de espermatozoides, incluso de la exclusión de los que darían
lugar a un sexo determinado, cuando se teme una tarea hereditaria vinculada a la
condición masculina o femenina del nuevo ser.
Sobre la fertilización de varios óvulos. Se discute el status jurídico del cigoto, el
momento de su individuación, su protectibilidad, etc. La doctrina oficial de la iglesia y
la mayor parte de los moralistas otorgamos el beneficio de la duda a la posible
existencia de una persona y exigimos que sea tratado de acuerdo con esta dignidad.
Supuesto que el cigoto, en la temperatura y caldo de cultivo adecuado, puede actuar sus
primeras divisiones, pero ha de ser luego implantado en la matriz so pena de frustrar su
evolución, sería ilícito fertilizar óvulos a los que no se puede dar la oportunidad de
implantarse en el momento adecuado. La hibernación presupone un motivo
proporcionado al riesgo que implica.
Sobre el traslado del cigoto al útero de la madre. Si éste no reuniese las condiciones
necesarias para el embarazo, se ha pensado en la posibilidad de que otra mujer prestase
sus funciones. Dado que el feto sería hijo genético de sus padres legales, no me atrevo a
condenar tal modo de proceder, cuando sea el único capaz de dar a una auténtica
comunidad de vida y amor el fruto deseado. No se me ocurre ningún otro caso de
fertilización de óvulos incapaces de ser trasplantados a la verdadera madre, que pueda
ser lícita.
Cuando se fertiliza cada vez un único óvulo para brindarle la nidación en las mejores
condiciones, el número de éxitos es tan bajo que bastantes moralistas creen
desproporcionado el número de vidas frustradas por cada embarazo logrado. Cuando se
introducen en el útero entre tres y cuatro cigotos cada vez, el porcentaje de éxitos
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aumenta. Hay que ponderar las condiciones de licitud. Cuando yo apelo al número de
éxitos para enjuiciar la licitud de un proceso, dejo al margen los méritos técnicos y la
admiración despertada, para centrar la atención en el balance de valores y contravalores
implicados desde el punto de vista ético. Cuando muestro preferencias por la opción
dada en cada intento a tres o cuatro cigotos más que a uno solo, supongo que la
proporción entre el número total de embarazos logrados y los cigotos perdidos resulta
aceptable por ahorrar molestias y complicaciones a la madre y resultar el riesgo
justificado. No instrumentalizamos un ser humano al servicio de otro. La técnica
aludida no subordina un cigoto a otro, sino que brinda a todos la misma posibilidad de
anidar. El que unos consigan anidar y otros no se debe a causas naturales que todavía
desconocemos.
A la objeción de que no es lícito someter la vida humana a riesgos innecesarios,
respondo que los riesgos de perecer para cada cigoto son condición necesaria de su
misma existencia. Creo que el riesgo no es desproporcionado y todo lo que se hace es a
favor de la vida. El progreso técnico consolidará el sentido positivo del balance. Nunca
hemos condenado las relaciones íntimas entre esposos que, por causas ajenas a su
voluntad, sufren un número de abortos espontáneos superior al normal.
Sobre la objeción que condena el fertilizar un número de óvulos superior a la cantidad
óptima para conseguir nidaciones, hemos de distinguir los diversos modos de proceder
con ellos. Multiplicar las fertilizaciones para dar opción solamente a los mejor dotados
implicaría discriminación por su calidad entre diversos seres humanos iguales en
dignidad. Tampoco nos parece aceptable introducir en la matriz todos los óvulos
fecundados, pues salirse del número óptimo de, posibilidades aumenta los contravalores
sin ventaja alguna.
Hay una razón más plausible para multiplicar el número de óvulos fecundados: al retirar
los óvulos maduros puede haber una hemorragia. Si por ésta o por otra razón, en la
primera inmisión de tres o cuatro cigotos no consigue anidar ninguno, cabe un nuevo
intento con los restantes sin someter a una nueva endoscopia a la madre. Ahora bien, su
aceptabilidad ética requiere dos condiciones de licitud. La primera exige medios para
hibernar los cigotos no introducidos en la matriz y el dominio de las técnicas para
descongelarlos y para disponer nuevamente el útero en el momento oportuno. La
segunda condición es que los padres estén dispuestos a aceptar todos los hijos a que los
óvulos fecundados puedan dar lugar. Se supone que la hibernación no deteriora el
cigoto. La hipótesis de ceder los cigotos sobrantes a otro matrimonio estéril deseoso de
"preadoptar" una herencia genética extraña no justificaría su producción del mismo
modo que la prevista adopción de nacidos o por nacer abandonados no justifica la
procreación.
De ningún modo puede aceptarse la comercialización de los cigotos "sobrantes" y su
empleo para la experimentación. Juan Pablo II muestra satisfacción porque los
científicos prestan atención a experiencias "in vitro" que permitirán un día curar
enfermedades relacionadas con defectos cromosómicos, pero condena enérgicamente
convertirlos en material de experimentación.
Finalmente, el recurso a la técnica para coronar con éxito la generación humana no ha
de ser pretexto para estatificar la procreación. Las leyes de un gobierno han de limitarse
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a evitar o controlar la comercialización relacionada con el proceso y a tutelar los
derechos del nacido, salvaguardando la estructura natural de la familia.
Condensó: TEODORO DE BALLE
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