En marcha, la Estación Espacial Internacional Bichos

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En marcha,
la Estación Espacial
Internacional
Martín Bonfil Olivera
Paulino Sabugal Fernández
Tuvieron que pasar 14 años y superarse
obstáculos políticos, técnicos y financieros para que la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés) se
convirtiera en una realidad. El 13 de diciembre de 1998, los tripulantes del
transbordador espacial Endeavour completaron, sin contratiempos, el ensamblado de los módulos Zarya (de fabricación rusa; lanzado al espacio el 20 de noviembre) y Unity (construido
en Estados Unidos; en órbita desde el 3 de diciembre). Éstas son “las
primeras piedras” de la gigantesca estructura que formará la ISS y
será la más grande jamás construida en el espacio; al terminarse, en
el año 2005, tendrá la longitud de un estadio de futbol y 460 toneladas de peso.
La idea surgió en Estados Unidos en 1984. Se quería establecer
una plataforma que permitiera la estancia permanente de astronautas
en el espacio para investigar y mejorar las condiciones de adaptación del cuerpo humano en ambientes sin gravedad, de cara a viajes
espaciales tripulados hacia otros planetas. Otro de los objetivos era
desarrollar el uso comercial del espacio a través de la experimentación con nuevos materiales, que eventualmente podrían fabricarse
en serie fuera de la atmósfera terrestre.
Desde entonces, las críticas al proyecto no se han hecho esperar,
lo mismo por parte del Congreso estadounidense, que objetaba la
inversión de 8 mil millones de dólares prevista por la Administración
Reagan, como de la comunidad científica. El astrónomo Carl Sagan,
por ejemplo, señalaba que “Una estación espacial queda lejos de ser
una plataforma óptima de investigación científica... No existen aplicaciones apremiantes o de fabricación que la justifiquen...”
Sin embargo, con la próxima “jubilación” de la estación espacial
soviética Mir, se puso en marcha el proyecto ISS, financiado por 16
países, con un presupuesto que rápidamente rebasó los 8 mil millones de dólares originales. Hacia 1992, tan sólo en trabajos de diseño, la NASA había gastado ya 10 mil millones de dólares y se estima
que de aquí al año 2005, el costo total de la estación podría alcanzar
los 96 mil millones de dólares. Y éste sigue siendo uno de los principales obstáculos a vencer, pues se planean cerca de 45 lanzamientos
adicionales de transbordadores espaciales estadounidenses y de cohetes Protón rusos para enviar las partes restantes de la ISS, que los
astronautas deberán armar a lo largo de 162 “caminatas” en el espacio.
Como quiera que sea, el módulo de control Zarya (en ruso “amanecer”), de 20 toneladas de peso, y el módulo conector Unity de 12
toneladas —primeras piezas de la ISS— orbitan ya sobre nosotros a
384 kilómetros de altura. Zarya se encarga de aportar energía eléctrica, propulsión y comunicaciones al Unity, que no es más que una
“sala de estar” a la que habrán de conectarse los siguientes módulos
y componentes (100 en total).
Si todo sale bien, en abril de este año los rusos lanzarán el módulo de servicio “casa-habitación” para los primeros astronautas que,
en grupos de seis o siete, vivirán en la ISS durante 90 días como
mínimo. De no ser así —si no se lanza a tiempo y continúan los
retrasos por parte de los constructores rusos—, los módulos ya colocados por el Endeavour caerán irremediablemente a la Tierra pues,
además, el módulo de servicio tiene la función de aportar propulsión y navegación al conjunto.
El caso de los monos
esquizofrénicos drogados
Bichos
Q
uienes trabajan con microbios usan la palabra “bichos”
en un sentido distinto al que se emplea normalmente,
pues no se refieren a esos complejos organismos con seis
patas, alas, esqueleto externo tipo caparazón y ojos con muchas facetas, como la mosca de esta columna. Sus “bichos”
son mucho más simples: son organismos formados por una
sola célula, en vez de miles o millones. Los biólogos (quizá
para darse importancia), los llaman procariontes, o “monera”,
pero la mayoría de los mortales los conocemos como bacterias.
Las células de las bacterias son más simples que las células eucariontes (o sea, todas las demás). A pesar de ello, han
logrado colonizar prácticamente todos los ambientes que
existen en nuestro planeta, desde el frío del ártico hasta las
temperaturas de ebullición de los géiseres, y desde los lagos
de aguas saladas hasta el interior de nuestros intestinos.
Pero no sólo eso: las bacterias son indispensables para la
existencia de los “organismos superiores”: sin ellas los humanos no podríamos asimilar varios nutrientes esenciales,
las termitas no podrían digerir la madera que comen, las plantas no encontrarían en el suelo los compuestos con nitrógeno que necesitan para fabricar sus (y nuestros) alimentos, y
los cadáveres de todos los demás seres vivos se acumularían
durante años antes de descomponerse.
Y eso no es todo. Si las bacterias no hubieran existido,
tampoco estaríamos aquí los demás organismos. Las
mitocondrias de nuestras células (que liberan la energía de
nuestros alimentos) y los cloroplastos de las plantas (que
realizan la fotosíntesis y son la principal fuente de alimentos
para los animales) son tataranietos de las bacterias. Las primeras mitocondrias y cloroplastos fueron absorbidos en el
interior de células del tipo de las amibas, hace millones de
años, y dieron así origen a las modernas células eucariontes.
Así que, además de las molestias que nos ocasionan cuando pudren nuestros alimentos o nos enferman del estómago,
estos compañeros invisibles son indispensables para la vida
en la Tierra.
Y un último dato. Según estudios recientes, es posible
que en las entrañas de nuestro planeta haya cantidades inmensas de bacterias que viven de las reacciones químicas
entre compuestos minerales, sin necesitar de la energía del
Sol. Se cree que la masa de estas poblaciones de bacterias
puede superar a la de todos los demás seres vivos que habitamos en la superficie de la Tierra y en los mares. Tal vez
tendríamos que ser un poco más modestos, ¿no lo crees así?
¿cómoves?
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Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx
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