VOL: AÑO 10, NUMERO 27 FECHA: ENERO-ABRIL 1995 TEMA: ACTORES, CLASES Y MOVIMIENTOS SOCIALES I TITULO: Presentación AUTOR: Otto Fernández Reyes TEXTO Hace más de dos décadas y media que un prestigioso analista latinoamericano, Francisco Weffort, se cuestionó sobre la pertinencia de concebir una teoría de los actores y los movimientos sociales sin una teoría del cambio social. La cuestión, planteada así en aquellos tiempos, no resultaba forzada o equívoca. Se ajustaba a condiciones de reflexión donde la teorización no operaba como discurso divorciado de los esfuerzos del cambio social y político, donde no se la reconocía -a la reflexión- formando parte exclusiva de especializaciones sin conexión con el mundo de los actores y sí, curiosamente, con el ambiente aséptico de la "academia" y la "asesoría" tecnocrática con que posteriormente discurriría la discusión acerca de la acción social. Los tiempos, en este sentido, no han pasado en balde para ver las restricciones de una y otra de las posturas de la época: la del militantismo y el aislacionismo, ya que ambas restringieron la identificación de las formas de acción y la comprensión de los procesos de cambio. Hoy, sin embargo, se reconstruyen visiones menos rígidas hacia ambos campos, intentando dimensionalizar más correctamente los valores involucrados en los problemas relativos a la interacción entre estructura y acción social, desarrollando estrategias que reconstruyan la acción bajo perfiles de rigor, historicidad, complejidad y conexión entre lo micro y lo macro, así como ponderando las densidades de la conflictualidad sin desmedro de proseguir con discursos que las desaparezcan o la reduzcan a la insignificancia. Las razones de estas posturas se encuentran vinculadas a los acontecimientos de las últimas tres décadas y más que definen un sorprendente activamiento de actores y cambio estructural, resquebrajando los propósitos y lógicas de los discursos y valores "asignados" a los supuestos términos positivos de progreso, racionalidad y desarrollo. Hoy reconocemos que ambas contratendencias -la del militantismo y el aislacionismo tecnocrático- arriban a un fin cuyo origen es mucho más complejo que una mera declaración de conclusiones e influencia analítica y teórica. Lo que es evidente es la emergencia de una sensibilidad distinta al momento de distinguir la aproximación a los procesos de subjetivación y movilización social. Pero ello también tiene su historia, aún en curso. De hecho, frente al paso trepidante de los años sesenta y los setenta, el anuncio, no sin cierta sorpresa, de la ruptura de un tipo determinado de orden social considerado estable y continuo retardó en exceso la elaboración sustantiva de discursos para captar el vuelco que se operaba en la constitución de las identidades sociales. El peso de una orientación racionalista y lineal, originada desde la postguerra, había significado un pragmatismo estrecho pero conveniente a las ideologías desarrollistas y de reforma que se habían reconstruido en el mundo occidental bajo la égida del keynesianismo del centro y la periferia. Pero el preludio de su crisis implicaba consideraciones tremendas para la lógica de la dominación: se modificaban los discursos formales de consenso y convocatoria de masas (exitosos, por lo demás), que habían sostenido un orden determinado y que se habían constituido en el parámetro alternativo para rebasar las rigideces de las sociedades de clase en general. Así, la ruptura sistémica que se iniciaba en esos días en los modelos de dominación tardo-capitalistas apenas se percibía. Pero las tensiones en los modelos de reproducción social pivotearon y acicatearon conflictos que hacían imprescindible asumir la necesidad de enfoques sobre el cambio con la discusión sobre los procesos en curso y la subjetivación en las identidades enfrentadas. Teoría y actores, identidades y cambio social se aproximaban como nunca en la discusión profesional y universitaria. Parecía que habría de presentarse un salto teórico sustantivo, en donde la reflexión avanzaría de manera real. Sin embargo, las propuestas en discusión recibieron los impactos del resurgir neoconservador hacia fines de los setenta. Ello se vinculó con los desenlaces autoritarios y con las estrategias afines a estos discursos que emergieron como "alternativas" al fracaso del keynesianismo y del reformismo y populismo en todas sus variantes y gradaciones. La discusión sobre identidades resintió, sin lugar a dudas, esta torsión. La más evidente entre todas la constituyó el replanteo en cuanto al privilegio del análisis sobre lo colectivo, estructural y tendencial. Se sustituyó un tal eje de organización, sobre las lógicas de subjetivación, por énfasis cargados hacia lo individual, lo sectorial y coyuntural. Y sin desmerecer su importancia, se le absolutizó como la forma central de identidades básicas dentro del actual cambio institucional y cultural, sin considerar que este "predominio" era un producto social obvio con atención en las valoraciones estimuladas por las culturas neoautoritarias, en relación a los grupos y sectores sociales que definían los derroteros de las sociedades en crisis. Cada vez más emergía el individuo como "unidad de análisis" de la acción social. Se desdibujaban accesos a grupos, clases y élites, retornando a lógicas decisionistas que sólo recalcaban lo micro en lo macro. El sistema social perdía de esta manera visibilidad. Como sustituto de la acción se proyectaba el "actor" -en singular- y se "desaparecían" a los conglomerados de manera progresiva. En definitiva, el análisis sobre la acción se degradaba y concedía fundamentos a las orientaciones cortoplazistas y reduccionistas. De esta forma, en primer lugar, la comprensión de las acciones sociales fue colocada bajo los parámetros de un gran paradigma antihistoricista y antisubjetivista, mismo que negaba la integración de formas de socialización permeadas por actores colectivos, con intereses autónomos a los de las élites, utilizando mecanismos de movilización y demandas en claro antagonismo y conflictualidad micro y macroestructural. En su lugar se produjo una valorización de las lógicas de racionalidad individual e institucional dentro de esquemas predominantemente de costo-beneficio,y en desmedro de lo sistémico. En segundo lugar, las aproximaciones de los ochenta reivindicaron la heterogeneidad por sí misma, justificando una tal diversidad de la realidad como fundamento último de lo incierto y como un sustituto de aproximaciones a visiones integradas y capaces de obtener tendencias centrales respecto a la acción social y colectiva. Dicha diversidad justificaba, frente a la multiplicidad de identidades en curso, la negociación y el consenso. Y los discursos conservadores elevaron a rango extremo dichas tácticas para afrontar esta diversidad y demostrar su superioridad en el tratamiento práctico y en cuanto a su explicación sobre su origen y desarrollos. Sin embargo, determinadas lógicas de acción, "tradicionales" o no, pero asociadas a lo étnico y lo religioso, el género y las demandas democráticas, no fueron superadas y solucionadas en su complejidad global. Muy por el contrario, asociadas a ellas emergieron formas de violencia inauditas y bastante distanciadas de la racionalidad con que se presumía que los actores "calculaban" sus decisiones y sus estrategias de acción. De hecho, retornábamos a una violencia y disrupción social como no se pensaba que ocurriese a partir del "fin de la guerra fría". Y lo anterior no sólo acontecía en el plano de formación de identidades acotadas; en oposición se advertía que los bloqueos a las transiciones políticas, la descomposición de los regímenes democráticos, la incapacidad de reducir la ampliación de las desigualdades sociales y de incorporar en nuevos esquemas de participación a la sociedad con respecto del Estado, en el centro y la periferia, incrementaron una reproducción de la inestabilidad, los conflictos, la despolitización, la radicalización y las contradicciones de todo tipo en este abigarrado y ríspido fin de siglo, procesos todos, no reducibles a predominios de "cálculos decisionales" individuales y sí consecuencia de un entramado de interrelaciones objetivas y subjetivas mucho más problemáticas y estructurales. En ese sentido, la generalización novedosa de movilizaciones y demandas dentro y fuera de los canales de regulación de conflictos ha relanzado, como consecuencia de estas tendencias, la idea de sectores subalternos y actores excluidos en los procesos de configuración de identidades sociales. Igualmente, ha retomado las lógicas de obstrucción institucionales como tejidos intraconflictivos, reproductores de espacios de conflictos sociopolíticos fundamentales, potenciando así la discusión y sus alcances, involucrando la necesidad de nuevos enfoques y análisis sobre la problemática de la dinámica de la acción social en actores, clases y movimientos sociales en la teoría social, e impulsando una integración y redefinición de postulados teóricos con una preocupación central por la diversidad y centralidad de la acción social, para evitar, finalmente, acentos o exclusiones incómodas que reconduzcan a visiones equívocas y erráticas sobre la acción. Con atención a ello el presente volumen de Sociológica, dedicado a Actores, clases y movimientos sociales -el primero de los dos abocados a este tema- ha logrado integrar un conjunto de materiales que discuten algunas de estas consideraciones y/o perspectivas, bajo un horizonte amplio y no exento de matices y contradicciones, pensando con ello que todo avance en la reflexión no se justifica sobre la base de falsos acuerdos que simplifiquen la dilatada cauda de procesos integrados a las dinámicas de la acción social en las sociedades contemporáneas, y que nos arrastren a una inadecuada percepción de estos procesos. Debido a ello hemos integrado cuatro bloques en este primer volumen, que recuperan, en primer lugar, las perspectivas de historicidad en la periodización del proceso de modernidad en que se insertan las tendencias generales de la acción y de los intereses particulares y universales en pugna, ofreciendo una visión de largo plazo que permita situar los parámetros de la acción en su conjunto. Para esta reflexión hemos contado con la contribución excepcional de Immanuel Wallerstein y de Pablo González Casanova, con sus respectivos trabajos acerca de "¿El fin de qué modernidad?" y "Lo particular y lo universal a fines del siglo XX". En un segundo agrupamiento, se publican tres textos que sopesan enfoques teóricos relativos a la acción colectiva e individual y su racionalidad sustantiva, el rol de la noción de comunicación de Luhmann como eje explicativo de esa interacción que es sustituto de la acción y los actores y, finalmente, el rol con que es posible repensar la crisis de los mecanismos de representación dentro del sistema político. Los autores de estas colaboraciones son, en el mismo orden de referencia indicado, los profesores Juan Mora Heredia ("Crisis, acción colectiva y racionalidad imperfecta"), Gonzalo Varela ("La teoría de la sociedad de Niklas Luhmann") y Alessandro Pizzorno ("Notas sobre los regímenes representativos: sus crisis y su corrupción"). A continuación, y en un tercer bloque, se insertan dos textos de comparación histórica y política sobre los procesos de modernización y cambio político con relación a Europa meridional y América Latina, donde se recuperan distintos niveles de la transición y del rol de los actores sociales e institucionales, a cargo de Salvador Giner ("La Modernización de la Europa meridional: una interpretación sociológica") y Godofredo Vidal ("Democracia y Desarrollo: la transición revisitada"). Finalizando con dos textos, el cuarto bloque discute las formas de constitución de las identidades a partir de dos escalas de procesos diferenciales: en lo coyuntural, con acciones de revuelta y motín en una sociedad que se inserta sectorialmente con fuerza en la modernidad del centro, y en el plano macroestructural con el presumible impacto del fenómeno de la globalización con relación a los actores. Las contribuciones corresponden respectivamente a los ensayos de Raúl Rodríguez Guillén ("Actores, sujetos y movimientos: motín, revuelta y rebelión") y de Miriam Alfie ("Movimientos sociales y globalización"). Un esfuerzo de este tipo ha contado, desde sus inicios, con el amplio y continuado respaldo del Consejo Editorial de Sociológica, que ha creado las condiciones para brindar al coordinador de este número y del siguiente los espacios, posibilidades y alternativas a fin de trascender las visiones estrechas y las lógicas trabas que encierra llevar a feliz término un esfuerzo como el que aquí se expone al lector. A los dictaminadores de ambos números y a los colaboradores que evaluaron y tradujeron con sistemático apego a la profesionalidad los materiales entregados, nuestro mas cabal agradecimiento. Igualmente, queremos reiterar al profesor José Hernández Prado, editor de la revista, el cuidado, diligencia y paciencia con que ha sorteado todos los obstáculos, incluyendo los que pudo haberle planteado involuntariamente el propio coordinador. Por último, agradecemos extensamente sus colaboraciones a los autores en general y a los profesores Wallerstein, González Casanova, Giner y Pizzorno. La inmensa disposición que desde un principio mostraron para aceptar la invitación a participar en este número se expresó con ese rigor y ese entusiasmo con que sus propias ideas quedaron expresadas en los textos enviados. Para el coordinador esto es mas que suficiente; esperemos que para los lectores también lo sea.