Ver - Pontificia Universidad Javeriana

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CIRCULAR No. 03-2009
PARA:
DECANOS ACADÉMICOS
DIRECTORES DE CARRERA
DIRECTORES DE MAESTRÍA Y DOCTORADO
SECRETARIOS DE FACULTAD
DE:
VICERRECTOR ACADÉMICO
ASUNTO:
NORMAS PARA LA ENTREGA DE TESIS DOCTORALES Y TRABAJOS DE
GRADO A LA BIBLIOTECA GENERAL
FECHA:
13 de febrero de 2009
Estimados Directivos:
Reciban un cordial saludo.
Tengo el gusto de enviarles las “Normas para la entrega de Tesis Doctorales y Trabajos de
Grado a la Biblioteca General”, que han sido presentadas por la Directora de la Biblioteca
General a la Vicerrectoría Académica para su aprobación y divulgación.
Dichas normas establecen los criterios, las formalidades y procedimientos para que las Tesis
Doctorales y Trabajos de Grado que sean presentados y aprobados en la Pontificia Universidad
Javeriana puedan ser puestos a disposición de los usuarios de la Biblioteca General.
Hay aquí aspectos legales relativos a los derechos de autor que deben ser atendidos con la
mayor diligencia, por lo que les pido el favor de estudiarlas y divulgarlas en sus Facultades.
Atentamente,
VICENTE DURAN CASAS, S.J.
Copia.
P. Joaquín Emilio Sánchez García, S. J., Rector
P. Antonio José Sarmiento Nova, S.J. Vicerrector del Medio Universitario
Ing, Roberto Enrique Montoya Villa. Vicerrector Administrativo
Dra. Luz María Cabarcas, Directora Biblioteca General
Vicerrectoría Académica
Carrera 7ª No. 40-62 Piso 4° PBX 3208320 Ext. 2078 Fax: (57-1) 2880806 Bogotá, D.C., Colombia
FORMULARIO DE LA DESCRIPCIÓN DE LA TESIS O DEL TRABAJO DE
GRADO
TÍTULO COMPLETO DE LA TESIS O TRABAJO DE GRADO: LA IMPUNIDAD EN LA
JUSTICIA PENAL MILITAR: UNA INVESTIGACIÒN PERIODISTICA
AUTOR O AUTORES
Apellidos Completos
OJEDA PALACIO
Nombres Completos
PAULA
DIRECTOR (ES)
Apellidos Completos
VALENCIA
Nombres Completos
DANIEL
JURADO (S)
Apellidos Completos
CARDONA
Nombres Completos
JORGE
GARCIA
FEDERICO
ASESOR (ES) O CODIRECTOR
Apellidos Completos
VALENCIA
Nombres Completos
DANIEL
TRABAJO PARA OPTAR AL TÍTULO DE: COMUNICADORA SOCIAL CON ENFASIS EN
PERIODISMO
FACULTAD: COMUNICACIÒN SOCIAL Y LENGUAJE
PROGRAMA: Carrera: X Licenciatura ___ Especialización ____ Maestría ____ Doctorado
____
NOMBRE DEL PROGRAMA: COMUNICACIÒN SOCIAL Y LENGUAJE
CIUDAD:
NÚMERO
BOGOTÀ
AÑO DE PRESENTACIÓN DEL TRABAJO DE GRADO: 2009
DE
PÁGINAS:
126
DESCRIPTORES O PALABRAS CLAVES EN ESPAÑOL E INGLÉS: Son los
términos que definen los temas que identifican el contenido. (En caso de duda para
designar estos descriptores, se recomienda consultar con la Unidad de Procesos
Técnicos de la Biblioteca General en el correo biblioteca@javeriana.edu.co, donde se
les orientará).
ESPAÑOL
La Fuerza Pública, el poder militar en Colombia, la impunidad, el fuero militar, el
espíritu de cuerpo, la justicia penal militar.
INGLES
The Military Force, Impunity, Military Criminal Justice, The Military Justice, esprit de
corps.
RESUMEN DEL CONTENIDO EN ESPAÑOL E INGLÉS: (Máximo 250 palabras 1530 caracteres):
La impunidad en la Justicia Penal Militar es un problema que se creía del pasado y que
hoy en día se viene pronunciando, de manera firme en el Estado colombiano. El poder
que goza la Fuerza Pública es inimaginable, así como su fuero militar y espíritu de
cuerpo que muchas veces son los que cubren los crímenes de los militares, los protege
casi cualquier delito contra la humanidad y desvían e impiden conocer la verdad.
El Estado tuvo que esperar a que la Corte Interamericana de Derechos Humanos
interviniera, para por media de ella hacer justicia y obligar al gobierno a indemnizar y
reparar a las victimas que han sido olvidadas.
Adicionalmente a esto, a pesar de las denuncias, y las investigaciones que algunos
organismos no gubernamentales han hecho entorno a éste tipo de casos, la verdad sigue
oculta,
así
como
también
la
impunidad,
y
además
ha
sido
propiciada,
desafortunadamente, por algunos miembros de la Fuerza Pública, que aún no han sido
condenados, debido al poder inquebrantable que goza la Justicia Penal Militar, tal como
lo comprobó el Relator de la ONU, Philip Alston, en su visita a Colombia en el 2009.
INGLES
Impunity in the military criminal justice is a problem that was thought of the past and
today has issued opinions, firmly in the Colombian state. The power enjoyed by the
security forces is unimaginable, as well as military courts and esprit de corps that often
are covering the crimes of the military, protecting almost any crime against humanity
and
divert
and
impede
the
truth.
The state had to wait for the Inter-American Court of Human Rights to intervene,
through her to do justice and force the government to indemnify and compensate the
victims
who
have
been
forgotten.
In addition to this, despite the complaints, and investigations that some ONGs have
made around this type of case, the truth remains hidden, as well as impunity, and has
also been favored, unfortunately, some members of the security forces, which have not
yet been sentenced because of the unwavering power enjoyed by the military criminal
justice system, as checked the UN Rapporteur Philip Alston on his visit to Colombia in
2009.
La impunidad en la Justicia Penal Militar: una investigación periodística
Paula Ojeda Palacio
Trabajo de grado para optar el titulo de Comunicadora Social con énfasis en
periodismo
Director
Daniel Guillermo Valencia Nieto
Pontificia Universidad Javeriana
Facultad de Comunicación Social y Lenguaje
Bogotá, 2009
TABLA DE CONTENIDO
INTRODUCCIÓN…………………………….……………………………….………..2
1. MARCO TEÓRICO………………………………………………………..…………7
1.1 ¿Qué son los crímenes de lesa humanidad?………………………….……………..7
1.2 La impunidad en Colombia……………………………………….………………..8
1.3 ¿Qué es la Fuerza Pública? ……………………………………………………….10
1.3.1 La Fuerza Pública en el Estado colombiano y su responsabilidad…………11
1.4 Definición de la Justicia Penal Militar (JPM)……………………….……………14
1.5 El poder militar en Colombia……………………………………………………..20
1.5.1 La profesionalización de las fuerzas armadas de Colombia: el periodo de la
violencia……………………………………………………………………………...…21
1.5.2 Un General en la presidencia……………………………………………..….31
2. MASACRES………………………………………………………………………....38
2.1 Masacre de La Rochela....…………………………………………………………..38
2.1.1 Un periodo caracterizado por el narcotráfico y el para militarismo……....….40
2.1.2 Alias Vladimir: testigo clave…………………………………………………43
2.1.3 Farouk Yanine: ¿héroe o delincuente?.............................................................45
2.2 Masacre de San José de Apartadó ………………………………………………....48
2.2.1 Declaración neutral de la Comunidad de Paz frente al conflicto…………….50
2.2.2 Una región “gobernada” por la insurgencia………………………………….52
2.2.3 La influencia política…………………………………………………………54
2.2.4 Una comunidad desesperada por encontrar la verdad………………………..55
2.2.5 Militares involucrados……………………………………………..…………56
2.3 Masacre de Trujillo…………………………………………………………………58
2.3.1 Un contexto construido por la pugna territorial………………………………60
2.3.2 La masacre de Trujillo: un ejemplo de prolongación en el conflicto
colombiano……………………………………………………………………………..62
2.3.3 Los protagonistas: alianza de narcotraficantes y paramilitares………………63
2.4 Masacre de Mapiripán ……………………………………………………………..66
2.4.1 Un vergonzoso hecho para Colombia……………………………………...…67
2.4.2 Debilidad Estatal e incursión armada………………………………….……..69
2.4.3 Polémica por la condena: ¿Justicia Penal Militar ó Justicia Ordinaria?...........71
2.4.4 Agentes del Estado: ¿jugando a ser victimarios?.............................................75
3. LA IMPUNIDAD EN LA JUSTICIA PENAL MILITAR……………………...…..78
3.1 Análisis del Fuero Militar y su evolución………………………………………….79
3.2 El poder del Fuero Militar y el espíritu de cuerpo………………………....………82
3.3 La proyección del Fuero Militar en la justicia ordinaria……………………...……88
3.4 Como afecta el Fuero Militar la garantía del Habeas Corpus…………………..…..95
3.5 ¿Por qué acabar con la Justicia Penal Militar?..........................................................96
3.6 San José de Apartadó: el caso más reciente ………………………………….…..106
4. Conclusiones………………………………………………………………………..116
5. Bibliografía…………………………………………………………………………126
Bogotá, D.C., Julio 30 de 2009
Profesor
JURGEN HORLBECK
Decano académico
Facultad de Comunicación y Lenguaje
Ciudad
Respetado señor:
Formalmente
hago
entrega
del
trabajo
de
grado
de
la
estudiante
PAULA OJEDA PALACIO, quien se identifica con la cédula de ciudadanía Nº
53.178.688 de, el cual se titula: LA IMPUNIDAD EN LA JUSTICIA PENAL
MILITAR: UNA INVESTIGACION PERIODISTICA.
El trabajo cumple con los requisitos teóricos y metodológicos suficientes para ser
aprobado por mi parte, como director del mismo, además de la suficiencia profesional
junto con la constancia y responsabilidad que la estudiante mostró en el desarrollo de
la investigación.
Cordialmente
Daniel Guillermo Valencia Nieto
Profesor Investigador
Facultad de Comunicación y Lenguaje
Transversal 4 No. 42-00 Piso 6 PBX: (57-1) 3208320 extensión 4586 y 4587. Bogotá D.C., Colombia
INTRODUCCION
El presente trabajo pretende dirigir la mirada de los lectores hacia una extraña figura
que pasa inadvertida, pese a su importancia, para el público del común.
La
indiferencia constante que existe respecto a la Justicia Penal Militar me hizo
penetrar en su mundo, en su naturaleza y, sobre todo, en su realidad, para conocer
los excesos que se cometen en su interior, constituyéndose como resultado final la
impunidad.
La Justicia Penal Militar (JPM) en Colombia es un ámbito que no ha tenido éxito
casi desde su existencia, por considerarse una de las instituciones más parciales y
violadoras de derechos humanos no sólo en el país, sino también en el exterior. Hay
muchas preguntas sobre el funcionamiento de esta institución, que por lo general es
considerada por algunos como laxa o inadecuada. Por ello, la importancia de
investigar qué es y como funciona la Justicia Penal Militar en Colombia, teniendo
en cuenta que este tipo de justicia es desconocida para gran parte de la opinión
pública.
Uno de los principales problemas de la Justicia Penal Militar es la poca credibilidad
que tiene este sistema, porque según ésta, la dependencia de la rama legislativa no le
permite obrar de acuerdo con sus leyes. Tal subordinación, le impide actuar de
manera autónoma, porque tiene que regir bajo ciertos fundamentos. En este sentido,
el ex ministro de Defensa Juan Manuel Santos afirmó en el 2006, que la Justicia
Penal Militar adscrita al Ejecutivo le resta independencia, autonomía y sus fallos son
considerados simples medidas administrativas y no fallos en justicia, razón por la
cual debe sufrir una reforma inmediata para fortalecer sus funciones, y poder
afrontar con imparcialidad las situaciones de combate que sus miembros afrontan
diariamente.
Precisamente por esto, la Justicia Penal Militar busca ser trasladada a la rama
judicial para así poder ejercer sus funciones sin ningún tipo de presión. Tal
transición abre un debate entre quienes están en contra y a favor de la justicia
militar.
1
Quienes están en contra, señalan que con la nueva reforma, que empezaría a regir a
partir del 2010, la justicia castrense recuperaría poder, autonomía en los fallos y
participación en las investigaciones, aumentando de paso la impunidad y los excesos
de poder en el quehacer militar. Igualmente, agregan que los procesos penales de los
miembros de la Fuerza Pública, deben ser tratados exclusivamente por
la
jurisdicción ordinaria, para que sean eliminados completamente de la jurisdicción
militar, con el fin de acabar con la impunidad que ha acompañado al país por más de
20 años.
Por otro lado, quienes están a favor, dicen que la justicia militar necesita con
urgencia de cambios para dotarla de credibilidad ante la Corte Interamericana de
Derechos Humanos, y demostrarle al país y al exterior que el fuero militar sólo obra
para aspectos puramente disciplinarios, y no de manera predilecta. Muestra de ello,
sucedió en el 2007, cuando la justicia militar profirió 1.324 fallos en el primer
semestre de ese mismo año, de los cuales el 80% fueron condenatorios.
Igualmente, consideró adecuado investigar el por qué, según los militares, algunos
organismos de control y organizaciones no gubernamentales suelen hacer denuncias
falsas contra los miembros de su institución, para deslegitimar su función militar.
Ante este planteamiento, el ex ministro de Defensa Rafael Samudio y el ex
Comandante del las Fuerzas Militares, el general Manuel José Bonnet, afirman, en
entrevista concedida para este trabajo de grado, que la necesidad de la reforma
militar obedece a presiones de organismos de derechos humanos e insisten en que
esas organizaciones quieren desconocer el fuero militar, porque creen que la justicia
ordinaria es la única imparcial, y que la Justicia Penal Militar está basada sólo en el
compañerismo.
A raíz del conflicto armado que actualmente vive Colombia, es oportuno indagar
sobre el tratamiento que se le está dando a la justicia militar, porque la Fuerza
Pública es una institución que tiene la misión de garantizar la vida, honra y bienes
de los colombianos; sin embargo, con frecuencia los militares protagonizan la
información de las agendas mediáticas como autores de delitos y no como garantes
de la seguridad.
2
Hoy en día, se abre un debate público sobre los responsables de las múltiples
masacres que ha padecido nuestro país. Principalmente se busca encontrar la
justicia, la verdad y reparar a las víctimas de la violencia.
La masacre de Trujillo, Valle del Cauca (1985), de la Rochela, Santander (1989), de
Mapiripán, Meta (1997) y la masacre de San José de Apartadó, Antioquia (2005),
son la muestra de como la impunidad de la Justicia Penal Militar ha hecho carrera en
Colombia. Además, ha sido incapaz de dar respuesta oportuna y organizada al
enorme déficit social que afronta Colombia desde los años 30. El tráfico ilegal de
drogas ha sido el motor principal por el que los miembros de la Fuerza Pública se
han involucrado en dichas masacres. Igualmente, los nexos con los paramilitares
han sido evidentes en cada uno de estos casos, y los Generales y/o Coroneles de la
Policía y del Ejército, por codicia han establecido fuertes nexos con estos grupos
ilegales. Por tal razón, los miembros de la Fuerza Pública son vistos como los
responsables de estas masacres, que por omisión o participación directa en los
crímenes ya está comprobado que participaron y colaboraron con los paramilitares
para que éstas masacre se cometieran. Hoy en muchos de los casos se desconoce o
se ignora quiénes son los verdaderos culpables por la dificultad que existe en la
recolección de pruebas y testigos, los cuales a fin de cuentas, son los únicos que
pueden ayudar a conocer la verdad, esto sumando a la ineficiencia en que opera la
justicia ordinaria y militar.
El Estado colombiano ha persistido en dar una respuesta militar a la grave situación
de orden público que se presenta en las diferentes zonas del país, aumentando cada
vez más la presencia del Ejército en las regiones más violentas, y en donde los
grupos ilegales tienden a delinquir con frecuencia. Como solución, a partir del
primer periodo presidencial, y gracias a su propia política de Seguridad
Democrática, Álvaro Uribe Vélez, aumento la presencia del Ejército en el territorio
nacional con el objetivo de hacer frente a los grupos ilegales, y disuadir, al mismo
tiempo, a los violentos que se han encargado de cometer delitos contra los derechos
humanos.
Según el gobierno de Uribe, esta política es la única salida que tiene el Estado para
coartar y penalizar a aquellos individuos que transgreden las normas de convivencia
3
en la sociedad, estrategia que además asegura la viabilidad de la democracia y la
legitimidad del Estado, así lo indicó el informe redactado por la presidencia de la
República sobre la Política de Seguridad Democrática.
Sin embargo, varios organismos no gubernamentales, están seguros que esta política
ha hecho que el Estado persista en la búsqueda de la paz por los caminos de la
guerra, porque según ellos, el ejército se ha comportado como un ejército de
ocupación que en lugar de generar confianza y seguridad, aporta terror y desorden
social, sobre todo en las regiones más marginadas y violentas del país, logrando
posteriormente que la población civil vea a la fuerza militar como enemiga y no
como estabilizadora del orden público, y encargada de salvaguardar a los
ciudadanos.
La Comisión Colombiana de Juristas, por ejemplo, en un informe realizado sobre La
Masacre de la Chinita, asegura que a pesar de las cifras millonarias de inversión
para el fortalecimiento militar, el Estado no ha tenido la capacidad efectiva para
garantizar la protección del derecho a la vida, la integridad personal y los demás
derechos fundamentales.
Al parecer, cada vez más se comprueba lo dicho por Ernesto McCausland, periodista
colombiano que “en Colombia ya no se sabe si las masacres tienen nombre de
pueblo o los pueblos tienen nombre de masacre: cada vez más, sus nombres poéticos
se tiñen de sangre”. (McCausland, E. 1997)
En este sentido, este trabajo pretende analizar el accionar de la Fuerza Pública en las
masacres de Trujillo, La Rochela, Mapiripán, y San José de Apartadó; y a partir de
una recolección de voces en contra y a favor de la Justicia Penal Militar (JPM) se
hará un análisis, y consecutivamente se llegará a varias conclusiones.
Para llevar a cabo esta labor, fue necesario contrastar diversas posiciones de fuentes
autorizadas como el Senado de la República, que legisló a favor de los militares, al
introducir una nueva reforma militar; la Fiscalía General, que critica el fuero militar;
los mismos miembros de la Fuerza Pública que defienden a toda costa su labor
militar aún conscientes del grave problema de violaciones a los derechos humanos
4
que los envuelve; y finalmente los medios de comunicación que han mantenido una
distancia, poco explicables y para nada justificable, frente a este tema, por la falta de
pruebas y el difícil acceso a las fuentes, teniendo en cuenta que los periodistas
judiciales vienen a ser las fuentes predilectas para determinar las conclusiones.
Adicionalmente, se encontró pertinente consultar el material de los organismos no
gubernamentales más influyentes como son la Comisión Colombiana de Juristas y el
Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo, los cuales atacan a las Fuerzas
Militares de Colombia.
Asimismo, cuestionan las sentencias emitidas por la
Fiscalía, y mantienen vigentes los hechos y las denuncias del pasado para informar a
la opinión pública, e intentar acabar con la impunidad preexistente. Ante la
impunidad, como única salida, estos organismos llevan sus denuncias a la Corte
Interamericana de Derechos Humanos, la cual se ha encargado de presionar al
Estado y hacer que éste responda ante las víctimas, por los crímenes, juzgando y
condenando a los culpables.
La primera parte del trabajo empieza,
con la definición de
impunidad, el
significado conceptual de la Fuerza Pública, y su responsabilidad en el Estado
colombiano, y finalmente la definición de la Justicia Penal Militar en Colombia.
Posteriormente, se hará una construcción histórica y teórica del surgimiento del
poder militar en Colombia, para entender por qué las Fuerzas Militares tienen tanta
libertad de acción sobre la vida nacional. Después de esto, se presentará una
contextualización geográfica de las cuatro masacres, su ubicación para entender la
importancia estratégica de cada una de las zonas, los hechos, y finalmente los
actores principales involucrados.
En seguida, se concebirá un análisis de las cuatro masacres a partir de la recolección
de voces, teniendo en cuenta también las redes de apoyo que se construyeron, y
como éstas terminan afectando a la población civil. Evidentemente, se tendrá en
cuenta el tipo de accionar paramilitar en cada una de las masacres, y finalmente la
omisión, apoyo y convivencia de los militares con los paramilitares durante las
masacres.
5
En este orden de ideas, se establecerá una serie de reflexiones relacionadas con el
papel del periodista frente a este tipo de investigación, y los obstáculos que se le
presentan diariamente en su quehacer periodístico.
Para concluir, aunque el trabajo está enfocado en analizar el porqué hay impunidad
en la justicia penal militar; hay que dejar claro que el rol del periodista es
fundamental en este tipo de investigaciones, por cuanto su papel de juez público es
determinante y necesario, no sólo para dar a conocer la verdad sino para servir de
mediador entre los hechos acaecidos, las instituciones que los investigan y la
sociedad en general. Siendo este trabajo una demostración de cómo el papel del
periodista se hace vital, en su forma investigativa y en dar a conocer a la opinión
pública dichas investigaciones, contribuyendo a entender el difícil entramado de lo
que hoy es Colombia. También evidenciando en ello, la importante misión
periodística consistente en refrescar la memoria histórica y no permitir que el
Estado olvide sus responsabilidades.
El rol del periodista se mencionará al final, porque se narrará su difícil labor a partir
de la experiencia, la cual brindará un valor agregado al trabajo de grado. De la
misma forma, para dejarle claro al lector, que el periodista siempre busca la verdad,
y cuando no lo hace o no lo logra es porque se ve impedido, en su mayoría de veces,
por las amenazas y restricción a los documentos.
Por tratarse de miembros de la Fuerza Pública, los periodistas no denuncian la
mayoría de los hechos por temor a ser amenazados o rechazados dentro de su
gremio, pues hay que tener en cuenta que los periodistas casi siempre siguen las
políticas y tendencias del medio para que trabajan, y como consecuencia no
informan temas que merecen investigación, y ser contados a la opinión pública.
6
1. MARCO TEÓRICO
No existe crimen más grande que aquel que se perpetra a conciencia de su impunidad
Hobbes (LEVIATHAN)
Durante cinco años consecutivos (1997-2002), 254 miembros de la Fuerza Pública
fueron cómplices de actos que atentan contra los derechos humanos, según el informe
anual de DIH de 2002. Aunque las ONGs atribuyen las violaciones a las FARC, el
ELN y las AUC, culpándolos de ser los autores intelectuales del mayor número de faltas
contra DDHH y DIH en Colombia, también lograron demostrar la responsabilidad y
participación activa de la Fuerza Pública en actos que atentan contra la vida y honra del
ser humano.
Lo anterior demuestra la grave situación en que la Fuerza Pública se encontró frente a
uno de los temas que más preocupan a la humanidad: la violación de los derechos
humanos. Pese al conocimiento de su participación y colaboración directa con los
paramilitares, especialmente, el Estado no supo actuar con responsabilidad, y
justificando su inocencia, por falta de pruebas y testigos, dejo los casos en manos de la
Justicia Penal Militar. En este proyecto sólo se tratarán cuatro de los cientos de casos
que reflejan la ineficiencia estatal y el poder militar alcanzado durante décadas.
Sin embargo, antes de explicar de fondo el actuar de la Fuerza Pública, su justicia
militar especial y sus consecuencias, vale la pena referirse primero al concepto literario
de impunidad, para después entrar a explicar el por qué y el como de los excesos dentro
de la institución castrense, teniendo en cuenta que la impunidad está estrechamente
relacionada con los casos de estudio y la situación judicial militar en Colombia.
1.1 ¿Qué son los “Crímenes de Lesa Humanidad”?
El origen jurídico de los Crímenes de Lesa Humanidad hay que buscarlo en el Tribunal
Internacional de Nuremberg, el cual se creó para juzgar y castigar a los principales
criminales nazis de la Segunda Guerra Mundial. Aunque fue un tribunal creado por
7
Estados Unidos, Gran Bretaña, la Unión Soviética y Francia, su “Estatuto y sus
sentencias se apoyaron en principios jurídicos que posteriormente han sido reconocidos
universalmente”. (Tribunal Permanente de los Pueblos, 1989, p. 18)
El Tribunal Internacional de Nuremberg define los crímenes de lesa humanidad “como
cualquier acto inhumano cometido contra la población civil, las persecuciones por
motivos políticos, raciales o religioso, que constituyan o no violación del derecho
interno de los piases donde se comentan”. (Tribunal Permanente de los Pueblos, 1989,
p. 19) Aunque el estatuto condenaba sólo a aquellos que cometieran delitos durante la
guerra o en relación con ella, más adelante las Naciones Unidas contempló la necesidad
de implantar los principios jurídicos de Numberg a nivel internacional, y a todo aquel
que violara o atentara contra los derechos humanos y utilizara como vía de exterminio la
tortura, desaparición forzada, asesinatos, reducción a la esclavitud, y cualquier acto
inhumano perteneciente a la categoría de Crímenes de Lesa Humanidad.
1.2 La impunidad en Colombia
La impunidad se refiere a ciertos hechos que, contemplados en la legislación como
delitos, no han sido sancionados como tales, y de una forma u otra han sido olvidados
por el gobierno o, en su defecto, han sido difíciles de comprobar. Se trata de un
fenómeno antijurídico, que viene operando en Colombia hace más de 20 años.
Asimismo, al consultar libros o bibliografía especializada sobre la impunidad, se puede
concluir que las definiciones más acertadas o al menos las más pertinentes para este
trabajo, serán estas, que se complementan entre sí:
Fenómeno que implica dejar sin castigo a culpables de crímenes o delitos, que afectan
a individuos y grupos sociales, que se imponen en forma repetida y dominante,
generando incertidumbre a propósito de la confianza en el proceso político social.
Entendemos también por impunidad, toda situación objetiva de tolerar y dejar intactas
las estructuras y actitudes que han hecho posibles tales crímenes y eludir una
responsabilidad elemental frente al futuro, la de salvaguardar los valores básicos de la
convivencia civilizada. (Portillo C. 1996)
8
Por otro lado, la Corte Interamericana de Derechos Humanos definió la impunidad
como “la falta en su conjunto de investigación, persecución, captura, enjuiciamiento y
condena de los responsables de las violaciones de los derechos”. (Guzmán, F.A. (2003),
2003, p.47)
Otra definición de impunidad dice:
Se trata de una infracción de las obligaciones que tienen los Estados de investigar las
violaciones, adoptar las medidas apropiadas respecto de sus autores, especialmente en la
esfera de la justicia, para que sean procesados, juzgados y condenados a penas apropiadas,
de garantizar a las víctimas recursos eficaces y la reparación del perjuicio sufrido y de
tomar todas las medidas necesarias para evitar la repetición de dichas violaciones.
Guzmán, F.A. (2003), 2003, p.47)
El Derecho Internacional ha sido claro en manifestar que los crímenes de lesa
humanidad no pueden tener “beneficio de amnistía, ni prescripción, ni caducidad”; los
culpables o autores directos o indirectos deben ser juzgados rígidamente en su país o en
su defecto ser extraditados aunque no existan tratados de extradición. Asimismo, para
garantizar una completa justicia, los cómplices, aquellos que no actúan para prevenir el
delito y faltando a su deber, deben ser condenados con las mismas medidas judiciales
sin importar su condición o posición en el estado. Sólo así, la humanidad puede
defenderse de los crímenes que la imposibilitan de convivir en paz.
Con estas definiciones es más fácil acceder a la inquietud sobre si los excesos dentro de
la Fuerza Pública están relacionados con la impunidad en Colombia. Si bien es cierto
que su función militar es determinante para apresurar la terminación del conflicto
armado, dentro de sus funciones se han presentado excesos que han llevado a algunos
de sus miembros a cometer y atentar directa o indirectamente contra la vida y la honra
de personas inocentes. En este sentido, para la Corte Interamericana, la obligación del
Estado colombiano es evitar y combatir la impunidad.
La incapacidad del Estado de castigar a quienes han participado y colaborado
masivamente en las violaciones de los derechos humanos, especialmente, desde los años
9
ochenta, como sucedió en Colombia con las masacres de Trujillo (1988), la Rochela
(1989), Mapiripán (1997) y San José de Apartadó (2005), ha sido uno de los problemas
a esta situación, la cual será difícil de resolver por los diferentes testimonios que
existen, teniendo en cuenta que por tratarse de casos del pasado la Fiscalía General de la
Nación se ha visto obligada a basar sus testimonios en los testigos y victimarios de los
crímenes.
1.3 ¿Qué es la Fuerza Pública?
Según la definición otorgada por el Ministerio de Defensa, la Fuerza Pública está
conformada por las Fuerzas Militares y por la Policía Nacional, las cuales son las
encargadas de ejercer el monopolio legítimo de la fuerza dentro del Estado colombiano.
Específicamente, las Fuerzas Militares están conformadas por el Ejército Nacional, la
Armada de la República de Colombia y la Fuerza Aérea Colombiana, organismos
encargados de garantizar la seguridad, defensa y orden de la Nación.
Cuando se profirió la Declaración del Hombre y del Ciudadano, en 1979, se estableció,
en el artículo 12 lo siguiente: “Para garantizar los derechos del hombre y del
ciudadano es necesaria la Fuerza Pública. Por consiguiente, se ha instituido esta
fuerza en beneficio de todos y no para la utilidad particular de aquellos a quienes se la
confía”. (La Corte Penal Internacional y las Fuerzas Armadas de Colombia, 2006, p.35)
En ese orden de ideas, el rol del ejército es enfrentar a los grupos revolucionarios al
margen de la ley, utilizando todos los medios necesarios, que estén a su alcance, con el
propósito de garantizar “la subsistencia del ente estatal”, la seguridad y la protección de
los derechos del hombre. Según la Constitución del 91 “las Fuerzas Militares tendrán
como finalidad primordial la defensa de la soberanía, la independencia, la integridad del
territorio nacional y del orden constitucional”. (Constitución Política, 2006)
La policía, por su lado, es un “cuerpo armado permanente de naturaleza civil, a cargo de
la Nación, cuyo fin es el mantenimiento de las condiciones necesarias para el ejercicio
10
de los derechos y libertades públicas y para asegurar que los habitantes de Colombia
convivan en paz”. (Constitución Política, 2006)
Los miembros de la Fuerza Pública no pueden participar en las decisiones políticas del
país, tampoco pueden ejercer cargos públicos, mientras permanezcan en servicio activo,
en donde se vean involucrados en actividades o debates relacionados con partidos o
movimientos políticos.
1.3.1 La Fuerza Pública en el Estado colombiano y su responsabilidad
De acuerdo con el artículo 123 de la Constitución Política los miembros de las Fuerzas
Armadas gozan de la calidad de servidores públicos, y poseen un fuero militar1 el cual
indica:
De los delitos cometidos por los miembros de la Fuerza Pública en servicio activo, y
en relación con el mismo servicio, conocerán las cortes marciales o tribunales
militares, con arreglo a las prescripciones del Código Penal Militar. Tales cortes o
tribunales estarán integrados por miembros de la Fuerza Pública en servicio activo o
en retiro. (Código Penal Militar, 1999, Articulo 2º)
El fuero militar es un privilegio y garantía especial que pertenece a los miembros de la
Fuerza Pública, cuyo fin es que sus integrantes sean juzgados de manera especial,
siempre, por jueces o tribunales también especiales como excepción al principio general
de la igualdad ante la ley. El fuero es un derecho universal que concreta a todos los
Ejércitos del mundo, y es a su vez un principio “correlativo a la jurisdicción y
competencia de la justicia penal militar”. Adicionalmente a esto, el fuero tiene carácter
permanente y tiende “a preservar a la institución de injusticias como efecto del
desconocimiento de las condiciones de vida castrense por jueces o tribunales
ordinarios”, por lo tanto quienes interpretan las actuaciones del militar deben estar
identificados con la sicología castrense, y vivir las mismas circunstancias, para “que de
1
Según el articulo 221 de la Constitución Política, el fuero militar ha sido modificado por el acto
legislativo 02 de 1995 Art. 1º.
11
este modo puedan comprender y evaluar sus actos con imparcialidad y administrar los
casos con verdadera justicia”. (Salazar López, 1993, p. 177)
Aunque, el fuero militar brinda a la Fuerza Pública ciertos privilegios, el juzgamiento,
según sus miembros, goza de rigidez porque al ser hombres de armas son investigados
y sancionados por sus pares con penas más estrictas, según lo asegura la Justicia Penal
Militar, si se tiene en cuenta que son hombres de la patria que deben velar a toda costa
por la seguridad, integridad, y derechos de cada uno de los habitantes.
No obstante, para la Comisión Interamericana de Derechos Humanos existe una
parcialidad que caracteriza a la Justicia Penal Militar (JPM). Según la Comisión, el
hecho de que los miembros sean juzgados por jueces militares, que no tienen carrera
judicial y que hacen parte de la institución armada, hace que los procesos sean
deficientes. Ante este problema, el Estado se ha pronunciado y ha investigado a fondo
los procesos, dentro de los cuales ha encontrado irregularidades.
Sin embargo, a pesar de detectar anomalías en la JPM, en su forma de operar y ejercer
sus responsabilidades, según la Comisión, el Estado no ha intervenido en los fallos para
garantizar una imparcialidad justa a las víctimas y familiares de violación de derechos
humanos. El Estado no puede olvidar que goza de una posición jurídica de “garante de
los derechos humanos, de la cual emergen obligaciones esenciales para la protección y
salvaguarda de éstos, asimismo debe prevenir a toda costa las violaciones, investigarlas,
procesar y sancionar a sus autores y sobre todo reparar justamente los daños causados”.
(Guzmán, F.A. 2003, p.19)
Aunque la institución armada haga parte de una jurisdicción militar y esté obligada a
regirse bajo las normas del Código Penal Militar, mientras se encuentren en servicio
activo y ejerciendo sus funciones profesionales, los miembros de las Fuerzas Armadas
deben estar sometidos al Estado y cumplir los roles atribuidos por este último.
En este orden de ideas, se puede decir que la obligación del Estado es garantizar el
ejercicio de los derechos y libertades, rol que involucra directamente a la Fuerza
Pública. Por lo tanto, el deber del Estado es organizar el aparato gubernamental y, en
general, todas las estructuras en las que se transmita el ejercicio del poder público, de tal
12
manera que sea capaz de garantizar el total ejercicio de los derechos humanos. Debe,
igualmente, prevenir, investigar y juzgar todo aquello que atente contra la violación de
los derechos humanos. En el caso de la desaparición forzada o masacres perpetuadas, el
Estado debe sancionar a los culpables, indemnizar a los familiares de las víctimas y
definir la situación de las mismas. En este sentido, si uno de los roles esenciales de la
Fuerza Pública es proteger a la población civil, y evitar cualquier acto que atente contra
los derechos humanos, entonces ¿cuál vendría siendo el papel conjunto del Estado y la
Fuerza Pública en Colombia?
La Comisión Interamericana le ha dejado claro al Estado Colombiano que la
responsabilidad frente a la violación de derechos humanos no se agota con tan sólo el
pago y reparación económica a la parte civil, sino su deber de investigar y juzgar con
los medios que estén a su alcance, debe seguir siendo su prioridad.
Como ya se ha mencionado anteriormente, el rol de la Fuerza Pública es el de garantizar
la protección de la vida y honra de los seres humanos. También debemos indicar que la
Justicia Penal Militar (JPM), como su aparato judicial especial, también hace parte del
papel y responsabilidad de la institución armada.
Desde el momento en que un ciudadano decide integrarse a las Fuerzas Armadas, y
toma el juramento, se ha comprometido con la Constitución y las Leyes, quedando su
comportamiento sometido por las normas nacionales e internacionales, sobre las cuales
debe otorgar respeto y garantizar el mantenimiento integral de los derechos del ser
humano. En materia penal, la responsabilidad militar es un compromiso individual, que
cada miembro debe adquirir con el Estado, y “no debe por ningún motivo comprometer
el nombre de cada una de las fuerzas” (Mejía Azuero J.C., 2006, p.42). Sin embargo,
esto no se entiende en instancias nacionales e internacionales, y más bien se ha
interpretado como una excelente herramienta utilizada dentro de la guerra jurídica y
judicial.
La definición de la JPM será explicada en el siguiente apartado, sin embargo su función
principal es la de juzgar a los miembros uniformados de la Fuerza Pública cuando éstos
cometan delitos en servicio. No obstante, para la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos la JPM “no cuenta con el requisito de independencia ya que pertenece a la
13
rama ejecutiva y no a la judicial, como debe ser para el cumplimiento de este propósito.
La rama judicial es autónoma e independiente respecto de cualquier otra rama del poder
público, a fin de que sus actuaciones y decisiones no sean afectadas o influenciadas por
cualquier otro interés que no sea el de administrar justicia; sin embargo, el fuero militar
no puede considerarse un verdadero sistema judicial ya que no forma parte de esta rama
del poder”. (Hochman Caro, D.C., (2005)
Hay que aclarar que dentro de los fines de la democracia, existe una subordinación de
las fuerzas militares ante el poder civil. Este componente es crucial sobre todo en los
países que, como Colombia, carecen de legitimación política y de control en el
monopolio de la fuerza, por lo que se ven obligados a acudir permanentemente a las
fuerzas armadas para combatir y enfrentar al enemigo.
Por lo tanto, el privilegio que existe de la parte “civil” sobre la “militar”, no debe ser
entendido o visto como un común acuerdo entre las fuerzas militares y la policía, para
proteger exclusivamente los intereses de la elite civil gobernante. La Fuerza Armada no
es un instrumento pasivo que hace las veces de guarda espaldas privado, sino su rol y
relación se basa en garantizar “el predominio de la racionalidad política sobre la
racionalidad bélica, de manera que sólo cuando la primera se haga invisible se acuda a
la segunda, y aún en este último evento, el uso de la fuerza este limitado por los
imperativos de la búsqueda de legitimidad propios de la racionalidad política”. (Palou
J.C, 2009)
1.4 Definición de la Justicia Penal Militar (JPM)
La finalidad de la JPM es la de proteger determinados bienes jurídicos relativos a los
miembros de la Fuerza Pública, “evitando cualquier tipo de irregularidades en el
cumplimiento de las funciones que el Estado les ha encomendado, mediante la
imposición de límites al ejercicio de la fuerza con miras a ratificar la existencia del
derecho y la supervivencia misma del Estado.” (Del Carmen Carmeño Petro J. (2004)
14
Los miembros de la Fuerza Pública son personas que, desde adolescentes en la mayoría
de los casos, se deben a la vida castrense. Tanto física como mental y espiritualmente,
se capacitan día tras día para defender la soberanía, la integridad territorial y la defensa
de la Constitución. Por eso, se espera que sientan un elevado patriotismo, hasta el punto
de renunciar a sus intereses personales y, además, el sacrificio de su vida en defensa de
los intereses patrios. Esto es lo que los diferencia de una persona del común
La confianza depositada en ellos les otorga la responsabilidad de portar armas,
salvaguardar y proteger ante cualquier circunstancia la vida y la integridad de los
ciudadanos. Es así como el Código Penal Militar señala, en su artículo 16, que en el
momento de incurrir en “una conducta punible, los militares tienen el privilegio de ser
investigados y juzgados por sus pares”, ya que son éstos los que poseen los
conocimientos profundos y los derechos que conlleva la vida militar. Así mismo, la
existencia de la JPM se hace fundamental para los miembros de la Fuerza Pública pues
consideran que sus pares son los más indicados para emitir un fallo justo “del cual se
desprenda para el militar infractor la sanción o absolución correspondiente”. (Del
Carmen Carmeño Petro J. 2004)
Por lo tanto, podemos definir la JPM como aquella que se ejerce sólo sobre los
miembros uniformados de la Fuerza Pública cuando éstos cometen delitos sólo durante
el servicio. Es de esta forma como en el Código Penal Militar se encuentra establecido
cada uno de los artículos por los que se rige esta justicia. No es pertinente remitirnos a
cada uno de ellos, pero sí es conveniente nombrar los más significativos para tener una
visión general del contenido. Como ya se indicó, la JPM es un derecho que tienen los
militares en razón de sus funciones. Al respecto, el Código Penal Militar de 1999 en su
artículo 1° señala que: “De los delitos cometidos por los militares en servicio activo y
en relación con el mismo servicio conocerán las Cortes Marciales o Tribunales
Militares, con arreglo a las prescripciones de este Código. Tales Cortes o Tribunales
estarán integrados por miembros de la Fuerza Pública en servicio activo o en retiro”.
Ante esta explicación, queda claro que los militares en servicio activo que cometan
delitos sólo en relación con el mismo, siempre estarán “protegidos” por un fuero militar
y, por tanto, serán juzgados bajo la jurisdicción militar.
15
Los delitos que acoge la JPM se clasifican específicamente en tres categorías. La
primera abarca las violaciones típicamente militares, como son los delitos contra la
disciplina (desobediencia, ataque al superior o al inferior), los delitos contra el servicio
(abandono de puesto o del comando, abandono del servicio, delito del centinela, etc.),
los delitos contra los intereses de la Fuerza Pública, delitos contra el honor (cobardía,
comercio con el enemigo, injuria y calumnia) y delitos contra la seguridad de la Fuerza
Pública (ataque al centinela, falsa alarma, revelación de secreto, uso indebido de
uniformes e insignias, sabotaje, fabricación o posesión de explosivos y municiones,
generación de pánico). En la segunda categoría se encuentran los delitos comunes
militarizados, como son las lesiones personales, robo, estafa, emisión, transferencia
ilegal de cheques etc. Y la tercera está conformada por los delitos contra la
administración pública (peculado, tráfico de influencias, etc.)
Como se observa, el Estatuto Penal Militar excluyo de los tribunales militares las
violaciones a los derechos humanos, ya que por ningún motivo, según el Código Penal
Militar, se podrá considerar como delito la tortura, el genocidio y la desaparición
forzada, “entendidos en los términos definidos con convenios y tratados internacionales
ratificados por Colombia”. (Guzmán, F.A, 2003, p.51)
Sin embargo, antes de la Constitución del 91, el Código Penal Militar de 1988 tipifico
como infracción militar, la tortura (articulo 256), la ejecución extrajudicial (articulo
259), y según el Ministerio de Defensa, en la época, la desaparición forzada de personas
(articulo 253 “detención arbitraria especial”). Fue así, como a partir de 1988 se
reglamento esa ley a favor del sistema militar, teniendo en cuenta que antes de
constituida la Justicia Penal Militar siempre juzgaba a sus pares cuando estos cometían
violaciones a los derechos humanos contra civiles. Con esto, se pretendía, además,
resolver definitivamente, y a favor de los tribunales militares, el conocimiento de típicas graves
violaciones a los derechos humanos cometidos por miembros de la Fuerza Pública, que hasta
ahora eran tratadas como delitos comunes cometidos con ocasión al servicio, lo que permitió
en algunas oportunidades que los jueces ordinarios asumieran el conocimientos de estos
delitos, por considerarlos no conexos con el servicio. (Guzmán, F.A. (2003, p.212)
Desde aquí se desprende el debate entre la JPM y la justicia ordinaria. La JPM busca
tanto su autonomía, como tener más participación en las decisiones penales de sus
16
miembros, porque considera que su rol como ente judicial se está disminuyendo cada
vez más, hasta el punto de desaparecer por completo.
Por otra parte, esta competencia militar fue declarada por la Corte Suprema de Justicia
en septiembre de 1971 y abarca sólo los delitos cometidos en tiempo de guerra,
“turbaciones del orden público o conmoción interior”, puesto que, en caso contrario, la
justicia ordinaria será la competente. A quienes les compete juzgar a los militares es a
los Instructores Penales Militares quienes incitan la investigación y, una vez estudiada
detenidamente, la envían al respectivo comandante de unidad, base, brigada,
departamento o repartición militar “que por mandato legal cumpla la función del juez de
primera instancia” (Un Paso al Frente. (s.f) Pág.190). Estos jueces no tienen que ser
abogados para ejercer su cargo, ya que son monitoreados por un auditor de guerra
encargado de asesorar en materia penal militar a dicho juez de instancia. Vale la pena
aclarar que “ningún militar inferior podrá juzgar a uno superior ni a otro más antiguo”
(Código Penal Militar, 1999, Artículo 2do).
En el gobierno de Belisario Betancur rigió el Estatuto de Seguridad o Estado de Sitio, el
cual limito “las libertades civiles” concediendo facultades especiales al ejército. El
objetivo principal radico en intentar, por medio de esta vía, disminuir los movimientos
rebeldes para, posteriormente, poder proteger las instituciones democráticas.
Sin
embargo, con esta política de seguridad, aunque se obtuvieron buenos resultados en el
campo militar, se multiplicaron los disturbios urbanos, se incrementaron las actividades
del narcotráfico y las acciones violentas de los grupos u organizaciones guerrilleras,
surgiendo como consecuencia a todo esto torturas frecuentes, desapariciones y otras
serias violaciones a los derechos humanos.
Uno de los aspectos más controvertidos durante este estatuto, está dado en que todo
civil que cometiera delitos relacionados con la extorsión y sedición, sería juzgado por la
Justicia Penal Militar, ante los consejos verbales de guerra. Sin embargo, después del
cambio de la constitución del 91, esa medida militar dejo de existir. Por lo tanto,
después del 91 los militares jamás volverían a “juzgar” a los particulares.
Los jueces de instrucción penal militar, en su competencia deben tener claro que, si un
delito no está atribuido a su autoridad, deben abstenerse de adelantar la investigación y
enviar los antecedentes a un juez ordinario. Los crímenes de lesa humanidad, es decir,
17
los que atentan contra los derechos humanos, no podrán ser juzgados por la JPM, sino
que se encargará directamente la justicia ordinaria. Sin embargo, el tema de la justicia
en Colombia es sensible y arduo de desenmarañar, pues su desarrollo se ve alterado
fácilmente cuando “existen vínculos políticos o intereses de distinta índole que no
encajan dentro de lo que debe ser el rigor jurídico” (Brigadier General (r) Clavijo A.
2006, p.284). Precisamente, éste es uno de los elementos del debate principal: la
injusticia llevada por la impunidad.
Los procesos jurídicos en nuestro país revelan una sensación de anomia, y nos muestran
que nuestro sistema jurídico siempre ha estado en crisis y a través de ella persiste la
violencia.
Además, con esta justicia resquebrajada por determinados actores, “es
imposible que los planes de paz no queden supeditados a los desajustes de la situación
interna”. (Brigadier General (r) Clavijo A. 2006, p.284)
La Procuraduría General de la Nación, organismo de control más importante en esta
jurisdicción, interviene permanentemente en las diversas etapas de los procesos penales
que adelanta la JPM, con el fin de garantizar “el derecho que tiene la sociedad a que se
adelanten procesos justos contra los miembros de la Fuerza Pública que han incurrido
en la comisión de un delito, y a que tal hecho sea efectivamente castigado”. (Código
Penal Militar, 1999)
La JPM siempre ha sido motivo de debate en Colombia. Sus múltiples reformas no han
dejado de criticarse, y la opinión pública sigue reclamando una justicia militar más
digna y, sobre todo, que ayude a superar la impunidad. Aunque, la población civil no
espera entender o conocer el funcionamiento interior de la JPM, sí anhela que ésta
justicia especial respete la vida y honra de los civiles, fallando siempre a favor de la
verdad.
Según el Código Penal Militar (1999) en su artículo 5, es necesario entender que las
infracciones cometidas por agentes militares deberán ser calificadas, investigadas,
acusadas y juzgadas por los fiscales y jueces militares que deben estar desligados de la
línea de mando con los delitos relacionados, para así lograr una independencia e
imparcialidad absoluta. (Guzmán, F.A., 2003, p.52)
18
La estructura de la JPM sería modificada y quedaría integrada por el Tribunal Superior
Militar, Jueces de Primera Instancia y oficiales militares sin mando operacional. La
nueva administración de justicia castrense, después de su última reforma, se
complementaría con las Fiscalías Penales Militares, la Auditoria de Guerra y el
Ministerio Público.
Adicionalmente, sólo los miembros de la Fuerza Pública en
servicio activo o en retiro pueden ser jueces militares (Artículo 221 de la Constitución y
retirado por el artículo primero del Código Penal Militar). De la misma forma, los
demás funcionarios partícipes de este proceso penal, como son los magistrados del
Tribunal Superior Militar, jueces de instrucción, fiscales, auditores y demás,
son
declarados “empleados públicos del Ministerio de Defensa Nacional”.
Otra de las innovaciones positivas que se hicieron a la JPM fue la de reintroducir la
figura civil, con el fin de contribuir a la verdad de los hechos desde una mirada “ajena”
al contexto militar. No obstante, esta figura no tiene acceso a los documentos
clasificados o reservados de la Fuerza Pública que se requieren para un proceso militar.
El proceso penal militar, tiene que cumplir con todas las exigencias constitucionales y
legales del sistema democrático colombiano, para así poder proceder ante los hechos
indignos que tienen vínculos penales.
Una vez presentado el delito, se abre una
investigación preliminar, para determinar si en las actuaciones de las tropas se ha
cometido alguna ilegalidad que pueda ser motivo de una investigación. Si el resultado
es positivo se abre dicha investigación penal, de lo contrario, se archiva.
Como segunda instancia, el juez penal militar analiza las circunstancias de modo,
tiempo y lugar del hecho. Paralelamente, valora si el suceso se ha realizado como
consecuencia de una actuación propia de la misión de las fuerzas militares. De ser así,
este delito estaría en el ámbito de su competencia, y no tendría que ser remitido a la
justicia ordinaria.
No obstante, se presenta una serie de choques en este proceso. El primero es cuando
ambos jueces de las distintas jurisprudencias reclaman el caso, porque aseguran que es
de su competencia, ya sea militar u ordinaria, y el segundo, cuando ambos la rechazan.
Cuando sucede esto, el expediente se envía al Consejo Superior de la Judicatura, el cual
decidirá bajo sus criterios quién es el más apropiado para llevar el caso.
19
1.5 El poder militar en Colombia
En Colombia las fuerzas militares, además de ser un símbolo de protección y confianza,
son un actor institucional que tiene como función ejercer el monopolio legítimo de la
fuerza, para así garantizar la seguridad integral y controlar el conflicto que agobia al
país desde los años 50.
Sin embargo, su poder ha nacido con inimaginables
imperfecciones, y su desenvolvimiento histórico ha sido influenciado tanto por países
latinoamericanos y europeos como por norteamericanos.
El ejército como organismo y cuerpo persigue un propósito. No se trata de una Fuerza
Armada creadora sin fines y objetivos, sino de una fuerza que nació en virtud de un Fiat
lux, cuyo propósito racional siempre va a estar dirigido hacia el cumplimiento de
determinadas finalidades. Si bien es cierto que una de ellas es la de ayudar al poder
civil, es claro que su rol fundamental, según la Constitución es el de combatir, eliminar
a los subversivos, y ganar guerras. Por lo tanto, su papel no puede ser confundido con
el poder civil, sino debe ser respetado y sus características exclusivas deben estar claras.
Estas características son: “(1) comando centralizado, (2) jerarquía, (3) disciplina, (4)
intercomunicación, (5) esprit de corps2 y el aislamiento y la autosuficiencia
consiguientes” (Bermúdez Rossi G. 1982, p. 18). Estas características hacen únicas a las
Fuerzas Armadas, otorgándoles responsabilidad sobre lo que acontece en materia de
seguridad sobre el territorio nacional, a diferencia del poder civil cuyo rol substancial es
ejercer el control político y garantizar los derechos y libertades de todos los
colombianos; rol conjunto que debe ser ejercido entre la Fuerza Pública y el Estado.
Sin embargo, a pesar de los intentos por conservar su esencia y rol exclusivo militar, el
papel que jugo el ejército en Colombia durante varias décadas “fue militarmente
ineficaz y políticamente marginado”, (Pizarro LeónGómez E., 1987, septiembre –
diciembre, p.28) siendo los partidos políticos los encargados de monopolizar su Fuerza
Armada, y los culpables de involucrarlos en la política, logrando acrecentar su ego
militar y permitiendo una apaciguada incrustación militar en el poder.
2
Esprit de corps: término que se refiere al espíritu o sentido de solidaridad y compañerismo.
20
1.5.1 La profesionalización de las fuerzas armadas de Colombia: el periodo de la
violencia
La época de violencia marcó una ruptura significativa en la vida nacional, pero además
logró una evolución en las instituciones militares. A partir de 1948, las fuerzas
militares empezaron a interesarse por ser parte del polémico sistema político del país,
convirtiéndose, más tarde, en un importante e influyente actor político, con el cual debe
contar todo gobierno dada su capacidad de incidir en la elaboración de las decisiones
estatales.
La crisis del sistema político, la cual surgió con más intensidad a partir del
acontecimiento histórico, el “bogotazo”, abrió un espacio preponderante para las fuerzas
armadas, permitiéndoles ejercer cargos públicos y participar de forma directa en la toma
de decisiones políticas. Ante este conflicto, el Estado agotó todas las instancias legales
convenientes, razón que explicó la urgente necesidad de recurrir como única salida a su
Fuerza Armada.
Por esta razón, es importante mencionar los factores históricos esenciales, que se
encargaron de llevar a la institución al protagonismo, especialmente en pleno auge de la
época de la violencia (desde 1948 hasta casi 1990). Hay que dejar claro, que una
institución que “abandona sus funciones constitucionales de la defensa nacional y se ve
involucrada, en forma permanente, en los conflictos internos de un Estado, termina por
constituirse en uno de los actores centrales del juego político”. (Pizarro LeónGómez E.
1987, mayo - agosto, p.28)
Sin embargo, el rol de las fuerzas militares como actor político clave, el cual se hizo
posible gracias a la violencia política crónica ocasionada por la pugna de poderes entre
los dos partidos políticos más influyentes, el liberal y conservador, no fue el único
hecho influyente en su profesionalización militar y adquisición del poder.
Adicionalmente a esta, surgió la preponderante participación de la Fuerza Pública en la
guerra de Corea y los gobiernos cívico-militares de 1953 a1958, hechos que
intervinieron, asimismo, en la transformación y fortalecimiento de las fuerzas militares.
21
A partir de 1949, bajo la presidencia conservadora, surgen en el territorio nacional los
grupos guerrilleros estimulados por el partido liberal y por el partido comunista, los
cuales buscaban, por medio de los grupos subversivos contrarrestar la Violencia
impulsada por la hegemonía conservadora para mantenerse, obtener el poder y control
del sistema político y económico. En este contexto, la pugna y descontrol social, obligó
a las Fuerzas Militares como organismo encargado de intervenir en momentos de
guerra, a involucrarse lentamente en la lucha por combatir la guerrilla.
Hasta este punto y bajo este contexto político, era difícil para la institución militar
concentrarse en mejorar sus estructuras y su educación militar. Por eso, sólo hasta 1955
se hizo posible la creación de la primera escuela de comandos de América Latina,
Tolemaida.
No obstante, antes de 1955, y después, existieron cinco escuelas militares3 que por la
falta de experiencia, y numerosas circunstancias políticas no aguantaron las presiones y
se desvanecieron por:
La inestabilidad permanente de la vida política generada por las constantes guerras
civiles locales y nacionales que afectaron al país; la competencia que ejercían sobre el
ejército central las heterogéneas milicias privadas de poderosos hacendados
regionales; la debilidad del gobierno central en un país pobremente integrado y,
finalmente, la ideología antimilitarista de la elite política que obstruyó
sistemáticamente la consolidación de un ejército permanente con un pero nacional
real. (Pizarro LeónGómez E., 1987, septiembre - diciembre, p.30)
Ante las circunstancias sociales, económicas, pero sobre todo políticas a las que se
sometía el país era imposible, o al menos muy precario, aún mantener una escuela
castrense, por la falta de un mercado interno desarrollado, un poder supremo local
ejercido y un núcleo político frágil. Bajo este contexto era difícil consolidar un ejército
nacional viable que, además, tuviera una estructura militar solida compuesta por una
profesionalización militar estratégica y sobresaliente.
El primer inicio de la profesionalización militar y el alcance político de las fuerzas
militares, se dio especialmente, a raíz de las alianzas y múltiples intereses sociopolíticos y económicos, producidos por la llegada al poder del partido liberal en 1930.
3
Las escuelas militares fueron conformadas en 1848, 1861, 1883, 1891, y 1896.
22
Durante el mandato del liberal, Enrique Olaya Herrera, se crearon enfrentamientos por
un poder independiente entre los partidos políticos, liberal y conservador, dejando como
resultado numerosas torturas e incalculables muertes.
Las fuerzas armadas, en este contexto, comenzaron entonces a adquirir un papel “atroz”
dentro de la sociedad, pues se vieron obligadas a derrotar a todo aquel que fuera en
contra del gobierno. Ante esto, la ruptura histórica de la hegemonía conservadora incitó
a un período de violencia, y también, influyó en la formación de una estructura
heterogénea de la institución militar, en donde la Fuerza Pública ya no luchaba en
función de una sola fracción política, sino por los intereses particulares de los dos
partidos tradicionales. Un vez más el rol de la Fuerza Pública había sido guiado por
quienes necesitaban ser defendidos y protegidos, más no por aquellos que
verdaderamente buscaban paz, y en general salvaguardar la vida de la población entera.
De esta manera, a raíz de la larga administración del partido liberal, la institución
militar decidió distanciarse del gobierno liberal, para más tarde crear el primer
movimiento militar, en 1944, al mando del coronel Diógenes Gil, quien intentó
desplazar del poder político al partido liberal, por considerarlo culpable de la situación
social, política y militar del país.
Así, sólo fue necesario un entrenamiento internacional por parte de Estados Unidos para
que las fuerzas armadas se integraran directamente a la violencia, por creer tener claro
la dinámica nacional del conflicto, en la cual habían estado alejados por varios meses.
Con su actitud, y desempeño en el conflicto político, lograron desvirtuar totalmente el
concepto de honor, valor, gloria y sacrificio, que inicialmente se buscaba con la
profesionalización. Comenzó a evidenciarse, entonces, poco a poco un derrumbe y una
desmoralización interior en las fuerzas armadas. La actitud del ejército frente al
gobierno de Laureano Gómez comenzó a agrietarse.
Altos oficiales de la Fuerza
Armada fueron partícipes de la violencia, por ejemplo cuando decidieron arrojar a los
prisioneros desde sus aviones en pleno vuelo, por el simple hecho de ahorrar munición.
(Bermúdez Rossi Gonzalo, 1982, p. 43) De la misma forma, empezaron a aliarse con las
guerrillas, entregándoles armamento para causar pánico en la población urbana y rural
con el fin de conseguir sus propósitos democráticos.
23
El segundo factor corresponde a la participación de la Fuerza Pública colombiana en la
Guerra de Corea. En 1950 “el gobierno creó mediante el decreto 3927 el Batallón de
Infantería No. 1 “Colombia”, el cual inició de inmediato su etapa de preparación para
ser enviado a combatir en la guerra”. (Pizarro LeónGómez, Sep/Dic. 1987, p.31) En
1951, el ejército zarpo con 1.080 soldados y tres Unidades de la Armada Nacional, y
tres meses después de su llegada entro en combate por primera vez. En total la
operación dejo 131 muertos, 428 heridos y 69 desaparecidos.
El propósito principal de Laureano Gómez4 (1950 – 1951) frente a la participación
militar en Corea, era obtener un apoyo militar, y a cambio recibir equipos militares
altamente tecnológicos, una indemnización por parte de las Naciones Unidas, y un
adiestramiento especializado al interior de toda la Fuerza Pública. En este sentido, el
general Álvaro Valencia Tovar, quien participó en esta guerra, resaltó que la experiencia
de las tropas en Corea había sido determinante para aprender a combatir en un contexto
más moderno, adquirir un dominante entrenamiento militar y, además, vivir más de
cerca la guerra y sus implicaciones.
Adicionalmente a esto, el general Valencia define la modernización militar a partir de
tres hitos históricos influyentes, los cuales ayudaron a la evolución de la institución
castrense, siendo considerablemente, según él, la guerra de Corea la más determinante:
1) Uno de los hitos fue la creación de la reforma militar (1907) bajo el mando del
General Rafael Reyes Prieto5, influenciada, asimismo, por la misión chilena, la cual
había sido contratada para entrenar a la Fuerza Pública en el arte de la guerra, e
igualmente intentar eliminar su despolitización partidista.
Gracias al general Reyes, en Colombia se formalizó y se construyó la primea Escuela
Militar de Cadetes, y la Escuela Naval en Cartagena, y en 1909 la Escuela Superior de
Guerra. Se trataba de buscar otra salida para llegar a una transformación ideológica
militar desde la enseñanza, para que los miembros de la institución aprendieran a ver su
escuela con honor, valores, fortalezas, tanto morales como físicas, y en donde, además,
se formaran como un ejército con carácter nacional.
4
5
Presidente del momento y principal promotor de la causa.
Presidente entre 1904 y 1909
24
Con la reforma militar la profesionalización del ejército permitió el ingreso de las
familias tradicionales liberales y conservadoras a la Escuela Militar de Cadetes. Lo que
sin lugar a dudas, hizo que las clases dominantes dejarán a un lado el servicio militar
obligatorio, por considerarlo de bajo status social, asignándoselo exclusivamente a las
clases proletarias. Los campesinos y obreros, las clases marginadas y desempleadas
eran las únicas obligadas a servir como soldados y combatientes de la patria. En
Colombia, en esa época, sólo un 9% de los jóvenes tenía oportunidades de ingresar a la
universidad o a un instituto de enseñanza superior, “beneficios que son de las clases
altas o medias, y –muy- escasamente de los estratos sociales bajos. La educación
superior era demasiado cara”. (Bermúdez Rossi Gonzalo, 1982, p. 43)
En este sentido, Alain Rouquiè señala que en América Latina durante la
profesionalización militar, a principios de 1907, se presentó una transformación dentro
un ejército pre-profesional, cuyos oficiales eran miembros de la elite civil, y cuyos roles
se centraban, esencialmente, en asuntos de carácter socio político.
Aunque la constitución de la reforma benefició a los nuevos oficiales, garantizándoles
conocimientos técnicos, y ascensos militares, a los viejos oficiales les perjudicó
indirectamente, poniendo en riesgo su status y estabilidad en la institución. (Pizarro
LeónGómez, Sep/Dic 1987, p.33)
2) El segundo hito corresponde al conflicto del Perú en 1932, cuando las tropas
peruanas invadieron Leticia, capital del departamento de Amazonas. Por la distancia, la
carencia de tecnología militar, y el transporte, las tropas militares colombianas no
lograron llegar a tiempo, haciendo más difícil la recuperación territorial tomada por los
peruanos. Este hecho demostró, una vez más, el descaecimiento total por el que pasaba
la institución militar.
La situación era, pues, lamentable. La artillería se limitaba todavía a los obsoletos
cañones donados en 1911; la aviación sólo contaba con un reducido número de
aviones viejos y desprovistos de armas, siendo los pilotos sólo cuatro y mal
preparados, por lo cual fue necesario contratar pilotos extranjeros; en cuanto hace a la
Marina, sólo disponía de muy contadas embarcaciones apropiadas para operaciones
fluviales. Al inicio del conflicto, el país sólo disponía de 99 hombres en la zona
distribuidos en guarniciones a lo largo del Río Putumayo, sin medios adecuados de
transporte y comunicación. (Pizarro LeónGómez, Sep/Dic. 1987, p.42)
25
Aunque la enseñanza de Perú no repercutió, ni tampoco agregó un valor militar añadido
a la Fuerza Pública, sirvió como alerta para mejorar la situación económica castrense, y
su entrenamiento e inteligencia militar. Ante esta debilidad, el Banco de la República
aprobó un préstamo para los gastos de equipos militares más urgentes, así como
también la clase adinerada contribuyó con artefactos lujosos para poder, por medio de
la Fuerza Pública, acabar con la violencia política.
3) La participación en la guerra de Corea, hace parte del tercer hito histórico, según el
general Valencia Tovar, la cual fue determinante para la tecnificación militar, al
proporcionar un acercamiento real con la guerra, y un contacto directo con oficiales
expertos. Fue la primera experiencia en un conflicto internacional, en el cual los
miembros militares partícipes de la misión tuvieron la oportunidad de presenciar el
conflicto entre las dos fuerzas comunistas de Corea del Norte y la China continental.
La experiencia en la guerra de Corea sirvió de motor a las fuerzas armadas para
amplificar su desempeño tanto en la guerra regular como en la irregular. Para muchos la
intervención del ejército fue ilógica e injustificada, ya que el continente americano
(Colombia) y el asiático (Corea) no tenían una guerra anunciada, ni mucho menos un fin
común que perseguir. Sin embargo, el argumento a favor de las unidades militares
colombianas, y la explicación del por qué de la participación en dicha guerra, fue la
lucha por la libertad y la defensa de una democracia amenazada que además,
naturalmente, tenía como fondo un interés y estrategia político-militar particulares con
Estados Unidos.
Sin embargo, aunque la Fuerza Pública fue entrenada perfectamente por las misiones
extranjeras en el arte de la guerra, a su regreso tuvo enormes debilidades al tenerse que
adaptar a un contexto propio de guerra, esto sin decir que el conflicto en Colombia no
fuera una “guerra” política propia. Es claro que la reforma militar del general Reyes
contribuyo a la profesionalización militar; no obstante, sólo durante el desarrollo de la
época de la violencia las fuerzas militares aprendieron “obligadas” a combatir y a
enfrentar a un enemigo que se venia fortaleciendo desde 1949: la guerrilla. La poca
preocupación del gobierno por construir un ejército militarmente bien estructurado,
26
según las necesidades del país, hizo que el enemigo tomara ventaja ante un conflicto
que se venía asomando desde la década del 60.
Cuando el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán fue asesinado, la resistencia
conservadora y el marco político del país empezó a ejercer un control más rígido y a
colapsar sobre el territorio nacional, incrementándose simultáneamente la violencia
política. Para evitar su desarrollo, la población necesitaba de las fuerzas militares para
combatir al enemigo. Sin embargo, el carente entrenamiento militar enfocado a la guerra
convencional, la escasez de armamento, a pesar de la inversión militar ejecutada tiempo
atrás, el poco número de hombres disponibles, la inadecuada relación con la población
civil, y sobre todo la dificultad de definir entre la multitud al enemigo, fueron factores
que contribuyeron a la decadencia de la institución y al feroz incremento del conflicto.
Aunque la participación en la guerra de Corea sirvió en su momento para que el ejército
asimilara y viviera de cerca un conflicto más real, el resultado al final fue negativo. La
dificultad de poder enfrentar una guerra convencional, hizo, asimismo, más arduo el
duelo contra la guerra de guerrillas. Si bien la decisión de participar en la guerra de
Corea no era obligatoria, según LeónGómez6 la oportunidad de viajar a un continente
desconocido fue la excusa ideal para evadir el conflicto interno del país, y obtener a
cambio una experiencia más fructífera e internacional.
El conflicto político en esta guerra ajena había politizado una vez más a las fuerzas
militares, enviando a oficiales, en su mayoría, liberales a la guerra. Con esto, la división
política, entre conservadores y liberales, en el interior de la institución militar se hizo
más evidente. Mientras que algunos militares de derecha buscaban suprimir al enemigo,
el resto buscaba aliarse tímidamente con los de izquierda, para intentar tejer alianzas
garantes. La desarrollada lucha de poder entre los dos partidos políticos, seguía
involucrando directamente a los miembros militares, logrando que la dinámica del
conflicto se entorpeciera, permitiendo, además, que los oficiales desviaran su atención
para lo que realmente habían sido entrenados y formados.
6
Ver articulo completo sobre la profesionalización militar en la época de la violencia en:
http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/colombia/assets/own/analisis%20politico%2002.pdf
27
El tercer factor, se refiere al alcance político e influyente que la institución militar logró
obtener cuando los militares accedieron por primera vez, al poder.
La politización militar alcanzó cubrir gran parte del territorio nacional. A partir de 1946,
202 militares sirvieron como alcaldes en 12 departamentos en virtud del estado de
excepción, incluyendo a oficiales y suboficiales de la policía. Durante el estado de sitio,
se expidieron varios decretos7 entre los cuales vale la pena mencionar uno, para
observar el alcancé y acercamiento de la Fuerza Pública al poder: el gobierno ante la
crisis “estableció para todo el territorio nacional la censura de prensa y radiodifusión,
quedando a cargo de los gobernadores, intendentes y comisarios, así como de las
fuerzas militares”. (Bermúdez Rossi G. 1982, p. 278)
Esta penetración del militarismo como actor político determinante, hizo que se formará
esa coalición partidista y pugna de poderes, que más tarde se reflejo en la sociedad
como una violencia insaciable que produjo injusticias de todo tipo, entre ellas: la
impunidad. La violencia no sólo hizo posible la politización al interior de la Fuerza
Pública, sino que también arraso consigo a la institución militar, formando en ella
estragos irremediables.
El rol de las fuerzas militares como ente de protección se había evidenciado en la
disciplina y en la unidad de cuerpo, que mostro frente al conflicto interpartidista. Por
esta, razón y debido al apresurado progreso de la violencia, el gobierno se vio en la
necesidad de depender más del ejército, como única salida y forma de obtener segura la
protección y los derechos salvaguardados. “Los intereses de los militares, empezaron
entonces a desplazarse de lo general a lo particular, de la defensa de una región a la de
una clase, y la de una clase a la del ejército como institución, hasta llegar a su
7
Decreto 03518: declaró turbado el orden público y en estado de sitio todo el territorio nacional.
Decreto 13519: el gobierno modifico el funcionamiento de la Corte Suprema de Justicia en el sentido de
que para tomar cualquier decisión, en sala plena, sobre declaratoria de inexequibilidad en todo o en parte
de los decretos dictados por el gobierno, cuando hubiere sido acusado de inconstitucionalidad, dicha
decisión requería en adelante las tres cuartas partes de los votos de los magistrados.
Decreto 03520: dispuso la clausura del Congreso, las asambleas departamentales y los concejos
municipales "hasta la fecha que el gobierno determine".
Decreto 05321: estableció para todo el territorio nacional la censura de prensa y radiodifusión, quedando
a cargo de los gobernadores, intendentes y comisarios, así como de las fuerzas militares.
Decreto 03521: designo el personal de censores para los periódicos, revistas y demás publicaciones de
esta índole en Bogotá.
Decreto 05322: prohibió todas las manifestaciones y reuniones de carácter público.
Decreto 05323: los gobernadores fueron investidos de poderes especiales o extraordinarios.
28
degradación final en los casos – los hay muchos – en que los oficiales intervienen con el
fin de mejorar sus propias carreras personales”. (Bermúdez Rossi G. 1982, p. 57)
Esta dependencia de gobierno e institución castrense hizo evidente, y más cercano el rol
de la Fuerza Pública como actor político inevitable. Fue entonces, cuando Laureano
Gómez, ministro de Relaciones Exteriores,8 convenció y mostró al Estado Mayor del
Ejército la necesidad de crear un gobierno militar como solución para apaciguar y
superar la crisis desatada por la violencia política y pugna de poderes. Ante esta
propuesta los altos miembros del ejército pidieron y aconsejaron al presidente Mariano
Ospina Pérez9, dejar atrás la Constitución, y crear una junta militar para tratar de
extinguir la subversión; sin embargo, Ospina rechazó el ofrecimiento por considerarlo
arriesgado para la democracia, y a cambio ordeno la conformación de un gabinete
compuesto exclusivamente por militares, el cual estaría permanentemente bajo sus
ordenes, y el cual, además, trataría a través de estrategias políticas-militares tranquilizar
la crisis. A pesar de la tentadora oferta conservadora, y durante su mandato, los altos
mandos militares rechazaron la propuesta del presidente de turno, por considerarla
peligrosa, y amenazante para su institución por dos razones: 1.Ocuparse y concentrarse
más en asuntos políticos, resultaba riesgoso para la población civil, por lo que los altos
mandos tendrían que dejar casi a un lado los asuntos militares relacionados con los
combates, y 2. los oficiales del ejército no estaban lo suficientemente preparados para
ejercer cargos públicos, por lo que estos estaban muy lejos de su formación profesional.
El costo que se pagaría más tarde, sería la creciente dependencia y apoyo consecutivo,
al que el gobierno se vio obligado a desarrollar frente a la institución militar, por querer
aumentar el espacio e influencia militar. Después que las fuerzas militares reafirmaron
el apoyo absoluto hacia el gobierno, La Fuerza Pública se acogió a la propuesta de
hacer parte de un “Gabinete de Unión Nacional”, en el cual los miembros de la
institución militar ejercerían los roles correspondientes al Ministerio de Guerra,
8
Laureano Gómez fue presidente de la República entre 1950 – 1951. En 1948 fue Ministro de Relaciones
Exteriores, sin embargo se retiro prontamente después del asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer
Gaitán.
9
Presidente conservador entre 1946 – 1950. Durante su gobierno se inició la llamada época de la
Violencia, la cual se acelero con el asesinato del caudillo el 9 de abril de 1948. Cuando Ospina decidió
cerrar el Congreso en 1949, tomó medidas estrictas frente a la situación, y decidió inaugurar una década
de dictadura civil y militar.
29
tomando las riendas administrativas, las cuales, además, estarían bajo el mando de un
general liberal, Germán Ocampo.
A partir de entonces, el trato del gobierno hacia las fuerzas armadas fue exclusivo;
condecoraciones y ascensos, fueron parte del premio por el buen comportamiento,
resultados satisfactorios, y alianza solida.
Los Consejos Verbales de Guerra, creados por el Código de la Justicia Penal Militar, y a
los cuales los miembros militares tienen derecho a acudir para que sus derechos sean
respetados, pero, además, en donde se practican y controvierten libremente las pruebas,
fallando con total independencia, fueron utilizados en el gobierno de Ospina para
reprimir sólo a algunos oficiales que tuvieran algún tipo de acercamiento con los grupos
subversivos o en dado caso simpatía con el partido comunista. Sin embargo, nunca
fueron del todo estrictos y severos frente al comportamiento inadecuado militar. “Los
Consejos de Guerra eran asignados cuando se declara turbado el orden público y en
estado de sitio, parte o todo el territorio del país, a efecto de que ejerzan esas funciones
con carácter excepcional”. (Derecho a la Justicia y a Proceso Regular, 2009)
Después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, Darío Echandía Olaya jugo un rol crucial
en la política, al aceptar la oferta, de Ospina, de formar un gobierno de Unión
Nacional10, y ejercer el cargo de ministro de Gobierno, como posible solución a la
agotadora violencia política. Sin embargo, la coalición partidista, se torno moralmente
imposible lo que hizo que más tarde se rompiera el pacto. En este proceso, de encontrar
caminos viables para la situación nacional, el Ejército ejerció un papel neutral en el
conflicto político, al no dejarse contagiar, hasta este punto, por la filosofía
conservadora, la cual estaba asumiendo el poder en el momento. No obstante, al
quebrantarse la unión bipartidista, la posición neutral del ejército quedó a un lado, el
grupo de seis liberales fue reemplazado por tres conservadores y tres militares,
permitiendo la introducción de la Fuerza Pública al conflicto político.
10
El gobierno de Unión Nacional estaba conformado por 6 liberales y 6conservadores, para garantizar
equidad y transparencia, con el fin de calmar la violenta pugna de poder desatada por los dos partidos
tradicionales e influyentes de Colombia.
30
Mientras que el ejército se incrustaba en la política y aprovechaba los espacios que el
gobierno le otorgaba, en el Ministerio de Guerra, bajo el mandato del general Rafael
Sánchez Amaya, se empezaban a evidenciar las fracturas originadas por el abandono del
papel neutral del ejército frente a la violencia. Por orden del gobierno, la institución
castrense dio de baja a oficiales liberales, lo que hizo que se politizara aún más la
Fuerza Pública, convirtiéndose en instrumento del partido conservador, y agresor
principal, no para salvaguardar los derechos de la población, sino para proteger las
estrategias políticas, y la vida de los integrantes de la élite.
La alianza conservadora necesitaba consolidar su poder, y la única forma de hacerlo, era
formando una hegemonía excluyente, que requería con urgencia de un aparato militar
disciplinado para poder ejercer, así, sus funciones políticas con albedrío.
En 1949 fue nombrado Evaristo Sourdis ministro de Guerra, quien tomó una actitud
arbitraria frente al ministerio, y quien ascendió sin fundamentos de coronel a general a
Gustavo Rojas Pinilla, designándole, igualmente, el cargo de director principal del
Ejército Nacional de Colombia. Sourdis, se dedico a modificar, la Jefatura del Estado
Mayor, y la Escuela Superior de Guerra, designando a un general y coronel como
directores principales. La obstinación de pertenecer al órgano político estaba
entorpeciendo la función y desdibujando la raíz original de los militares. El ejército
estaba sufriendo una desmoralización interna, y lentamente se empezó a evidenciar en el
cambio de comportamiento; cada vez más actuaban de forma similar a la policía, y su
accionar neutral se esfumaba exponencialmente.
1.5.2 Un General en la presidencia
Como ya se indicó, a partir de 1949 la Fuerza Pública empezó a presenciarse ante la
opinión pública como actor político definitivo. A esto, se le sumo la laboral del general
Rojas Pinilla, al construir durante su mandato (1953) una estrategia militar bajo una
tutoría civil. El esfuerzo de Rojas se vio plasmado cuando logró reducir la fuerza
subversiva liberal con el apoyo del mismo partido.
Sin embargo, las elites bipartidistas no buscaban a un general como presidente o
impulsar una dictadura, sino su estrategia consistió en brindarle al ejército un poder
31
exclusivo, pero concluyente, por considerar este “pacto” la única salida política a la
crisis que vivía el país.
Los partidos políticos en ningún momento pensaron “en las fuerzas militares como un
proyecto político autónomo, sino como una fuerza subordinada a las elites políticas,
quienes debían ocupar provisionalmente el solio de Bolívar mientras se reconstruía el
orden institucional, tras lo cual el bipartidismo retomaría el mando.” (Pizarro
LeónGómez, Sep/Dic. 1987, p.38)
El acuerdo entre los dos partidos políticos era imposible de alcanzar, razón que explicó
la alianza militar consolidada a partir de la época de la violencia. Como se ha dicho
repetidamente, la Fuerza Pública, fue para la política el único salvavidas entre el
conflicto interno. Sin embargo, la labor del general Rojas Pinilla de poner a disposición
el ejército a las elites bipartidistas, hizo que el protagonismo militar se redujera en su
más mínima expresión.
El gobierno del general trajo consigo múltiples consecuencias: su mala experiencia y
poco desempeño en las áreas administrativas y políticas, hizo que el país se sucumbiera
en un abismo, provocando que “su mandato cayera en un acelerado descaecimiento,
vacio de apoyo de las fuerzas armadas, vacio de apoyo de la pequeñas burguesías, y
vacio de apoyo del pueblo”. (Bermúdez Rossi G, 1982, p103.)
Las fuerzas armadas, durante su dictadura, se mostraron como un aparato defectuoso,
manipulado al gusto de la burguesía, la cual se encargo de estigmatizar a la institución
militar. Al militar sólo se le podía ver en los cuarteles, y a los civiles en la burocracia,
lo que explicó el principio de un “rechazo” y la primera señal de aislamiento en la
participación activa en la política.
El servicio militar obligatorio empezó a ser incrustado en la política militar de Rojas
Pinilla. Su idea era sembrar de nuevo la confianza pérdida de la población hacia el
ejército, brindándole la oportunidad a la clase obrera de acceder a la educación a través
de una instrucción militar rígida. Su propósito consistió, asimismo, en incentivar a los
bachilleres recién graduados de colegio, para que ellos, desde adentro, plasmaran el
vivir diario de un soldado, y así contribuyeran a mejorar la imagen democrática de la
32
Fuerza Pública, así como también vivieran de cerca los problemas y condiciones “de la
defensa nacional y de la seguridad, y en esencia, a convertirse en entusiastas o integrales
patriotas al servicio de la nacionalidad decrecida”. (Bermúdez Rossi G, 1982, p. 43.)
La idea de convocar a los bachilleres a las escuelas castrenses surgió, también, como
propuesta de mejorar la calidad educativa, promover el estudio a los jóvenes, y
aumentar la calidad intelectual, como vía alterna al problema económico devastador del
país. La alta demanda en las Universidades sirvió de pretexto para invitar a la población
civil a hacer parte de las fuerzas militares. Se trataba de una “estrategia militar” que
tenía como fin reclutar a jóvenes desubicados, frustrados y angustiados, que veían
después del colegio un mundo desconocido. Pero sobre todo, convertirlos en una gran
masa a favor del sistema. Ante esta situación, el gobierno concedió una beca por cada
60.000 habitantes para aquellos que no pudieran ingresar a las universidades
tradicionales, y pudieran, de este modo, realizar sus estudios en las escuelas militares.
La doctrina militar estuvo enfocada, sobre todo, al mundo de la milicia y su entorno de
guerra y combate, dejando atrás la oportunidad de aprender sobre derechos humanos,
historia y ciencia. En contraste con Brasil y Argentina, donde la escuela castrense,
además, de enseñar sobre milicia, poseía una escuela exclusiva de formación cívica y
moral, donde los soldados aprendían costumbres y modales cotidianos útiles para la
vida diaria, y para el desarrollo personal.
La experiencia de hacer parte del Ejército de Colombia era un sueño para quienes no
tenían la oportunidad de acceder a la educación superior, creyendo que a través de esta
podrían obtener cargos jerárquicos militares que influyeran en la toma de decisiones
políticas y económicas del país. Sin embargo, bajo la situación en que se encontraba la
nación, el reclutamiento militar sólo podía limitarse en entrenar e instruir a los soldados,
prohibiéndoles el acceso y acercamiento total a libros o material didáctico. Testimonios
de hombres que vivieron la experiencia en el monte, dicen que “Son once meses en los
cuales no puede tocar un libro, ni leer un periódico. No dejan que ninguno se cultive
intelectualmente”. (El Espectador, 1981, 29 de enero)
A pesar de la escasa formación académica, el proceso de reclutamiento fue ejercido de
una manera brutal: abusos aberrantes de autoridad, golpizas, violación a los derechos
ciudadanos y humanos, pero sobre todo un mal comportamiento por parte de los
33
soldados y miembros de las fuerzas armadas hacia aquellos jóvenes que apenas iban a
ser incorporados a los cuarteles. La pregunta que surge en este sentido es: ¿será real que
los bachilleres aprenden en los cuarteles a palpar más de cerca los problemas de la
defensa nacional y la seguridad?11 Si bien es cierto, que al concluir el servicio militar
los jóvenes han sentido que sus sueños y metas han sido frustrados, pero sobre todo se
dan cuenta que nunca adquirieron unos claros conocimientos de la defensa y seguridad,
ni mucho menos desarrollaron un sentimiento de patriotismo.
En medio de una violencia atroz, donde unos luchaban por el poder, otros porque sí,
unos pocos por dejarse llevar por la masa, y otros por defenderse, se necesitaba un
organismo de control urgente que por lo menos intentara cesar el fuego entre los
enemigos. Por eso, para Rojas Pinilla, la fuerza militar en tiempos de guerra debía
incrementar su número de hombres y acrecentar, asimismo, la popularidad militar, para
facilitar la ejecución del poder castrense. Aunque los militares asumieron el poder en el
periodo más sangriento de la historia, era necesario por la salud nacional, que más tarde,
una vez acordada la paz, los partidos tradicionales y los civiles volvieran a tomar el
poder para garantizar equidad, y equilibrio judicial. Con este argumento, el general
intentó calmar a la opinión pública, asegurando que la Fuerza Pública jamás busco
quitar el poder estatal de las manos de los civiles, sino quiso a través de un poder militar
reparar el conflicto que se vivía entre los dos poderes políticos, y los revolucionarios.
Otra razón que explicó el abandono político militar, fue la escasa y pobre preparación
en los aspectos administrativos y humanísticos, poniendo al mando militar en un plano
de inferioridad frente a los profesionales de las respectivas áreas. El fuerte y
sistematizado entrenamiento, no les permitía a los oficiales y suboficiales asistir a los
centros educativos. La mayoría de las actividades se centraban en la milicia, con el fin
de limitar su capacidad intelectual.
La Escuela Superior de Guerra, era el centro de “altos estudios militares”, donde eran
entrenados los altos mandos militares “para las represivas y sutiles hazañas contra las
clases populares”. El centro era considerado como el filtro más ideológico y sutil para
alcanzar el alto mando. Sin embargo, nunca los preparo como destacados matemáticos,
11
Pregunta que se formula el mayor Gonzalo Bermúdez Rossi en su análisis personal sobre las Fuerzas
Armadas.
34
científicos o políticos al servicio del país, sino como seres sistematizados y obligados a
obedecer las órdenes de la elite. En contraste con otros países de América Latina, donde
a los militares si se les reconoció su capacidad y alta formación intelectual. En
Colombia sólo se trataba de una “escuela clasista de las fuerzas armadas, estructurada
así por la clase dominante con fines e intereses bien determinados”. (El Poder Militar en
Colombia, 1982, p. 105) Es importante, finalmente, contrastar, en este sentido, la
profesionalización e importancia educativa que existía en otros países, como Perú,
Argentina, Brasil, Guatemala y Chile, donde preexistía una preocupación en incentivar
una alta educación militar, para que después fuera más asequible y creíble para los
militares transmitir sus vivencias del conflicto, y sus conocimiento a la población civil.
Por lo tanto, en dicho países “no sólo era el ejército la escuela de una nación que le
confiaba a sus jóvenes, sino que los oficiales conocían de cerca los problemas del
pueblo y, por lo tanto, de la nación mejor que los políticos y los poseedores”. (El Estado
Militar en América Latina, 1984, p.119)
Un nuevo militarismo se estaba evidenciando, pues “el ejército intervenía cada vez más
como institución suprapartidista e incluso anti política”. (El Estado Militar en América
Latina, 1984, p.120.) Como es el caso de Argentina, en donde las primeras
manifestaciones políticas de los oficiales se empezaron a evidenciar en el sufragio
universal de 1912, permitiéndoles votar y por lo tanto ser participes de la actividad
política nacional.
El 10 de mayo de 1957 el Teniente General Rojas Pinilla fue destituido, y los jefes de
los partidos liberal y conservador, Alberto Lleras Camargo, y Laureano Gómez
empezaron a planear los objetivos estratégico-político-militar del país, entre los cuales
se encontraba, crear una junta militar denominada “Frente Nacional”, cuyo objetivo era
crear un gobierno democrático civil burgués, el cual estuviera integrado por un
almirante y cuatro generales al servicio de las clases dominante. A pesar de todo, el
poder civil permitió que lo militares quedaran en el poder hasta el 7 de agosto de 1958,
permitiendo que las fuerzas armadas salieran con honores y pausaran su impopularidad
con discreción. Fue así, como el poder político de la oligarquía retomó el poder y
desactivo todas las medidas del anterior régimen.
35
Por primera vez en la historia la Fuerza Pública tomó conciencia y se dio cuenta que
siempre estuvo al servicio de las clases dominantes, pero que además fue considerada
por las elites sólo como una “guardia nacional”, y no como una institución, benéfica, al
servicio de la sociedad. De este modo, la caída de Rojas Pinilla sirvió para que muchos
entendieran el debilitamiento que el régimen militar estaba ocasionando a la estructura
militar; convirtiendo a sus miembros simplemente en guerreros y defensores de la
patria.
Rojas Pinilla se encargo de opacar a los líderes militares aptos para asumir un poder
político, o ejercer un cargo público. Los altos mandos militares siempre se concentraron
en formar y formarse como soldados y no como “doctores”, o seres más intelectuales y
morales frente a la guerra. El general olvido por completo la necesidad urgente de
capacitar a sus miembros en derechos humanos, para que ellos pudieran entender con
más bases y fundamentos la guerra, sus actores e implicaciones.
El único espacio “político militar” amplio y preponderante que dispuso la institución
militar fue en tiempos de estado de sitio, develando roles secundarios, como alcaldes,
gobernadores, y ocasionalmente un importante ministerio. Estaba claro, desde el
principio, que ningún oficial podía ocupar cargos claves e influyentes a causa de la
implantación de la reforma militar de Reyes, la cual consistió en retener a los militares
en sus cuarteles y aislarlos por completo de la realidad socioeconómica del país. Pero,
adicionalmente a esto, la reforma militar tenía como propósito decisivo alienarlos por
algo que ellos mismos ni siquiera entendían, y cegarlos a entender el por qué y el para
qué del Estado burgués clasista.
Desde el principio, la burguesía tenía como propósito preparar a las fuerzas armadas
por una y ante una guerra popular, que los salvaguardara y los ayudara a retener el
poder civil, para así poder beneficiarse económicamente, y vengarse de quienes se
oponían a sus políticas, y pensamientos estatales.
36
2. MASACRES
2.1 Masacre de la Rochela
El 18 de enero de 1989, en pleno auge del narcotráfico en La Rochela (Santander),
fueron retenidos 15 integrantes de la Comisión Judicial (Unidad Móvil de
37
Investigación), por casi 40 miembros del grupo paramilitar “Los Masetos”, el cual se
había identificado primeramente como el Frente Número 23 de las FARC. La comisión
estaba conformada por dos jueces de Instrucción Criminal, dos secretarios de juzgado, y
once miembros del Cuerpo Técnico de Policía Judicial, de los quince integrantes, doce
fueron masacrados por el grupo ilegal, y tres sobrevivieron al macabro atentado.
La conformación de la Comisión Judicial fue dispuesta por la Dirección Seccional de
Instrucción Criminal, con el propósito de proseguir con las investigaciones de múltiples
homicidios y desapariciones que habían sido víctimas habitantes de la Rochela en 1986.
Sin embargo, el objetivo principal de la comisión era buscar pruebas que identificaran
a los culpables que en 1987 habían desaparecido a los 19 Comerciantes en Puerto
Boyacá, donde estaba casi comprobado que el ejército había participado y colaborado
con los paramilitares en la desaparición y matanza de los comerciantes. Por eso, la visita
a la Rochela había sido planeada sin informar a la XIV Brigada y a la II División del
Ejército, para evitar que se infiltrara información al respecto. No obstante, la mortal
masacre igualmente fue ejecutada contra la Comisión Judicial, debido a una
información que había sido suministrada al grupo paramilitar “Los Masetos” desde una
Base Militar, avisando que la comisión iba en busca de más pruebas y testimonios.
El 18 de enero de 1989, los hombres que se hacían pasar por guerrilleros de las FARC,
interceptaron el carro de la comisión y expresaron el deseo de colaborarles en las
investigaciones, porque según ellos había que terminar con urgencia con los grupos
paramilitares que estaban exterminando a los campesinos de la región. “Los
interceptores argumentaron a los funcionarios judiciales que ante la cercanía de tropas
del Ejército Nacional, lo más prudente era aparentar que ellos estaban de rehenes para
evitar un enfrentamiento armado, y poder luego continuar el diálogo en otro sitio.”
(Colombia, Corte Constitucional, 2007, 11 de mayo) No obstante, todo se trataba de una
encrucijada bien planeada por parte de los paramilitares y un grupo de militares.
Posteriormente a esto, los 15 integrantes de la comisión fueron atados de manos,
desarmados, y obligados a cambiar de vehículo. Luego, los paramilitares, que se
hacían llamar guerrilleros comenzaron a disparar contra el grupo de funcionarios,
causándoles la muerte a 12 de ellos. Después de asesinar a los 12 miembros de la
Comisión Judicial, y creyendo que todos habían muerto, sin darse cuenta que dos de los
38
investigadores habían quedado heridos y el tercero se había salvado al caerle uno de sus
compañeros muertos encima, y fingiendo estar sin vida, los paramilitares se llevaron
veintitrés de los veinticinco expedientes, que tenia la comisión, donde estaban los
testimonios y pruebas recogidas.
El conductor de un camión de gaseosas que pasaba en el momento por el lugar de los
hechos, se detuvo al ver el carro de la comisión lleno en sangre y rodeado de muertos.
Wilson Mantilla y Manuel Díaz, dos de los sobrevivientes se subieron al camión y
fueron llevados de urgencia al hospital más cercano. Más tarde, el equipo periodístico
de Vanguardia Liberal, llegó y encontró a Arturo Salgado, el otro sobreviviente, junto a
sus 12 compañeros asesinados, lo auxilio y llevo al hospital.
EL 11 de mayo del 2007, la Corte Interamericana de Derechos Humano condenó al
Estado por no haber investigado la muerte de los 12 funcionarios judiciales, crimen
ocurrido hace ya más de 20 años. Dos años después de la sentencia internacional (2009),
la Fiscalía General de la Nación, con las mismas pruebas que disponía, reabre el caso y
llama apenas a indagatoria a tres generales en retiro, Farouk Yanine Díaz, Juan Salcedo
Lora, y Carlos Julio Gil Colorado (fallecido), y a dos jefes paramilitares, entre los
cuales está Alonso de Jesús Baquero Agudelo, alias Vladimir, hoy en día sometido a la
Ley de Justicia y Paz, quien, además, busca beneficios jurídicos a cambio de contar la
total verdad a las autoridades de lo sucedido en la Rochela, Santander.
La masacre de la Rochela representa hoy en día un monumento a la impunidad, razón
por la cual Colombia fue condenada ante la Corte Interamericana de Derechos
Humanos. Incluso, en el 2005 cuando el caso podía ser reabierto nuevamente, la Unidad
Nacional de Derechos Humanos de la Fiscalía consideró que las pruebas eran
insuficientes, y absolvió del caso a los oficiales en retiro Farouk Yanine Díaz, Jaime
Fajardo Cifuentes, Manuel Jaime Guerrero y Alejandro Echandía, entre otros, dejando
el caso nuevamente en manos de la Justicia Penal Militar.
El problema más grave entorno al caso de la Rochela es que la justicia no ha cambiado
para nada desde 1989, porque incluso conserva el único testigo clave, alias Vladimir,
quien ya había cumplido con su condena en el 2005, pero a causa de la sentencia
39
internacional fue recapturado a finales del 2008, y hoy es considerado un testigo clave
en el proceso de la masacre de la Rochela.
Por ahora, los abogados defensores, pertenecientes al Colectivo de Abogados José
Alvear Restrepo, están pidiendo a la fiscalía ampliar los testimonios de alias Vladimir,
y solicitan que los paramilitares Iván Roberto Duque y Ramón Isaza, también ejecutores
del crimen, sean expulsados de la Ley de Justicia y Paz por no contribuir con la verdad.
La masacre de La Rochela sirve como ejemplo para que la Fiscalía considere de una vez
por todas que los crímenes de lesa humanidad nunca pueden prescribir.
2.1.1 Un periodo caracterizado por el narcotráfico y el para militarismo
Bajo la administración del liberal Virgilio Barco (1986 – 1990), ocurrió la masacre de
La Rochela, presidente particularmente popular entre la comunidad internacional e
impopular entre los narcotraficantes, por haber propiciado el Tratado de Extradición y
haber ejecutado las primeras extradiciones de jefes del narcotráfico a Estados Unidos.
El presidente Barco, coincidió con uno de los periodos más violentos en la historia de
Colombia, debido a la ofensiva lanzada por varios grupos ilegales y carteles del
narcotráfico, que se encontraban irritados con las políticas de Barco, cuyo propósito
principal era abolir por todos los medios a los narcotraficantes. Como respuesta,
inconformismo, y mecanismo de presión, los narcotraficantes secuestraron a los
dirigentes políticos, Andrés Pastrana y Álvaro Gómez Hurtado, y asesinaron a los
candidatos presidenciales Jaime Pardo Leal (UP), Bernardo Jaramillo Ossa (UP), Luís
Carlos Galán y Carlos Pizarro (M-19), al Procurador General, Carlos Mauro Hoyos, y al
director de El Espectador, Guillermo Cano. Los múltiples asesinatos dieron origen a una
era de imparable violencia política y social, donde se declaró e inició el karma de
Colombia: la guerra contra el narcotráfico.
Este contexto político, en el que ocurrió la masacre de la Rochela, es crucial
comprender los inicios de la alianza de la Fuerza Pública con el paramilitarismo,
40
teniendo en cuenta además que en los años 80 se dispararon las tres guerras más
violentas y prolongados en Colombia: el paramilitarismo, el narcotráfico y la guerrilla,
convirtiéndose la corrupción, la violencia y el tratado de extradición en elementos
cruciales de este periodo.
Los paramilitares tenían sus centros de operación en el municipio de Puerto Boyacá, en
Boyacá, y en el municipio Cimitarra, en Santander, y recibían el apoyo constante de la
XIV Brigada del Ejército, la cual operaba con absoluta libertad por todo el Magdalena
Medio.
Entre 1982 y 1989 Puerto Boyacá, municipio que limita al norte con el departamento de
Santander, se convirtió en Vaticano del Paramilitarismo, y centro de entrenamiento
militar de las autodefensas. El grupo ilegal recibía las armas de la Brigada XIV, así
como también el transporte cuando éste lo necesitaba. Cuando el ejército combatía a las
guerrillas con ideología de izquierda, las autodefensas intervenían para ayudarle al
ejército a contrarrestar la pugna. Ante esto, el objetivo del ejército de combatir a las
FARC, especialmente, se estaba cumpliendo, debido a la ayuda y apoyo permanente de
los paramilitares. Por eso, varios poderes del Estado respaldaron esa alianza por
considerarla sana y conveniente, para abolir por otra vía a los grupos guerrilleros, que
más daño estaban causando al país. (Centro de Investigación y Educación Popular
(CINEP), 2004, p.1)
En 1988, el DAS, gracias a las confesiones de un concejal de Puerto Boyacá, comprobó
que tanto el ejército como algunos funcionarios públicos tenían vínculos con las
autodefensas, y en ocasiones el ejército y éste grupo ilegal patrullaban juntos en las
regiones más vulnerables del conflicto. En el testimonio del concejal, según el DAS, el
Batallón Bárbula participó en el proyecto paramilitar, así como también logró
evidenciar la colaboración de jefes del narcotráfico como Gonzalo Rodríguez Gacha,
Fabio Ochoa, Fidel Castaño, Víctor Carranza y Pablo Escobar en las operaciones
paramilitares, donde, además, se reafirmo que a partir de 1985 las autodefensas y el
narcotráfico se aliaron estrechamente, y juntos pensaban en mecanismo para entorpecer
las investigaciones de los crímenes que cometían.
41
Adicionalmente a esto, durante el periodo presidencial de Barco, los paramilitares con
ayuda de los “grandes” del narcotráfico, gozaban de una contratación con mercenarios
israelíes e ingleses para entrenar a los paramilitares, para enfrentar a las guerrillas con
ideología de izquierda. (CINEP, 2004, p.2) En 1987 las autodefensas se vieron con la
necesidad de aliarse a nivel nacional con “la inteligencia militar encabezada por el Batallón
Charry Solano, el cual aglutino los movimientos de autodefensa campesina bajo su control y
para ello organizo una reunión con los lideres regionales en las instalaciones del Charry,
donde surgió una Junta Nacional de Autodefensa, compuesta por lideres de aproximadamente 8
regionales, cuya función era promover el sistema de Autodefensa y coordinar con el Ejército
operaciones de inteligencia”. (CINEP, 2004, p.3) Las reuniones se hicieron en el Batallón
Charry Solano (1986), en el departamento de Santander (1987), y en Caquetá (1989),
cuya organización estaba liderada por un jefe militar encargado de coordinar con la
Junta de las Autodefensas y las Fuerzas Armadas las operaciones y actividades ilícitas.
Antes y durante 1989 en La Rochela, el patrullaje se hacía en conjunto con los
paramilitares y el ejército, siendo el Estado Mayor del Ejército el conector principal
entre ambos grupos.
Con ésta alianza solida, entre 1987 y 1989 los paramilitares cometieron 8 masacres en
promedio en conjunto con algunos miembros de la Fuerza Pública, y anualmente
aproximadamente 25 jueces fueron víctimas de asesinatos o atentados. Según
investigaciones correspondientes a esa época y realizadas por la Fiscalía General de la
Nación, “80 casos fueron imputados a grupos paramilitares, 48 a agentes estatales, 32 a
guerrilla, y 22 a otros factores”. (Colombia, Fiscalía General de la Nación (2008, 6 de
abril)
La mafia empezó a apoderarse del sistema económico del país, y el “Robin Hood
criollo”, Pablo Escobar, comenzó a delinquir a través del narcotráfico, por su deseo de
apoderarse del país y hacer, su propia justicia, utilizando a algunos miembros de la
Fuerza Pública como fuente de información, protección, seguridad, y ocultamiento. El
autor colombiano Fabio Castillo denomina ésta alianza en su libro “Los Jinetes de la
Cocaína”: la Narcomilicia.
42
En este sentido, las declaraciones y testimonios recopilados sobre la masacre de la
Rochela, según la Fiscalía General de la Nación, indican que la “presencia en la zona
alerto a los narcotraficantes Pablo Escobar Gaviria, Gonzalo Rodríguez Gacha y Henry
Pérez, quienes tenían cinco laboratorios de cocaína en esa región, y temían por su
negocio. Tanto Escobar como Rodríguez Gacha presionaron para que los expedientes
fueran arrebatados a la comisión y los funcionarios fueran desaparecidos,” porque
temían que en los informes estuviera la ubicación de los laboratorios, así como las
pruebas y testimonios recogidos que indicaban que el ejército, paramilitares y
narcotraficantes estaban involucrados con los crímenes ocurridos en 1987 en la Rochela.
(Colombia, Fiscalía General de la Nación (2008, 6 de abril)
La masacre que fuera víctima la comisión judicial se produjo dentro de un contexto de
violaciones contra funcionarios judiciales dirigida a impedir sus labores, intimidarlos,
amedrentarlos y así lograr la impunidad de graves violaciones a los derechos humanos.
(Colombia, Corte Constitucional, 2007, 11 de mayo)
2.1.2 Alias Vladimir: testigo clave
La historia comenzó cuando los 19 hombres, con labor de negociantes de
electrodomésticos y otros artículos, desaparecieron en pleno corazón del Magdalena
Medio, sin dejar rastro alguno. La Fiscalía General de la Nación inició la investigación,
pero ni la Procuraduría, ni el C.T.I pudo encontrar evidencias suficientes para
considerar verdaderas las hipótesis acerca de los presuntos responsables. Sin embargo,
Alonso de Jesús Baquero, alias “Vladimir”, el autor de las peores masacres en los años
80, confeso hasta 1997 a la fiscalía su participación y la de uno de los más importantes
generales del Ejército, Farouk Yanine Díaz, en la masacre de los 19 comerciantes,
ocurrida en 1987. Sin embargo, en 1997, un juez militar exonero a Yanine de los cargos
que se le imputaban, dejando nulo el testimonio de “Vladimir”.
Alias “Vladimir” también aceptó liderar la masacre de 1989 contra la Comisión
Judicial. Según el paramilitar, el político santandereano Tiberio Villarreal, sugirió a las
autodefensas robar los expedientes de los investigadores para conocer la información y
43
pruebas que había recogida la comisión, y así evitar que se conociera la verdad.
Adicionalmente a eso, el narcotraficante Henry Pérez creyó conveniente asesinar a los
miembros de la comisión para que ésta no descubriera los laboratorios de droga que allí
operaban, y que eran además supervisados por el grupo paramilitar comandado por alias
“Vladimir”. Según el testimonio de alias “Vladimir”, “ellos pagaron a los policías para
que éstos no escoltaran a la comisión, y la idea de hacerse pasar por guerrilleros surgió
en el último momento. Él fue quien dio la orden de dispararles, dinamitar los carros y
escribir en los restos “fuera masetos” para hacer creer que había sido un ataque de la
guerrilla. Sin embargo, la persona encargada de volar los carros no lo hizo y por eso los
descubrieron, y ese mismo día las autodefensas se enteraron que habían quedado tres
sobrevivientes”. (SEMANA, 1997, 11 de agosto)
Alias “Vladimir” decidió acogerse en 1997 a sentencia anticipada y contar
detalladamente lo que realmente había sucedido en el municipio de la Rochela. A partir
del testimonio del ex paramilitar Vladimir, la Fiscalía logró corroborar y confrontar las
diversas versiones que tenía de los hechos. Como resultado se dictó orden de captura
contra el paramilitar Luís Alberto Arrieta Morales, y el Sargento Otoniel Hernández
Arciniegas, y el Mayor Oscar Echandía Sánchez, actualmente detenidos, y contra los
paramilitares Alonso de Jesús Baquero, Julián Jaimes y Marceliano Paneeso.
Echandía, mayor retirado del Ejército, fue alcalde de Puerto Boyacá en esa época, y
actualmente se encuentra en Estados Unidos indocumentado. La Fiscalía, asimismo,
dictó orden de captura contra el Teniente Coronel Hernando Navas, quien ya tenía un
pasado judicial “sentenciado” por haber permitido la fuga de Pablo Escobar en 1992
cuando desempeñaba el cargo de Director Nacional de Prisiones. En esta ocasión se le
culpa por tener nexos con narcotraficantes, y paramilitares. Hoy en día, esta siendo
investigado, y se espera que sea judicializado con las debidas causas.
2.1.3 Farouk Yanine: ¿héroe o delincuente?
El 25 de julio de 1996 la Fiscalía General de la Nación dictó medida de aseguramiento
contra el general Farouk Yanine, basándose en los argumentos de alias “Vladimir” y de
un suboficial anónimo de la misma Brigada, quien puedo, además, corroborar, que alias
44
“Vladimir” hacía conferencias, autorizadas por el general Yanine, a los militares sobre
“la manera equivocada en que se desplazaba el ejército en las zonas campesinas, razón
por la cual el ejército caía tan fácilmente en las emboscadas de las FARC”. (SEMANA,
1997, 11 de agosto)
El general Yanine llego a principios de los años 80 a la Brigada XIV con sede en el
municipio de Puerto Berrío, en el departamento de Antioquia, donde trato de
implementar una estrategia integral contra los grupos ilegales, involucrando a la
población civil. Desde el inicio, el general Yanine, apoyo a los grupos campesinos de
autodefensa, mediante un decreto dictado en 1960, el cual consentía a los comandantes
militares a entregar armas de largo alcance a campesinos constituidos en grupos y
debidamente inscritos ante las autoridades competentes, con el único propósito de
ayudar a combatir a las guerrillas. Sin embargo, su estrategia aparentemente con fines
pacificadores y no violentos, se torno en una aparato destructor entre los habitantes
El apoyo del general trajo causas positivas a la región y a su carrera militar, porque
logró quitarle a la guerrilla varias zonas del Magdalena Medio, y disminuir su poder;
ésta labor a favor de la nación le ocasiono un ascenso a comandante de la Segunda
División del Ejército. No obstante, tenía como deber abolir también el narcotráfico y a
los grupos paramilitares que se habían aliado para crecer el negocio, combatir a las
FARC, y apoderarse cada vez más de las regiones del país. En este marco, el general se
vio obligado a combatir dos batallas, que ya se habían acentuado con mucho poder en
las regiones de Colombia, y demostrar, al mismo tiempo, que su ascenso si había sido
meritorio.
Por otro lado, desde tiempo atrás, Yanine Díaz había ordenado a un teniente, cuyo
apellido se cree Salinas, vinculado al B-2 del Batallón Calibío, “investigar a quienes
contrabandeaban electrodomésticos, camuflaban armas para la guerrilla, y las
auxiliaban”. (Colombia Nunca Más, 2001) Según declaró ante la Fiscalía alias
“Vladimir”, Yanine estuvo encima del asunto de los comerciantes porque sabía que eran
auxiliadores de la guerrilla, por eso su deseo de exterminarlos y adjudicarle a las FARC
ese delito.
45
Según, “Colombia Nunca Más”, organismo no gubernamental, el crimen fue planeado
en Puerto Boyacá, donde también participaron el Teniente Coronel Hernando Navas
Rubio, Comandante del B-2 de la XIV Brigada, quien también aseguró que “los
comerciantes introducían a la zona armas y municiones con destino a la guerrilla”;
asimismo fueron involucrados al proceso el Comandante de la V Brigada, Brigadier
General Juan José Alfonso Vacca Perilla, Mayor Oscar de Jesús Echandía Sánchez y el
Sargento Otoniel Hernández Arciniegas, quienes, además, coordinaban con el líder
paramilitar, alias de “Vladimir” o “El Negro Vladimir”, la vigilancia de la caravana
hasta llegar al lugar donde estaban los paramilitares. También hubo coordinación con el
Teniente Hugo Isaac Pertuz González, adscrito al Batallón Nueva Granada. ” (Colombia
Nunca Más, 2001)
Si bien los casos de la desaparición de los 19 comerciantes, en octubre de 1987, y la
masacre de la Rochela, en 1989, corresponden a fechas distintas, su conexión se
relaciona por el mismo mandato del narcotráfico, y en un trabajo conjunto entre
paramilitares y el Ejército Nacional de Colombia por combatir a las FARC.
La Justicia ordinaria en la fecha de los sucesos, otorgo la responsabilidad de los hechos
a los paramilitares, mientras que la Justicia Penal Militar, por su lado, seguía
investigando al General Frouk Yanine Díaz, al Teniente Coronel Hernando Navas
Rubio, al Mayor Oscar de Jesús Echandía Sánchez y al Teniente Luís Enrique Andrade
Ortiz, quienes después fueron absueltos por la justicia militar.
En 1989 el general Yanine Díaz fue exonerado por la Justicia Penal Militar por falta de
pruebas, al igual que el resto de militares involucrados. Según, la sentencia
internacional del caso de La Rochela, la desaparición de los 19 comerciantes y la
masacre de La Rochela, constituyo un crimen de lesa humanidad por lo tanto el caso
debió ser procesado por la justicia ordinaria. “El Consejo Superior de la Judicatura,
como en tantos otros casos, coloco su decisiva cuota para garantizar la impunidad al
resolver el conflicto de competencias en favor de la Justicia Penal Militar en el caso de
los 19 comerciantes.” (Colombia, Corte Constitucional, 2007, 11 de mayo) Sólo hasta
1996, fue aceptada la parte civil en la masacre de La Rochela, permitiendo a la Fiscalía
General de la Nación culpar al general Yanine por secuestro extorsivo, homicidio
múltiple y conformación de grupos de justicia.
46
Aún conociendo los hechos perpetuados, el General Bedoya comandante de las fuerzas
armadas de la época, declaró ante los medios de comunicación, que la labor del General
Yanine había sido con fines pacificadores, por lo tanto se le debía considerar como un
general ejemplar para la nación, y no como un delincuente y patrocinador de la guerra.
En noviembre de 1996 el Consejo de la Judicatura le entrego nuevamente el caso a la
Justicia Militar, la cual se tomó, nuevamente, siete meses para concluir que el general
Yanine no tuvo responsabilidad alguna en el caso de los 19 comerciantes.
A pesar de las declaraciones de alias “Vladimir”, el general Yanine quedó en libertad,
no obstante, los familiares de las víctimas con ayuda del Colectivo de Abogados José
Alvear Restrepo llevaron el caso ante la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos, la cual responsabilizo el 5 de julio de 2004 al Estado por los hechos
ocurridos, por hacer caso omiso de los testimonios relacionados con los asesinatos, y
no efectuar asimismo un proceso penal arduo.
El Estado señalo, que ha habido una impunidad parcial en la investigación y
juzgamientos de todos los responsables de la masacre. Por eso, “acepta la omisión de
sus deberes de investigar y sancionar a todos los actores involucrados en los execrables
hechos,” ocurridos en la Rochela. (Colombia, Corte Constitucional, 2007, 11 de mayo)
Después de más de 20 años se reabre el caso de La Rochela, y la Fiscalía General de la
Nación llama nuevamente a indagatoria al general en retiro, Farouk Yanine Díaz, y
otros dos militares, a quienes acusa de haber participado en el hecho e incluso de haber
pagado junto a otros oficiales del Ejército y de la Armada, a los paramilitares para
delinquir en la región.
2.2 Masacre de San José de Apartadó
En el 2008, tres años después de los hechos, la Fiscalía logró tomar medidas judiciales
contra 15 miembros de la Brigada XVII del Ejército Nacional, con sede en Carepa,
47
población del Urabá antioqueño, por su presunta participación en una de las masacres
más espeluznantes de Colombia, ocurrida en el 2005 en el corregimiento de San José de
Apartado, y una de las que ha causado más impacto internacional.
Aunque los paramilitares son los responsables directos de esta masacre, para los
organismos internacionales, organizaciones no gubernamentales, víctimas, y para la
población civil resulta preocupante que el Ejército haya brindado protección y seguridad
a un grupo ilegal que cometió sólo en el 2005, 115 masacres dejando 680 víctimas. (El
Tiempo, 2009, abril 27)
La última masacre, ejecutada por las autodefensas en el corregimiento de San José de
Apartadó, y en la vereda La Resbalosa en el municipio de Tierralta, Cordoba, fue en el
2005, cuando un niño de 10 años y una niña de 5 fueron encontrados descuartizados y
decapitados, y un niño de 18 meses fue golpeado hasta morir. Los padres de los niños
corrieron la misma suerte y fueron asesinados con los mismos métodos de tortura. Entre
ellos se encontraba Luís Eduardo Guerra, principal líder histórico de la región, quien ha
sido utilizado por las comunidades internacionales y nacionales, y organismos no
gubernamentales, como ícono histórico, y muestra de que en Colombia la impunidad
sigue estable.
Así, los cuerpos fueron encontrados por integrantes de la comunidad, quienes afirmaron
que las condiciones de los muertos, indicaban que habían sido torturados y masacrados
con machetes. Los cuerpos no podían ser movidos hasta que la fiscalía, junto con el
grupo de medicina legal, llegara al sitio de los hechos y recolectara las pruebas
necesarias para determinar la identidad de los asesinos. No obstante, según los mismos
testigos, un soldado del ejército fue quien recogió el machete, lo lavo en el río, y pateo
el cráneo de Luís Eduardo Guerra. En consecuencia, hoy más que nunca, y después de
los hechos los habitantes de San José de Apartadó, exigen al gobierno el despeje
permanente de las tropas del Ejército, así como también piden que sus derechos civiles
de convertir su región en una zona neutral sean respetados.
Para el país, se trata de una de las acusaciones más graves en la historia del Ejército
Nacional, cuya misión central es combatir a los grupos ilegales defendiendo a la
48
población civil; y no amparar al enemigo, permitiendo el descuartizamiento de ocho
personas, entre ellas 3 niños, de 18 meses, 5 años y 10 años de edad
Sólo tres años después, en julio del 2008, la fiscalía capturo a quince militares de los 69
oficiales sospechosos. De los quince sólo uno se acogió a sentencia anticipada por
presiones y amenazas.
Luís Eduardo Guerra, era uno de los líderes más influyentes de la región y miembro del
Consejo Interno de la Comunidad de Paz12, quien además de haber sido uno de los más
promotores de dicho organismo, era conocido en varios países, como en Italia, Estados
Unidos, y Ecuador -entre otros-, por sus discursos políticos acerca de la grave situación
de San José de Apartadó, y por su rol de interlocutor con el Gobierno Nacional, al cual
solía pedirle ayuda y protección para los habitantes de la región. Estas razones
impactaron aún más a la comunidad internacional, y despertaron reacciones de
inconformidad y desconfianza contra el Estado.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos tenía conocimiento previo del
conflicto al que el corregimiento estaba expuesto, por eso la decisión de exigirle al
Estado colombiano, años atrás de la masacre, tomar medidas cautelares y provisionales
sobre los miembros de la Comunidad de Paz, quienes estuvieron constantemente
presionados por las autodefensas. Sin embargo, pese a la advertencia y
recomendaciones de este organismo internacional, el 25 de febrero del 2005, 60
paramilitares del bloque Héroes de Tolová entraron a la región y masacraron en
presencia de varios miembros del Ejército a 8 personas.
2.2.1 Declaración neutral de la Comunidad de Paz frente al conflicto
12
El Consejo Interno de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, es un órgano de representación y
consulta, creado por los líderes, el cual se encarga de organizar actividades dinámicas y académicas a los
habitantes, como una forma indispensable de distracción ante la difícil situación que vive la región ante el
conflicto armado.
49
Después de dos masacres perpetuadas por los paramilitares entre 1996 y 1997 en San
José de Apartadó, sus habitantes decidieron crear zonas de Paz en cada una de las
veredas del corregimiento, rechazando la presencia total de cualquiera de los actores de
la guerra; guerrilla, paramilitares e incluso el Ejército, por considerar a este último,
aliado principal de las autodefensas.
Sin embargo, este proyecto sólo logró ponerse “oficialmente” en marcha el 23 de marzo
de 2005, contando con la presencia de comunidades internacionales y varios medios de
comunicación. La inauguración de las zonas humanitarias conto con foros sobre el
sentido de la verdad, justicia y reparación, y del proceso de los paras en la zona de
Urabá como un plan de la para militarización.
Asimismo, los habitantes de las veredas La Cristalina, Miramar, Bellavista, Buenos
Aires, Alto Bonito, y Arenas Bajas querían que esos espacios neutrales fueran utilizados
por los medios de comunicación, para que estos dejaran constancia de las acciones
criminales de los paramilitares y los excesos de la Fuerza Pública en contra de la
población civil.
No obstante, la idea de sus líderes e integrantes de la comunidad de convertir la región
en una zona pacífica e imparcial ante la guerra, trajo como consecuencia el
desplazamiento de centenares de personas y la muerte de más de 150 líderes, quienes
fueron víctimas del paramilitarismo, de innumerables atropellos y asesinados por este
grupo durante 10 años consecutivos
Los habitantes de San José de Apartadó eran conscientes que su corregimiento estaba
siendo utilizado por las autodefensas, interesadas en eliminar a su enemigo más estable,
las FARC, y por el ejército, cuyo propósito y estrategia consistió en construir una
alianza con los paramilitares, para intentar coartar y eliminar a todo aquel que hiciera
parte del mismo grupo armado. Por lo tanto, para la comunidad de paz, el ejército y los
paramilitares eran enemigos, pero al mismo tiempo eran grupos aliados que buscaban, a
través de sus habitantes, derribar a las FARC.
Por eso, los líderes pretendían deshacerse del apoyo militar del Estado, negando
cualquier supervisión de tropas, estación de policía, batallón o cualquier otro organismo
50
de seguridad. Sus argumentos eran claros y basados en testigos que habían presenciado
las acciones de tortura del ejército y de los paramilitares.
Con la declaración, los habitantes esperaban poder seguir viviendo en sus tierras, sin
embargo las constantes amenazas de las autodefensas y los persistentes operativos
ilegales del ejército en las veredas, no permitieron que los residentes de Apartadó
vivieran en paz. Según la página oficial de la comunidad13, -la cual se dedicó a publicar
artículos sobre los hechos de la masacre-, el ejército asesino líderes y pobladores del
corregimiento, haciéndolos pasar muchas veces por muertos en combate.
Para el gobernador Álvaro Uribe, los líderes de la Comunidad de Paz de San José de
Apartadó representaban una amenaza para la comunidad, porque según el mandatario,
los líderes eran patrocinadores y defensores del principal grupo guerrillero: las FARC.
Por ese motivo, el gobierno no iba a retirar tropas, ni mucho menos las inspecciones de
control del ejército y la policía.
Cuando el Estado decidió militarizar el corregimiento, la comunidad manifestó a la
opinión pública que se sentía conviviendo con sus victimarios. A partir de entonces, San
José de Apartadó se convirtió en blanco de todo tipo de críticas y señalamientos por
parte del gobierno por su caprichosa decisión de rechazar la presencia de tropas del
ejército en una zona de alta presencia de grupos subversivos. Asimismo, la comunidad
de paz no “puede obstruir la justicia, rechazar la Fuerza Pública, prohibir el comercio de
artículos lícitos, ni coartar la libertad de los ciudadanos que residen en San José de
Apartadó”. (Detrás de los Medios, 2006)
Cuando San José de Apartadó comenzó a operar como comunidad de paz, contaba con
apenas 350 integrantes, hoy en día cuenta con más de 1.300 personas, y pretende llegar
a un acuerdo con el gobierno para que no se sigan cometiendo excesos en su región,
pero sobre todo quiere mostrar al Estado que su insistencia tiene sentido.
2.2.2 Una región “gobernada” por la insurgencia
13
www.cdpsanjose.org
51
Apartadó es uno de los once municipios del Urabá antioqueño. Se encuentra
aproximadamente a 336 kilómetros de la capital departamental, Medellín, y está
conformado por 48 barrios, entre los cuales se distinguen: Obrero, Pueblo Nuevo, Ortiz
y Vélez, y sus cuatro veredas principales: San José de Apartadó, El Restrepo, Puerto
Girón y Churridó Pueblo.
El Urabá antioqueño es conocido por su industria bananera, y es considerado, además,
eje central bananero14 que conecta a Apartadó, Chigorodó y Turbo15 con la ciudad de
Medellín y el mar Caribe. En estas tres poblaciones se han presentado de manera
reiterativa la práctica de la masacre, especialmente entre 1988 y 1994, sin embargo
Urabá, en general, se ha convertido en un espacio cotidiano de la masacre selectiva de
campesinos.
Para algunos investigadores llegar al Urabá significa “penetrar en lo inhóspito,
enfrentarse a la vorágine, desafiar al tiempo a la exuberancia y el furor de la
naturaleza”. (Herazo Ortiz, (2002), p.8)
El corregimiento de San José de Apartadó es considerado por las FARC y paramilitares
una entrada estratégica a la serranía de Avive, la cual constituye un corredor clave
hacia los departamentos de Cordoba, Antioquia y Choco, en donde estos grupos
subversivos ejecutan sus actividades ilícitas, y desalojan y toman las tierras de los
campesinos para la construcción de sus proyectos económicos y militares.
Es importante resaltar, que en 1971 en el municipio de San José de Apartadó se creó el
V frente de las FARC, hoy en día el más importante de los cinco que operan en la zona
entre Urabá, el Darién, el bajo y medio Atareo y el Sinú. (Herazo Ortiz, 2002)
14
El eje bananero es el enclave de Apartadó, Chigorodó y Turbo, pero además es la carretera que conecta
al departamento de Antioquia y la ciudad de Medellín con el mar Caribe.
15
Chigorodó y Turbo son municipios de Urabá antioqueño.
52
Los primeros años del V frente de las FARC corresponden precisamente a la época en la
cual la guerrilla del EPL16 y el ELN casi desaparecen al ser combatidas fuertemente por
el ejército. A principios de 1980 las FARC inició una disputa de territorio con el EPL,
por querer el control casi total de Apartadó y San José de Mulatos, vereda perteneciente
a San José de Apartadó.17
Hasta el momento el V Frente de las FARC sigue actuando en la región de Urabá, sin
embargo no con la misma intensidad de hace unos años, porque los paramilitares y el
ejército ha diezmado poco a poco su accionar, obligándolo a desplazarse a zonas del
Choco, donde su actividad “militar” sigue de manera constante.
Por otro lado, para los paramilitares la región de Urabá se convirtió en una zona
influyente para sus futuras incursiones en las diferentes zonas del país. Fue este grupo
subversivo el que revivió la práctica de la masacre como una forma de generar pánico,
y violencia en las regiones de su interés.
Del mismo modo, entre 1989 y 1990 los grupos paramilitares se dedicaron a golpear
fuertemente a todo aquel que fuera simpatizante de las FARC y del EPL. Por esta razón,
las autodefensas ganaron considerablemente terreno en los municipios del Urabá
antioqueño, como en Turbo y Apartadó, siendo los campesinos las víctimas de su
ideología.
A partir de 1991, las acciones militares de los paramilitares incrementaron
espontáneamente, tras los conflictos con las FARC y el EPL. En 1992 las cifras de
muertos por violencia en Urabá, mostraron que sólo en agosto del mismo año 700
personas habían sido víctimas del conflicto, siendo la práctica de la masacre el método
utilizado para acabar con el campesinado. Estas acciones criminales calificaron a Urabá,
como una de las regiones más violentas de Colombia, hasta el punto de declarar estado
16
Ejército Popular de Liberación (EPL) es un grupo guerrillero fundado en 1965, y es considerado el
tercer grupo guerrillero en tamaño después de las FRC y el ELN. Según la Fuerza Aérea de Colombia y el
Ejército, el EPL desapareció como guerrilla rural en 1996, sin embargo, hoy en día, según la Fuerza
Pública continua en zonas urbanas en Medellín, y participa en algunos combates en conjunto con las
FARC.
17
El corregimiento de San José de Apartadó queda a 12 kilómetros del casco urbano de Apartadó. Esta
vereda está compuesta asimismo por 31 veredas y cuenta con aproximadamente 3000 habitantes.
53
de conmoción en la zona. A finales de 1997, las autodefensas habían ejecutado desde
1992, 147 masacres entre Apartadó y Turbo.
2.2.3 La influencia política
Después de firmada la Constitución del 91, el ex presidente Cesar Gaviria Trujillo, creó
la Consejería de Urabá, con el fin de convertir al municipio de Apartadó en la mejor
esquina de América. Sin embargo, en 1991 comenzó una nueva guerra tras la
negociación del EPL con el gobierno del presidente Gaviria Trujillo. El EPL y la Unión
Patriótica18 comenzaron a disputarse el poder político, propiciando una guerra abierta
entre ambos bandos. Como resultado a la pugna de poder, las FARC cometió la masacre
de La Chinita, el 23 de enero de 1994, dejando 34 muertos. Tras los ataques de este
grupo subversivo, el EPL creó los Comandos Populares, con el fin de consolidarse con
las Autodefensas Campesinas de Cordoba y Urabá. A partir de entonces, comienzan las
masacres consecutivas que en 1994 cobraron la vida de 116 personas, en 1996, 71, y en
1997, 36.
En 1997 en Apartadó las FARC se “despide” dejando una bomba en el municipio, en
donde perdieron la vida 13 personas, entre las cuales estaban algunos líderes de San
José de Apartadó. (Fuerza Aérea Colombiana, 5 de junio 2007)
Como consecuencia de la guerra, el presidente Gaviria Trujillo creó las Cooperativas de
Vigilancia y Seguridad Privada para las autodefensas agrarias, las Convivir19, cuyo fin
consistió en apoyar las zonas de combate donde el orden público fuese frágil.
Las Convivir fueron apoyadas por el gobernador de Antioquia, hoy en día presidente de
la República, Álvaro Uribe Vélez20, cuyo propósito principal fue integrar miembros de
la población civil, que quisieran ayudar en la lucha contrainsurgente, a la Fuerza
18
La Unión Patriótica (UP) fue fundada en 1985 como propuesta política “legal” de algunos actores
sociales. Se trato de un proceso de paz que propicio la guerrilla de las FARC con el gobierno de Belisario
Betancur. Sin embargo, grupos paramilitares iniciaron el asesinato sistemático de los miembros de la UP
por considerarlos brazo político de las FARC.
19
Las Convivir fueron creadas por el presidente Cesar Gaviria mediante el Decreto 356 de 1994 y una
resolución del 27 de abril de 1995 de la Superintendencia de Vigilancia y Seguridad Privada.
20
El presidente Álvaro Uribe Vélez fue gobernador de Antioquia en el periodo 1995-1997. Durante su
mandato logró organizar por primera los consejos comunitarios
54
Pública. Por lo tanto, todo aquel hombre que no tuviera antecedes penales tenía
legalmente derecho a portar armas y equipos de comunicación para proteger a las
comunidades de Urabá. En diciembre de 1997 ya existían más de 120.000 miembros en
las Convivir.
Sin embargo,
para las Naciones Unidas las Convivir eran grupos violadores del
Derecho Internacional Humanitario, por querer involucrar a la población civil en la
guerra. Las ONG, por su lado, señalaron este hecho, como la semilla de la legalización
del paramilitarismo.
Después de declarar a San José de Apartadó como una Comunidad de Paz, los
habitantes se seguían oponiendo a que el Ejército controlara la zona, por considerarlo
culpable de todas las muertes ocurridas en el corregimiento que sólo hasta hoy vuelve a
ser recordado por el Estado. Según sus habitantes, sólo 10% de las muertes fue causado
por las FARC contribuyéndole la principal responsabilidad a los grupos paramilitares,,
así como también aseguran que fueron las tropas del Batallón de Contraguerrilla No. 33
Cacique Lutaima, adscrito a la Brigada XVII del Ejército, las cómplices y culpables de
la muerte de Luís Eduardo Guerra, principal líder histórico del corregimiento, las cuales
además, durante su permanencia, escribieron en las paredes de las casas: “Fuera
guerrilla, se lo dice tu peor pesadilla El Cacique”. “El Alacrán BCG33”. (Cronología
de agresiones contra la Comunidad de Paz de San José de Apartadó y población de la
zona, 2002)
2.2.4 Una comunidad desesperada por encontrar la verdad
Según un informe y documental elaborado por Contravía en 2005, sobre la masacre de
San José de Apartadó, más de 300 familias denunciaron ante la fiscalía los asesinatos
de sus seres queridos. Y según el mismo informe, a pesar de los más de 300 crímenes
cometidos y registrados desde 1996, el fiscal de aquel entonces, Luís Camilo Osorio,
nunca abrió ningún tipo de investigación preliminar. (Contravía, 2005)
55
Un documento de la Defensoría del Pueblo con fecha de 2004 mostro que la masacre de
esta comunidad ya estaba anunciada pues, según el mismo archivo, las autodefensas de
Cordoba y Urabá ya habían fijado, con anterioridad, el exterminio completo de la
Comunidad de Paz porque la consideraban un obstáculo para ejecutar las actividades de
los paramilitares y el control territorial de la región. Asimismo, estableció que la
amenaza iba dirigida directamente a los líderes, por considerarlos milicianos y
auxiliadores de las FARC.
A pesar de la información establecida en el documento, y la alarmante advertencia, pero
sobre todo a pesar del conocimiento que el Estado tenía sobre el presunto exterminio de
los líderes y familiares, ningún organismo intervino en la masacre del 21 de febrero de
2005. En el 2008, la fiscalía retomó el caso e intenta culpar a los actores principales y
reunir las pruebas que alguna vez, según testigos y testimonios, estuvieron en las manos
de algunos soldados del ejército.
2.2.5 Militares involucrados
Reinaldo Antonio Ereisa, es un habitante y vocero de la comunidad de paz. El 18 de
mayo de 2005, en un debate sobre la masacre de la comunidad de Paz San José
Apartadó, en el recinto de la comisión segunda dijo:
Interlocutábamos con la Brigada XVII, la alcaldía, la fiscalía y no había ninguna
solución a nuestros problemas (…) todos los primeros viernes de cada mes teníamos
reunión con la brigada, un día hablamos con ella, un viernes, y luego el sábado nos
hacen la masacre de seis líderes. ¿Será seguridad democrática?, aquí no hay nada.
La seguridad democrática no es seguridad democrática, es una actividad antidemocrática por querer poner un puesto de policía en Apartadó donde no está de
acuerdo la población civil, ¿eso podemos llamarlo democracia? (Contravía, 2005)
El plan de Seguridad Democrática impuesto por el presidente Álvaro Uribe Vélez
desde el 2002, el cual propone una militarización de todos los territorios del país,
56
provocó un incremento de muertes de los habitantes de estas zonas neutrales, según los
opositores del gobierno.
No obstante, el presidente en 2005, junto con las fuerzas armadas, aseguró que su papel
en estas comunidades o “Zonas Humanitarias de Refugio” fue el de proteger a la
comunidad de los grupos insurgentes y a su vez, demostrar que dentro de estas zonas
existen colaboradores de la guerrilla.
Aunque al principio se señalo sólo a las FARC, luego varios testigos acusaron a
miembros de la Brigada XVII, con sede en Carepa, población del Urabá antioqueño, la
misma que Reinaldo Antonio Ereisa acuso ante el debate de la comisión segunda, de
haber cometido el crimen de 8 campesinos en San José de Apartadó. Asimismo, en el
recinto de la comisión el 18 de mayo de 2008, quedó claro que muchos hombres al
mando del narcotraficante “Don Berna” y en conjunto con los paramilitares del Bloque
Héroes de Tolová estarían implicados en la masacre.
Como primera medida, en marzo de 2008 la fiscalía llamó a indagatoria a 15
uniformados, por su presunta participación en la masacre y colaboración directa con los
paramilitares. Sin embargo, en febrero de 2007, las investigaciones previas de la fiscalía
aclararon que eran 69 militares los que debían responder por la masacre de San José de
Apartadó. Según la revista SEMANA el fiscal de la Unidad de Derechos Humanos y
DIH aseguró la vinculación de “dos oficiales, nueves suboficiales y 58 soldados
profesionales”, quienes deben responder en indagatoria. (SEMANA, 2007, 22 de
febrero) No obstante, hasta hoy sólo 69 de 15 uniformados han sido capturados.
En noviembre de 2007, fue capturado el capitán Gordillo Sánchez, miembro de la
Brigada XVII del Ejército, acusado por ser el coautor de homicidio en persona
protegida, concierto para delinquir y terrorismo. Fue el primer militar detenido por la
masacre, a causa de las presiones ejercidas contra el estado colombiano por parte de las
ONG internacionales, de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, y de la
OEA.
En mayo de 2008, Gordillo declaró ante la fiscalía y aceptó la participación de algunos
miembros del ejército en la masacre de San José de Apartadó. En su declaración, señalo,
57
también, que la orden de auxiliar a los paramilitares venía de mandos superiores- un
general, un coronel y un mayor- que hasta ahora no habían sido mencionados por la
fiscalía. Asimismo, aseguró que a pesar de la participación directa de los miembros del
Batallón XVII en la masacre, ninguno de los soldados disparó contra las víctimas.
Según Gordillo, el paramilitar alias “44” fue quien asesino a los tres niños de la
comunidad de paz, y el auxilio del ejército sólo consistió el vigilar la zona y prestar los
equipos o armamentos necesarios a las autodefensas, para que el crimen se llevara a
cabo con éxito. Al final, la decisión de éste oficial de declarar ante las autoridades
competentes y convertirse en el único militar en aceptar los hechos que se le imputan a
él y al ejercido, ha representado una victoria para el sistema judicial del país, y para el
buen “nombre” de la institución militar.
2.3 Masacre de Trujillo
Después de casi 20 años, Colombia reabre uno de los casos más perdurables con
respecto a la impunidad, pero sobre todo uno de los más prolongados en el conflicto
colombiano.
Las investigaciones actuales a los miembros de la Fuerza Pública, narcotraficantes, y
paramilitares dan esperanza a las víctimas de Trujillo sobre un caso que lleva estancado
mas de 20 años en los archivos de la Fiscalía General de la Nación. Sin embargo, surgen
preguntas inquietantes acerca de los mecanismos de interrogación que serán
implementados a los altos mandos del ejército y la policía. A partir de este momento, se
verá la prueba de la eficiencia de la justicia en Colombia.
Es importante comprender como primer punto que la impunidad es un elemento
universal, y protagónico en esta tragedia, la cual ha dejado en el olvido a
aproximadamente 345 víctimas.
Dicho caso comprendió una secuencia de homicidios selectivos, detenciones arbitrarias,
masacres, desapariciones forzadas, y torturas ejecutadas por una alianza regional entre
estructuras criminales de los narcotraficantes Diego Montoya, alias “Don Diego”, y
Henry Loaiza, alias “El Alacrán”, en compañía de miembros de la Fuerza Pública.
58
La ejecución de testigos fue una estrategia implementada por los victimarios para
garantizar la impunidad, así como también las “limpiezas sociales”, y la intimidación a
los campesinos para apropiarse de las tierras.
“Memoria Histórica” relata los hechos del caso Trujillo en su informe: Trujillo una
tragedia que no cesa21, en donde recolectó testimonios de víctimas y testigos de la
región y muestra el terrorífico
modus operandi utilizado por los paramilitares en
compañía de algunos miembros del ejército. Asimismo, logró descubrir que la idea de
ejecutar homicidios selectivos y desapariciones forzadas, en zonas y períodos diferentes,
tuvo como fin impedir que se conocieran los hechos, y al mismo tiempo que se
interpretan como hechos aislados.
Aunque el Estado aceptó su culpabilidad y ofreció reparar en algo a las víctimas, la
ineficacia del aparato judicial hizo que desaparecieran pruebas y se entorpecieran las
investigaciones. Si bien Ernesto Samper, presidente en la época, reconoció la
responsabilidad del Estado por la acción u omisión de la Fuerza Pública y ofreció
disculpas políticas, el caso aún está en “veremos” y en proceso de investigación. De la
misma forma, la reparación que se contempló en la sentencia para construir las casas
fracasó y “las obras quedaron en obra negra, porque los recursos se esfumaron en una
mezcla de corrupción y desidia”. (SEMANA, 2008)
Apenas en agosto de 2008, la Fiscalía General de la Nación confirmó la participación
del coronel retirado Alirio Antonio Urueña, único militar detenido hasta ahora por los
hechos ocurridos en Trujillo, lo que quiere decir que sólo después de más de 20 años de
la masacre, empieza el juzgamiento y señalamiento puntual de los responsables.
La única reparación que se ha hecho a la comunidad de Trujillo es la construcción
simbólica del Parque Monumento, donde está la cripta del padre Tiberio Fernández, y
donde las víctimas y sus familias recuerdan a sus seres queridos, lamentando
la
participación de la Fuerza Pública, supuestamente protectora principal de la vida y
honra de los habitantes, especialmente en las regiones más vulnerables al conflicto.
21
Para conocer con detalles véase el Informe: “Trujillo una Tragedia que no cesa” en
http://www.memoriahistorica-cnrr.org.co/images/content/trujillo_informe.pdf
59
Asimismo, en el informe especial de la Comisión de Investigación de los sucesos
violentos de Trujillo, dice respecto al caso Trujillo que “la impunidad es la que brinda
todas las garantías para que los crímenes sigan siendo cometidos, para que los
victimarios puedan seguir actuando, y para que los responsables no sean castigados.”
(Informe Final, 1995). En este sentido, es tiempo que el Estado se de cuenta que los
crímenes que atentan contra los derechos humanos deben ser de una vez por todas
cerrados con éxito, respetando a las víctimas, quienes sólo buscan justicia y reparación
inmediata.
2.3.1 Un contexto construido por la pugna territorial
Trujillo es considerada una zona estratégica, por su rica economía basada en la industria
agrícola. Pero, además, es fuente de producción primordial para los grupos armados
ilegales, quienes se han encargado de incrementar la violencia, y ejercer mecanismos de
presión contra el Estado, utilizando métodos macabros contra los campesinos,
especialmente, con el propósito principal de salvaguardar sus intereses económicos.
No en vano, su ubicación geográfica hace de este municipio un punto estratégico, pues
su cercanía al Cañón del Garrapatas22 o el “santuario coquero”, una de las zonas más
violentas del Valle del Cauca, convierte a Trujillo en sitio clave para asegurar la salida
de la coca por el Pacífico.
El narcotráfico como eje central de la violencia en Colombia, tomó asiento en Trujillo,
y gracias a su ubicación geográfica, los “capos” lograron circular su mercancía rápida y
seguramente. Un articulo publicado23 en la revista SEMANA, aseguró que si “los
narcos lograran “coronar” la salida al Mar, sería todavía más difícil detenerlos. A través
de ejércitos irregulares controlan las rutas de escape y custodian laboratorios, y cultivos
de coca asentados en el Cañón de Garrapatas”. (SEMANA, 11 de agosto2007)
22
Guerrilleros, paramilitares, y narcotraficantes utilizan al Cañón del Garrapatas como sitio estratégico
para llevar a cabo sus actividades ilícitas. Es considerado el imperio cocalero dominado por criminales al
servicio de “Don Diego”; con límites entre el Valle del Cauca y Chocó.
23
Corrupción hasta el tuétano, revista SEMANA.COM. Agosto 11 de 2007
60
La estratégica posición del municipio y de algunas de sus veredas, al parecer ofrecen
condiciones de seguridad óptimas a los nuevos “propietarios”. La presencia de
narcotraficantes era de conocimiento público, tanto para la población como para las
autoridades, lo que hacia más fácil su circulación por el territorio.
Adicionalmente, al problema del narcotráfico, se encontraban los proyectos expansivos
y superpuestos del Ejército de Liberación Nacional (ELN), guerrilla atraída por los
intereses políticos, económicos y estratégicos de la región, quienes vivían del secuestro,
homicidios, y acciones de extorsión a propietarios y empresarios agrícolas. No obstante,
el narcotráfico se convirtió, con el tiempo, en ficha importante para el ELN, lo que
naturalmente contribuyó al clima de violencia que ya se vivía a causa del
paramilitarismo. Este grupo subversivo amenaza y atemoriza a la población, e impone
su presencia al campesinado, quien está obligado a favorecer su tránsito y permanencia.
Por otro lado, según la Comisión Nacional de Juristas, Trujillo “comporta con
frecuencia la financiación y conformación de grupos de justicia privada, pandillas de
sicarios, autodefensas y grupos paramilitares, que se han transformado en uno de los
más activos factores de violencia.”. (Informe Final, 1995, p. 2)
No se puede hablar de Trujillo sólo como una región “gobernada” por narcotraficantes,
sino también como un municipio que sufrió, asimismo, la violencia bipartidista de los
años 50, y la cual fue auspiciada por las cooperativas campesinas, y un ascendente
movimiento campesino, liderado por la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos.
Los grupos políticos de izquierda y derecha en Trujillo impulsaron, del mismo modo, a
una violencia política causada por los choques ideológicos. El Alcalde del Municipio,
Álvaro García Trujillo, y el sacerdote Tiberio Fernández gozaban de ideologías
izquierdistas, mientras que la Policía, y las Fuerzas Armadas en general, seguían las
derechistas. Esto desde el principio, naturalmente, anunció una “guerra”, la cual según
la investigación se trataba de una pugna política entre guerrilleros del ELN, y
paramilitares, quienes estaban siendo apadrinados por la Fuerza Pública. Según el
informe final de la Comisión de Investigación de los sucesos violentos de Trujillo, “el
poder político lo ha tenido siempre el Partido Conservador, sin embargo, al parecer esta
61
filiación política es una fachada que tenía el Alcalde de Trujillo, y los demás dirigentes,
para colaborar con la ideología izquierdista, del autodenominado Ejército de Liberación
Nacional en la Región”. (Miembros del equipo de Memoria Histórica, 2008)
2.3.2 La masacre de Trujillo: un ejemplo de prolongación en el conflicto
colombiano
La masacre de Trujillo no fue una masacre cometida en un sólo día. Está conformada
por una lista crímenes que alcanza alrededor de los 300. Adicionalmente, se trató de un
proceso de acción sistemática que inició desde 1986; sin embargo, entre el 29 de marzo
y el 23 de abril de 1990 se vivió el clima de horror más impactante protagonizado por
los métodos de tortura más representativos del Cono Sur. El uso de motosierras para
desmembrar aún vivas las víctimas, los hierros candentes introducidos en los cuerpos y
la aplicación de sal en las heridas abiertas, fueron las formas de tormento, aparte de, la
asfixia con chorros de agua, el martilleo de dedos , y el levantamiento de uñas. Estas
técnicas siguen siendo parte de la violencia paramilitar “contemporánea en Colombia”.
En 1989, el padre Tiberio Fernández, quien representó a las cooperativas campesinas,
luchó contra la corrupción, y se encargó, asimismo, de defender a las clases subalternas,
lideró una protesta en Trujillo contra las violaciones sistemáticas a los derechos
humanos que se cometían a diario en esa región. La manifestación logró reunir a más de
3000 campesinos de Trujillo, quienes fueron después reprimidos por el ejército y la
policía, por alterar el orden público en la región; algunos líderes agrarios de la zona
fueron asesinados a bala, y otros huyeron del municipio a causa del terror impulsado por
la Fuerza Pública. Hasta este punto, ya no se trataba de calmar las acciones de una
manifestación, sino de una represión política y social entre campesinos, el ejército,
policía y paramilitares, represión que se fue incrementando, y fortaleciendo con el
tiempo.
En 1990, a finales de marzo, se presentó una primera confrontación armada entre un
grupo del ELN y una patrulla del Ejército Nacional de Colombia, en donde murieron 7
miembros del ejército. Desde entonces empezaron a producirse allanamientos de
62
carácter ilegal, y detenciones arbitrarias a los campesinos de la vereda la Sonora, y en
las casas de algunos trabajadores y miembros de las cooperativas del casco urbano de
Trujillo. Los paramilitares y un grupo del ejército se encargaron de detener y
desaparecer a los campesinos, por creer que poseían alianzas o algún tipo de
acercamiento con el ELN. A partir de ese momento, señala el expediente, la alianza
criminal que existía en la región se fortaleció.
No obstante, la Procuraduría General de la Nación, después de recolectar varios
testimonios de los familiares de las víctimas, entre ellas la declaración de Luz Dary
Arias Prado, hermana de uno de los desaparecidos, pudo ratificar que los desaparecidos
y asesinados tenían vínculos directos ó indirectos con las guerrillas (M-19 y ELN).
(Informe Final, 1995, p. 69)
Por otro lado, las variantes del paramilitarismo se fundaron en Trujillo con más
preponderancia después de que los miembros del ejército de la región, y los
paramilitares se aliaron para “combatir” la guerrilla, a quienes veían como una amenaza
social, política y económica. El pacto “firmado”, los llevó a organizar crímenes contra
la población, especialmente contra los campesinos, a quienes, también, veían como
aliados e informantes de la guerrilla. Las acciones criminales efectuadas, en especial en
1990, fueron denominadas, más tarde: “limpiezas sociales”, “limpiezas políticas”, y
“limpiezas institucionales”.
2.3.3 Los protagonistas: alianza de narcotraficantes y paramilitares
El municipio de Trujillo está comprendido por la jurisdicción del “Batallón Palacé”, el
cual tiene su sede en Buga, y hace parte de la III Brigada del Ejército colombiano. Su
presencia y control militar en la zona es crucial, y estratégico, ya que se encuentra
ubicado en una de las zonas más violentas del país.
La Policía Nacional, por su lado, tiene jurisdicción en la zona a través de la Estación de
Policía de Trujillo, adscrita al Tercer Distrito de Policía con sede en Tulúa, dependiente
del Comando del Departamento de Policía del Valle del Cauca.
63
Después del dominio innegable del paramilitarismo, en el municipio de Trujillo se logró
demostrar una vinculación directa del mayor Urueña con el narcoparamilitar Diego
Montoya, alias “Don Diego”, extraditado a Estados Unidos en diciembre del 2008. La
decisión de su traslado alivió al gobierno norteamericano, luego de considerarlo uno de
los 10 hombres más buscados por el FBI al lado de Osama Ben Laden. Antes de que el
gobierno tomara la decisión, la Procuraduría esperaba que Montoya concluyera con su
primera confesión a la justicia, especialmente por el caso Trujillo, sin embargo el
Estado hizo caso omiso a la recomendación de las organizaciones internacionales y
nacionales, y extraditó inesperadamente a éste testigo clave.
Asimismo, Henry Loaiza, alias “El Alacrán”, paramilitar actualmente capturado,
participó en la masacre de Trujillo, y se le acusa de haber cometido más de 26 crímenes
entre 1990 y 1991, relacionados con esta matanza.
Según el periódico El Tiempo, la fiscalía logró comprobar que “miembros del Ejército
pertenecientes al Batallón Palacé de la ciudad de Buga llevaban a cabo ejecuciones
extrajudiciales y arbitrarias de personas presunta o verdaderamente vinculadas a la
guerrilla. Para esos planes contaban con el apoyo de grupos paramilitares patrocinados
por los capos del norte del Valle”. (El Tiempo, 2 de octubre 2008) Con los militares a su
servicio, “Don Diego” logró construir una verdadera autopista en la montaña, lo cual le
permitió embarcar la droga rápida y ágilmente.
Según Daniel Arcila, otro de los testigos claves en el caso Trujillo, las personas
retenidas fueron llevadas a la finca de Diego Montoya, donde fueron interrogados sobre
las acciones de la guerrilla. Según la Comisión de Investigación de los sucesos violentos
de Trujillo, el mayor Urueña Jaramillo fue quien requisó y pidió los documentos de
identidad, y pertenencias a los rehenes, y quien además vendó los ojos, cubrió las
cabezas con costales de las víctimas y presenció las macabras indagatorias, no obstante,
niega los hechos que se le imputan, razón por las cual es condenado por la fiscalía por
hacer caso omiso de los hechos y participar en la masacre, cuando debería ser
propiciador de los derechos humanos y honra de los habitantes. (Informe Final.
Comisión de Investigación de los sucesos violentos de Trujillo, 1995)
64
El propósito de alias “Don Diego” era vengarse de una extorsión del ELN, asesinando a
100 personas de la población de Trujillo. Los cadáveres de esta masacre fueron
arrojados al río Cauca, convirtiéndose éste en el cementerio más grande del Valles del
Causa.
A pesar de la evidencia opresora contra los campesinos, Urueña nunca fue condenado
por su rol en Trujillo, sin embargo según el informe final del caso Trujillo su despido
del Ejército fue criticado por los altos mandos militares, por considerar su salida injusta
por la falta de pruebas. La revista SEMANA señaló que el despido significó “un alto
costo político para Samper, quien luego no mostró mayor interés en presionar para que
persiguieran a los perpetradores-especialmente Urueña, pero también esos que la
Embajada de Estados Unidos dijo que habían encubierto y pervertido las
investigaciones iniciales, incluyendo al general Bonett, quien había servido como el
juez militar de primera instancia en el caso, y quien defendió siempre las acciones de
Urueña”. (Michael Evans, 2008)
A pesar de las denunciar de los habitantes y testigos, el mayor Urueña fue ascendido a
coronel durante el periodo de Ernesto Samper, y hoy después de más de 20 años
investigado por la justicia ordinaria, y juzgado por el delito de homicidio con fines
terroristas. Del mismo modo, todos los oficiales del ejército acusados y detenidos por la
masacre de Trujillo, fueron retirados de la Fuerza Pública, y capturados por la Fiscalía
para rendir indagatoria sobre las masacres sistemáticas ocurridas desde 1986, y
finalizadas a comienzos de los años 90.
La lista de militares aumenta; entre los culpables se encuentra el Coronel Wilfredo Ruiz,
quien se entregó ante las autoridades, y es investigado por la Fiscalía por homicidio
agravado, concierto para delinquir y secuestro, delitos que cometió en 1990 cuanto era
teniente.
El sargento retirado del Ejército Nacional Gerardo Silva Rojas, y quien además se
desempeñaba como taxista en la actualidad, fue capturado por tener una presunta
responsabilidad en la masacre en los delitos de homicidio agravado y desaparición
forzada entre 1989 y 1993.
65
Cada día se añaden más miembros del ejército y la policía a la lista de culpables de una
de las masacres más infames, y prolongadas de la historia de Colombia.
El informe titulado: “Trujillo: una tragedia que no cesa”, afirma con responsabilidad
una realidad oscura que jamás se quiso aceptar. La impunidad prevaleció por tantos
años, no sólo por la irresponsabilidad judicial del Estado, sino también, como lo indica
el informe, por “la sociedad, por los silencios, y los olvidos que prosperaron en torno a
la masacre; por haberse negado a aceptar lo que parecía inenarrable, inaceptable o
imposible, pero que en verdad era muy real”. (Miembros del equipo de Memoria
Histórica, 2008)
2.4 Masacre Mapiripán
Entre el 12, 13, y 14 de julio de 1997, aproximadamente 200 paramilitares lograron
invadir, con ayuda de algunos miembros de la Fuerza Pública, el Municipio de
Mapiripán, donde masacraron alrededor de 49 personas por querer conquistar un
territorio cocalero que estaba bajo el yugo de la guerrilla.
Mapiripán, en la época de los hechos, era una región productora de coca y amapola, así
como también poseedora de tierras fértiles para la ganadería y agricultura, razón por la
cual era para los paramilitares una zona estratégica, y fuente importante de producción
económica. Adicionalmente a esto, el abandono del Estado propició una entrada aún
mayor de las autodefensas en el municipio. Y aunque la fuerte presencia de la guerrilla,
las FARC, en la región obligó al Estado a instalar guarniciones militares y bases
antinarcóticos de la Policía Nacional, los paramilitares al mando de Salvatore Mancuso
y Carlos Castaño Gil, entraron al corregimiento sin ser requisados y como si se tratase
de su territorio.
La incursión de los paramilitares en Mapiripán fue un acto minuciosamente planeado
por este grupo armado ilegal desde varios meses antes de la masacre, y ejecutado,
además, con una logística brindada por la Brigada Móvil II del Ejército, la cual omitió
desde el principio su relación con las autodefensas (AUC). La participación de los
agentes del Estado no se limitó sólo a facilitar el ingreso de las AUC a la región, sino
66
también sabían con detalles el modus operandi que los paramilitares utilizarían contra la
población civil. Conociendo los hechos, el Ejército no adoptó ninguna medida de
seguridad para proteger a los miembros de la comunidad de Mapiripán.
2.4.1 Un vergonzoso hecho para Colombia
El municipio de Mapiripán se encuentra a 530km de distancia de la ciudad de
Villavicencio, en el departamento del Meta. Para llegar al municipio se requieren
aproximadamente nueve horas desde Villavicencio, un día y medio desde San José, y
media hora por vía aérea desde cualquiera de los dos últimos lugares.
Las distancias indican que se trató de una estrategia bien planeada que hubiera sido
imposible de realizarse sin la ayuda del Ejército. Además, si se tiene en cuenta que se
trataba de una zona de alto entrenamiento militar, donde tropas norteamericanas
también recibían instrucción militar.
El municipio de Mapiripán se encontraba bajo la jurisdicción del Batallón “Joaquín
París” de San José del Guaviare, el cual estaba adscrito a la VII Brigada del Ejército
Nacional, al mando del General Jaime Humberto Uscátegui, con sede en Villavicencio.
Por otro lado, la Brigada Móvil II del Ejército, al mando del teniente coronel Lino
Sánchez, adscrita al Comando de Operación Especiales, era la tropa encargada de
supervisar y monitorear Mapiripán.
La infantería Marina se encontraba ubicada en “El Barrancón”, cerca de los municipios
de Charras y Mapiripán, en donde los paramilitares también circularon sin ningún tipo
de restricción. El Ejército y la Policía Antinarcóticos estaban obligados a controlar toda
la zona desde el aeropuerto de San José del Guaviare, y el Batallón “Joaquín París”,
asimismo, estaba a cargo de la seguridad del aeropuerto.
67
Sin embargo, el 12 de julio de 1997 miembros de las AUC aterrizaron en el aeropuerto
de San José de Guaviare, en vuelos irregulares procedentes de los municipios de
Necloclí24 y Apartadó, en donde fueron recogidos por miembros del Ejército.
Según investigaciones realizadas por la Fiscalía General de la Nación, el Ejército
permitió el aterrizaje de los aviones que transportaban a los paramilitares sin realizar
ningún tipo de requisa o anotación. Allí, los esperaban dos camiones “tipo reo” del
Ejército, los cuales fueron autorizados para acceder a la pista gracias a una llamada
realizada por un miembro identificado como oficial del Batallón “Joaquín París”. La
teoría sobre la infiltración del Ejército en esta operación jaque paramilitar estaba cada
vez más cerca de confirmarse.
En la carretera, se reúnen con paramilitares del Casanare y Meta, para por vía fluvial
acceder al corregimiento. Hay que destacar, que desde San José del Guaviare hasta
Mapiripán, los paramilitares transitaron en una zona de alto entrenamiento militar y
patrullaje de agentes del Estado, sin ningún inconveniente para llegar a su destino.
El 14 de julio las AUC llegaron a la urbe de Charras, donde se reunieron con la
población y lanzaron amenazas a quienes auxiliaran y pagaran impuestos a las FARC.
En la madrugada del 15 de julio, cerca de 200 paramilitares con armamento y uniformes
privativos del Ejército rodearon Mapiripán, para asesinar, masacrar y secuestrar al azar
a la población civil del municipio.25
Como consecuencia de la masacre, después de 11 años, el cuerpo de investigación de la
Fiscalía no ha podido determinar con exactitud las causas de las muertes, ni tampoco
conocer el número total de muertos, debido a las condiciones deplorables en que
quedaron algunos de los cadáveres, los cuales fueron mutilados y arrojados al río
Guaviare.
La dificultad en la recolección de pruebas se explica por el retraso, de casi ocho días,
de la Fuerza Pública al municipio de Mapiripán, cuando la operación paramilitar ya
había ocurrido, y los medios de comunicación invadido la zona. Entre el 14 y 22 de
julio de 1997, las autodefensas se deshicieron de los cuerpos, y limpiaron la zona para
tratar de borrar la evidencia que los culpaba de lo ocurrido, ya que pretendían que la
24
25
Necloclí es un municipio en Urabá, Antioquia.
Véase documental de la Masacre de Mapiripán del programa Contra Vía. Morris Producciones.
68
masacre fuera adjudicada a la guerrilla, razón por la cual revolvieron las casas buscando
libros, papeles o cualquier elemento que involucrara de cualquier modo a la guerrilla.
Con esto, casi la totalidad de las pruebas fueron destruidas, dificultando la labor de los
investigadores encargados. (El Tiempo, 2007, 29 de noviembre)
Desde ese momento, las sospechas sobre la participación de las Fuerzas Armadas en la
masacre se hacen más evidentes y claras, si se tiene en cuenta, al mismo tiempo, que el
ejército nunca llegó al lugar de los hechos después de concluida la masacre. Por eso, las
preguntas que comienzan a surgir son: Si supuestamente se trata de una región
estratégicamente militarizada, ¿cómo, entonces, el ejército no se dio cuenta de que algo
extraño estaba sucediendo? Si los medios de comunicación llegaron primero que la
Fuerza Pública al lugar de los hechos, ¿cómo hicieron éstos para enterarse de lo
ocurrido en Mapiripán?
Como consecuencia a este vergonzoso episodio, la Corte Interamericana de Derechos
Humanos se vio obligada, ocho años después, a declarar culpable al Estado por lo
ocurrido entre el 12 y 14 de julio de 1997 en Mapiripán.
2.4.2 Debilidad Estatal e incursión armada
En nuestro país la
muerte corre más
rápido que la
estadística.
Fernando Vallejo.
El departamento del Meta, ha sufrido un proceso de colonización debido a la necesidad
de las víctimas del conflicto de emigrar constantemente de sus territorios, por temor a
ser asesinadas o maltratadas por los actores del conflicto armado. Debe agregarse, que
la colonización no contó con la presencia del Estado, “por lo que a lo largo y ancho del
departamento ha imperado siempre la ley del más fuerte”. (Abogados Demócratas,
ASCODAS; Justicia y Paz; ILSA, 1997, p.5)
Los grupos insurgentes, encontraron en el Meta un lugar para desarrollar sus actividades
ilícitas, como el narcotráfico, el cual contribuyó en parte con la subsistencia de colonos,
69
generando, asimismo, la aparición de ejércitos privados en coalición con el Estado para
la protección y defensa de los intereses económicos.26
Asimismo, en el departamento del Meta se radicaron actores políticos de gran influencia
como los miembros del UP27, que por su gran poderío fueron víctimas del conflicto
armado y del modus operandi utilizado por los paramilitares para causar terror en las
poblaciones más vulnerables.
En este orden de ideas, los dramáticos hechos ocurridos en Mapiripán permiten
comprender la efervescencia del conflicto en la década del noventa. Según el Comité
Cívico de Derechos Humanos del Meta, el auge del UP y su inminente genocidio, así
como la poderosa estructura económica del narcotráfico, junto con la estrategia
paramilitar del Estado, donde se percibe impunidad y corrupción, explican el terror
fomentado por los grupos ilegales contra la población civil, donde el departamento del
Meta y sus municipios aledaños han estado inmersos a vivir.
En la época de la masacre operaban cuatro frentes de las FARC (frente 7, 39, 44 y 16)
en el Meta, cuya base económica la extraían de los recursos de la población. Mientras
que las autodefensas preferían hacer presencia en las haciendas y fincas ganaderas o de
narcotraficantes, donde recibían, además, entrenamiento político y militar por oficiales
israelíes.28 El Bloque Centauro de las AU, al mando de Carlos Castaño y Miguel
Arroyave, quien más tarde se convirtió en el principal traficante de insumos químicos
para el procesamiento de cocaína, alcanzó su máxima expansión territorial en el Meta
después de la masacre de Mapiripán.
En 1997 Carlos Castaño Gil ordenó a todas sus organizaciones paramilitares quitarle el
negocio de la coca a las FARC. Por lo tanto, para anunciar su poder y conquista de
territorios ejecutó la masacre de Mapiripán. El grupo que se incursionó en el municipio
y produjo la muerte de varios civiles de la población quedó al mando de Miguel
Arroyave, a quien le fue entregada la “franquicia” del Bloque Centauros, y quien a
26
Para mayor información véase “Dinámicas y tendencias de las negociaciones con los paramilitares en
los departamentos del Meta y Casanare”, de José Jairo González.
27
La Unión Patriótica (UP) fue fundada en 1985 como propuesta política “legal” de algunos actores
sociales. Se trató de un proceso de paz que propició la guerrilla de las FARC con el gobierno de Belisario
Betancur. Sin embargo, grupos paramilitares iniciaron el asesinato sistemático de los miembros de la UP
por considerarlos brazo político de las FARC.
28
Para mayo información véase “Testimonio de un sicario protegido y pagado por un capo de las
esmeraldas”, de José Jairo González.
70
partir de ese momento inició la expansión de las autodefensas por todos los llanos con el
propósito de recuperar el control mediante el terror y la guerra sucia.
La fuerte presencia de los grupos subversivos nunca permitió al campesinado acumular
suficiente capital para su manutención y sostenimiento. Por masacres como la de
Mapiripán, líderes políticos, administradores locales, Ejército y Policía han permitido y
garantizado
La concentración del poder económico, político y social, cuya manifestación
endémica coexiste con la ausencia de inversión social del Estado, la carencia de una
red vial pública, el exterminio de la cultura indígena, la falta de servicios públicos
esenciales, los cultivos ilícitos, y en general la ausencia de la justicia, que obliga a la
resolución de los conflictos vía al ejercicio de la fuerza, resquebrajando en toda forma
el Estado de Derecho y sus fundamentos legitimantes. (Abogados Demócratas,
ASCODAS; Justicia y Paz; ILSA, 1997, p.17)
2.4.3 Polémica por la condena: ¿Justicia Penal Militar ó Justicia Ordinaria?
La Justicia Penal Militar empezó a averiguar sobre lo sucedido en el municipio de
Mapiripán y encontró, en primera instancia, que el Brigadier General Jaime Humberto
Uscátegui, comandante de la Brigada VII, y el Teniente Coronel Hernán Orozco Castro,
fueron ineficientes en cumplir sus funciones administrativas y militares, las cuales los
obligaban a reportar y anotar la anomalía en Mapiripán. Por tal razón, fueron
condenados por la jurisdicción militar por “deshonrar a su ejército”, y por falsedad en
documento público. El Tribunal Superior Militar condenó al general Uscátegui a 40
meses de prisión y al coronel Orozco a 38 meses.
Sin embargo, el 5 de junio de 2001 el Tribunal Superior Militar de las Fuerza Militares
de Colombia aceptó la petición de libertad condicional interpuesta por el general
Uscátegui, reduciendo su condena de 40 meses a 24 meses, por buena conducta.
No obstante, la Unidad de Derechos Humanos y de Derecho Internacional Humanitario
decidió revocar las investigaciones adelantas y ejecutadas por la Justicia Penal Militar,
71
regresando el caso a la jurisdicción ordinaria. Para la parte civil, era claro que la
actuación de los oficiales era un delito que debía ser procesado con rigidez por la
Fiscalía General de la Nación. Pero, en 1999 cuando la parte civil tuvo el caso en sus
manos, decidió no tomar medida de aseguramiento contra el TC (r) Orozco, porque
consideró su testimonio creíble que lo absolvía de prisión y de cualquier delito cobijado
por la justicia ordinaria.
Por el contrario, para la Unidad Nacional de Derechos Humanos de la Fiscalía General
de la Nación, el BG (r) Uscátegui fue culpable, por lo que impuso medida de
aseguramiento contra el oficial por delitos de homicidio, secuestro
y falsedad
ideológica en documento público.
Así, en 1999 el Comandante del Ejército, -y juez militar de instancia- pidió ante la
Unidad Nacional de Derechos Humanos de la Fiscalía General de la Nación una
colisión de competencias positiva con el fin de que el caso Mapiripán pasara a la
jurisdicción militar, considerando que los hechos imputados a “los suboficiales José
Millar Ureña Díaz y Juan Carlos Gamarra Polo y a los oficiales Brigadier General Jaime
Humberto Uscátegui, al Coronel Lino Hernando Sánchez Prado, comandante de la
Brigada Móvil II, y al Teniente Coronel Hernán Orozco Castro, comandante interno del
Batallón “Joaquín Paris”, debían ser investigados y juzgados por la Justicia Penal
Militar”. (Huertas D. Omar. et al. 2005, p.482)
Los argumentos de la parte militar se basaron en la esencia del Fuero Militar, el cual
dice que toda función “omitida por un militar ha de tener relación directa y próxima con
el servicio”. (Huertas D. Omar. et al. 2005, p.482) Fuero que podía aplicarse a los
culpables, por consideración de la Justicia Penal Militar, por haber cometido según ésta
un delito en servicio activo y relacionado con este.
Aunque la Unidad de Derechos Humanos de la Fiscalía, se rehusó a aceptar las razones
expuestas por el Juez Penal Militar, el Consejo Superior de la Judicatura decidió dejar el
caso del BG (r) Uscátegui y el TC (r) Orozco en manos de la jurisdicción penal militar,
entregando a la justicia ordinaria el caso del Coronel Lino Hernando Sánchez, los
Sargentos Juan Carlos Gamarra Polo, -quien ejercía sus funciones militares en la base
de San José del Guaviare-, y José Millar Ureña Díaz - oficial de la base militar en el
aeropuerto de San José del Guaviare-, por considerarlos patrocinadores de las
72
autodefensas, y en su función como agentes del Estado, y con conocimiento previo de lo
que iba a suceder en la región, permitieron que la agrupación armada al margen de la
ley, entrara a la región a matar, secuestrar, aterrorizar a la población e implantar su ley,
y “sólo cuando este hubo culminado su mortal labor apareció la Fuerza Pública en
cabeza del TC Lino Sánchez”. (Huertas D. Omar. et al. 2005, p.483)
La razón por la cual, la Fiscalía decidió dejar en sus manos los casos de los sargentos y
del TC, fue porque comprobó que estos oficiales habían actuado como particulares,
desatando de este modo el vínculo con la función propia militar, por lo cual su
investigación y condena hacían parte de la justicia ordinaria. Sólo hasta el 2000, la
Fiscalía Delegada ante el Tribunal Superior del Distrito Judicial, confirmó la
participación directa del TC Lino Sánchez en la masacre de Mapiripán, y lo condenó a
40 años de prisión.
Por otro lado, Uscátegui, Comandante de la Brigada del Ejército, fue juzgado primero
por la Justicia Penal Militar por decisión del Consejo Superior de la Judicatura, y
después por la justicia ordinaria, la cual consideró, después, que el caso debía estar en
sus manos por tratarse de un hecho que atentó con la vida y honra de seres humanos.
El Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo y el Centro por la Justicia y el Derecho
Internacional, por su parte, presentaron una denuncia ante la Corte Interamericana de
Derechos Humanos, en la cual mostraban su desacuerdo por dejar el caso en manos de
la Justicia Penal Militar, por tratarse de una delito que atento contra los derechos
humanos, y por lo tanto debía ser juzgado rígidamente, sin importar los rangos
militares, por la justicia ordinaria para evitar la impunidad perpetuada, y quitar a los
culpables el beneficio que su Fuero Militar les brinda.
La denuncia ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos fue uno de los factores
principales para que la Justicia Ordinaria se hiciera cargo del juzgamiento de los
militares implicados. Primero, llamaron al Teniente Coronel Orozco Castro, quien
declaró ante la Fiscalía General de la Nación y aseguró que cuando fue necesario el
envió de las Fuerzas Militares a Mapiripán, éstas estaban separadas en otras localidades
como Puerto Concordia, el Retorno y Calamar. A su vez, afirmó que el día de los
hechos “dispuso la movilización de las últimas compañías del Batallón Joaquín París
hacia Calamar, a pesar de que no existía confirmación sobre incidentes de perturbación
73
del orden público en este lugar”. (Corte Interamericana de Derechos Humanos, 2005, 15
de septiembre)
Diez años después de la masacre el juez noveno especializado en el caso de Mapiripán
encontró culpable al coronel retirado Hernán Orozco por el delito de homicidio, y lo
condenó a 40 años de prisión por la Justicia Ordinaria.
El General (r) Uscátegui durante su proceso judicial con la Justicia Penal Militar en
2001, fue encontrado culpable por omisión de sus responsabilidades, alegando que
Mapiripán no estaba en su jurisdicción.
No obstante en 2003 la Unidad de Derechos Humanos y Derecho Internacional
Humanitario de la Fiscalía lo llamó de nuevo a juicio. En el momento en que se le iba a
dictar sentencia, el general decidió hablar; no permitió que el resto de involucrados lo
dejaran sólo con la responsabilidad de la masacre. "Si el alto mando militar no me ayuda,
sacaré a relucir pruebas que no dejan duda sobre la cercanía del Ejército con las
autodefensas",
sostuvo el oficial en una conversación privada divulgada por la revista
SEMANA. (SEMANA, 2005, 6 de febrero)
Los nexos de la Fuerza Pública con los paramilitares eran evidentes, así como también
la participación de altos mandos en la masacre. Las declaraciones del general Uscátegui,
y el ex paramilitar Salvatore Mancuso lograron confirmar que los hechos ocurridos en la
masacre de Mapiripán fueron plenamente planeados por una operación conjunta entre
militares y paramilitares, por el afán de acabar con todo aquel que dificultara su labor:
las FARC.
De la misma manera, el conflicto de competencias entre la Justicia Penal Militar, y su
afán de proteger a sus miembros sin importar las acusaciones verídicas que
comprobaban el delito contra los derechos humanos por parte de agentes del Estado,
sumado a la ineficiencia de la Justicia Penal Ordinaria, entorpeció los procesos de
investigación, logrando retrasar el caso Mapiripán y prolongando paralelamente la
impunidad en Colombia.
74
2.4.4 Agentes del Estado: ¿jugando a ser victimarios?
El 15 de julio de 1997, el general Uscátegui fue informado por teléfono de los hechos,
así como también el 16 del mismo mes, por escrito, mediante un oficio realizado por el
mayor Hernán Orozco Castro, a quien el general había pedido que desvirtuara y alterara
la información de lo sucedido para eludir su responsabilidad en el crimen.
Las organizaciones no gubernamentales, en labor conjunta con las víctimas, culpan al
coronel Lino Sánchez Prado, comandante de la Brigada Móvil Nº 2, al general
Uscátegui, comandante de la VII Brigada y al coronel Ávila Beltrán, comandante del
Batallón Joaquín París. Sin embargo, la lista de militares es amplia, si se tiene en cuenta
que durante la masacre la población fue arrinconada sin forma alguna de pedir auxilio o
denunciar lo que estaba pasando.
Los principales actores militares implicados en el caso de Mapiripán contribuyeron de
manera notoria a otorgar a las autodefensas elementos bélicos de uso privativo del
Ejército, brindándoles también fácil acceso a la zona en carros, aviones y lanchas.
En 2007 el juez noveno especializado de Bogotá absolvió al general y comandante de la
Brigada VII, Jaime Humberto Uscátegui, por homicidio agravado, secuestro y omisión
de denuncia. Sin embargo le otorgó 41 meses de prisión por falsedad en documento,
pena que ya había cumplido desde 1999 cuando lo capturaron.
Para las víctimas, la decisión de la justicia ordinaria fue irracional. Según Eduardo
Carreño, defensor de 11 familias de las víctimas y vicepresidente del Colectivo de
Abogados José Alvear Restrepo, “el General debió aportar esas pruebas desde el inicio
de la investigación y no haber permitido que pasaran tantos años. Ahora que se siente
sólo y abandonado por aquellos que un día lo obligaron a callar, según sus afirmaciones,
decidió hablar”. (Corte Interamericana de Derechos Humanos, 2005, 15 de septiembre)
Durante el proceso de apelación por la libertad del general Uscátegui, se descubrieron
más nombres de militares implicados: los suboficiales retirados José Miller Ureña Díaz
75
y Juan Carlos Gamarra Polo, quienes fueron condenados a 40 años de prisión por la
justicia ordinaria.
A su vez, el Teniente Coronel Hernán Orozco Castro fue encontrado culpable en el
mismo juicio del General Uscátegui y condenado a 40 años de prisión, pero hasta la
fecha se encuentra prófugo de la justicia.
Otra pieza clave en la investigación y señalada por el desmovilizado Mancuso, fue el
coronel retirado Lino Sánchez Pardo, quien sólo hasta febrero de 2000 fue vinculado al
caso por omisión, hallado culpable, y acusado a 40 años de prisión por el Tribunal
Superior de Bogotá. Sin embargo, mientras cumplía la pena, falleció.
La lista de militares sigue creciendo: en octubre de 2006, un juzgado de Villavicencio
condenó al suboficial retirado del Ejército, Leonardo Montoya Rubiano, a Francisco
Enrique Gómez Vergaño y Arnoldo Vergara Trespalacios, por su participación en dicha
masacre. Los tres fueron procesados por delito de homicidio agravado y secuestro
extorsivo agravado.
El General Uscátegui mencionó, también, al Coronel Rito Alejo del Río como uno de
los autores principales, pero su miedo a perder la vida lo llevó a no hacer más
acusaciones para evitar las retaliaciones de Salvatore Mancuso: “Prefiero que mis hijos
tengan un padre preso y no un padre en una tumba". (¿Por qué lloró el General?, 2006)
El actual desmovilizado, Mancuso, señaló al Coronel Lino Hernando Sánchez Prado y a
un tal “coronel Plazas”29, de ser uno de los principales autores de la masacre. Las
investigaciones hallaron que el “Plazas” nombrado por Mancuso era teniente coronel
que en 1997 se desempeñaba como jefe de inteligencia de la Brigada XVII del Ejército,
con sede en Urabá, y quien dependía directamente del controvertido general Rito Alejo
del Río.
La justicia ordinaria hizo caso omiso a esta acusación, y excluyó por completo de la
investigación al general Rito Alejo del Río, y sólo hasta el 4 de septiembre de 2008, la
Fiscalía dictó orden de captura contra el general retirado, para rendir indagatoria por su
29
El coronel Plazas, cuya identidad era desconocida, mencionado por el paramilitar, Mancuso, se prestó
para confusión con el coronel Alfonso Plazas, quien esta siendo procesado actualmente por las
desapariciones forzadas de civiles en el Palacio de Justicia en 1985.
76
presunta responsabilidad en hechos punibles ocurridos en febrero de 1997, durante la
“operación Génesis”. A su vez, la indagatoria por el delito de homicidio en calidad de
coautor, se realizará ante un fiscal de Derechos Humanos y Derecho Internacional
Humanitario, quien lo investigará por los presuntos nexos con los paramilitares.
La captura contra el general Rito Alejo del Río, se produjo luego de que la Procuraduría
pidiera a la Corte Suprema de Justicia reabrir un proceso contra el oficial, archivado
hace cuatro años por la fiscalía, al aparecer nuevos testimonios en su contra por los ex
líderes paramilitares Ever Velosa (alias 'H.H.') y Salvatore Mancuso, en los que
señalaron a Del Río “como colaborador en sus actividades ilícitas”.
El general Rito Alejo del Río fue detenido, después de 11 años, su estado jurídico esta
aún por definir, por lo que las investigación en su contra siguen en proceso.
La demanda establecida por el Centro por la Justicia y el Derecho Internacional,
(CEJIL), y el Colectivo de Abogados “José Alvear Restrepo”, fue ganada, obligando al
gobierno colombiano a responder e indemnizar a las familias de las víctimas por la
masacre de Mapiripán, ocurrida hace 12 años.
77
3. LA IMPUNIDAD EN LA JUSTICIA PENAL MILITAR
Diferentes organizaciones no gubernamentales han liderado en Colombia la denuncia de
las violaciones de los derechos humanos por parte de la Fuerza Pública, con el propósito
de hacer justicia, hallar la verdad sobre los casos del pasado y del presente, y además,
para garantizar más transparencia en el interior y funcionamiento de la Justicia Penal
Militar.
Sin embargo, los casos que permanecen en la Justicia Penal Militar no son asumidos, la
mayoría de las veces, con imparcialidad y neutralidad. El sistema castrense muchas
veces no garantiza el acceso a la justicia de forma rápida y sencilla, ejecutándose las
sentencias no a favor de las víctimas, sino a favor de los victimarios.
Aunque los miembros de la Fuerza Pública, aseguran que todas las investigaciones en
materia de Derechos Humanos, quedan en manos de la justicia ordinaria y no en la
militar, en muchos casos como lo fue en las masacres de La Rochela y Mapiripán, la
Justicia Penal Militar fue la encargada de sentenciar a sus miembros, porque el Fuero
Militar cobija los delitos cometidos en “relación con el servicio”, lo que quiere decir
que “todo acto de un militar mientras esté vinculado a las Fuerzas Militares activamente
es un acto de servicio, lo que implica que los delitos cometidos por militares durante la
permanencia activa en la correspondiente arma están relacionados con el servicio”.
(Tribunal Permanente de los Pueblos, 1989, p.321)
Por lo tanto, aunque se trate de Crímenes de Lesa Humanidad, los miembros de la
Fuerza Pública eran condenados por la justicia castrense, porque según su Fuero Militar
los militares en servicio activo, están prestando permanentemente su servicio militar sin
importar las condiciones en que se ejecutó el delito. Por eso, se dice que al pasar los
casos a la Justicia Penal Militar, ésta se encarga de garantizar la impunidad, porque de
cierta forma está protegiendo a sus miembros, imponiéndoles penas más blandas y
menos rígidas sobre quienes incurrieron ya sea directa o indirectamente en el asesinato
de civiles ajenos al conflicto. Adicionalmente a esto, hay que señalar que hasta el
Estado se ha hecho cómplice de actos criminales, al permitir que los militares, sean
78
juzgados por sus iguales, cuando la justicia ordinaria debería ser la única encargada de
juzgar casos que estén relacionados con los Crímenes de Lesa Humanidad.
Es así como la Justicia Penal Militar se defiende al decir que si la jurisdicción militar no
puede juzgar a civiles, tampoco la jurisdicción ordinaria debería poder juzgar a militares
en servicio activo por delitos cometidos en relación con el mismo. (Salazar, 1993, p.
181) Si los militares gozan de un privilegio, como es su Fuero Militar, que los hace
inmunes a ser juzgados por la justicia ordinaria cuando éstos cometan delitos que
atenten contra los derechos humanos, como sucedió en las masacres de Mapiripán, La
Rochela, San José de Apartadó y Trujillo, entonces ¿por qué no eliminar el Fuero
Militar y así acabar con la impunidad, silenciosa, desatada a partir de la Justicia Penal
Militar? Aquí inicia el debate sobre la justicia castrense como patrocinadora de la
impunidad, cuando debería tratarse de una institución reguladora de justicia y protectora
de los derechos humanos de los habitantes.
El Estado, aunque no quiera aceptarlo, no puede negar que el comportamiento de la
Justicia Penal Militar ha sido desigual y ambiguo, y sus investigaciones no se han
desarrollado con diligencia e imparcialidad. Y a pesar de las reformas que se le han
hecho, aún no tiene la legitimidad suficiente en el público.
3.1 Análisis del Fuero Militar y su evolución
Desde la Constitución de 1886 el Fuero Militar cobijaba “los delitos cometidos por
militares en servicio activo y en relación con el mismo”. (Art. 170) Sin embargo, desde
entonces ha sufrido varias modificaciones, al igual que han regido varios Códigos de
Justicia Penal Militar, que han ido desarrollando este privilegio judicial, y en la mayoría
de los casos lo ha ido extendiendo a situaciones no previstas por la Constitución.
Observemos rápidamente las veces que ha sido modificado el Código Militar: 1) bajo el
gobierno de Enrique Olaya Herrera se expidió el Código de Justicia Militar, y 2) a raíz
del fallido golpe de Estado encabezado por el coronel Diógenes Gil, el 10 de julio de
1944, contra el presidente López Pumarejo, se expidió de nuevo un Código Penal
79
Militar, el cual cobijaba las rebeliones de tipo militar no previstas en el anterior estatuto.
3) Este último Código se expidió mediante decreto de Estado de Sitio, y fue extendido
de forma permanente durante todo el año (1945). 4) Después del asesinato de Jorge
Eliécer Gaitán se expidió otro Código Militar en 1950, y 5) con la toma del poder del
General Gustavo Rojas Pinilla se modificó “la Jurisdicción Penal Militar, sustrayéndole
a la Corte Suprema de Justicia la competencia para conocer de los recursos de casación
y revisión y, creando una Corte Militar para el conocimiento de estos recursos (decreto
No. 2311, septiembre 4 de 1953)”. (Tribunal Permanente de los Pueblos, 1989, p.311)
6) Una vez derrocado Rojas Pinilla del poder, la Junta Militar expidió un nuevo Código,
el cual abolió del todo la Corte Militar de Casación30, restituyendo el conocimiento de
los recursos a la Corte Suprema de Justicia. 7) Este nuevo Código Penal Militar rigió
hasta 1989, cuando entró en vigencia un nuevo estatuto castrense (el decreto No. 2550).
A partir de este último Código, el Fuero Militar sufrió una ampliación importante para
la Fuerza Pública, al incorporar a la Policía Nacional a las Fuerzas Militares
otorgándoles los beneficios del fuero. Por lo tanto, según el articulo primero del Código
Penal Militar, “todos los delitos que cometan los miembros de la Fuerza de Policía en
servicio activo, serán competencia de la justicia castrense”.
Lo anterior muestra, que las modificaciones que sufrió el Código Penal Militar
pretendían de una forma u otra establecer leyes que favorecieran a los miembros de la
Fuerza Pública, ya sea en tiempos de guerra o en tiempos de paz. Con esto lograron
extender el Fuero Militar con el propósito de que fuese la Justicia Penal Militar la
encargada de juzgar a sus miembros, cuando éstos cometieran delitos relacionados con
el servicio, dentro de los cuales se encontraban los Crímenes de Lesa Humanidad, por
considerarlos delitos cometidos en servicio activo. El nuevo Código de Justicia Penal
Militar (decreto No. 2550 de 1988) que entró en vigencia el 12 de junio de 1989
“incorporó en su texto nuevos delitos comunes, y en especial el de tortura y diversas
formas de detención arbitraria, este último considerado en sectores castrenses como
30
La Corte Militar de Casación fue creada por el gobierno del General Rojas Pinilla, con la cual buscaba
asegurar completa inmunidad a los miembros de las Fuerzas Armadas. Los procesos penales eran
trasladados a la nueva Corte, la cual gozaba de una dependencia extrema con el Ministerio de Guerra. Y
los intereses de la sociedad respecto al juzgamiento de militares pasaban a ser representados por el
Inspector General de las Fuerzas Militares.
80
tipificación de la desaparición, o sea, modalidades propias de la guerra sucia”.
(Tribunal Permanente de los Pueblos, 1989, p.313)
La amplitud que se hizo del Fuero Militar en la Constitución bajo la noción de “acto de
servicio”, sirvió como pretexto para adjudicar cualquier delito cometido por miembros
de la Fuerza Pública a la Justicia Penal Militar. El “acto de servicio” es la razón por la
cual los crímenes cometidos por militares son, muchas veces, de competencia de la
justicia castrense, razón que además explica por qué existe coalición de competencias,
cuando los militares se ven involucrados en Crímenes de Lesa Humanidad, entre la
justicia ordinaria y la castrense. La definición del artículo 170 de la Constitución ha
permitido que los miembros de las Fuerzas Armadas sean fácilmente cobijados por el
Fuero Militar, el cual se ha ido proyectando como mecanismo de impunidad en el
Estado colombiano.
Para el general (r) Manuel José Bonett, ex comandante del Ejército Nacional de
Colombia durante el gobierno Ernesto Samper Pizano, la Justicia Penal Militar no es
para nada diferente a la justicia ordinaria, y la comunidad para quitarse un peso de encima
y eximirse de sus pecados, busca siempre culpar a la Fuerza Pública. Quienes están en contra
tratan a las Fuerzas Armadas en todo sus aspectos de su desempeño, ya sea social, económico,
o político, como algo distinto que no hace parte de la sociedad. Aquí en Colombia, los
intereses propios o colectivos de ciertos sectores, creen que la única solución a los
problemas es reformando las leyes ya existentes. En el país hay que aplicar la ley tal y como
fue concebida desde sus indicios, y como está escrita en la Constitución. Si sobre la Justicia
Penal Militar dice que “los delitos cometidos por militares en servicio activo y en relación con
el mismo conocerán los Tribunales Militares”, ¿por qué entonces inventar otra reforma si ya
está escrito así en el Código Penal Militar? (Bonett, M.J, entrevista, Abril, 2009)
Aunque el general (r) Bonett, nunca estuvo de acuerdo con que la Justicia Penal Militar
culpara a miembros de la Fuerza Pública cuando éstos cometieran Crímenes de Lesa
Humanidad, si acepta que la justicia militar ha sido tratada desde su concepción como la
hija infectocontagiosa del sistema; empezando por los medios de comunicación, y los sectores
políticos que se están deleitando con la Justicia Penal Militar. Sus preguntas lo preocupan,
¿dónde queda la justicia ordinaria, la cual ha sido sancionada tantas veces por organismos
internacionales y tiene un índice de impunidad casi del 90%? ¿Por qué tiene que ser diferente a
81
la Justicia Penal Militar? ¿Por qué la sacan del contexto social que nos rodea?”.
Su
respuesta es precisa: “vivimos en un mundo de hipocresía. Yo nunca estaré de acuerdo con las
reformas, lo único que debe hacer la justicia es actuar; y la Justicia Penal Militar no es ni más
ni menos que la justicia colombiana”. (Bonett, M.J, 2009)
3.2 El poder del Fuero Militar y el espíritu de cuerpo
En el interior de la Fuerza Pública existe un concepto por el cual todo miembro se rige y
respalda, como si se tratara de un segundo código militar: el espíritu de cuerpo. Este
concepto significa lealtad ante las órdenes y obediencia ante los superiores, lo que
quiere decir que la más alta jerarquía militar siempre se encontrará protegida por los
desmanes de sus inferiores y al mismo tiempo los inferiores siempre y cuando sean
leales, siempre serán amparados por la jerarquía.
El general (r) Álvaro Valencia Tovar, dice por su lado que este concepto aunque trata de
desaparecer por las presiones y gracias a los organismos no gubernamentales, “el
termino - espíritu de cuerpo- para desgracia de muchos no se ha roto, y sigue al
cuidado de los valores transmitidos y cultivados de generación en generación, que la
bien larga sucesión de comandantes ha tenido el cuidado de preservar”. (Valencia, 2009,
15 de enero) Asimismo, Valencia Tovar expresa que en numerosas ocasiones ha
existido la falsa interpretación de que el espíritu de cuerpo obliga a los militares a
callar, a ocultar, y a proteger delitos. Sin embargo, según el general cuando se presentan
excesos en el interior de las Fuerzas Militares el Código Penal y el Reglamento de
Régimen Disciplinario para las Fuerzas Armadas tienen como obligación sancionar y
castigar rígidamente a quienes cometan irregularidades que vayan contra los principios
de un militar.
Pero entonces, ¿en qué consiste la solidaridad y el compañerismo entre los miembros
del Ejército para el general (r) Valencia Tovar? Su respuesta es clara, la solidaridad
que surge entre los militares, está cimentada en el genuino espíritu de cuerpo, hacia
compañeros injustamente acusados de delitos inexistentes, o expulsados de las filas donde
82
militaron con honor, dignidad, disciplina y conducta intachable, pero que en una situación
compleja y confusa resultan incriminados, no pocas veces por organismos oficiales
precipitados, impulsivos o ignorantes de aspectos castrenses que no se tienen en cuenta al
prejuzgar y condenar sin averiguar siquiera y muchas veces investigar dentro de las juridicidad
del debido proceso. (Valencia, 2009, 15 de enero)
El general (r) Valencia Tovar recuerda los casos del general (r) Farouk Yanine,
cuestionado hoy en día por su presunta omisión en el homicidio colectivo de la masacre
de la Rochela (1989), y al general (r) Jaime Uscátegui, encontrado culpable por omisión
de sus responsabilidades por la masacre de Mapiripán (1997), y quien más tarde logró
demostrar su inocencia. Estos dos oficiales eran distinguidos, prestigiosos en las
Fuerzas Militares, y con brillantes carreras profesionales, por eso para el general (r)
Valencia Tovar, las denuncias y publicaciones realizadas en los medios de
comunicación sobre el rol de estos dos oficiales en las masacres mencionadas,
deslegitimaron su honor, y moral y desprestigiaron el nombre de sus familias. Esto se
debe a la poca información que se tiene respecto a los temas militares- las vivencias,
sacrificios, y hasta el propio funcionamiento del espíritu de cuerpo-, según el general, lo
cual hace que muchos juzguen irresponsablemente a los miembros de la Fuerza Pública.
Aunque el general en retiro Álvaro Valencia Tovar funda sus argumentos a favor del
sistema militar, no se pregunta, ni cuestiona por qué 18 años después de cometidas éstas
masacres, la Fiscalía General de la Nación reabre los casos que han permanecido en la
impunidad y en el olvido.
Por ejemplo, en el caso de la masacre de la Rochela es más claro observar la impunidad
desatada a partir de la justicia militar. En 1989, con la ampliación del Fuero Militar, el
Tribunal Disciplinario era el encargado de resolver el conflicto de competencias entre
ambas justicias, por lo cual casi siempre fallaba a favor del fuero. En cualquier tiempo,
y por cualquier tipo de delito, los militares debían ser procesados por Tribunales
Castrenses. El Tribunal Disciplinario concluyó que los militares debían ser procesados
por Cortes Castrenses, argumentado que el servicio activo “es la defensa permanente de
la nación”, lo que quiere decir que aún cuando un militar comete un delito, “está al
mismo tiempo perpetrando una infracción con ocasión al servicio, puesto que los
militares en servicio activo están prestando su servicio permanentemente”. (Justicia
83
Penal Militar-Jurisprudencia, citado de Tribunal Permanente de los Pueblos, 1989, p.
321)
En este orden de ideas, el Fiscal Primero de Orden Público en Pasto, en donde fue
enviado el proceso penal de la masacre de La Rochela, aunque logró confirmar en su
informe evaluativo al Procurador Regional de Pasto, que dos uniformados, el Teniente
Andrade Ortiz y el Sargento Hernández Arciniegas, además de tolerar y mantener
vínculos estrechos y permanentes con los miembros del grupo paramilitar “los Masetos”,
debían haber tenido algún grado de participación en los hechos de la masacre de la Comisión
Judicial y en todo caso habían encubierto a sus ejecutores materiales, (El Camino de la Niebla,
1990, p.410) la Procuraduría General de la Nación no actuó contra los militares
involucrados, porque la Instrucción Penal Militar seria la encargada de investigar y
determinar la culpabilidad de los uniformados en el caso.
La responsabilidad de los uniformados en la masacre de la Rochela fue evidente, así
como también existió la ausencia de una verdadera voluntad política de investigar los
hechos de la Rochela. El Fiscal Primero de Orden Público en Pasto confirmó en su
informe evaluativo al Procurador Regional de Pasto, que dos uniformados, el Teniente
Andrade Ortiz y el Sargento Hernández Arciniegas, tenían relación directa con los
paramilitares. Sin embargo, el proceso de investigación se congeló y paso a manos de la
Justicia Penal Militar, la cual se olvidó de la responsabilidad de los dos uniformados, así
como también hizo caso omiso a la participación directa e indirecta de numerosos
militares, que habían encubierto el crimen, entre los cuales se encontraba el Mayor
General Farouk Yanine Díaz, llamado a juicio por la justicia ordinaria 18 años después
de ocurrido los hechos.
En 1996, el Consejo de la Judicatura le entregó el caso a la Justicia Penal Militar, la cual
se tomó siete meses para concluir que el general (r) Yanine no participó ni directa, ni
indirectamente en la desaparición de los 19 comerciantes, ni tampoco en la masacre de
la Rochela, donde murieron 12 integrantes de la comisión judicial, la cual había sido
enviada para investigar el caso de los comerciantes, desaparecidos y asesinados en
1987.
84
En la masacre de la Rochela se pudieron detectar varios mecanismos y factores de
impunidad, dentro de los cuales se evidenciaron los permanentes obstáculos impuestos
desde las más altas cúpulas militares, “para entorpecer el avance de la investigación
judicial y hacer nugatorias las órdenes de captura impartidas contra los jefes de los
grupos paramilitares”. (El Camino de la Niebla, 1990, p.412)
El rol del Fuero Militar fue definitorio para garantizar la impunidad, porque gracias a su
protección, la responsabilidad de los oficiales de las Fuerzas Armadas en el caso de la
Rochela fue imposible de atribuir, como también la ampliación y definición ambigua de
“actos del servicio” impidió que la Justicia Ordinaria investigara los vínculos de los
uniformados con el grupo paramilitar ejecutor del crimen.
El caso de Mapiripán revela otro factor de impunidad en el Estado colombiano. Dos
años después de la masacre (1999) el Comandante del Ejército, y juez militar de
instancia, pidió a la Unidad Nacional de Derechos Humanos de la Fiscalía General de la
Nación que el caso pasara a manos de la Justicia Penal Militar, por considerar las
acciones de los miembros militares “actos propios del servicio”. El Comando del
Ejército señaló que “toda función omitida por un militar ha de tener relación directa y
próxima con el servicio, sin importar las condiciones en que se haya ejecutado el
crimen. Es esta la esencia que nutre la primera razón de ser del Fuero Militar”. (Huertas
D. Omar. et al. 2005, p.556)
El hecho de dejar actuar a la parte civil - familiares de las víctimas y testigos- sólo a
través de abogados, y no permitir su participación durante la indagación preliminar, la
cual es quizás una de las etapas más importantes de cualquier proceso penal, porque allí
es donde se enruta la investigación y se logra llegar a la identidad de los responsables y
donde además se define el rumbo que habrán de tomar las pesquisas judiciales: si se
remite a la Justicia Ordinaria o a la Penal Militar, hizo que el caso Mapiripán fuera
manipulado por los interesados en tapar la verdad: el Ejército. Los testimonios son
manipulables, y por tal razón la gran mayoría de los procesos buscan hoy en día
apoyarse en sólo testimonios.
Muchas veces la autoridad de Policía Judicial, término que explicaré más adelante,
llamada a investigar este tipo de casos, resulta siendo investigadora de su propio crimen,
85
o el de sus compañeros de institución, predominando en este sentido su inmune escudo:
el espíritu de cuerpo, consagrándose al mismo tiempo la impunidad.
Una de las víctimas de la masacre la Rochela, Wilson Mantilla, para la época
funcionario de la Comisión Judicial y uno de los 3 sobrevivientes, logró con su
testimonio confirmar que lo órganos de control del Estado colombiano muchas veces
investigan a los denunciantes y no a los denunciados, para con esto llegar a consagrar la
impunidad de los crímenes. Mantilla fue amenazado por 4 años consecutivos y obligado
a emigrar al exterior, debido a las amenazas que no le permitieron gozar con plenitud su
libertad. Mantilla tuvo que pasarse por muerto para poder salir con vida de la
encrucijada propiciada por los “Masetos” en conjunto con agentes del Estado.
Conociendo el peligro que corría Mantilla, la Fiscalía General de la Nación, después de
creada la reforma Constitucional del 91, lo “abandonó” ofreciéndole exiliarse en
Estados Unidos sin ningún beneficio económico.
La Comisión alega que “el caso permanece en parcial impunidad y la mayoría de los
autores materiales e intelectuales, civiles y militares, no han sido investigados y
sancionados penalmente”. (Colombia, Corte Constitucional, (2007, 11 de mayo),
Sentencia, (Caso de la Masacre de la Rochela vs. Colombia). Igualmente, tuvo que
acudir a la Corte Interamericana de Derechos Humanos para que por medio de esta se
revelara la verdad, y culpara al Estado colombiano por haber incumplido con su labor.
Ante el “abandono” y amenazas, los funcionarios de la Comisión Judicial se vieron en
la obligación de acudir al Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo, organismo no
gubernamental, para que éste los representara ante los organismos internacionales y la
justicia. Tanto la Comisión como su representante legal afirman que la justicia penal
militar intervino como “abierta obstrucción a la investigación ordinaria”. (Colombia,
Corte Constitucional, 2007).
La Corte descubrió que en 1990 cuando la investigación paso a manos de la jurisdicción
militar, el caso se estancó por la incompetente función y extrema negligencia que
impidió que durante 17 años se investigara la conducta de los militares involucrados. El
envío del caso La Rochela a la Justicia Penal Militar provocó que durante un largo
86
periodo no se ejecutaran ningún tipo de averiguaciones sobre los hechos, y se tomara en
el olvido, reafirmando una vez más la impunidad.
Para Mantilla, la Justicia Penal Militar debería desaparecer por completo de la
Constitución, pues gracias a ella quienes una vez intentaron asesinarlo y acabar con su
familia fueron absueltos por “falta” de pruebas, teniendo en cuenta además que dentro
de sus victimarios se encontraban agentes del Estado. Pero, ¿acaso el testimonio de
Mantilla, testigo presencial y víctima de los hechos, no fue suficiente para reconstruir
los hechos y afirmar las pruebas y evidencias? La respuesta es no. Mantilla expresa su
inconformismo respecto a la jurisdicción militar de la siguiente forma:
Si no existiera la Justicia Penal Militar, la impunidad disminuirá y sería más sano
para el Estado porque le daría más confianza a la comunidad. La sociedad debe
entender que la Fuerza Pública sigue gozando y abusando del poder que años atrás
poseyó. A las Fuerzas Armadas les falta mucha preparación en derechos humanos, y
aún no está preparada “intelectualmente”, ni “militarmente” cuando deben
enfrentarse con el enemigo, porque para ellos es muy difícil asesinar al enemigo sin
causarle el mayor daño. Podemos decir que están muy capacitados en milicia, pero
no en derechos humanos. La justicia militar no cumple con sus funciones y no existen
sanciones justas de parte de ella, lo que lleva a que otros militares sigan cometiendo
excesos y abusando del poder. (Mantilla,W, entrevista, febrero,2009)
La Comisión Judicial afirma que el caso de la Masacre de la Rochela, posee un especial
significado para la sociedad colombiana por haberse tratado del asesinato sistemático de
funcionarios judiciales mientras cumplían con su deber de investigar los hechos, dentro
de los cuales se encontraba revelar la responsabilidad de los militares.
El Fuero Militar es la expresión jurídica que asume el espíritu de cuerpo, y como ya
observamos es la herramienta que caracteriza a las Fuerzas Armadas, y cuyo objetivo es
proteger desde diferentes ángulos a sus miembros. El fuero se ha entendido “como la
forma exceptiva por medio de la cual las estructuras inferiores de la Rama
Jurisdiccional del Poder Público no tienen acceso al conocimiento de los delitos
cometidos por militares”. (Tribunal Permanente de los Pueblos, 1989, p.337) Es la
Corte Suprema de Justicia la única autorizada en conocer los crímenes o delitos que
87
inculpan a los militares mediante el juzgamiento en segunda instancia de los militares
de la más alta jerarquía.
No obstante, para la Fuerza Pública es claro que los únicos que pueden comprender en
integridad lo que conlleva la profesión de las armas son sus pares. Según el ex director
de la Defensoría Militar Integral (DEMIL), el Brigadier General Luís Fernando Puentes,
las investigaciones disciplinarias a oficiales y suboficiales no cuentan con la pericia
sobre temas tácticos o estratégicos. Al mismo tiempo, señala que en Colombia:
los organismos no gubernamentales se dedican a cuestionar y deslegitimar la función
de la Fuerza Pública, porque creen que el Fuero Militar es sólo un privilegio; y
resulta que no lo es, es una garantía que hace parte del Estado de Derecho, y como
tal las Fuerzas Armadas deben regirse por el. El fuero no es un privilegio y si hay
una justicia más estricta que la Justicia Penal Militar por favor muéstrenmela. Yo les
garantizo que es más rígida que la justicia ordinaria. Los hombres que ha escogido el
Estado para portar armas y defender a la nación, deben ser protegidos por su fuero,
y eso lo tienen que empezar a comprender aquellos que insisten en que la justicia
militar desaparezca. Existen circunstancias en el campo de batalla en
que los
militares deben defenderse, y se ven obligados a actuar por situaciones que los
ponen en el umbral del delito, cuando se presentan esas anomalías deben juzgarlos
sólo aquellos que conocen el quehacer militar, las operaciones, la inteligencia
militar, el sistema logístico, y el que ha tenido una experiencia y recorrido militar
significativo. La sociedad debe entender que Colombia vive en un conflicto desde
hace más de 50 años, y hoy más que nunca la nación necesita de la Justicia Penal
Militar. Lo único que nos importa, a nosotros los militares, es que siempre seamos
juzgados sin importar las condiciones por aquel que entienda lo que significa la vida
militar, conforme lo que dice la Constitución. (Puentes, L. F., entrevista, noviembre,
2008)
3.3 La proyección del Fuero Militar en la justicia ordinaria
Aunque el objeto de estudio de este trabajo gira únicamente entorno al funcionamiento
de la Justicia Penal Militar, hay que mencionar a grandes rasgos el rol de la justicia
88
ordinaria, ya que ésta coadyuvó a proyectar el Fuero Militar como mecanismo de
impunidad.
Veamos qué paso, con el caso Trujillo, el cual se asemeja al caso de San José de
Apartadó, en cuanto a la desaparición de testigos y amenazas consecutivas para
desvirtuar con ello la responsabilidad de los agentes del Estado.
En una carta a la Fiscalía31 el padre Javier Giraldo, activista de Derechos Humanos en
Colombia, en la cual explica el por qué por motivos morales y éticos no asistió a la
diligencia judicial a la que lo citó la Fiscal Seccional 216 de Bogotá por calumnia e
injuria interpuestas contra él por el coronel Néstor Iván Duque, muestra “la perversidad
con que la justicia colombiana maneja la prueba testimonial”, cuando la Fuerza Pública
se ve involucrada, haciendo énfasis a la ineficiencia, irresponsabilidad, y desinterés
estatal para que se conozca la verdad.
Ante esta situación el Padre Javier Giraldo expone en su carta lo siguiente:
Las familias de las víctimas fueron llamadas a rendir indagatoria ante los jueces
instructores32, quienes nunca practicaron una sola prueba técnica ni hicieron
observaciones, ni investigaron las versiones, porque sabían con certeza que ningún testigo
iba a decir nada sustancial porque la amenaza que recorría la zona se aplicaba sin
compasión: “el que abra la boca, al otro día estará flotando en las aguas del Cauca”, y en
ellos se apoyaban para abrir y cerrar expedientes exiguos que sólo contenían la necropsia
y el testimonio inútil de algún familiar. Así, justificaban su salario; se protegían contra
eventuales represalias de los victimarios y tenían una excusa perfecta para archivar los
procesos y no meterse en problemas con nadie: “no fue posible identificar a ningún
culpable”, a pesar de que todo el pueblo y la región conocía sus nombres y huían
despavoridos cuando aparecían por los caminos veredales las camionetas del F-2 del Tulúa
o del Batallón Palacé de Buga, porque una nueva desaparición era inminente. (Giraldo, J.
Carta
a
la
Fiscalía
[en
línea],
disponible
en:
http://www.movimientodevictimas.org/index.php?option=com_content&task=view
&id=261&Itemid=1 , recuperado: 15 de junio 2009.)
Las instituciones judiciales y disciplinarias del Estado suelen acudir a algunas ONGs,
como la Comisión de la Verdad, la que investigó el caso Trujillo, para por medio de
31
La
Carta
está
disponible
hoy
en
día
por
Internet.
En:
http://www.movimientodevictimas.org/index.php?option=com_content&task=view&id=261&Itemid=1
Se trata de una reflexión hecha por el padre Javier Giraldo, donde muestra la vergüenza absoluta de
Colombia en cuanto a la violación de derechos humanos.
32
Según el diccionario de la Real Academia Española un juez instructor es aquel que tiene autoridad para
juzgar y sentenciar en un tribunal.
89
estas llegar a testigos claves, a los cuales prometen “proteger” si colaboran con la
justicia. Sin embargo, los testigos muchas veces son interceptados por segundos antes
de tiempo, y como resultado a esto se producen las desapariciones forzadas, torturas, y
asesinatos. Para el padre Giraldo, es claro que cuando las víctimas se someten al Estado,
las versiones son manipuladas como lo es también la justicia.
Por ejemplo, Daniel Arcila Cardona ex paramilitar reveló su versión a las autoridades
competentes de lo ocurrido en Trujillo, confesando que los paramilitares Henry Loaiza,
y Diego Montoya cometieron la masacre de Trujillo en compañía del Mayor del ejército
Alirio Urueña. “Los interrogantes los dirige El Tío, uno de los paramilitares y mano
derecha de Montoya, las torturas las dirige el mayor Urueña y las practica él mismo a
las víctimas”, dijo Arcila en su confesión. (Comisión de Investigación de los sucesos
violentos de Trujillo, 1995, p.104)
Sin embargo, un dictamen de Medicina Legal declaró “Loco” a Daniel Arcila, logrando
anular sus versiones. El padre Giraldo al enterarse de la situación se dirigió a la
Procuraduría y solicitó que la Sociedad Colombiana de Psiquiatría practicara un examen
a Arcila para corroborar el diagnostico de la entidad, pero según la carta escrita por el
padre Giraldo al momento de solicitar la cita, Arcila ya había sido “descuartizado por
los mismos autores de la masacre, con un derroche inconcebible de sevicia”,
imposibilitando de esta forma que el testigo se sometiera a pruebas que comprometieran
a más personas. (Giraldo, J. 2009)
Las conclusiones de esta situación permiten señalar que la recolección de testimonios
resulta inútil, y los testimonios son cada vez más escasos, así como también los testigos.
En lugar de confrontar las versiones de los testigos por más insignificantes que puedan
parecer, y aplicar las pruebas técnicas necesarias en el momento, sin dejar que otros se
interpongan con “inútiles” observaciones, como sucedió con los dictámenes de
Medicina Legal, los cuales entorpecieron el proceso y no permitieron afirmar si la
condición mental del testigo era positiva, las autoridades competentes aplazaron la
investigación permitiendo que los ejecutores del crimen silenciaran a Arcila. Los jueces y
procuradores enviaron al testigo a “exámenes psiquiátricos” cuyos dictámenes serian después
absolutamente inválidos por comités de expertos dentro de la Comisión Trujillo propiciada por
90
la OEA, pero cuando esto se dio, ya el testigo había sido descuartizado y todas las sentencias
absolutorias de primera y segunda instancia estaban ejecutoriadas. (Giraldo, J . 2009)
Aunque, la versión de Arcila fue criticada por sus familiares, quienes aseguraron que su
testimonio era falso, y que el victimario inventaba e imaginaba los hechos, el informe
final sobre los sucesos ocurridos en Trujillo comprobó que la versión de Arcila era
valiosa y contenía veracidad por las siguientes razones:
No existe una historia común entre los implicados en los hechos y la vida del testigo
a cargo, por lo tanto no se puede afirmar que Arcila rindiera un testimonio
motivador por intereses mezquinos, dolosos o personales distintos a colaborar con la
justicia en el esclarecimiento de los crímenes para que estos no quedaran en la
impunidad, y a tratar de proteger su propia vida, intereses que resultan explicables y
comprensibles. El testimonio de Arcila, no fue, además, obtenido bajo la condición de
contraprestaciones por parte del Estado, es decir no existía la negociación de penas
por confesión o delación, y en los expedientes penales y disciplinarios no hay prueba
sobre pagos como contraprestación por el testimonio. (Comisión de Investigación de
los sucesos violentos de Trujillo, 1995, p.109)
Lo anterior es sólo una muestra de la dificultad que existe en la recolección de
testimonios para soportar la verdad, y de aquellos que por diferentes vías intentan
cambiar los hechos, desaparecer a los pocos testigos, y culpar a inocentes. Estos factores
atrasan los procesos, y dan la oportunidad a los culpables de huir ó vivir como si nada
hubiera pasado, como es el caso del general (r) Rito Alejo del Río, ex comandante de la
Brigada XVII del Ejército entre 1995 y 1997, quien aún causa polémica en el país, por
sus presuntos nexos con los paramilitares, y aunque ha sido capturado ya más de una
vez, el general ha podido disfrutar de su “libertad” incluso con la Corte Interamericana
de Derechos Humanos y varias organizaciones no gubernamentales tanto de izquierda
como de derecha encima.
Las denuncias contra el general del Río vienen desde su retiro en 1999, y a pesar de que
ONGs de Derechos Humanos, como Human Rights Watch, solicitaron investigarlo a
fondo por sus actuaciones, la Fiscalía sólo pudo capturarlo por primera vez en el 2001,
absolviéndolo en el 2004 por falta de pruebas; sin embargo, las insistencias de las
víctimas y algunas organizaciones no gubernamentales han exigido nuevamente
91
investigarlo. Por otro lado, los defensores del ex militar insisten en sus cualidades
militares y aseguran que se trata de es oficial que logró disminuir la violencia en Urabá.
Pero, ¿al Estado se le ha olvidado que en 1995, hace 14 años, alias el “Negro Bladimir”
ex paramilitar, confesó que se reunía varias veces con el general del Río, y otros
miembros del Batallón Reyes para coordinar las actividades paramilitares en la zona de
Urabá? Si del Río no ha sido sentenciado y sus investigaciones cada vez son más lentas,
si se tiene en cuenta que se trata de un caso que lleva en la impunidad más de 20 años, y
la insistencia de las víctimas y organizaciones se pronuncia cada vez más, y varios
testimonios coinciden con los hechos, ¿por qué las autoridades competentes no han
podido demostrar su culpabilidad? Esa pregunta aún no tiene respuesta, pero lo que si se
sabe con certeza es que el espíritu de cuerpo ha ayudado a retener el proceso, porque
detrás del general del Río hay mandos altos igualmente involucrados que no les
conviene que se conozca la verdad, sobre todo cuando la Política de Seguridad
Democrática ha ayudado a recuperar la credibilidad en la Fuerza Pública.
Volviendo al caso Trujillo, hoy en día, las investigaciones contienen elementos
suficientes para concluir que el Estado colombiano es responsable por la acción u
omisión de servidores públicos en la masacre de Trujillo, y aun así después de 15 años
la Fiscalía General de la Nación no ha condenado a un sólo culpable. Del mismo modo,
las instancias judiciales y disciplinarias se abstuvieron de recolectar las pruebas
adecuadas, fallaron en contra de la realidad impidiendo la identificación y sanción de
los autores directos e indirectos, o aun conociendo el paradero de los responsables las
autoridades competentes nunca actuaron, ni los vincularon en los respectivos procesos.
Otras de las preocupaciones ante el caso Trujillo es que algunos de los servidores
públicos que participaron en la masacre aun están vinculados a la Fuerza Pública, lo que
muestra una vez más que no es necesario que la Justicia Penal Militar intervenga, para
que el fuero militar y el poderoso espíritu de cuerpo opere libremente incluso cuando
los militares cometen crímenes de Lesa Humanidad.
Los funcionarios judiciales muchas veces prefirieron relacionarse con los victimarios
para por esta vía proteger sus vidas. Los asesinos buscaron en Trujillo neutralizar a los
testigos mediante el terror, para que éstos no revelaran la verdad, y a cambio los
92
subsidiaban económicamente o en su defecto los asesinaban para asegurar el silencio, y
como resultado los jueces archivaban los casos por prescripción.
Valga decir que el rol del C.T.I es definitorio en este tipo de casos, porque a través de el
se recolectan la mayor cantidad de pruebas físicas en la escena del crimen, así como los
testimonios más importantes, teniendo en cuenta que se encarga de investigar delitos,
prestar servicios forenses, de genética y de administración de la información judicial y
técnica que sirva para investigaciones penales. El C.T.I dirige, controla, organiza,
planea, y ejecuta las funciones de Policía Judicial de la Fiscalía, y provee además el
intercambio de información entre las distintas ramas de la Fuerza Pública.
Sin embargo, el cuerpo técnico de investigación es un organismo judicial que carece de
muchos medios, razón por la cual en las masacres perpetuadas años atrás se hizo más
difícil revelar el origen de los delitos, que por lo general sucedían en regiones de difícil
acceso, bien sea por los inconvenientes de orden público o por la topografía. El fiscal
Ante el Tribunal Héctor Cruz indica que cuando se presentan enfrentamientos entre las
fuerzas militares y grupos armados, y como consecuencia del combate mueren civiles,
el ejército rescindía a la Policía Judicial de sus funciones enviando los cuerpos a la
inspección de policía más cercana, cometiendo con esto el gravísimo error de alterar y
destruir todas las evidencias posibles en la escena del crimen. Esto muchas veces lo
hacían conscientes de que estaban imposibilitando a las autoridades competentes
conocer los hechos de la escena del crimen.
Estas irregularidades llevaron a la Dirección Nacional del C.T.I y a la Fiscalía General
de la Nación establecer un convenio con el Ministerio de Defensa, para que fuera la
Policía Judicial, como órgano especializado en la recolección de evidencias, la única
encargada en levantar los cuerpos e investigar los hechos, evitando parcialmente la
intervención del ejército. Sin embargo, cuando se trata de zonas de alto riesgo y con
difícil acceso, la Policía Judicial acude a la Fuerza Pública para que en helicópteros o en
vehículos fueran trasladados a la región. Según el fiscal, sólo hace dos años (2007) la
colaboración y función del ejército en la recolección de pruebas y evidencias se limitó a
prestar servicios de transporte, teniendo en cuenta que los militares aún no están en
condiciones, ni en la capacidad de asumir semejante responsabilidad y menos cuando se
trata de crímenes relacionados con la dignidad y honra del ser humano. No obstante, la
93
versión del fiscal Cruz, señala que desde el 2007 el ejército no colabora directamente en
el levantamiento de cuerpos, ni tampoco participa directamente en la recolección de
pruebas cuando un crimen se ejecuta. Pero, la pregunta que surge es: ¿por qué dejar
pasar tantos años, si el Estado conoció la colaboración y participación de algunos
militares en asesinatos colectivos en el pasado?
El cuerpo de investigación al involucrar a la parte militar en los procesos judiciales,
aunque sea indirectamente, está permitiendo a la Fuerza Pública conocer con antesala
los casos en que sus miembros están involucrados.
Así, las Fuerzas Armadas se
constituyen en investigador e investigado cuando se trata de hechos realizados por
miembros de la institución militar. Esto demuestra que de manera silenciosa van
tomando el papel de Policía Judicial, para posteriormente callar a los testigos y no
permitir por ninguna vía que sus actos inconstitucionales sean revelados.
Según el Tribunal Permanente de los Pueblos33, la Policía Judicial puede enrutar la
investigación de tal modo que posteriormente habrá de obrar el Fuero Militar. Una de las
formas más comunes es enderezando las pesquisas para que el crimen aparezca como un delito
cometido con ocasión del servicio, y en todo caso, sin develar la participación de oficiales en
éstos. (Tribunal Permanente de los Pueblos, 1989, p.339)
Cuando la justicia ordinaria interviene a los victimarios, en este caso la Fuerza Pública,
ésta hace lo imposible porque sea la Justicia Penal Militar la competente, porque son
conscientes que las presiones de los organismos internacionales hacen que la justicia
civil obre con más rapidez y rigidez sobre ellos. En este momento, los victimarios
deciden actuar, utilizando su propio modus operandi para evitar que los declarantes
revelen la verdad.
En un contexto de guerra, como en el que vivimos actualmente, resulta difícil señalar a
los verdaderos culpables, aunque se sepa con certeza de quienes se trata, ya sea porque
los testigos prefieren proteger sus vidas y familias, o porque optan por la ambición y
sedición. Sin embargo, las investigaciones sobre crímenes de Lesa Humanidad han
33
El Tribunal Permanente de los Pueblos – TPP- es un tribunal de carácter no gubernamental encargado
de denunciar los Crímenes de Lesa Humanidad, cometidos por los Estados Unidos en la guerra contra
Vietnam, conocido como el Tribunal de Russel, el cual entre 1974 – 1976 enjuició a las dictaduras
militares de América Latina.
94
demostrado que los factores que más imposibilitan revelar la verdad han sido las
amenazas e intimidaciones contra los testigos, y la persistencia de los grupos
paramilitares en las regiones más vulnerables al conflicto.
3.4 Cómo afecta el Fuero Militar la garantía del Habeas Corpus
El Habeas Corpus es un mecanismo de protección que garantiza la libertad personal de
un individuo, con el fin de evitar precisamente los arrestos y detenciones arbitrarias.
Una de sus características es que se “aplica a personas vinculadas al proceso, habiendo
un vacío respecto de los capturados a quienes no se ha tomado indagatoria o se han
declarado con anterioridad personas ausentes”. (Tribunal Permanente de los Pueblos,
1989, p.344) No obstante, el precepto del Estado de Sitio suspendió la garantía de la
libertada individual que tanto defendía y protegía el Habeas Corpus, dificultando a las
personas acudir a el, y con ello ilegitimando al Estado, ya que se le estaba prohibiendo a
los individuo unos soportes principales: respeto, reconocimiento, y protección,
características básicas de cualquier Estado de Derecho.
Por lo anterior, se hace necesario un ordenamiento acorde con la esencia del recurso de
Habeas Corpus, ya que gracias a su ineficaz funcionamiento se presentan detenciones
ilegales acompañadas de torturas, desapariciones e inclusive ejecuciones protagonizadas
por Organismos de Seguridad del Estado.
A la Fuerza Pública se les permitió practicar allanamientos inesperados mediante orden
de Juez Penal Militar, y aunque esta norma (Decreto No. 1863 de 1989) sólo tuvo
vigencia de manera temporal, al ser declarada inconstitucional por la Corte Suprema de
Justicia, resulta ilustrativa para demostrar la autoridad y poder que gozaban las Fuerzas
Militares.
Si bien esta norma ya no es legal, se siguen presentando irregularidades de carácter
inconstitucional, que sin duda alguna ponen a los militares en tela de juicio. Muchas
veces las Fuerzas Militares tienden a confundir sus roles con los de la policía, olvidando
95
que las constituciones y las leyes determinan que las primeras tienen la obligación de
garantizar la seguridad nacional y la segunda la seguridad de los ciudadanos.
El hecho de utilizar a las Fuerzas Militares para labores de policía en las principales
ciudades colombianas, ya sea a través de la vigilancia callejera, controles de transito o
retenes se seguridad, hace que se desvirtúen y se confundan los roles y objetivos que ya
existen legalmente sobre la materia. Adicionalmente a esto, confundir las obligaciones
contribuye muchas veces a que algunos militares cometan delitos que atenten contra la
vida y honra de los seres humanos.
La presencia de miembros del ejército en regiones turísticas, comerciales y residenciales
provoca sensación de inseguridad en los habitantes, y refleja además la situación de
conflicto armado que vive el país y la urbanización. Estas laborales son ineficientes, e
innecesarias, si se tiene en cuenta que los miembros del ejército deberían estar
capacitándose cada vez más en labores eficientes de inteligencia, milicia, y recibiendo
tanto entrenamiento militar como académico.
Hemos visto como el Fuero Militar fortalece el espíritu de cuerpo y al mismo tiempo
actúa sigilosamente a través de la justicia ordinaria, lo cual permite concluir que el fuero
sirve “de paraguas a las ilícitas y alevosas conductas en que incurren los miembros de
las Fuerzas Militares en Colombia”. (Tribunal Permanente de los Pueblos, 1989, p.345)
Esto sin decir que mediante el fuero, los jueces buscan primeramente preservar los
derechos de los militares antes que buscar una solución ecuánime social y jurídica que
beneficie al país.
3.5 ¿Por qué acabar con la Justicia Penal Militar?
Recordemos la pregunta que se hizo el general (r) Bonett en párrafos anteriores: ¿por
qué entonces inventar otra reforma si ya está escrito así en el Código Penal Militar?
(Entrevista, 2009, 15 de abril). Según el general, las reformas son innecesarias y poco
eficientes, porque al final siempre van a regir como fueron constituidas por primera vez.
96
Sin embargo, la Justicia Penal Militar insiste en ser reformada no sólo para que la
opinión pública vuelva a creer en ella, sino también para legitimar sus funciones, dotarla
de credibilidad y autonomía frente a los casos judiciales que le corresponden.
El nuevo proyecto de ley aprobado el 14 de junio de 2007, a través del cual se expide el
nuevo Código Penal Militar entrará en vigencia en el 2010, lo que quiere decir que
durante dos años el Ministerio de Defensa junto con la Justicia Penal Militar se han
dedicado a realizar los ajustes necesarios para que la justicia castrense goce de una
Fiscalía General Penal Militar, un Grupo de Apoyo a la Investigación Judicial, y una
Defensoría Técnica Militar entre otros puntos adicionales. No obstante, ¿serán sanos
estos ajustes para la nación? ¿El país no habrá aprendido de los casos anteriores? en
donde la Justicia Penal Militar demostró ser una de las instituciones más parciales, laxa
y violadora de derechos humanos.
Con estos cambios constitucionales, la Justicia Penal Militar espera recobrar
credibilidad, después de haber demostrado negligencia e ineficiencia en el pasado,
cuando consciente falló a favor de miembros militares auxiliadores de grupos
paramilitares; como sucedió en La Rochela y Mapiripán.
La experiencia de la justicia castrense nos ha mostrado, que cuando ésta goza tanto de
poder administrativo como judicial, proyecta a través del Fuero Militar la impunidad. Al
otorgarle a la justicia militar una Fiscalía General Penal Militar y un Grupo de Apoyo a
la Investigación Judicial, el Estado estaría dotando a la Fuerza Pública de poder militar,
lo cual resultaría peligroso y poco saludable para la nación, si se tiene en cuenta que
vivimos en un panorama protagonizado por el conflicto armado, el cual acompaña al
país por ya más de 50 años.
Por ejemplo, para el investigador de Memoria Historia y sociólogo, Álvaro Camacho, el
caso Trujillo difícilmente logrará ser resuelto:
Cuando en el 2008, Memoria Histórica presentó el informe del Caso Trujillo, el
procurador tomó varias de las recomendaciones de nuestro informe y las convirtió en
directiva, con el fin de que los expedientes del caso fueran trasladados a Bogotá. Sin
embargo, hasta la fecha no lo han hecho. Asimismo, nosotros le pedimos al
presidente de la República que no extraditara a “Don Diego”, narcotraficante
acusado por la masacre de Trujillo, mientras la justicia ordinaria colombiana no lo
97
acusara. Pero, a la presidencia no le importo tener en cuenta nuestras
consideraciones basadas en estudios comprobados, y lo extraditó. De esta manera, se
ha tratado de evadir el caso Trujillo, esto sin contar otros detonantes. No obstante,
hay un detalle muy significativo: el día de la entrega del informe, el Fiscal viajó a
Trujillo a echarle mano al que había sido alcalde de Trujillo cuando ésta se produjo,
porque las investigaciones indicaban, aún no está comprobado, que el sujeto había
participado en la masacre, asimismo ordenó, ese mismo día 60 ordenes de captura.
Con esto, pudimos observar que la Fiscalía General de la Nación ya tenía
conocimiento de algunos de los responsables de la masacre pero nunca actuó, se
encontraba represado, y se necesitó de un informe público para que la fiscalía años
después de lo ocurrido tomara medidas en el asunto. Creemos que el fiscal no tenía
conocimiento del caso y que los mandos medios de la fiscalía llevaban el caso, si fue
así ¿Por qué no fallaban los jueces? (Camacho, A. entrevista, junio, 2009)
Sólo hasta que salió el informe de la tragedia de Trujillo, y debido a la publicidad
mediática de todos los medios de comunicación, la Fiscalía General de la Nación
reabrió el caso, el cual desde 1986 permaneció en el olvido. La justicia ordinaria cuando
capturó en el periodo de Ernesto Samper a algunos de los militares responsables, tuvo la
posibilidad de condenarlos y sentenciarlos, pero, los oficiales lograron obtener libertad
provisional bajo caución y escaparon; hoy en día se desconocen sus paraderos. ¿Acaso
los testimonios de los víctimas no son suficientes? Al entrevistar durante 3 meses a
testigos y víctimas Memoria Histórica se dio
cuenta que muchos testimonios
coincidían, lo cual le permitió reconstruir con veracidad los hechos de Trujillo. Las
conclusiones son claras en el informe y narra los hechos tal cual sucedieron. En
Colombia no hay que dejar perder la Memoria, sino más bien refrescarla. Si no funciona
la justicia, por lo menos que se conozca la verdad y quien mejor que las victimas para
ayudar a reconstruir los hechos y refrescar al Estado sus irresponsabilidades.
La masacre Trujillo, ocurrida a partir de 1986, año en que los militares cuando cometían
crímenes de lesa humanidad podían ser condenados por sus pares, jamás fue investigada
ni custodiada por la Justicia Penal Militar, y hasta ahora ni siquiera la justicia ordinaria
ha logrado sentenciar a un sólo culpable. Si los militares podían ser condenados por su
justicia, ¿por qué el caso Trujillo nunca fue investigado por la justicia militar? La
negligencia e indiferencia de la Justicia Penal Militar hizo que este caso se archivara
sin ni siquiera practicarle el debido proceso. El investigador Álvaro Camacho afirmó,
98
asimismo, que la Fiscalía General de la Nación negó a Memoria Histórica34 el acceso a
expedientes y archivos de Trujillo por considéralos reserva del sumario, razón por la
cual su investigación se basó esencialmente en entrevistar a testigos y víctimas por tres
meses consecutivos. Aunque el rol principal del equipo de Memoria Histórica, es
reconstruir la memoria a partir de las víctimas para de esta forma brindarles una
oportunidad de expresión, de sus demandas económicas, legales y culturales, hay que
reconocer que hubiera sido importante documentar de nuevo la negligencia del Estado
frente al caso Trujillo, a partir de los expedientes del pasado.
La Justicia Penal Militar opera correctamente contra sus miembros, cuando éstos
cometen delitos disciplinarios internos, sin embargo en materia penal ha mostrado
incompetencia y obrar siempre a favor de sus miembros, por ésta razón existe una
urgencia de eliminarla o extraerle cierto poder. Para el investigador Álvaro Camacho, la
Justicia Penal Militar debe existir, pero no debe ser administrada por militares, sino por
civiles especializados en dicha justicia, para por esta vía disminuir los excesos y
recuperar la confianza en el sistema militar. “Al ser la justicia militar dirigida por
civiles, disminuiría notablemente el famoso espíritu de cuerpo ante los tribunales”.
(Camacho, 2009)
El general Bonnet cuando fue comandante de la Brigada III del Ejército con sede en Cali en la
época de la masacre de Trujillo defendió al oficial sindicado, Urueña, ratificando que se
trataba de un militar honrado, leal, y buen ser humano. ¿Con qué moral pudo defender a
Urueña si los testimonios de las víctimas y testigos afirmaban que ese militar manejaba las
motosierras? (Camacho, A. 2009) Esto muestra la fuerte solidaridad y compañerismo
que existe entre los miembros de la Fuerza Pública, si se tiene en cuenta que según las
víctimas el general Bonett siempre estuvo enterado de los que pasaba en Trujillo.
La Justicia Penal Militar, de acuerdo con la Ley 522 de 1999 y los diferentes
pronunciamientos de la Corte Constitucional, se desprendió de todos los casos que
estuvieran relacionados con violaciones a los derechos humanos, concediéndole a partir
de 1997, 1307 procesos contra miembros de la Fuerza Pública a la justicia penal
ordinaria.
34
Memoria Histórica es un área de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, que está al
servicio del derecho a la verdad, a la justicia, a la reparación y a la no repetición.
99
El informe anual de derechos humanos y DIH en el 2001 anunció que a partir de esa
modificación, las quejas y denuncias contra la Fuerza Pública disminuyeron gracias a la
“concientización de los militares y policías y de su ética profesional. Esta
concientización es a la vez el resultado de una política del Ministerio de Defensa y de la
cúpula de la Fuerza Pública en materia de capacitación y difusión de los derechos
humanos, hasta hacerlos parte del ambiente de trabajo”. (Mejía 2006, p.148)
De todas formas, a pesar de las diferentes sentencias de la Corte Constitucional, las
cuales establecieron la competencia por violaciones a los derechos humanos por parte
de la Fuerza Pública a la justicia ordinaria, los abusos y situaciones que se suscitan
respecto a los conflictos de jurisdicción se siguen presentando.
No obstante, una práctica común de atrasar los procesos, es la de investigar en forma
relámpago los casos, los cuales desembocan en irrisorias sanciones a algunos de los
ejecutores materiales de los Crímenes de Lesa Humanidad; un ejemplo ilustrativo
constituye el caso del coronel retirado Alirio Antonio Ureña, sospechoso principal en el
caso Trujillo. Las averiguaciones relámpago que se realizaron entorno al oficial del
ejército se caracterizaron por limitarse a investigar sólo a los autores materiales de los
hechos, y no profundizar en las investigaciones respecto de la participación de oficiales
superiores y mandos medios en los hechos. Además, “este tipo de actuaciones crean una
situación jurídica: inhibir a la procuraduría para adelantar la correspondiente
investigación disciplinaria, toda vez que ya es caso juzgado. Ambos aspectos impiden la
clarificación de los hechos, sus autores materiales e intelectuales”. (Tribunal
Permanente de los Pueblos, 1989, p.350)
Dicho lo anterior, se puede probar que: si cuando los militares participaban en la
recolección de pruebas, y como resultado terminaban encubriendo a sus pares o
desapareciendo las pruebas de la escena del crimen como vimos anteriormente, ¿qué
pasará cuando tengan su propio cuerpo de investigación? El Ministerio de Defensa y la
Justicia Penal Militar deben reflexionar y entender que las Fuerzas Militares aún no
están preparadas, para asumir cargos administrativos y penales, que requieren más
responsabilidad de la actual, como los que se propone en el nuevo Código Penal Militar.
Los soldados juraron al Estado cumplir con el deber y ofrecer por encima de cualquier
cosa la vida, si es el caso, por lo tanto deben concentrarse en sus funciones esenciales, y
100
asumir roles jurídicos y de investigación requiere preparación y enfoque, factores que
los militares aún están desarrollando, (esto sin demeritar la profesión de un militar).
Los alcances de la nueva reforma al Código Militar van muchos más allá. Según el
senador Juan Carlos Vélez35, con el nuevo código se pretende que “la etapa de juicio se
realice por jueces que sean miembros activos o en retiro de la Fuerza Pública, y que el
cuerpo civil jamás participe en la etapa de investigación; sólo su presencia podrá ser
posible
en
la
etapa
de
juzgamiento”.
(Vélez,J.C.,entrevista,octubre,2008)
Adicionalmente, agregó que a partir del 2010, si el proyecto de ley es aprobado, los
militares podrán designar a sus investigadores y fiscales, teniendo en cuenta que pueden
ser también civiles siempre y cuando sean escogidos por ellos mismos. Además, el
sistema acusatorio, ya aprobado para la Justicia Penal Militar, permitirá que los
militares sean jueces de garantías36 y jueces de ejecución de penas. Se trata además que
los fiscales militares tengan la misma función o rol que los fiscales de la Fiscalía
General de la Nación, porque van a tener un director o grupo de directores
especializados en la jurisdicción castrense.
El senador Vélez prestó el servicio militar y fue soldado de la reserva, por esta razón
está seguro que la Justicia Penal Militar debe fortalecerse, permitiendo que los militares
siempre sean juzgados por sus iguales, ya que son ellos los únicos capaces de entender
el contexto de guerra que un soldado se ve obligado de vivir. Yo viví como soldado y
experimenté el quehacer militar de cerca, por eso puedo decir con autoridad que los militares a
veces deben tomar decisiones impulsadas por la guerra, que los hace cometer errores.
(Vélez,J.C.,entrevista,octubre,2008)
La justicia en Colombia debe ser ecuánime, y no sólo los militares deben responder
drásticamente por sus delitos, sino también la otra parte involucrada – guerrilleros y
paramilitares-, afirmó Vélez. Yo no estoy de acuerdo que a un militar – cómplice- lo juzguen
a 20 o 30 años y a un paramilitar 8 años. Tiene que existir un equilibrio en la justicia, y la
opinión pública tiene que dejar de estigmatizar a la Fuerza Pública, cuando sólo unos pocos
35
Senador del Partido de la U, y principal ponente del nuevo proyecto de ley aprobado el 14 de junio de
2007, a través del cual se expide el nuevo Código Penal Militar.
36
Cuando hay una detención o captura, ésta tiene que legalizarse y no puede superar las 72 horas. Si a
una persona no le definen su situación jurídica en menos de 72 horas entonces queda libre porque de lo
contrario se estaría violando el principio del Habeas Corpus. El rol del juez de garantías, en este sentido,
es revisar si la captura fue ejecutada bajo condiciones legales o ilegales, y decidir si el acusado amerita
estar en la cárcel o no.
101
son los que cometen excesos y abusos de poder. No sé si en un momento dado este país tenga
que acudir a la ley del perdón y el olvido, como sucedió en España, Argentina o Chile para
que los problemas del conflicto se solucione lo más pronto posible. (Vélez,J.C.,2008)
Trasladar la Justicia Penal Militar de su rama legislativa a la judicial como una
jurisdicción especial, tal vez brinde la autonomía y la independencia que tanto anhela
esta justicia especial, sin embargo, los nuevos cambios en esta justicia pueden resultar
peligrosos para sus miembros, o por lo menos, eso es lo que asegura el Brigadier
General Jaime Humberto Uscátegui. El oficial en retiro teme que con la participación
civil como Jueces Penales Militares y Fiscales, se despojará a los miembros de la Fuerza
Pública de su Fuero Especial Constitucional.
El general Uscátegui manifiesta su preocupación de la siguiente manera:
Recordemos que el pasado 6 de agosto (2008), el Congreso de Argentina derogó el
Código de Justicia Penal Militar, eliminó el Fuero Militar, y creó un procedimiento
especial para tiempos de guerra. No se entiende, cómo se pretende por medio de un
Proyecto de Acto Legislativo que está a punto de debatirse en el Senado, con
ponencia de Juan Carlos Vélez Uribe, se atente contra el Fuero Militar, precisamente
cuando el país está inmerso en una situación de conflicto interno permanente.
(Uscátegui,J.H., entrevista, octubre, 2008)
Según Uscátegui, quien fue procesado por la masacre de Mapiripán por la justicia
ordinaria y la militar, con el proyecto que plantea el Senador Vélez queda abierta la
posibilidad que los civiles investiguen, califiquen y acusen a los militares por delitos
cometidos en el servicio y por razón del mismo, “lo que constituye un despropósito,
dado que éstos no tienen un conocimiento de la estructura y de la doctrina militar”.
(Uscátegui,J.H., 2008)
A los miembros de la Fuerza Pública no les importa a que rama pertenezca la Justicia
Penal Militar, sino más bien luchan porque sean siempre sus pares los encargados de
sentenciar y culpar sus comportamientos inconstitucionales.
El general (r) Uscátegui fue claro al manifestar su preocupación, sin embargo, cuando
fue procesado por la Justicia Penal Militar se sintió abandonado y desprotegido, porque
la justicia militar aceptó que no había documentos para determinar a quien pertenecía el
102
batallón Palacé y su jurisdicción, entonces si ésta justicia no tenía la certeza de ello, no
podía condenarlo, pero lo condenó. (Uscátegui,J.H., 2008)
Es preferible absolver a un culpable, y no culpar a un inocente, y la Justicia Penal
Militar me condenó siendo inocente. Si la justicia militar afirmó que no existían
documentos, fue porque no buscó ningún documento; las pocas pruebas que habían,
yo las aporté. La Justicia Penal Militar no hizo ninguna diligencia, no buscó ningún
documento, no investigó a profundidad, y por eso me condenó. (Uscátegui,J.H.,
2008)
Aunque la Justicia Penal Militar le dio la espalda al general (r) Uscátegui
sentenciándolo a 8 años de cárcel, destruyéndolo moral y económicamente, él se siente
con el deber de respaldar a ésta justicia, razón por la cual perteneció a la Defensoría
Militar (DEMIL), donde su deber fue defender a más de 300.000 militares y proteger su
Fuero Militar.
A raíz de las denuncias por los falsos positivos, donde se han visto involucrados más de
un centenar de militares, la Justicia Penal Militar decidió empezar una de sus nuevas
iniciativas del proyecto de ley: La DEMIL, cuya función es brindar a los miembros de
la Fuerza Pública un apoyo y representación penal cuando por razones sociales,
económicas o físicas, no puedan adquirir un abogado privado y por ende defender sus
derechos constitucionales.
Para el oficial en retiro Uscátegui definitivamente la Justicia Penal Militar debe existir,
porque en sus palabras: “La justicia militar debe estar siempre presente, y ser una
justicia justa, parece contradictorio hablar de una justicia justa pero debe ser una justicia
justa”. (Uscátegui,J.H., 2008). En este momento ésta justicia especial, está siendo
cuestionada, pero los que más la cuestionan son los interesados en que desaparezca.
Hoy en día, para los militares el mayor problema de la justicia castrense es que los
Jueces de Instrucción Penal Militar sean autónomos, al entregar la mayoría de los casos
a la justicia ordinaria, sin antes investigar a profundidad los casos, lo cual representa
para los soldados una injusticia.
103
Aunque parezca contradictorio, la Fuerza Pública se siente abandonada por su justicia al
permitir que los Jueces de Instrucción Penal Militar entreguen la mayoría de las veces
los casos a la justicia ordinaria, sin antes exigir ante el Consejo Superior de la
Judicatura una coalición positiva de competencias, razón que los inquieta ya que hasta
la fecha (2009) han sido remitidos a la justicia ordinaria aproximadamente 500 casos sin
interponer conflicto de competencias.
Del mismo modo, los oficiales consideran
negativas las reformas que están surgiendo entorno a su justicia, porque están seguros
que silenciosamente quienes están detrás buscan reducirla a su más mínima expresión.
Héctor Cruz, fiscal Ante el Tribunal, no cree sano y conveniente para la nación que la
Justicia Penal Militar desaparezca, porque es de origen constitucional y existe en
muchos países; desafortunadamente la frase “en servicio activo” no ha sido bien aplicada lo
que explica muchas veces los fallos a favor de los miembros. El fuero militar es un concepto
muy amplio que debió reducirse hace mucho tiempo, y por eso la Justicia Penal Militar tiene en
sus manos muchos casos que siempre debieron estar en manos de la justicia ordinaria. La
fiscalía debería ser la primera en investigar los casos y determinar si la justicia castrense es la
competente o no: esa seria la mejor reforma en el interior de la justicia militar para garantizar
imparcialidad. (Cruz,H. entrevista,junio, 2009)
Para el senador Gustavo Petro37, las reformas y cambios que se están haciendo en el
interior de la Justicia Penal Militar, a cargo hoy en día del coronel Edgar Emilio Ávila38,
resultan preocupantes si se tiene en cuenta que en menos de 20 días como director
provisional el coronel ha trasladado casi a un 30% del personal, entre ellos fiscales,
jueces e investigadores, quienes en su mayoría pertenecen a la seccional Antioquia,
“encargada de los expedientes de las ejecuciones extrajudiciales realizadas por algunos
miembros del Ejército”. (El Tiempo, 2009, 8 de junio)
Por otro lado, la opinión pública se pregunta: ¿Será responsable por parte del Ministerio
de Defensa postular a un militar al cargo de director de Justicia Penal Militar cuando
una vez fue investigado y acusado por la misma justicia militar?
37
Gustavo Petro es senador del Polo Democrático y pre-candidato presidencial para el periodo 2010.
38
El coronel Ávila, según el senador Petro, tiene nexos con los paramilitares por haber usado abogados
pagados por las autodefensas para defender a militares. Petro aseguró además que el oficial está siendo
procesado por la Fiscalía, caso que antes estaba en manos de la Justicia Penal Militar. (SEMANA, 9 de
junio 2009)
104
Juan Manuel Santos, ex ministro de Defensa, fue quien postuló al coronel Edgar Emilio
Ávila, y asegura que se trata de un oficial honrado con una carrera militar intachable,
que busca que la Justicia Penal Militar recupere credibilidad y respeto, pero sobre todo
que la opinión pública no siga estigmatizando o desprestigiando a la institución militar
por culpa de las acciones individuales de algunos ex soldados que por ambición
vendieron su alma al diablo, razón por cual ha ejecutado varias modificaciones en el
interior de esta justicia especial.
Según Petro el grave problema radica en que esta instancia (militar) es la primera que
recibe los casos de miembros de la Fuerza Pública involucrados en crímenes de Lesa
Humanidad y es “la que decide si se pasan a la justicia ordinaria o no de manera
voluntaria antes de un juicio de nómina”. (SEMANA, 2009, 9 de junio)
Adicionalmente a esto, cuando los militares están involucrados en los casos no
colaboran como se espera con las pruebas, ocultan y omiten hechos importantes,
haciendo más difícil reconstruir los hechos y hallar a los culpables. .
(Cruz,H.
entrevista,junio, 2009)
En este sentido, hay que anotar que la Justicia Penal Militar no cuenta con un programa
de protección a las víctimas y testigos, en donde la mayoría de los casos, el Estado los
abandona y se olvida que alguna vez fueron combatientes y arriesgaron su vida para
proteger la vida de los civiles. La nueva reforma de la justicia militar debería considerar
dentro de su proyecto de ley, conformar un programa de protección a testigos para que
aquellos militares que tienen miedo a hablar o estén amenazados, y puedan contribuir
con su testimonio a hallar a los culpables y hacer justicia. No basta, con la seguridad
que el C.T.I pueda brindarles a los militares, sino hace falta una protección que se base
en trasladarlos a otras ciudades o países con el fin de asegurar sus vidas. Los dos
temores principales de los militares son: 1. miedo a morir, y 2. miedo a culpar o hablar
de los actos criminales de un superior. Esta es una temática que debería empezar a
considerarse en la nueva reforma de la Justicia Penal Militar para respaldar a los
militares involucrados en casos como La Rochela, Mapiripán, Trujillo y San José de
Apartadó, que sienten ganas de hablar pero desconfían en la justicia ordinaria.
Pero, primero la justicia castrense quiere enfocarse en la comunidad internacional y
recuperar su confianza, para eso, pretende reunirse periódicamente con los organismos
105
internacionales interesados en la problemática, para por esta vía recibir y evaluar la
información que puedan brindar para mejorar el funcionamiento y calidad de este
aparato tan controvertido de justicia.
3.6 San José de Apartadó: el caso más reciente
El espíritu de cuerpo ha sido un instrumento mediante el cual las Fuerzas Armadas han
mantenido su cohesión interna, su capacidad y moral de combate, enmarcadas a partir
de las estrategias de contrainsurgencia y guerra que han adoptado a lo largo de su
profesionalización militar. El caso de San José de Apartadó revela un hecho más sobre
la impunidad proyectada a través del fuero militar, considerando que se trata de un caso
que aunque no paso jamás a manos de la Justicia Penal Militar, los militares si
“fingieron aceptar la ley y la moral e incluso defenderla, cubriendo su rostro de hierro
con la mascara de la ley”, (Tribunal Permanente de los Pueblos, 1989, p.365) y
aprovecharon su más poderosa herramienta, inmune, a través de cual violaron su
juramento de proteger y salvaguardar los derechos de los ciudadanos.
Desde el momento en que ocurrió la masacre, la Comunidad de Paz de San José de
Apartadó, algunas ONGs, la alcaldesa de Apartadó Gloria Cuartas y el sacerdote jesuita
Javier Giraldo, después de haber entrevistado y reunido varios testimonios de los
testigos, se propusieron denunciar a las tropas de la Brigada XVII de haber participado
en la matanza que más impacto ha causado a la comunidad internacional por haber
involucrado a tres niños.
La alcaldesa Gloria Cuartas, desde 1997, denunció el auge del paramilitarismo desde la
llegada del general Rito Alejo del Rió a esa zona, así como también la falta de
colaboración del Ejército para combatir a las autodefensas. El 6 de diciembre de 1997 y
el 21 de octubre de 1998, la alcaldesa declaró ante la Unidad de Derechos Humanos de
la Fiscalía la labor conjunta entre la Brigada XVII y los paramilitares y la manera como
este grupo armado ilegal ingresaba a las instalaciones de la misma brigada en vehículos
particulares y motos sin ningún obstáculo y autorización legal.
Sin embargo, el fiscal especializado de la Unidad de Derechos Humanos, Nelson Casas
Puentes, quien, actualmente, adelanta la investigación de los hechos ocurridos en San
106
José de Apartadó, logró comprobar sólo dos años después de la masacre la complicidad
de la compañía Alacrán del Batallón de contraguerrilla número 33. “Cacique Lutaima”
adscrito a la Brigada XVII del Ejército Nacional con los paramilitares.
Cuando se hicieron las pruebas de balística se encontraron restos de explosivos, pero
jamás evidencias de los militares. Sólo dos años después la fiscalía fue a la brigada a
hacer inspección y descubrió que para la época la Brigada XVII había hecho una
operación en ese sector, sin embargo esa prueba aún no decía nada, hasta que alias
“Melaza”39, un desmovilizado, confesó la cooperación directa del Ejército, la cual no
habría sido posible confirmar sin su ayuda, Con este testimonio el fiscal a cargo del
proceso logró vincular a 60 militares. Adicionalmente a esto, el capitán Gordillo
contribuyó con su testimonio aceptando la participación de los soldados en la
masacre de San José de Apartado. (Entrevista a Héctor Cruz, fiscal Ante el Tribunal,
2009, 6 de junio)
La recolección de pruebas en el caso de San José de Apartadó ha sido lenta y poco
eficiente, porque por tratarse de una zona montañosa y poco poblada fue difícil para el
resto de la comunidad darse cuenta de lo que estaba sucediendo, lo que imposibilitó la
presencia de testigos en el momento de la masacre. Al principio la fiscalía desconocía
por completo a los victimarios, por eso la demora en llamar a indagatoria a los
culpables, porque tanto “los militares y los grupos subversivos utilizan las mismas
armas y balas y operan “militarmente” igual, confundiendo las evidencias y haciendo
más difícil reconstruir los hechos”. (Entrevista a Héctor Cruz, fiscal Ante el Tribunal,
2009, 6 de junio)
En este sentido, la Justicia Penal Militar no hubiera podido por ningún motivo intervenir
en las investigaciones, porque no goza de un grupo técnico y profesional de
investigación, como el C.T.I. capaz de reconstruir la escena del crimen:
Los jueces militares a duras penas pueden desde sus escritorios investigar, razón que
explica el por qué los procesos se estacan. Además, sólo se basan en las versiones de
los mismo militares, por eso archivan los casos, entonces se vencen los términos que
se habían acordado con el juez y se congelan las investigaciones, y nunca llegan a
39
Alias “Melaza”, visitaba constantemente a la Brigada XVII, vestía el uniforme militar en algunas
oportunidades, y guiaba a los militares del Batallón 33; se desmovilizó y decidió contar su verdad.
107
sentencia condenatoria. (Entrevista a Héctor Cruz, fiscal Ante el Tribunal, 2009,
6 de junio)
Si el C.T.I ha demostrado en su labor excesos e ineficiencia, como explicamos
anteriormente, ¿qué podría esperarse del Grupo de Apoyo a la Investigación Judicial
adscrito a la Justicia Penal Militar? El fiscal Ante el Tribual, Héctor Cruz, contribuyó en
el 2005 en las investigaciones del caso de San José de Apartado, y confesó la difícil
labor en la recolección de pruebas, lo que explica el atraso en el caso y la demora en
reconstruir los hechos, y agrega, igualmente, que la falta de voluntad de los habitantes
de ayudar a hacer justicia a hecho que se imposibilite el acceso a la región.
En 4 años, desde el 2005 hasta la fecha (2009) el C.T.I, un grupo con una larga
trayectoria profesional, no ha logrado a partir de testimonios y pruebas físicas, descubrir
la verdad, ¿cómo podría hacerlo el grupo de investigación de la Justicia Penal Militar?
Aunque el grupo de Apoyo en las investigaciones no estaría conformado por inexpertos
y trabajaría en forma conjunta con el C.T.I, el Ministerio de Defensa debe entender que
el país aún no esta preparado para este cambio, y aunque la Política de Seguridad
Democrática contribuyó a que la opinión pública volviera a creer en las fuerzas
militares, nuevamente después de casi
25 años, la Fuerza Pública vuelve a ser
deslegitimada y puesta en la picota pública no sólo a nivel nacional sino también a nivel
internacional.
Por ejemplo, en el 2007 la fiscalía ordenó sólo vincular a los integrantes de la Compañía
Alacrán, porque “los testimonios, inspecciones judiciales, periciales y documentales
hicieron inferir de su presencia muy cerca del sitio de los hechos en una posible
participación en los hechos”, (Casas Puentes N.H, 2007) razón que explica el por qué la
fiscalía no pudo capturar a los militares, ni suspenderlos del cargo, sólo pudo llamarlos
a indagatoria para que explicaran ante las autoridades sus funciones militares en los días
de los hechos.
Por su lado, las ONGs, como el Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo, aseguran
que cuando la Justicia Penal Militar se ve impedida a actuar en los procesos, y siente
que su institución está siendo cada vez más deslegitimada, tiende a actuar por su propia
cuenta en las investigaciones internas para demostrar que no existen anomalías en el
comportamientos de los militares. Aunque para esta justicia especial ya está claro que
108
cuando se trata de Crímenes de Lesa Humanidad la justicia ordinaria es la única
competente, hay que tener en cuenta que cuando hay militares involucrados los casos
siempre pasan primero por los jueces militares y son éstos los que determinan si el caso
compete o no a la justicia castrense; este proceso muchas veces es el que garantiza
impunidad y parcialidad en los casos. Incluso, lo grave del asunto no radica sólo en este
inconveniente, sino asimismo hoy en día tanto la justicia ordinaria como la militar
pueden iniciar las investigaciones paralelamente, causando un mayor problema, porque
al final ninguno de los dos quiere ceder, y como consecuencia se estancan los casos,
hasta que no sean enviados al Consejo de la Judicatura, donde se demoran todavía más
en evaluar.
Las ONGs señalan, al mismo tiempo, que al pasar por este procedimiento, los jueces
militares buscan una vía que explique que en el momento del crimen las tropas estaban
ejerciendo su función militar en servicio activo, y al omitir la presencia del grupo
paramilitar estarían cometiendo un delito militar que le corresponde a la Justicia Penal
Militar investigar y sentenciar.
No obstante, si la campaña Alacrán del Batallón estaba operando cerca de Apartadó,
coincidencialmente el mismo día que ocurrieron los hechos, como lograron ratificar las
investigaciones de la Fiscalía General de la Nación ¿cómo no se dieron cuenta las tropas
que un grupo de las autodefensas estaba torturando a miembros del corregimiento de
San José de Apartado?
Desde el principio existió un desinterés de las autoridades hacia la Brigada XVII por no
haber hecho un seguimiento a las reiteradas y graves denuncias sobre los antiguos
vínculos de la compañía Alacrán con los paramilitares de Urabá. A cambio, según los
lideres de la comunidad de paz, el Estado se ha dedicado a desprestigiar a sus miembros
considerándolos aliados y auxiliadores de las FARC. Sin embargo, sigue siendo curioso
el hecho de que los miembros de la comunidad de paz no permitan el ingreso del
ejército, si se tiene en cuenta que ningún territorio en el país puede ser vedado a las
autoridades legítimas y menos servir de base a un grupo armado ilegal, como se cree
que lo hace la comunidad de San José de Apartadó.
En este sentido, el rol que algunas ONGs desarrollan es definitivo en las regiones
vulnerables al conflicto, especialmente en una zona como la de San José de Apartadó.
109
Su papel es proteger y salvaguardar los derechos humanos de las poblaciones, logrando
involucrarse en zonas marginadas y olvidadas por el Estado, y denunciando los abusos
que allí se cometen. Por esta razón, los miembros de aquellas regiones despobladas se
sienten protegidas cuando las ONGs acuden a las zonas con un alto nivel de conflicto
interno con el fin de ayudar a los habitantes a fortalecer sus acciones desde una lógica
civil y no violenta. Pero, existen otras ONGs que aunque cumplen la misma función,
según el Estado poseen una simpatía ideológica con “grupos de izquierda”,
consiguiendo que los habitantes adopten su misma visión contra el Estado y la Fuerza
Pública, lo que naturalmente contribuye a entorpecer y retrasar los procesos porque las
autoridades competentes al querer entrevistar a las víctimas y obtener información
valiosa, éstas por miedo ó por considerarlos enemigos callan, mienten e imposibilitan el
acceso a las zonas, como ocurre en el corregimiento de Apartadó.
Aunque la posición de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó frente al Estado y
la Fuerza Pública es irreversible, por ahora, vale señalar que la labor de las ONGs con
tendencias de izquierda, como las denomina el Estado, contribuiría aún más si su
comportamiento fuera imparcial, y dejaran de culpar a las fuerzas militares y al
gobierno por todos los Crímenes de Lesa Humanidad, si se tiene en cuenta que su papel
con las víctimas es determinante y muy valioso, al pedir, sobre todo, medidas cautelares
a favor de las comunidades para protegerlas de cualquier riesgo ó crimen.
Sin embargo, el conflicto entre éstas ONGs y la Fuerza Pública está causando un doble
efecto, porque los abogados de estas organizaciones, más que todo, al investigar los
expedientes y casos con odio y carga ideológica, no están ayudando a encontrar la
verdad y hacer justicia como pretenden, sino más bien están contribuyendo a que los
casos se aplacen y que la justicia ordinaria no encuentre meritos suficientes para
condenar a los militares participes de casos como los de San José de Apartadó, y a
cambió se envían a la Justicia Penal Militar, en donde se vencen los términos, donde no
se encuentran pruebas suficientes, y como consecuencia se archivan los casos,
constituyéndose de paso la impunidad.
Según el presidente de la República Álvaro Uribe Vélez, actualmente se conocen 85
acusaciones de violación de derechos humanos contra la Fuerza Pública, “que han sido
devueltos por la justicia ordinaria a la justicia penal militar, porque la justicia ordinaria
110
no encontró meritos. Ya hay muchas preclusiones, abstenciones de medida de
aseguramiento y sentencias absolutorias”. (El Espectador, 2009, 8 de mayo)
En cuanto al caso de San José de Apartadó, a la comunidad de paz se le hace injusto que
la Justicia Penal Militar tenga en sus manos tres casos de asesinato por parte de los
miembros de la Fuerza Pública contra los miembros de la región, cuando debería ser la
justicia ordinaria la encargada de llevar el proceso. Adicionalmente a esto, reclaman que
las indagatorias a los militares son parciales, porque consisten en preguntarles sólo si
los hechos son verídicos; eso basta, según los jueces militares, para considerarlos
inocentes, y negar lo ocurrido. Una vez más vemos actuar al espíritu de cuerpo, lo cual
reafirma nuevamente la tesis sobre la poderosa capacidad de ésta “arma” militar inmune
e imposible de combatir, incluso cuando hay de por medio violaciones a los derechos
humanos.
Por otro lado, el coronel en retiro Néstor Iván Duque, quien recibió en el 2003 el
Batallón Ingeniero número XVII de San José de Apartadó, dice que las organizaciones
de izquierda de derechos humanos, como las llama él, se han convertido en el negocio
más lucrativo que hay en el país en este momento, razón por la cual la opinión pública y
víctimas no han podido conocer la verdad, y los culpables siguen deambulando
libremente. Por lo demás, el coronel Duque añade que la organización no
gubernamental que ampara a la Comunidad de Paz de San José de Apartadó le exigió a
la Corte Interamericana de Derechos Humanos proteger a los miembros de la
comunidad a través de las medidas provisionales40, con el fin de cobrar el 40% de los
400 mil dólares, por cada persona muerta por causas de la guerra, que recibe la
organización de la Corte Internacional. (Entrevista al coronel en retiro Néstor Iván
Duque, 2009, 17 de junio) El coronel Duque debe tener los suficientes argumentos
probatorios para garantizar semejante perversidad que de ser verdad deslegitimaría
totalmente la función consciente de las organizaciones no gubernamentales, en especial
la que cobija actualmente a la comunidad.
40
Todos los miembros de la comunidad poseen medida provisional avalada por la Corte
Interamericana de Derechos Humanos, la cual decidió proteger y asegurar a los habitantes de
Apartadó para que en caso que los grupos ilegales al margen de la ley la ataquen, el Estado debe
responder indemnizando a los familiares de las víctimas
111
Si esto es así, ¿por qué la Fiscalía General de la Nación no inicia una investigación
intensa a las ONGs para corroborar la información y denuncias del coronel Duque, y así
garantizar una justicia equitativa? Se necesita conseguir una vía que ayude a que las
ONGs no sigan interviniendo en las investigaciones y juzgamientos, y se centren más
bien en recibir las quejas por violaciones a los derechos humanos.
La sociedad civil, en este caso la comunidad de San José de Apartadó, tiene que
comprender que las autoridades son necesarias y que el rol de las ONGs es
complementario, y sirve únicamente como mecanismo de asesoría y acompañamiento.
Convocar a las distintas organizaciones no gubernamentales de derechos humanos sería
una solución tentadora, para que juntas debatieran los principales problemas de las
regiones más violentas, dejaran de actuar aisladamente, y denunciaran con pruebas y no
sólo con testimonios los excesos de la Fuerza Pública; esto, al mismo tiempo,
contribuiría a mejorar la mala percepción que se tiene de Colombia en el exterior.
Otro de los aspectos que vale la pena rescatar, es la indiferencia de los miembros de la
comunidad de paz hacia el Estado, especialmente con los funcionarios públicos que
llevaron el proceso apenas ocurrieron los hechos.
En contraste con esto, hay quienes afirman sin temor que la Comunidad de Paz de San
José de Apartadó es auxiliadora de las FARC, razón que explica, de la misma manera, el
por qué no dejan entrar a su región al Ejército, teniendo en cuenta que su actitud
represora contribuye a imposibilitar las investigaciones.
Cuando la comunidad reportó la masacre, un grupo de la fiscalía viajó a la región para
entrevistar a los habitantes, recoger los 11 cuerpos, y pruebas, sin embargo, fueron
víctimas de una bomba y emboscada de las FARC justo en el momento en que estaban
investigando los hechos de la masacre. La fiscalía ante eso no se pronunció, ni tampoco
se preocupó por los funcionarios, y a cambio el Padre Javier Giraldo, ordenó a la
fiscalía investigar a cada uno de los investigadores porque según el padre jesuita los
funcionarios estaban violando el domicilio de los habitantes de la comunidad de paz.
El fiscal que hizo parte de las investigaciones en el 2005 de la masacre de San José de
Apartado cuenta su testimonio:
112
Coincidencialmente, cuando nos emboscaron estábamos haciendo las investigaciones
de la masacre de San José de Apartadó. Ese fin de semana se bajaron los cuerpos, se
hicieron las necropsias, y empezamos a practicar las pruebas. En otra oportunidad,
la monja Clara Lagos, representante de la comunidad, manifestó a través de los
medios de comunicación que había gente de la comunidad que sabía quienes habían
cometido la masacre, fue entonces cuando planeamos un viaje a la comunidad;
fuimos dos fiscales, y un procurador, apoyados con la policía. Sin embargo, cuando
llegamos, la monja Lagos ya no quería hablar, y todos los miembros de la comunidad
al vernos en la zona, se encerraron en sus casas. Después de dos horas la monja
Lagos salió, y nos advirtió que sólo hablaría ante la Corte Interamericana de
Derechos, porque el Estado era ineficiente, y nunca investigaba a fondo. A los pocos
minutos, recibimos una llamada del ejército, diciendo que nos teníamos que ir de
inmediato porque la guerrilla se acercaba y nos iban a emboscar. Nos tocó caminar
para evitar que nos emboscaran. Llegamos a los carros blindados, y cuando íbamos
sobre el puente, los policías empezaron a disparar hacia las montañas, y nos tocó
bajarnos y escondernos bajo los carros. Lo curioso es que la comunidad de paz,
sabía que la guerrilla nos iba a emboscar y le informó a la guerrilla de nuestro
paradero. (Entrevista a Héctor Cruz, fiscal Ante el Tribunal, 2009, 6 de junio)
Es difícil comprender la posición de la comunidad de paz frente al conflicto, porque
suelen quejarse de la labor ineficiente del Estado por hacer justicia y de la complicidad
de la Fuerza Pública con los paramilitares, pero al final cuando los funcionarios de la
fiscalía optan por investigar e ir a hablar con los testigos personalmente sobre los
ocurrido, la comunidad decide enviar como respuesta a su inconformismo a la guerrilla,
para que ésta asesine a los funcionarios enviados por la fiscalía. Pero entonces ¿cómo
esperan que se haga justicia si los miembros de la comunidad de paz no colaboran con
la fiscalía? ¿Quién más que ellos para contar lo que ocurrió el 25 de febrero de 2005? El
apoyo de la Comisión Interamericana en Washington y de la Corte Interamericana de
Derechos Humanos en San José de Costa Rica, las cuales les brindan a la comunidad de
paz medidas cautelares y provisionales, sumado al auxilio estrecho de algunas ONGs,
le permite a la Comunidad de Paz de San José de Apartadó actuar con libertad frente a
las exigencias de la justicia colombiana, teniendo en cuenta que fue la primera
comunidad de paz que se creó en el territorio colombiano, y está registrada ante la
Cámara de Comercio como una Cooperativa.
113
Aunque el debate se centra en la impunidad desatada a partir de la Justicia Penal Militar,
si es meritorio mencionar la actitud agresora de los miembros de la comunidad de paz
hacia el Estado, el cual según nuestra Constitución es el único que puede condenar,
sentenciar, y juzgar a los responsables de cualquier delito ó crimen, labor que ha sido
difícil de ejercer debido a la negación de los habitantes para colaborar con la justicia. La
comunidad tiene que comprender que sin su apoyo, la masacre del 25 de febrero de
2005 difícilmente podrá ser resulta penalmente.
Mientras tanto, el rol de las ONGs y su insistente intervención en las investigaciones,
ayuda notoriamente, si bien de manera silenciosa, a prolongar la impunidad, porque ésta
pelea infinita entre ellas y la Fuerza Pública desvía la esencia de los casos, logrando
que los culpables hagan lo imposible para que se conozca la verdad, y en su defecto la
justicia ya sea la militar u ordinaria absuelva a los culpables por vencimiento de
términos.
Está claro que lo que más causa controversia es el hecho de pensar que el ejército
estuviera involucrado en un crimen en el que las principales víctimas eran niños. Por
eso, la fiscalía tiene el deber de presionar a la Fuerza Pública para por medio de ella
obligar a los soldados y sus respectivos mandos a aceptar sus responsabilidades en el
crimen. El capitán Armando Gordillo, primer y único militar en declarar, aceptó en sus
declaraciones la combinación de los militares y paramilitares en el delito, lo que quiere
decir que por lo menos uno de los oficiales dejó de actuar con espíritu de cuerpo,
dando una mínima esperanza al caso de San José de Apartadó, y además demostró que
no siempre se sale ganando utilizando la solidaridad y compañerismo
entre los
miembros de la Fuerza Pública, razón por la cual decidió declarar, convirtiéndose en el
primer militar en aceptar la responsabilidad de la Fuerza Pública en la masacre de San
José de Apartadó.
La masacre de San José de Apartadó deja hasta ahora dos lecciones. La primera es que
la Fuerza Pública tiene que dejar de actuar con espíritu de cuerpo frente a crímenes que
comentan sus miembros y más cuando se trata de delitos de Lesa Humanidad. Y la
segunda se trata de las investigaciones internas que hace la Justicia Penal Militar, las
cuales han demostrado ser ineficientes y poco profesionales, y han convertido a la
114
justicia militar en una aparato controvertido que para la opinión pública significa:
impunidad e irrespeto a los derechos humanos.
Fuera de los argumentos ya expuestos, según los cuales la Justicia Penal Militar no se
aplica en absoluto a este tipo de casos, la masacre de San José de Apartadó muestra,
además, hasta la saciedad como la Brigada XVII del ejército nacional, el Departamento
de Policía de Urabá y otros organismos de seguridad del Estado que operan en esa
región, no produjeron resultados que hayan contribuido a garantizar la seguridad y los
derechos de los ciudadanos, consiguiendo que todos los crímenes quedaran en la
impunidad absoluta.
Se ha mencionado, igualmente, crímenes perpetrados desde hace 25 años que aún
continúan impunes a pesar de haber comprobado la responsabilidad del ejército
(masacres de la Rochela, Mapiripán, y Trujillo). También se ha detectado los métodos
rutinarios utilizados en las investigaciones, basadas en los testimonios de los implicados
(oficiales superiores jerárquicos) los cuales eran orientados casi siempre a la
culpabilidad de los miembros en el crimen, recibiendo respuestas negativas, pero
además percibiendo las respuestas como una “verdad oficial”.
Las cuatro masacres estudiadas en ésta investigación son sólo una muestra de los
diferentes mecanismos de impunidad desatados a partir de la Justicia Penal Militar
dentro de los cuales el fuero militar y el espíritu de cuerpo han cobrado un
protagonismo definitorio, y han demostrado ser herramientas muy poderosas que actúan
con eficiencia absoluta aún cuando la justicia ordinaria toma los casos.
115
4. CONCLUSIONES
Durante toda la investigación del presente trabajo, fue difícil manejar las versiones de
los entrevistados, porque cada uno de ellos, como es natural, tiene su propia versión y
punto de vista personal respecto a los hechos.
No se pretende llegar a conclusiones finales sobre la impunidad que se observa en la
Justicia Penal Militar, y sus poderosas herramientas jurídicas y administrativas.
Tampoco se pretende estigmatizar a los militares, ONGs, o a la Fiscalía General de la
Nación, porque, aunque se entrevistaron a más de diez personas, entre ellas victimas,
funcionarios públicos, investigadores, militares, y políticos, es difícil afirmar con
pruebas quien tiene la razón, sólo se busca mostrar, a través de sus testimonios, la grave
situación por la que pasa el país respecto a la violación de derechos humanos por parte
de miembros del ejército, y a la cual está condenada la sociedad colombiana a vivir por
lo menos por diez años más, teniendo en cuenta que el papel de juez público del
periodista, para denunciar los casos aquí estudiados, es cada vez más limitado y difícil
de ejercer sobre todo cuando se trata de investigar a personajes que gozan de un poder
militar de alcances ilimitados, que lleva acentuándose con fuerza desde la época de la
violencia como se vio en el marco teórico
En este orden de ideas, después recoger voces a favor y en contra del funcionamiento
de la Justicia Penal Militar, relacionadas especialmente con las masacres de La Rochela,
Mapiripán, Trujillo, y San José de Apartado, en una extensa investigación de casi 6
meses, dedicación, e insistencia, se puede concluir que la Justicia Penal Militar opera
ineficientemente, actúa con tanta autonomía y parcialidad, que prefiere proteger primero
a sus miembros, para no deslegitimar la institución militar, antes que contribuir
objetivamente con la verdad.
De la misma forma, queda claro que la justicia militar continua haciendo todo lo que
está en “su poder para impedir la transferencia de casos a la justicia ordinaria”, como
bien lo ha afirmado el relator de la ONU, Philip Alston, en su visita a Colombia al
investigar los casos de los mal llamados “falsos positivos”. (Valbuena, J.F., 2009)
116
Es imposible llegar a conclusiones definitivas sobre la grave situación de violación a los
derechos humanos, por parte de agentes del Estado, quienes son –en apariencia- los
principales defensores y protectores de la vida y honra de los habitantes de cualquier
país. Sin embargo, al observar con detenimiento el poder militar en Colombia desde la
época de la Violencia, el cual ha ido ganado mayor impacto en la sociedad y sigue
conservando su poder a partir de los intereses del resto de poderes (judicial, ejecutivo y
legislativo), como ya vimos con detenimiento en el marco teórico, queda claro que en
Colombia el poder militar continua actuando en su propio beneficio e intenta cobrar
protagonismo para justificar su papel de combatiente, capaz de enfrentar a los grupos
revolucionarios al margen de la ley, utilizando todos los medios bélicos necesarios que
estén a su alcance, para así demostrar a la opinión pública y a sus altos mandos que está
cumpliendo con su labor.
Infortunadamente, el mecanismo que ha sido escogido por algunos soldados (que son
bastantes) para justificar su papel de combatientes y para ganarse a cambio un “premio”
de consolación por su arduo trabajo, han sido los asesinatos colectivos o “asesinatos a
sangre fría y premeditado de civiles inocentes con fines de beneficio”41 contra personas
civiles ajenas al conflicto, las cuales son mostradas como personas muertas en combate
o auxiliadoras de las FARC.
Aunque los casos de los “falsos positivos” fueron apenas denunciados en el 2008 a raíz
de los sucedido en Soacha, Cundinamarca, cabe decir que no se trata de un fenómeno
nuevo en el país, sino más bien fueron “matanzas flagrantes y obscenas, que demuestran
que son simplemente la punta del iceberg”, como lo afirmo Philip Alston, relator de la
ONU, en su informe preliminar. Asimismo, Alston señalo que entrevisto a
“supervivientes que describieron matanzas muy similares que ocurrieron en el pasado
en los departamentos de Antioquia, Valle del Cauca, Casanare, Cesar, Córdoba, Huila,
Meta, Norte de Santander, Putumayo, Santander, Sucre y Vichada, en donde una
cantidad importante de unidades militares estaban involucradas en ello”. (Alston P.
2009) Lo que quiere decir que las masacres sistemáticas del pasado podrían estar
41
Philip Alston, relator de la ONU, realizó una investigación de 10 días en Bogotá, Antioquia (Medellín),
Santander (Bucaramanga) y Meta (Villavicencio), donde entrevista a mas de 100 personas, y en donde
concluyo que los mas llamados “falsos positivos” eran asesinatos a sangre fría y premeditado de civiles
inocentes con fines de beneficio. Para mayor información ver el informe preliminar de Alston después de
si visita en Colombia.
117
hipotéticamente relacionadas con lo mencionado por Alston, dentro de las cuales hubo
militares de bajos y altos mandos involucrados, qué aún conociéndose su participación
en los crímenes siguen libres o están siendo investigados, unos por su propia justicia, la
militar, y otros por la ordinaria.
El informe preliminar de Alston contribuye considerablemente a este trabajo de grado,
ya que reafirma y advierte una vez más al Estado, que aún tratándose de Crímenes de
Lesa Humanidad, los jueces militares siguen haciendo “caso omiso a los dictámenes de
la Corte Constitucional y hacen todo lo que está en su poder para impedir la
transferencia de casos claros de derechos humanos al sistema de justicia ordinaria”. En
la justicia militar,
Alston pudo comprobar que se obstruye “la trasferencia de
información, se arreglan los enfrentamientos de jurisdicción cada vez que se encuentra
la oportunidad, y las tácticas de dilación son de uso común”. Y como resultado de todo
esto, “los casos se demoran meses o años, poniendo en peligro el valor de los
testimonios y de las pruebas”. (Alston P. 2009) ¿Por qué el Estado espero a que un
relator de la ONU viajara al país a investigar las actuaciones de los grupos legales e
ilegales, si sabia de antesala que por ejemplo los agentes del Estado estaban
involucrados en graves Crímenes de Lesa Humanidad, que todavía siguen impunes? La
respuesta es incierta, así como también el dictamen final de la justicia en estos casos.
La situación en el país se ha complicado, y las recomendaciones que hará la Corte
Interamericana de Derechos Humanos al Estado con los casos de La Rochela,
Mapiripán, Trujillo, y San José de Apartado, también se evidenciaran en las
conclusiones finales del informe completo del relator de la ONU, ya que fueron
crímenes en donde agentes del Estado están involucrados y aún siguen impunes,
considerando que el propósito principal del informe es demostrar la dramática situación
de la seguridad que todavía vive Colombia y la urgencia por tomar medidas estrictas en
el asunto.
El caso de Soacha, con los “falsos positivos”, fue sólo “la punta del iceberg” como
manifestó Alston, para demostrar que la Fuerza Pública sigue cometiendo graves delitos
que no sólo atentan contra los derechos humanos, sino contra la promesa y juramento
que una vez hicieron aquellos oficiales ante el país, cuando decidieron portar las armas
118
para proteger y defender a los habitantes, y hasta dar su vida por ellos si era necesario, y
a los cuales la humanidad ha depositado plena confianza.
Un problema adicional que explica el por qué los oficiales del ejército, Rito Alejo del
Río, Farouk Yanine Díaz, Alirio Urueña, Guillermo Armando Gordillo, Hernán Orozco
Castro, para mencionar sólo algunos de los cientos de militares involucrados en las
masacres estudiadas, no han respondido por los crímenes u homicidios del pasado tiene
que ver con el “hostigamiento sistemático de los militares hacia los sobrevivientes”,
(Alston P. 2009)
testigos, y todo aquel que se atreva a revelar la verdad; grave
inconveniente que Alston encontró también en sus investigaciones, y unas de las
razones que explica por qué los casos siguen impunes.
Colombia no ha sido el primero, ni tampoco el único país es recibir recomendaciones de
un relator de la ONU. La visita de Philip Alston, relator especial sobre Ejecuciones
Extrajudiciales, Sumarias y Arbitrarias de Naciones Unidas, debe ser entendida como
una aporte de Naciones Unidas a sus Estados miembros para mejorar la situación de los
derechos humanos en todo el mundo.
La impunidad en la Justicia Penal Militar en Colombia debe ser resuelta con urgencia,
porque es uno de los problemas que más daño le está causando a la sociedad. Cuando un
crimen lleva impune más de 20 años, ¿como espera el Estado que la humanidad confíe
en la justicia? Si, además, las victimas son invisibilizadas y generalmente el crimen de
tortura y/o masacre queda oculto en otros delitos como asesinatos o desapariciones
forzadas, como sucedió en las masacres de La Rochela, Mapiripán, Trujillo, y San José
de Apartado. Por eso, las victimas acuden a su propia justicia, y actúan sin temor con tal
de hacer justicia, porque, igualmente, saben que si actúan ilegalmente, la justicia de
todas formas no va a operar. Por lo tanto, estamos sumergidos a vivir en una espiral de
la violencia, que sólo podrá ser destruida hasta que la justicia actúe sobre el primer
crimen.
Adicionalmente a esto, la justicia ya sea la militar u ordinaria es tan ineficiente, que la
Corte Interamericana de Derechos Humanos ha tenido que intervenir en los procesos,
ocasionando problemas al Estado y obligándolo a indemnizar a la victimas, repararlas y
a hacer justicia, razón por la cual desde más de 20 años los casos de La Rochela,
119
Trujillo, y San José de Apartado fueron reabiertos en el 2007, y apenas entre el 2008 y
2009, la Fiscalía General de la Nación llamo sólo a indagatoria a los militares
involucrados, sin ni siquiera practicarles una sola condena, incluso sabiendo que es un
hecho que los militares fueron cómplices de los paramilitares y cooperaron en las
masacres perpetuadas en 1989 (La Rochela), 1986 (Trujillo), 1997 (Mapiripán), y 2005
(San José de Apartado). El Estado no puede seguir esperando a que la Corte solucione
los problemas de tan índole que merecen inmediata concentración, porque al mismo
tiempo el Estado está restringiendo al país de oportunidades de comercio y desarrollo
con otros países.
Los militares ejecutaron Crímenes de Lesa Humanidad contra las poblaciones más
vulnerables del país, y han aprovechado su condición y poder militar, el cual ha estado
sometido a un sector de la sociedad civil, siendo las minorías las que gozan de éstos
privilegios. En este orden de ideas, después de investigar detenidamente los casos,
analizarlos, y al mismo tiempo observar los problemas a que ve enfrentado el periodista
en su quehacer a la hora de informar o denunciar casos de tal índole de impunidad, cabe
por último señalar a modo de conclusión que en las violaciones de los derechos
humanos existe una verdadera política de impunidad que compromete no sólo a las
instituciones estatales, sino también a los medios de comunicación privados que
encubren por varios motivos los Crímenes de Lesa Humanidad, que los agentes del
Estado cometen, y que son encubiertos por el Estado mismo, y que han sido cubiertos
por una cortina de humo representada por un discurso democrático, en el que
lastimosamente han caído varios medios de comunicación.
.
120
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