MARÍA Terrestre enfermo, que a sus solas llora El furor de los hombres, la extrañeza De su comercio brusco, y su odiadora Feral naturaleza,— Siento una luz que parece estrella, Oigo una voz que suena a melodía, Y alzarse miro a una gentil doncella, Tan púdica, tan bella Que se llama—¡María! Versos me pide a la Amistad. Pudiera En verso hueco, frívolo y vacío, De clásica vestir esta manera Altiva y loca del espíritu mío. Trabas desdeño y hábitos de corte: Más que el corcel que el deshonroso arreo En el corto zaguán muerde —en espera Del lindo mozo, gala del paseo, Vil flor de la mundana Primavera,— Amo la cebra, que la crin pintada Si herida, no domada, En su carrera infatigable extiende Y sobre la llanura arrebatada ¡Alas de libertad al aire tiende! Amo el bello desorden, muy más bello Desde que tú, la espléndida María, Tendiste en tus espaldas el cabello, ¡Como una palma al destocarse haría! Desempolvo el laúd, beso tu mano Y a ti va alegre mi canción de hermano. ¡Cuán otro el canto fuera Si en hebras de tu trenza se tañera! Del claro arroyo en la corriente fresca Templa su sed el luchador viandante, Y la tostada piel, del sol refresca. Del exquinzúchitl a la sombra amante;— Álzase a par de la borbónea rosa, Frágil como Borbón, la duradera Flor inmortal, corona más preciosa Que la de mirto airosa Y la amable y sensual adormidera;— Del brillante tenaz la lumbre viva El blando acero de la perla apaga, Y la luz del zenit, roja y activa, La Tarde templa, con azul de maga;— Coronado de luz asoma el día. Siembra y hiere, da y quita la fortuna, Y la frente terrífica y sombría Duerme luego en el seno de la luna;— ¡Así el amor, que desolado y ciego La veste azul con el cendal de fuego A su cortejo de volcanes ata, Sacude destrozado la melena Y se calma llorando en la serena Amiga Tarde, de cendal de plata! ¡Así el Amor, magnífico y divino, Copia en su curso ardiente y peregrino, Brillante, rosa, sol, rápido día,— Y la noble Amistad, tierna y lozana, Gentil semeja, en la malicia humana, Perla, luna, exquinzúchitl, flor, María! A las veces, herido De una fiera pasión, porque hay pasiones En que ¡hasta el pomo su puñal hundido! Con su acero quemante han convertido En roto abismo bravos corazones,— El ánimo lloroso Verter quisiera el hondo mal quejoso. La pena confesada Por mitad del espíritu es echada; De modo, que parece Que en el invierno del dolor sombrío La Primavera fúlgida amanece, Flor de la confesión, nuncio de Estío.— Todo, en lo térreo, si cenizas se hace, Más lozano y vivífico renace: Y el alma resucita: yo la he visto Clavada en la Cruz como el Inmenso Cristo, Y luego, al sol de plácidos amores, ¡Batir las alas y libar las flores! ¡Pesa mucho el dolor! Fuerza por tanto Que alguien derrame con nosotros llanto Por la honda pena propia, Callando en sí, grave dolor se acopia, ¡Y llorándolo dos, se llora menos! ¡Religión y milagro de los buenos! ¡Con qué bello atavío, Andando lentamente, Viene el recuerdo a mi tranquila frente, Refrescante y sutil como el rocío! ¡Perenne, dulce gloria! ¡La nobleza del hombre es la memoria! Ya plácido recuerde La tarde en que al amigo mexicano Mi amor conté, por donde el campo verde Al alma invita a este placer de hermano: Ya en la férvida noche de agonía En que la dije adiós, piense al amigo Que me dejó a la puerta de mi casa, Y en fuerte abrazo sollozó conmigo El fiero mal de la fortuna escasa;— Ora imagine al que la ilustre escena Por él sembrada de laureles vivos, Trocando el goce por mi grave pena Dejó, con paso y corazón activos, Y en el cuerpo en que mi alma traspasada Gemía bruscamente, A la par de mi esposa arrodillada Curó mi mal y serenó mi frente;— Ora clame al querido Noble Fermín, que en su feliz Consuelo Hállalo a nuestra ausencia, adolorido Porque sin mí no encuentra azul el cielo;— Ora busque abatido En estas remembranzas energía,— Dígole al alma mía Que nunca en ellas la Amistad me sigue Frescor perenne de una cierta gloria, Y estas victorias del amor no trueque Por otra alguna efímera victoria,— ¡Que al fatuo fuego, resplandor sin huellas, Prefiero yo la luz de las estrellas!— Llama el sol al trabajo. Ya el querido Libro vuelve hacia mí la vista inquieta, Y pliego sobre el hombro adolorido El ala del poeta. ¡Penado, el carcelero me reclama! A la noble Amistad cantar me hiciste: Mira aquí tu poder: el plectro mío, Por la rueda vital despedazado, Íntegro se alza desde el polvo frío, Y el golpe venga en cántico sagrado. ¡Muy más que sacro, loco! Dado el mundo a pensar, canta ya poco. Pues fue tu voz la que en el alma pudo Un canto hallar, que despertando rudo, Te viene, como yo, a besar la mano,— Tú lo perdonas, que el perdón es bello; Líbralo tú de dientes y testigos, Y pon, bíblica niña, en tu cabello Vergiss mich nicht, la flor de los amigos. Dame en cambio tu voz: con ella intento Cariño y libertad. Gentes vulgares No oyen en ella el celestial acento Que sé yo oír y adivinar. Hay algo Sin forma y sin cometida Promesa, pena, halago, Todo lo que hay en el rumor de un lago, ¡Todo lo que ha de haber en la otra vida! ¡Dame tu voz! Enérgico con ella Diré a los Hombres el secreto vivo De las ondas del alma; del altivo Sol paternal las voces del trabajo; La colosal inmensa Analogía Del río que el valle cruza, De la ola que lo extiende, Del viento que la azuza, Del barco que la hiende; ¡Y del alma, —río, viento, barco alado,— Que, sobre todos ellos, hacia el cielo Emprende el caminar precipitado! ¡Dame tu voz! —¡Y a la gentil doncella Cantaré los amores de la luna, El misterioso germen de la cuna, La palabra de paz de cada estrella! Mayo, 77. [OC, t.17, pp. 127-132]