ENTIERRO DEL P. NARCÍS CASANOVA CAÑIGUERAL Homilía del P. Abad Josep M. Soler 30 de marzo de 2015 2 Mac 12, 43-46; Sal 142; Rom 5, 5-11; Jn 17, 24-26 En su gran oración de la tarde antes de entregarse a la pasión, Jesús pide al Padre que sus discípulos puedan participar de su vida de Hijo. Esto supone una doble realidad: que participen de su abajamiento (cf. Jn 13, 33.36) y que participen, también, de su exaltación a la gloria: que estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, dice. Toda la vida del cristiano, hermanos y hermanas, es una participación en esta doble dimensión de la vida en Cristo. Cada día participamos de su abajamiento, con la obediencia a la voluntad de Dios, el servicio humilde a los demás, la aceptación de las propias fragilidades y enfermedades, etc. Y cada día, también, podemos contemplar anticipadamente su gloria conociendo la persona de Jesucristo y por medio del amor que une el Padre y el Hijo y del que podemos participar porque Jesucristo ha rogado que este amor esté en nosotros: que el amor que me tenías esté en ellos, como también yo estoy con ellos. Y este amor es el Espíritu Santo que, como decía san Pablo en la segunda lectura, ha sido derramado en nuestros corazones. Sí, con los sacramentos de la iniciación cristiana, hemos recibido el don del Espíritu para que transformara nuestra vida y nos hiciera una nueva criatura por la participación en la filiación divina. Este Espíritu hace brotar el amor en los corazones de los creyentes, los sostiene en las dificultades, les enseña a orar y es, aún, la prenda de la esperanza en la vida futura que nos ha sido prometida. El abajamiento máximo del ser humano es la muerte. Pero este abajamiento constituye, al mismo tiempo, el umbral que hace posible la contemplación plena de la gloria de Cristo en la vida eterna. No por nuestros méritos sino gracias a la sangre de Cristo que nos perdona y nos salva. Este anuncio que nos hace la Palabra divina sobre la vida eterna con Cristo, nos da serenidad ante la realidad de la muerte, la que tendremos que afrontar cada uno de nosotros en un momento u otro y la de las personas que nos son cercanas y queridas. Hoy, concretamente, nos encontramos ante los restos mortales del P. Narcís que el día de San José, con la muerte, vivió su abajamiento máximo, como consecuencia de un derrame cerebral que había sufrido el sábado anterior día 14 en la ciudad italiana de Narni. El P. Narcís Casanova y Cañigueral se llamaba Carles de nombre de pila. Había nacido en Barcelona el año 1929. Un tiempo después, la familia se estableció en Cassà de la Selva, en el Gironès. Después de la guerra civil, ingresó en el Seminario de Girona, donde además de los estudios eclesiásticos recibió formación musical. Fue ordenado sacerdote en 1952. Ejerció el ministerio parroquial durante pocos años, porque en 1955 entró en nuestro monasterio, donde hizo la profesión el año siguiente. Fue profesor de teoría, solfeo y piano en la Escolanía a lo largo de catorce años. Durante un tiempo, lo compaginó con la obtención del título de profesor de piano en el Conservatorio Superior del Liceo, con estudios de órgano en el Conservatorio Municipal de Barcelona, y con el servicio de organista en esta basílica montserratina. Por razones personales, hizo una estancia de diez años en Alemania, en el monasterio de San Bonifacio de Munich, durante ese tiempo obtuvo los títulos de Profesor de Dirección de Orquesta y de Dirección Coral en el Conservatorio Richard Strauss de aquella ciudad. En Alemania, entró en contacto con las Comunidades Pentecostales Evangélicas y se dedicó al ministerio pastoral, particularmente a la predicación. En 1980 pasó a residir en el monasterio romano de San Pablo Extramuros, donde ejerció de penitenciario y de organista. En este periodo, conectó con la Renovación Carismática católica y comienza a predicar por las calles y plazas de Roma, acompañado de un grupo de canto y danza religiosos. El 1993, el obispo de Terni, Italia, le propuso establecerse en su diócesis, en el antiguo monasterio de San Cassiano. La Congregación vaticana para los Religiosos le concedió el permiso para fundar una comunidad; durante años trabajó esforzadamente pero la cosa no tuvo éxito. De todos modos, hizo de aquel lugar un espacio de acogida y de oración. Continuó la predicación por las calles y difundió la danza como elemento de expresión litúrgica y cultivó las formas más innovadoras de la música contemporánea. En este período, se incorporó al movimiento eclesial de los "Amici di Gesú" vinculado a la Renovación Carismática. En 2008 tuvo que dejar San Cassiano y el obispo de la diócesis le asignó la iglesia de Stifone, en Narni mismo, para que estuviera a su cuidado pastoral. Durante todo este largo periodo hacía algunas visitas esporádicas a nuestro monasterio. Fue en esta ciudad de Narni, mientras estaba en la calle predicando la Buena Nueva de Jesucristo, donde sufrió un derrame cerebral gravísimo. En el bolso de mano, sólo llevaba textos evangélicos, ni dinero ni ninguna otra cosa. Sólo la Palabra de Dios. No pudo superar la gravedad de la situación y murió el día 19 pasado. El itinerario monástico del P. Narcís es muy particular. El testimonio de sus colaboradores y amigos italianos es que, en estos últimos años, podía parecer obstinado y algo simple a primera vista, sin embargo, había una realidad profunda que le llevaba a procurar someter su talante más bien independiente al señorío de Cristo. Su ideal era vivir de Jesús y comunicar a Jesús a las multitudes según entendía que le pedía al Espíritu. Ha vivido como una misión el ser testigo de Jesucristo y llevar su liberación a las personas, curando heridas y procurando liberar de todo aquello que las oprimiera. Esto le llenaba y lo hacía feliz. Lo vivía acompañado de una oración confiada. En sus años de Italia, muchas personas se han beneficiado de su acción pastoral, tal como recordaba, en el funeral que celebraron allí el sábado día 21, el Obispo de la diócesis de Narni-Terni Amèlica donde el P. Narciso ejercía su ministerio de monje predicador. Después de muchos años de ausencia, pues, nuestra comunidad, como "una madre de corazón abierto ", tal como el Papa quiere que sea la Iglesia (cf. Evangelii Gaudium, 46ss.), recibe las restos del P. Narcís para que reposen en Montserrat. Ahora, con sus familiares y amigos, movidos por la esperanza de la resurrección, ofrecemos el sacrificio eucarístico para pedir que el P. Narcís sea liberado de todas sus faltas y pueda estar eternamente con Jesucristo, tal como el Señor pedía en su oración la tarde del primer Jueves Santo. Estar eternamente con Jesucristo es la culminación de la obra del Espíritu en el creyente.