CIRCULAR No. 03-2009 PARA: DECANOS ACADÉMICOS DIRECTORES DE CARRERA DIRECTORES DE MAESTRÍA Y DOCTORADO SECRETARIOS DE FACULTAD DE: VICERRECTOR ACADÉMICO ASUNTO: NORMAS PARA LA ENTREGA DE TESIS DOCTORALES Y TRABAJOS DE GRADO A LA BIBLIOTECA GENERAL FECHA: 13 de febrero de 2009 Estimados Directivos: Reciban un cordial saludo. Tengo el gusto de enviarles las “Normas para la entrega de Tesis Doctorales y Trabajos de Grado a la Biblioteca General”, que han sido presentadas por la Directora de la Biblioteca General a la Vicerrectoría Académica para su aprobación y divulgación. Dichas normas establecen los criterios, las formalidades y procedimientos para que las Tesis Doctorales y Trabajos de Grado que sean presentados y aprobados en la Pontificia Universidad Javeriana puedan ser puestos a disposición de los usuarios de la Biblioteca General. Hay aquí aspectos legales relativos a los derechos de autor que deben ser atendidos con la mayor diligencia, por lo que les pido el favor de estudiarlas y divulgarlas en sus Facultades. Atentamente, VICENTE DURAN CASAS, S.J. Copia. P. Joaquín Emilio Sánchez García, S. J., Rector P. Antonio José Sarmiento Nova, S.J. Vicerrector del Medio Universitario Ing, Roberto Enrique Montoya Villa. Vicerrector Administrativo Dra. Luz María Cabarcas, Directora Biblioteca General Vicerrectoría Académica Carrera 7ª No. 40-62 Piso 4° PBX 3208320 Ext. 2078 Fax: (57-1) 2880806 Bogotá, D.C., Colombia FORMULARIO DE LA DESCRIPCIÓN DE LA TESIS O DEL TRABAJO DE GRADO TÍTULO COMPLETO DE LA TESIS O TRABAJO DE GRADO: LA IMPUNIDAD EN LA JUSTICIA PENAL MILITAR: UNA INVESTIGACIÒN PERIODISTICA AUTOR O AUTORES Apellidos Completos OJEDA PALACIO Nombres Completos PAULA DIRECTOR (ES) Apellidos Completos VALENCIA Nombres Completos DANIEL JURADO (S) Apellidos Completos CARDONA Nombres Completos JORGE GARCIA FEDERICO ASESOR (ES) O CODIRECTOR Apellidos Completos VALENCIA Nombres Completos DANIEL TRABAJO PARA OPTAR AL TÍTULO DE: COMUNICADORA SOCIAL CON ENFASIS EN PERIODISMO FACULTAD: COMUNICACIÒN SOCIAL Y LENGUAJE PROGRAMA: Carrera: X Licenciatura ___ Especialización ____ Maestría ____ Doctorado ____ NOMBRE DEL PROGRAMA: COMUNICACIÒN SOCIAL Y LENGUAJE CIUDAD: NÚMERO BOGOTÀ AÑO DE PRESENTACIÓN DEL TRABAJO DE GRADO: 2009 DE PÁGINAS: 126 DESCRIPTORES O PALABRAS CLAVES EN ESPAÑOL E INGLÉS: Son los términos que definen los temas que identifican el contenido. (En caso de duda para designar estos descriptores, se recomienda consultar con la Unidad de Procesos Técnicos de la Biblioteca General en el correo biblioteca@javeriana.edu.co, donde se les orientará). ESPAÑOL La Fuerza Pública, el poder militar en Colombia, la impunidad, el fuero militar, el espíritu de cuerpo, la justicia penal militar. INGLES The Military Force, Impunity, Military Criminal Justice, The Military Justice, esprit de corps. RESUMEN DEL CONTENIDO EN ESPAÑOL E INGLÉS: (Máximo 250 palabras 1530 caracteres): La impunidad en la Justicia Penal Militar es un problema que se creía del pasado y que hoy en día se viene pronunciando, de manera firme en el Estado colombiano. El poder que goza la Fuerza Pública es inimaginable, así como su fuero militar y espíritu de cuerpo que muchas veces son los que cubren los crímenes de los militares, los protege casi cualquier delito contra la humanidad y desvían e impiden conocer la verdad. El Estado tuvo que esperar a que la Corte Interamericana de Derechos Humanos interviniera, para por media de ella hacer justicia y obligar al gobierno a indemnizar y reparar a las victimas que han sido olvidadas. Adicionalmente a esto, a pesar de las denuncias, y las investigaciones que algunos organismos no gubernamentales han hecho entorno a éste tipo de casos, la verdad sigue oculta, así como también la impunidad, y además ha sido propiciada, desafortunadamente, por algunos miembros de la Fuerza Pública, que aún no han sido condenados, debido al poder inquebrantable que goza la Justicia Penal Militar, tal como lo comprobó el Relator de la ONU, Philip Alston, en su visita a Colombia en el 2009. INGLES Impunity in the military criminal justice is a problem that was thought of the past and today has issued opinions, firmly in the Colombian state. The power enjoyed by the security forces is unimaginable, as well as military courts and esprit de corps that often are covering the crimes of the military, protecting almost any crime against humanity and divert and impede the truth. The state had to wait for the Inter-American Court of Human Rights to intervene, through her to do justice and force the government to indemnify and compensate the victims who have been forgotten. In addition to this, despite the complaints, and investigations that some ONGs have made around this type of case, the truth remains hidden, as well as impunity, and has also been favored, unfortunately, some members of the security forces, which have not yet been sentenced because of the unwavering power enjoyed by the military criminal justice system, as checked the UN Rapporteur Philip Alston on his visit to Colombia in 2009. La impunidad en la Justicia Penal Militar: una investigación periodística Paula Ojeda Palacio Trabajo de grado para optar el titulo de Comunicadora Social con énfasis en periodismo Director Daniel Guillermo Valencia Nieto Pontificia Universidad Javeriana Facultad de Comunicación Social y Lenguaje Bogotá, 2009 TABLA DE CONTENIDO INTRODUCCIÓN…………………………….……………………………….………..2 1. MARCO TEÓRICO………………………………………………………..…………7 1.1 ¿Qué son los crímenes de lesa humanidad?………………………….……………..7 1.2 La impunidad en Colombia……………………………………….………………..8 1.3 ¿Qué es la Fuerza Pública? ……………………………………………………….10 1.3.1 La Fuerza Pública en el Estado colombiano y su responsabilidad…………11 1.4 Definición de la Justicia Penal Militar (JPM)……………………….……………14 1.5 El poder militar en Colombia……………………………………………………..20 1.5.1 La profesionalización de las fuerzas armadas de Colombia: el periodo de la violencia……………………………………………………………………………...…21 1.5.2 Un General en la presidencia……………………………………………..….31 2. MASACRES………………………………………………………………………....38 2.1 Masacre de La Rochela....…………………………………………………………..38 2.1.1 Un periodo caracterizado por el narcotráfico y el para militarismo……....….40 2.1.2 Alias Vladimir: testigo clave…………………………………………………43 2.1.3 Farouk Yanine: ¿héroe o delincuente?.............................................................45 2.2 Masacre de San José de Apartadó ………………………………………………....48 2.2.1 Declaración neutral de la Comunidad de Paz frente al conflicto…………….50 2.2.2 Una región “gobernada” por la insurgencia………………………………….52 2.2.3 La influencia política…………………………………………………………54 2.2.4 Una comunidad desesperada por encontrar la verdad………………………..55 2.2.5 Militares involucrados……………………………………………..…………56 2.3 Masacre de Trujillo…………………………………………………………………58 2.3.1 Un contexto construido por la pugna territorial………………………………60 2.3.2 La masacre de Trujillo: un ejemplo de prolongación en el conflicto colombiano……………………………………………………………………………..62 2.3.3 Los protagonistas: alianza de narcotraficantes y paramilitares………………63 2.4 Masacre de Mapiripán ……………………………………………………………..66 2.4.1 Un vergonzoso hecho para Colombia……………………………………...…67 2.4.2 Debilidad Estatal e incursión armada………………………………….……..69 2.4.3 Polémica por la condena: ¿Justicia Penal Militar ó Justicia Ordinaria?...........71 2.4.4 Agentes del Estado: ¿jugando a ser victimarios?.............................................75 3. LA IMPUNIDAD EN LA JUSTICIA PENAL MILITAR……………………...…..78 3.1 Análisis del Fuero Militar y su evolución………………………………………….79 3.2 El poder del Fuero Militar y el espíritu de cuerpo………………………....………82 3.3 La proyección del Fuero Militar en la justicia ordinaria……………………...……88 3.4 Como afecta el Fuero Militar la garantía del Habeas Corpus…………………..…..95 3.5 ¿Por qué acabar con la Justicia Penal Militar?..........................................................96 3.6 San José de Apartadó: el caso más reciente ………………………………….…..106 4. Conclusiones………………………………………………………………………..116 5. Bibliografía…………………………………………………………………………126 Bogotá, D.C., Julio 30 de 2009 Profesor JURGEN HORLBECK Decano académico Facultad de Comunicación y Lenguaje Ciudad Respetado señor: Formalmente hago entrega del trabajo de grado de la estudiante PAULA OJEDA PALACIO, quien se identifica con la cédula de ciudadanía Nº 53.178.688 de, el cual se titula: LA IMPUNIDAD EN LA JUSTICIA PENAL MILITAR: UNA INVESTIGACION PERIODISTICA. El trabajo cumple con los requisitos teóricos y metodológicos suficientes para ser aprobado por mi parte, como director del mismo, además de la suficiencia profesional junto con la constancia y responsabilidad que la estudiante mostró en el desarrollo de la investigación. Cordialmente Daniel Guillermo Valencia Nieto Profesor Investigador Facultad de Comunicación y Lenguaje Transversal 4 No. 42-00 Piso 6 PBX: (57-1) 3208320 extensión 4586 y 4587. Bogotá D.C., Colombia INTRODUCCION El presente trabajo pretende dirigir la mirada de los lectores hacia una extraña figura que pasa inadvertida, pese a su importancia, para el público del común. La indiferencia constante que existe respecto a la Justicia Penal Militar me hizo penetrar en su mundo, en su naturaleza y, sobre todo, en su realidad, para conocer los excesos que se cometen en su interior, constituyéndose como resultado final la impunidad. La Justicia Penal Militar (JPM) en Colombia es un ámbito que no ha tenido éxito casi desde su existencia, por considerarse una de las instituciones más parciales y violadoras de derechos humanos no sólo en el país, sino también en el exterior. Hay muchas preguntas sobre el funcionamiento de esta institución, que por lo general es considerada por algunos como laxa o inadecuada. Por ello, la importancia de investigar qué es y como funciona la Justicia Penal Militar en Colombia, teniendo en cuenta que este tipo de justicia es desconocida para gran parte de la opinión pública. Uno de los principales problemas de la Justicia Penal Militar es la poca credibilidad que tiene este sistema, porque según ésta, la dependencia de la rama legislativa no le permite obrar de acuerdo con sus leyes. Tal subordinación, le impide actuar de manera autónoma, porque tiene que regir bajo ciertos fundamentos. En este sentido, el ex ministro de Defensa Juan Manuel Santos afirmó en el 2006, que la Justicia Penal Militar adscrita al Ejecutivo le resta independencia, autonomía y sus fallos son considerados simples medidas administrativas y no fallos en justicia, razón por la cual debe sufrir una reforma inmediata para fortalecer sus funciones, y poder afrontar con imparcialidad las situaciones de combate que sus miembros afrontan diariamente. Precisamente por esto, la Justicia Penal Militar busca ser trasladada a la rama judicial para así poder ejercer sus funciones sin ningún tipo de presión. Tal transición abre un debate entre quienes están en contra y a favor de la justicia militar. 1 Quienes están en contra, señalan que con la nueva reforma, que empezaría a regir a partir del 2010, la justicia castrense recuperaría poder, autonomía en los fallos y participación en las investigaciones, aumentando de paso la impunidad y los excesos de poder en el quehacer militar. Igualmente, agregan que los procesos penales de los miembros de la Fuerza Pública, deben ser tratados exclusivamente por la jurisdicción ordinaria, para que sean eliminados completamente de la jurisdicción militar, con el fin de acabar con la impunidad que ha acompañado al país por más de 20 años. Por otro lado, quienes están a favor, dicen que la justicia militar necesita con urgencia de cambios para dotarla de credibilidad ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, y demostrarle al país y al exterior que el fuero militar sólo obra para aspectos puramente disciplinarios, y no de manera predilecta. Muestra de ello, sucedió en el 2007, cuando la justicia militar profirió 1.324 fallos en el primer semestre de ese mismo año, de los cuales el 80% fueron condenatorios. Igualmente, consideró adecuado investigar el por qué, según los militares, algunos organismos de control y organizaciones no gubernamentales suelen hacer denuncias falsas contra los miembros de su institución, para deslegitimar su función militar. Ante este planteamiento, el ex ministro de Defensa Rafael Samudio y el ex Comandante del las Fuerzas Militares, el general Manuel José Bonnet, afirman, en entrevista concedida para este trabajo de grado, que la necesidad de la reforma militar obedece a presiones de organismos de derechos humanos e insisten en que esas organizaciones quieren desconocer el fuero militar, porque creen que la justicia ordinaria es la única imparcial, y que la Justicia Penal Militar está basada sólo en el compañerismo. A raíz del conflicto armado que actualmente vive Colombia, es oportuno indagar sobre el tratamiento que se le está dando a la justicia militar, porque la Fuerza Pública es una institución que tiene la misión de garantizar la vida, honra y bienes de los colombianos; sin embargo, con frecuencia los militares protagonizan la información de las agendas mediáticas como autores de delitos y no como garantes de la seguridad. 2 Hoy en día, se abre un debate público sobre los responsables de las múltiples masacres que ha padecido nuestro país. Principalmente se busca encontrar la justicia, la verdad y reparar a las víctimas de la violencia. La masacre de Trujillo, Valle del Cauca (1985), de la Rochela, Santander (1989), de Mapiripán, Meta (1997) y la masacre de San José de Apartadó, Antioquia (2005), son la muestra de como la impunidad de la Justicia Penal Militar ha hecho carrera en Colombia. Además, ha sido incapaz de dar respuesta oportuna y organizada al enorme déficit social que afronta Colombia desde los años 30. El tráfico ilegal de drogas ha sido el motor principal por el que los miembros de la Fuerza Pública se han involucrado en dichas masacres. Igualmente, los nexos con los paramilitares han sido evidentes en cada uno de estos casos, y los Generales y/o Coroneles de la Policía y del Ejército, por codicia han establecido fuertes nexos con estos grupos ilegales. Por tal razón, los miembros de la Fuerza Pública son vistos como los responsables de estas masacres, que por omisión o participación directa en los crímenes ya está comprobado que participaron y colaboraron con los paramilitares para que éstas masacre se cometieran. Hoy en muchos de los casos se desconoce o se ignora quiénes son los verdaderos culpables por la dificultad que existe en la recolección de pruebas y testigos, los cuales a fin de cuentas, son los únicos que pueden ayudar a conocer la verdad, esto sumando a la ineficiencia en que opera la justicia ordinaria y militar. El Estado colombiano ha persistido en dar una respuesta militar a la grave situación de orden público que se presenta en las diferentes zonas del país, aumentando cada vez más la presencia del Ejército en las regiones más violentas, y en donde los grupos ilegales tienden a delinquir con frecuencia. Como solución, a partir del primer periodo presidencial, y gracias a su propia política de Seguridad Democrática, Álvaro Uribe Vélez, aumento la presencia del Ejército en el territorio nacional con el objetivo de hacer frente a los grupos ilegales, y disuadir, al mismo tiempo, a los violentos que se han encargado de cometer delitos contra los derechos humanos. Según el gobierno de Uribe, esta política es la única salida que tiene el Estado para coartar y penalizar a aquellos individuos que transgreden las normas de convivencia 3 en la sociedad, estrategia que además asegura la viabilidad de la democracia y la legitimidad del Estado, así lo indicó el informe redactado por la presidencia de la República sobre la Política de Seguridad Democrática. Sin embargo, varios organismos no gubernamentales, están seguros que esta política ha hecho que el Estado persista en la búsqueda de la paz por los caminos de la guerra, porque según ellos, el ejército se ha comportado como un ejército de ocupación que en lugar de generar confianza y seguridad, aporta terror y desorden social, sobre todo en las regiones más marginadas y violentas del país, logrando posteriormente que la población civil vea a la fuerza militar como enemiga y no como estabilizadora del orden público, y encargada de salvaguardar a los ciudadanos. La Comisión Colombiana de Juristas, por ejemplo, en un informe realizado sobre La Masacre de la Chinita, asegura que a pesar de las cifras millonarias de inversión para el fortalecimiento militar, el Estado no ha tenido la capacidad efectiva para garantizar la protección del derecho a la vida, la integridad personal y los demás derechos fundamentales. Al parecer, cada vez más se comprueba lo dicho por Ernesto McCausland, periodista colombiano que “en Colombia ya no se sabe si las masacres tienen nombre de pueblo o los pueblos tienen nombre de masacre: cada vez más, sus nombres poéticos se tiñen de sangre”. (McCausland, E. 1997) En este sentido, este trabajo pretende analizar el accionar de la Fuerza Pública en las masacres de Trujillo, La Rochela, Mapiripán, y San José de Apartadó; y a partir de una recolección de voces en contra y a favor de la Justicia Penal Militar (JPM) se hará un análisis, y consecutivamente se llegará a varias conclusiones. Para llevar a cabo esta labor, fue necesario contrastar diversas posiciones de fuentes autorizadas como el Senado de la República, que legisló a favor de los militares, al introducir una nueva reforma militar; la Fiscalía General, que critica el fuero militar; los mismos miembros de la Fuerza Pública que defienden a toda costa su labor militar aún conscientes del grave problema de violaciones a los derechos humanos 4 que los envuelve; y finalmente los medios de comunicación que han mantenido una distancia, poco explicables y para nada justificable, frente a este tema, por la falta de pruebas y el difícil acceso a las fuentes, teniendo en cuenta que los periodistas judiciales vienen a ser las fuentes predilectas para determinar las conclusiones. Adicionalmente, se encontró pertinente consultar el material de los organismos no gubernamentales más influyentes como son la Comisión Colombiana de Juristas y el Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo, los cuales atacan a las Fuerzas Militares de Colombia. Asimismo, cuestionan las sentencias emitidas por la Fiscalía, y mantienen vigentes los hechos y las denuncias del pasado para informar a la opinión pública, e intentar acabar con la impunidad preexistente. Ante la impunidad, como única salida, estos organismos llevan sus denuncias a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, la cual se ha encargado de presionar al Estado y hacer que éste responda ante las víctimas, por los crímenes, juzgando y condenando a los culpables. La primera parte del trabajo empieza, con la definición de impunidad, el significado conceptual de la Fuerza Pública, y su responsabilidad en el Estado colombiano, y finalmente la definición de la Justicia Penal Militar en Colombia. Posteriormente, se hará una construcción histórica y teórica del surgimiento del poder militar en Colombia, para entender por qué las Fuerzas Militares tienen tanta libertad de acción sobre la vida nacional. Después de esto, se presentará una contextualización geográfica de las cuatro masacres, su ubicación para entender la importancia estratégica de cada una de las zonas, los hechos, y finalmente los actores principales involucrados. En seguida, se concebirá un análisis de las cuatro masacres a partir de la recolección de voces, teniendo en cuenta también las redes de apoyo que se construyeron, y como éstas terminan afectando a la población civil. Evidentemente, se tendrá en cuenta el tipo de accionar paramilitar en cada una de las masacres, y finalmente la omisión, apoyo y convivencia de los militares con los paramilitares durante las masacres. 5 En este orden de ideas, se establecerá una serie de reflexiones relacionadas con el papel del periodista frente a este tipo de investigación, y los obstáculos que se le presentan diariamente en su quehacer periodístico. Para concluir, aunque el trabajo está enfocado en analizar el porqué hay impunidad en la justicia penal militar; hay que dejar claro que el rol del periodista es fundamental en este tipo de investigaciones, por cuanto su papel de juez público es determinante y necesario, no sólo para dar a conocer la verdad sino para servir de mediador entre los hechos acaecidos, las instituciones que los investigan y la sociedad en general. Siendo este trabajo una demostración de cómo el papel del periodista se hace vital, en su forma investigativa y en dar a conocer a la opinión pública dichas investigaciones, contribuyendo a entender el difícil entramado de lo que hoy es Colombia. También evidenciando en ello, la importante misión periodística consistente en refrescar la memoria histórica y no permitir que el Estado olvide sus responsabilidades. El rol del periodista se mencionará al final, porque se narrará su difícil labor a partir de la experiencia, la cual brindará un valor agregado al trabajo de grado. De la misma forma, para dejarle claro al lector, que el periodista siempre busca la verdad, y cuando no lo hace o no lo logra es porque se ve impedido, en su mayoría de veces, por las amenazas y restricción a los documentos. Por tratarse de miembros de la Fuerza Pública, los periodistas no denuncian la mayoría de los hechos por temor a ser amenazados o rechazados dentro de su gremio, pues hay que tener en cuenta que los periodistas casi siempre siguen las políticas y tendencias del medio para que trabajan, y como consecuencia no informan temas que merecen investigación, y ser contados a la opinión pública. 6 1. MARCO TEÓRICO No existe crimen más grande que aquel que se perpetra a conciencia de su impunidad Hobbes (LEVIATHAN) Durante cinco años consecutivos (1997-2002), 254 miembros de la Fuerza Pública fueron cómplices de actos que atentan contra los derechos humanos, según el informe anual de DIH de 2002. Aunque las ONGs atribuyen las violaciones a las FARC, el ELN y las AUC, culpándolos de ser los autores intelectuales del mayor número de faltas contra DDHH y DIH en Colombia, también lograron demostrar la responsabilidad y participación activa de la Fuerza Pública en actos que atentan contra la vida y honra del ser humano. Lo anterior demuestra la grave situación en que la Fuerza Pública se encontró frente a uno de los temas que más preocupan a la humanidad: la violación de los derechos humanos. Pese al conocimiento de su participación y colaboración directa con los paramilitares, especialmente, el Estado no supo actuar con responsabilidad, y justificando su inocencia, por falta de pruebas y testigos, dejo los casos en manos de la Justicia Penal Militar. En este proyecto sólo se tratarán cuatro de los cientos de casos que reflejan la ineficiencia estatal y el poder militar alcanzado durante décadas. Sin embargo, antes de explicar de fondo el actuar de la Fuerza Pública, su justicia militar especial y sus consecuencias, vale la pena referirse primero al concepto literario de impunidad, para después entrar a explicar el por qué y el como de los excesos dentro de la institución castrense, teniendo en cuenta que la impunidad está estrechamente relacionada con los casos de estudio y la situación judicial militar en Colombia. 1.1 ¿Qué son los “Crímenes de Lesa Humanidad”? El origen jurídico de los Crímenes de Lesa Humanidad hay que buscarlo en el Tribunal Internacional de Nuremberg, el cual se creó para juzgar y castigar a los principales criminales nazis de la Segunda Guerra Mundial. Aunque fue un tribunal creado por 7 Estados Unidos, Gran Bretaña, la Unión Soviética y Francia, su “Estatuto y sus sentencias se apoyaron en principios jurídicos que posteriormente han sido reconocidos universalmente”. (Tribunal Permanente de los Pueblos, 1989, p. 18) El Tribunal Internacional de Nuremberg define los crímenes de lesa humanidad “como cualquier acto inhumano cometido contra la población civil, las persecuciones por motivos políticos, raciales o religioso, que constituyan o no violación del derecho interno de los piases donde se comentan”. (Tribunal Permanente de los Pueblos, 1989, p. 19) Aunque el estatuto condenaba sólo a aquellos que cometieran delitos durante la guerra o en relación con ella, más adelante las Naciones Unidas contempló la necesidad de implantar los principios jurídicos de Numberg a nivel internacional, y a todo aquel que violara o atentara contra los derechos humanos y utilizara como vía de exterminio la tortura, desaparición forzada, asesinatos, reducción a la esclavitud, y cualquier acto inhumano perteneciente a la categoría de Crímenes de Lesa Humanidad. 1.2 La impunidad en Colombia La impunidad se refiere a ciertos hechos que, contemplados en la legislación como delitos, no han sido sancionados como tales, y de una forma u otra han sido olvidados por el gobierno o, en su defecto, han sido difíciles de comprobar. Se trata de un fenómeno antijurídico, que viene operando en Colombia hace más de 20 años. Asimismo, al consultar libros o bibliografía especializada sobre la impunidad, se puede concluir que las definiciones más acertadas o al menos las más pertinentes para este trabajo, serán estas, que se complementan entre sí: Fenómeno que implica dejar sin castigo a culpables de crímenes o delitos, que afectan a individuos y grupos sociales, que se imponen en forma repetida y dominante, generando incertidumbre a propósito de la confianza en el proceso político social. Entendemos también por impunidad, toda situación objetiva de tolerar y dejar intactas las estructuras y actitudes que han hecho posibles tales crímenes y eludir una responsabilidad elemental frente al futuro, la de salvaguardar los valores básicos de la convivencia civilizada. (Portillo C. 1996) 8 Por otro lado, la Corte Interamericana de Derechos Humanos definió la impunidad como “la falta en su conjunto de investigación, persecución, captura, enjuiciamiento y condena de los responsables de las violaciones de los derechos”. (Guzmán, F.A. (2003), 2003, p.47) Otra definición de impunidad dice: Se trata de una infracción de las obligaciones que tienen los Estados de investigar las violaciones, adoptar las medidas apropiadas respecto de sus autores, especialmente en la esfera de la justicia, para que sean procesados, juzgados y condenados a penas apropiadas, de garantizar a las víctimas recursos eficaces y la reparación del perjuicio sufrido y de tomar todas las medidas necesarias para evitar la repetición de dichas violaciones. Guzmán, F.A. (2003), 2003, p.47) El Derecho Internacional ha sido claro en manifestar que los crímenes de lesa humanidad no pueden tener “beneficio de amnistía, ni prescripción, ni caducidad”; los culpables o autores directos o indirectos deben ser juzgados rígidamente en su país o en su defecto ser extraditados aunque no existan tratados de extradición. Asimismo, para garantizar una completa justicia, los cómplices, aquellos que no actúan para prevenir el delito y faltando a su deber, deben ser condenados con las mismas medidas judiciales sin importar su condición o posición en el estado. Sólo así, la humanidad puede defenderse de los crímenes que la imposibilitan de convivir en paz. Con estas definiciones es más fácil acceder a la inquietud sobre si los excesos dentro de la Fuerza Pública están relacionados con la impunidad en Colombia. Si bien es cierto que su función militar es determinante para apresurar la terminación del conflicto armado, dentro de sus funciones se han presentado excesos que han llevado a algunos de sus miembros a cometer y atentar directa o indirectamente contra la vida y la honra de personas inocentes. En este sentido, para la Corte Interamericana, la obligación del Estado colombiano es evitar y combatir la impunidad. La incapacidad del Estado de castigar a quienes han participado y colaborado masivamente en las violaciones de los derechos humanos, especialmente, desde los años 9 ochenta, como sucedió en Colombia con las masacres de Trujillo (1988), la Rochela (1989), Mapiripán (1997) y San José de Apartadó (2005), ha sido uno de los problemas a esta situación, la cual será difícil de resolver por los diferentes testimonios que existen, teniendo en cuenta que por tratarse de casos del pasado la Fiscalía General de la Nación se ha visto obligada a basar sus testimonios en los testigos y victimarios de los crímenes. 1.3 ¿Qué es la Fuerza Pública? Según la definición otorgada por el Ministerio de Defensa, la Fuerza Pública está conformada por las Fuerzas Militares y por la Policía Nacional, las cuales son las encargadas de ejercer el monopolio legítimo de la fuerza dentro del Estado colombiano. Específicamente, las Fuerzas Militares están conformadas por el Ejército Nacional, la Armada de la República de Colombia y la Fuerza Aérea Colombiana, organismos encargados de garantizar la seguridad, defensa y orden de la Nación. Cuando se profirió la Declaración del Hombre y del Ciudadano, en 1979, se estableció, en el artículo 12 lo siguiente: “Para garantizar los derechos del hombre y del ciudadano es necesaria la Fuerza Pública. Por consiguiente, se ha instituido esta fuerza en beneficio de todos y no para la utilidad particular de aquellos a quienes se la confía”. (La Corte Penal Internacional y las Fuerzas Armadas de Colombia, 2006, p.35) En ese orden de ideas, el rol del ejército es enfrentar a los grupos revolucionarios al margen de la ley, utilizando todos los medios necesarios, que estén a su alcance, con el propósito de garantizar “la subsistencia del ente estatal”, la seguridad y la protección de los derechos del hombre. Según la Constitución del 91 “las Fuerzas Militares tendrán como finalidad primordial la defensa de la soberanía, la independencia, la integridad del territorio nacional y del orden constitucional”. (Constitución Política, 2006) La policía, por su lado, es un “cuerpo armado permanente de naturaleza civil, a cargo de la Nación, cuyo fin es el mantenimiento de las condiciones necesarias para el ejercicio 10 de los derechos y libertades públicas y para asegurar que los habitantes de Colombia convivan en paz”. (Constitución Política, 2006) Los miembros de la Fuerza Pública no pueden participar en las decisiones políticas del país, tampoco pueden ejercer cargos públicos, mientras permanezcan en servicio activo, en donde se vean involucrados en actividades o debates relacionados con partidos o movimientos políticos. 1.3.1 La Fuerza Pública en el Estado colombiano y su responsabilidad De acuerdo con el artículo 123 de la Constitución Política los miembros de las Fuerzas Armadas gozan de la calidad de servidores públicos, y poseen un fuero militar1 el cual indica: De los delitos cometidos por los miembros de la Fuerza Pública en servicio activo, y en relación con el mismo servicio, conocerán las cortes marciales o tribunales militares, con arreglo a las prescripciones del Código Penal Militar. Tales cortes o tribunales estarán integrados por miembros de la Fuerza Pública en servicio activo o en retiro. (Código Penal Militar, 1999, Articulo 2º) El fuero militar es un privilegio y garantía especial que pertenece a los miembros de la Fuerza Pública, cuyo fin es que sus integrantes sean juzgados de manera especial, siempre, por jueces o tribunales también especiales como excepción al principio general de la igualdad ante la ley. El fuero es un derecho universal que concreta a todos los Ejércitos del mundo, y es a su vez un principio “correlativo a la jurisdicción y competencia de la justicia penal militar”. Adicionalmente a esto, el fuero tiene carácter permanente y tiende “a preservar a la institución de injusticias como efecto del desconocimiento de las condiciones de vida castrense por jueces o tribunales ordinarios”, por lo tanto quienes interpretan las actuaciones del militar deben estar identificados con la sicología castrense, y vivir las mismas circunstancias, para “que de 1 Según el articulo 221 de la Constitución Política, el fuero militar ha sido modificado por el acto legislativo 02 de 1995 Art. 1º. 11 este modo puedan comprender y evaluar sus actos con imparcialidad y administrar los casos con verdadera justicia”. (Salazar López, 1993, p. 177) Aunque, el fuero militar brinda a la Fuerza Pública ciertos privilegios, el juzgamiento, según sus miembros, goza de rigidez porque al ser hombres de armas son investigados y sancionados por sus pares con penas más estrictas, según lo asegura la Justicia Penal Militar, si se tiene en cuenta que son hombres de la patria que deben velar a toda costa por la seguridad, integridad, y derechos de cada uno de los habitantes. No obstante, para la Comisión Interamericana de Derechos Humanos existe una parcialidad que caracteriza a la Justicia Penal Militar (JPM). Según la Comisión, el hecho de que los miembros sean juzgados por jueces militares, que no tienen carrera judicial y que hacen parte de la institución armada, hace que los procesos sean deficientes. Ante este problema, el Estado se ha pronunciado y ha investigado a fondo los procesos, dentro de los cuales ha encontrado irregularidades. Sin embargo, a pesar de detectar anomalías en la JPM, en su forma de operar y ejercer sus responsabilidades, según la Comisión, el Estado no ha intervenido en los fallos para garantizar una imparcialidad justa a las víctimas y familiares de violación de derechos humanos. El Estado no puede olvidar que goza de una posición jurídica de “garante de los derechos humanos, de la cual emergen obligaciones esenciales para la protección y salvaguarda de éstos, asimismo debe prevenir a toda costa las violaciones, investigarlas, procesar y sancionar a sus autores y sobre todo reparar justamente los daños causados”. (Guzmán, F.A. 2003, p.19) Aunque la institución armada haga parte de una jurisdicción militar y esté obligada a regirse bajo las normas del Código Penal Militar, mientras se encuentren en servicio activo y ejerciendo sus funciones profesionales, los miembros de las Fuerzas Armadas deben estar sometidos al Estado y cumplir los roles atribuidos por este último. En este orden de ideas, se puede decir que la obligación del Estado es garantizar el ejercicio de los derechos y libertades, rol que involucra directamente a la Fuerza Pública. Por lo tanto, el deber del Estado es organizar el aparato gubernamental y, en general, todas las estructuras en las que se transmita el ejercicio del poder público, de tal 12 manera que sea capaz de garantizar el total ejercicio de los derechos humanos. Debe, igualmente, prevenir, investigar y juzgar todo aquello que atente contra la violación de los derechos humanos. En el caso de la desaparición forzada o masacres perpetuadas, el Estado debe sancionar a los culpables, indemnizar a los familiares de las víctimas y definir la situación de las mismas. En este sentido, si uno de los roles esenciales de la Fuerza Pública es proteger a la población civil, y evitar cualquier acto que atente contra los derechos humanos, entonces ¿cuál vendría siendo el papel conjunto del Estado y la Fuerza Pública en Colombia? La Comisión Interamericana le ha dejado claro al Estado Colombiano que la responsabilidad frente a la violación de derechos humanos no se agota con tan sólo el pago y reparación económica a la parte civil, sino su deber de investigar y juzgar con los medios que estén a su alcance, debe seguir siendo su prioridad. Como ya se ha mencionado anteriormente, el rol de la Fuerza Pública es el de garantizar la protección de la vida y honra de los seres humanos. También debemos indicar que la Justicia Penal Militar (JPM), como su aparato judicial especial, también hace parte del papel y responsabilidad de la institución armada. Desde el momento en que un ciudadano decide integrarse a las Fuerzas Armadas, y toma el juramento, se ha comprometido con la Constitución y las Leyes, quedando su comportamiento sometido por las normas nacionales e internacionales, sobre las cuales debe otorgar respeto y garantizar el mantenimiento integral de los derechos del ser humano. En materia penal, la responsabilidad militar es un compromiso individual, que cada miembro debe adquirir con el Estado, y “no debe por ningún motivo comprometer el nombre de cada una de las fuerzas” (Mejía Azuero J.C., 2006, p.42). Sin embargo, esto no se entiende en instancias nacionales e internacionales, y más bien se ha interpretado como una excelente herramienta utilizada dentro de la guerra jurídica y judicial. La definición de la JPM será explicada en el siguiente apartado, sin embargo su función principal es la de juzgar a los miembros uniformados de la Fuerza Pública cuando éstos cometan delitos en servicio. No obstante, para la Comisión Interamericana de Derechos Humanos la JPM “no cuenta con el requisito de independencia ya que pertenece a la 13 rama ejecutiva y no a la judicial, como debe ser para el cumplimiento de este propósito. La rama judicial es autónoma e independiente respecto de cualquier otra rama del poder público, a fin de que sus actuaciones y decisiones no sean afectadas o influenciadas por cualquier otro interés que no sea el de administrar justicia; sin embargo, el fuero militar no puede considerarse un verdadero sistema judicial ya que no forma parte de esta rama del poder”. (Hochman Caro, D.C., (2005) Hay que aclarar que dentro de los fines de la democracia, existe una subordinación de las fuerzas militares ante el poder civil. Este componente es crucial sobre todo en los países que, como Colombia, carecen de legitimación política y de control en el monopolio de la fuerza, por lo que se ven obligados a acudir permanentemente a las fuerzas armadas para combatir y enfrentar al enemigo. Por lo tanto, el privilegio que existe de la parte “civil” sobre la “militar”, no debe ser entendido o visto como un común acuerdo entre las fuerzas militares y la policía, para proteger exclusivamente los intereses de la elite civil gobernante. La Fuerza Armada no es un instrumento pasivo que hace las veces de guarda espaldas privado, sino su rol y relación se basa en garantizar “el predominio de la racionalidad política sobre la racionalidad bélica, de manera que sólo cuando la primera se haga invisible se acuda a la segunda, y aún en este último evento, el uso de la fuerza este limitado por los imperativos de la búsqueda de legitimidad propios de la racionalidad política”. (Palou J.C, 2009) 1.4 Definición de la Justicia Penal Militar (JPM) La finalidad de la JPM es la de proteger determinados bienes jurídicos relativos a los miembros de la Fuerza Pública, “evitando cualquier tipo de irregularidades en el cumplimiento de las funciones que el Estado les ha encomendado, mediante la imposición de límites al ejercicio de la fuerza con miras a ratificar la existencia del derecho y la supervivencia misma del Estado.” (Del Carmen Carmeño Petro J. (2004) 14 Los miembros de la Fuerza Pública son personas que, desde adolescentes en la mayoría de los casos, se deben a la vida castrense. Tanto física como mental y espiritualmente, se capacitan día tras día para defender la soberanía, la integridad territorial y la defensa de la Constitución. Por eso, se espera que sientan un elevado patriotismo, hasta el punto de renunciar a sus intereses personales y, además, el sacrificio de su vida en defensa de los intereses patrios. Esto es lo que los diferencia de una persona del común La confianza depositada en ellos les otorga la responsabilidad de portar armas, salvaguardar y proteger ante cualquier circunstancia la vida y la integridad de los ciudadanos. Es así como el Código Penal Militar señala, en su artículo 16, que en el momento de incurrir en “una conducta punible, los militares tienen el privilegio de ser investigados y juzgados por sus pares”, ya que son éstos los que poseen los conocimientos profundos y los derechos que conlleva la vida militar. Así mismo, la existencia de la JPM se hace fundamental para los miembros de la Fuerza Pública pues consideran que sus pares son los más indicados para emitir un fallo justo “del cual se desprenda para el militar infractor la sanción o absolución correspondiente”. (Del Carmen Carmeño Petro J. 2004) Por lo tanto, podemos definir la JPM como aquella que se ejerce sólo sobre los miembros uniformados de la Fuerza Pública cuando éstos cometen delitos sólo durante el servicio. Es de esta forma como en el Código Penal Militar se encuentra establecido cada uno de los artículos por los que se rige esta justicia. No es pertinente remitirnos a cada uno de ellos, pero sí es conveniente nombrar los más significativos para tener una visión general del contenido. Como ya se indicó, la JPM es un derecho que tienen los militares en razón de sus funciones. Al respecto, el Código Penal Militar de 1999 en su artículo 1° señala que: “De los delitos cometidos por los militares en servicio activo y en relación con el mismo servicio conocerán las Cortes Marciales o Tribunales Militares, con arreglo a las prescripciones de este Código. Tales Cortes o Tribunales estarán integrados por miembros de la Fuerza Pública en servicio activo o en retiro”. Ante esta explicación, queda claro que los militares en servicio activo que cometan delitos sólo en relación con el mismo, siempre estarán “protegidos” por un fuero militar y, por tanto, serán juzgados bajo la jurisdicción militar. 15 Los delitos que acoge la JPM se clasifican específicamente en tres categorías. La primera abarca las violaciones típicamente militares, como son los delitos contra la disciplina (desobediencia, ataque al superior o al inferior), los delitos contra el servicio (abandono de puesto o del comando, abandono del servicio, delito del centinela, etc.), los delitos contra los intereses de la Fuerza Pública, delitos contra el honor (cobardía, comercio con el enemigo, injuria y calumnia) y delitos contra la seguridad de la Fuerza Pública (ataque al centinela, falsa alarma, revelación de secreto, uso indebido de uniformes e insignias, sabotaje, fabricación o posesión de explosivos y municiones, generación de pánico). En la segunda categoría se encuentran los delitos comunes militarizados, como son las lesiones personales, robo, estafa, emisión, transferencia ilegal de cheques etc. Y la tercera está conformada por los delitos contra la administración pública (peculado, tráfico de influencias, etc.) Como se observa, el Estatuto Penal Militar excluyo de los tribunales militares las violaciones a los derechos humanos, ya que por ningún motivo, según el Código Penal Militar, se podrá considerar como delito la tortura, el genocidio y la desaparición forzada, “entendidos en los términos definidos con convenios y tratados internacionales ratificados por Colombia”. (Guzmán, F.A, 2003, p.51) Sin embargo, antes de la Constitución del 91, el Código Penal Militar de 1988 tipifico como infracción militar, la tortura (articulo 256), la ejecución extrajudicial (articulo 259), y según el Ministerio de Defensa, en la época, la desaparición forzada de personas (articulo 253 “detención arbitraria especial”). Fue así, como a partir de 1988 se reglamento esa ley a favor del sistema militar, teniendo en cuenta que antes de constituida la Justicia Penal Militar siempre juzgaba a sus pares cuando estos cometían violaciones a los derechos humanos contra civiles. Con esto, se pretendía, además, resolver definitivamente, y a favor de los tribunales militares, el conocimiento de típicas graves violaciones a los derechos humanos cometidos por miembros de la Fuerza Pública, que hasta ahora eran tratadas como delitos comunes cometidos con ocasión al servicio, lo que permitió en algunas oportunidades que los jueces ordinarios asumieran el conocimientos de estos delitos, por considerarlos no conexos con el servicio. (Guzmán, F.A. (2003, p.212) Desde aquí se desprende el debate entre la JPM y la justicia ordinaria. La JPM busca tanto su autonomía, como tener más participación en las decisiones penales de sus 16 miembros, porque considera que su rol como ente judicial se está disminuyendo cada vez más, hasta el punto de desaparecer por completo. Por otra parte, esta competencia militar fue declarada por la Corte Suprema de Justicia en septiembre de 1971 y abarca sólo los delitos cometidos en tiempo de guerra, “turbaciones del orden público o conmoción interior”, puesto que, en caso contrario, la justicia ordinaria será la competente. A quienes les compete juzgar a los militares es a los Instructores Penales Militares quienes incitan la investigación y, una vez estudiada detenidamente, la envían al respectivo comandante de unidad, base, brigada, departamento o repartición militar “que por mandato legal cumpla la función del juez de primera instancia” (Un Paso al Frente. (s.f) Pág.190). Estos jueces no tienen que ser abogados para ejercer su cargo, ya que son monitoreados por un auditor de guerra encargado de asesorar en materia penal militar a dicho juez de instancia. Vale la pena aclarar que “ningún militar inferior podrá juzgar a uno superior ni a otro más antiguo” (Código Penal Militar, 1999, Artículo 2do). En el gobierno de Belisario Betancur rigió el Estatuto de Seguridad o Estado de Sitio, el cual limito “las libertades civiles” concediendo facultades especiales al ejército. El objetivo principal radico en intentar, por medio de esta vía, disminuir los movimientos rebeldes para, posteriormente, poder proteger las instituciones democráticas. Sin embargo, con esta política de seguridad, aunque se obtuvieron buenos resultados en el campo militar, se multiplicaron los disturbios urbanos, se incrementaron las actividades del narcotráfico y las acciones violentas de los grupos u organizaciones guerrilleras, surgiendo como consecuencia a todo esto torturas frecuentes, desapariciones y otras serias violaciones a los derechos humanos. Uno de los aspectos más controvertidos durante este estatuto, está dado en que todo civil que cometiera delitos relacionados con la extorsión y sedición, sería juzgado por la Justicia Penal Militar, ante los consejos verbales de guerra. Sin embargo, después del cambio de la constitución del 91, esa medida militar dejo de existir. Por lo tanto, después del 91 los militares jamás volverían a “juzgar” a los particulares. Los jueces de instrucción penal militar, en su competencia deben tener claro que, si un delito no está atribuido a su autoridad, deben abstenerse de adelantar la investigación y enviar los antecedentes a un juez ordinario. Los crímenes de lesa humanidad, es decir, 17 los que atentan contra los derechos humanos, no podrán ser juzgados por la JPM, sino que se encargará directamente la justicia ordinaria. Sin embargo, el tema de la justicia en Colombia es sensible y arduo de desenmarañar, pues su desarrollo se ve alterado fácilmente cuando “existen vínculos políticos o intereses de distinta índole que no encajan dentro de lo que debe ser el rigor jurídico” (Brigadier General (r) Clavijo A. 2006, p.284). Precisamente, éste es uno de los elementos del debate principal: la injusticia llevada por la impunidad. Los procesos jurídicos en nuestro país revelan una sensación de anomia, y nos muestran que nuestro sistema jurídico siempre ha estado en crisis y a través de ella persiste la violencia. Además, con esta justicia resquebrajada por determinados actores, “es imposible que los planes de paz no queden supeditados a los desajustes de la situación interna”. (Brigadier General (r) Clavijo A. 2006, p.284) La Procuraduría General de la Nación, organismo de control más importante en esta jurisdicción, interviene permanentemente en las diversas etapas de los procesos penales que adelanta la JPM, con el fin de garantizar “el derecho que tiene la sociedad a que se adelanten procesos justos contra los miembros de la Fuerza Pública que han incurrido en la comisión de un delito, y a que tal hecho sea efectivamente castigado”. (Código Penal Militar, 1999) La JPM siempre ha sido motivo de debate en Colombia. Sus múltiples reformas no han dejado de criticarse, y la opinión pública sigue reclamando una justicia militar más digna y, sobre todo, que ayude a superar la impunidad. Aunque, la población civil no espera entender o conocer el funcionamiento interior de la JPM, sí anhela que ésta justicia especial respete la vida y honra de los civiles, fallando siempre a favor de la verdad. Según el Código Penal Militar (1999) en su artículo 5, es necesario entender que las infracciones cometidas por agentes militares deberán ser calificadas, investigadas, acusadas y juzgadas por los fiscales y jueces militares que deben estar desligados de la línea de mando con los delitos relacionados, para así lograr una independencia e imparcialidad absoluta. (Guzmán, F.A., 2003, p.52) 18 La estructura de la JPM sería modificada y quedaría integrada por el Tribunal Superior Militar, Jueces de Primera Instancia y oficiales militares sin mando operacional. La nueva administración de justicia castrense, después de su última reforma, se complementaría con las Fiscalías Penales Militares, la Auditoria de Guerra y el Ministerio Público. Adicionalmente, sólo los miembros de la Fuerza Pública en servicio activo o en retiro pueden ser jueces militares (Artículo 221 de la Constitución y retirado por el artículo primero del Código Penal Militar). De la misma forma, los demás funcionarios partícipes de este proceso penal, como son los magistrados del Tribunal Superior Militar, jueces de instrucción, fiscales, auditores y demás, son declarados “empleados públicos del Ministerio de Defensa Nacional”. Otra de las innovaciones positivas que se hicieron a la JPM fue la de reintroducir la figura civil, con el fin de contribuir a la verdad de los hechos desde una mirada “ajena” al contexto militar. No obstante, esta figura no tiene acceso a los documentos clasificados o reservados de la Fuerza Pública que se requieren para un proceso militar. El proceso penal militar, tiene que cumplir con todas las exigencias constitucionales y legales del sistema democrático colombiano, para así poder proceder ante los hechos indignos que tienen vínculos penales. Una vez presentado el delito, se abre una investigación preliminar, para determinar si en las actuaciones de las tropas se ha cometido alguna ilegalidad que pueda ser motivo de una investigación. Si el resultado es positivo se abre dicha investigación penal, de lo contrario, se archiva. Como segunda instancia, el juez penal militar analiza las circunstancias de modo, tiempo y lugar del hecho. Paralelamente, valora si el suceso se ha realizado como consecuencia de una actuación propia de la misión de las fuerzas militares. De ser así, este delito estaría en el ámbito de su competencia, y no tendría que ser remitido a la justicia ordinaria. No obstante, se presenta una serie de choques en este proceso. El primero es cuando ambos jueces de las distintas jurisprudencias reclaman el caso, porque aseguran que es de su competencia, ya sea militar u ordinaria, y el segundo, cuando ambos la rechazan. Cuando sucede esto, el expediente se envía al Consejo Superior de la Judicatura, el cual decidirá bajo sus criterios quién es el más apropiado para llevar el caso. 19 1.5 El poder militar en Colombia En Colombia las fuerzas militares, además de ser un símbolo de protección y confianza, son un actor institucional que tiene como función ejercer el monopolio legítimo de la fuerza, para así garantizar la seguridad integral y controlar el conflicto que agobia al país desde los años 50. Sin embargo, su poder ha nacido con inimaginables imperfecciones, y su desenvolvimiento histórico ha sido influenciado tanto por países latinoamericanos y europeos como por norteamericanos. El ejército como organismo y cuerpo persigue un propósito. No se trata de una Fuerza Armada creadora sin fines y objetivos, sino de una fuerza que nació en virtud de un Fiat lux, cuyo propósito racional siempre va a estar dirigido hacia el cumplimiento de determinadas finalidades. Si bien es cierto que una de ellas es la de ayudar al poder civil, es claro que su rol fundamental, según la Constitución es el de combatir, eliminar a los subversivos, y ganar guerras. Por lo tanto, su papel no puede ser confundido con el poder civil, sino debe ser respetado y sus características exclusivas deben estar claras. Estas características son: “(1) comando centralizado, (2) jerarquía, (3) disciplina, (4) intercomunicación, (5) esprit de corps2 y el aislamiento y la autosuficiencia consiguientes” (Bermúdez Rossi G. 1982, p. 18). Estas características hacen únicas a las Fuerzas Armadas, otorgándoles responsabilidad sobre lo que acontece en materia de seguridad sobre el territorio nacional, a diferencia del poder civil cuyo rol substancial es ejercer el control político y garantizar los derechos y libertades de todos los colombianos; rol conjunto que debe ser ejercido entre la Fuerza Pública y el Estado. Sin embargo, a pesar de los intentos por conservar su esencia y rol exclusivo militar, el papel que jugo el ejército en Colombia durante varias décadas “fue militarmente ineficaz y políticamente marginado”, (Pizarro LeónGómez E., 1987, septiembre – diciembre, p.28) siendo los partidos políticos los encargados de monopolizar su Fuerza Armada, y los culpables de involucrarlos en la política, logrando acrecentar su ego militar y permitiendo una apaciguada incrustación militar en el poder. 2 Esprit de corps: término que se refiere al espíritu o sentido de solidaridad y compañerismo. 20 1.5.1 La profesionalización de las fuerzas armadas de Colombia: el periodo de la violencia La época de violencia marcó una ruptura significativa en la vida nacional, pero además logró una evolución en las instituciones militares. A partir de 1948, las fuerzas militares empezaron a interesarse por ser parte del polémico sistema político del país, convirtiéndose, más tarde, en un importante e influyente actor político, con el cual debe contar todo gobierno dada su capacidad de incidir en la elaboración de las decisiones estatales. La crisis del sistema político, la cual surgió con más intensidad a partir del acontecimiento histórico, el “bogotazo”, abrió un espacio preponderante para las fuerzas armadas, permitiéndoles ejercer cargos públicos y participar de forma directa en la toma de decisiones políticas. Ante este conflicto, el Estado agotó todas las instancias legales convenientes, razón que explicó la urgente necesidad de recurrir como única salida a su Fuerza Armada. Por esta razón, es importante mencionar los factores históricos esenciales, que se encargaron de llevar a la institución al protagonismo, especialmente en pleno auge de la época de la violencia (desde 1948 hasta casi 1990). Hay que dejar claro, que una institución que “abandona sus funciones constitucionales de la defensa nacional y se ve involucrada, en forma permanente, en los conflictos internos de un Estado, termina por constituirse en uno de los actores centrales del juego político”. (Pizarro LeónGómez E. 1987, mayo - agosto, p.28) Sin embargo, el rol de las fuerzas militares como actor político clave, el cual se hizo posible gracias a la violencia política crónica ocasionada por la pugna de poderes entre los dos partidos políticos más influyentes, el liberal y conservador, no fue el único hecho influyente en su profesionalización militar y adquisición del poder. Adicionalmente a esta, surgió la preponderante participación de la Fuerza Pública en la guerra de Corea y los gobiernos cívico-militares de 1953 a1958, hechos que intervinieron, asimismo, en la transformación y fortalecimiento de las fuerzas militares. 21 A partir de 1949, bajo la presidencia conservadora, surgen en el territorio nacional los grupos guerrilleros estimulados por el partido liberal y por el partido comunista, los cuales buscaban, por medio de los grupos subversivos contrarrestar la Violencia impulsada por la hegemonía conservadora para mantenerse, obtener el poder y control del sistema político y económico. En este contexto, la pugna y descontrol social, obligó a las Fuerzas Militares como organismo encargado de intervenir en momentos de guerra, a involucrarse lentamente en la lucha por combatir la guerrilla. Hasta este punto y bajo este contexto político, era difícil para la institución militar concentrarse en mejorar sus estructuras y su educación militar. Por eso, sólo hasta 1955 se hizo posible la creación de la primera escuela de comandos de América Latina, Tolemaida. No obstante, antes de 1955, y después, existieron cinco escuelas militares3 que por la falta de experiencia, y numerosas circunstancias políticas no aguantaron las presiones y se desvanecieron por: La inestabilidad permanente de la vida política generada por las constantes guerras civiles locales y nacionales que afectaron al país; la competencia que ejercían sobre el ejército central las heterogéneas milicias privadas de poderosos hacendados regionales; la debilidad del gobierno central en un país pobremente integrado y, finalmente, la ideología antimilitarista de la elite política que obstruyó sistemáticamente la consolidación de un ejército permanente con un pero nacional real. (Pizarro LeónGómez E., 1987, septiembre - diciembre, p.30) Ante las circunstancias sociales, económicas, pero sobre todo políticas a las que se sometía el país era imposible, o al menos muy precario, aún mantener una escuela castrense, por la falta de un mercado interno desarrollado, un poder supremo local ejercido y un núcleo político frágil. Bajo este contexto era difícil consolidar un ejército nacional viable que, además, tuviera una estructura militar solida compuesta por una profesionalización militar estratégica y sobresaliente. El primer inicio de la profesionalización militar y el alcance político de las fuerzas militares, se dio especialmente, a raíz de las alianzas y múltiples intereses sociopolíticos y económicos, producidos por la llegada al poder del partido liberal en 1930. 3 Las escuelas militares fueron conformadas en 1848, 1861, 1883, 1891, y 1896. 22 Durante el mandato del liberal, Enrique Olaya Herrera, se crearon enfrentamientos por un poder independiente entre los partidos políticos, liberal y conservador, dejando como resultado numerosas torturas e incalculables muertes. Las fuerzas armadas, en este contexto, comenzaron entonces a adquirir un papel “atroz” dentro de la sociedad, pues se vieron obligadas a derrotar a todo aquel que fuera en contra del gobierno. Ante esto, la ruptura histórica de la hegemonía conservadora incitó a un período de violencia, y también, influyó en la formación de una estructura heterogénea de la institución militar, en donde la Fuerza Pública ya no luchaba en función de una sola fracción política, sino por los intereses particulares de los dos partidos tradicionales. Un vez más el rol de la Fuerza Pública había sido guiado por quienes necesitaban ser defendidos y protegidos, más no por aquellos que verdaderamente buscaban paz, y en general salvaguardar la vida de la población entera. De esta manera, a raíz de la larga administración del partido liberal, la institución militar decidió distanciarse del gobierno liberal, para más tarde crear el primer movimiento militar, en 1944, al mando del coronel Diógenes Gil, quien intentó desplazar del poder político al partido liberal, por considerarlo culpable de la situación social, política y militar del país. Así, sólo fue necesario un entrenamiento internacional por parte de Estados Unidos para que las fuerzas armadas se integraran directamente a la violencia, por creer tener claro la dinámica nacional del conflicto, en la cual habían estado alejados por varios meses. Con su actitud, y desempeño en el conflicto político, lograron desvirtuar totalmente el concepto de honor, valor, gloria y sacrificio, que inicialmente se buscaba con la profesionalización. Comenzó a evidenciarse, entonces, poco a poco un derrumbe y una desmoralización interior en las fuerzas armadas. La actitud del ejército frente al gobierno de Laureano Gómez comenzó a agrietarse. Altos oficiales de la Fuerza Armada fueron partícipes de la violencia, por ejemplo cuando decidieron arrojar a los prisioneros desde sus aviones en pleno vuelo, por el simple hecho de ahorrar munición. (Bermúdez Rossi Gonzalo, 1982, p. 43) De la misma forma, empezaron a aliarse con las guerrillas, entregándoles armamento para causar pánico en la población urbana y rural con el fin de conseguir sus propósitos democráticos. 23 El segundo factor corresponde a la participación de la Fuerza Pública colombiana en la Guerra de Corea. En 1950 “el gobierno creó mediante el decreto 3927 el Batallón de Infantería No. 1 “Colombia”, el cual inició de inmediato su etapa de preparación para ser enviado a combatir en la guerra”. (Pizarro LeónGómez, Sep/Dic. 1987, p.31) En 1951, el ejército zarpo con 1.080 soldados y tres Unidades de la Armada Nacional, y tres meses después de su llegada entro en combate por primera vez. En total la operación dejo 131 muertos, 428 heridos y 69 desaparecidos. El propósito principal de Laureano Gómez4 (1950 – 1951) frente a la participación militar en Corea, era obtener un apoyo militar, y a cambio recibir equipos militares altamente tecnológicos, una indemnización por parte de las Naciones Unidas, y un adiestramiento especializado al interior de toda la Fuerza Pública. En este sentido, el general Álvaro Valencia Tovar, quien participó en esta guerra, resaltó que la experiencia de las tropas en Corea había sido determinante para aprender a combatir en un contexto más moderno, adquirir un dominante entrenamiento militar y, además, vivir más de cerca la guerra y sus implicaciones. Adicionalmente a esto, el general Valencia define la modernización militar a partir de tres hitos históricos influyentes, los cuales ayudaron a la evolución de la institución castrense, siendo considerablemente, según él, la guerra de Corea la más determinante: 1) Uno de los hitos fue la creación de la reforma militar (1907) bajo el mando del General Rafael Reyes Prieto5, influenciada, asimismo, por la misión chilena, la cual había sido contratada para entrenar a la Fuerza Pública en el arte de la guerra, e igualmente intentar eliminar su despolitización partidista. Gracias al general Reyes, en Colombia se formalizó y se construyó la primea Escuela Militar de Cadetes, y la Escuela Naval en Cartagena, y en 1909 la Escuela Superior de Guerra. Se trataba de buscar otra salida para llegar a una transformación ideológica militar desde la enseñanza, para que los miembros de la institución aprendieran a ver su escuela con honor, valores, fortalezas, tanto morales como físicas, y en donde, además, se formaran como un ejército con carácter nacional. 4 5 Presidente del momento y principal promotor de la causa. Presidente entre 1904 y 1909 24 Con la reforma militar la profesionalización del ejército permitió el ingreso de las familias tradicionales liberales y conservadoras a la Escuela Militar de Cadetes. Lo que sin lugar a dudas, hizo que las clases dominantes dejarán a un lado el servicio militar obligatorio, por considerarlo de bajo status social, asignándoselo exclusivamente a las clases proletarias. Los campesinos y obreros, las clases marginadas y desempleadas eran las únicas obligadas a servir como soldados y combatientes de la patria. En Colombia, en esa época, sólo un 9% de los jóvenes tenía oportunidades de ingresar a la universidad o a un instituto de enseñanza superior, “beneficios que son de las clases altas o medias, y –muy- escasamente de los estratos sociales bajos. La educación superior era demasiado cara”. (Bermúdez Rossi Gonzalo, 1982, p. 43) En este sentido, Alain Rouquiè señala que en América Latina durante la profesionalización militar, a principios de 1907, se presentó una transformación dentro un ejército pre-profesional, cuyos oficiales eran miembros de la elite civil, y cuyos roles se centraban, esencialmente, en asuntos de carácter socio político. Aunque la constitución de la reforma benefició a los nuevos oficiales, garantizándoles conocimientos técnicos, y ascensos militares, a los viejos oficiales les perjudicó indirectamente, poniendo en riesgo su status y estabilidad en la institución. (Pizarro LeónGómez, Sep/Dic 1987, p.33) 2) El segundo hito corresponde al conflicto del Perú en 1932, cuando las tropas peruanas invadieron Leticia, capital del departamento de Amazonas. Por la distancia, la carencia de tecnología militar, y el transporte, las tropas militares colombianas no lograron llegar a tiempo, haciendo más difícil la recuperación territorial tomada por los peruanos. Este hecho demostró, una vez más, el descaecimiento total por el que pasaba la institución militar. La situación era, pues, lamentable. La artillería se limitaba todavía a los obsoletos cañones donados en 1911; la aviación sólo contaba con un reducido número de aviones viejos y desprovistos de armas, siendo los pilotos sólo cuatro y mal preparados, por lo cual fue necesario contratar pilotos extranjeros; en cuanto hace a la Marina, sólo disponía de muy contadas embarcaciones apropiadas para operaciones fluviales. Al inicio del conflicto, el país sólo disponía de 99 hombres en la zona distribuidos en guarniciones a lo largo del Río Putumayo, sin medios adecuados de transporte y comunicación. (Pizarro LeónGómez, Sep/Dic. 1987, p.42) 25 Aunque la enseñanza de Perú no repercutió, ni tampoco agregó un valor militar añadido a la Fuerza Pública, sirvió como alerta para mejorar la situación económica castrense, y su entrenamiento e inteligencia militar. Ante esta debilidad, el Banco de la República aprobó un préstamo para los gastos de equipos militares más urgentes, así como también la clase adinerada contribuyó con artefactos lujosos para poder, por medio de la Fuerza Pública, acabar con la violencia política. 3) La participación en la guerra de Corea, hace parte del tercer hito histórico, según el general Valencia Tovar, la cual fue determinante para la tecnificación militar, al proporcionar un acercamiento real con la guerra, y un contacto directo con oficiales expertos. Fue la primera experiencia en un conflicto internacional, en el cual los miembros militares partícipes de la misión tuvieron la oportunidad de presenciar el conflicto entre las dos fuerzas comunistas de Corea del Norte y la China continental. La experiencia en la guerra de Corea sirvió de motor a las fuerzas armadas para amplificar su desempeño tanto en la guerra regular como en la irregular. Para muchos la intervención del ejército fue ilógica e injustificada, ya que el continente americano (Colombia) y el asiático (Corea) no tenían una guerra anunciada, ni mucho menos un fin común que perseguir. Sin embargo, el argumento a favor de las unidades militares colombianas, y la explicación del por qué de la participación en dicha guerra, fue la lucha por la libertad y la defensa de una democracia amenazada que además, naturalmente, tenía como fondo un interés y estrategia político-militar particulares con Estados Unidos. Sin embargo, aunque la Fuerza Pública fue entrenada perfectamente por las misiones extranjeras en el arte de la guerra, a su regreso tuvo enormes debilidades al tenerse que adaptar a un contexto propio de guerra, esto sin decir que el conflicto en Colombia no fuera una “guerra” política propia. Es claro que la reforma militar del general Reyes contribuyo a la profesionalización militar; no obstante, sólo durante el desarrollo de la época de la violencia las fuerzas militares aprendieron “obligadas” a combatir y a enfrentar a un enemigo que se venia fortaleciendo desde 1949: la guerrilla. La poca preocupación del gobierno por construir un ejército militarmente bien estructurado, 26 según las necesidades del país, hizo que el enemigo tomara ventaja ante un conflicto que se venía asomando desde la década del 60. Cuando el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán fue asesinado, la resistencia conservadora y el marco político del país empezó a ejercer un control más rígido y a colapsar sobre el territorio nacional, incrementándose simultáneamente la violencia política. Para evitar su desarrollo, la población necesitaba de las fuerzas militares para combatir al enemigo. Sin embargo, el carente entrenamiento militar enfocado a la guerra convencional, la escasez de armamento, a pesar de la inversión militar ejecutada tiempo atrás, el poco número de hombres disponibles, la inadecuada relación con la población civil, y sobre todo la dificultad de definir entre la multitud al enemigo, fueron factores que contribuyeron a la decadencia de la institución y al feroz incremento del conflicto. Aunque la participación en la guerra de Corea sirvió en su momento para que el ejército asimilara y viviera de cerca un conflicto más real, el resultado al final fue negativo. La dificultad de poder enfrentar una guerra convencional, hizo, asimismo, más arduo el duelo contra la guerra de guerrillas. Si bien la decisión de participar en la guerra de Corea no era obligatoria, según LeónGómez6 la oportunidad de viajar a un continente desconocido fue la excusa ideal para evadir el conflicto interno del país, y obtener a cambio una experiencia más fructífera e internacional. El conflicto político en esta guerra ajena había politizado una vez más a las fuerzas militares, enviando a oficiales, en su mayoría, liberales a la guerra. Con esto, la división política, entre conservadores y liberales, en el interior de la institución militar se hizo más evidente. Mientras que algunos militares de derecha buscaban suprimir al enemigo, el resto buscaba aliarse tímidamente con los de izquierda, para intentar tejer alianzas garantes. La desarrollada lucha de poder entre los dos partidos políticos, seguía involucrando directamente a los miembros militares, logrando que la dinámica del conflicto se entorpeciera, permitiendo, además, que los oficiales desviaran su atención para lo que realmente habían sido entrenados y formados. 6 Ver articulo completo sobre la profesionalización militar en la época de la violencia en: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/colombia/assets/own/analisis%20politico%2002.pdf 27 El tercer factor, se refiere al alcance político e influyente que la institución militar logró obtener cuando los militares accedieron por primera vez, al poder. La politización militar alcanzó cubrir gran parte del territorio nacional. A partir de 1946, 202 militares sirvieron como alcaldes en 12 departamentos en virtud del estado de excepción, incluyendo a oficiales y suboficiales de la policía. Durante el estado de sitio, se expidieron varios decretos7 entre los cuales vale la pena mencionar uno, para observar el alcancé y acercamiento de la Fuerza Pública al poder: el gobierno ante la crisis “estableció para todo el territorio nacional la censura de prensa y radiodifusión, quedando a cargo de los gobernadores, intendentes y comisarios, así como de las fuerzas militares”. (Bermúdez Rossi G. 1982, p. 278) Esta penetración del militarismo como actor político determinante, hizo que se formará esa coalición partidista y pugna de poderes, que más tarde se reflejo en la sociedad como una violencia insaciable que produjo injusticias de todo tipo, entre ellas: la impunidad. La violencia no sólo hizo posible la politización al interior de la Fuerza Pública, sino que también arraso consigo a la institución militar, formando en ella estragos irremediables. El rol de las fuerzas militares como ente de protección se había evidenciado en la disciplina y en la unidad de cuerpo, que mostro frente al conflicto interpartidista. Por esta, razón y debido al apresurado progreso de la violencia, el gobierno se vio en la necesidad de depender más del ejército, como única salida y forma de obtener segura la protección y los derechos salvaguardados. “Los intereses de los militares, empezaron entonces a desplazarse de lo general a lo particular, de la defensa de una región a la de una clase, y la de una clase a la del ejército como institución, hasta llegar a su 7 Decreto 03518: declaró turbado el orden público y en estado de sitio todo el territorio nacional. Decreto 13519: el gobierno modifico el funcionamiento de la Corte Suprema de Justicia en el sentido de que para tomar cualquier decisión, en sala plena, sobre declaratoria de inexequibilidad en todo o en parte de los decretos dictados por el gobierno, cuando hubiere sido acusado de inconstitucionalidad, dicha decisión requería en adelante las tres cuartas partes de los votos de los magistrados. Decreto 03520: dispuso la clausura del Congreso, las asambleas departamentales y los concejos municipales "hasta la fecha que el gobierno determine". Decreto 05321: estableció para todo el territorio nacional la censura de prensa y radiodifusión, quedando a cargo de los gobernadores, intendentes y comisarios, así como de las fuerzas militares. Decreto 03521: designo el personal de censores para los periódicos, revistas y demás publicaciones de esta índole en Bogotá. Decreto 05322: prohibió todas las manifestaciones y reuniones de carácter público. Decreto 05323: los gobernadores fueron investidos de poderes especiales o extraordinarios. 28 degradación final en los casos – los hay muchos – en que los oficiales intervienen con el fin de mejorar sus propias carreras personales”. (Bermúdez Rossi G. 1982, p. 57) Esta dependencia de gobierno e institución castrense hizo evidente, y más cercano el rol de la Fuerza Pública como actor político inevitable. Fue entonces, cuando Laureano Gómez, ministro de Relaciones Exteriores,8 convenció y mostró al Estado Mayor del Ejército la necesidad de crear un gobierno militar como solución para apaciguar y superar la crisis desatada por la violencia política y pugna de poderes. Ante esta propuesta los altos miembros del ejército pidieron y aconsejaron al presidente Mariano Ospina Pérez9, dejar atrás la Constitución, y crear una junta militar para tratar de extinguir la subversión; sin embargo, Ospina rechazó el ofrecimiento por considerarlo arriesgado para la democracia, y a cambio ordeno la conformación de un gabinete compuesto exclusivamente por militares, el cual estaría permanentemente bajo sus ordenes, y el cual, además, trataría a través de estrategias políticas-militares tranquilizar la crisis. A pesar de la tentadora oferta conservadora, y durante su mandato, los altos mandos militares rechazaron la propuesta del presidente de turno, por considerarla peligrosa, y amenazante para su institución por dos razones: 1.Ocuparse y concentrarse más en asuntos políticos, resultaba riesgoso para la población civil, por lo que los altos mandos tendrían que dejar casi a un lado los asuntos militares relacionados con los combates, y 2. los oficiales del ejército no estaban lo suficientemente preparados para ejercer cargos públicos, por lo que estos estaban muy lejos de su formación profesional. El costo que se pagaría más tarde, sería la creciente dependencia y apoyo consecutivo, al que el gobierno se vio obligado a desarrollar frente a la institución militar, por querer aumentar el espacio e influencia militar. Después que las fuerzas militares reafirmaron el apoyo absoluto hacia el gobierno, La Fuerza Pública se acogió a la propuesta de hacer parte de un “Gabinete de Unión Nacional”, en el cual los miembros de la institución militar ejercerían los roles correspondientes al Ministerio de Guerra, 8 Laureano Gómez fue presidente de la República entre 1950 – 1951. En 1948 fue Ministro de Relaciones Exteriores, sin embargo se retiro prontamente después del asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán. 9 Presidente conservador entre 1946 – 1950. Durante su gobierno se inició la llamada época de la Violencia, la cual se acelero con el asesinato del caudillo el 9 de abril de 1948. Cuando Ospina decidió cerrar el Congreso en 1949, tomó medidas estrictas frente a la situación, y decidió inaugurar una década de dictadura civil y militar. 29 tomando las riendas administrativas, las cuales, además, estarían bajo el mando de un general liberal, Germán Ocampo. A partir de entonces, el trato del gobierno hacia las fuerzas armadas fue exclusivo; condecoraciones y ascensos, fueron parte del premio por el buen comportamiento, resultados satisfactorios, y alianza solida. Los Consejos Verbales de Guerra, creados por el Código de la Justicia Penal Militar, y a los cuales los miembros militares tienen derecho a acudir para que sus derechos sean respetados, pero, además, en donde se practican y controvierten libremente las pruebas, fallando con total independencia, fueron utilizados en el gobierno de Ospina para reprimir sólo a algunos oficiales que tuvieran algún tipo de acercamiento con los grupos subversivos o en dado caso simpatía con el partido comunista. Sin embargo, nunca fueron del todo estrictos y severos frente al comportamiento inadecuado militar. “Los Consejos de Guerra eran asignados cuando se declara turbado el orden público y en estado de sitio, parte o todo el territorio del país, a efecto de que ejerzan esas funciones con carácter excepcional”. (Derecho a la Justicia y a Proceso Regular, 2009) Después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, Darío Echandía Olaya jugo un rol crucial en la política, al aceptar la oferta, de Ospina, de formar un gobierno de Unión Nacional10, y ejercer el cargo de ministro de Gobierno, como posible solución a la agotadora violencia política. Sin embargo, la coalición partidista, se torno moralmente imposible lo que hizo que más tarde se rompiera el pacto. En este proceso, de encontrar caminos viables para la situación nacional, el Ejército ejerció un papel neutral en el conflicto político, al no dejarse contagiar, hasta este punto, por la filosofía conservadora, la cual estaba asumiendo el poder en el momento. No obstante, al quebrantarse la unión bipartidista, la posición neutral del ejército quedó a un lado, el grupo de seis liberales fue reemplazado por tres conservadores y tres militares, permitiendo la introducción de la Fuerza Pública al conflicto político. 10 El gobierno de Unión Nacional estaba conformado por 6 liberales y 6conservadores, para garantizar equidad y transparencia, con el fin de calmar la violenta pugna de poder desatada por los dos partidos tradicionales e influyentes de Colombia. 30 Mientras que el ejército se incrustaba en la política y aprovechaba los espacios que el gobierno le otorgaba, en el Ministerio de Guerra, bajo el mandato del general Rafael Sánchez Amaya, se empezaban a evidenciar las fracturas originadas por el abandono del papel neutral del ejército frente a la violencia. Por orden del gobierno, la institución castrense dio de baja a oficiales liberales, lo que hizo que se politizara aún más la Fuerza Pública, convirtiéndose en instrumento del partido conservador, y agresor principal, no para salvaguardar los derechos de la población, sino para proteger las estrategias políticas, y la vida de los integrantes de la élite. La alianza conservadora necesitaba consolidar su poder, y la única forma de hacerlo, era formando una hegemonía excluyente, que requería con urgencia de un aparato militar disciplinado para poder ejercer, así, sus funciones políticas con albedrío. En 1949 fue nombrado Evaristo Sourdis ministro de Guerra, quien tomó una actitud arbitraria frente al ministerio, y quien ascendió sin fundamentos de coronel a general a Gustavo Rojas Pinilla, designándole, igualmente, el cargo de director principal del Ejército Nacional de Colombia. Sourdis, se dedico a modificar, la Jefatura del Estado Mayor, y la Escuela Superior de Guerra, designando a un general y coronel como directores principales. La obstinación de pertenecer al órgano político estaba entorpeciendo la función y desdibujando la raíz original de los militares. El ejército estaba sufriendo una desmoralización interna, y lentamente se empezó a evidenciar en el cambio de comportamiento; cada vez más actuaban de forma similar a la policía, y su accionar neutral se esfumaba exponencialmente. 1.5.2 Un General en la presidencia Como ya se indicó, a partir de 1949 la Fuerza Pública empezó a presenciarse ante la opinión pública como actor político definitivo. A esto, se le sumo la laboral del general Rojas Pinilla, al construir durante su mandato (1953) una estrategia militar bajo una tutoría civil. El esfuerzo de Rojas se vio plasmado cuando logró reducir la fuerza subversiva liberal con el apoyo del mismo partido. Sin embargo, las elites bipartidistas no buscaban a un general como presidente o impulsar una dictadura, sino su estrategia consistió en brindarle al ejército un poder 31 exclusivo, pero concluyente, por considerar este “pacto” la única salida política a la crisis que vivía el país. Los partidos políticos en ningún momento pensaron “en las fuerzas militares como un proyecto político autónomo, sino como una fuerza subordinada a las elites políticas, quienes debían ocupar provisionalmente el solio de Bolívar mientras se reconstruía el orden institucional, tras lo cual el bipartidismo retomaría el mando.” (Pizarro LeónGómez, Sep/Dic. 1987, p.38) El acuerdo entre los dos partidos políticos era imposible de alcanzar, razón que explicó la alianza militar consolidada a partir de la época de la violencia. Como se ha dicho repetidamente, la Fuerza Pública, fue para la política el único salvavidas entre el conflicto interno. Sin embargo, la labor del general Rojas Pinilla de poner a disposición el ejército a las elites bipartidistas, hizo que el protagonismo militar se redujera en su más mínima expresión. El gobierno del general trajo consigo múltiples consecuencias: su mala experiencia y poco desempeño en las áreas administrativas y políticas, hizo que el país se sucumbiera en un abismo, provocando que “su mandato cayera en un acelerado descaecimiento, vacio de apoyo de las fuerzas armadas, vacio de apoyo de la pequeñas burguesías, y vacio de apoyo del pueblo”. (Bermúdez Rossi G, 1982, p103.) Las fuerzas armadas, durante su dictadura, se mostraron como un aparato defectuoso, manipulado al gusto de la burguesía, la cual se encargo de estigmatizar a la institución militar. Al militar sólo se le podía ver en los cuarteles, y a los civiles en la burocracia, lo que explicó el principio de un “rechazo” y la primera señal de aislamiento en la participación activa en la política. El servicio militar obligatorio empezó a ser incrustado en la política militar de Rojas Pinilla. Su idea era sembrar de nuevo la confianza pérdida de la población hacia el ejército, brindándole la oportunidad a la clase obrera de acceder a la educación a través de una instrucción militar rígida. Su propósito consistió, asimismo, en incentivar a los bachilleres recién graduados de colegio, para que ellos, desde adentro, plasmaran el vivir diario de un soldado, y así contribuyeran a mejorar la imagen democrática de la 32 Fuerza Pública, así como también vivieran de cerca los problemas y condiciones “de la defensa nacional y de la seguridad, y en esencia, a convertirse en entusiastas o integrales patriotas al servicio de la nacionalidad decrecida”. (Bermúdez Rossi G, 1982, p. 43.) La idea de convocar a los bachilleres a las escuelas castrenses surgió, también, como propuesta de mejorar la calidad educativa, promover el estudio a los jóvenes, y aumentar la calidad intelectual, como vía alterna al problema económico devastador del país. La alta demanda en las Universidades sirvió de pretexto para invitar a la población civil a hacer parte de las fuerzas militares. Se trataba de una “estrategia militar” que tenía como fin reclutar a jóvenes desubicados, frustrados y angustiados, que veían después del colegio un mundo desconocido. Pero sobre todo, convertirlos en una gran masa a favor del sistema. Ante esta situación, el gobierno concedió una beca por cada 60.000 habitantes para aquellos que no pudieran ingresar a las universidades tradicionales, y pudieran, de este modo, realizar sus estudios en las escuelas militares. La doctrina militar estuvo enfocada, sobre todo, al mundo de la milicia y su entorno de guerra y combate, dejando atrás la oportunidad de aprender sobre derechos humanos, historia y ciencia. En contraste con Brasil y Argentina, donde la escuela castrense, además, de enseñar sobre milicia, poseía una escuela exclusiva de formación cívica y moral, donde los soldados aprendían costumbres y modales cotidianos útiles para la vida diaria, y para el desarrollo personal. La experiencia de hacer parte del Ejército de Colombia era un sueño para quienes no tenían la oportunidad de acceder a la educación superior, creyendo que a través de esta podrían obtener cargos jerárquicos militares que influyeran en la toma de decisiones políticas y económicas del país. Sin embargo, bajo la situación en que se encontraba la nación, el reclutamiento militar sólo podía limitarse en entrenar e instruir a los soldados, prohibiéndoles el acceso y acercamiento total a libros o material didáctico. Testimonios de hombres que vivieron la experiencia en el monte, dicen que “Son once meses en los cuales no puede tocar un libro, ni leer un periódico. No dejan que ninguno se cultive intelectualmente”. (El Espectador, 1981, 29 de enero) A pesar de la escasa formación académica, el proceso de reclutamiento fue ejercido de una manera brutal: abusos aberrantes de autoridad, golpizas, violación a los derechos ciudadanos y humanos, pero sobre todo un mal comportamiento por parte de los 33 soldados y miembros de las fuerzas armadas hacia aquellos jóvenes que apenas iban a ser incorporados a los cuarteles. La pregunta que surge en este sentido es: ¿será real que los bachilleres aprenden en los cuarteles a palpar más de cerca los problemas de la defensa nacional y la seguridad?11 Si bien es cierto, que al concluir el servicio militar los jóvenes han sentido que sus sueños y metas han sido frustrados, pero sobre todo se dan cuenta que nunca adquirieron unos claros conocimientos de la defensa y seguridad, ni mucho menos desarrollaron un sentimiento de patriotismo. En medio de una violencia atroz, donde unos luchaban por el poder, otros porque sí, unos pocos por dejarse llevar por la masa, y otros por defenderse, se necesitaba un organismo de control urgente que por lo menos intentara cesar el fuego entre los enemigos. Por eso, para Rojas Pinilla, la fuerza militar en tiempos de guerra debía incrementar su número de hombres y acrecentar, asimismo, la popularidad militar, para facilitar la ejecución del poder castrense. Aunque los militares asumieron el poder en el periodo más sangriento de la historia, era necesario por la salud nacional, que más tarde, una vez acordada la paz, los partidos tradicionales y los civiles volvieran a tomar el poder para garantizar equidad, y equilibrio judicial. Con este argumento, el general intentó calmar a la opinión pública, asegurando que la Fuerza Pública jamás busco quitar el poder estatal de las manos de los civiles, sino quiso a través de un poder militar reparar el conflicto que se vivía entre los dos poderes políticos, y los revolucionarios. Otra razón que explicó el abandono político militar, fue la escasa y pobre preparación en los aspectos administrativos y humanísticos, poniendo al mando militar en un plano de inferioridad frente a los profesionales de las respectivas áreas. El fuerte y sistematizado entrenamiento, no les permitía a los oficiales y suboficiales asistir a los centros educativos. La mayoría de las actividades se centraban en la milicia, con el fin de limitar su capacidad intelectual. La Escuela Superior de Guerra, era el centro de “altos estudios militares”, donde eran entrenados los altos mandos militares “para las represivas y sutiles hazañas contra las clases populares”. El centro era considerado como el filtro más ideológico y sutil para alcanzar el alto mando. Sin embargo, nunca los preparo como destacados matemáticos, 11 Pregunta que se formula el mayor Gonzalo Bermúdez Rossi en su análisis personal sobre las Fuerzas Armadas. 34 científicos o políticos al servicio del país, sino como seres sistematizados y obligados a obedecer las órdenes de la elite. En contraste con otros países de América Latina, donde a los militares si se les reconoció su capacidad y alta formación intelectual. En Colombia sólo se trataba de una “escuela clasista de las fuerzas armadas, estructurada así por la clase dominante con fines e intereses bien determinados”. (El Poder Militar en Colombia, 1982, p. 105) Es importante, finalmente, contrastar, en este sentido, la profesionalización e importancia educativa que existía en otros países, como Perú, Argentina, Brasil, Guatemala y Chile, donde preexistía una preocupación en incentivar una alta educación militar, para que después fuera más asequible y creíble para los militares transmitir sus vivencias del conflicto, y sus conocimiento a la población civil. Por lo tanto, en dicho países “no sólo era el ejército la escuela de una nación que le confiaba a sus jóvenes, sino que los oficiales conocían de cerca los problemas del pueblo y, por lo tanto, de la nación mejor que los políticos y los poseedores”. (El Estado Militar en América Latina, 1984, p.119) Un nuevo militarismo se estaba evidenciando, pues “el ejército intervenía cada vez más como institución suprapartidista e incluso anti política”. (El Estado Militar en América Latina, 1984, p.120.) Como es el caso de Argentina, en donde las primeras manifestaciones políticas de los oficiales se empezaron a evidenciar en el sufragio universal de 1912, permitiéndoles votar y por lo tanto ser participes de la actividad política nacional. El 10 de mayo de 1957 el Teniente General Rojas Pinilla fue destituido, y los jefes de los partidos liberal y conservador, Alberto Lleras Camargo, y Laureano Gómez empezaron a planear los objetivos estratégico-político-militar del país, entre los cuales se encontraba, crear una junta militar denominada “Frente Nacional”, cuyo objetivo era crear un gobierno democrático civil burgués, el cual estuviera integrado por un almirante y cuatro generales al servicio de las clases dominante. A pesar de todo, el poder civil permitió que lo militares quedaran en el poder hasta el 7 de agosto de 1958, permitiendo que las fuerzas armadas salieran con honores y pausaran su impopularidad con discreción. Fue así, como el poder político de la oligarquía retomó el poder y desactivo todas las medidas del anterior régimen. 35 Por primera vez en la historia la Fuerza Pública tomó conciencia y se dio cuenta que siempre estuvo al servicio de las clases dominantes, pero que además fue considerada por las elites sólo como una “guardia nacional”, y no como una institución, benéfica, al servicio de la sociedad. De este modo, la caída de Rojas Pinilla sirvió para que muchos entendieran el debilitamiento que el régimen militar estaba ocasionando a la estructura militar; convirtiendo a sus miembros simplemente en guerreros y defensores de la patria. Rojas Pinilla se encargo de opacar a los líderes militares aptos para asumir un poder político, o ejercer un cargo público. Los altos mandos militares siempre se concentraron en formar y formarse como soldados y no como “doctores”, o seres más intelectuales y morales frente a la guerra. El general olvido por completo la necesidad urgente de capacitar a sus miembros en derechos humanos, para que ellos pudieran entender con más bases y fundamentos la guerra, sus actores e implicaciones. El único espacio “político militar” amplio y preponderante que dispuso la institución militar fue en tiempos de estado de sitio, develando roles secundarios, como alcaldes, gobernadores, y ocasionalmente un importante ministerio. Estaba claro, desde el principio, que ningún oficial podía ocupar cargos claves e influyentes a causa de la implantación de la reforma militar de Reyes, la cual consistió en retener a los militares en sus cuarteles y aislarlos por completo de la realidad socioeconómica del país. Pero, adicionalmente a esto, la reforma militar tenía como propósito decisivo alienarlos por algo que ellos mismos ni siquiera entendían, y cegarlos a entender el por qué y el para qué del Estado burgués clasista. Desde el principio, la burguesía tenía como propósito preparar a las fuerzas armadas por una y ante una guerra popular, que los salvaguardara y los ayudara a retener el poder civil, para así poder beneficiarse económicamente, y vengarse de quienes se oponían a sus políticas, y pensamientos estatales. 36 2. MASACRES 2.1 Masacre de la Rochela El 18 de enero de 1989, en pleno auge del narcotráfico en La Rochela (Santander), fueron retenidos 15 integrantes de la Comisión Judicial (Unidad Móvil de 37 Investigación), por casi 40 miembros del grupo paramilitar “Los Masetos”, el cual se había identificado primeramente como el Frente Número 23 de las FARC. La comisión estaba conformada por dos jueces de Instrucción Criminal, dos secretarios de juzgado, y once miembros del Cuerpo Técnico de Policía Judicial, de los quince integrantes, doce fueron masacrados por el grupo ilegal, y tres sobrevivieron al macabro atentado. La conformación de la Comisión Judicial fue dispuesta por la Dirección Seccional de Instrucción Criminal, con el propósito de proseguir con las investigaciones de múltiples homicidios y desapariciones que habían sido víctimas habitantes de la Rochela en 1986. Sin embargo, el objetivo principal de la comisión era buscar pruebas que identificaran a los culpables que en 1987 habían desaparecido a los 19 Comerciantes en Puerto Boyacá, donde estaba casi comprobado que el ejército había participado y colaborado con los paramilitares en la desaparición y matanza de los comerciantes. Por eso, la visita a la Rochela había sido planeada sin informar a la XIV Brigada y a la II División del Ejército, para evitar que se infiltrara información al respecto. No obstante, la mortal masacre igualmente fue ejecutada contra la Comisión Judicial, debido a una información que había sido suministrada al grupo paramilitar “Los Masetos” desde una Base Militar, avisando que la comisión iba en busca de más pruebas y testimonios. El 18 de enero de 1989, los hombres que se hacían pasar por guerrilleros de las FARC, interceptaron el carro de la comisión y expresaron el deseo de colaborarles en las investigaciones, porque según ellos había que terminar con urgencia con los grupos paramilitares que estaban exterminando a los campesinos de la región. “Los interceptores argumentaron a los funcionarios judiciales que ante la cercanía de tropas del Ejército Nacional, lo más prudente era aparentar que ellos estaban de rehenes para evitar un enfrentamiento armado, y poder luego continuar el diálogo en otro sitio.” (Colombia, Corte Constitucional, 2007, 11 de mayo) No obstante, todo se trataba de una encrucijada bien planeada por parte de los paramilitares y un grupo de militares. Posteriormente a esto, los 15 integrantes de la comisión fueron atados de manos, desarmados, y obligados a cambiar de vehículo. Luego, los paramilitares, que se hacían llamar guerrilleros comenzaron a disparar contra el grupo de funcionarios, causándoles la muerte a 12 de ellos. Después de asesinar a los 12 miembros de la Comisión Judicial, y creyendo que todos habían muerto, sin darse cuenta que dos de los 38 investigadores habían quedado heridos y el tercero se había salvado al caerle uno de sus compañeros muertos encima, y fingiendo estar sin vida, los paramilitares se llevaron veintitrés de los veinticinco expedientes, que tenia la comisión, donde estaban los testimonios y pruebas recogidas. El conductor de un camión de gaseosas que pasaba en el momento por el lugar de los hechos, se detuvo al ver el carro de la comisión lleno en sangre y rodeado de muertos. Wilson Mantilla y Manuel Díaz, dos de los sobrevivientes se subieron al camión y fueron llevados de urgencia al hospital más cercano. Más tarde, el equipo periodístico de Vanguardia Liberal, llegó y encontró a Arturo Salgado, el otro sobreviviente, junto a sus 12 compañeros asesinados, lo auxilio y llevo al hospital. EL 11 de mayo del 2007, la Corte Interamericana de Derechos Humano condenó al Estado por no haber investigado la muerte de los 12 funcionarios judiciales, crimen ocurrido hace ya más de 20 años. Dos años después de la sentencia internacional (2009), la Fiscalía General de la Nación, con las mismas pruebas que disponía, reabre el caso y llama apenas a indagatoria a tres generales en retiro, Farouk Yanine Díaz, Juan Salcedo Lora, y Carlos Julio Gil Colorado (fallecido), y a dos jefes paramilitares, entre los cuales está Alonso de Jesús Baquero Agudelo, alias Vladimir, hoy en día sometido a la Ley de Justicia y Paz, quien, además, busca beneficios jurídicos a cambio de contar la total verdad a las autoridades de lo sucedido en la Rochela, Santander. La masacre de la Rochela representa hoy en día un monumento a la impunidad, razón por la cual Colombia fue condenada ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Incluso, en el 2005 cuando el caso podía ser reabierto nuevamente, la Unidad Nacional de Derechos Humanos de la Fiscalía consideró que las pruebas eran insuficientes, y absolvió del caso a los oficiales en retiro Farouk Yanine Díaz, Jaime Fajardo Cifuentes, Manuel Jaime Guerrero y Alejandro Echandía, entre otros, dejando el caso nuevamente en manos de la Justicia Penal Militar. El problema más grave entorno al caso de la Rochela es que la justicia no ha cambiado para nada desde 1989, porque incluso conserva el único testigo clave, alias Vladimir, quien ya había cumplido con su condena en el 2005, pero a causa de la sentencia 39 internacional fue recapturado a finales del 2008, y hoy es considerado un testigo clave en el proceso de la masacre de la Rochela. Por ahora, los abogados defensores, pertenecientes al Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo, están pidiendo a la fiscalía ampliar los testimonios de alias Vladimir, y solicitan que los paramilitares Iván Roberto Duque y Ramón Isaza, también ejecutores del crimen, sean expulsados de la Ley de Justicia y Paz por no contribuir con la verdad. La masacre de La Rochela sirve como ejemplo para que la Fiscalía considere de una vez por todas que los crímenes de lesa humanidad nunca pueden prescribir. 2.1.1 Un periodo caracterizado por el narcotráfico y el para militarismo Bajo la administración del liberal Virgilio Barco (1986 – 1990), ocurrió la masacre de La Rochela, presidente particularmente popular entre la comunidad internacional e impopular entre los narcotraficantes, por haber propiciado el Tratado de Extradición y haber ejecutado las primeras extradiciones de jefes del narcotráfico a Estados Unidos. El presidente Barco, coincidió con uno de los periodos más violentos en la historia de Colombia, debido a la ofensiva lanzada por varios grupos ilegales y carteles del narcotráfico, que se encontraban irritados con las políticas de Barco, cuyo propósito principal era abolir por todos los medios a los narcotraficantes. Como respuesta, inconformismo, y mecanismo de presión, los narcotraficantes secuestraron a los dirigentes políticos, Andrés Pastrana y Álvaro Gómez Hurtado, y asesinaron a los candidatos presidenciales Jaime Pardo Leal (UP), Bernardo Jaramillo Ossa (UP), Luís Carlos Galán y Carlos Pizarro (M-19), al Procurador General, Carlos Mauro Hoyos, y al director de El Espectador, Guillermo Cano. Los múltiples asesinatos dieron origen a una era de imparable violencia política y social, donde se declaró e inició el karma de Colombia: la guerra contra el narcotráfico. Este contexto político, en el que ocurrió la masacre de la Rochela, es crucial comprender los inicios de la alianza de la Fuerza Pública con el paramilitarismo, 40 teniendo en cuenta además que en los años 80 se dispararon las tres guerras más violentas y prolongados en Colombia: el paramilitarismo, el narcotráfico y la guerrilla, convirtiéndose la corrupción, la violencia y el tratado de extradición en elementos cruciales de este periodo. Los paramilitares tenían sus centros de operación en el municipio de Puerto Boyacá, en Boyacá, y en el municipio Cimitarra, en Santander, y recibían el apoyo constante de la XIV Brigada del Ejército, la cual operaba con absoluta libertad por todo el Magdalena Medio. Entre 1982 y 1989 Puerto Boyacá, municipio que limita al norte con el departamento de Santander, se convirtió en Vaticano del Paramilitarismo, y centro de entrenamiento militar de las autodefensas. El grupo ilegal recibía las armas de la Brigada XIV, así como también el transporte cuando éste lo necesitaba. Cuando el ejército combatía a las guerrillas con ideología de izquierda, las autodefensas intervenían para ayudarle al ejército a contrarrestar la pugna. Ante esto, el objetivo del ejército de combatir a las FARC, especialmente, se estaba cumpliendo, debido a la ayuda y apoyo permanente de los paramilitares. Por eso, varios poderes del Estado respaldaron esa alianza por considerarla sana y conveniente, para abolir por otra vía a los grupos guerrilleros, que más daño estaban causando al país. (Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP), 2004, p.1) En 1988, el DAS, gracias a las confesiones de un concejal de Puerto Boyacá, comprobó que tanto el ejército como algunos funcionarios públicos tenían vínculos con las autodefensas, y en ocasiones el ejército y éste grupo ilegal patrullaban juntos en las regiones más vulnerables del conflicto. En el testimonio del concejal, según el DAS, el Batallón Bárbula participó en el proyecto paramilitar, así como también logró evidenciar la colaboración de jefes del narcotráfico como Gonzalo Rodríguez Gacha, Fabio Ochoa, Fidel Castaño, Víctor Carranza y Pablo Escobar en las operaciones paramilitares, donde, además, se reafirmo que a partir de 1985 las autodefensas y el narcotráfico se aliaron estrechamente, y juntos pensaban en mecanismo para entorpecer las investigaciones de los crímenes que cometían. 41 Adicionalmente a esto, durante el periodo presidencial de Barco, los paramilitares con ayuda de los “grandes” del narcotráfico, gozaban de una contratación con mercenarios israelíes e ingleses para entrenar a los paramilitares, para enfrentar a las guerrillas con ideología de izquierda. (CINEP, 2004, p.2) En 1987 las autodefensas se vieron con la necesidad de aliarse a nivel nacional con “la inteligencia militar encabezada por el Batallón Charry Solano, el cual aglutino los movimientos de autodefensa campesina bajo su control y para ello organizo una reunión con los lideres regionales en las instalaciones del Charry, donde surgió una Junta Nacional de Autodefensa, compuesta por lideres de aproximadamente 8 regionales, cuya función era promover el sistema de Autodefensa y coordinar con el Ejército operaciones de inteligencia”. (CINEP, 2004, p.3) Las reuniones se hicieron en el Batallón Charry Solano (1986), en el departamento de Santander (1987), y en Caquetá (1989), cuya organización estaba liderada por un jefe militar encargado de coordinar con la Junta de las Autodefensas y las Fuerzas Armadas las operaciones y actividades ilícitas. Antes y durante 1989 en La Rochela, el patrullaje se hacía en conjunto con los paramilitares y el ejército, siendo el Estado Mayor del Ejército el conector principal entre ambos grupos. Con ésta alianza solida, entre 1987 y 1989 los paramilitares cometieron 8 masacres en promedio en conjunto con algunos miembros de la Fuerza Pública, y anualmente aproximadamente 25 jueces fueron víctimas de asesinatos o atentados. Según investigaciones correspondientes a esa época y realizadas por la Fiscalía General de la Nación, “80 casos fueron imputados a grupos paramilitares, 48 a agentes estatales, 32 a guerrilla, y 22 a otros factores”. (Colombia, Fiscalía General de la Nación (2008, 6 de abril) La mafia empezó a apoderarse del sistema económico del país, y el “Robin Hood criollo”, Pablo Escobar, comenzó a delinquir a través del narcotráfico, por su deseo de apoderarse del país y hacer, su propia justicia, utilizando a algunos miembros de la Fuerza Pública como fuente de información, protección, seguridad, y ocultamiento. El autor colombiano Fabio Castillo denomina ésta alianza en su libro “Los Jinetes de la Cocaína”: la Narcomilicia. 42 En este sentido, las declaraciones y testimonios recopilados sobre la masacre de la Rochela, según la Fiscalía General de la Nación, indican que la “presencia en la zona alerto a los narcotraficantes Pablo Escobar Gaviria, Gonzalo Rodríguez Gacha y Henry Pérez, quienes tenían cinco laboratorios de cocaína en esa región, y temían por su negocio. Tanto Escobar como Rodríguez Gacha presionaron para que los expedientes fueran arrebatados a la comisión y los funcionarios fueran desaparecidos,” porque temían que en los informes estuviera la ubicación de los laboratorios, así como las pruebas y testimonios recogidos que indicaban que el ejército, paramilitares y narcotraficantes estaban involucrados con los crímenes ocurridos en 1987 en la Rochela. (Colombia, Fiscalía General de la Nación (2008, 6 de abril) La masacre que fuera víctima la comisión judicial se produjo dentro de un contexto de violaciones contra funcionarios judiciales dirigida a impedir sus labores, intimidarlos, amedrentarlos y así lograr la impunidad de graves violaciones a los derechos humanos. (Colombia, Corte Constitucional, 2007, 11 de mayo) 2.1.2 Alias Vladimir: testigo clave La historia comenzó cuando los 19 hombres, con labor de negociantes de electrodomésticos y otros artículos, desaparecieron en pleno corazón del Magdalena Medio, sin dejar rastro alguno. La Fiscalía General de la Nación inició la investigación, pero ni la Procuraduría, ni el C.T.I pudo encontrar evidencias suficientes para considerar verdaderas las hipótesis acerca de los presuntos responsables. Sin embargo, Alonso de Jesús Baquero, alias “Vladimir”, el autor de las peores masacres en los años 80, confeso hasta 1997 a la fiscalía su participación y la de uno de los más importantes generales del Ejército, Farouk Yanine Díaz, en la masacre de los 19 comerciantes, ocurrida en 1987. Sin embargo, en 1997, un juez militar exonero a Yanine de los cargos que se le imputaban, dejando nulo el testimonio de “Vladimir”. Alias “Vladimir” también aceptó liderar la masacre de 1989 contra la Comisión Judicial. Según el paramilitar, el político santandereano Tiberio Villarreal, sugirió a las autodefensas robar los expedientes de los investigadores para conocer la información y 43 pruebas que había recogida la comisión, y así evitar que se conociera la verdad. Adicionalmente a eso, el narcotraficante Henry Pérez creyó conveniente asesinar a los miembros de la comisión para que ésta no descubriera los laboratorios de droga que allí operaban, y que eran además supervisados por el grupo paramilitar comandado por alias “Vladimir”. Según el testimonio de alias “Vladimir”, “ellos pagaron a los policías para que éstos no escoltaran a la comisión, y la idea de hacerse pasar por guerrilleros surgió en el último momento. Él fue quien dio la orden de dispararles, dinamitar los carros y escribir en los restos “fuera masetos” para hacer creer que había sido un ataque de la guerrilla. Sin embargo, la persona encargada de volar los carros no lo hizo y por eso los descubrieron, y ese mismo día las autodefensas se enteraron que habían quedado tres sobrevivientes”. (SEMANA, 1997, 11 de agosto) Alias “Vladimir” decidió acogerse en 1997 a sentencia anticipada y contar detalladamente lo que realmente había sucedido en el municipio de la Rochela. A partir del testimonio del ex paramilitar Vladimir, la Fiscalía logró corroborar y confrontar las diversas versiones que tenía de los hechos. Como resultado se dictó orden de captura contra el paramilitar Luís Alberto Arrieta Morales, y el Sargento Otoniel Hernández Arciniegas, y el Mayor Oscar Echandía Sánchez, actualmente detenidos, y contra los paramilitares Alonso de Jesús Baquero, Julián Jaimes y Marceliano Paneeso. Echandía, mayor retirado del Ejército, fue alcalde de Puerto Boyacá en esa época, y actualmente se encuentra en Estados Unidos indocumentado. La Fiscalía, asimismo, dictó orden de captura contra el Teniente Coronel Hernando Navas, quien ya tenía un pasado judicial “sentenciado” por haber permitido la fuga de Pablo Escobar en 1992 cuando desempeñaba el cargo de Director Nacional de Prisiones. En esta ocasión se le culpa por tener nexos con narcotraficantes, y paramilitares. Hoy en día, esta siendo investigado, y se espera que sea judicializado con las debidas causas. 2.1.3 Farouk Yanine: ¿héroe o delincuente? El 25 de julio de 1996 la Fiscalía General de la Nación dictó medida de aseguramiento contra el general Farouk Yanine, basándose en los argumentos de alias “Vladimir” y de un suboficial anónimo de la misma Brigada, quien puedo, además, corroborar, que alias 44 “Vladimir” hacía conferencias, autorizadas por el general Yanine, a los militares sobre “la manera equivocada en que se desplazaba el ejército en las zonas campesinas, razón por la cual el ejército caía tan fácilmente en las emboscadas de las FARC”. (SEMANA, 1997, 11 de agosto) El general Yanine llego a principios de los años 80 a la Brigada XIV con sede en el municipio de Puerto Berrío, en el departamento de Antioquia, donde trato de implementar una estrategia integral contra los grupos ilegales, involucrando a la población civil. Desde el inicio, el general Yanine, apoyo a los grupos campesinos de autodefensa, mediante un decreto dictado en 1960, el cual consentía a los comandantes militares a entregar armas de largo alcance a campesinos constituidos en grupos y debidamente inscritos ante las autoridades competentes, con el único propósito de ayudar a combatir a las guerrillas. Sin embargo, su estrategia aparentemente con fines pacificadores y no violentos, se torno en una aparato destructor entre los habitantes El apoyo del general trajo causas positivas a la región y a su carrera militar, porque logró quitarle a la guerrilla varias zonas del Magdalena Medio, y disminuir su poder; ésta labor a favor de la nación le ocasiono un ascenso a comandante de la Segunda División del Ejército. No obstante, tenía como deber abolir también el narcotráfico y a los grupos paramilitares que se habían aliado para crecer el negocio, combatir a las FARC, y apoderarse cada vez más de las regiones del país. En este marco, el general se vio obligado a combatir dos batallas, que ya se habían acentuado con mucho poder en las regiones de Colombia, y demostrar, al mismo tiempo, que su ascenso si había sido meritorio. Por otro lado, desde tiempo atrás, Yanine Díaz había ordenado a un teniente, cuyo apellido se cree Salinas, vinculado al B-2 del Batallón Calibío, “investigar a quienes contrabandeaban electrodomésticos, camuflaban armas para la guerrilla, y las auxiliaban”. (Colombia Nunca Más, 2001) Según declaró ante la Fiscalía alias “Vladimir”, Yanine estuvo encima del asunto de los comerciantes porque sabía que eran auxiliadores de la guerrilla, por eso su deseo de exterminarlos y adjudicarle a las FARC ese delito. 45 Según, “Colombia Nunca Más”, organismo no gubernamental, el crimen fue planeado en Puerto Boyacá, donde también participaron el Teniente Coronel Hernando Navas Rubio, Comandante del B-2 de la XIV Brigada, quien también aseguró que “los comerciantes introducían a la zona armas y municiones con destino a la guerrilla”; asimismo fueron involucrados al proceso el Comandante de la V Brigada, Brigadier General Juan José Alfonso Vacca Perilla, Mayor Oscar de Jesús Echandía Sánchez y el Sargento Otoniel Hernández Arciniegas, quienes, además, coordinaban con el líder paramilitar, alias de “Vladimir” o “El Negro Vladimir”, la vigilancia de la caravana hasta llegar al lugar donde estaban los paramilitares. También hubo coordinación con el Teniente Hugo Isaac Pertuz González, adscrito al Batallón Nueva Granada. ” (Colombia Nunca Más, 2001) Si bien los casos de la desaparición de los 19 comerciantes, en octubre de 1987, y la masacre de la Rochela, en 1989, corresponden a fechas distintas, su conexión se relaciona por el mismo mandato del narcotráfico, y en un trabajo conjunto entre paramilitares y el Ejército Nacional de Colombia por combatir a las FARC. La Justicia ordinaria en la fecha de los sucesos, otorgo la responsabilidad de los hechos a los paramilitares, mientras que la Justicia Penal Militar, por su lado, seguía investigando al General Frouk Yanine Díaz, al Teniente Coronel Hernando Navas Rubio, al Mayor Oscar de Jesús Echandía Sánchez y al Teniente Luís Enrique Andrade Ortiz, quienes después fueron absueltos por la justicia militar. En 1989 el general Yanine Díaz fue exonerado por la Justicia Penal Militar por falta de pruebas, al igual que el resto de militares involucrados. Según, la sentencia internacional del caso de La Rochela, la desaparición de los 19 comerciantes y la masacre de La Rochela, constituyo un crimen de lesa humanidad por lo tanto el caso debió ser procesado por la justicia ordinaria. “El Consejo Superior de la Judicatura, como en tantos otros casos, coloco su decisiva cuota para garantizar la impunidad al resolver el conflicto de competencias en favor de la Justicia Penal Militar en el caso de los 19 comerciantes.” (Colombia, Corte Constitucional, 2007, 11 de mayo) Sólo hasta 1996, fue aceptada la parte civil en la masacre de La Rochela, permitiendo a la Fiscalía General de la Nación culpar al general Yanine por secuestro extorsivo, homicidio múltiple y conformación de grupos de justicia. 46 Aún conociendo los hechos perpetuados, el General Bedoya comandante de las fuerzas armadas de la época, declaró ante los medios de comunicación, que la labor del General Yanine había sido con fines pacificadores, por lo tanto se le debía considerar como un general ejemplar para la nación, y no como un delincuente y patrocinador de la guerra. En noviembre de 1996 el Consejo de la Judicatura le entrego nuevamente el caso a la Justicia Militar, la cual se tomó, nuevamente, siete meses para concluir que el general Yanine no tuvo responsabilidad alguna en el caso de los 19 comerciantes. A pesar de las declaraciones de alias “Vladimir”, el general Yanine quedó en libertad, no obstante, los familiares de las víctimas con ayuda del Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo llevaron el caso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la cual responsabilizo el 5 de julio de 2004 al Estado por los hechos ocurridos, por hacer caso omiso de los testimonios relacionados con los asesinatos, y no efectuar asimismo un proceso penal arduo. El Estado señalo, que ha habido una impunidad parcial en la investigación y juzgamientos de todos los responsables de la masacre. Por eso, “acepta la omisión de sus deberes de investigar y sancionar a todos los actores involucrados en los execrables hechos,” ocurridos en la Rochela. (Colombia, Corte Constitucional, 2007, 11 de mayo) Después de más de 20 años se reabre el caso de La Rochela, y la Fiscalía General de la Nación llama nuevamente a indagatoria al general en retiro, Farouk Yanine Díaz, y otros dos militares, a quienes acusa de haber participado en el hecho e incluso de haber pagado junto a otros oficiales del Ejército y de la Armada, a los paramilitares para delinquir en la región. 2.2 Masacre de San José de Apartadó En el 2008, tres años después de los hechos, la Fiscalía logró tomar medidas judiciales contra 15 miembros de la Brigada XVII del Ejército Nacional, con sede en Carepa, 47 población del Urabá antioqueño, por su presunta participación en una de las masacres más espeluznantes de Colombia, ocurrida en el 2005 en el corregimiento de San José de Apartado, y una de las que ha causado más impacto internacional. Aunque los paramilitares son los responsables directos de esta masacre, para los organismos internacionales, organizaciones no gubernamentales, víctimas, y para la población civil resulta preocupante que el Ejército haya brindado protección y seguridad a un grupo ilegal que cometió sólo en el 2005, 115 masacres dejando 680 víctimas. (El Tiempo, 2009, abril 27) La última masacre, ejecutada por las autodefensas en el corregimiento de San José de Apartadó, y en la vereda La Resbalosa en el municipio de Tierralta, Cordoba, fue en el 2005, cuando un niño de 10 años y una niña de 5 fueron encontrados descuartizados y decapitados, y un niño de 18 meses fue golpeado hasta morir. Los padres de los niños corrieron la misma suerte y fueron asesinados con los mismos métodos de tortura. Entre ellos se encontraba Luís Eduardo Guerra, principal líder histórico de la región, quien ha sido utilizado por las comunidades internacionales y nacionales, y organismos no gubernamentales, como ícono histórico, y muestra de que en Colombia la impunidad sigue estable. Así, los cuerpos fueron encontrados por integrantes de la comunidad, quienes afirmaron que las condiciones de los muertos, indicaban que habían sido torturados y masacrados con machetes. Los cuerpos no podían ser movidos hasta que la fiscalía, junto con el grupo de medicina legal, llegara al sitio de los hechos y recolectara las pruebas necesarias para determinar la identidad de los asesinos. No obstante, según los mismos testigos, un soldado del ejército fue quien recogió el machete, lo lavo en el río, y pateo el cráneo de Luís Eduardo Guerra. En consecuencia, hoy más que nunca, y después de los hechos los habitantes de San José de Apartadó, exigen al gobierno el despeje permanente de las tropas del Ejército, así como también piden que sus derechos civiles de convertir su región en una zona neutral sean respetados. Para el país, se trata de una de las acusaciones más graves en la historia del Ejército Nacional, cuya misión central es combatir a los grupos ilegales defendiendo a la 48 población civil; y no amparar al enemigo, permitiendo el descuartizamiento de ocho personas, entre ellas 3 niños, de 18 meses, 5 años y 10 años de edad Sólo tres años después, en julio del 2008, la fiscalía capturo a quince militares de los 69 oficiales sospechosos. De los quince sólo uno se acogió a sentencia anticipada por presiones y amenazas. Luís Eduardo Guerra, era uno de los líderes más influyentes de la región y miembro del Consejo Interno de la Comunidad de Paz12, quien además de haber sido uno de los más promotores de dicho organismo, era conocido en varios países, como en Italia, Estados Unidos, y Ecuador -entre otros-, por sus discursos políticos acerca de la grave situación de San José de Apartadó, y por su rol de interlocutor con el Gobierno Nacional, al cual solía pedirle ayuda y protección para los habitantes de la región. Estas razones impactaron aún más a la comunidad internacional, y despertaron reacciones de inconformidad y desconfianza contra el Estado. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos tenía conocimiento previo del conflicto al que el corregimiento estaba expuesto, por eso la decisión de exigirle al Estado colombiano, años atrás de la masacre, tomar medidas cautelares y provisionales sobre los miembros de la Comunidad de Paz, quienes estuvieron constantemente presionados por las autodefensas. Sin embargo, pese a la advertencia y recomendaciones de este organismo internacional, el 25 de febrero del 2005, 60 paramilitares del bloque Héroes de Tolová entraron a la región y masacraron en presencia de varios miembros del Ejército a 8 personas. 2.2.1 Declaración neutral de la Comunidad de Paz frente al conflicto 12 El Consejo Interno de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, es un órgano de representación y consulta, creado por los líderes, el cual se encarga de organizar actividades dinámicas y académicas a los habitantes, como una forma indispensable de distracción ante la difícil situación que vive la región ante el conflicto armado. 49 Después de dos masacres perpetuadas por los paramilitares entre 1996 y 1997 en San José de Apartadó, sus habitantes decidieron crear zonas de Paz en cada una de las veredas del corregimiento, rechazando la presencia total de cualquiera de los actores de la guerra; guerrilla, paramilitares e incluso el Ejército, por considerar a este último, aliado principal de las autodefensas. Sin embargo, este proyecto sólo logró ponerse “oficialmente” en marcha el 23 de marzo de 2005, contando con la presencia de comunidades internacionales y varios medios de comunicación. La inauguración de las zonas humanitarias conto con foros sobre el sentido de la verdad, justicia y reparación, y del proceso de los paras en la zona de Urabá como un plan de la para militarización. Asimismo, los habitantes de las veredas La Cristalina, Miramar, Bellavista, Buenos Aires, Alto Bonito, y Arenas Bajas querían que esos espacios neutrales fueran utilizados por los medios de comunicación, para que estos dejaran constancia de las acciones criminales de los paramilitares y los excesos de la Fuerza Pública en contra de la población civil. No obstante, la idea de sus líderes e integrantes de la comunidad de convertir la región en una zona pacífica e imparcial ante la guerra, trajo como consecuencia el desplazamiento de centenares de personas y la muerte de más de 150 líderes, quienes fueron víctimas del paramilitarismo, de innumerables atropellos y asesinados por este grupo durante 10 años consecutivos Los habitantes de San José de Apartadó eran conscientes que su corregimiento estaba siendo utilizado por las autodefensas, interesadas en eliminar a su enemigo más estable, las FARC, y por el ejército, cuyo propósito y estrategia consistió en construir una alianza con los paramilitares, para intentar coartar y eliminar a todo aquel que hiciera parte del mismo grupo armado. Por lo tanto, para la comunidad de paz, el ejército y los paramilitares eran enemigos, pero al mismo tiempo eran grupos aliados que buscaban, a través de sus habitantes, derribar a las FARC. Por eso, los líderes pretendían deshacerse del apoyo militar del Estado, negando cualquier supervisión de tropas, estación de policía, batallón o cualquier otro organismo 50 de seguridad. Sus argumentos eran claros y basados en testigos que habían presenciado las acciones de tortura del ejército y de los paramilitares. Con la declaración, los habitantes esperaban poder seguir viviendo en sus tierras, sin embargo las constantes amenazas de las autodefensas y los persistentes operativos ilegales del ejército en las veredas, no permitieron que los residentes de Apartadó vivieran en paz. Según la página oficial de la comunidad13, -la cual se dedicó a publicar artículos sobre los hechos de la masacre-, el ejército asesino líderes y pobladores del corregimiento, haciéndolos pasar muchas veces por muertos en combate. Para el gobernador Álvaro Uribe, los líderes de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó representaban una amenaza para la comunidad, porque según el mandatario, los líderes eran patrocinadores y defensores del principal grupo guerrillero: las FARC. Por ese motivo, el gobierno no iba a retirar tropas, ni mucho menos las inspecciones de control del ejército y la policía. Cuando el Estado decidió militarizar el corregimiento, la comunidad manifestó a la opinión pública que se sentía conviviendo con sus victimarios. A partir de entonces, San José de Apartadó se convirtió en blanco de todo tipo de críticas y señalamientos por parte del gobierno por su caprichosa decisión de rechazar la presencia de tropas del ejército en una zona de alta presencia de grupos subversivos. Asimismo, la comunidad de paz no “puede obstruir la justicia, rechazar la Fuerza Pública, prohibir el comercio de artículos lícitos, ni coartar la libertad de los ciudadanos que residen en San José de Apartadó”. (Detrás de los Medios, 2006) Cuando San José de Apartadó comenzó a operar como comunidad de paz, contaba con apenas 350 integrantes, hoy en día cuenta con más de 1.300 personas, y pretende llegar a un acuerdo con el gobierno para que no se sigan cometiendo excesos en su región, pero sobre todo quiere mostrar al Estado que su insistencia tiene sentido. 2.2.2 Una región “gobernada” por la insurgencia 13 www.cdpsanjose.org 51 Apartadó es uno de los once municipios del Urabá antioqueño. Se encuentra aproximadamente a 336 kilómetros de la capital departamental, Medellín, y está conformado por 48 barrios, entre los cuales se distinguen: Obrero, Pueblo Nuevo, Ortiz y Vélez, y sus cuatro veredas principales: San José de Apartadó, El Restrepo, Puerto Girón y Churridó Pueblo. El Urabá antioqueño es conocido por su industria bananera, y es considerado, además, eje central bananero14 que conecta a Apartadó, Chigorodó y Turbo15 con la ciudad de Medellín y el mar Caribe. En estas tres poblaciones se han presentado de manera reiterativa la práctica de la masacre, especialmente entre 1988 y 1994, sin embargo Urabá, en general, se ha convertido en un espacio cotidiano de la masacre selectiva de campesinos. Para algunos investigadores llegar al Urabá significa “penetrar en lo inhóspito, enfrentarse a la vorágine, desafiar al tiempo a la exuberancia y el furor de la naturaleza”. (Herazo Ortiz, (2002), p.8) El corregimiento de San José de Apartadó es considerado por las FARC y paramilitares una entrada estratégica a la serranía de Avive, la cual constituye un corredor clave hacia los departamentos de Cordoba, Antioquia y Choco, en donde estos grupos subversivos ejecutan sus actividades ilícitas, y desalojan y toman las tierras de los campesinos para la construcción de sus proyectos económicos y militares. Es importante resaltar, que en 1971 en el municipio de San José de Apartadó se creó el V frente de las FARC, hoy en día el más importante de los cinco que operan en la zona entre Urabá, el Darién, el bajo y medio Atareo y el Sinú. (Herazo Ortiz, 2002) 14 El eje bananero es el enclave de Apartadó, Chigorodó y Turbo, pero además es la carretera que conecta al departamento de Antioquia y la ciudad de Medellín con el mar Caribe. 15 Chigorodó y Turbo son municipios de Urabá antioqueño. 52 Los primeros años del V frente de las FARC corresponden precisamente a la época en la cual la guerrilla del EPL16 y el ELN casi desaparecen al ser combatidas fuertemente por el ejército. A principios de 1980 las FARC inició una disputa de territorio con el EPL, por querer el control casi total de Apartadó y San José de Mulatos, vereda perteneciente a San José de Apartadó.17 Hasta el momento el V Frente de las FARC sigue actuando en la región de Urabá, sin embargo no con la misma intensidad de hace unos años, porque los paramilitares y el ejército ha diezmado poco a poco su accionar, obligándolo a desplazarse a zonas del Choco, donde su actividad “militar” sigue de manera constante. Por otro lado, para los paramilitares la región de Urabá se convirtió en una zona influyente para sus futuras incursiones en las diferentes zonas del país. Fue este grupo subversivo el que revivió la práctica de la masacre como una forma de generar pánico, y violencia en las regiones de su interés. Del mismo modo, entre 1989 y 1990 los grupos paramilitares se dedicaron a golpear fuertemente a todo aquel que fuera simpatizante de las FARC y del EPL. Por esta razón, las autodefensas ganaron considerablemente terreno en los municipios del Urabá antioqueño, como en Turbo y Apartadó, siendo los campesinos las víctimas de su ideología. A partir de 1991, las acciones militares de los paramilitares incrementaron espontáneamente, tras los conflictos con las FARC y el EPL. En 1992 las cifras de muertos por violencia en Urabá, mostraron que sólo en agosto del mismo año 700 personas habían sido víctimas del conflicto, siendo la práctica de la masacre el método utilizado para acabar con el campesinado. Estas acciones criminales calificaron a Urabá, como una de las regiones más violentas de Colombia, hasta el punto de declarar estado 16 Ejército Popular de Liberación (EPL) es un grupo guerrillero fundado en 1965, y es considerado el tercer grupo guerrillero en tamaño después de las FRC y el ELN. Según la Fuerza Aérea de Colombia y el Ejército, el EPL desapareció como guerrilla rural en 1996, sin embargo, hoy en día, según la Fuerza Pública continua en zonas urbanas en Medellín, y participa en algunos combates en conjunto con las FARC. 17 El corregimiento de San José de Apartadó queda a 12 kilómetros del casco urbano de Apartadó. Esta vereda está compuesta asimismo por 31 veredas y cuenta con aproximadamente 3000 habitantes. 53 de conmoción en la zona. A finales de 1997, las autodefensas habían ejecutado desde 1992, 147 masacres entre Apartadó y Turbo. 2.2.3 La influencia política Después de firmada la Constitución del 91, el ex presidente Cesar Gaviria Trujillo, creó la Consejería de Urabá, con el fin de convertir al municipio de Apartadó en la mejor esquina de América. Sin embargo, en 1991 comenzó una nueva guerra tras la negociación del EPL con el gobierno del presidente Gaviria Trujillo. El EPL y la Unión Patriótica18 comenzaron a disputarse el poder político, propiciando una guerra abierta entre ambos bandos. Como resultado a la pugna de poder, las FARC cometió la masacre de La Chinita, el 23 de enero de 1994, dejando 34 muertos. Tras los ataques de este grupo subversivo, el EPL creó los Comandos Populares, con el fin de consolidarse con las Autodefensas Campesinas de Cordoba y Urabá. A partir de entonces, comienzan las masacres consecutivas que en 1994 cobraron la vida de 116 personas, en 1996, 71, y en 1997, 36. En 1997 en Apartadó las FARC se “despide” dejando una bomba en el municipio, en donde perdieron la vida 13 personas, entre las cuales estaban algunos líderes de San José de Apartadó. (Fuerza Aérea Colombiana, 5 de junio 2007) Como consecuencia de la guerra, el presidente Gaviria Trujillo creó las Cooperativas de Vigilancia y Seguridad Privada para las autodefensas agrarias, las Convivir19, cuyo fin consistió en apoyar las zonas de combate donde el orden público fuese frágil. Las Convivir fueron apoyadas por el gobernador de Antioquia, hoy en día presidente de la República, Álvaro Uribe Vélez20, cuyo propósito principal fue integrar miembros de la población civil, que quisieran ayudar en la lucha contrainsurgente, a la Fuerza 18 La Unión Patriótica (UP) fue fundada en 1985 como propuesta política “legal” de algunos actores sociales. Se trato de un proceso de paz que propicio la guerrilla de las FARC con el gobierno de Belisario Betancur. Sin embargo, grupos paramilitares iniciaron el asesinato sistemático de los miembros de la UP por considerarlos brazo político de las FARC. 19 Las Convivir fueron creadas por el presidente Cesar Gaviria mediante el Decreto 356 de 1994 y una resolución del 27 de abril de 1995 de la Superintendencia de Vigilancia y Seguridad Privada. 20 El presidente Álvaro Uribe Vélez fue gobernador de Antioquia en el periodo 1995-1997. Durante su mandato logró organizar por primera los consejos comunitarios 54 Pública. Por lo tanto, todo aquel hombre que no tuviera antecedes penales tenía legalmente derecho a portar armas y equipos de comunicación para proteger a las comunidades de Urabá. En diciembre de 1997 ya existían más de 120.000 miembros en las Convivir. Sin embargo, para las Naciones Unidas las Convivir eran grupos violadores del Derecho Internacional Humanitario, por querer involucrar a la población civil en la guerra. Las ONG, por su lado, señalaron este hecho, como la semilla de la legalización del paramilitarismo. Después de declarar a San José de Apartadó como una Comunidad de Paz, los habitantes se seguían oponiendo a que el Ejército controlara la zona, por considerarlo culpable de todas las muertes ocurridas en el corregimiento que sólo hasta hoy vuelve a ser recordado por el Estado. Según sus habitantes, sólo 10% de las muertes fue causado por las FARC contribuyéndole la principal responsabilidad a los grupos paramilitares,, así como también aseguran que fueron las tropas del Batallón de Contraguerrilla No. 33 Cacique Lutaima, adscrito a la Brigada XVII del Ejército, las cómplices y culpables de la muerte de Luís Eduardo Guerra, principal líder histórico del corregimiento, las cuales además, durante su permanencia, escribieron en las paredes de las casas: “Fuera guerrilla, se lo dice tu peor pesadilla El Cacique”. “El Alacrán BCG33”. (Cronología de agresiones contra la Comunidad de Paz de San José de Apartadó y población de la zona, 2002) 2.2.4 Una comunidad desesperada por encontrar la verdad Según un informe y documental elaborado por Contravía en 2005, sobre la masacre de San José de Apartadó, más de 300 familias denunciaron ante la fiscalía los asesinatos de sus seres queridos. Y según el mismo informe, a pesar de los más de 300 crímenes cometidos y registrados desde 1996, el fiscal de aquel entonces, Luís Camilo Osorio, nunca abrió ningún tipo de investigación preliminar. (Contravía, 2005) 55 Un documento de la Defensoría del Pueblo con fecha de 2004 mostro que la masacre de esta comunidad ya estaba anunciada pues, según el mismo archivo, las autodefensas de Cordoba y Urabá ya habían fijado, con anterioridad, el exterminio completo de la Comunidad de Paz porque la consideraban un obstáculo para ejecutar las actividades de los paramilitares y el control territorial de la región. Asimismo, estableció que la amenaza iba dirigida directamente a los líderes, por considerarlos milicianos y auxiliadores de las FARC. A pesar de la información establecida en el documento, y la alarmante advertencia, pero sobre todo a pesar del conocimiento que el Estado tenía sobre el presunto exterminio de los líderes y familiares, ningún organismo intervino en la masacre del 21 de febrero de 2005. En el 2008, la fiscalía retomó el caso e intenta culpar a los actores principales y reunir las pruebas que alguna vez, según testigos y testimonios, estuvieron en las manos de algunos soldados del ejército. 2.2.5 Militares involucrados Reinaldo Antonio Ereisa, es un habitante y vocero de la comunidad de paz. El 18 de mayo de 2005, en un debate sobre la masacre de la comunidad de Paz San José Apartadó, en el recinto de la comisión segunda dijo: Interlocutábamos con la Brigada XVII, la alcaldía, la fiscalía y no había ninguna solución a nuestros problemas (…) todos los primeros viernes de cada mes teníamos reunión con la brigada, un día hablamos con ella, un viernes, y luego el sábado nos hacen la masacre de seis líderes. ¿Será seguridad democrática?, aquí no hay nada. La seguridad democrática no es seguridad democrática, es una actividad antidemocrática por querer poner un puesto de policía en Apartadó donde no está de acuerdo la población civil, ¿eso podemos llamarlo democracia? (Contravía, 2005) El plan de Seguridad Democrática impuesto por el presidente Álvaro Uribe Vélez desde el 2002, el cual propone una militarización de todos los territorios del país, 56 provocó un incremento de muertes de los habitantes de estas zonas neutrales, según los opositores del gobierno. No obstante, el presidente en 2005, junto con las fuerzas armadas, aseguró que su papel en estas comunidades o “Zonas Humanitarias de Refugio” fue el de proteger a la comunidad de los grupos insurgentes y a su vez, demostrar que dentro de estas zonas existen colaboradores de la guerrilla. Aunque al principio se señalo sólo a las FARC, luego varios testigos acusaron a miembros de la Brigada XVII, con sede en Carepa, población del Urabá antioqueño, la misma que Reinaldo Antonio Ereisa acuso ante el debate de la comisión segunda, de haber cometido el crimen de 8 campesinos en San José de Apartadó. Asimismo, en el recinto de la comisión el 18 de mayo de 2008, quedó claro que muchos hombres al mando del narcotraficante “Don Berna” y en conjunto con los paramilitares del Bloque Héroes de Tolová estarían implicados en la masacre. Como primera medida, en marzo de 2008 la fiscalía llamó a indagatoria a 15 uniformados, por su presunta participación en la masacre y colaboración directa con los paramilitares. Sin embargo, en febrero de 2007, las investigaciones previas de la fiscalía aclararon que eran 69 militares los que debían responder por la masacre de San José de Apartadó. Según la revista SEMANA el fiscal de la Unidad de Derechos Humanos y DIH aseguró la vinculación de “dos oficiales, nueves suboficiales y 58 soldados profesionales”, quienes deben responder en indagatoria. (SEMANA, 2007, 22 de febrero) No obstante, hasta hoy sólo 69 de 15 uniformados han sido capturados. En noviembre de 2007, fue capturado el capitán Gordillo Sánchez, miembro de la Brigada XVII del Ejército, acusado por ser el coautor de homicidio en persona protegida, concierto para delinquir y terrorismo. Fue el primer militar detenido por la masacre, a causa de las presiones ejercidas contra el estado colombiano por parte de las ONG internacionales, de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, y de la OEA. En mayo de 2008, Gordillo declaró ante la fiscalía y aceptó la participación de algunos miembros del ejército en la masacre de San José de Apartadó. En su declaración, señalo, 57 también, que la orden de auxiliar a los paramilitares venía de mandos superiores- un general, un coronel y un mayor- que hasta ahora no habían sido mencionados por la fiscalía. Asimismo, aseguró que a pesar de la participación directa de los miembros del Batallón XVII en la masacre, ninguno de los soldados disparó contra las víctimas. Según Gordillo, el paramilitar alias “44” fue quien asesino a los tres niños de la comunidad de paz, y el auxilio del ejército sólo consistió el vigilar la zona y prestar los equipos o armamentos necesarios a las autodefensas, para que el crimen se llevara a cabo con éxito. Al final, la decisión de éste oficial de declarar ante las autoridades competentes y convertirse en el único militar en aceptar los hechos que se le imputan a él y al ejercido, ha representado una victoria para el sistema judicial del país, y para el buen “nombre” de la institución militar. 2.3 Masacre de Trujillo Después de casi 20 años, Colombia reabre uno de los casos más perdurables con respecto a la impunidad, pero sobre todo uno de los más prolongados en el conflicto colombiano. Las investigaciones actuales a los miembros de la Fuerza Pública, narcotraficantes, y paramilitares dan esperanza a las víctimas de Trujillo sobre un caso que lleva estancado mas de 20 años en los archivos de la Fiscalía General de la Nación. Sin embargo, surgen preguntas inquietantes acerca de los mecanismos de interrogación que serán implementados a los altos mandos del ejército y la policía. A partir de este momento, se verá la prueba de la eficiencia de la justicia en Colombia. Es importante comprender como primer punto que la impunidad es un elemento universal, y protagónico en esta tragedia, la cual ha dejado en el olvido a aproximadamente 345 víctimas. Dicho caso comprendió una secuencia de homicidios selectivos, detenciones arbitrarias, masacres, desapariciones forzadas, y torturas ejecutadas por una alianza regional entre estructuras criminales de los narcotraficantes Diego Montoya, alias “Don Diego”, y Henry Loaiza, alias “El Alacrán”, en compañía de miembros de la Fuerza Pública. 58 La ejecución de testigos fue una estrategia implementada por los victimarios para garantizar la impunidad, así como también las “limpiezas sociales”, y la intimidación a los campesinos para apropiarse de las tierras. “Memoria Histórica” relata los hechos del caso Trujillo en su informe: Trujillo una tragedia que no cesa21, en donde recolectó testimonios de víctimas y testigos de la región y muestra el terrorífico modus operandi utilizado por los paramilitares en compañía de algunos miembros del ejército. Asimismo, logró descubrir que la idea de ejecutar homicidios selectivos y desapariciones forzadas, en zonas y períodos diferentes, tuvo como fin impedir que se conocieran los hechos, y al mismo tiempo que se interpretan como hechos aislados. Aunque el Estado aceptó su culpabilidad y ofreció reparar en algo a las víctimas, la ineficacia del aparato judicial hizo que desaparecieran pruebas y se entorpecieran las investigaciones. Si bien Ernesto Samper, presidente en la época, reconoció la responsabilidad del Estado por la acción u omisión de la Fuerza Pública y ofreció disculpas políticas, el caso aún está en “veremos” y en proceso de investigación. De la misma forma, la reparación que se contempló en la sentencia para construir las casas fracasó y “las obras quedaron en obra negra, porque los recursos se esfumaron en una mezcla de corrupción y desidia”. (SEMANA, 2008) Apenas en agosto de 2008, la Fiscalía General de la Nación confirmó la participación del coronel retirado Alirio Antonio Urueña, único militar detenido hasta ahora por los hechos ocurridos en Trujillo, lo que quiere decir que sólo después de más de 20 años de la masacre, empieza el juzgamiento y señalamiento puntual de los responsables. La única reparación que se ha hecho a la comunidad de Trujillo es la construcción simbólica del Parque Monumento, donde está la cripta del padre Tiberio Fernández, y donde las víctimas y sus familias recuerdan a sus seres queridos, lamentando la participación de la Fuerza Pública, supuestamente protectora principal de la vida y honra de los habitantes, especialmente en las regiones más vulnerables al conflicto. 21 Para conocer con detalles véase el Informe: “Trujillo una Tragedia que no cesa” en http://www.memoriahistorica-cnrr.org.co/images/content/trujillo_informe.pdf 59 Asimismo, en el informe especial de la Comisión de Investigación de los sucesos violentos de Trujillo, dice respecto al caso Trujillo que “la impunidad es la que brinda todas las garantías para que los crímenes sigan siendo cometidos, para que los victimarios puedan seguir actuando, y para que los responsables no sean castigados.” (Informe Final, 1995). En este sentido, es tiempo que el Estado se de cuenta que los crímenes que atentan contra los derechos humanos deben ser de una vez por todas cerrados con éxito, respetando a las víctimas, quienes sólo buscan justicia y reparación inmediata. 2.3.1 Un contexto construido por la pugna territorial Trujillo es considerada una zona estratégica, por su rica economía basada en la industria agrícola. Pero, además, es fuente de producción primordial para los grupos armados ilegales, quienes se han encargado de incrementar la violencia, y ejercer mecanismos de presión contra el Estado, utilizando métodos macabros contra los campesinos, especialmente, con el propósito principal de salvaguardar sus intereses económicos. No en vano, su ubicación geográfica hace de este municipio un punto estratégico, pues su cercanía al Cañón del Garrapatas22 o el “santuario coquero”, una de las zonas más violentas del Valle del Cauca, convierte a Trujillo en sitio clave para asegurar la salida de la coca por el Pacífico. El narcotráfico como eje central de la violencia en Colombia, tomó asiento en Trujillo, y gracias a su ubicación geográfica, los “capos” lograron circular su mercancía rápida y seguramente. Un articulo publicado23 en la revista SEMANA, aseguró que si “los narcos lograran “coronar” la salida al Mar, sería todavía más difícil detenerlos. A través de ejércitos irregulares controlan las rutas de escape y custodian laboratorios, y cultivos de coca asentados en el Cañón de Garrapatas”. (SEMANA, 11 de agosto2007) 22 Guerrilleros, paramilitares, y narcotraficantes utilizan al Cañón del Garrapatas como sitio estratégico para llevar a cabo sus actividades ilícitas. Es considerado el imperio cocalero dominado por criminales al servicio de “Don Diego”; con límites entre el Valle del Cauca y Chocó. 23 Corrupción hasta el tuétano, revista SEMANA.COM. Agosto 11 de 2007 60 La estratégica posición del municipio y de algunas de sus veredas, al parecer ofrecen condiciones de seguridad óptimas a los nuevos “propietarios”. La presencia de narcotraficantes era de conocimiento público, tanto para la población como para las autoridades, lo que hacia más fácil su circulación por el territorio. Adicionalmente, al problema del narcotráfico, se encontraban los proyectos expansivos y superpuestos del Ejército de Liberación Nacional (ELN), guerrilla atraída por los intereses políticos, económicos y estratégicos de la región, quienes vivían del secuestro, homicidios, y acciones de extorsión a propietarios y empresarios agrícolas. No obstante, el narcotráfico se convirtió, con el tiempo, en ficha importante para el ELN, lo que naturalmente contribuyó al clima de violencia que ya se vivía a causa del paramilitarismo. Este grupo subversivo amenaza y atemoriza a la población, e impone su presencia al campesinado, quien está obligado a favorecer su tránsito y permanencia. Por otro lado, según la Comisión Nacional de Juristas, Trujillo “comporta con frecuencia la financiación y conformación de grupos de justicia privada, pandillas de sicarios, autodefensas y grupos paramilitares, que se han transformado en uno de los más activos factores de violencia.”. (Informe Final, 1995, p. 2) No se puede hablar de Trujillo sólo como una región “gobernada” por narcotraficantes, sino también como un municipio que sufrió, asimismo, la violencia bipartidista de los años 50, y la cual fue auspiciada por las cooperativas campesinas, y un ascendente movimiento campesino, liderado por la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos. Los grupos políticos de izquierda y derecha en Trujillo impulsaron, del mismo modo, a una violencia política causada por los choques ideológicos. El Alcalde del Municipio, Álvaro García Trujillo, y el sacerdote Tiberio Fernández gozaban de ideologías izquierdistas, mientras que la Policía, y las Fuerzas Armadas en general, seguían las derechistas. Esto desde el principio, naturalmente, anunció una “guerra”, la cual según la investigación se trataba de una pugna política entre guerrilleros del ELN, y paramilitares, quienes estaban siendo apadrinados por la Fuerza Pública. Según el informe final de la Comisión de Investigación de los sucesos violentos de Trujillo, “el poder político lo ha tenido siempre el Partido Conservador, sin embargo, al parecer esta 61 filiación política es una fachada que tenía el Alcalde de Trujillo, y los demás dirigentes, para colaborar con la ideología izquierdista, del autodenominado Ejército de Liberación Nacional en la Región”. (Miembros del equipo de Memoria Histórica, 2008) 2.3.2 La masacre de Trujillo: un ejemplo de prolongación en el conflicto colombiano La masacre de Trujillo no fue una masacre cometida en un sólo día. Está conformada por una lista crímenes que alcanza alrededor de los 300. Adicionalmente, se trató de un proceso de acción sistemática que inició desde 1986; sin embargo, entre el 29 de marzo y el 23 de abril de 1990 se vivió el clima de horror más impactante protagonizado por los métodos de tortura más representativos del Cono Sur. El uso de motosierras para desmembrar aún vivas las víctimas, los hierros candentes introducidos en los cuerpos y la aplicación de sal en las heridas abiertas, fueron las formas de tormento, aparte de, la asfixia con chorros de agua, el martilleo de dedos , y el levantamiento de uñas. Estas técnicas siguen siendo parte de la violencia paramilitar “contemporánea en Colombia”. En 1989, el padre Tiberio Fernández, quien representó a las cooperativas campesinas, luchó contra la corrupción, y se encargó, asimismo, de defender a las clases subalternas, lideró una protesta en Trujillo contra las violaciones sistemáticas a los derechos humanos que se cometían a diario en esa región. La manifestación logró reunir a más de 3000 campesinos de Trujillo, quienes fueron después reprimidos por el ejército y la policía, por alterar el orden público en la región; algunos líderes agrarios de la zona fueron asesinados a bala, y otros huyeron del municipio a causa del terror impulsado por la Fuerza Pública. Hasta este punto, ya no se trataba de calmar las acciones de una manifestación, sino de una represión política y social entre campesinos, el ejército, policía y paramilitares, represión que se fue incrementando, y fortaleciendo con el tiempo. En 1990, a finales de marzo, se presentó una primera confrontación armada entre un grupo del ELN y una patrulla del Ejército Nacional de Colombia, en donde murieron 7 miembros del ejército. Desde entonces empezaron a producirse allanamientos de 62 carácter ilegal, y detenciones arbitrarias a los campesinos de la vereda la Sonora, y en las casas de algunos trabajadores y miembros de las cooperativas del casco urbano de Trujillo. Los paramilitares y un grupo del ejército se encargaron de detener y desaparecer a los campesinos, por creer que poseían alianzas o algún tipo de acercamiento con el ELN. A partir de ese momento, señala el expediente, la alianza criminal que existía en la región se fortaleció. No obstante, la Procuraduría General de la Nación, después de recolectar varios testimonios de los familiares de las víctimas, entre ellas la declaración de Luz Dary Arias Prado, hermana de uno de los desaparecidos, pudo ratificar que los desaparecidos y asesinados tenían vínculos directos ó indirectos con las guerrillas (M-19 y ELN). (Informe Final, 1995, p. 69) Por otro lado, las variantes del paramilitarismo se fundaron en Trujillo con más preponderancia después de que los miembros del ejército de la región, y los paramilitares se aliaron para “combatir” la guerrilla, a quienes veían como una amenaza social, política y económica. El pacto “firmado”, los llevó a organizar crímenes contra la población, especialmente contra los campesinos, a quienes, también, veían como aliados e informantes de la guerrilla. Las acciones criminales efectuadas, en especial en 1990, fueron denominadas, más tarde: “limpiezas sociales”, “limpiezas políticas”, y “limpiezas institucionales”. 2.3.3 Los protagonistas: alianza de narcotraficantes y paramilitares El municipio de Trujillo está comprendido por la jurisdicción del “Batallón Palacé”, el cual tiene su sede en Buga, y hace parte de la III Brigada del Ejército colombiano. Su presencia y control militar en la zona es crucial, y estratégico, ya que se encuentra ubicado en una de las zonas más violentas del país. La Policía Nacional, por su lado, tiene jurisdicción en la zona a través de la Estación de Policía de Trujillo, adscrita al Tercer Distrito de Policía con sede en Tulúa, dependiente del Comando del Departamento de Policía del Valle del Cauca. 63 Después del dominio innegable del paramilitarismo, en el municipio de Trujillo se logró demostrar una vinculación directa del mayor Urueña con el narcoparamilitar Diego Montoya, alias “Don Diego”, extraditado a Estados Unidos en diciembre del 2008. La decisión de su traslado alivió al gobierno norteamericano, luego de considerarlo uno de los 10 hombres más buscados por el FBI al lado de Osama Ben Laden. Antes de que el gobierno tomara la decisión, la Procuraduría esperaba que Montoya concluyera con su primera confesión a la justicia, especialmente por el caso Trujillo, sin embargo el Estado hizo caso omiso a la recomendación de las organizaciones internacionales y nacionales, y extraditó inesperadamente a éste testigo clave. Asimismo, Henry Loaiza, alias “El Alacrán”, paramilitar actualmente capturado, participó en la masacre de Trujillo, y se le acusa de haber cometido más de 26 crímenes entre 1990 y 1991, relacionados con esta matanza. Según el periódico El Tiempo, la fiscalía logró comprobar que “miembros del Ejército pertenecientes al Batallón Palacé de la ciudad de Buga llevaban a cabo ejecuciones extrajudiciales y arbitrarias de personas presunta o verdaderamente vinculadas a la guerrilla. Para esos planes contaban con el apoyo de grupos paramilitares patrocinados por los capos del norte del Valle”. (El Tiempo, 2 de octubre 2008) Con los militares a su servicio, “Don Diego” logró construir una verdadera autopista en la montaña, lo cual le permitió embarcar la droga rápida y ágilmente. Según Daniel Arcila, otro de los testigos claves en el caso Trujillo, las personas retenidas fueron llevadas a la finca de Diego Montoya, donde fueron interrogados sobre las acciones de la guerrilla. Según la Comisión de Investigación de los sucesos violentos de Trujillo, el mayor Urueña Jaramillo fue quien requisó y pidió los documentos de identidad, y pertenencias a los rehenes, y quien además vendó los ojos, cubrió las cabezas con costales de las víctimas y presenció las macabras indagatorias, no obstante, niega los hechos que se le imputan, razón por las cual es condenado por la fiscalía por hacer caso omiso de los hechos y participar en la masacre, cuando debería ser propiciador de los derechos humanos y honra de los habitantes. (Informe Final. Comisión de Investigación de los sucesos violentos de Trujillo, 1995) 64 El propósito de alias “Don Diego” era vengarse de una extorsión del ELN, asesinando a 100 personas de la población de Trujillo. Los cadáveres de esta masacre fueron arrojados al río Cauca, convirtiéndose éste en el cementerio más grande del Valles del Causa. A pesar de la evidencia opresora contra los campesinos, Urueña nunca fue condenado por su rol en Trujillo, sin embargo según el informe final del caso Trujillo su despido del Ejército fue criticado por los altos mandos militares, por considerar su salida injusta por la falta de pruebas. La revista SEMANA señaló que el despido significó “un alto costo político para Samper, quien luego no mostró mayor interés en presionar para que persiguieran a los perpetradores-especialmente Urueña, pero también esos que la Embajada de Estados Unidos dijo que habían encubierto y pervertido las investigaciones iniciales, incluyendo al general Bonett, quien había servido como el juez militar de primera instancia en el caso, y quien defendió siempre las acciones de Urueña”. (Michael Evans, 2008) A pesar de las denunciar de los habitantes y testigos, el mayor Urueña fue ascendido a coronel durante el periodo de Ernesto Samper, y hoy después de más de 20 años investigado por la justicia ordinaria, y juzgado por el delito de homicidio con fines terroristas. Del mismo modo, todos los oficiales del ejército acusados y detenidos por la masacre de Trujillo, fueron retirados de la Fuerza Pública, y capturados por la Fiscalía para rendir indagatoria sobre las masacres sistemáticas ocurridas desde 1986, y finalizadas a comienzos de los años 90. La lista de militares aumenta; entre los culpables se encuentra el Coronel Wilfredo Ruiz, quien se entregó ante las autoridades, y es investigado por la Fiscalía por homicidio agravado, concierto para delinquir y secuestro, delitos que cometió en 1990 cuanto era teniente. El sargento retirado del Ejército Nacional Gerardo Silva Rojas, y quien además se desempeñaba como taxista en la actualidad, fue capturado por tener una presunta responsabilidad en la masacre en los delitos de homicidio agravado y desaparición forzada entre 1989 y 1993. 65 Cada día se añaden más miembros del ejército y la policía a la lista de culpables de una de las masacres más infames, y prolongadas de la historia de Colombia. El informe titulado: “Trujillo: una tragedia que no cesa”, afirma con responsabilidad una realidad oscura que jamás se quiso aceptar. La impunidad prevaleció por tantos años, no sólo por la irresponsabilidad judicial del Estado, sino también, como lo indica el informe, por “la sociedad, por los silencios, y los olvidos que prosperaron en torno a la masacre; por haberse negado a aceptar lo que parecía inenarrable, inaceptable o imposible, pero que en verdad era muy real”. (Miembros del equipo de Memoria Histórica, 2008) 2.4 Masacre Mapiripán Entre el 12, 13, y 14 de julio de 1997, aproximadamente 200 paramilitares lograron invadir, con ayuda de algunos miembros de la Fuerza Pública, el Municipio de Mapiripán, donde masacraron alrededor de 49 personas por querer conquistar un territorio cocalero que estaba bajo el yugo de la guerrilla. Mapiripán, en la época de los hechos, era una región productora de coca y amapola, así como también poseedora de tierras fértiles para la ganadería y agricultura, razón por la cual era para los paramilitares una zona estratégica, y fuente importante de producción económica. Adicionalmente a esto, el abandono del Estado propició una entrada aún mayor de las autodefensas en el municipio. Y aunque la fuerte presencia de la guerrilla, las FARC, en la región obligó al Estado a instalar guarniciones militares y bases antinarcóticos de la Policía Nacional, los paramilitares al mando de Salvatore Mancuso y Carlos Castaño Gil, entraron al corregimiento sin ser requisados y como si se tratase de su territorio. La incursión de los paramilitares en Mapiripán fue un acto minuciosamente planeado por este grupo armado ilegal desde varios meses antes de la masacre, y ejecutado, además, con una logística brindada por la Brigada Móvil II del Ejército, la cual omitió desde el principio su relación con las autodefensas (AUC). La participación de los agentes del Estado no se limitó sólo a facilitar el ingreso de las AUC a la región, sino 66 también sabían con detalles el modus operandi que los paramilitares utilizarían contra la población civil. Conociendo los hechos, el Ejército no adoptó ninguna medida de seguridad para proteger a los miembros de la comunidad de Mapiripán. 2.4.1 Un vergonzoso hecho para Colombia El municipio de Mapiripán se encuentra a 530km de distancia de la ciudad de Villavicencio, en el departamento del Meta. Para llegar al municipio se requieren aproximadamente nueve horas desde Villavicencio, un día y medio desde San José, y media hora por vía aérea desde cualquiera de los dos últimos lugares. Las distancias indican que se trató de una estrategia bien planeada que hubiera sido imposible de realizarse sin la ayuda del Ejército. Además, si se tiene en cuenta que se trataba de una zona de alto entrenamiento militar, donde tropas norteamericanas también recibían instrucción militar. El municipio de Mapiripán se encontraba bajo la jurisdicción del Batallón “Joaquín París” de San José del Guaviare, el cual estaba adscrito a la VII Brigada del Ejército Nacional, al mando del General Jaime Humberto Uscátegui, con sede en Villavicencio. Por otro lado, la Brigada Móvil II del Ejército, al mando del teniente coronel Lino Sánchez, adscrita al Comando de Operación Especiales, era la tropa encargada de supervisar y monitorear Mapiripán. La infantería Marina se encontraba ubicada en “El Barrancón”, cerca de los municipios de Charras y Mapiripán, en donde los paramilitares también circularon sin ningún tipo de restricción. El Ejército y la Policía Antinarcóticos estaban obligados a controlar toda la zona desde el aeropuerto de San José del Guaviare, y el Batallón “Joaquín París”, asimismo, estaba a cargo de la seguridad del aeropuerto. 67 Sin embargo, el 12 de julio de 1997 miembros de las AUC aterrizaron en el aeropuerto de San José de Guaviare, en vuelos irregulares procedentes de los municipios de Necloclí24 y Apartadó, en donde fueron recogidos por miembros del Ejército. Según investigaciones realizadas por la Fiscalía General de la Nación, el Ejército permitió el aterrizaje de los aviones que transportaban a los paramilitares sin realizar ningún tipo de requisa o anotación. Allí, los esperaban dos camiones “tipo reo” del Ejército, los cuales fueron autorizados para acceder a la pista gracias a una llamada realizada por un miembro identificado como oficial del Batallón “Joaquín París”. La teoría sobre la infiltración del Ejército en esta operación jaque paramilitar estaba cada vez más cerca de confirmarse. En la carretera, se reúnen con paramilitares del Casanare y Meta, para por vía fluvial acceder al corregimiento. Hay que destacar, que desde San José del Guaviare hasta Mapiripán, los paramilitares transitaron en una zona de alto entrenamiento militar y patrullaje de agentes del Estado, sin ningún inconveniente para llegar a su destino. El 14 de julio las AUC llegaron a la urbe de Charras, donde se reunieron con la población y lanzaron amenazas a quienes auxiliaran y pagaran impuestos a las FARC. En la madrugada del 15 de julio, cerca de 200 paramilitares con armamento y uniformes privativos del Ejército rodearon Mapiripán, para asesinar, masacrar y secuestrar al azar a la población civil del municipio.25 Como consecuencia de la masacre, después de 11 años, el cuerpo de investigación de la Fiscalía no ha podido determinar con exactitud las causas de las muertes, ni tampoco conocer el número total de muertos, debido a las condiciones deplorables en que quedaron algunos de los cadáveres, los cuales fueron mutilados y arrojados al río Guaviare. La dificultad en la recolección de pruebas se explica por el retraso, de casi ocho días, de la Fuerza Pública al municipio de Mapiripán, cuando la operación paramilitar ya había ocurrido, y los medios de comunicación invadido la zona. Entre el 14 y 22 de julio de 1997, las autodefensas se deshicieron de los cuerpos, y limpiaron la zona para tratar de borrar la evidencia que los culpaba de lo ocurrido, ya que pretendían que la 24 25 Necloclí es un municipio en Urabá, Antioquia. Véase documental de la Masacre de Mapiripán del programa Contra Vía. Morris Producciones. 68 masacre fuera adjudicada a la guerrilla, razón por la cual revolvieron las casas buscando libros, papeles o cualquier elemento que involucrara de cualquier modo a la guerrilla. Con esto, casi la totalidad de las pruebas fueron destruidas, dificultando la labor de los investigadores encargados. (El Tiempo, 2007, 29 de noviembre) Desde ese momento, las sospechas sobre la participación de las Fuerzas Armadas en la masacre se hacen más evidentes y claras, si se tiene en cuenta, al mismo tiempo, que el ejército nunca llegó al lugar de los hechos después de concluida la masacre. Por eso, las preguntas que comienzan a surgir son: Si supuestamente se trata de una región estratégicamente militarizada, ¿cómo, entonces, el ejército no se dio cuenta de que algo extraño estaba sucediendo? Si los medios de comunicación llegaron primero que la Fuerza Pública al lugar de los hechos, ¿cómo hicieron éstos para enterarse de lo ocurrido en Mapiripán? Como consecuencia a este vergonzoso episodio, la Corte Interamericana de Derechos Humanos se vio obligada, ocho años después, a declarar culpable al Estado por lo ocurrido entre el 12 y 14 de julio de 1997 en Mapiripán. 2.4.2 Debilidad Estatal e incursión armada En nuestro país la muerte corre más rápido que la estadística. Fernando Vallejo. El departamento del Meta, ha sufrido un proceso de colonización debido a la necesidad de las víctimas del conflicto de emigrar constantemente de sus territorios, por temor a ser asesinadas o maltratadas por los actores del conflicto armado. Debe agregarse, que la colonización no contó con la presencia del Estado, “por lo que a lo largo y ancho del departamento ha imperado siempre la ley del más fuerte”. (Abogados Demócratas, ASCODAS; Justicia y Paz; ILSA, 1997, p.5) Los grupos insurgentes, encontraron en el Meta un lugar para desarrollar sus actividades ilícitas, como el narcotráfico, el cual contribuyó en parte con la subsistencia de colonos, 69 generando, asimismo, la aparición de ejércitos privados en coalición con el Estado para la protección y defensa de los intereses económicos.26 Asimismo, en el departamento del Meta se radicaron actores políticos de gran influencia como los miembros del UP27, que por su gran poderío fueron víctimas del conflicto armado y del modus operandi utilizado por los paramilitares para causar terror en las poblaciones más vulnerables. En este orden de ideas, los dramáticos hechos ocurridos en Mapiripán permiten comprender la efervescencia del conflicto en la década del noventa. Según el Comité Cívico de Derechos Humanos del Meta, el auge del UP y su inminente genocidio, así como la poderosa estructura económica del narcotráfico, junto con la estrategia paramilitar del Estado, donde se percibe impunidad y corrupción, explican el terror fomentado por los grupos ilegales contra la población civil, donde el departamento del Meta y sus municipios aledaños han estado inmersos a vivir. En la época de la masacre operaban cuatro frentes de las FARC (frente 7, 39, 44 y 16) en el Meta, cuya base económica la extraían de los recursos de la población. Mientras que las autodefensas preferían hacer presencia en las haciendas y fincas ganaderas o de narcotraficantes, donde recibían, además, entrenamiento político y militar por oficiales israelíes.28 El Bloque Centauro de las AU, al mando de Carlos Castaño y Miguel Arroyave, quien más tarde se convirtió en el principal traficante de insumos químicos para el procesamiento de cocaína, alcanzó su máxima expansión territorial en el Meta después de la masacre de Mapiripán. En 1997 Carlos Castaño Gil ordenó a todas sus organizaciones paramilitares quitarle el negocio de la coca a las FARC. Por lo tanto, para anunciar su poder y conquista de territorios ejecutó la masacre de Mapiripán. El grupo que se incursionó en el municipio y produjo la muerte de varios civiles de la población quedó al mando de Miguel Arroyave, a quien le fue entregada la “franquicia” del Bloque Centauros, y quien a 26 Para mayor información véase “Dinámicas y tendencias de las negociaciones con los paramilitares en los departamentos del Meta y Casanare”, de José Jairo González. 27 La Unión Patriótica (UP) fue fundada en 1985 como propuesta política “legal” de algunos actores sociales. Se trató de un proceso de paz que propició la guerrilla de las FARC con el gobierno de Belisario Betancur. Sin embargo, grupos paramilitares iniciaron el asesinato sistemático de los miembros de la UP por considerarlos brazo político de las FARC. 28 Para mayo información véase “Testimonio de un sicario protegido y pagado por un capo de las esmeraldas”, de José Jairo González. 70 partir de ese momento inició la expansión de las autodefensas por todos los llanos con el propósito de recuperar el control mediante el terror y la guerra sucia. La fuerte presencia de los grupos subversivos nunca permitió al campesinado acumular suficiente capital para su manutención y sostenimiento. Por masacres como la de Mapiripán, líderes políticos, administradores locales, Ejército y Policía han permitido y garantizado La concentración del poder económico, político y social, cuya manifestación endémica coexiste con la ausencia de inversión social del Estado, la carencia de una red vial pública, el exterminio de la cultura indígena, la falta de servicios públicos esenciales, los cultivos ilícitos, y en general la ausencia de la justicia, que obliga a la resolución de los conflictos vía al ejercicio de la fuerza, resquebrajando en toda forma el Estado de Derecho y sus fundamentos legitimantes. (Abogados Demócratas, ASCODAS; Justicia y Paz; ILSA, 1997, p.17) 2.4.3 Polémica por la condena: ¿Justicia Penal Militar ó Justicia Ordinaria? La Justicia Penal Militar empezó a averiguar sobre lo sucedido en el municipio de Mapiripán y encontró, en primera instancia, que el Brigadier General Jaime Humberto Uscátegui, comandante de la Brigada VII, y el Teniente Coronel Hernán Orozco Castro, fueron ineficientes en cumplir sus funciones administrativas y militares, las cuales los obligaban a reportar y anotar la anomalía en Mapiripán. Por tal razón, fueron condenados por la jurisdicción militar por “deshonrar a su ejército”, y por falsedad en documento público. El Tribunal Superior Militar condenó al general Uscátegui a 40 meses de prisión y al coronel Orozco a 38 meses. Sin embargo, el 5 de junio de 2001 el Tribunal Superior Militar de las Fuerza Militares de Colombia aceptó la petición de libertad condicional interpuesta por el general Uscátegui, reduciendo su condena de 40 meses a 24 meses, por buena conducta. No obstante, la Unidad de Derechos Humanos y de Derecho Internacional Humanitario decidió revocar las investigaciones adelantas y ejecutadas por la Justicia Penal Militar, 71 regresando el caso a la jurisdicción ordinaria. Para la parte civil, era claro que la actuación de los oficiales era un delito que debía ser procesado con rigidez por la Fiscalía General de la Nación. Pero, en 1999 cuando la parte civil tuvo el caso en sus manos, decidió no tomar medida de aseguramiento contra el TC (r) Orozco, porque consideró su testimonio creíble que lo absolvía de prisión y de cualquier delito cobijado por la justicia ordinaria. Por el contrario, para la Unidad Nacional de Derechos Humanos de la Fiscalía General de la Nación, el BG (r) Uscátegui fue culpable, por lo que impuso medida de aseguramiento contra el oficial por delitos de homicidio, secuestro y falsedad ideológica en documento público. Así, en 1999 el Comandante del Ejército, -y juez militar de instancia- pidió ante la Unidad Nacional de Derechos Humanos de la Fiscalía General de la Nación una colisión de competencias positiva con el fin de que el caso Mapiripán pasara a la jurisdicción militar, considerando que los hechos imputados a “los suboficiales José Millar Ureña Díaz y Juan Carlos Gamarra Polo y a los oficiales Brigadier General Jaime Humberto Uscátegui, al Coronel Lino Hernando Sánchez Prado, comandante de la Brigada Móvil II, y al Teniente Coronel Hernán Orozco Castro, comandante interno del Batallón “Joaquín Paris”, debían ser investigados y juzgados por la Justicia Penal Militar”. (Huertas D. Omar. et al. 2005, p.482) Los argumentos de la parte militar se basaron en la esencia del Fuero Militar, el cual dice que toda función “omitida por un militar ha de tener relación directa y próxima con el servicio”. (Huertas D. Omar. et al. 2005, p.482) Fuero que podía aplicarse a los culpables, por consideración de la Justicia Penal Militar, por haber cometido según ésta un delito en servicio activo y relacionado con este. Aunque la Unidad de Derechos Humanos de la Fiscalía, se rehusó a aceptar las razones expuestas por el Juez Penal Militar, el Consejo Superior de la Judicatura decidió dejar el caso del BG (r) Uscátegui y el TC (r) Orozco en manos de la jurisdicción penal militar, entregando a la justicia ordinaria el caso del Coronel Lino Hernando Sánchez, los Sargentos Juan Carlos Gamarra Polo, -quien ejercía sus funciones militares en la base de San José del Guaviare-, y José Millar Ureña Díaz - oficial de la base militar en el aeropuerto de San José del Guaviare-, por considerarlos patrocinadores de las 72 autodefensas, y en su función como agentes del Estado, y con conocimiento previo de lo que iba a suceder en la región, permitieron que la agrupación armada al margen de la ley, entrara a la región a matar, secuestrar, aterrorizar a la población e implantar su ley, y “sólo cuando este hubo culminado su mortal labor apareció la Fuerza Pública en cabeza del TC Lino Sánchez”. (Huertas D. Omar. et al. 2005, p.483) La razón por la cual, la Fiscalía decidió dejar en sus manos los casos de los sargentos y del TC, fue porque comprobó que estos oficiales habían actuado como particulares, desatando de este modo el vínculo con la función propia militar, por lo cual su investigación y condena hacían parte de la justicia ordinaria. Sólo hasta el 2000, la Fiscalía Delegada ante el Tribunal Superior del Distrito Judicial, confirmó la participación directa del TC Lino Sánchez en la masacre de Mapiripán, y lo condenó a 40 años de prisión. Por otro lado, Uscátegui, Comandante de la Brigada del Ejército, fue juzgado primero por la Justicia Penal Militar por decisión del Consejo Superior de la Judicatura, y después por la justicia ordinaria, la cual consideró, después, que el caso debía estar en sus manos por tratarse de un hecho que atentó con la vida y honra de seres humanos. El Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo y el Centro por la Justicia y el Derecho Internacional, por su parte, presentaron una denuncia ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en la cual mostraban su desacuerdo por dejar el caso en manos de la Justicia Penal Militar, por tratarse de una delito que atento contra los derechos humanos, y por lo tanto debía ser juzgado rígidamente, sin importar los rangos militares, por la justicia ordinaria para evitar la impunidad perpetuada, y quitar a los culpables el beneficio que su Fuero Militar les brinda. La denuncia ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos fue uno de los factores principales para que la Justicia Ordinaria se hiciera cargo del juzgamiento de los militares implicados. Primero, llamaron al Teniente Coronel Orozco Castro, quien declaró ante la Fiscalía General de la Nación y aseguró que cuando fue necesario el envió de las Fuerzas Militares a Mapiripán, éstas estaban separadas en otras localidades como Puerto Concordia, el Retorno y Calamar. A su vez, afirmó que el día de los hechos “dispuso la movilización de las últimas compañías del Batallón Joaquín París hacia Calamar, a pesar de que no existía confirmación sobre incidentes de perturbación 73 del orden público en este lugar”. (Corte Interamericana de Derechos Humanos, 2005, 15 de septiembre) Diez años después de la masacre el juez noveno especializado en el caso de Mapiripán encontró culpable al coronel retirado Hernán Orozco por el delito de homicidio, y lo condenó a 40 años de prisión por la Justicia Ordinaria. El General (r) Uscátegui durante su proceso judicial con la Justicia Penal Militar en 2001, fue encontrado culpable por omisión de sus responsabilidades, alegando que Mapiripán no estaba en su jurisdicción. No obstante en 2003 la Unidad de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario de la Fiscalía lo llamó de nuevo a juicio. En el momento en que se le iba a dictar sentencia, el general decidió hablar; no permitió que el resto de involucrados lo dejaran sólo con la responsabilidad de la masacre. "Si el alto mando militar no me ayuda, sacaré a relucir pruebas que no dejan duda sobre la cercanía del Ejército con las autodefensas", sostuvo el oficial en una conversación privada divulgada por la revista SEMANA. (SEMANA, 2005, 6 de febrero) Los nexos de la Fuerza Pública con los paramilitares eran evidentes, así como también la participación de altos mandos en la masacre. Las declaraciones del general Uscátegui, y el ex paramilitar Salvatore Mancuso lograron confirmar que los hechos ocurridos en la masacre de Mapiripán fueron plenamente planeados por una operación conjunta entre militares y paramilitares, por el afán de acabar con todo aquel que dificultara su labor: las FARC. De la misma manera, el conflicto de competencias entre la Justicia Penal Militar, y su afán de proteger a sus miembros sin importar las acusaciones verídicas que comprobaban el delito contra los derechos humanos por parte de agentes del Estado, sumado a la ineficiencia de la Justicia Penal Ordinaria, entorpeció los procesos de investigación, logrando retrasar el caso Mapiripán y prolongando paralelamente la impunidad en Colombia. 74 2.4.4 Agentes del Estado: ¿jugando a ser victimarios? El 15 de julio de 1997, el general Uscátegui fue informado por teléfono de los hechos, así como también el 16 del mismo mes, por escrito, mediante un oficio realizado por el mayor Hernán Orozco Castro, a quien el general había pedido que desvirtuara y alterara la información de lo sucedido para eludir su responsabilidad en el crimen. Las organizaciones no gubernamentales, en labor conjunta con las víctimas, culpan al coronel Lino Sánchez Prado, comandante de la Brigada Móvil Nº 2, al general Uscátegui, comandante de la VII Brigada y al coronel Ávila Beltrán, comandante del Batallón Joaquín París. Sin embargo, la lista de militares es amplia, si se tiene en cuenta que durante la masacre la población fue arrinconada sin forma alguna de pedir auxilio o denunciar lo que estaba pasando. Los principales actores militares implicados en el caso de Mapiripán contribuyeron de manera notoria a otorgar a las autodefensas elementos bélicos de uso privativo del Ejército, brindándoles también fácil acceso a la zona en carros, aviones y lanchas. En 2007 el juez noveno especializado de Bogotá absolvió al general y comandante de la Brigada VII, Jaime Humberto Uscátegui, por homicidio agravado, secuestro y omisión de denuncia. Sin embargo le otorgó 41 meses de prisión por falsedad en documento, pena que ya había cumplido desde 1999 cuando lo capturaron. Para las víctimas, la decisión de la justicia ordinaria fue irracional. Según Eduardo Carreño, defensor de 11 familias de las víctimas y vicepresidente del Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo, “el General debió aportar esas pruebas desde el inicio de la investigación y no haber permitido que pasaran tantos años. Ahora que se siente sólo y abandonado por aquellos que un día lo obligaron a callar, según sus afirmaciones, decidió hablar”. (Corte Interamericana de Derechos Humanos, 2005, 15 de septiembre) Durante el proceso de apelación por la libertad del general Uscátegui, se descubrieron más nombres de militares implicados: los suboficiales retirados José Miller Ureña Díaz 75 y Juan Carlos Gamarra Polo, quienes fueron condenados a 40 años de prisión por la justicia ordinaria. A su vez, el Teniente Coronel Hernán Orozco Castro fue encontrado culpable en el mismo juicio del General Uscátegui y condenado a 40 años de prisión, pero hasta la fecha se encuentra prófugo de la justicia. Otra pieza clave en la investigación y señalada por el desmovilizado Mancuso, fue el coronel retirado Lino Sánchez Pardo, quien sólo hasta febrero de 2000 fue vinculado al caso por omisión, hallado culpable, y acusado a 40 años de prisión por el Tribunal Superior de Bogotá. Sin embargo, mientras cumplía la pena, falleció. La lista de militares sigue creciendo: en octubre de 2006, un juzgado de Villavicencio condenó al suboficial retirado del Ejército, Leonardo Montoya Rubiano, a Francisco Enrique Gómez Vergaño y Arnoldo Vergara Trespalacios, por su participación en dicha masacre. Los tres fueron procesados por delito de homicidio agravado y secuestro extorsivo agravado. El General Uscátegui mencionó, también, al Coronel Rito Alejo del Río como uno de los autores principales, pero su miedo a perder la vida lo llevó a no hacer más acusaciones para evitar las retaliaciones de Salvatore Mancuso: “Prefiero que mis hijos tengan un padre preso y no un padre en una tumba". (¿Por qué lloró el General?, 2006) El actual desmovilizado, Mancuso, señaló al Coronel Lino Hernando Sánchez Prado y a un tal “coronel Plazas”29, de ser uno de los principales autores de la masacre. Las investigaciones hallaron que el “Plazas” nombrado por Mancuso era teniente coronel que en 1997 se desempeñaba como jefe de inteligencia de la Brigada XVII del Ejército, con sede en Urabá, y quien dependía directamente del controvertido general Rito Alejo del Río. La justicia ordinaria hizo caso omiso a esta acusación, y excluyó por completo de la investigación al general Rito Alejo del Río, y sólo hasta el 4 de septiembre de 2008, la Fiscalía dictó orden de captura contra el general retirado, para rendir indagatoria por su 29 El coronel Plazas, cuya identidad era desconocida, mencionado por el paramilitar, Mancuso, se prestó para confusión con el coronel Alfonso Plazas, quien esta siendo procesado actualmente por las desapariciones forzadas de civiles en el Palacio de Justicia en 1985. 76 presunta responsabilidad en hechos punibles ocurridos en febrero de 1997, durante la “operación Génesis”. A su vez, la indagatoria por el delito de homicidio en calidad de coautor, se realizará ante un fiscal de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario, quien lo investigará por los presuntos nexos con los paramilitares. La captura contra el general Rito Alejo del Río, se produjo luego de que la Procuraduría pidiera a la Corte Suprema de Justicia reabrir un proceso contra el oficial, archivado hace cuatro años por la fiscalía, al aparecer nuevos testimonios en su contra por los ex líderes paramilitares Ever Velosa (alias 'H.H.') y Salvatore Mancuso, en los que señalaron a Del Río “como colaborador en sus actividades ilícitas”. El general Rito Alejo del Río fue detenido, después de 11 años, su estado jurídico esta aún por definir, por lo que las investigación en su contra siguen en proceso. La demanda establecida por el Centro por la Justicia y el Derecho Internacional, (CEJIL), y el Colectivo de Abogados “José Alvear Restrepo”, fue ganada, obligando al gobierno colombiano a responder e indemnizar a las familias de las víctimas por la masacre de Mapiripán, ocurrida hace 12 años. 77 3. LA IMPUNIDAD EN LA JUSTICIA PENAL MILITAR Diferentes organizaciones no gubernamentales han liderado en Colombia la denuncia de las violaciones de los derechos humanos por parte de la Fuerza Pública, con el propósito de hacer justicia, hallar la verdad sobre los casos del pasado y del presente, y además, para garantizar más transparencia en el interior y funcionamiento de la Justicia Penal Militar. Sin embargo, los casos que permanecen en la Justicia Penal Militar no son asumidos, la mayoría de las veces, con imparcialidad y neutralidad. El sistema castrense muchas veces no garantiza el acceso a la justicia de forma rápida y sencilla, ejecutándose las sentencias no a favor de las víctimas, sino a favor de los victimarios. Aunque los miembros de la Fuerza Pública, aseguran que todas las investigaciones en materia de Derechos Humanos, quedan en manos de la justicia ordinaria y no en la militar, en muchos casos como lo fue en las masacres de La Rochela y Mapiripán, la Justicia Penal Militar fue la encargada de sentenciar a sus miembros, porque el Fuero Militar cobija los delitos cometidos en “relación con el servicio”, lo que quiere decir que “todo acto de un militar mientras esté vinculado a las Fuerzas Militares activamente es un acto de servicio, lo que implica que los delitos cometidos por militares durante la permanencia activa en la correspondiente arma están relacionados con el servicio”. (Tribunal Permanente de los Pueblos, 1989, p.321) Por lo tanto, aunque se trate de Crímenes de Lesa Humanidad, los miembros de la Fuerza Pública eran condenados por la justicia castrense, porque según su Fuero Militar los militares en servicio activo, están prestando permanentemente su servicio militar sin importar las condiciones en que se ejecutó el delito. Por eso, se dice que al pasar los casos a la Justicia Penal Militar, ésta se encarga de garantizar la impunidad, porque de cierta forma está protegiendo a sus miembros, imponiéndoles penas más blandas y menos rígidas sobre quienes incurrieron ya sea directa o indirectamente en el asesinato de civiles ajenos al conflicto. Adicionalmente a esto, hay que señalar que hasta el Estado se ha hecho cómplice de actos criminales, al permitir que los militares, sean 78 juzgados por sus iguales, cuando la justicia ordinaria debería ser la única encargada de juzgar casos que estén relacionados con los Crímenes de Lesa Humanidad. Es así como la Justicia Penal Militar se defiende al decir que si la jurisdicción militar no puede juzgar a civiles, tampoco la jurisdicción ordinaria debería poder juzgar a militares en servicio activo por delitos cometidos en relación con el mismo. (Salazar, 1993, p. 181) Si los militares gozan de un privilegio, como es su Fuero Militar, que los hace inmunes a ser juzgados por la justicia ordinaria cuando éstos cometan delitos que atenten contra los derechos humanos, como sucedió en las masacres de Mapiripán, La Rochela, San José de Apartadó y Trujillo, entonces ¿por qué no eliminar el Fuero Militar y así acabar con la impunidad, silenciosa, desatada a partir de la Justicia Penal Militar? Aquí inicia el debate sobre la justicia castrense como patrocinadora de la impunidad, cuando debería tratarse de una institución reguladora de justicia y protectora de los derechos humanos de los habitantes. El Estado, aunque no quiera aceptarlo, no puede negar que el comportamiento de la Justicia Penal Militar ha sido desigual y ambiguo, y sus investigaciones no se han desarrollado con diligencia e imparcialidad. Y a pesar de las reformas que se le han hecho, aún no tiene la legitimidad suficiente en el público. 3.1 Análisis del Fuero Militar y su evolución Desde la Constitución de 1886 el Fuero Militar cobijaba “los delitos cometidos por militares en servicio activo y en relación con el mismo”. (Art. 170) Sin embargo, desde entonces ha sufrido varias modificaciones, al igual que han regido varios Códigos de Justicia Penal Militar, que han ido desarrollando este privilegio judicial, y en la mayoría de los casos lo ha ido extendiendo a situaciones no previstas por la Constitución. Observemos rápidamente las veces que ha sido modificado el Código Militar: 1) bajo el gobierno de Enrique Olaya Herrera se expidió el Código de Justicia Militar, y 2) a raíz del fallido golpe de Estado encabezado por el coronel Diógenes Gil, el 10 de julio de 1944, contra el presidente López Pumarejo, se expidió de nuevo un Código Penal 79 Militar, el cual cobijaba las rebeliones de tipo militar no previstas en el anterior estatuto. 3) Este último Código se expidió mediante decreto de Estado de Sitio, y fue extendido de forma permanente durante todo el año (1945). 4) Después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán se expidió otro Código Militar en 1950, y 5) con la toma del poder del General Gustavo Rojas Pinilla se modificó “la Jurisdicción Penal Militar, sustrayéndole a la Corte Suprema de Justicia la competencia para conocer de los recursos de casación y revisión y, creando una Corte Militar para el conocimiento de estos recursos (decreto No. 2311, septiembre 4 de 1953)”. (Tribunal Permanente de los Pueblos, 1989, p.311) 6) Una vez derrocado Rojas Pinilla del poder, la Junta Militar expidió un nuevo Código, el cual abolió del todo la Corte Militar de Casación30, restituyendo el conocimiento de los recursos a la Corte Suprema de Justicia. 7) Este nuevo Código Penal Militar rigió hasta 1989, cuando entró en vigencia un nuevo estatuto castrense (el decreto No. 2550). A partir de este último Código, el Fuero Militar sufrió una ampliación importante para la Fuerza Pública, al incorporar a la Policía Nacional a las Fuerzas Militares otorgándoles los beneficios del fuero. Por lo tanto, según el articulo primero del Código Penal Militar, “todos los delitos que cometan los miembros de la Fuerza de Policía en servicio activo, serán competencia de la justicia castrense”. Lo anterior muestra, que las modificaciones que sufrió el Código Penal Militar pretendían de una forma u otra establecer leyes que favorecieran a los miembros de la Fuerza Pública, ya sea en tiempos de guerra o en tiempos de paz. Con esto lograron extender el Fuero Militar con el propósito de que fuese la Justicia Penal Militar la encargada de juzgar a sus miembros, cuando éstos cometieran delitos relacionados con el servicio, dentro de los cuales se encontraban los Crímenes de Lesa Humanidad, por considerarlos delitos cometidos en servicio activo. El nuevo Código de Justicia Penal Militar (decreto No. 2550 de 1988) que entró en vigencia el 12 de junio de 1989 “incorporó en su texto nuevos delitos comunes, y en especial el de tortura y diversas formas de detención arbitraria, este último considerado en sectores castrenses como 30 La Corte Militar de Casación fue creada por el gobierno del General Rojas Pinilla, con la cual buscaba asegurar completa inmunidad a los miembros de las Fuerzas Armadas. Los procesos penales eran trasladados a la nueva Corte, la cual gozaba de una dependencia extrema con el Ministerio de Guerra. Y los intereses de la sociedad respecto al juzgamiento de militares pasaban a ser representados por el Inspector General de las Fuerzas Militares. 80 tipificación de la desaparición, o sea, modalidades propias de la guerra sucia”. (Tribunal Permanente de los Pueblos, 1989, p.313) La amplitud que se hizo del Fuero Militar en la Constitución bajo la noción de “acto de servicio”, sirvió como pretexto para adjudicar cualquier delito cometido por miembros de la Fuerza Pública a la Justicia Penal Militar. El “acto de servicio” es la razón por la cual los crímenes cometidos por militares son, muchas veces, de competencia de la justicia castrense, razón que además explica por qué existe coalición de competencias, cuando los militares se ven involucrados en Crímenes de Lesa Humanidad, entre la justicia ordinaria y la castrense. La definición del artículo 170 de la Constitución ha permitido que los miembros de las Fuerzas Armadas sean fácilmente cobijados por el Fuero Militar, el cual se ha ido proyectando como mecanismo de impunidad en el Estado colombiano. Para el general (r) Manuel José Bonett, ex comandante del Ejército Nacional de Colombia durante el gobierno Ernesto Samper Pizano, la Justicia Penal Militar no es para nada diferente a la justicia ordinaria, y la comunidad para quitarse un peso de encima y eximirse de sus pecados, busca siempre culpar a la Fuerza Pública. Quienes están en contra tratan a las Fuerzas Armadas en todo sus aspectos de su desempeño, ya sea social, económico, o político, como algo distinto que no hace parte de la sociedad. Aquí en Colombia, los intereses propios o colectivos de ciertos sectores, creen que la única solución a los problemas es reformando las leyes ya existentes. En el país hay que aplicar la ley tal y como fue concebida desde sus indicios, y como está escrita en la Constitución. Si sobre la Justicia Penal Militar dice que “los delitos cometidos por militares en servicio activo y en relación con el mismo conocerán los Tribunales Militares”, ¿por qué entonces inventar otra reforma si ya está escrito así en el Código Penal Militar? (Bonett, M.J, entrevista, Abril, 2009) Aunque el general (r) Bonett, nunca estuvo de acuerdo con que la Justicia Penal Militar culpara a miembros de la Fuerza Pública cuando éstos cometieran Crímenes de Lesa Humanidad, si acepta que la justicia militar ha sido tratada desde su concepción como la hija infectocontagiosa del sistema; empezando por los medios de comunicación, y los sectores políticos que se están deleitando con la Justicia Penal Militar. Sus preguntas lo preocupan, ¿dónde queda la justicia ordinaria, la cual ha sido sancionada tantas veces por organismos internacionales y tiene un índice de impunidad casi del 90%? ¿Por qué tiene que ser diferente a 81 la Justicia Penal Militar? ¿Por qué la sacan del contexto social que nos rodea?”. Su respuesta es precisa: “vivimos en un mundo de hipocresía. Yo nunca estaré de acuerdo con las reformas, lo único que debe hacer la justicia es actuar; y la Justicia Penal Militar no es ni más ni menos que la justicia colombiana”. (Bonett, M.J, 2009) 3.2 El poder del Fuero Militar y el espíritu de cuerpo En el interior de la Fuerza Pública existe un concepto por el cual todo miembro se rige y respalda, como si se tratara de un segundo código militar: el espíritu de cuerpo. Este concepto significa lealtad ante las órdenes y obediencia ante los superiores, lo que quiere decir que la más alta jerarquía militar siempre se encontrará protegida por los desmanes de sus inferiores y al mismo tiempo los inferiores siempre y cuando sean leales, siempre serán amparados por la jerarquía. El general (r) Álvaro Valencia Tovar, dice por su lado que este concepto aunque trata de desaparecer por las presiones y gracias a los organismos no gubernamentales, “el termino - espíritu de cuerpo- para desgracia de muchos no se ha roto, y sigue al cuidado de los valores transmitidos y cultivados de generación en generación, que la bien larga sucesión de comandantes ha tenido el cuidado de preservar”. (Valencia, 2009, 15 de enero) Asimismo, Valencia Tovar expresa que en numerosas ocasiones ha existido la falsa interpretación de que el espíritu de cuerpo obliga a los militares a callar, a ocultar, y a proteger delitos. Sin embargo, según el general cuando se presentan excesos en el interior de las Fuerzas Militares el Código Penal y el Reglamento de Régimen Disciplinario para las Fuerzas Armadas tienen como obligación sancionar y castigar rígidamente a quienes cometan irregularidades que vayan contra los principios de un militar. Pero entonces, ¿en qué consiste la solidaridad y el compañerismo entre los miembros del Ejército para el general (r) Valencia Tovar? Su respuesta es clara, la solidaridad que surge entre los militares, está cimentada en el genuino espíritu de cuerpo, hacia compañeros injustamente acusados de delitos inexistentes, o expulsados de las filas donde 82 militaron con honor, dignidad, disciplina y conducta intachable, pero que en una situación compleja y confusa resultan incriminados, no pocas veces por organismos oficiales precipitados, impulsivos o ignorantes de aspectos castrenses que no se tienen en cuenta al prejuzgar y condenar sin averiguar siquiera y muchas veces investigar dentro de las juridicidad del debido proceso. (Valencia, 2009, 15 de enero) El general (r) Valencia Tovar recuerda los casos del general (r) Farouk Yanine, cuestionado hoy en día por su presunta omisión en el homicidio colectivo de la masacre de la Rochela (1989), y al general (r) Jaime Uscátegui, encontrado culpable por omisión de sus responsabilidades por la masacre de Mapiripán (1997), y quien más tarde logró demostrar su inocencia. Estos dos oficiales eran distinguidos, prestigiosos en las Fuerzas Militares, y con brillantes carreras profesionales, por eso para el general (r) Valencia Tovar, las denuncias y publicaciones realizadas en los medios de comunicación sobre el rol de estos dos oficiales en las masacres mencionadas, deslegitimaron su honor, y moral y desprestigiaron el nombre de sus familias. Esto se debe a la poca información que se tiene respecto a los temas militares- las vivencias, sacrificios, y hasta el propio funcionamiento del espíritu de cuerpo-, según el general, lo cual hace que muchos juzguen irresponsablemente a los miembros de la Fuerza Pública. Aunque el general en retiro Álvaro Valencia Tovar funda sus argumentos a favor del sistema militar, no se pregunta, ni cuestiona por qué 18 años después de cometidas éstas masacres, la Fiscalía General de la Nación reabre los casos que han permanecido en la impunidad y en el olvido. Por ejemplo, en el caso de la masacre de la Rochela es más claro observar la impunidad desatada a partir de la justicia militar. En 1989, con la ampliación del Fuero Militar, el Tribunal Disciplinario era el encargado de resolver el conflicto de competencias entre ambas justicias, por lo cual casi siempre fallaba a favor del fuero. En cualquier tiempo, y por cualquier tipo de delito, los militares debían ser procesados por Tribunales Castrenses. El Tribunal Disciplinario concluyó que los militares debían ser procesados por Cortes Castrenses, argumentado que el servicio activo “es la defensa permanente de la nación”, lo que quiere decir que aún cuando un militar comete un delito, “está al mismo tiempo perpetrando una infracción con ocasión al servicio, puesto que los militares en servicio activo están prestando su servicio permanentemente”. (Justicia 83 Penal Militar-Jurisprudencia, citado de Tribunal Permanente de los Pueblos, 1989, p. 321) En este orden de ideas, el Fiscal Primero de Orden Público en Pasto, en donde fue enviado el proceso penal de la masacre de La Rochela, aunque logró confirmar en su informe evaluativo al Procurador Regional de Pasto, que dos uniformados, el Teniente Andrade Ortiz y el Sargento Hernández Arciniegas, además de tolerar y mantener vínculos estrechos y permanentes con los miembros del grupo paramilitar “los Masetos”, debían haber tenido algún grado de participación en los hechos de la masacre de la Comisión Judicial y en todo caso habían encubierto a sus ejecutores materiales, (El Camino de la Niebla, 1990, p.410) la Procuraduría General de la Nación no actuó contra los militares involucrados, porque la Instrucción Penal Militar seria la encargada de investigar y determinar la culpabilidad de los uniformados en el caso. La responsabilidad de los uniformados en la masacre de la Rochela fue evidente, así como también existió la ausencia de una verdadera voluntad política de investigar los hechos de la Rochela. El Fiscal Primero de Orden Público en Pasto confirmó en su informe evaluativo al Procurador Regional de Pasto, que dos uniformados, el Teniente Andrade Ortiz y el Sargento Hernández Arciniegas, tenían relación directa con los paramilitares. Sin embargo, el proceso de investigación se congeló y paso a manos de la Justicia Penal Militar, la cual se olvidó de la responsabilidad de los dos uniformados, así como también hizo caso omiso a la participación directa e indirecta de numerosos militares, que habían encubierto el crimen, entre los cuales se encontraba el Mayor General Farouk Yanine Díaz, llamado a juicio por la justicia ordinaria 18 años después de ocurrido los hechos. En 1996, el Consejo de la Judicatura le entregó el caso a la Justicia Penal Militar, la cual se tomó siete meses para concluir que el general (r) Yanine no participó ni directa, ni indirectamente en la desaparición de los 19 comerciantes, ni tampoco en la masacre de la Rochela, donde murieron 12 integrantes de la comisión judicial, la cual había sido enviada para investigar el caso de los comerciantes, desaparecidos y asesinados en 1987. 84 En la masacre de la Rochela se pudieron detectar varios mecanismos y factores de impunidad, dentro de los cuales se evidenciaron los permanentes obstáculos impuestos desde las más altas cúpulas militares, “para entorpecer el avance de la investigación judicial y hacer nugatorias las órdenes de captura impartidas contra los jefes de los grupos paramilitares”. (El Camino de la Niebla, 1990, p.412) El rol del Fuero Militar fue definitorio para garantizar la impunidad, porque gracias a su protección, la responsabilidad de los oficiales de las Fuerzas Armadas en el caso de la Rochela fue imposible de atribuir, como también la ampliación y definición ambigua de “actos del servicio” impidió que la Justicia Ordinaria investigara los vínculos de los uniformados con el grupo paramilitar ejecutor del crimen. El caso de Mapiripán revela otro factor de impunidad en el Estado colombiano. Dos años después de la masacre (1999) el Comandante del Ejército, y juez militar de instancia, pidió a la Unidad Nacional de Derechos Humanos de la Fiscalía General de la Nación que el caso pasara a manos de la Justicia Penal Militar, por considerar las acciones de los miembros militares “actos propios del servicio”. El Comando del Ejército señaló que “toda función omitida por un militar ha de tener relación directa y próxima con el servicio, sin importar las condiciones en que se haya ejecutado el crimen. Es esta la esencia que nutre la primera razón de ser del Fuero Militar”. (Huertas D. Omar. et al. 2005, p.556) El hecho de dejar actuar a la parte civil - familiares de las víctimas y testigos- sólo a través de abogados, y no permitir su participación durante la indagación preliminar, la cual es quizás una de las etapas más importantes de cualquier proceso penal, porque allí es donde se enruta la investigación y se logra llegar a la identidad de los responsables y donde además se define el rumbo que habrán de tomar las pesquisas judiciales: si se remite a la Justicia Ordinaria o a la Penal Militar, hizo que el caso Mapiripán fuera manipulado por los interesados en tapar la verdad: el Ejército. Los testimonios son manipulables, y por tal razón la gran mayoría de los procesos buscan hoy en día apoyarse en sólo testimonios. Muchas veces la autoridad de Policía Judicial, término que explicaré más adelante, llamada a investigar este tipo de casos, resulta siendo investigadora de su propio crimen, 85 o el de sus compañeros de institución, predominando en este sentido su inmune escudo: el espíritu de cuerpo, consagrándose al mismo tiempo la impunidad. Una de las víctimas de la masacre la Rochela, Wilson Mantilla, para la época funcionario de la Comisión Judicial y uno de los 3 sobrevivientes, logró con su testimonio confirmar que lo órganos de control del Estado colombiano muchas veces investigan a los denunciantes y no a los denunciados, para con esto llegar a consagrar la impunidad de los crímenes. Mantilla fue amenazado por 4 años consecutivos y obligado a emigrar al exterior, debido a las amenazas que no le permitieron gozar con plenitud su libertad. Mantilla tuvo que pasarse por muerto para poder salir con vida de la encrucijada propiciada por los “Masetos” en conjunto con agentes del Estado. Conociendo el peligro que corría Mantilla, la Fiscalía General de la Nación, después de creada la reforma Constitucional del 91, lo “abandonó” ofreciéndole exiliarse en Estados Unidos sin ningún beneficio económico. La Comisión alega que “el caso permanece en parcial impunidad y la mayoría de los autores materiales e intelectuales, civiles y militares, no han sido investigados y sancionados penalmente”. (Colombia, Corte Constitucional, (2007, 11 de mayo), Sentencia, (Caso de la Masacre de la Rochela vs. Colombia). Igualmente, tuvo que acudir a la Corte Interamericana de Derechos Humanos para que por medio de esta se revelara la verdad, y culpara al Estado colombiano por haber incumplido con su labor. Ante el “abandono” y amenazas, los funcionarios de la Comisión Judicial se vieron en la obligación de acudir al Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo, organismo no gubernamental, para que éste los representara ante los organismos internacionales y la justicia. Tanto la Comisión como su representante legal afirman que la justicia penal militar intervino como “abierta obstrucción a la investigación ordinaria”. (Colombia, Corte Constitucional, 2007). La Corte descubrió que en 1990 cuando la investigación paso a manos de la jurisdicción militar, el caso se estancó por la incompetente función y extrema negligencia que impidió que durante 17 años se investigara la conducta de los militares involucrados. El envío del caso La Rochela a la Justicia Penal Militar provocó que durante un largo 86 periodo no se ejecutaran ningún tipo de averiguaciones sobre los hechos, y se tomara en el olvido, reafirmando una vez más la impunidad. Para Mantilla, la Justicia Penal Militar debería desaparecer por completo de la Constitución, pues gracias a ella quienes una vez intentaron asesinarlo y acabar con su familia fueron absueltos por “falta” de pruebas, teniendo en cuenta además que dentro de sus victimarios se encontraban agentes del Estado. Pero, ¿acaso el testimonio de Mantilla, testigo presencial y víctima de los hechos, no fue suficiente para reconstruir los hechos y afirmar las pruebas y evidencias? La respuesta es no. Mantilla expresa su inconformismo respecto a la jurisdicción militar de la siguiente forma: Si no existiera la Justicia Penal Militar, la impunidad disminuirá y sería más sano para el Estado porque le daría más confianza a la comunidad. La sociedad debe entender que la Fuerza Pública sigue gozando y abusando del poder que años atrás poseyó. A las Fuerzas Armadas les falta mucha preparación en derechos humanos, y aún no está preparada “intelectualmente”, ni “militarmente” cuando deben enfrentarse con el enemigo, porque para ellos es muy difícil asesinar al enemigo sin causarle el mayor daño. Podemos decir que están muy capacitados en milicia, pero no en derechos humanos. La justicia militar no cumple con sus funciones y no existen sanciones justas de parte de ella, lo que lleva a que otros militares sigan cometiendo excesos y abusando del poder. (Mantilla,W, entrevista, febrero,2009) La Comisión Judicial afirma que el caso de la Masacre de la Rochela, posee un especial significado para la sociedad colombiana por haberse tratado del asesinato sistemático de funcionarios judiciales mientras cumplían con su deber de investigar los hechos, dentro de los cuales se encontraba revelar la responsabilidad de los militares. El Fuero Militar es la expresión jurídica que asume el espíritu de cuerpo, y como ya observamos es la herramienta que caracteriza a las Fuerzas Armadas, y cuyo objetivo es proteger desde diferentes ángulos a sus miembros. El fuero se ha entendido “como la forma exceptiva por medio de la cual las estructuras inferiores de la Rama Jurisdiccional del Poder Público no tienen acceso al conocimiento de los delitos cometidos por militares”. (Tribunal Permanente de los Pueblos, 1989, p.337) Es la Corte Suprema de Justicia la única autorizada en conocer los crímenes o delitos que 87 inculpan a los militares mediante el juzgamiento en segunda instancia de los militares de la más alta jerarquía. No obstante, para la Fuerza Pública es claro que los únicos que pueden comprender en integridad lo que conlleva la profesión de las armas son sus pares. Según el ex director de la Defensoría Militar Integral (DEMIL), el Brigadier General Luís Fernando Puentes, las investigaciones disciplinarias a oficiales y suboficiales no cuentan con la pericia sobre temas tácticos o estratégicos. Al mismo tiempo, señala que en Colombia: los organismos no gubernamentales se dedican a cuestionar y deslegitimar la función de la Fuerza Pública, porque creen que el Fuero Militar es sólo un privilegio; y resulta que no lo es, es una garantía que hace parte del Estado de Derecho, y como tal las Fuerzas Armadas deben regirse por el. El fuero no es un privilegio y si hay una justicia más estricta que la Justicia Penal Militar por favor muéstrenmela. Yo les garantizo que es más rígida que la justicia ordinaria. Los hombres que ha escogido el Estado para portar armas y defender a la nación, deben ser protegidos por su fuero, y eso lo tienen que empezar a comprender aquellos que insisten en que la justicia militar desaparezca. Existen circunstancias en el campo de batalla en que los militares deben defenderse, y se ven obligados a actuar por situaciones que los ponen en el umbral del delito, cuando se presentan esas anomalías deben juzgarlos sólo aquellos que conocen el quehacer militar, las operaciones, la inteligencia militar, el sistema logístico, y el que ha tenido una experiencia y recorrido militar significativo. La sociedad debe entender que Colombia vive en un conflicto desde hace más de 50 años, y hoy más que nunca la nación necesita de la Justicia Penal Militar. Lo único que nos importa, a nosotros los militares, es que siempre seamos juzgados sin importar las condiciones por aquel que entienda lo que significa la vida militar, conforme lo que dice la Constitución. (Puentes, L. F., entrevista, noviembre, 2008) 3.3 La proyección del Fuero Militar en la justicia ordinaria Aunque el objeto de estudio de este trabajo gira únicamente entorno al funcionamiento de la Justicia Penal Militar, hay que mencionar a grandes rasgos el rol de la justicia 88 ordinaria, ya que ésta coadyuvó a proyectar el Fuero Militar como mecanismo de impunidad. Veamos qué paso, con el caso Trujillo, el cual se asemeja al caso de San José de Apartadó, en cuanto a la desaparición de testigos y amenazas consecutivas para desvirtuar con ello la responsabilidad de los agentes del Estado. En una carta a la Fiscalía31 el padre Javier Giraldo, activista de Derechos Humanos en Colombia, en la cual explica el por qué por motivos morales y éticos no asistió a la diligencia judicial a la que lo citó la Fiscal Seccional 216 de Bogotá por calumnia e injuria interpuestas contra él por el coronel Néstor Iván Duque, muestra “la perversidad con que la justicia colombiana maneja la prueba testimonial”, cuando la Fuerza Pública se ve involucrada, haciendo énfasis a la ineficiencia, irresponsabilidad, y desinterés estatal para que se conozca la verdad. Ante esta situación el Padre Javier Giraldo expone en su carta lo siguiente: Las familias de las víctimas fueron llamadas a rendir indagatoria ante los jueces instructores32, quienes nunca practicaron una sola prueba técnica ni hicieron observaciones, ni investigaron las versiones, porque sabían con certeza que ningún testigo iba a decir nada sustancial porque la amenaza que recorría la zona se aplicaba sin compasión: “el que abra la boca, al otro día estará flotando en las aguas del Cauca”, y en ellos se apoyaban para abrir y cerrar expedientes exiguos que sólo contenían la necropsia y el testimonio inútil de algún familiar. Así, justificaban su salario; se protegían contra eventuales represalias de los victimarios y tenían una excusa perfecta para archivar los procesos y no meterse en problemas con nadie: “no fue posible identificar a ningún culpable”, a pesar de que todo el pueblo y la región conocía sus nombres y huían despavoridos cuando aparecían por los caminos veredales las camionetas del F-2 del Tulúa o del Batallón Palacé de Buga, porque una nueva desaparición era inminente. (Giraldo, J. Carta a la Fiscalía [en línea], disponible en: http://www.movimientodevictimas.org/index.php?option=com_content&task=view &id=261&Itemid=1 , recuperado: 15 de junio 2009.) Las instituciones judiciales y disciplinarias del Estado suelen acudir a algunas ONGs, como la Comisión de la Verdad, la que investigó el caso Trujillo, para por medio de 31 La Carta está disponible hoy en día por Internet. En: http://www.movimientodevictimas.org/index.php?option=com_content&task=view&id=261&Itemid=1 Se trata de una reflexión hecha por el padre Javier Giraldo, donde muestra la vergüenza absoluta de Colombia en cuanto a la violación de derechos humanos. 32 Según el diccionario de la Real Academia Española un juez instructor es aquel que tiene autoridad para juzgar y sentenciar en un tribunal. 89 estas llegar a testigos claves, a los cuales prometen “proteger” si colaboran con la justicia. Sin embargo, los testigos muchas veces son interceptados por segundos antes de tiempo, y como resultado a esto se producen las desapariciones forzadas, torturas, y asesinatos. Para el padre Giraldo, es claro que cuando las víctimas se someten al Estado, las versiones son manipuladas como lo es también la justicia. Por ejemplo, Daniel Arcila Cardona ex paramilitar reveló su versión a las autoridades competentes de lo ocurrido en Trujillo, confesando que los paramilitares Henry Loaiza, y Diego Montoya cometieron la masacre de Trujillo en compañía del Mayor del ejército Alirio Urueña. “Los interrogantes los dirige El Tío, uno de los paramilitares y mano derecha de Montoya, las torturas las dirige el mayor Urueña y las practica él mismo a las víctimas”, dijo Arcila en su confesión. (Comisión de Investigación de los sucesos violentos de Trujillo, 1995, p.104) Sin embargo, un dictamen de Medicina Legal declaró “Loco” a Daniel Arcila, logrando anular sus versiones. El padre Giraldo al enterarse de la situación se dirigió a la Procuraduría y solicitó que la Sociedad Colombiana de Psiquiatría practicara un examen a Arcila para corroborar el diagnostico de la entidad, pero según la carta escrita por el padre Giraldo al momento de solicitar la cita, Arcila ya había sido “descuartizado por los mismos autores de la masacre, con un derroche inconcebible de sevicia”, imposibilitando de esta forma que el testigo se sometiera a pruebas que comprometieran a más personas. (Giraldo, J. 2009) Las conclusiones de esta situación permiten señalar que la recolección de testimonios resulta inútil, y los testimonios son cada vez más escasos, así como también los testigos. En lugar de confrontar las versiones de los testigos por más insignificantes que puedan parecer, y aplicar las pruebas técnicas necesarias en el momento, sin dejar que otros se interpongan con “inútiles” observaciones, como sucedió con los dictámenes de Medicina Legal, los cuales entorpecieron el proceso y no permitieron afirmar si la condición mental del testigo era positiva, las autoridades competentes aplazaron la investigación permitiendo que los ejecutores del crimen silenciaran a Arcila. Los jueces y procuradores enviaron al testigo a “exámenes psiquiátricos” cuyos dictámenes serian después absolutamente inválidos por comités de expertos dentro de la Comisión Trujillo propiciada por 90 la OEA, pero cuando esto se dio, ya el testigo había sido descuartizado y todas las sentencias absolutorias de primera y segunda instancia estaban ejecutoriadas. (Giraldo, J . 2009) Aunque, la versión de Arcila fue criticada por sus familiares, quienes aseguraron que su testimonio era falso, y que el victimario inventaba e imaginaba los hechos, el informe final sobre los sucesos ocurridos en Trujillo comprobó que la versión de Arcila era valiosa y contenía veracidad por las siguientes razones: No existe una historia común entre los implicados en los hechos y la vida del testigo a cargo, por lo tanto no se puede afirmar que Arcila rindiera un testimonio motivador por intereses mezquinos, dolosos o personales distintos a colaborar con la justicia en el esclarecimiento de los crímenes para que estos no quedaran en la impunidad, y a tratar de proteger su propia vida, intereses que resultan explicables y comprensibles. El testimonio de Arcila, no fue, además, obtenido bajo la condición de contraprestaciones por parte del Estado, es decir no existía la negociación de penas por confesión o delación, y en los expedientes penales y disciplinarios no hay prueba sobre pagos como contraprestación por el testimonio. (Comisión de Investigación de los sucesos violentos de Trujillo, 1995, p.109) Lo anterior es sólo una muestra de la dificultad que existe en la recolección de testimonios para soportar la verdad, y de aquellos que por diferentes vías intentan cambiar los hechos, desaparecer a los pocos testigos, y culpar a inocentes. Estos factores atrasan los procesos, y dan la oportunidad a los culpables de huir ó vivir como si nada hubiera pasado, como es el caso del general (r) Rito Alejo del Río, ex comandante de la Brigada XVII del Ejército entre 1995 y 1997, quien aún causa polémica en el país, por sus presuntos nexos con los paramilitares, y aunque ha sido capturado ya más de una vez, el general ha podido disfrutar de su “libertad” incluso con la Corte Interamericana de Derechos Humanos y varias organizaciones no gubernamentales tanto de izquierda como de derecha encima. Las denuncias contra el general del Río vienen desde su retiro en 1999, y a pesar de que ONGs de Derechos Humanos, como Human Rights Watch, solicitaron investigarlo a fondo por sus actuaciones, la Fiscalía sólo pudo capturarlo por primera vez en el 2001, absolviéndolo en el 2004 por falta de pruebas; sin embargo, las insistencias de las víctimas y algunas organizaciones no gubernamentales han exigido nuevamente 91 investigarlo. Por otro lado, los defensores del ex militar insisten en sus cualidades militares y aseguran que se trata de es oficial que logró disminuir la violencia en Urabá. Pero, ¿al Estado se le ha olvidado que en 1995, hace 14 años, alias el “Negro Bladimir” ex paramilitar, confesó que se reunía varias veces con el general del Río, y otros miembros del Batallón Reyes para coordinar las actividades paramilitares en la zona de Urabá? Si del Río no ha sido sentenciado y sus investigaciones cada vez son más lentas, si se tiene en cuenta que se trata de un caso que lleva en la impunidad más de 20 años, y la insistencia de las víctimas y organizaciones se pronuncia cada vez más, y varios testimonios coinciden con los hechos, ¿por qué las autoridades competentes no han podido demostrar su culpabilidad? Esa pregunta aún no tiene respuesta, pero lo que si se sabe con certeza es que el espíritu de cuerpo ha ayudado a retener el proceso, porque detrás del general del Río hay mandos altos igualmente involucrados que no les conviene que se conozca la verdad, sobre todo cuando la Política de Seguridad Democrática ha ayudado a recuperar la credibilidad en la Fuerza Pública. Volviendo al caso Trujillo, hoy en día, las investigaciones contienen elementos suficientes para concluir que el Estado colombiano es responsable por la acción u omisión de servidores públicos en la masacre de Trujillo, y aun así después de 15 años la Fiscalía General de la Nación no ha condenado a un sólo culpable. Del mismo modo, las instancias judiciales y disciplinarias se abstuvieron de recolectar las pruebas adecuadas, fallaron en contra de la realidad impidiendo la identificación y sanción de los autores directos e indirectos, o aun conociendo el paradero de los responsables las autoridades competentes nunca actuaron, ni los vincularon en los respectivos procesos. Otras de las preocupaciones ante el caso Trujillo es que algunos de los servidores públicos que participaron en la masacre aun están vinculados a la Fuerza Pública, lo que muestra una vez más que no es necesario que la Justicia Penal Militar intervenga, para que el fuero militar y el poderoso espíritu de cuerpo opere libremente incluso cuando los militares cometen crímenes de Lesa Humanidad. Los funcionarios judiciales muchas veces prefirieron relacionarse con los victimarios para por esta vía proteger sus vidas. Los asesinos buscaron en Trujillo neutralizar a los testigos mediante el terror, para que éstos no revelaran la verdad, y a cambio los 92 subsidiaban económicamente o en su defecto los asesinaban para asegurar el silencio, y como resultado los jueces archivaban los casos por prescripción. Valga decir que el rol del C.T.I es definitorio en este tipo de casos, porque a través de el se recolectan la mayor cantidad de pruebas físicas en la escena del crimen, así como los testimonios más importantes, teniendo en cuenta que se encarga de investigar delitos, prestar servicios forenses, de genética y de administración de la información judicial y técnica que sirva para investigaciones penales. El C.T.I dirige, controla, organiza, planea, y ejecuta las funciones de Policía Judicial de la Fiscalía, y provee además el intercambio de información entre las distintas ramas de la Fuerza Pública. Sin embargo, el cuerpo técnico de investigación es un organismo judicial que carece de muchos medios, razón por la cual en las masacres perpetuadas años atrás se hizo más difícil revelar el origen de los delitos, que por lo general sucedían en regiones de difícil acceso, bien sea por los inconvenientes de orden público o por la topografía. El fiscal Ante el Tribunal Héctor Cruz indica que cuando se presentan enfrentamientos entre las fuerzas militares y grupos armados, y como consecuencia del combate mueren civiles, el ejército rescindía a la Policía Judicial de sus funciones enviando los cuerpos a la inspección de policía más cercana, cometiendo con esto el gravísimo error de alterar y destruir todas las evidencias posibles en la escena del crimen. Esto muchas veces lo hacían conscientes de que estaban imposibilitando a las autoridades competentes conocer los hechos de la escena del crimen. Estas irregularidades llevaron a la Dirección Nacional del C.T.I y a la Fiscalía General de la Nación establecer un convenio con el Ministerio de Defensa, para que fuera la Policía Judicial, como órgano especializado en la recolección de evidencias, la única encargada en levantar los cuerpos e investigar los hechos, evitando parcialmente la intervención del ejército. Sin embargo, cuando se trata de zonas de alto riesgo y con difícil acceso, la Policía Judicial acude a la Fuerza Pública para que en helicópteros o en vehículos fueran trasladados a la región. Según el fiscal, sólo hace dos años (2007) la colaboración y función del ejército en la recolección de pruebas y evidencias se limitó a prestar servicios de transporte, teniendo en cuenta que los militares aún no están en condiciones, ni en la capacidad de asumir semejante responsabilidad y menos cuando se trata de crímenes relacionados con la dignidad y honra del ser humano. No obstante, la 93 versión del fiscal Cruz, señala que desde el 2007 el ejército no colabora directamente en el levantamiento de cuerpos, ni tampoco participa directamente en la recolección de pruebas cuando un crimen se ejecuta. Pero, la pregunta que surge es: ¿por qué dejar pasar tantos años, si el Estado conoció la colaboración y participación de algunos militares en asesinatos colectivos en el pasado? El cuerpo de investigación al involucrar a la parte militar en los procesos judiciales, aunque sea indirectamente, está permitiendo a la Fuerza Pública conocer con antesala los casos en que sus miembros están involucrados. Así, las Fuerzas Armadas se constituyen en investigador e investigado cuando se trata de hechos realizados por miembros de la institución militar. Esto demuestra que de manera silenciosa van tomando el papel de Policía Judicial, para posteriormente callar a los testigos y no permitir por ninguna vía que sus actos inconstitucionales sean revelados. Según el Tribunal Permanente de los Pueblos33, la Policía Judicial puede enrutar la investigación de tal modo que posteriormente habrá de obrar el Fuero Militar. Una de las formas más comunes es enderezando las pesquisas para que el crimen aparezca como un delito cometido con ocasión del servicio, y en todo caso, sin develar la participación de oficiales en éstos. (Tribunal Permanente de los Pueblos, 1989, p.339) Cuando la justicia ordinaria interviene a los victimarios, en este caso la Fuerza Pública, ésta hace lo imposible porque sea la Justicia Penal Militar la competente, porque son conscientes que las presiones de los organismos internacionales hacen que la justicia civil obre con más rapidez y rigidez sobre ellos. En este momento, los victimarios deciden actuar, utilizando su propio modus operandi para evitar que los declarantes revelen la verdad. En un contexto de guerra, como en el que vivimos actualmente, resulta difícil señalar a los verdaderos culpables, aunque se sepa con certeza de quienes se trata, ya sea porque los testigos prefieren proteger sus vidas y familias, o porque optan por la ambición y sedición. Sin embargo, las investigaciones sobre crímenes de Lesa Humanidad han 33 El Tribunal Permanente de los Pueblos – TPP- es un tribunal de carácter no gubernamental encargado de denunciar los Crímenes de Lesa Humanidad, cometidos por los Estados Unidos en la guerra contra Vietnam, conocido como el Tribunal de Russel, el cual entre 1974 – 1976 enjuició a las dictaduras militares de América Latina. 94 demostrado que los factores que más imposibilitan revelar la verdad han sido las amenazas e intimidaciones contra los testigos, y la persistencia de los grupos paramilitares en las regiones más vulnerables al conflicto. 3.4 Cómo afecta el Fuero Militar la garantía del Habeas Corpus El Habeas Corpus es un mecanismo de protección que garantiza la libertad personal de un individuo, con el fin de evitar precisamente los arrestos y detenciones arbitrarias. Una de sus características es que se “aplica a personas vinculadas al proceso, habiendo un vacío respecto de los capturados a quienes no se ha tomado indagatoria o se han declarado con anterioridad personas ausentes”. (Tribunal Permanente de los Pueblos, 1989, p.344) No obstante, el precepto del Estado de Sitio suspendió la garantía de la libertada individual que tanto defendía y protegía el Habeas Corpus, dificultando a las personas acudir a el, y con ello ilegitimando al Estado, ya que se le estaba prohibiendo a los individuo unos soportes principales: respeto, reconocimiento, y protección, características básicas de cualquier Estado de Derecho. Por lo anterior, se hace necesario un ordenamiento acorde con la esencia del recurso de Habeas Corpus, ya que gracias a su ineficaz funcionamiento se presentan detenciones ilegales acompañadas de torturas, desapariciones e inclusive ejecuciones protagonizadas por Organismos de Seguridad del Estado. A la Fuerza Pública se les permitió practicar allanamientos inesperados mediante orden de Juez Penal Militar, y aunque esta norma (Decreto No. 1863 de 1989) sólo tuvo vigencia de manera temporal, al ser declarada inconstitucional por la Corte Suprema de Justicia, resulta ilustrativa para demostrar la autoridad y poder que gozaban las Fuerzas Militares. Si bien esta norma ya no es legal, se siguen presentando irregularidades de carácter inconstitucional, que sin duda alguna ponen a los militares en tela de juicio. Muchas veces las Fuerzas Militares tienden a confundir sus roles con los de la policía, olvidando 95 que las constituciones y las leyes determinan que las primeras tienen la obligación de garantizar la seguridad nacional y la segunda la seguridad de los ciudadanos. El hecho de utilizar a las Fuerzas Militares para labores de policía en las principales ciudades colombianas, ya sea a través de la vigilancia callejera, controles de transito o retenes se seguridad, hace que se desvirtúen y se confundan los roles y objetivos que ya existen legalmente sobre la materia. Adicionalmente a esto, confundir las obligaciones contribuye muchas veces a que algunos militares cometan delitos que atenten contra la vida y honra de los seres humanos. La presencia de miembros del ejército en regiones turísticas, comerciales y residenciales provoca sensación de inseguridad en los habitantes, y refleja además la situación de conflicto armado que vive el país y la urbanización. Estas laborales son ineficientes, e innecesarias, si se tiene en cuenta que los miembros del ejército deberían estar capacitándose cada vez más en labores eficientes de inteligencia, milicia, y recibiendo tanto entrenamiento militar como académico. Hemos visto como el Fuero Militar fortalece el espíritu de cuerpo y al mismo tiempo actúa sigilosamente a través de la justicia ordinaria, lo cual permite concluir que el fuero sirve “de paraguas a las ilícitas y alevosas conductas en que incurren los miembros de las Fuerzas Militares en Colombia”. (Tribunal Permanente de los Pueblos, 1989, p.345) Esto sin decir que mediante el fuero, los jueces buscan primeramente preservar los derechos de los militares antes que buscar una solución ecuánime social y jurídica que beneficie al país. 3.5 ¿Por qué acabar con la Justicia Penal Militar? Recordemos la pregunta que se hizo el general (r) Bonett en párrafos anteriores: ¿por qué entonces inventar otra reforma si ya está escrito así en el Código Penal Militar? (Entrevista, 2009, 15 de abril). Según el general, las reformas son innecesarias y poco eficientes, porque al final siempre van a regir como fueron constituidas por primera vez. 96 Sin embargo, la Justicia Penal Militar insiste en ser reformada no sólo para que la opinión pública vuelva a creer en ella, sino también para legitimar sus funciones, dotarla de credibilidad y autonomía frente a los casos judiciales que le corresponden. El nuevo proyecto de ley aprobado el 14 de junio de 2007, a través del cual se expide el nuevo Código Penal Militar entrará en vigencia en el 2010, lo que quiere decir que durante dos años el Ministerio de Defensa junto con la Justicia Penal Militar se han dedicado a realizar los ajustes necesarios para que la justicia castrense goce de una Fiscalía General Penal Militar, un Grupo de Apoyo a la Investigación Judicial, y una Defensoría Técnica Militar entre otros puntos adicionales. No obstante, ¿serán sanos estos ajustes para la nación? ¿El país no habrá aprendido de los casos anteriores? en donde la Justicia Penal Militar demostró ser una de las instituciones más parciales, laxa y violadora de derechos humanos. Con estos cambios constitucionales, la Justicia Penal Militar espera recobrar credibilidad, después de haber demostrado negligencia e ineficiencia en el pasado, cuando consciente falló a favor de miembros militares auxiliadores de grupos paramilitares; como sucedió en La Rochela y Mapiripán. La experiencia de la justicia castrense nos ha mostrado, que cuando ésta goza tanto de poder administrativo como judicial, proyecta a través del Fuero Militar la impunidad. Al otorgarle a la justicia militar una Fiscalía General Penal Militar y un Grupo de Apoyo a la Investigación Judicial, el Estado estaría dotando a la Fuerza Pública de poder militar, lo cual resultaría peligroso y poco saludable para la nación, si se tiene en cuenta que vivimos en un panorama protagonizado por el conflicto armado, el cual acompaña al país por ya más de 50 años. Por ejemplo, para el investigador de Memoria Historia y sociólogo, Álvaro Camacho, el caso Trujillo difícilmente logrará ser resuelto: Cuando en el 2008, Memoria Histórica presentó el informe del Caso Trujillo, el procurador tomó varias de las recomendaciones de nuestro informe y las convirtió en directiva, con el fin de que los expedientes del caso fueran trasladados a Bogotá. Sin embargo, hasta la fecha no lo han hecho. Asimismo, nosotros le pedimos al presidente de la República que no extraditara a “Don Diego”, narcotraficante acusado por la masacre de Trujillo, mientras la justicia ordinaria colombiana no lo 97 acusara. Pero, a la presidencia no le importo tener en cuenta nuestras consideraciones basadas en estudios comprobados, y lo extraditó. De esta manera, se ha tratado de evadir el caso Trujillo, esto sin contar otros detonantes. No obstante, hay un detalle muy significativo: el día de la entrega del informe, el Fiscal viajó a Trujillo a echarle mano al que había sido alcalde de Trujillo cuando ésta se produjo, porque las investigaciones indicaban, aún no está comprobado, que el sujeto había participado en la masacre, asimismo ordenó, ese mismo día 60 ordenes de captura. Con esto, pudimos observar que la Fiscalía General de la Nación ya tenía conocimiento de algunos de los responsables de la masacre pero nunca actuó, se encontraba represado, y se necesitó de un informe público para que la fiscalía años después de lo ocurrido tomara medidas en el asunto. Creemos que el fiscal no tenía conocimiento del caso y que los mandos medios de la fiscalía llevaban el caso, si fue así ¿Por qué no fallaban los jueces? (Camacho, A. entrevista, junio, 2009) Sólo hasta que salió el informe de la tragedia de Trujillo, y debido a la publicidad mediática de todos los medios de comunicación, la Fiscalía General de la Nación reabrió el caso, el cual desde 1986 permaneció en el olvido. La justicia ordinaria cuando capturó en el periodo de Ernesto Samper a algunos de los militares responsables, tuvo la posibilidad de condenarlos y sentenciarlos, pero, los oficiales lograron obtener libertad provisional bajo caución y escaparon; hoy en día se desconocen sus paraderos. ¿Acaso los testimonios de los víctimas no son suficientes? Al entrevistar durante 3 meses a testigos y víctimas Memoria Histórica se dio cuenta que muchos testimonios coincidían, lo cual le permitió reconstruir con veracidad los hechos de Trujillo. Las conclusiones son claras en el informe y narra los hechos tal cual sucedieron. En Colombia no hay que dejar perder la Memoria, sino más bien refrescarla. Si no funciona la justicia, por lo menos que se conozca la verdad y quien mejor que las victimas para ayudar a reconstruir los hechos y refrescar al Estado sus irresponsabilidades. La masacre Trujillo, ocurrida a partir de 1986, año en que los militares cuando cometían crímenes de lesa humanidad podían ser condenados por sus pares, jamás fue investigada ni custodiada por la Justicia Penal Militar, y hasta ahora ni siquiera la justicia ordinaria ha logrado sentenciar a un sólo culpable. Si los militares podían ser condenados por su justicia, ¿por qué el caso Trujillo nunca fue investigado por la justicia militar? La negligencia e indiferencia de la Justicia Penal Militar hizo que este caso se archivara sin ni siquiera practicarle el debido proceso. El investigador Álvaro Camacho afirmó, 98 asimismo, que la Fiscalía General de la Nación negó a Memoria Histórica34 el acceso a expedientes y archivos de Trujillo por considéralos reserva del sumario, razón por la cual su investigación se basó esencialmente en entrevistar a testigos y víctimas por tres meses consecutivos. Aunque el rol principal del equipo de Memoria Histórica, es reconstruir la memoria a partir de las víctimas para de esta forma brindarles una oportunidad de expresión, de sus demandas económicas, legales y culturales, hay que reconocer que hubiera sido importante documentar de nuevo la negligencia del Estado frente al caso Trujillo, a partir de los expedientes del pasado. La Justicia Penal Militar opera correctamente contra sus miembros, cuando éstos cometen delitos disciplinarios internos, sin embargo en materia penal ha mostrado incompetencia y obrar siempre a favor de sus miembros, por ésta razón existe una urgencia de eliminarla o extraerle cierto poder. Para el investigador Álvaro Camacho, la Justicia Penal Militar debe existir, pero no debe ser administrada por militares, sino por civiles especializados en dicha justicia, para por esta vía disminuir los excesos y recuperar la confianza en el sistema militar. “Al ser la justicia militar dirigida por civiles, disminuiría notablemente el famoso espíritu de cuerpo ante los tribunales”. (Camacho, 2009) El general Bonnet cuando fue comandante de la Brigada III del Ejército con sede en Cali en la época de la masacre de Trujillo defendió al oficial sindicado, Urueña, ratificando que se trataba de un militar honrado, leal, y buen ser humano. ¿Con qué moral pudo defender a Urueña si los testimonios de las víctimas y testigos afirmaban que ese militar manejaba las motosierras? (Camacho, A. 2009) Esto muestra la fuerte solidaridad y compañerismo que existe entre los miembros de la Fuerza Pública, si se tiene en cuenta que según las víctimas el general Bonett siempre estuvo enterado de los que pasaba en Trujillo. La Justicia Penal Militar, de acuerdo con la Ley 522 de 1999 y los diferentes pronunciamientos de la Corte Constitucional, se desprendió de todos los casos que estuvieran relacionados con violaciones a los derechos humanos, concediéndole a partir de 1997, 1307 procesos contra miembros de la Fuerza Pública a la justicia penal ordinaria. 34 Memoria Histórica es un área de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, que está al servicio del derecho a la verdad, a la justicia, a la reparación y a la no repetición. 99 El informe anual de derechos humanos y DIH en el 2001 anunció que a partir de esa modificación, las quejas y denuncias contra la Fuerza Pública disminuyeron gracias a la “concientización de los militares y policías y de su ética profesional. Esta concientización es a la vez el resultado de una política del Ministerio de Defensa y de la cúpula de la Fuerza Pública en materia de capacitación y difusión de los derechos humanos, hasta hacerlos parte del ambiente de trabajo”. (Mejía 2006, p.148) De todas formas, a pesar de las diferentes sentencias de la Corte Constitucional, las cuales establecieron la competencia por violaciones a los derechos humanos por parte de la Fuerza Pública a la justicia ordinaria, los abusos y situaciones que se suscitan respecto a los conflictos de jurisdicción se siguen presentando. No obstante, una práctica común de atrasar los procesos, es la de investigar en forma relámpago los casos, los cuales desembocan en irrisorias sanciones a algunos de los ejecutores materiales de los Crímenes de Lesa Humanidad; un ejemplo ilustrativo constituye el caso del coronel retirado Alirio Antonio Ureña, sospechoso principal en el caso Trujillo. Las averiguaciones relámpago que se realizaron entorno al oficial del ejército se caracterizaron por limitarse a investigar sólo a los autores materiales de los hechos, y no profundizar en las investigaciones respecto de la participación de oficiales superiores y mandos medios en los hechos. Además, “este tipo de actuaciones crean una situación jurídica: inhibir a la procuraduría para adelantar la correspondiente investigación disciplinaria, toda vez que ya es caso juzgado. Ambos aspectos impiden la clarificación de los hechos, sus autores materiales e intelectuales”. (Tribunal Permanente de los Pueblos, 1989, p.350) Dicho lo anterior, se puede probar que: si cuando los militares participaban en la recolección de pruebas, y como resultado terminaban encubriendo a sus pares o desapareciendo las pruebas de la escena del crimen como vimos anteriormente, ¿qué pasará cuando tengan su propio cuerpo de investigación? El Ministerio de Defensa y la Justicia Penal Militar deben reflexionar y entender que las Fuerzas Militares aún no están preparadas, para asumir cargos administrativos y penales, que requieren más responsabilidad de la actual, como los que se propone en el nuevo Código Penal Militar. Los soldados juraron al Estado cumplir con el deber y ofrecer por encima de cualquier cosa la vida, si es el caso, por lo tanto deben concentrarse en sus funciones esenciales, y 100 asumir roles jurídicos y de investigación requiere preparación y enfoque, factores que los militares aún están desarrollando, (esto sin demeritar la profesión de un militar). Los alcances de la nueva reforma al Código Militar van muchos más allá. Según el senador Juan Carlos Vélez35, con el nuevo código se pretende que “la etapa de juicio se realice por jueces que sean miembros activos o en retiro de la Fuerza Pública, y que el cuerpo civil jamás participe en la etapa de investigación; sólo su presencia podrá ser posible en la etapa de juzgamiento”. (Vélez,J.C.,entrevista,octubre,2008) Adicionalmente, agregó que a partir del 2010, si el proyecto de ley es aprobado, los militares podrán designar a sus investigadores y fiscales, teniendo en cuenta que pueden ser también civiles siempre y cuando sean escogidos por ellos mismos. Además, el sistema acusatorio, ya aprobado para la Justicia Penal Militar, permitirá que los militares sean jueces de garantías36 y jueces de ejecución de penas. Se trata además que los fiscales militares tengan la misma función o rol que los fiscales de la Fiscalía General de la Nación, porque van a tener un director o grupo de directores especializados en la jurisdicción castrense. El senador Vélez prestó el servicio militar y fue soldado de la reserva, por esta razón está seguro que la Justicia Penal Militar debe fortalecerse, permitiendo que los militares siempre sean juzgados por sus iguales, ya que son ellos los únicos capaces de entender el contexto de guerra que un soldado se ve obligado de vivir. Yo viví como soldado y experimenté el quehacer militar de cerca, por eso puedo decir con autoridad que los militares a veces deben tomar decisiones impulsadas por la guerra, que los hace cometer errores. (Vélez,J.C.,entrevista,octubre,2008) La justicia en Colombia debe ser ecuánime, y no sólo los militares deben responder drásticamente por sus delitos, sino también la otra parte involucrada – guerrilleros y paramilitares-, afirmó Vélez. Yo no estoy de acuerdo que a un militar – cómplice- lo juzguen a 20 o 30 años y a un paramilitar 8 años. Tiene que existir un equilibrio en la justicia, y la opinión pública tiene que dejar de estigmatizar a la Fuerza Pública, cuando sólo unos pocos 35 Senador del Partido de la U, y principal ponente del nuevo proyecto de ley aprobado el 14 de junio de 2007, a través del cual se expide el nuevo Código Penal Militar. 36 Cuando hay una detención o captura, ésta tiene que legalizarse y no puede superar las 72 horas. Si a una persona no le definen su situación jurídica en menos de 72 horas entonces queda libre porque de lo contrario se estaría violando el principio del Habeas Corpus. El rol del juez de garantías, en este sentido, es revisar si la captura fue ejecutada bajo condiciones legales o ilegales, y decidir si el acusado amerita estar en la cárcel o no. 101 son los que cometen excesos y abusos de poder. No sé si en un momento dado este país tenga que acudir a la ley del perdón y el olvido, como sucedió en España, Argentina o Chile para que los problemas del conflicto se solucione lo más pronto posible. (Vélez,J.C.,2008) Trasladar la Justicia Penal Militar de su rama legislativa a la judicial como una jurisdicción especial, tal vez brinde la autonomía y la independencia que tanto anhela esta justicia especial, sin embargo, los nuevos cambios en esta justicia pueden resultar peligrosos para sus miembros, o por lo menos, eso es lo que asegura el Brigadier General Jaime Humberto Uscátegui. El oficial en retiro teme que con la participación civil como Jueces Penales Militares y Fiscales, se despojará a los miembros de la Fuerza Pública de su Fuero Especial Constitucional. El general Uscátegui manifiesta su preocupación de la siguiente manera: Recordemos que el pasado 6 de agosto (2008), el Congreso de Argentina derogó el Código de Justicia Penal Militar, eliminó el Fuero Militar, y creó un procedimiento especial para tiempos de guerra. No se entiende, cómo se pretende por medio de un Proyecto de Acto Legislativo que está a punto de debatirse en el Senado, con ponencia de Juan Carlos Vélez Uribe, se atente contra el Fuero Militar, precisamente cuando el país está inmerso en una situación de conflicto interno permanente. (Uscátegui,J.H., entrevista, octubre, 2008) Según Uscátegui, quien fue procesado por la masacre de Mapiripán por la justicia ordinaria y la militar, con el proyecto que plantea el Senador Vélez queda abierta la posibilidad que los civiles investiguen, califiquen y acusen a los militares por delitos cometidos en el servicio y por razón del mismo, “lo que constituye un despropósito, dado que éstos no tienen un conocimiento de la estructura y de la doctrina militar”. (Uscátegui,J.H., 2008) A los miembros de la Fuerza Pública no les importa a que rama pertenezca la Justicia Penal Militar, sino más bien luchan porque sean siempre sus pares los encargados de sentenciar y culpar sus comportamientos inconstitucionales. El general (r) Uscátegui fue claro al manifestar su preocupación, sin embargo, cuando fue procesado por la Justicia Penal Militar se sintió abandonado y desprotegido, porque la justicia militar aceptó que no había documentos para determinar a quien pertenecía el 102 batallón Palacé y su jurisdicción, entonces si ésta justicia no tenía la certeza de ello, no podía condenarlo, pero lo condenó. (Uscátegui,J.H., 2008) Es preferible absolver a un culpable, y no culpar a un inocente, y la Justicia Penal Militar me condenó siendo inocente. Si la justicia militar afirmó que no existían documentos, fue porque no buscó ningún documento; las pocas pruebas que habían, yo las aporté. La Justicia Penal Militar no hizo ninguna diligencia, no buscó ningún documento, no investigó a profundidad, y por eso me condenó. (Uscátegui,J.H., 2008) Aunque la Justicia Penal Militar le dio la espalda al general (r) Uscátegui sentenciándolo a 8 años de cárcel, destruyéndolo moral y económicamente, él se siente con el deber de respaldar a ésta justicia, razón por la cual perteneció a la Defensoría Militar (DEMIL), donde su deber fue defender a más de 300.000 militares y proteger su Fuero Militar. A raíz de las denuncias por los falsos positivos, donde se han visto involucrados más de un centenar de militares, la Justicia Penal Militar decidió empezar una de sus nuevas iniciativas del proyecto de ley: La DEMIL, cuya función es brindar a los miembros de la Fuerza Pública un apoyo y representación penal cuando por razones sociales, económicas o físicas, no puedan adquirir un abogado privado y por ende defender sus derechos constitucionales. Para el oficial en retiro Uscátegui definitivamente la Justicia Penal Militar debe existir, porque en sus palabras: “La justicia militar debe estar siempre presente, y ser una justicia justa, parece contradictorio hablar de una justicia justa pero debe ser una justicia justa”. (Uscátegui,J.H., 2008). En este momento ésta justicia especial, está siendo cuestionada, pero los que más la cuestionan son los interesados en que desaparezca. Hoy en día, para los militares el mayor problema de la justicia castrense es que los Jueces de Instrucción Penal Militar sean autónomos, al entregar la mayoría de los casos a la justicia ordinaria, sin antes investigar a profundidad los casos, lo cual representa para los soldados una injusticia. 103 Aunque parezca contradictorio, la Fuerza Pública se siente abandonada por su justicia al permitir que los Jueces de Instrucción Penal Militar entreguen la mayoría de las veces los casos a la justicia ordinaria, sin antes exigir ante el Consejo Superior de la Judicatura una coalición positiva de competencias, razón que los inquieta ya que hasta la fecha (2009) han sido remitidos a la justicia ordinaria aproximadamente 500 casos sin interponer conflicto de competencias. Del mismo modo, los oficiales consideran negativas las reformas que están surgiendo entorno a su justicia, porque están seguros que silenciosamente quienes están detrás buscan reducirla a su más mínima expresión. Héctor Cruz, fiscal Ante el Tribunal, no cree sano y conveniente para la nación que la Justicia Penal Militar desaparezca, porque es de origen constitucional y existe en muchos países; desafortunadamente la frase “en servicio activo” no ha sido bien aplicada lo que explica muchas veces los fallos a favor de los miembros. El fuero militar es un concepto muy amplio que debió reducirse hace mucho tiempo, y por eso la Justicia Penal Militar tiene en sus manos muchos casos que siempre debieron estar en manos de la justicia ordinaria. La fiscalía debería ser la primera en investigar los casos y determinar si la justicia castrense es la competente o no: esa seria la mejor reforma en el interior de la justicia militar para garantizar imparcialidad. (Cruz,H. entrevista,junio, 2009) Para el senador Gustavo Petro37, las reformas y cambios que se están haciendo en el interior de la Justicia Penal Militar, a cargo hoy en día del coronel Edgar Emilio Ávila38, resultan preocupantes si se tiene en cuenta que en menos de 20 días como director provisional el coronel ha trasladado casi a un 30% del personal, entre ellos fiscales, jueces e investigadores, quienes en su mayoría pertenecen a la seccional Antioquia, “encargada de los expedientes de las ejecuciones extrajudiciales realizadas por algunos miembros del Ejército”. (El Tiempo, 2009, 8 de junio) Por otro lado, la opinión pública se pregunta: ¿Será responsable por parte del Ministerio de Defensa postular a un militar al cargo de director de Justicia Penal Militar cuando una vez fue investigado y acusado por la misma justicia militar? 37 Gustavo Petro es senador del Polo Democrático y pre-candidato presidencial para el periodo 2010. 38 El coronel Ávila, según el senador Petro, tiene nexos con los paramilitares por haber usado abogados pagados por las autodefensas para defender a militares. Petro aseguró además que el oficial está siendo procesado por la Fiscalía, caso que antes estaba en manos de la Justicia Penal Militar. (SEMANA, 9 de junio 2009) 104 Juan Manuel Santos, ex ministro de Defensa, fue quien postuló al coronel Edgar Emilio Ávila, y asegura que se trata de un oficial honrado con una carrera militar intachable, que busca que la Justicia Penal Militar recupere credibilidad y respeto, pero sobre todo que la opinión pública no siga estigmatizando o desprestigiando a la institución militar por culpa de las acciones individuales de algunos ex soldados que por ambición vendieron su alma al diablo, razón por cual ha ejecutado varias modificaciones en el interior de esta justicia especial. Según Petro el grave problema radica en que esta instancia (militar) es la primera que recibe los casos de miembros de la Fuerza Pública involucrados en crímenes de Lesa Humanidad y es “la que decide si se pasan a la justicia ordinaria o no de manera voluntaria antes de un juicio de nómina”. (SEMANA, 2009, 9 de junio) Adicionalmente a esto, cuando los militares están involucrados en los casos no colaboran como se espera con las pruebas, ocultan y omiten hechos importantes, haciendo más difícil reconstruir los hechos y hallar a los culpables. . (Cruz,H. entrevista,junio, 2009) En este sentido, hay que anotar que la Justicia Penal Militar no cuenta con un programa de protección a las víctimas y testigos, en donde la mayoría de los casos, el Estado los abandona y se olvida que alguna vez fueron combatientes y arriesgaron su vida para proteger la vida de los civiles. La nueva reforma de la justicia militar debería considerar dentro de su proyecto de ley, conformar un programa de protección a testigos para que aquellos militares que tienen miedo a hablar o estén amenazados, y puedan contribuir con su testimonio a hallar a los culpables y hacer justicia. No basta, con la seguridad que el C.T.I pueda brindarles a los militares, sino hace falta una protección que se base en trasladarlos a otras ciudades o países con el fin de asegurar sus vidas. Los dos temores principales de los militares son: 1. miedo a morir, y 2. miedo a culpar o hablar de los actos criminales de un superior. Esta es una temática que debería empezar a considerarse en la nueva reforma de la Justicia Penal Militar para respaldar a los militares involucrados en casos como La Rochela, Mapiripán, Trujillo y San José de Apartadó, que sienten ganas de hablar pero desconfían en la justicia ordinaria. Pero, primero la justicia castrense quiere enfocarse en la comunidad internacional y recuperar su confianza, para eso, pretende reunirse periódicamente con los organismos 105 internacionales interesados en la problemática, para por esta vía recibir y evaluar la información que puedan brindar para mejorar el funcionamiento y calidad de este aparato tan controvertido de justicia. 3.6 San José de Apartadó: el caso más reciente El espíritu de cuerpo ha sido un instrumento mediante el cual las Fuerzas Armadas han mantenido su cohesión interna, su capacidad y moral de combate, enmarcadas a partir de las estrategias de contrainsurgencia y guerra que han adoptado a lo largo de su profesionalización militar. El caso de San José de Apartadó revela un hecho más sobre la impunidad proyectada a través del fuero militar, considerando que se trata de un caso que aunque no paso jamás a manos de la Justicia Penal Militar, los militares si “fingieron aceptar la ley y la moral e incluso defenderla, cubriendo su rostro de hierro con la mascara de la ley”, (Tribunal Permanente de los Pueblos, 1989, p.365) y aprovecharon su más poderosa herramienta, inmune, a través de cual violaron su juramento de proteger y salvaguardar los derechos de los ciudadanos. Desde el momento en que ocurrió la masacre, la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, algunas ONGs, la alcaldesa de Apartadó Gloria Cuartas y el sacerdote jesuita Javier Giraldo, después de haber entrevistado y reunido varios testimonios de los testigos, se propusieron denunciar a las tropas de la Brigada XVII de haber participado en la matanza que más impacto ha causado a la comunidad internacional por haber involucrado a tres niños. La alcaldesa Gloria Cuartas, desde 1997, denunció el auge del paramilitarismo desde la llegada del general Rito Alejo del Rió a esa zona, así como también la falta de colaboración del Ejército para combatir a las autodefensas. El 6 de diciembre de 1997 y el 21 de octubre de 1998, la alcaldesa declaró ante la Unidad de Derechos Humanos de la Fiscalía la labor conjunta entre la Brigada XVII y los paramilitares y la manera como este grupo armado ilegal ingresaba a las instalaciones de la misma brigada en vehículos particulares y motos sin ningún obstáculo y autorización legal. Sin embargo, el fiscal especializado de la Unidad de Derechos Humanos, Nelson Casas Puentes, quien, actualmente, adelanta la investigación de los hechos ocurridos en San 106 José de Apartadó, logró comprobar sólo dos años después de la masacre la complicidad de la compañía Alacrán del Batallón de contraguerrilla número 33. “Cacique Lutaima” adscrito a la Brigada XVII del Ejército Nacional con los paramilitares. Cuando se hicieron las pruebas de balística se encontraron restos de explosivos, pero jamás evidencias de los militares. Sólo dos años después la fiscalía fue a la brigada a hacer inspección y descubrió que para la época la Brigada XVII había hecho una operación en ese sector, sin embargo esa prueba aún no decía nada, hasta que alias “Melaza”39, un desmovilizado, confesó la cooperación directa del Ejército, la cual no habría sido posible confirmar sin su ayuda, Con este testimonio el fiscal a cargo del proceso logró vincular a 60 militares. Adicionalmente a esto, el capitán Gordillo contribuyó con su testimonio aceptando la participación de los soldados en la masacre de San José de Apartado. (Entrevista a Héctor Cruz, fiscal Ante el Tribunal, 2009, 6 de junio) La recolección de pruebas en el caso de San José de Apartadó ha sido lenta y poco eficiente, porque por tratarse de una zona montañosa y poco poblada fue difícil para el resto de la comunidad darse cuenta de lo que estaba sucediendo, lo que imposibilitó la presencia de testigos en el momento de la masacre. Al principio la fiscalía desconocía por completo a los victimarios, por eso la demora en llamar a indagatoria a los culpables, porque tanto “los militares y los grupos subversivos utilizan las mismas armas y balas y operan “militarmente” igual, confundiendo las evidencias y haciendo más difícil reconstruir los hechos”. (Entrevista a Héctor Cruz, fiscal Ante el Tribunal, 2009, 6 de junio) En este sentido, la Justicia Penal Militar no hubiera podido por ningún motivo intervenir en las investigaciones, porque no goza de un grupo técnico y profesional de investigación, como el C.T.I. capaz de reconstruir la escena del crimen: Los jueces militares a duras penas pueden desde sus escritorios investigar, razón que explica el por qué los procesos se estacan. Además, sólo se basan en las versiones de los mismo militares, por eso archivan los casos, entonces se vencen los términos que se habían acordado con el juez y se congelan las investigaciones, y nunca llegan a 39 Alias “Melaza”, visitaba constantemente a la Brigada XVII, vestía el uniforme militar en algunas oportunidades, y guiaba a los militares del Batallón 33; se desmovilizó y decidió contar su verdad. 107 sentencia condenatoria. (Entrevista a Héctor Cruz, fiscal Ante el Tribunal, 2009, 6 de junio) Si el C.T.I ha demostrado en su labor excesos e ineficiencia, como explicamos anteriormente, ¿qué podría esperarse del Grupo de Apoyo a la Investigación Judicial adscrito a la Justicia Penal Militar? El fiscal Ante el Tribual, Héctor Cruz, contribuyó en el 2005 en las investigaciones del caso de San José de Apartado, y confesó la difícil labor en la recolección de pruebas, lo que explica el atraso en el caso y la demora en reconstruir los hechos, y agrega, igualmente, que la falta de voluntad de los habitantes de ayudar a hacer justicia a hecho que se imposibilite el acceso a la región. En 4 años, desde el 2005 hasta la fecha (2009) el C.T.I, un grupo con una larga trayectoria profesional, no ha logrado a partir de testimonios y pruebas físicas, descubrir la verdad, ¿cómo podría hacerlo el grupo de investigación de la Justicia Penal Militar? Aunque el grupo de Apoyo en las investigaciones no estaría conformado por inexpertos y trabajaría en forma conjunta con el C.T.I, el Ministerio de Defensa debe entender que el país aún no esta preparado para este cambio, y aunque la Política de Seguridad Democrática contribuyó a que la opinión pública volviera a creer en las fuerzas militares, nuevamente después de casi 25 años, la Fuerza Pública vuelve a ser deslegitimada y puesta en la picota pública no sólo a nivel nacional sino también a nivel internacional. Por ejemplo, en el 2007 la fiscalía ordenó sólo vincular a los integrantes de la Compañía Alacrán, porque “los testimonios, inspecciones judiciales, periciales y documentales hicieron inferir de su presencia muy cerca del sitio de los hechos en una posible participación en los hechos”, (Casas Puentes N.H, 2007) razón que explica el por qué la fiscalía no pudo capturar a los militares, ni suspenderlos del cargo, sólo pudo llamarlos a indagatoria para que explicaran ante las autoridades sus funciones militares en los días de los hechos. Por su lado, las ONGs, como el Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo, aseguran que cuando la Justicia Penal Militar se ve impedida a actuar en los procesos, y siente que su institución está siendo cada vez más deslegitimada, tiende a actuar por su propia cuenta en las investigaciones internas para demostrar que no existen anomalías en el comportamientos de los militares. Aunque para esta justicia especial ya está claro que 108 cuando se trata de Crímenes de Lesa Humanidad la justicia ordinaria es la única competente, hay que tener en cuenta que cuando hay militares involucrados los casos siempre pasan primero por los jueces militares y son éstos los que determinan si el caso compete o no a la justicia castrense; este proceso muchas veces es el que garantiza impunidad y parcialidad en los casos. Incluso, lo grave del asunto no radica sólo en este inconveniente, sino asimismo hoy en día tanto la justicia ordinaria como la militar pueden iniciar las investigaciones paralelamente, causando un mayor problema, porque al final ninguno de los dos quiere ceder, y como consecuencia se estancan los casos, hasta que no sean enviados al Consejo de la Judicatura, donde se demoran todavía más en evaluar. Las ONGs señalan, al mismo tiempo, que al pasar por este procedimiento, los jueces militares buscan una vía que explique que en el momento del crimen las tropas estaban ejerciendo su función militar en servicio activo, y al omitir la presencia del grupo paramilitar estarían cometiendo un delito militar que le corresponde a la Justicia Penal Militar investigar y sentenciar. No obstante, si la campaña Alacrán del Batallón estaba operando cerca de Apartadó, coincidencialmente el mismo día que ocurrieron los hechos, como lograron ratificar las investigaciones de la Fiscalía General de la Nación ¿cómo no se dieron cuenta las tropas que un grupo de las autodefensas estaba torturando a miembros del corregimiento de San José de Apartado? Desde el principio existió un desinterés de las autoridades hacia la Brigada XVII por no haber hecho un seguimiento a las reiteradas y graves denuncias sobre los antiguos vínculos de la compañía Alacrán con los paramilitares de Urabá. A cambio, según los lideres de la comunidad de paz, el Estado se ha dedicado a desprestigiar a sus miembros considerándolos aliados y auxiliadores de las FARC. Sin embargo, sigue siendo curioso el hecho de que los miembros de la comunidad de paz no permitan el ingreso del ejército, si se tiene en cuenta que ningún territorio en el país puede ser vedado a las autoridades legítimas y menos servir de base a un grupo armado ilegal, como se cree que lo hace la comunidad de San José de Apartadó. En este sentido, el rol que algunas ONGs desarrollan es definitivo en las regiones vulnerables al conflicto, especialmente en una zona como la de San José de Apartadó. 109 Su papel es proteger y salvaguardar los derechos humanos de las poblaciones, logrando involucrarse en zonas marginadas y olvidadas por el Estado, y denunciando los abusos que allí se cometen. Por esta razón, los miembros de aquellas regiones despobladas se sienten protegidas cuando las ONGs acuden a las zonas con un alto nivel de conflicto interno con el fin de ayudar a los habitantes a fortalecer sus acciones desde una lógica civil y no violenta. Pero, existen otras ONGs que aunque cumplen la misma función, según el Estado poseen una simpatía ideológica con “grupos de izquierda”, consiguiendo que los habitantes adopten su misma visión contra el Estado y la Fuerza Pública, lo que naturalmente contribuye a entorpecer y retrasar los procesos porque las autoridades competentes al querer entrevistar a las víctimas y obtener información valiosa, éstas por miedo ó por considerarlos enemigos callan, mienten e imposibilitan el acceso a las zonas, como ocurre en el corregimiento de Apartadó. Aunque la posición de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó frente al Estado y la Fuerza Pública es irreversible, por ahora, vale señalar que la labor de las ONGs con tendencias de izquierda, como las denomina el Estado, contribuiría aún más si su comportamiento fuera imparcial, y dejaran de culpar a las fuerzas militares y al gobierno por todos los Crímenes de Lesa Humanidad, si se tiene en cuenta que su papel con las víctimas es determinante y muy valioso, al pedir, sobre todo, medidas cautelares a favor de las comunidades para protegerlas de cualquier riesgo ó crimen. Sin embargo, el conflicto entre éstas ONGs y la Fuerza Pública está causando un doble efecto, porque los abogados de estas organizaciones, más que todo, al investigar los expedientes y casos con odio y carga ideológica, no están ayudando a encontrar la verdad y hacer justicia como pretenden, sino más bien están contribuyendo a que los casos se aplacen y que la justicia ordinaria no encuentre meritos suficientes para condenar a los militares participes de casos como los de San José de Apartadó, y a cambió se envían a la Justicia Penal Militar, en donde se vencen los términos, donde no se encuentran pruebas suficientes, y como consecuencia se archivan los casos, constituyéndose de paso la impunidad. Según el presidente de la República Álvaro Uribe Vélez, actualmente se conocen 85 acusaciones de violación de derechos humanos contra la Fuerza Pública, “que han sido devueltos por la justicia ordinaria a la justicia penal militar, porque la justicia ordinaria 110 no encontró meritos. Ya hay muchas preclusiones, abstenciones de medida de aseguramiento y sentencias absolutorias”. (El Espectador, 2009, 8 de mayo) En cuanto al caso de San José de Apartadó, a la comunidad de paz se le hace injusto que la Justicia Penal Militar tenga en sus manos tres casos de asesinato por parte de los miembros de la Fuerza Pública contra los miembros de la región, cuando debería ser la justicia ordinaria la encargada de llevar el proceso. Adicionalmente a esto, reclaman que las indagatorias a los militares son parciales, porque consisten en preguntarles sólo si los hechos son verídicos; eso basta, según los jueces militares, para considerarlos inocentes, y negar lo ocurrido. Una vez más vemos actuar al espíritu de cuerpo, lo cual reafirma nuevamente la tesis sobre la poderosa capacidad de ésta “arma” militar inmune e imposible de combatir, incluso cuando hay de por medio violaciones a los derechos humanos. Por otro lado, el coronel en retiro Néstor Iván Duque, quien recibió en el 2003 el Batallón Ingeniero número XVII de San José de Apartadó, dice que las organizaciones de izquierda de derechos humanos, como las llama él, se han convertido en el negocio más lucrativo que hay en el país en este momento, razón por la cual la opinión pública y víctimas no han podido conocer la verdad, y los culpables siguen deambulando libremente. Por lo demás, el coronel Duque añade que la organización no gubernamental que ampara a la Comunidad de Paz de San José de Apartadó le exigió a la Corte Interamericana de Derechos Humanos proteger a los miembros de la comunidad a través de las medidas provisionales40, con el fin de cobrar el 40% de los 400 mil dólares, por cada persona muerta por causas de la guerra, que recibe la organización de la Corte Internacional. (Entrevista al coronel en retiro Néstor Iván Duque, 2009, 17 de junio) El coronel Duque debe tener los suficientes argumentos probatorios para garantizar semejante perversidad que de ser verdad deslegitimaría totalmente la función consciente de las organizaciones no gubernamentales, en especial la que cobija actualmente a la comunidad. 40 Todos los miembros de la comunidad poseen medida provisional avalada por la Corte Interamericana de Derechos Humanos, la cual decidió proteger y asegurar a los habitantes de Apartadó para que en caso que los grupos ilegales al margen de la ley la ataquen, el Estado debe responder indemnizando a los familiares de las víctimas 111 Si esto es así, ¿por qué la Fiscalía General de la Nación no inicia una investigación intensa a las ONGs para corroborar la información y denuncias del coronel Duque, y así garantizar una justicia equitativa? Se necesita conseguir una vía que ayude a que las ONGs no sigan interviniendo en las investigaciones y juzgamientos, y se centren más bien en recibir las quejas por violaciones a los derechos humanos. La sociedad civil, en este caso la comunidad de San José de Apartadó, tiene que comprender que las autoridades son necesarias y que el rol de las ONGs es complementario, y sirve únicamente como mecanismo de asesoría y acompañamiento. Convocar a las distintas organizaciones no gubernamentales de derechos humanos sería una solución tentadora, para que juntas debatieran los principales problemas de las regiones más violentas, dejaran de actuar aisladamente, y denunciaran con pruebas y no sólo con testimonios los excesos de la Fuerza Pública; esto, al mismo tiempo, contribuiría a mejorar la mala percepción que se tiene de Colombia en el exterior. Otro de los aspectos que vale la pena rescatar, es la indiferencia de los miembros de la comunidad de paz hacia el Estado, especialmente con los funcionarios públicos que llevaron el proceso apenas ocurrieron los hechos. En contraste con esto, hay quienes afirman sin temor que la Comunidad de Paz de San José de Apartadó es auxiliadora de las FARC, razón que explica, de la misma manera, el por qué no dejan entrar a su región al Ejército, teniendo en cuenta que su actitud represora contribuye a imposibilitar las investigaciones. Cuando la comunidad reportó la masacre, un grupo de la fiscalía viajó a la región para entrevistar a los habitantes, recoger los 11 cuerpos, y pruebas, sin embargo, fueron víctimas de una bomba y emboscada de las FARC justo en el momento en que estaban investigando los hechos de la masacre. La fiscalía ante eso no se pronunció, ni tampoco se preocupó por los funcionarios, y a cambio el Padre Javier Giraldo, ordenó a la fiscalía investigar a cada uno de los investigadores porque según el padre jesuita los funcionarios estaban violando el domicilio de los habitantes de la comunidad de paz. El fiscal que hizo parte de las investigaciones en el 2005 de la masacre de San José de Apartado cuenta su testimonio: 112 Coincidencialmente, cuando nos emboscaron estábamos haciendo las investigaciones de la masacre de San José de Apartadó. Ese fin de semana se bajaron los cuerpos, se hicieron las necropsias, y empezamos a practicar las pruebas. En otra oportunidad, la monja Clara Lagos, representante de la comunidad, manifestó a través de los medios de comunicación que había gente de la comunidad que sabía quienes habían cometido la masacre, fue entonces cuando planeamos un viaje a la comunidad; fuimos dos fiscales, y un procurador, apoyados con la policía. Sin embargo, cuando llegamos, la monja Lagos ya no quería hablar, y todos los miembros de la comunidad al vernos en la zona, se encerraron en sus casas. Después de dos horas la monja Lagos salió, y nos advirtió que sólo hablaría ante la Corte Interamericana de Derechos, porque el Estado era ineficiente, y nunca investigaba a fondo. A los pocos minutos, recibimos una llamada del ejército, diciendo que nos teníamos que ir de inmediato porque la guerrilla se acercaba y nos iban a emboscar. Nos tocó caminar para evitar que nos emboscaran. Llegamos a los carros blindados, y cuando íbamos sobre el puente, los policías empezaron a disparar hacia las montañas, y nos tocó bajarnos y escondernos bajo los carros. Lo curioso es que la comunidad de paz, sabía que la guerrilla nos iba a emboscar y le informó a la guerrilla de nuestro paradero. (Entrevista a Héctor Cruz, fiscal Ante el Tribunal, 2009, 6 de junio) Es difícil comprender la posición de la comunidad de paz frente al conflicto, porque suelen quejarse de la labor ineficiente del Estado por hacer justicia y de la complicidad de la Fuerza Pública con los paramilitares, pero al final cuando los funcionarios de la fiscalía optan por investigar e ir a hablar con los testigos personalmente sobre los ocurrido, la comunidad decide enviar como respuesta a su inconformismo a la guerrilla, para que ésta asesine a los funcionarios enviados por la fiscalía. Pero entonces ¿cómo esperan que se haga justicia si los miembros de la comunidad de paz no colaboran con la fiscalía? ¿Quién más que ellos para contar lo que ocurrió el 25 de febrero de 2005? El apoyo de la Comisión Interamericana en Washington y de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en San José de Costa Rica, las cuales les brindan a la comunidad de paz medidas cautelares y provisionales, sumado al auxilio estrecho de algunas ONGs, le permite a la Comunidad de Paz de San José de Apartadó actuar con libertad frente a las exigencias de la justicia colombiana, teniendo en cuenta que fue la primera comunidad de paz que se creó en el territorio colombiano, y está registrada ante la Cámara de Comercio como una Cooperativa. 113 Aunque el debate se centra en la impunidad desatada a partir de la Justicia Penal Militar, si es meritorio mencionar la actitud agresora de los miembros de la comunidad de paz hacia el Estado, el cual según nuestra Constitución es el único que puede condenar, sentenciar, y juzgar a los responsables de cualquier delito ó crimen, labor que ha sido difícil de ejercer debido a la negación de los habitantes para colaborar con la justicia. La comunidad tiene que comprender que sin su apoyo, la masacre del 25 de febrero de 2005 difícilmente podrá ser resulta penalmente. Mientras tanto, el rol de las ONGs y su insistente intervención en las investigaciones, ayuda notoriamente, si bien de manera silenciosa, a prolongar la impunidad, porque ésta pelea infinita entre ellas y la Fuerza Pública desvía la esencia de los casos, logrando que los culpables hagan lo imposible para que se conozca la verdad, y en su defecto la justicia ya sea la militar u ordinaria absuelva a los culpables por vencimiento de términos. Está claro que lo que más causa controversia es el hecho de pensar que el ejército estuviera involucrado en un crimen en el que las principales víctimas eran niños. Por eso, la fiscalía tiene el deber de presionar a la Fuerza Pública para por medio de ella obligar a los soldados y sus respectivos mandos a aceptar sus responsabilidades en el crimen. El capitán Armando Gordillo, primer y único militar en declarar, aceptó en sus declaraciones la combinación de los militares y paramilitares en el delito, lo que quiere decir que por lo menos uno de los oficiales dejó de actuar con espíritu de cuerpo, dando una mínima esperanza al caso de San José de Apartadó, y además demostró que no siempre se sale ganando utilizando la solidaridad y compañerismo entre los miembros de la Fuerza Pública, razón por la cual decidió declarar, convirtiéndose en el primer militar en aceptar la responsabilidad de la Fuerza Pública en la masacre de San José de Apartadó. La masacre de San José de Apartadó deja hasta ahora dos lecciones. La primera es que la Fuerza Pública tiene que dejar de actuar con espíritu de cuerpo frente a crímenes que comentan sus miembros y más cuando se trata de delitos de Lesa Humanidad. Y la segunda se trata de las investigaciones internas que hace la Justicia Penal Militar, las cuales han demostrado ser ineficientes y poco profesionales, y han convertido a la 114 justicia militar en una aparato controvertido que para la opinión pública significa: impunidad e irrespeto a los derechos humanos. Fuera de los argumentos ya expuestos, según los cuales la Justicia Penal Militar no se aplica en absoluto a este tipo de casos, la masacre de San José de Apartadó muestra, además, hasta la saciedad como la Brigada XVII del ejército nacional, el Departamento de Policía de Urabá y otros organismos de seguridad del Estado que operan en esa región, no produjeron resultados que hayan contribuido a garantizar la seguridad y los derechos de los ciudadanos, consiguiendo que todos los crímenes quedaran en la impunidad absoluta. Se ha mencionado, igualmente, crímenes perpetrados desde hace 25 años que aún continúan impunes a pesar de haber comprobado la responsabilidad del ejército (masacres de la Rochela, Mapiripán, y Trujillo). También se ha detectado los métodos rutinarios utilizados en las investigaciones, basadas en los testimonios de los implicados (oficiales superiores jerárquicos) los cuales eran orientados casi siempre a la culpabilidad de los miembros en el crimen, recibiendo respuestas negativas, pero además percibiendo las respuestas como una “verdad oficial”. Las cuatro masacres estudiadas en ésta investigación son sólo una muestra de los diferentes mecanismos de impunidad desatados a partir de la Justicia Penal Militar dentro de los cuales el fuero militar y el espíritu de cuerpo han cobrado un protagonismo definitorio, y han demostrado ser herramientas muy poderosas que actúan con eficiencia absoluta aún cuando la justicia ordinaria toma los casos. 115 4. CONCLUSIONES Durante toda la investigación del presente trabajo, fue difícil manejar las versiones de los entrevistados, porque cada uno de ellos, como es natural, tiene su propia versión y punto de vista personal respecto a los hechos. No se pretende llegar a conclusiones finales sobre la impunidad que se observa en la Justicia Penal Militar, y sus poderosas herramientas jurídicas y administrativas. Tampoco se pretende estigmatizar a los militares, ONGs, o a la Fiscalía General de la Nación, porque, aunque se entrevistaron a más de diez personas, entre ellas victimas, funcionarios públicos, investigadores, militares, y políticos, es difícil afirmar con pruebas quien tiene la razón, sólo se busca mostrar, a través de sus testimonios, la grave situación por la que pasa el país respecto a la violación de derechos humanos por parte de miembros del ejército, y a la cual está condenada la sociedad colombiana a vivir por lo menos por diez años más, teniendo en cuenta que el papel de juez público del periodista, para denunciar los casos aquí estudiados, es cada vez más limitado y difícil de ejercer sobre todo cuando se trata de investigar a personajes que gozan de un poder militar de alcances ilimitados, que lleva acentuándose con fuerza desde la época de la violencia como se vio en el marco teórico En este orden de ideas, después recoger voces a favor y en contra del funcionamiento de la Justicia Penal Militar, relacionadas especialmente con las masacres de La Rochela, Mapiripán, Trujillo, y San José de Apartado, en una extensa investigación de casi 6 meses, dedicación, e insistencia, se puede concluir que la Justicia Penal Militar opera ineficientemente, actúa con tanta autonomía y parcialidad, que prefiere proteger primero a sus miembros, para no deslegitimar la institución militar, antes que contribuir objetivamente con la verdad. De la misma forma, queda claro que la justicia militar continua haciendo todo lo que está en “su poder para impedir la transferencia de casos a la justicia ordinaria”, como bien lo ha afirmado el relator de la ONU, Philip Alston, en su visita a Colombia al investigar los casos de los mal llamados “falsos positivos”. (Valbuena, J.F., 2009) 116 Es imposible llegar a conclusiones definitivas sobre la grave situación de violación a los derechos humanos, por parte de agentes del Estado, quienes son –en apariencia- los principales defensores y protectores de la vida y honra de los habitantes de cualquier país. Sin embargo, al observar con detenimiento el poder militar en Colombia desde la época de la Violencia, el cual ha ido ganado mayor impacto en la sociedad y sigue conservando su poder a partir de los intereses del resto de poderes (judicial, ejecutivo y legislativo), como ya vimos con detenimiento en el marco teórico, queda claro que en Colombia el poder militar continua actuando en su propio beneficio e intenta cobrar protagonismo para justificar su papel de combatiente, capaz de enfrentar a los grupos revolucionarios al margen de la ley, utilizando todos los medios bélicos necesarios que estén a su alcance, para así demostrar a la opinión pública y a sus altos mandos que está cumpliendo con su labor. Infortunadamente, el mecanismo que ha sido escogido por algunos soldados (que son bastantes) para justificar su papel de combatientes y para ganarse a cambio un “premio” de consolación por su arduo trabajo, han sido los asesinatos colectivos o “asesinatos a sangre fría y premeditado de civiles inocentes con fines de beneficio”41 contra personas civiles ajenas al conflicto, las cuales son mostradas como personas muertas en combate o auxiliadoras de las FARC. Aunque los casos de los “falsos positivos” fueron apenas denunciados en el 2008 a raíz de los sucedido en Soacha, Cundinamarca, cabe decir que no se trata de un fenómeno nuevo en el país, sino más bien fueron “matanzas flagrantes y obscenas, que demuestran que son simplemente la punta del iceberg”, como lo afirmo Philip Alston, relator de la ONU, en su informe preliminar. Asimismo, Alston señalo que entrevisto a “supervivientes que describieron matanzas muy similares que ocurrieron en el pasado en los departamentos de Antioquia, Valle del Cauca, Casanare, Cesar, Córdoba, Huila, Meta, Norte de Santander, Putumayo, Santander, Sucre y Vichada, en donde una cantidad importante de unidades militares estaban involucradas en ello”. (Alston P. 2009) Lo que quiere decir que las masacres sistemáticas del pasado podrían estar 41 Philip Alston, relator de la ONU, realizó una investigación de 10 días en Bogotá, Antioquia (Medellín), Santander (Bucaramanga) y Meta (Villavicencio), donde entrevista a mas de 100 personas, y en donde concluyo que los mas llamados “falsos positivos” eran asesinatos a sangre fría y premeditado de civiles inocentes con fines de beneficio. Para mayor información ver el informe preliminar de Alston después de si visita en Colombia. 117 hipotéticamente relacionadas con lo mencionado por Alston, dentro de las cuales hubo militares de bajos y altos mandos involucrados, qué aún conociéndose su participación en los crímenes siguen libres o están siendo investigados, unos por su propia justicia, la militar, y otros por la ordinaria. El informe preliminar de Alston contribuye considerablemente a este trabajo de grado, ya que reafirma y advierte una vez más al Estado, que aún tratándose de Crímenes de Lesa Humanidad, los jueces militares siguen haciendo “caso omiso a los dictámenes de la Corte Constitucional y hacen todo lo que está en su poder para impedir la transferencia de casos claros de derechos humanos al sistema de justicia ordinaria”. En la justicia militar, Alston pudo comprobar que se obstruye “la trasferencia de información, se arreglan los enfrentamientos de jurisdicción cada vez que se encuentra la oportunidad, y las tácticas de dilación son de uso común”. Y como resultado de todo esto, “los casos se demoran meses o años, poniendo en peligro el valor de los testimonios y de las pruebas”. (Alston P. 2009) ¿Por qué el Estado espero a que un relator de la ONU viajara al país a investigar las actuaciones de los grupos legales e ilegales, si sabia de antesala que por ejemplo los agentes del Estado estaban involucrados en graves Crímenes de Lesa Humanidad, que todavía siguen impunes? La respuesta es incierta, así como también el dictamen final de la justicia en estos casos. La situación en el país se ha complicado, y las recomendaciones que hará la Corte Interamericana de Derechos Humanos al Estado con los casos de La Rochela, Mapiripán, Trujillo, y San José de Apartado, también se evidenciaran en las conclusiones finales del informe completo del relator de la ONU, ya que fueron crímenes en donde agentes del Estado están involucrados y aún siguen impunes, considerando que el propósito principal del informe es demostrar la dramática situación de la seguridad que todavía vive Colombia y la urgencia por tomar medidas estrictas en el asunto. El caso de Soacha, con los “falsos positivos”, fue sólo “la punta del iceberg” como manifestó Alston, para demostrar que la Fuerza Pública sigue cometiendo graves delitos que no sólo atentan contra los derechos humanos, sino contra la promesa y juramento que una vez hicieron aquellos oficiales ante el país, cuando decidieron portar las armas 118 para proteger y defender a los habitantes, y hasta dar su vida por ellos si era necesario, y a los cuales la humanidad ha depositado plena confianza. Un problema adicional que explica el por qué los oficiales del ejército, Rito Alejo del Río, Farouk Yanine Díaz, Alirio Urueña, Guillermo Armando Gordillo, Hernán Orozco Castro, para mencionar sólo algunos de los cientos de militares involucrados en las masacres estudiadas, no han respondido por los crímenes u homicidios del pasado tiene que ver con el “hostigamiento sistemático de los militares hacia los sobrevivientes”, (Alston P. 2009) testigos, y todo aquel que se atreva a revelar la verdad; grave inconveniente que Alston encontró también en sus investigaciones, y unas de las razones que explica por qué los casos siguen impunes. Colombia no ha sido el primero, ni tampoco el único país es recibir recomendaciones de un relator de la ONU. La visita de Philip Alston, relator especial sobre Ejecuciones Extrajudiciales, Sumarias y Arbitrarias de Naciones Unidas, debe ser entendida como una aporte de Naciones Unidas a sus Estados miembros para mejorar la situación de los derechos humanos en todo el mundo. La impunidad en la Justicia Penal Militar en Colombia debe ser resuelta con urgencia, porque es uno de los problemas que más daño le está causando a la sociedad. Cuando un crimen lleva impune más de 20 años, ¿como espera el Estado que la humanidad confíe en la justicia? Si, además, las victimas son invisibilizadas y generalmente el crimen de tortura y/o masacre queda oculto en otros delitos como asesinatos o desapariciones forzadas, como sucedió en las masacres de La Rochela, Mapiripán, Trujillo, y San José de Apartado. Por eso, las victimas acuden a su propia justicia, y actúan sin temor con tal de hacer justicia, porque, igualmente, saben que si actúan ilegalmente, la justicia de todas formas no va a operar. Por lo tanto, estamos sumergidos a vivir en una espiral de la violencia, que sólo podrá ser destruida hasta que la justicia actúe sobre el primer crimen. Adicionalmente a esto, la justicia ya sea la militar u ordinaria es tan ineficiente, que la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha tenido que intervenir en los procesos, ocasionando problemas al Estado y obligándolo a indemnizar a la victimas, repararlas y a hacer justicia, razón por la cual desde más de 20 años los casos de La Rochela, 119 Trujillo, y San José de Apartado fueron reabiertos en el 2007, y apenas entre el 2008 y 2009, la Fiscalía General de la Nación llamo sólo a indagatoria a los militares involucrados, sin ni siquiera practicarles una sola condena, incluso sabiendo que es un hecho que los militares fueron cómplices de los paramilitares y cooperaron en las masacres perpetuadas en 1989 (La Rochela), 1986 (Trujillo), 1997 (Mapiripán), y 2005 (San José de Apartado). El Estado no puede seguir esperando a que la Corte solucione los problemas de tan índole que merecen inmediata concentración, porque al mismo tiempo el Estado está restringiendo al país de oportunidades de comercio y desarrollo con otros países. Los militares ejecutaron Crímenes de Lesa Humanidad contra las poblaciones más vulnerables del país, y han aprovechado su condición y poder militar, el cual ha estado sometido a un sector de la sociedad civil, siendo las minorías las que gozan de éstos privilegios. En este orden de ideas, después de investigar detenidamente los casos, analizarlos, y al mismo tiempo observar los problemas a que ve enfrentado el periodista en su quehacer a la hora de informar o denunciar casos de tal índole de impunidad, cabe por último señalar a modo de conclusión que en las violaciones de los derechos humanos existe una verdadera política de impunidad que compromete no sólo a las instituciones estatales, sino también a los medios de comunicación privados que encubren por varios motivos los Crímenes de Lesa Humanidad, que los agentes del Estado cometen, y que son encubiertos por el Estado mismo, y que han sido cubiertos por una cortina de humo representada por un discurso democrático, en el que lastimosamente han caído varios medios de comunicación. . 120 5. BIBLIOGRAFÍA Abogados Demócratas; ASCODAS; Justicia y Paz; ILSA (1997), Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos (ILSA). 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